Reencuentro Con La Oracion-Guilbert

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Hace falta valor, sobre todo si se es sacerdote, para contar en un libro las propias dudas, miserias y retrocesos en el camino de la oracin. Se necesita humildad para reconocer que la oracin llega, como don de Dios; que uno es incapaz de orar, y contarlo; y decir las maravillas que Dios hace, a pesar de uno mismo. El autor asegura que nunca le gustaron los "manuales de oracin", ni siquiera los mejores, porque, sencillamente, no le han ayudado, porque en ellos no ha encontrado la oracin. Esta obra no es un manual, sino una experiencia. No es la exposicin de un mtodo de oracin, sino una invitacin valerosa y humilde a la vez. Estimula, marca las pautas, abre un camino y libera una historia en la que cada uno puede reconocerse, en la que cada uno puede sentirse invitado, como Pierre Guilbert nos cuenta, a reencontrar el camino de su corazn, a reencontrar la oracin. Pierre Guilbert naci en 1924. Es tambin autor de "1l ressuscita le troisime jour". Actualmente reside en Pars.

NDICEPROLOGO CAPITULO I. ORAR: A QUE PRECIO? 1. 2. 3. 4. 5. Un s nfimo y minsculo No sabes de donde te vendr el susto La inclinacin del deseo Resoluciones Una autopista sin peaje

6. 7.

Un paso en falso Nada como la experiencia CAPITULO II. RECOBRA EL CAMINO DE TU CORAZN

1. 2. 3. 4. 5.

Escucha el silencio Haz silencio El vaco de mi corazn La cabeza y el corazn En lo ms hondo de tu corazn CAPITULO III. ORAR ES UN DON DE DIOS

1. 2. 3. 4. 5.

Pero, sabes rezar? Djate amar... Haz sitio al Espritu La verdad completa El nombre del Seor CAPITULO IV. SAL DE TI MISMO 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. Como nios pequeos Una pizca de humildad El pecador que estoy hecho Entra en alabanza Gracias una y mil veces Pide y recibirs Nuestro hermano el sufrimiento Acoger el amor de los hermanos ASI VA LA ORACION

PRLOGOEste libro no tiene ms ambicin que la de confiar una experiencia. Que sea la ma, es lo de menos. Lo nico que importa es que sea una experiencia, es decir, no una reflexin o una tesis, ni una ponencia o un tratado, sino el relato de una historia, de un camino realmente vivido. Me tranquiliza pensar que se trata de la obra de Otro, con los recorridos, etapas, retrocesos, descubrimientos irreversibles, con las alegras y dificultades, las luces y las sombras, en fin, con todo aquello que va constituyendo una historia, en este caso, la parte de m mismo que relata este libro. Pero lo nico que he hecho yo es recibir. Ya se puede decir que es la obra de Otro la que me dispongo a entregarte. Nadie recibe nada para s mismo, para hacer de ello su riqueza y su tesoro, o su egosta complacencia. Lo que crees estar guardando, como el que guarda un tesoro, se corrompe en tus manos y se pudre. Ni los dones de Dios se libran de esta perversin. Nadie recibe sino para dar. Y no tanto para dar las cosas recibidas, como para dar la vida que ha brotado de ellas, y a la que da tras da alimentan. Es tu vida lo que tienes que dar, pues el que quiera salvar su vida, la perder (Mt. 10, 39) y la vida tambin se corrompe cuando te la guardas para t: se convierte en proliferacin cancerosa y engendra la muerte. Hay otra razn por la que, a travs de este libro, deseo dar algo de la vida que he recibido. Durante mucho tiempo, y de muchas maneras, anduve en busca de la oracin. La busqu en los libros y no la encontr. Lejos de m denigrar los libros. Haba muchos y muy buenos; en ellos aprend cosas excelentes tiles sobre la oracin. Pero no aprend a orar. Uno puede saberlo todo, con su cabeza, sobre la oracin, y no saber rezar. Nunca, ningn tratado, ha conseguido que nadie entre en esta vida de oracin a la que aspiras. Tampoco la encontrars en este libro. La encontrars o ms bien la recibirs cuando llegue el momento en lo ntimo de t mismo, a lo largo de una experiencia que ser la tuya. Deseo que este libro te ayude un poco, humilde y pobremente, a entrar en oracin. Porque as te habr dado un poco de la vida que he recibido, para que, por otra obra de Otro, lleve fruto en t tambin. Por un momento me tent la idea de firmar este libro con un seudnimo. De algn modo quera preservar la gratuidad de los dones de Dios, pues los dones de Dios no permiten que uno se vanaglorie, ni se los aduee. El Yo es solamente el que ha recibido, el que lo recibe todo de este Otro que es Padre, Hijo y Espritu, ese otro que desea colmarte ahora a t, pues todo viene de El, todo es por El y para El (Rom. 11,36). As que, devuelve a Dios lo que es suyo, es decir: todo. Y olvida mi nombre, de no ser para rezar por m. Todo lo que he recibido y reciba es para t. Si echas en falta alguna luz que todava esperas y que pueda llegarte a travs de m, no dudes en escribirme. Intentar responderte; llvame entonces en tu oracin para que las palabras que me vengan sean realmente las que Dios te tiene destinadas. Mi direccin: C/o Editions Nouvelle Cit, 131, rue Castagnary, 75015 Pars.

I. ORAR: A QU PRECIO?1. Un s nfimo y minsculo. Yo haba dejado de rezar, prcticamente. El tiempo que todava dedicaba a la oracin, de vez en cuando y obligado por las circunstancias, se me haca largo, interminable. Me aburra de lo lindo, con la cabeza y el corazn vacos, esperando el momento de verme liberado, adelantando la hora de la liberacin. Siempre tena algo ms importante que hacer, ms til, que corriera ms prisa. Tiempo para rezar no me quedaba, y se me daba muy bien encontrar o crearme ocupaciones o razones para no hacer nada que paralizasen toda veleidad, al igual que una insignificancia consigue evaporar una pompa de jabn, sin huellas ni lamentos. Con el paso de los aos, el anquilosamiento se apodera de t y te paraliza. Se convierte en una bola de nieve, qu digo, en una montaa que trasladar. As que, Cmo lo ibas a conseguir ahora, que has perdido toda agilidad, y a decir verdad, toda esperanza real, y quiz, hasta todo deseo medianamente serio? Algunos intentos lnguidos, (porque no es que tengas muchas ganas de lograrlo), alguna que otra tentativa que acab en el fracaso, te lleva a decir: Ya lo ves, no hay nada que hacer. Un retiro de vez en cuando (gracias a Dios todava quedan amarras) y, a veces, un mpetu que se desinfla rpido, pues las resoluciones de los retiros, no duran nada, una vez que la vida te recobre con sus hbitos tan bien arraigados. A veces, me invada cierto pesar. En otros tiempos yo haba rezado, haba saboreado la oracin. Incluso, me haba ocurrido quedarme a prolongar ; haba vivido experiencias de dulzura y de paz. Hasta llegu a pensar por un tiempo en la vida contemplativa. Y luego, todo aquello se desvaneci como bruma de verano. Me quedaba un poco de nostalgia, parecida al recuerdo de un pequeo paraso perdido. Pero ahora ya no eran ngeles de espadas en llamas (Gn. 3,24) quienes guardaban la entrada del paraso. La entrada se haba llenado sencillamente de maleza, como esos viejos senderos invadidos por las zarzas y, si bien su recuerdo an no estaba perdido, acceder a l me pareca imposible. Haba permitido que las zarzas borrasen el camino. As que, como digo, cierta nostalgia, pero ineficaz. Insuficiente, de todas, todas, para trasladar esa montaa. Vea que hacan falta otros mpetus. Pero mi deseo era real? Si me hubieran trado el acceso al paraso en una bandeja, como a Salom la cabeza de Juan el Bautista (aunque al menos, ella la haba pagado con su danza), lo hubiera aceptado sin lugar a dudas. Pero es posible que la cosa no hubiera ido ms lejos. El deseo de mi corazn no estaba lo bastante despierto por aquel entonces; las incontables decepciones, los fracasos que coronaban cualquier esfuerzo, me resultaban demasiado humillantes. Y adems, convengamos en sto: se acaba viviendo muy bien (!) sin la oracin. Claro que no es como para sentirse orgulloso pero, una vez salvaguardadas las apariencias, se acomoda uno bastante bien a lo humillante del caso. Mi vida espiritual segua deteriorndose de forma inevitable. Se me iba cayendo a jirones. A Dios gracias, esa secreta nostalgia que me acompaaba y que era como el irreparable defecto de la coraza donde me cobijaba, defecto ms que providencial, provocaba en m algn que otro sobresalto y, a veces, hasta momentos de pnico: Habra que... Esto no puede seguir as toda la vidal.... Bendita nostalgia que an me impedira resignarme del todo con la situacin, con esa ausencia prctica de oracin. Esto no puede seguir as, fue lo que me dijo un da el Padre Jesuita, con quien todava hablaba

un par de veces al ao. En su boca esas palabras sonaban como una seal de alarma. De forma confusa, me daba cuenta de ello, pero lo reconoca a regaadientes, pues me iba a obligar a tomar por fin las medidas que impona la situacin. Finalmente, hoy lo veo claro, me daba miedo tener que convertirme verdaderamente. Poco a poco me haba ido instalando en un modus vivendi, una especie de pacto con la mediocridad, que no era nada del otro mundo, ni tampoco motivo de vanagloria. Y el dichoso Padre que no soltaba el hilo: Aceptara usted hacer un retiro de diez das?. Diez das! Yo, que no aguantaba ni un retiro de cuatro, intentando escaparme siempre desde el tercero por la tarde, con el pretexto de un montn de ocupaciones urgentes. Diez das! Qu eternidad! Menos mal que el animador propuesto para esos ejercicios espirituales haca honor a su buena fama. Yo saba que era excelente y ya haba tenido ocasin de apreciarlo alguna vez. Seguro que, de haber sido otro, me hubiese negado a esos diez das. Como quiera que fuese, algo en m slo Dios sabr por qu se estaba moviendo y senta brotar un deseo nuevo. Bueno, de acuerdo! respond. Ante tanta rapidez en decidirme, el bendito Padre, con gran prudencia, me inscribi enseguida para ese retiro. Todava tena muchos meses por delante... y mucho recelo. Mientras tanto, nada cambiaba en mi vida. Era demasiado pronto para preocuparme, en el caso de que ese retiro quebrantase algo. El deseo, sin embargo, segua vivo, y creo que era verdadero. Cuando lleg el da, acud a la cita. Me senta disponible, acogedor. Mi recelo se haba derretido. Incluso la perspectiva de tener que convertirme me agradaba. Me senta feliz, esperanzado. Algo iba a ocurrir, como una nueva vida. Diez das: el tiempo de empezar a recorrer un tramo del camino. Y, de ese camino, un buen trozo s que estaba andado. Se haba hecho slo. Sin ningn esfuerzo por mi parte. S, digo bien: sin ningn esfuerzo. Yo todava no haba hecho nada, pero ya no era el mismo. La tristeza instalada en m desde haca aos, acompaada de esa especie de hasto hacia todo, cedan el sitio a cierta sonrisa, muy discreta todava y muy tmida. Pero era una sonrisa, la primera sonrisa de Dios. En ese momento, no me d cuenta de nada. Soy de natural bastante optimista y siempre me han gustado las situaciones nuevas. Ahora es cuando comprendo que se trataba de una sonrisa de Dios. Cuanto ms lo pienso, ms desmesurada veo esa sonrisa que recib, comparada con lo que yo haba hecho. nicamente aventur un s insignificante, el s del tpico seor que se dice a s mismo, o a quien le dicen: Esto no puede continuar. Un s nfimo y minsculo. Un s que todava no haba acarreado ningn cambio en mi vida. Un s que ningn esfuerzo haba ratificado. Pero ese s insignificante, ese s nfimo y minsculo, haba bastado para que algo se trastocase en lo hondo de m mismo, como el que se ve liberado de una cadena al cuello sin haber movido un solo dedo. Todo eso lo estaba recibiendo, y ni siquiera me daba cuenta. Con un breve s de nada, un s que dirijas a Dios, ests desencadenando, ests poniendo en marcha sin que lo sepas siquiera, toda esa potencia de amor, esa generosidad de Dios, que nunca se queda corto y que ya te est devolviendo el ciento por uno de lo que apenas has comenzado a dar. 2. Nunca se sabe de donde vendr el susto. Era una noche de setiembre. Siempre se empieza un retiro por la noche; de ese modo, al da siguiente, en tu primer momento de lucidez, te encuentras ya en la otra orilla de ese mundo nuevo al que deseas llegar. La noche habr avanzado ya algunos pasos por t, casi en lugar tuyo. As, que era de noche, esa primera noche en que an est uno tentado de decir: las cosas serias

