Relación ministerial

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RELACIÓN MINISTERIAL Por Teddy Torres Navarro Relaciones. Todos los seres humanos tenemos la habilidad –y privilegio– de relacionarnos. Para algunos es sencillo; para otros, toma tiempo. Ante la habilidad de interactuar, también existe la complejidad debido a la diversidad de personalidades, de caracteres, intereses, gustos, trasfondos, etc. Así, las relaciones que se sostienen en el “ministerio” eclesiástico no están exentas de tensiones, altibajos y más; pero a la vez son uno de los mejores escenarios para madurar. Este espacio comparte una realidad diaria en el ser y hacer Iglesia. Por la gracia del Señor, tenemos una guía que nos orienta. Dice así: “… (procuremos) siempre humildes y amables, pacientes, tolerantes unos con otros en amor, esforzarnos por mantener la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz” – Efesios 4:2-3. Es sorprendente y maravilloso leer cómo Pablo “ruega” que sus lectores –judíos y gentiles creyentes– vivan consecuentemente como pueblo de Dios, a pesar de sus complejas y naturales diferencias. Sin embargo en Cristo, y siguiendo el ejemplo de Dios mencionado en 1:3-14, es posible vivir en unidad gracias al elemento unificador: Su Espíritu. Creo, en primer lugar, que es necesario aceptar la diversidad como una bendición para aprender de los demás. ¿Qué sería de nosotros si fuésemos iguales? ¿Dónde estaría lo fascinante y formativo si tuviésemos el mismo nombre, el mismo apellido, la misma habilidad, la misma debilidad, el mismo gozo, la misma adversidad? La diversidad no amenaza; por el contrario, enriquece. Porque puedo crecer aprendiendo a ser como el otro, y viceversa. En la relación ministerial, el proceso es de mutua transformación: soy transformado en la medida que el otro lo es. En segundo lugar, toma tiempo construir una relación. Aunque al inicio se crea compatibilidad con algunos, con otros también hay un “rechazo” natural. Y esto no se debe a la “mala” sangre de alguien. La adaptación a una nueva realidad toma tiempo; los ajustes aprietan al principio. Por eso, al iniciar una relación ministerial, algunas personas se identifican más rápidamente que otras, porque tienen la habilidad de formar relaciones, mientras que a otros les tomará más tiempo hacerlo. La tarea, pues, de todos los involucrados es hacer su máximo esfuerzo tanto para adaptarse como de hacer sentir en familia a los que recién llegan. Necesitamos de tiempo para crecer y de esfuerzo para aprender. De todos. Finalmente, dejemos que los procesos avancen con naturalidad. Una de las características humanas es la “desesperación” por ver resultados. Estamos urgidos por producir, por cosechar, por alcanzar, por tener, por… por jugar a ser dioses. Creemos estar obligados a que todo funcione por dinero, por estrategia, por “voluntad” de Dios, y nos olvidamos que es Dios quien decide el querer como el hacer por su sola voluntad. Será en nuestra debilidad –no en nuestra fortaleza– que Dios se glorifique. Entenderlo así, toma tiempo. ¿Cuánto? Depende de nosotros.

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RELACIÓN MINISTERIAL Por Teddy Torres Navarro

Relaciones. Todos los seres humanos tenemos la habilidad –y privilegio– de relacionarnos. Para algunos es sencillo; para otros, toma tiempo. Ante la habilidad de interactuar, también existe la complejidad debido a la diversidad de personalidades, de caracteres, intereses, gustos, trasfondos, etc. Así, las relaciones que se sostienen en el “ministerio” eclesiástico no están exentas de tensiones, altibajos y más; pero a la vez son uno de los mejores escenarios para madurar.

Este espacio comparte una realidad diaria en el ser y hacer Iglesia. Por la gracia del Señor, tenemos una guía que nos orienta. Dice así: “… (procuremos) siempre humildes y amables, pacientes, tolerantes unos con otros en amor, esforzarnos por mantener la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz” – Efesios 4:2-3. Es sorprendente y maravilloso leer cómo Pablo “ruega” que sus lectores –judíos y gentiles creyentes– vivan consecuentemente como pueblo de Dios, a pesar de sus complejas y naturales diferencias. Sin embargo en Cristo, y siguiendo el ejemplo de Dios mencionado en 1:3-14, es posible vivir en unidad gracias al elemento unificador: Su Espíritu.

Creo, en primer lugar, que es necesario aceptar la diversidad como una bendición para aprender de los demás. ¿Qué sería de nosotros si fuésemos iguales? ¿Dónde estaría lo fascinante y formativo si tuviésemos el mismo nombre, el mismo apellido, la misma habilidad, la misma debilidad, el mismo gozo, la misma adversidad? La diversidad no amenaza; por el contrario, enriquece. Porque puedo crecer aprendiendo a ser como el otro, y viceversa. En la relación ministerial, el proceso es de mutua transformación: soy transformado en la medida que el otro lo es. En segundo lugar, toma tiempo construir una relación. Aunque al inicio se crea compatibilidad con algunos, con otros también hay un “rechazo” natural. Y esto no se debe a la “mala” sangre de alguien. La adaptación a una nueva realidad toma tiempo; los ajustes aprietan al principio. Por eso, al iniciar una relación ministerial, algunas personas se identifican más rápidamente que otras, porque tienen la habilidad de formar relaciones, mientras que a otros les tomará más tiempo hacerlo. La tarea, pues, de todos los involucrados es hacer su máximo esfuerzo tanto para adaptarse como de hacer sentir en familia a los que recién llegan. Necesitamos de tiempo para crecer y de esfuerzo para aprender. De todos. Finalmente, dejemos que los procesos avancen con naturalidad. Una de las características humanas es la “desesperación” por ver resultados. Estamos urgidos por producir, por cosechar, por alcanzar, por tener, por… por jugar a ser dioses. Creemos estar obligados a que todo funcione por dinero, por estrategia, por “voluntad” de Dios, y nos olvidamos que es Dios quien decide el querer como el hacer por su sola voluntad. Será en nuestra debilidad –no en nuestra fortaleza– que Dios se glorifique. Entenderlo así, toma tiempo. ¿Cuánto? Depende de nosotros.