no empiezan hasta maana.... Una ligera dicha me invada, una especie de secreta inocencia que te reconcilia contigo mismo. Creo recordar hasta cierta sonrisa flotando en mis labios, como esas nubes guarnecidas de franjas de luz anunciando el retorno del sol. En esa primera noche, no hubo grandes elevaciones msticas. Slo una breve presentacin de personas y cosas. Nunca se puede prever de dnde te vendr el susto. Aquella noche a m me vino del horario; es del gnero tonto un horario, y a la mstica le trae sin cuidado. S, pero ya ves; ese horario (a tal hora esto, a tal otra aquello), presentando con impecable ingenuidad (con una ingenuidad impecablemente calculada ms bien), ese horario dejaba enormes vacos, vertiginosos huecos de tiempo libre... Y entonces o al Padre, con esa sencillez que es ms de temer que un garrotazo en la cabeza: El resto del tiempo... (ese resto, amigos, ocupaba por s solo dos terceras partes del da!) el resto del tiempo, bastar con que cada uno de ustedes dedique cuatro horas diarias a la oracin personal. Cuatro horas diarias de oracin personal! De pronto mi sonrisa se petrifica, una arruga profunda me atraviesa la frente, siento en la base del crneo cmo me estalla una tormenta. Cuatro horas diarias de oracin personal! Cuatro horas! Ha dicho cuatro! No hay duda, son cuatro horas y cuatro horas cada da, as que en diez das Cuarenta horas de oracin personal! Vrtigo, lo que yo te diga. Nunca jams, me oyes, nunca haba ocurrido, ni siquiera una vez en mi vida, que yo consagrase a la oracin personal cuatro horas en un solo da. Porque estamos hablando de oracin personal, no de oracin litrgica, pongamos por caso. En otros tiempos, con motivo de las Semanas Santas en el Seminario Mayor, entre oficios cantados, meditacin, rosario, etc. hubiese podido llegar a las cuatro horas en total. Pero no cuatro horas de oracin personal. En los retiros preparatorios a mi ordenacin tambin tuve largos ratos de paseo en paz y recogimiento. Pero, todo lo ms, una hora larga de oracin personal entrecortada a menudo en diferentes momentos. Lo mismo ocurri a lo largo de los retiros ms fervorosos que fui haciendo despus. Acabar confesndote que por aquel entonces, una hora de oracin personal ya me pareca ms que suficiente? Tanto ms de apreciar cuanto que no era muy corriente que digamos (o ms bien haba dejado de serlo). Cuatro horas! Y, cosa curiosa, ni siquiera tuve nimo para mandar la invitacin al arsenal de exageraciones pas, bastante recargado de por s. No, simplemente me senta acogotado. En semejante caso, ves, se suele decir (es de buen tono decir): No poda dar crdito a mis odos. Pues bien, les estaba dando crdito, y lo que haban registrado, resonaba por mis adentros en todas direcciones, como un interminable eco que rebotase en las paredes para colmar valles hasta en sus ltimas profundidades. Cuatro horas diarias... Cuatro horas diarias... Ni siquiera se me ocurri tomarme confianzas: T sigue hablando, primor que yo har lo que me parezca!. Por qu no me aflor esa tentacin? Sabra decirlo? En aquel momento no hubiera sabido. Ahora, revisando la experiencia vivida, creo que el pequeo s nfimo y minsculo que dije meses antes, estaba dando a luz a una nueva criatura, estaba llevando nuevo fruto. Dios no se cansa de hacer fecundas las peores esterilidades... La cuestin es que an me estoy oyendo murmurar interiormente: Cuatro horas diarias! Pero..., si jams lo conseguir! Me siento absolutamente incapaz, Si ya no s rezar! . Aunque, al mismo tiempo, senta crecer un deseo en lo profundo de m mismo y saba que lo iba a intentar. Ves cmo se trasluce aqu la ntima contradiccin? Todo mi ser grita: Imposible! y desde lo ms hondo contesta: Intntalo!. Es el mismo hombre quien pronuncia las dos palabras opuestas, pero una y otra no proceden de la misma fuente. A favor del imposible se erige toda una experiencia humana, la experiencia de muchos aos (quiz veinte!), una experiencia inmunizada, y ms que inmunizada, por ilusiones perdidas e

mpetus derribados, por todo lo que s de m mismo cuando mi mirada interior se torna lcida y honesta. Lo normal es que no pudiera tener esperanzas de romper ese crculo vicioso. A favor de la otra parte, la de lo hondo como acabo de decir, pareca despuntar un amanecer, un amanecer tmido y moderado, como una noche que, de pronto, se muestra menos oscura: la noche de mis esperanzas desencantadas, la noche del imposible. Te has fijado en que el alba comienza siempre a despuntar desde lo ms lejano, desde lo ms profundo? No prorrumpe de lo alto, brota por abajo, por la parte baja del horizonte. El punto desde donde empieza a resplandecer nunca est ah a tu lado, est all, lo ms lejos posible, al otro extremo, por detrs del horizonte. Pero has visto alguna vez que una tiniebla se resista a la alborada? Has visto alguna noche venciendo al amanecer? Tardar el tiempo que sea, pero el alba engendrar la aurora, y la aurora el pleno da. Por eso, cuando la evidencia humana del imposible se apoder de m (y de verdad que es imposible para las fuerzas del hombre), saba, no obstante, que lo iba a intentar. Desde ese momento, algo en mi interior haba decidido intentarlo. No era slo una estrella en la noche, pues una estrella no vence a la noche. No, era realmente el alba que clamaba esa esperanza de que la noche comenzaba a morir. Nunca podrs ordenar al alba que te obedezca y despunte en tu noche. Viene siempre a su hora, pero no depende de ti. La recibes de Otro. Yo la reciba de ese Otro que es dueo de lo imposible. Su hora haba llegado. Yo, todava no haba hecho nada; ah estaba como espectador atento y sorprendido a la vez, de una historia que era la ma y que se haca ante mis ojos, mientras que una parte de m mismo consenta poco a poco... As, la conversin del corazn tiene su origen en la conversin del deseo. Te suben al corazn otros deseos ignorados por tus viejas costumbres y te pones a desear lo que antes temas y tus antiguos deseos te inquietan ahora. Pero eso no viene de t, ni se alcanza a base de esfuerzos Cmo es posible? No lo s, pero es as y es una gran maravilla. 3. La inclinacin del deseo. Rec esa primera noche? Me anticip un poco? Ya no me acuerdo. A decir verdad, no lo creo. En todo caso, desde el da siguiente por la maana, me volva a encontrar ante ese abismo de tiempo libre y ante la perspectiva de las cuatro horas. Siempre es algo delicado aproximarse a un abismo, hay cierta ansiedad que te oprime el pecho y que acabara empujndote al vaco, a la huida, aunque ests deseando no hacer caso de la angustia. Al principio, no hay nada seguro. En ese primer da slo consegu rezar tres horas. Ms que conseguirlo, se me dio casi hecho. Para un primer paso, ya era mucho. Esas tres horas las haba sacado a pellizquitos, rellenando un trozo de abismo por aqu, escapndome a respirar un poco, a sentirme a gusto con un libro, volviendo un rato a la capilla, yendo y viniendo por el parque soleado, con sus rboles de coloraciones otoales, atrado por la intimidad de un oratorio. Qu fue aquella oracin de remiendos y pedazos en esas tres pobres horas de mi primer da? No era como para vanagloriarse, no hubo ninguna elevacin mstica. A menudo, me haba pesado el tiempo, que no acababa de transcurrir, y mi capacidad era bastante poca cosa. Qu haba dicho al Seor? Precisamente pocas cosas, y tan torpes y balbucientes... incapaces de retener, ni siquiera mi propia atencin. Pero nunca hubiese credo que pudiera resistir tres horas...

Todo hbito se adquiere a partir de un primer intento. La cosa ya haba empezado, lo ms difcil se haba cumplido, el crculo del imposible se haba roto ante mis ojos, el abismo se converta en ligero recoveco. A partir del segundo da ese abismo estaba lleno: haba rezado cuatro horas. Sin embargo no era una victoria. Era algo infinita y peligrosamente frgil. Apuesto a que hubiera bastado adoptar poses triunfantes para que todo se viniese abajo, y encontrarme de nuevo como el nufrago de un desierto, cuando el espejismo desaparece de su vista y el oasis se oculta a su sed. Entindeme, es verdad que me iluminaba una pequea dicha, una alegra sobria y frgil, como incrdula como no creyendo lo que ve. Pero era una alegra humilde, a Dios gracias. Qu haba hecho yo? Cul era la parte que poda reivindicar en todo esto? De nuevo haba dicho un s nfimo y minsculo a ese deseo que me invada y que Otro haba depositado en m. Cuando el deseo te acomete de ese modo, no se puede decir que sea heroico consentir! El consentimiento que das, tu pequeo s tan precario, te pone en una pendiente y no tienes ms que seguirla. Cuando en tu corazn hay un deseo infuso, no tienes que subir cuesta alguna; te basta con bajarla, siguiendo su inclinacin, emparejndote con ella. Y a medida que tu s minsculo te abre a ese deseo, a medida que sigues su inclinacin, se va acelerando tu velocidad sin que t tengas nada que ver: no tienes que hacer ningn esfuerzo. Es la pendiente la que te arrastra, a remolque del deseo. Nada particularmente embriagador en esta experiencia. Lo repito, lo que me llama la atencin es la impresin de fragilidad que se experimenta. Algo as como un encanto que fuera a romperse por un movimiento intempestivo, o por una intervencin del exterior. O, si lo prefieres, es como si estuvieses agarrado a un hilo demasiado flojo para tu peso: evitas, por todos los medios, todo movimiento brusco, procuras hacerte ligero, lo ms ligero posible, te haces areo, pues en verdad, pendes de un hilo. Esa es tu parte en la experiencia, tu pequea parte: no romper el hilo, no romper el encanto, cierto temor, pero sin angustia. Ms bien se da un pequeo recelo, que te empuja a aplicarte ms. Y ese recelo slo es la otra cara del deseo que te arrastra, y te lleva, y te hace ligero, para que el hilo, mantenido por toda la tensin de tu deseo, no se rompa. Pero el deseo no procede de ti, t lo recibes, se te regala. Suspendido del hilo, lo sientes crecer en ti, pero sin tu intervencin (lo nico que tienes que hacer, es consentirlo). Lo mantendr el entusiasmo de la pendiente por la que l mismo te empuja, y recorrers as distancias increbles. Mientras esto ocurre, no te das del todo cuenta, es como si fueses llevado por el viento. As iban las cosas. Y, poco a poco, la oracin volva a penetrar mi ser, como una antigua amistad con la que uno se encuentra despus de muchos aos, y que no ha cambiado, que sigue tan fresca, tan joven como si la hubiese visto el da anterior. Encuentro sencillo, alegre, sin ceremonias, con esa mueca de complicidad que marca que los vnculos no se han roto, que se han reanudado. Humilde agradecimiento tambin por ese nuevo don que se te hace sin que el menor reproche venga a empaarlo. Ni siquera el ligero sentimiento de tristeza que acompaa al recuerdo de tu infidelidad, o mejor dicho, la pena sosegada que te invade, llegan a perturbar esa alegra ntima. Y esa pena y esa tristeza no se hacen ms patentes de lo necesario. Lo suficiente, sin embargo para que puedas medir una asombrosa gratuidad y para que no vayas a imaginarte que todo esto es normal y exigible. No ests recibiendo, no es que te lo merezcas. En efecto, qu razn poda yo tener para estar orgulloso? De qu habra podido estarlo sin que inmediatamente se impusiera la evidencia de que todo era ilusorio o mentira? Sin que se rompiese enseguida el hilo del que tan milagrosamente penda? Es verdad que a partir del segundo da y durante los que siguieron, haba consagrado las cuatro

horas requeridas a rezar. Y qu? Cuando el deseo te lleva, qu mrito hay en abandonarse? Dios depositaba en m ese deseo y yo slo tena que acogerlo. Sabrs que al cumplimiento del deseo le sigue la alegra, lo cual facilita las cosas. Para mantenerse slo hacen falta unos gramos de lgica, y la lgica me peda que no regatease con el tiempo de oracin, que me negase a hacer cualquier otra cosa durante ese tiempo. S, sencillamente no hacer nada ms, no aceptar ninguna otra preocupacin, incluso, si es posible, ni la mnima preocupacin de ningn tipo (ya sabes que las preocupaciones pronto se vuelven obsesivas). Es el nico aspecto en el que hay que mantenerse; en una palabra, ese fue mi nico esfuerzo: no hacer nada ms. Lo restante, lo que ocurra durante esas cuatro horas, lo que t puedas hacer, lo que puedas experimentar o vivir en ese momento, ya no depende (o casi) de ti. En todo caso no es asunto tuyo. T slo vas haciendo lo que el conductor, cuando la direccin se descontrola hacia la derecha o hacia la izquierda: hay que restablecer el equilibrio cada vez que ocurra y seguir adelante. Ests ah para rezar, cada vez que algo te separe de ese quehacer, vuelve a l. Pero cuidado, si haces una maniobra demasiado brusca con el volante, puedes darte un tortazo. En la oracin, tambin hay que enderezarse, pero con soltura. Rete interiormente de tus propias distracciones: son como las estrellas de una hermosa noche de verano, es tan normal que tus ratos de oracin se vean as salpicados! Vuelve a la oracin con esa benevolencia hacia ti mismo y, sobre todo, no vayas a fabricarte una nueva distraccin a propsito de tus distracciones. Las distracciones, cualesquiera que sean su duracin o frecuencia, no tienen ninguna importancia. Slo cuenta una cosa: mantenerse el tiempo de oracin, cuatro veces una hora. Pues, en verdad, aquello que en tu oracin es oracin, no eres t quien lo hace, sino el Espritu de Dios en ti, que slo necesita de ese tiempo que le ofreces para realizarlo. Evita pues echarlo todo por tierra, al querer sustituirlo. Djalo orar en ti y s nicamente el lugar donde el Espritu, en ese instante, ora al Padre. 4. Resoluciones. Cuando se acaba un retiro, vuelves a casa con una buena resolucin en tus maletas, toda nuevecita. Y con frecuencia, ah se queda, pues raro sera que llegases a usarla. Acurdate de aquel libro o de aquella chuchera que te sedujo en su momento y que, aos ms tarde, vuelves a encontrar, como trastos intiles y... sin estrenar. Tendra mucho que decir sobre las resoluciones. Como tantos otros, he tomado tantas, y he mantenido tan pocas... Hay resoluciones presuntuosas, de tipo: Prometo firmemente nunca ms pecar.... Estas resoluciones, las toma uno por tomarlas, ms que para mantenerlas. Conoces a alguien, incluso algn santo, que haya dejado de ser pecador, slo por que tom la resolucin de no serlo ms? Estas son coartadas insidiosas que justifican el que las olvides inmediatamente puesto que son imposibles de mantener y que te alientan a seguir con la conciencia tranquila. Hay resoluciones generosas. Cuando eres presa de cierto entusiasmo, no te andas con rodeos; has entrevisto algunas facetas del ideal que una parte de ti mismo suea con perseguir, y te dices: Eso es lo que hay que hacer!. Es muy generoso por tu parte, durante cierto tiempo repites: Hay que hacerlo!. Pero, por ms que tenses tus energas, frunzas el ceo y aprietes los puos, todo se viene abajo una vez enfriado el entusiasmo. Hay resoluciones a la gallega, de las que uno dice: Habra que hacerlo!. Tu corazn quiere y no quiere y, en el fondo, sabes de sobra que no lo quieres con demasiada fuerza, porque te da un poco de miedo. Tendra que llegarte hecho, como las codornices en el desierto, y an no estoy seguro de que, apenas tuvieses la codorniz en la boca, no te pusieras a protestar a causa del cansancio que te est impidiendo hacer las cosas tan importantes que te reclaman. Porque tu resolucin, la habas sembrado (casi adrede) en ese terreno pedregoso donde sabas de sobra que

no podra arraigarse. Hay resoluciones distradas. Las tomas slo con una pequea parte de ti mismo, la ms trivial, la ms superficial. No se aferran lo ms mnimo a tu atencin, ni a tu memoria. Algunas son tan distradas, a veces, que ya se te han olvidado a la hora, incluso al minuto siguiente... Cmo quieres que se mantengan? Hay resoluciones que no son tales, que quizs te las han arrancado en parte y que sabes de antemano que no las mantendrs. Son esas falsas resoluciones que te permiten quitarte de encima a un interlocutor demasiado insistente o curioso. Y luego hay menos mal resoluciones serias que, aparentemente, lo tienen todo para que salgan bien: son sencillas y concretas, tienen en cuenta las realidades de la vida, expresan una voluntad positiva por tu parte: hasta tienes ganas de que salgan bien. Has visto alguna vez, en la superficie de un estanque, cmo se amortiguan las ondulaciones provocadas por la cada de una piedra? Lo mismo sucede con todas las resoluciones; sta es, al menos, mi experiencia de siempre... Uno se consuela con poca cosa, dicindose que, despus de todo, si se mantienen las resoluciones durante unos das o unas semanas, siempre se habr conseguido algo. Yo ya no estoy tan seguro de eso. Porque corres el riesgo de acabar resignndote y acomodndote a tus resoluciones: sabes por adelantado que, de hecho, las tomas para ocho das o para un mes (las mas pocas veces han durado tanto tiempo!). Y esa capitulacin no confesada, marca tu vida espiritual con la esterilidad. El fracaso repetido, se vuelve escepticismo, y acabas por convencerte de que no puedes cambiar. No evitars los caminos trillados si no paras de pasar cuando la tierra est hmeda. De este modo es como se instala en una vida la tibieza. A fuerza de fracasar, te agotas y hasta puede que el deseo mismo te abandone. A partir de ah, ests en condiciones ptimas para ronronear tu mediocridad, e incluso puedes llegar a estar satisfecho. Te consuelas un poco porque tu mediocridad es decente segn el dicho popular, y te sales con la tuya con esta frase tan cmoda (y que tantos abandonos ha justificado): Despus de todo, Dios no pide tanto!. S lo que digo: diez das antes estaba en esa misma situacin. Y cmo puedes estar seguro de salir de ella? Verdaderamente no hay ninguna razn para que salgas; entraste sin tomar precauciones en un crculo infernal: desde ese momento, tus resoluciones ya no lo rompern. El ngel de la Iglesia de Laodicea puede entonces abordarte, para decirte de nuevo, a ti personalmente: Conozco tu conducta, no eres ni fro ni caliente. Ojal fueras fro o caliente! Ahora bien, puesto que eres tibio, y no fro ni caliente, voy a vomitarte de mi boca (Ap. 3,15-16). No es plato de buen gusto orse decir esto... As pues, estaba bien prevenido contra las resoluciones, pequeas o grandes. En aquellas horas de lucidez, ya no me haca ilusiones. Y para remate de todo, en pleno retiro, me cae encima esta frase, capaz de decapitar las ilusiones ms tenaces, y de la que puedes figurarte lo que lleg a provocar en m: Dentro de seis meses, juzgarn ustedes si el retiro les ha servido para algo o no. Por mucho que uno sepa que es verdad, la cosa impresiona. Mis ltimas seguridades y casi mi esperanza se venan abajo. De nuevo se abra un precipicio bajo mis pies. El cachito de cielo azul vislumbrado en esta oracin recobrada, iba a ensombrecerse tan pronto? Iba a oscurecerse, a desaparecer y yo a tomar otra vez mis viejos caminos trillados, cuando mis resoluciones se hubiesen derretido, como de costumbre? Este retiro sera otro paso adelante, para nada? Como vers, no es que desbordase de optimismo... Sin embargo, ese deseo ntimo que me mantena desde haca varios das, segua ah. Y tambin la experiencia de que, por un momento, el crculo infernal se haba roto para m. Haba que evitar por todos los medios que se volviese a cerrar.

Hay inspiraciones que recibes, as, de repente, y que te deja asombrado no haberlas pensado antes; hasta tal punto son sencillas y parecen evidentes. Durante uno de aquellos ratos de oracin que se me dieron, me o formular este razonamiento. yeme bien: yo no formul el razonamiento, no proceda de mi cosecha. Me lo o formular, me fue dado. Yo lo recib. No puedo apoyarme en mi fidelidad, pues la experiencia me demuestra que no soy fiel. Arqumedes deca: Dadme un punto de apoyo y levantar el mundo. Esa es la cuestin. Como punto de apoyo para esas resoluciones que se quedaban siempre ah, slo tena mi ilusoria fidelidad. Dicho de otro modo, slo tena el vaco de punto de apoyo y la experiencia me lo demostraba. Cmo hubiera podido tener esperanzas en levantar mi vida? As que no tom resoluciones. Deliberadamente. Pero las cosas nunca se detienen donde t crees... 5. Una autopista sin peaje. Saba pues, que no siendo fiel, no poda contar con mi fidelidad. Pero tambin saba que Dios s es fiel. Acababa de tener esa experiencia a travs de todo lo que haba ocurrido desde mi primer s tan pequeo. Dios, que es fiel, haba venido en persona a mi encuentro. Haba allanado los senderos. Al decir esto, pienso en el magnfico pasaje de Isaas: Una voz clama: En el desierto abrid un camino al Seor, trazad en la estepa una calzada recta a nuestro Dios. Que todo valle sea elevado y todo monte y cerro rebajado; vulvase lo escabroso llano, y las breas planicie. (Is. 40, 3-4) Extrao, no? Lo que hasta ahora pensaba que tena que hacer para abrir yo, un camino a Dios en mi vida empresa en la que precisamente fracasaba cada vez, resulta que se realizaba pero en sentido contrario: el Seor en persona abra en m los caminos, allanaba los senderos, nivelaba montaas y colinas, colmaba barrancos y valles. Y, lo que es ms, El mismo me invitaba y me conduca por este sendero que haba hecho en m y para m, igual que por una autopista sin peaje. Ni siquiera senta el cansancio del camino. Era llevado en brazos y por miedo a que mi pie tropiece con alguna piedra (Sal. 91,12), todos los obstculos se borraban a mi paso, para evitarme tropezar. Era atrado con lazos de amor (Os. 11,4), con esa delicadeza y esa prudencia a la vez, que avisan con una seal cuando hay tramos peligrosos, evitan las ocasiones arriesgadas y alejan las tentaciones demasiado fuertes. Entonces, experimentaba como una alegra nueva, una cierta dicha de sentirme en armona, como reconciliado conmigo mismo. Algo bastante difcil de definir: parecido a lo que sucede cuando, despus de momentos angustiosos o tensos, vuelve la confianza, una confianza tranquila, una especie de serenidad pausada. Yo haba dicho al Seor: Ya que no soy fiel, me acojo a tu fidelidad. Y senta que, este secreto entendimiento, haba sido ratificado por Dios. La paz interior en la que Dios me consolidaba y que reciba de El como un don maravilloso, me lo reiteraba a cada momento. Y, sin embargo, en aquella poca, todava llevaba a remolque secuelas depresivas que me abocaban a playas de tristeza, lgubres extensiones de aburrimiento, a las que no les vea el final. Una tarde de soledad era para m una pesada prueba. Me daba miedo ese vaco que me pareca

infinito y hua de l por medio de actividades: haca algo, cualquier cosa, para atontarme un poco. Al finalizar esos diez das, estaba barrida la tristeza, colmado el vaco, olvidado el aburrimiento. Incluso ese cansancio punzante que acompaaba mi vida llenndola de hasto emocional (el hasto de mi propio corazn), haba desaparecido, se haba desvanecido. Estaba en plena forma. Sin una pastilla, sin un comprimido, sin una cpsula. nicamente, un concentrado de oracin y acogerme a la fidelidad de Dios. De eso me di cuenta mucho ms tarde, cuando mi Padre Jesuita me pregunt intencionadamente: Y su salud?. Oye, pues es verdad! An no haba tomado conciencia de este estar en forma recuperado espontneamente. Una muestra de lo distrado de nuestro espritu es esa costumbre de considerar que todo es normal, natural, que se nos debe en cierto modo! Recibes de Dios un regalo inesperado y prodigioso, te beneficias plenamente de l, experimentas una alegra profunda, pero no te ests dando ni cuenta: tiene que venir otro que te lo haga palpar. En otras palabras, una breve frase del Evangelio, se cumpla en mi vida, sin dar voces: Buscad primero el Reino de Dios y su justicia y el resto se os dar por aadidura (Mt. 6,33). Yo haba buscado la oracin y por aadidura reciba la salud. No, estoy exagerando, no es que hubiera buscado tanto la oracin; haba aceptado recibirla y me haba sido devuelta. Y, con ella, se me devolva por aadidura lo que no esperaba. Confieso que esta sencilla constatacin me trastorn un poco. Tambin de este modo, es como descubres hasta qu punto Dios es fiel. Yo sent como una oleada de ternura y de gratuidad sorprendida que me suban al corazn. Dios es fiel hasta ese extremo. Entonces, por qu temer, de qu preocuparse por lo que vendr, si las cosas van as? Volv a casa, pues, alegre, ligero. Haba rejuvenecido de algn modo. Me alimentaba con mi pan cotidiano de oracin. Claro, ya no era cuestin de cuatro horas, por supuesto: raros son aquellos que tienen o pueden permitirse el lujo de ese tiempo en la vida diaria. No, slo una hora al dia, luego, con las ocupaciones que se me amontonaban, media hora. Pero la cosa se mantena. Notaba que se mantena en m casi sin m. Guardaba ese gusto por la oracin. La experiencia vivida dejaba huellas, el deseo que segua llevndome, me recordaba como por instinto, la cita diaria. No me costaba mucho, el esfuerzo no era muy grande: permaneciendo en la misma direccin, esfuerzo y deseo se emparejaban por la misma pendiente. Al mismo tiempo, saba de la fragilidad de todo esto. Sin embargo, no me preocupaba demasiado, pues mi punto de apoyo era estable y traa, sin cesar, a mi memoria que Dios era fiel. Lo constataba con alegra a travs de esas cosillas sin importancia que son como gestos cmplices, gestos que poda discernir por una nueva posibilidad de estar atento a las cosas: mira, hoy que no contaba con poder sacar tiempo para esto o lo otro, me viene regalado, imprevisto. Y siempre con esa impresin de la autopista sin peaje, por donde tu velocidad de crucero se mantiene sin gran esfuerzo, llevada por su propio impulso: basta con que te pegues a la carretera sin frenazos, sin acelerar bruscamente y con el volante ligero, para que la belleza del paisaje venga a romper la monotona, renueve la atencin y suscite el inters y la alegra. Dios era fiel ms all de toda esperanza, con esa delicadeza y esa liberalidad la constante aadidura que constituyen su forma de ser. Ah! y no creas que cada da estaba inmerso en transportes sublimes o en favores msticos. Ni mucho menos! Al contrario, muy a menudo tena que mantenerme, durar el tiempo previsto, en medio de distracciones, y con esas ganas de hacer otra cosa que a veces se apoderan de ti... En lo esencial, la fidelidad de Dios sostena y aseguraba la ma. La parte que me incumba, mi esfuerzo, consista simplemente en mantenerme, en no escaparme. Y la cantidad de aadiduras que descubra en los recodos del camino, me alentaban, me incitaban, me daban de

nuevo el deseo de proseguir. A travs del deseo regalado, reciba la oracin. Abra la mano y me la encontraba llena, abra el corazn y se me colmaba. Ofreca un poco de tiempo y tomaba consistencia. Una presencia invada mi vida y la cambiaba poco a poco, suscitando primero el deseo para luego generar la adhesin ntima. Lo dems vena por aadidura. No le des ms vueltas: slo hay un secreto, una explicacin para todo esto: que Dios es fiel, fiel de verdad, y todo lo dems es consecuencia, se cae de su propio peso. 6. Un paso en falso. Quieres saber lo que ocurri al cabo de seis meses? Todo haba empezado bien, todo pareca ir sobre ruedas; era buena seal. Pues bien! a pesar de todo, antes del reto de los seis meses, todo se haba venido abajo, una vez ms. La razn es bien sencilla: all por las cercanas de la cuaresma, me cay en suerte un trabajo suplementario, un trabajo acaparador, urgente, que realmente reclamaba todo mi tiempo. Y me dije a m mismo: Qu pena! pero ya no tengo tiempo, la media hora que consagraba a la oracin, la necesito ahora para este trabajo; ya veremos ms adelante.... Y era cierto que no tena un minuto que perder, que no poda distraerme del trabajo emprendido. No me sobraba, realmente, ni un segundo. Esa sobrecarga dur todo el tiempo de la cuaresma. Pero cuando lleg la Pascua, y tuve algo ms de tiempo libre, ya no volv a la oracin diaria. El encanto se haba roto. A decir verdad no es que lo hubiese abandonado del todo, pues no volv a la situacin anterior, de ausencia de oracin. De vez en cuando todava tena ocasin de rezar y la aprovechaba gustoso; el deseo an segua vivo en m, pero el impulso que lo sustentaba ya no era lo bastante fuerte, la pendiente perda poco a poco declive, y una vieja pereza ma, una antigua inercia, frenaba de nuevo toda reactivacin. Cuando las cosas van as, se degradan rpidamente. Yo he visto desplomarse, de ese modo, algunas casas viejas, en un pueblecito casi abandonado. La cosa empieza por una teja rota, o que se ha cado; el agujero se va haciendo ms grande, el maderamen se pudre y se hunde. Al poco tiempo la lluvia penetra y arranca las piedras, la helada va aflojando las junturas y las resquebraja y, un buen da, toda la pared se viene abajo y fue grande su ruina (Mt. 7,27). Qu haba ocurrido? Mis bellas teoras sobre la fidelidad de Dios, eran ilusorias? Era todo demasiado bonito como para ser verdad, o al menos duradero? Vaya consuelo, despus de haber vislumbrado una esperanza, haberse mantenido menos de seis meses. Era imposible de conseguir otra cosa? Voy a decirte lo que ocurri; hoy lo veo ms claro y comprendo mejor de qu modo ca en la trampa. La fidelidad de Dios es inquebrantable; la de Dios, estoy diciendo. Nunca la agotars ni ella se cansar. Pero tambin tienes t que agarrarte, que aferrarte a esa fidelidad de Dios, tienes que seguir confiando en ella, exclusivamente. Sjn embargo, la tentacin, sutil, encubierta, engaosa, consiste en ir recuperando la confianza contigo mismo y, poco a poco, volver a coger las riendas de tu vida, llevando t mismo el timn. As, sin darte cuenta, pasas de una fidelidad a otra: de la fidelidad de Dios que no falla, a tu propia

fidelidad, que falla. No te extrae, pues, que todo se derrumbe. Dios no te ha soltado, su fidelidad no te ha faltado: eres t quien lo dejas, t quien no acudes, porque has trocado el punto de apoyo de la fidelidad de Dios, que haba conseguido alzar tu pesantez, por el punto de apoyo falaz de la confianza en ti. El razonamiento, quiz por un lado inconsciente, avanza con una lgica implacable, partiendo de ese ligero rodeo tuyo de donde procede todo lo dems. A m, se me vena encima una sobredosis de trabajo; si me hubiese aferrado a la fidelidad de Dios, habra dicho: yo no s cmo voy a poder salir del paso, pero para ti, Seor, no debe ser muy difcil: t sabrs cmo resolverlo. Pero no lo dije, dije lo contrario. Removiendo secretas complicidades, que ya se haban puesto manos a la obra, decid que tena demasiado trabajo, que no poda rezar por falta de tiempo. (Por ejemplo, ya haba reducido a media hora el tiempo de oracin, estimando que con eso bastaba). Qu poda hacer la fidelidad de Dios en esas circunstancias? Ya no me apoyaba en ella: yo llevaba mi barca, trazaba mis proyectos, me haca mis cuentas y mis clculos. Y me salan exactos, humanamente irrefutables. Todo el mundo sabe que el da slo tiene veinticuatro horas, y que hay que invertir algunas en comer y dormir. Perfectamente lgico, como vers, pero con ese tipo de lgica que asesina y hace estragos, dejando tras de s ruinas y muerte nada ms. Gracias a Dios, nunca me abandon el deseo de la oracin. De momento, eso no bastaba para hacerme entrar de nuevo en ella, pero yo estaba esperando la ocasin favorable, incluso la estaba deseando, incapaz, como era, por otro lado, de anticiparme a la gracia que esperaba de otro retiro. Mi opcin fue as de fcil: eleg un retiro lo bastante largo como para estar seguro de poder consagrar, de nuevo, cuatro horas diarias a la oracin. Deseaba de buena gana ese retiro, y ya no senta el pequeo recelo del ao pasado. Entr en l como un barco que llega al puerto: con las preocupaciones y dificultades de la travesa terminadas, con los riesgos permanentes de avera y el miedo al naufragio olvidados. Pero no vayas a creerte, por eso, que en ese barco, por fin amarrado al muelle, haba sido yo el piloto que lo guiara en medio de la tormenta manteniendo el rumbo contra vientos y mareas. No; me senta como un pasajero, incompetente para maniobrar, incapaz de hacerse cargo de nada, apenas apto para dejarse guiar. Me haban llevado al puerto donde el deseo de oracin recobraba su eficacia, reconstrua en m lo derribado durante los meses en que escase la oracin. De nuevo, la oracin asidua gracia que reciba como la primera vez lo tambaleaba todo, volva a encarrilar mi vida. Otra vez se operaba ese descentramiento en el que Dios se hace cargo de ti, y te acoge y te reconstruye, y hace que revivas. Otra vez la experiencia de recibirlo todo de El, de sentirme salvado de nuevo. Llevado por un clima fraterno muy intenso y por la calidad de la oracin de los hermanos y hermanas y, sobre todo, por el Espritu de Dios, que da forma a nuestra oracin, ya que no sabemos orar como conviene (Rm. 8,26), pronto te das cuenta de que rezas ms de cuatro horas al da; te parece natural, lo vives sin esfuerzos. Ya que despus de todo, no tienes otra cosa que hacer durante esos ocho das, por qu no responder a esa llamada que te solicita desde el fondo de ti mismo? Esa es la parte que a ti te toca, algn pequeo s alegre y sencillo, y luego, lo dems se te da por aadidura. Aquel ao la cosa fue un poco mejor, y dur algo ms. Sin embargo no consegu acabar con el broche de oro. Antes de las vacaciones, ya lo haba dejado todo una vez ms; las vacaciones rara vez constituyen un perodo de reanudacin espiritual al menos esa es mi experiencia. Todo lo ms se consigue mantener la velocidad de crucero alcanzada en otra ocasin, pero la disposicin de nimo que uno cultiva en vacaciones, no se presta a demasiados impulsos. Durante ese perodo, no rec prcticamente nada. Haba que empezar de nuevo, haba que reactivar la mquina. El tercer retiro consagrado a la

oracin, me permiti por fin, mantenerme todo el ao, o ms bien se me dio la posibilidad de mantenerme todo el ao, y de que el deseo, da tras da, me arrastrase por su pendiente. 7. Nada como la experiencia. Tres retiros, algo ms de dos aos... ese es el precio que he tenido que pagar para que la oracin vuelva a mi vida. Entindeme, exagero diciendo que soy yo quien ha pagado ese precio; ya habrs podido darte cuenta, a lo largo de este relato, de que no he tenido que hacer esfuerzo alguno. Todo me ha sido dado, incluido, para empezar, el deseo de volver a la oracin. Acurdate del pequeo s nfimo y minsculo, por donde todo empez a tambalearse para m. Desde el momento en que has abierto este libro, es seguramente, porque de algn modo te sientes llamado a orar, y hasta ahora tus esfuerzos no han tenido mucho xito, o que para ti rezar cuenta, y no consigues encontrar tiempo para ello. Perdona mi pretensin al darte algn consejo... Se trata ms bien de una reflexin sobre esta experiencia que he conocido y que deseo compartir contigo. No creas que vas a conseguir rezar sin pagar un precio t tambin; pero habrs comprendido lo que quiero decir o ms bien lo que el Seor quiere decir con eso de pagar un precio. T tambin tendrs que pronunciar algn que otro s nfimo y minsculo: es la parte que te toca, como lo fue la ma. Pero ten cuidado, ah es donde todo puede empezar a brotar, o a secarse. Me parece que lo de menos es que hayas conocido, o no, un perodo de tu vida en el que la oracin estuviese presente en ti. Si lo has conocido, te pones en camino con una pequea ventaja, pues ya distingues las inmediaciones del pas que vas a explorar y donde, en un momento dado, degustaste alguna que otra alegra. Si no lo conoces, lo irs descubriendo poco a poco, fascinado. Primero, toma conciencia de una conviccin previa: si deseas rezar, es porque Dios ha depositado ese deseo en tu corazn, no es que lo hayas encontrado t solito. Es l quien desea la oracin para ti antes que nadie. Esta conviccin te sita, de entrada, en tierra firme: t siempre podrs oscilar, dudar, echarte para atrs, dejarlo para ms adelante... pero Dios nunca dejar de desear la oracin para ti. A cada paso que des, encontrars a Dios dispuesto a darte todo lo necesario para que llegues a la oracin, y en primer lugar, afianzar tu deseo. A continuacin, tendrs que aceptar que esto lleva su tiempo. A veces, ocurre que me cuesta dormirme por la noche y permanezco horas despierto. Haba pedido al mdico que me diese un sedante suave para dormir con ms facilidad en las noches de insomnio, pero l me respondi: Ms vale que le d algo para tomar peridicamente durante algn tiempo, as se restaurar la funcin del sueo de forma natural. Y tena razn. Ir pastillita a pastillita, resulta mucho menos eficaz, mientras que una cura algo prolongada, da mejores resultados. Creo que esta terapia salvando las distancias puede aplicarse a restaurar la funcin de la oracin. Se impone hacer una cura. Ya has visto que en mi caso hice la cura a travs de los retiros que me permitieron recobrar la oracin. Qu puede ocurrir en tu caso? Sacdete la quimera de que podrs conseguirlo pastillita a pastillita a ratos sacados de aqu y de all. Sigue el consejo del mdico: haz una cura de oracin que sea suficiente como para restaurar su funcin y devolverle toda su eficacia (sobrenatural). En mi opinin, ese es el precio que tienes que pagar. Organzate, dispn tu vida, zanja lo que deba ser zanjado para tomarte el tiempo de hacer una cura de oracin. Me entiendes perfectamente: tmate el tiempo. No te lo van a traer en bandeja. Que es difcil? Claro. Que los obstculos se te amontonan? Cmo no! No lo ves posible? Lo contrario me hubiera asombrado. Tus responsabilidades te lo impiden? Evidentemente. Ahora que ves la cosa de cerca, tienes menos ganas? No me dices nada nuevo. Tienes miedo? Es lo ms normal. Te pondrn muchas cosas que obstaculizarn tu camino, para que tu decisin acabe en el

fracaso. No te preocupes por eso: lo raro sera lo contrario. Permanece en plan cabezota y afrrate humildemente. Entonces, tienes que hacer dos cosas que, adems, estn a tu alcance. La primera consiste en dejar crecer en ti el deseo de oracin hasta que se convierta en el grito de tu corazn. No tengas miedo: es el Seor quien te lo acrecienta. No va a ser afanndote como conseguirs aadir un codo a la medida de tu deseo (Mt. 6,27). Sencillamente cuando te sientas habitado por l. Y basta con que lo pidas para recibirlo: Dios, que es fiel, te lo dar. afanndote como conseguirs aadir un codo a la medida de tu deseo (Mt. 6,27). Sencillamente tienes que decir s cuando te sientas habitado por l. Y basta con que lo pidas para recibirlo: Dios, que es fiel, te lo dar. Luego, tienes que dejarlo todo en manos de Dios para que El allane tus dificultades. Si Dios lo quiere para ti y tienes que creerlo, ya te preparar el camino, como lo hizo para m. Ese camino, posiblemente sea distinto del que esperabas; eso es buena seal, ya que mis pensamientos no son vuestros pensamientos y mis caminos no son los vuestros; dice el Seor (Is. 55,8). Estte. atento para captar las ocasiones, y disponible. No vayas a preocuparte porque te asalten inmediatamente un cmulo de objeciones; vas a tener muchas e impresionantes, pero no te dejes impresionar. Prosigue en la confianza que se te ha dado, y no quieras saber nada ms. No dejes que se menge tu certeza: ah est el combate que tienes que llevar, ah y en ninguna otra parte. Sobre todo, nunca creas que vas a conseguir algo a fuerza de voluntad o de astucia: lo ms seguro es que acabes por los suelos. Confiaste la barca a Otro, no?; dejaste el timn en sus manos y creste en l. Si vuelves a coger el mando no podrs evitar los arrecifes, ni los bancos de arena, donde acabars estrellndote. Acurdate de que todo se vino abajo para m el da que me empe en controlarlo todo. Quiz no puedas evitar un paso en falso, una regresin. Pues vuelves a empezar otra vez, a fondo, con confianza; a fin de cuentas, no pasa nada. S paciente. En tu vida se mantendr lo que hayas recibido, no lo que hayas hecho por ti mismo. Semejante confianza, exige un poco de humildad. La mosca del cuento (1) crea que los caballos iban a llegar hasta arriba de la cuesta, gracias a sus esfuerzos. Muchas veces te creers que eres esa mosca, y no te dars ni cuenta; creers que has progresado con tus propias fuerzas, o a base de voluntad y as es como al final se cae rodando. Levntate y rete con un poco de humor de tu vanidad; sobre todo no te tomes muy en serio, ni vayas a indignarte por eso. No, de verdad, rete, de ti mismo y vuelve a empezar. Cuando el cura de Ars cometa una pequea infidelidad, le deca al Seor, con ese humor rebosante de salud: Ay Seor! Acabo de jugarte una pasada de las mas otra vez!. Es una frase estupenda, te la recomiendo. Pone muchas cosas en su lugar y no las agranda. Creme, las cadas y los fracasos son el mejor aprendizaje de la humildad. Te desvelan poco a poco la verdad con respecto a ti mismo (t, como yo, somos pobres, dbiles y pecadores), y te ensean a desconfiar de tu propia fuerza, esa caa rota que traspasa la mano del que se apoya en ella (Is. 36,6). Dirs que ya sabes que eres dbil, pero no hay nada como experimentarlo, as, poco a poco, aprendes a apoyarte tan slo en el Seor, porque en la debilidad es donde se manifiesta su poder (II Co. 12,19). Y ya se te dar todo lo que necesites; recibirs en la medida en que esperes recibir, como dijo Teresa de Lisieux. Buen viaje. (1) El carruaje y la mosca, fbula de la Fontaine (N. del T.)

II RECOBRA EL CAMINO DE TU CORAZONEl sendero se adentraba por los bosques, acogedor, ntimo, sombreado. Generaciones enteras de hombres haban trazado el camino con las huellas de sus pasos y, a fuerza de haberlo pisado, dej de crecer la vegetacin. Me gustan esos caminitos. Andaba muy a gusto por all, como uno de tantos, que un da tambin lo recorrieron. A travs de la hojarasca, los rayos del sol moteaban las cosas de luz y de sombra. Las ramas parecan separarse por iniciativa propia para abrirte camino, y se volvan a juntar por encima de ti, como cuna protectora, como boquete viviente que te acompaa y te lleva. El camino est trazado: te llevar donde no pensabas ir; no tienes ms que seguirlo. Yo caminaba de ese modo; curiosamente, los dems senderos que se entrecruzaban con ste, o se ramificaban, tenan como un aspecto distinto; eran de otra ndole. Resultaba imposible equivocarse. As, me iba adentrando en el bosque. De pronto, una rama me singl en la cara, luego un bejuco, una zarza se me enrollaba al tobillo; y otra rama. A cada paso, la vegetacin iba ganando terreno, reconquistaba el sendero trillado, mi bonito sendero... Tuve que capitular: ramas, helechos, bejucos y zarzas se interponan, se oponan al paso del intruso. El sendero se perda invadido por la vegetacin. Hubiera tenido que abrirme paso otra vez con un machete o una podadera, o hasta con hacha en mano. Slo las pisadas constantes de los hombres, mantienen un sendero, hacen que permanezca abierto. Una vez se desvanece, asimilado por el medio, har falta un trabajo extenuante para abrirlo de nuevo, y si no lo aplanan incesantes pisadas, se volver a borrar con la misma rapidez. El camino de mi corazn era ese sendero y se cerraba muy aprisa, desalentando mis esfuerzos. Se me brindaban caminos ms amplios, ms acogedores, ms cmodos para mis pasos, ms distrados. El camino de mi corazn se haba llenado de maleza, estaba borrado, ya no me acordaba del recorrido. Tena que abrirme paso otra vez. Gracias a Dios, cada paso que daba adelante, haca resurgir en m, recuerdos ocultos, evocaba esa presencia hacia la que caminaba. Ms all de mis olvidos, me volva el camino a la memoria. Hubo un tiempo, hace mucho, en que ese camino estuvo abierto: un tiempo lejano. Al querer evocar los recuerdos de aquella primera etapa, temo mezclarla con sta, as que me contentar con relatar cmo se volvi a fraguar en m el sendero olvidado. En tu vida ese camino de tu corazn, es algo que haya que reconocer que recobrar desde el fondo del olvido o se descubre por primera vez? Quiz no te hayas aventurado nunca por l, o apenas, o muy poco en todo caso, como para poder reconocerlo. No te preocupes, para descubrir o reconocer, hay que dar los mismos pasos, y ya reconocers a medida que vayas descubriendo. Slo hace falta un poco de tiempo: los signos son tenues y apenas se vislumbran. Para marcar ese camino y que no se te borre ms, tendrs que recorrerlo mucho para que tus pisadas se impriman y aventajen al vigor de la vegetacin, que har lo posible por borrarlo. Hay muchas cosas que quisiera decir. Y tendra que decirlas todas juntas. Es imposible hacer una sntesis, as que avanzaremos humildemente, despejando cada paso en su momento, rama a rama, bejuco tras bejuco, zarza tras zarza.

1. Escucha el silencio. Aqu estamos, a punto de ponernos manos a la obra. Por qu zarza empezaremos? Por qu rama? Dejemos zarzas y ramas Sintate un momento Escucha Escucha el silencio Sumrgete en el silencio Acgelo, goza del silencio. En este rincn de bosque, los ruidos de la vida y del mundo te llegan mitigados, lejanos. No rompen el silencio, le confieren su propio peso. Ni el viento en las ramas, ni el canto de los pjaros rompen el silencio; ms bien lo habitan y hacen que lo degustemos. Degusta el silencio. El camino de tu corazn se asusta con los ruidos de los hombres, se esconde de sus palabreras. Hoy da, en el silencio de los bosques, la gente va con el transistor pegado al odo. Y no para escucharlo, sino para ambientarse, por el simple ruido, a modo de droga, para exorcizar el silencio, pues a veces el silencio oprime y da miedo. El silencio te deja a solas contigo mismo: ardua compaa... te lo digo yo. Antes de la experiencia que te he contado, un fondo musical o de palabras acompaaba siempre mi vida. Apenas lo escuchaba, pero me haba acostumbrado a l de forma mecnica, como el fumador empedernido que ya no se da ni cuenta de que est encendiendo otro cigarrillo. As amueblaba el silencio, con ruido, con cualquier cosa, con buena msica o con la radio. Un ruido que tranquilizase, una especie de presencia frente a m, a mi lado. Para recobrar el camino de mi corazn, he tenido que conquistar de nuevo el silencio y cerrar el transistor. Me lo haba llevado al primer retiro (luego ya ni lo meta en la maleta), pero slo era para escuchar las noticias. Adems, casi nunca estaba en mi habitacin; me gustaba pasearme despacio por el parque, rodeado de rboles y de trinos o bien sentarme en un banco, al frescor del aire, bajo el cielo otoal. Una cura de naturaleza y de silencio. Muchas de las horas de esta oracin recobrada, transcurrieron de ese modo. Entonces estbamos en silencio todo el da, tanto en las comidas como en el tiempo libre. Bendito silencio que te envuelve y, poco a poco, te apacigua, te relaja, te libera. Bendito silencio el de los retiros prolongados! A veces, puede resultar inaguantable, en los primeros das, si no ests acostumbrado. Te pica la lengua, sera tan cmodo, tan tranquilizador, tan beneficioso, entregarse un ratito a intercambiar con otro ideas sobre temas espirituales... es una forma como otra de huir del silencio. Considrate afortunado si el hermano o la hermana a quienes te diriges te hacen chitn con el dedo en los labios y una amable sonrisa. Contn las palabras que habas preparado, tu intil palabrera, que probablemente considerases en ese momento como algo necesario, insustituible, vital y algrate por ese silencio, por ese regalo de silencio que tu hermano o tu hermana han renovado para ti. Qudate con tu silencio. El silencio de ese parque me fue de una ayuda preciosa. Esa especie de retorno a la naturaleza, benefici al ciudadano que estoy hecho. Contribuy a reeducar en mi ser, el gusto por el silencio. Ah fue donde el camino de mi corazn empez a abrirse de nuevo para m. Llegado a este punto, el silencio que te rodea, empieza a parecerte una baha de paz. Si antes huas de l, ahora te pones a buscarlo. Te sientes revivir, como si el ruido te hubiese asfixiado hasta

ese momento, y el silencio, a modo de respiracin profunda, te renovase y purificase. Ocurre, sin embargo, que algunos das y, sobre todo, algunas noches, el silencio empieza a pesar. Recuerdo las noches de invierno en la montaa. La nieve mitigaba, todava ms, los tenues ruidos de las cosas. Se oa de verdad el silencio, como si el odo despierto lo solicitase de modo especial. Adquira un espesor y un peso inslitos, como la rama de abeto cargada de nieve que deja de responder a la llamada de la brisa, a menos que no se sacuda la helada capa que la paraliza. Toda palabra parece indiscreta en ese momento, casi profanadora, hace el efecto de una pesada cortina que uno levanta con mirada curiosa y que de pronto se desploma. Toda palabra pierde su resonancia y se mitiga en el silencio que se apodera de personas y cosas. Silencio opresor a veces, en el que una nota de angustia te va subiendo al comps de los latidos del corazn. Acgela de buen talante: es el recuerdo de una soledad que hace tiempo no soportabas. Esboza una sonrisa, porque ese silencio, si te abres a l, vers como est preado de una presencia que, poco a poco, se te revela y viene a habitar en ti. Pero a condicin de que tu corazn est en paz. Si, por el contrario, notas que el nerviosismo te vence en un silencio demasiado fuerte, no te empees en prolongarlo, no sirve de nada ponerse tenso. Ve a hablar con alguien a quien no molestes, no perturbes el silencio de ningn hermano, que ya habr alguien a tu disposicin para escucharte. Y luego, tan pronto te hayas tranquilizado, apaciguado, vuelve al silencio. Del mismo modo que tus pulmones aspiran a tener aire puro, as tu corazn desea ese silencio; deja crecer en ti ese deseo, djalo imponerse como una necesidad. Cultvalo; se te ha dado, es condicin del encuentro, preludio obligado a la oracin, y sientes cmo crece en ti. 2. Haz silencio. El camino de mi corazn. El ruido exterior me haba desviado de l, esa especie de falsa presencia que acaba hacindose tan familiar. Tuve que recobrar el silencio de personas y cosas pero, realmente, no basta el silencio exterior; es slo un primer paso. El verdadero silencio es interior y mucho ms trabajoso de conquistar. La imaginacin, esparcida a los cuatro vientos de la fantasa y de la insignificancia, se acostumbra a alzar el vuelo con nada que la llamen, a la mnima solicitacin. Vagabundea a cada paso, sin venir a cuento, encadenando una cosa con otra de la manera ms extraa e inesperada. Cuando necesito recurrir a ella, mi imaginacin se manifiesta bastante pobre, estril, de una lentitud desesperante. Pero en el momento de la oracin, se toma la revancha con una fecundidad insospechada. Se me desencadena un verdadero guirigay, una pelcula acelerada, como en esos antiguos cortos de cine mudo que ponen a veces, imgenes de un mundo que va corriendo a toda prisa, insaciable, alocado, caricaturesco. En ese momento, pienso en todo, en cualquier cosa, infinidad de temas prorrumpen en mi mente, los problemas pendientes reclaman solucin, la curiosidad se abre paso picoteando de aqu y de all, cultivando el problema del movimiento indefinido, saltando de oca a oca y tirando porque le toca, echndose a volar, dando vueltas, mariposeando entre la prisa y la urgencia, entre lo esencial y lo fundamental. En fin, una cuestin de vida o muerte, ni ms ni menos. La danza alucinante del paisaje y de la carretera, al volante de un coche de Frmula Uno disparado a toda velocidad... En seguida me desalentaba. Para qu empearse cuando la imaginacin se desboca, as, si no se consigue nada? La llaman la loca de la casa, pero desengate, no est loca; ni muchsimo menos. Simplemente est en tus redes, animada por tus abandonos, fortificada con tus insignificancias; est acentuando la inclinacin de tus capitulaciones. En ese sentido te ofrece una

imagen de ti mismo bastante acertada: la de la dispersin, la de la superficialidad. No es tu imaginacin la que se extrava, se desmenuza y te hace difcil la tarea; no, es tu mismo ser quien huye y se dispersa, y la imaginacin le sigue el rastro por el camino de la facilidad, que no lleva a ninguna parte. No conseguirs dominar tu imaginacin a menos que no empieces por recomponer tu ser, por existir verdaderamente. Antes me gustaba sumergir mi oracin en la naturaleza, en medio de los rboles y de los pjaros. Esto me suma ahora me doy cuenta en una suave euforia, apacible, con olor a sinfona pastoral. Pero a modo de oracin, lo que haca era disfrutar de los placeres buclicos. Claro que la naturaleza revelaba un poco del rostro de su Creador!, pero los rboles, las ramas y las flores me sugeran, sobre todo, formas curiosas, evocadoras de cualquier imagen, mientras que los pjaros atraan mi mirada con su vuelo o su presencia insospechada, y mecan mis odos con sus trinos. En todo esto, qu quedaba de oracin? Cierto tiempo como dije en el que no me ocupaba de nada ms. Pero, era suficiente? T, en cambio cuando vayas a orar, entra en tu aposento ms retirado y, despus de cerrar la puerta, ora a tu Padre que est all, en lo secreto (Mt. 6, 6). El aposento ms retirado tiene algunas ventajas. Claro que es discreto, est escondido y se resiste a la vanagloria halagadora de nuestra vanidad. nicamente el Padre est ah, en lo escondido, contigo. Es el nico en saberlo. Ese aposento tampoco es un alimento privilegiado para la imaginacin, que digamos. Despojado, algo oscuro, se presta al recogimiento y favorece el silencio interior. Pronto se te hace familiar la forma en que est dispuesto, y all te distraes menos que en cualquier otra parte. En lo que a m respecta, he acabado por apaarme un rinconcito para la oracin, despojado, funcional... basta con un crucifijo o con una imagen que te digan algo, para orientar tu mirada cuando se extrave. Casi siempre rezo all, al menos para la oracin que se me brinda cada da. Poco a poco, el lugar mismo te introduce en la oracin y crea un alma; cuando te retiras all, se produce en ti como un sosiego, cierto silencio interior, que puede hacer ms breve el momento de la iniciacin. Cuando entras en el aposento ms retirado, entras en el camino de tu corazn, pues es como la parte interior de ti mismo, donde la presencia del Padre, ms ntima que tu propio corazn, se rene contigo. All, Dios y t vivs el silencio que precede al encuentro. Por eso vas a estar inmunizado contra las distracciones, contra ese caleidoscopio de pensamientos y preocupaciones que a veces te invade? El aposento ms retirado favorece el silencio interior, pero no es suficiente para garantizarlo. A decir verdad, el silencio interior siempre ser frgil. Que te sobrevenga una preocupacin algo impetuosa, que en el sereno cielo de tu recogimiento se perfile cualquier engorro, y ya ests empezando a evadirte: trazas planes, buscas soluciones, preparas una defensa, argumentas... Aquello que constituye tu vida diaria empieza a invadirte, no como alimento, sino como obstculo en tu oracin. Es el squito familiar de las distracciones en la oracin. Cosa trivial, pero impresionante a veces, por el vigor de la huella que te queda en el alma y que desafa los esfuerzos que haces a favor del silencio. No te preocupes ms de lo necesario porque, si lo haces, ests aadiendo otra preocupacin suplementaria arriesgando todava ms el recogimiento y el silencio. Con calma y suavidad, retorna a tu oracin. Sin reproches: Perdname Seor, ya he vuelto a evadirme. Eso es todo. Y es suficiente. Retorna una vez y dos y cien si hace falta. Y no aceptes el desaliento; no digas: Nunca lo conseguir!. Es verdad que t no lo conseguirs nunca, pero eso

nadie te lo va a reprochar, ni te va a pedir siquiera que no te distraigas y, menos que nadie, el Padre que est ah, en lo ntimo de t mismo, en lo secreto. Retorna, con eso b,asta no hace falta ms. No hay que esperar nada ms. Ah est tu fidelidad: retorna cada vez que te extraves en tus pensamientos. Como un perrito alocado, pero fiel, que siempre vuelve a los pies de su dueo y acaba enternecindolo con la mirada. No te canses de volver una y otra vez. Tu Padre no se cansar de acogerte. Sabe cmo ests hecho, y no se asusta. Le gusta tu empeo en volver a El, lo toma como un hermoso homenaie. como un signo de amor, humilde y sonriente, realista. Slo El tiene fidelidades sin fallos; t, como todo hombre, tienes nicamente fidelidades que te llevan a volver a empezar. S fiel de esa manera. Me apuesto a que, una vez u otra, tu Padre que est en lo secreto, te har el regalo de un momento de silencio interior. Entonces, sosegado y concentrado, pero nunca tenso, probars esa alegra de sentirte enteramente recogido, en paz, unificado en un slo propsito en un nico pensamiento, con una nica atencin que nada, o casi nada vendr a perturbar. Y si la distraccin te acomete por un momento, se queda en la superficie y no llega hasta el fondo de tu corazn; te bastar muy poco para volver a esta nica necesidad, a esta mejor parte que se te brinda. No vayas a creer por eso, que en adelante ya te has establecido en un silencio que nada volver a perturbar, o que tu imaginacin se ha disciplinado definitivamente y ya eres dueo de ella. No, el don que se te hace es frgil, tienes que llevarlo con temor y temblor para que no se rompa el encanto. Tampoco vayas a imaginarte que lo has conseguido, que has llegado t solito a acallar sueos e imaginaciones. T no has hecho ms que prestar tu ser, el meollo de tu ser, para que Otro acte; es El quien ha pacificado tu espritu casi sin intervencin tuya. Si lo recibes verdaderamente como un regalo frgil, podr fructificar poco a poco. La parte que a ti te toca, es evitar las preocupaciones invasoras o insignificantes, es reanudar una y otra vez el camino de tu corazn. Una y otra vez, es decir, no slo cuando has decidido que vas a rezar, sino varias veces al da. Una y otra vez, lo ms a menudo posible. Te bastar con una mirada interior que sea atenta, con un instante. As te familiarizars con el camino de tu corazn. No hace falta mucho esfuerzo para penetrar en l, lejos de las cosas y del ruido. Y cuanto ms te sumerjas en el corazn de ti mismo, ms se afianzar tambin el silencio, y acabars cogindole gusto. No por el silencio en s mismo, sino porque te hace degustar de cerca la presencia del Padre en lo ms ntimo, en lo secreto, en el silencio que te ha dado y donde El habita. Pasars (quiz) por pocas de silencio fcil, o por otras muy largas a veces, en que la lucha parecer no tener fin. Y qu? El silencio interior es un don gratuito, no puedes exigirlo como algo que se te debe, ni quejarte si te ves privado de l. Confrmate buscndolo sin cesar, porque el Padre no se cansa de estar presente en lo ntimo de tu ser, en tus races profundas. Lo dems, en el fondo, ya no importa. 3. El vaco de mi corazn. El camino de mi corazn. He tenido que recobrarlo tambin en lo ntimo de m mismo. En esa profundidad interior que tan a menudo ignoramos. Has probado a vivir alguna vez, desde fuera de ti mismo? Casi sin races, como esas hierbas que brotan en la roca porque han encontrado un pellizco de tierra donde agarrarse pero que, si das un ligero tirn, te lo llevas todo, planta y tierra. Y la roca se queda lisa, sin una sola cicatriz, una vida en la superficie de las cosas, precaria. En mi vida no pasaba nada. Pasaban cosas, pero no dejaban casi seal, como la hierba en la

oquedad de la roca. Las personas tambin pasaban, pero sin entrar, sin empujar la puerta; pasaban por mi lado como sombras fugitivas que no dejan huella, y mucho menos cicatriz. Y es que en m no haba heridas confesadas: me haba hecho invulnerable. Ni yo mismo entraba ya, o bien poco. Viva desde el exterior, evitando hbilmente lo que pudiera herirme. Pasaban los das, y los meses, y los aos, en la monotona. Alguna marca me quedaba, pues no puedes evitar las arrugas del tiempo, pero yo no cambiaba. Viva en la superficie, invunerable. Y sin una coraza, no se puede ser invunerable; coraza de indiferencia, de insensibilidad, de precauciones frioleras; coraza que en poco tiempo acaba por cobijar tan slo un corazn vaco. Tu interior se vuelve ajeno a ti, ya no te reconoces, te sientes incmodo, ya no te aventuras a explorarte. Te has convertido en una cscara vaca, a imagen de esos viejos sauces a orillas de los arroyos, que implantan su copa sarmentosa y cabelluda en un tronco hueco; s, una envoltura en lo vaco, en un corazn vaco. Y no estoy hablando slo de un corazn insensible. Poco a poco, se va convirtiendo en una ausencia de corazn, en un vaco en el lugar que ocupaba el corazn. Ten cuidado. Existen muchas maneras de vivir as, en lo exterior de uno mismo. En m ocurri como te lo acabo de decir. En otros, la experiencia ser diferente, pero el resultado quiz sea el mismo. En lugar de la invulnerabilidad, puede que cultives al prjimo como una coartada. Entonces se convierte para ti en una cosa, en un valedor que utilizas, del que te ests sirviendo. Como de algn modo sientes ese vaco en tu interior, intentas colmarlo. O ms exactamente llenarlo, pues nunca podrs colmarlo. Los dems son pues, material de relleno; los absorbes, los persigues con asiduidades embarazosas a las que das el nombre de altruismo, generosidad, sentido y necesidad de los dems... Pero slo te sirven para llenar ese vaco en ti. En vano, porque el vaco se resiste y no se deja habitar. Entonces intentas aumentar el nmero de asideros. En vano otra vez; el vaco es siempre vaco, y el agujero se hunde cada vez ms. As que llegas al extremo de echar la culpa a los dems, primero interiormente, luego en voz alta, de no responder a tus gestos de amistad, de generosidad. Los haces responsables de tu vaco interior, como si en el fondo no te fuesen indiferentes. Slo consigues acrecentar tu soledad, cayendo en la trampa de tus coartadas, pues el otro se sustrae a la utilizacin que se intenta hacer de l, no puede resignarse a ser nicamente un objeto. No puede llenar el vaco de tu corazn, el vaco que se ha hecho en ti en el lugar de tu corazn. Evadirse en las cosas: es otra posibilidad. No en el espritu de las cosas a la manera del poeta que se une a ellas en su aparecer. Hablo de evadirse en su ms vil materialidad. Las cosas las tienes para tenerlas, apenas para usarlas; te proyectas en ellas y sustituyen en ti razones para vivir. As, vas acumulando, coleccionando, vctima consintiente y engaada por la sociedad de consumo. No es tan grande la diferencia entre un corazn vaco y el que est relleno de cosas; el signo est invertido, como en las matemticas, pero la realidad es la misma. Siempre te figuras que aquello que no posees todava, es lo nico que puede llenar tu corazn vaco. Es ilusorio; las cosas rellenan el corazn sin conseguir colmarlo. Conoces el antiguo mito de las Danaides? Haban sido condenadas por Zeus a llenar un tonel sin fondo. Tarea imposible y ridcula, condena inapelable. La nica diferencia es que t no ests condenado a eso; eres t quien se condena, pues te has convertido en ese tonel vaco y sin fondo que desesperadamente crees que vas a llenar con cosas. Crees poseerlas, pero son ellas las que te poseen y se agrupan, para cerrarte el camino de tu corazn. Slo una pizca de pobreza podra liberarte, pero eso t no lo sabes; as que, cmo te ibas a poner a desearla? Un vaco en el lugar de tu corazn. Claro, t no te das cuenta! O apenas. Tendras que entrar por un momento dentro de ti, emprender una especie de exploracin interior para tomar conciencia del

vaco que te habita. Pero todava no ha llegado el momento, esa vida en la superficie te basta; no has conocido otra, o la has olvidado, una vez transcurridas las generosidades algo alocadas de la juventud. Yo no tena demasiada sensacin de corazn vaco. Me haba hecho a la invulnerabilidad, viva en las cosas que me posean, ocupado, atareado a veces; una vida hasta satisfactoria, si mucho me apuras. Recoga beneplcitos por doquier, desechando fastidios y crticas de un manotazo. De algn modo tena miedo de volver en m, as que lo mejor era no pensar en ello todava. Y luego vino un da... En el transcurso de uno de los retiros de que te habl. Ese da habamos sido invitados a hacer un examen de conciencia; no era la primera vez. Desde luego, lo que yo conoca eran sobre todo, los exmenes de conciencia tipo iceberg, inspeccionados con anteojo marino: no se distingue ms que el trozo visible, no alcanzas las profundidades y lo que crees ver en el agua, slo es el reflejo de lo que emerge. S, yo distingua las asperezas de mi vida, lo que flotaba en la superficie de m mismo. As que un examen de conciencia. Muy anodino, muy respetuoso con los secretos recovecos. Se trataba de pedir perdn en un encuentro fraterno, por los traspis que cada uno de nosotros haba dado en su vida apostlica. Yo pensaba en lo que podra decir; desde luego, la oracin haba perforado ya mi vida, pero no hasta el extremo de que ese vaco en m se hiciese manifiesto. Deseaba expresarme con lealtad, tambin buscaba un poco la frase bonita, la frmula feliz y acertada. Uno tiene sus coqueteras... Y luego, cuando me lleg el turno, me vino sto a los labios: Seor, te pido perdn por todas las palabras hbiles que han ocultado el vaco de mi corazn. Hoy me doy cuenta de que se trataba de algo totalmente distinto a mi vida apostlica. Esa frase, ese grito invocando la misericordia, iba mucho ms lejos: ms que hablar de mi actividad, lo que revelaba era mi propio corazn. No exagerara diciendo que me lo revel a m mismo, pues a la vez que las palabras se formaban en mis labios, estaba siendo consciente con verdadero vrtigo del vaco de mi corazn. Hasta entonces, nunca se me haba manifestado tan a lo crudo. Y es que lo tena bastante bien domesticado desde siempre; ahora es cuando, de pronto, lo estaba viendo claro. No exagero hablando de vrtigo; cuando la vida te sorprende as, con un golpe que no te esperas, no tienes tiempo de prepararte, de hacerte a la idea; te agrede con brutalidad, tanto ms cuanto que en un instante hace que aparezca ante tus ojos la insignificancia, la inconsistencia de todos los rellenos con los que alimentabas las trampas en las que se apoyaba tu seguridad, es decir tu bienestar. Dolorosa incomodidad, que dura y reduce a puro vaco el sabio andamiaje de coartadas que hasta ahora te serva de esqueleto. Las ilusiones se te derrumban y te quedas a solas contigo mismo, o sea, frente a ese vaco que aparece ah donde creas tener el corazn. Ese hundimiento es saludable, pues te sita en la verdad de ti mismo y te permite despojarse de la coraza que llevas puesta con tus quimeras. Es una gracia que se te da y que tienes que acoger; quiz se pudiese llegar al mismo resultado a travs del camino normal de la reflexin y de un cuestionarse a s mismo, pero eso llevara muchos aos seguramente, mientras que all, al contrario, experimentaba esa luz repentina que se me daba y que se apoderaba de m a un nivel de profundidad al que probablemente nunca hubiera llegado con mis propias fuerzas. Esa luz es dolorosa y benfica. Desoxida las apariencias, y pone al desnudo lo que es, en la verdad. Una terrible verdad. Y si al comienzo del camino, experimentaba un vaco vertiginoso, inconsciente hasta entonces, al menos la va estara libre en adelante, o mnimamente despejada. El camino de mi corazn se abra un poco ms a m.

4. La cabeza y el corazn. El camino de tu corazn... no pasa por tu cabeza. Vaya forma de expresarse, estars pensando, seguramente. Sin embargo, no es por gusto a la paradoja, es una realidad profunda, y nada fcil de decir, pues las cosas de la cabeza se cuentan ms fcilmente que las del corazn. Suponte por un momento que Bernardo se declara a Silvia hablndole con la cabeza. La cosa podra resultar as: Silvia, he de hacerte una declaracin. El otro da reflexionando, despus de nuestro encuentro, intent analizar lo que nos habamos dicho, y parece haber en nosotros unas fuerzas profundas que nos acercan; por otra parte, nuestros deseos son similares, en todo caso, me parece que podemos conciliarlos. Constato que los momentos que pasamos juntos son positivos, y nuestra comunicacin toca lo esencial en cada uno de nosotros. E igualmente cuenta la atraccin fsica. El tipo de mujer que siempre imagin corresponde bastante adecuadamente a lo que t eres; as que puedo concluir diciendo: me parece que te amo. Es una estupidez, claro. Una declaracin de amor no se hace con la cabeza; una simple mirada, cierta actitud, una sonrisa, una pizca de alegra inexplicable, un te amo a lo tonto, dicen mucho ms y lo dicen mejor. Pierre es demasiado intelectual, deca de m hace tiempo un muchacho, ya bautizado, antes de su conversin. Y otro me solt: Te pasas la vida en discusiones, y siempre te ests interpretando. As era yo. Y para ser sincero, te dir que todava lo soy un poco. O quiz demasiado. Cuando lo que me funcionaba era la cabeza, me senta bastante a gusto, en terreno conocido, por decirlo de algn modo. En efecto, la cabeza se complace en lo abstracto, ah es donde carbura, como un motor bien engrasado. Pero carbura en lo abstracto, por definicin. Y la abstraccin es lo que queda cuando la vida se ha ido por otro lado. Hay gente as, que razona (perdn, iba a escribir que resuena, ver San Pablo I Co. 13,1) sobre las cosas de Dios. En buena medida, yo era de esa gente, y la cosa tena tanto peso en mi vida, que casi daba gato por liebre, pues me proporcionaba una sensacin de contacto con Dios. Yo hablaba de El incluso muy a menudo en tanto que sacerdote: esa era mi misin, casi mi razn de ser. Y creo que hasta deca cosas bastante buenas (ya, ni me ruboriza admitirlo), mi cabeza disertaba, y yo me dejaba atrapar. Despus de todo, el tema era Dios. Caba esperar algo mejor? Esto me recuerda ahora (entonces no era consciente de ello), el pasaje del profeta Isaas al que se refiere Jess: Este pueblo me honra con sus labios, pero su corazn est lejos de m (Is. 29,13; Mc. 7,6). La cabeza puede hablar de Dios sin que se implique el corazn. Pasar de la cabeza al corazn no significa caer en lo sentimental, que tampoco eso es oro de buena ley. Pero no se entra en oracin con la cabeza, sino con el corazn, no con lo que sabes, sino con lo que vives, no con ideas o palabras, sino con tu persona. Eres t quien ora, entonces dejas ah tus razonamientos, tus bellas ideas, tus sabias deducciones, prefiriendo el silencio a las hbiles palabras. La oracin no se mide por las palabras que digas, pues tus palabras no siempre empean lo ms profundo de ti mismo. Lo que sucede, por el contrario, es que llegan a evitar que te impliques en lo que ests diciendo, y sean como una escapatoria. Las ideas y las palabras las proyectas hacia afuera, tus labios las dicen, pero pueden impedir que el otro tenga acceso a tu intimidad, que t mismo accedas a ella. Se convierten en pantalla protectora, como esas capas de humo que ocultan el barco a la mirada del enemigo. Las palabras dan seguridad y dan tambin gato por liebre, te apartan de lo esencial, y de ese modo te hacen creer en una quimera. As tus labios pueden funcionar sin que tu corazn quede implicado. Permanece como extrao, a todo, no se siente concernido, se reserva, se preserva, se niega a entregarse. El rechazo no es explcito, quiz ni siquiera sea consciente: est camuflado por las palabras que se pierden en su propia brillantez. Pero, sin embargo, el rechazo est ah, encerrndote en un sistema defensivo no

confesado. Finalmente, tu corazn lo guardas para ti, mientras t ests creyendo que lo das. De esa manera, las palabras, tu cabeza que razona, encierran tu corazn. As estaba yo. Una vez ms, necesitaba una liberacin. Afortunadamente para m, me pusieron en guardia muchas veces, con insistencia. Y sencillamente intent no devanarme los sesos. Al principio no sabes cmo hacerlo, yo segua cultivando, a remolque de mi demonio favorito, las frases bellas y las frmulas acertadas; sin embargo, cada vez que me daba cuenta, paraba en seco: Perdname, Seor por volver a lo mismo. Abre mi corazn y apodrate de l!. De hecho, tienes que pasar de una oracin que t haces a una oracin que recibes y que se te da, una oracin en la que ya no tienes que devanarte los sesos. As que me conformaba con parar cada vez que la cabeza quera disertar. Habrs visto por televisin esas carreras de caballos al trote, con carruaje individual: hay momentos en que el caballo, abandonando el dominio adquirido en el entrenamiento, pasa bruscamente de un trote, que no le es natural, al galope, que le resulta mucho ms fcil. Entonces el jockey tira de las riendas, fuerza el cuello del animal a abandonar la posicin erguida, la modera, la lleva a ese trote tan difcil de mantener y el caballo vuelve al ritmo impuesto por la mano del hombre. Hasta la prxima vez. Es una larga e ingrata doma, que nunca ser definitiva. Pero, qu importa? Porque tampoco hay que romperse la cabeza con el pretexto de acallarla; sera peor el remedio que la enfermedad. No, tranquilzate, entre parada y sacudida, entre frenazo y arranque, vas disciplinando poco a poco tu espritu, como el jockey tiene en sus manos al caballo. Vas aprendiendo, da a da, a rezar con el corazn. Con mucho silencio y muchos silencios. Acurdate del Evangelio: no charlis mucho, como los gentiles, que se figuran que por su palabrera van a ser escuchados (Mt. 6,7). Para nosotros, charlar mucho significa machacar las cosas una y otra vez. Cuando una persona mayor pierde la memoria y se repite, se dice que es machacona; pero aqu no se refiere a eso. Lo que Jess quiere decir es que la cantidad de palabras no tiene ningn peso en la oracin. Ms an, se convierte en empresa indiscreta y charlatana que intenta influir en Dios. Empresa de fondo pagano y estril, pues confa ms en el hombre que en Dios, y su amor. Vuestro Padre sabe lo que necesitis antes de pedirlo (Mt. 6,8). Pues hay una forma de repetir suave y pausada que ayuda a entrar en la verdadera oracin. Pongamos por caso que, una palabra, una frase, un recuerdo, te hablen al corazn. Los repites interiormente, para extraer, poco a poco, todo su sabor espiritual, pues de una sola vez no pueden revelar todo el jugo que contienen para ti, as que hay que exprimirlos hasta la ltima gota. Luego vuelves a ello, dejas que la palabra, la frase en cuestin, hagan eco en ti profundamente, durante tanto tiempo como sea necesario para que lleven todo su fruto y alimenten tu corazn: qudate rumindolo. Deja que se apaguen las ltimas resonancias, el tiempo, para que penetre, en ti, profundamente, la palabra que se te da. Vuelve a pensar en ella; mientras siga hablando a tu corazn, alimentando y sosteniendo tu atencin, qudate ah, aprovecha. No intentes reaccionar, no le busques explicaciones, no saques consecuencias, nigate a la disertacin. Confrmate con repetir la palabra desde el fondo de tu corazn, nada ms que la palabra, lentamente, no aadas nada. Es ella quien har su obra en ti. Si es una Palabra de Dios, sacada de la Biblia o del Evangelio, penetrar hasta el fondo de tu ser, encontrndose con el Espritu que originariamente la inspir y que te gua para llevar en ti, frutos de verdad. Vers como, a fin de cuentas, necesitas pocas palabras para animar una oracin prolongada. Pero de aquellas palabras que hayan alimentado tu corazn y tu oracin, habrs sacado todo lo que Dios puso para ti. As, poco a poco, me ejercitaba en pasar de la cabeza al corazn, y al mismo tiempo, me daba cuenta de que ya no tena que hacer una oracin (que fabricarla personalmente), sino que la tena que recibir, como un regalo que te deja maravillado y confuso. Se aprende ms rpido de lo

que se cree; no es muy difcil, precisamente porque no hay nada que hacer. Aunque haya que aprender. No me gustara que leyeses demasiado aprisa, porque entonces ests leyendo con la cabeza y el corazn apenas saca provecho. Si te cuento estas cosas, a travs de la experiencia que se me ha dado tener, es para que, a tu vez, la vivas, para que no te conformes con saber las cosas por haberlas ledo. Lee, haz la experiencia t mismo, prolngala el tiempo que haga falta. Y luego sigue, y de nuevo, vive la experiencia. Quiz tardes mucho en llegar al final de este libro. Y qu? Qu importa que decidas, incluso, pararte en la mitad, si has conseguido entrar en oracin, si ha llegado el momento en que se te ha dado, como a m me fue dada? 5. En lo ms hondo de tu corazn. El camino de tu corazn. Hay que llegar a lo profundo, a lo ms hondo; entrar en lo interior, en lo ntimo de ti mismo. No se trata de una mirada de favor, pero a fuerza de dirigirte hacia lo ms hondo, se crea en ti como una tolerancia, y el camino de tu corazn, te resulta familiar. Te es ms fcil tomarlo, y su recorrido (el retorno a ti mismo) se acelera. Con esa nueva calidad de recogimiento que se te da llegas ms rpido a tu interior, los prolegmenos de la oracin se simplifican, entrar en ella exige un esfuerzo menos tenso. Y por el camino de tu corazn, ese camino amado en el que avanzas con alegra, la paz vendr a tu encuentro. La paz del corazn profundo, donde las olas de la superficie, como en un submarino sumergido, se van mitigando y ya no te alcanzan. La experiencia de la paz del corazn me fue dada de repente, como si una varita mgica hubiese cambiado en un pestaear de ojos mi mundo interior. Acababa de sufrir ese vaco de corazn camuflado por un tiempo con hbiles palabras, acababa de pasar por ese vrtigo, ese abismo insondable, donde crea perderme. Dolorido, desamparado, algo perdido, ya no tena otro recurso sino, el de sumergirme en la oracin, el de gritar mi desamparo desesperadamente. Oracin rida y desconsolada como nunca hasta entonces haba conocido. Pero tambin baha de esperanza, donde empezaba a recobrar vida. Durante un buen rato me qued as, ante el vaco de mi corazn, que ni el mismo Dios consegua llenar mientras oraba. De pronto, en ese fro que me helaba el alma, se alza como una oleada de calor que me envuelve y me sumerge, y me impone una palabra clara, distinta, luminosa, evidente: T no me has abandonado al poder de la muerte!. Impresin fulgurante, todo se me tambalea, la luz es demasiado intensa, demasiado repentina e inesperada. Como una onda de choque llevndoselo todo por delante, me sube un sollozo a la garganta; son lgrimas de infinito agradecimiento, de confusin dichosa, que brotan de un corazn que ha pasado, en un pestaear de ojos, del vaco ms vertiginoso a la plenitud total. Experiencia sbita de este amor del Padre que no haba dejado de buscarme y que llegaba a lo ms recndito de mis i