Quiero ser ¡otra! · dos que ha visto algo horroroso y se le salen los ojos de las órbitas. Es...

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Quiero ser... ¡ otra!

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Quiero ser... ¡otra!

Dirección de arte: Trini Vergara - Paula FernándezDiseño de cubierta: María Natalia MartínezDiseño de interior: María Inés LinaresIlustración de cubierta: Muriel FregaTraducción: María Nazareth Ferreira Alves Edición: Cristina AlemanyColaboración editorial: Silvina Poch - Angélica Aguirre

Copyright del texto © Cathy Hopkins, 2007

Esta traducción de Mates, Dates & Inflatable Bras, de Cathy Hopkins, publicada por primera vez en el Reino Unido en 2001, es editada mediante un acuerdo con Piccadilly Press Limited, Londres, Inglaterra.

© 2009 V & R Editoraswww.libroregalo.com

Todos los derechos reservados. Prohibidos, dentro de los límites establecidos por la ley,la reproducción total o parcial de esta obra, el almacenamiento o transmisión por medioselectrónicos o mecánicos, las fotocopias y cualquier otra forma de cesión de la misma,sin previa autorización escrita de las editoras.

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ISBN 978-987-612-174-3 Impreso en Argentina por Latingráfica. Printed in Argentina

Cathy Hopkins

Quiero ser... ¡otra!

Hopkins, CathyQuiero ser... ¡otra!. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires: V&R, 2009.120 p.; 21x14 cm.

Traducido por: María Nazareth Ferreira AlvesISBN 978-987-612-174-3

1. Literatura Juvenil Inglesa. I. María Nazareth Ferreira Alves, trad. II. TítuloCDD 823.928 3

1¿Quién soy yo?

Si vuelve a preguntarme a mí, gritaré. Watkins la Chiflada. Así la llamo yo. Es nuestra nueva profesora. La

tenemos a primera hora de la mañana. ¡Qué mala suerte! –¿Qué extraño proyecto tendrá preparado para torturarnos esta se-

mana? –dije, mientras nos apresurábamos por el pasillo para llegar a nuestra aula antes del segundo timbre.

–Es muy buena profesora –dijo Izzie–. Te hace pensar y parece que le interesa de verdad lo que sentimos. Me gustan sus clases.

–Pero a mí no –dije–. Ya es bastante malo que mi madre sea psicóloga para tener otra en la escuela. Todo el día escucho en casa ese rollo de “comparta mos nuestros sentimientos”. Ojalá la Watkins me diese un respiro. Se las ha agarrado conmigo.

–Debe de ser porque no participas en clase. In tenta averiguar lo que ocurre en esa cabezota tuya. Tienes suerte. Al menos tus padres se mo-lestan en preguntarte qué te ocurre. Los míos sólo se preocupan por mis notas: si tengo un sobresaliente, un aprobado o un insuficiente. Creo que me desmayaría de la impresión si uno de ellos se interesara alguna vez por lo que siento.

Izzie es mi mejor amiga. O lo era. Desde que Nesta Williams llegó al fi-nal del trimestre pasado ya no estoy tan segura. Izzie y yo nos conocemos

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desde la escuela primaria. Siempre lo hemos com partido todo: ropa, maquillaje, discos y secretos. Pero luego apareció Nesta. Creo que dos son compañía y tres son multitud, aunque al parecer yo soy la única que piensa así. Voy a tener que sondear a Izzie sobre el tema, pero úl-timamente no suelo encontrarla sola.

–Dense prisa y siéntense, chicas –exclamó la se ñorita Watkins, apare-ciendo detrás de nosotras.

Espero que no haya escuchado lo que dije de ella.

La señorita Watkins tiene un aspecto un poco raro. Bueno, en realidad muy raro. Parece que hubiera metido los dedos en el enchufe. Tiene una ex-presión de perpetua sorpresa, como si fuese un personaje de dibujos anima-dos que ha visto algo horroroso y se le salen los ojos de las ór bitas. Es flaca como un alambre y su pelo es muy rizado y gris, enroscado hacia fuera.

–Muy bien, chicas, sentadas –dijo–. Hoy tenemos mucho de qué conversar.

Ahí vamos otra vez. Hablar. Hoy me gustaría poder leer. O escri bir. En silencio. ¿Por qué tenemos que hablar? ¿Es que nadie se da cuenta de que estoy atravesando una etapa silenciosa?

Cuando la Chiflada se trepó al borde de la mesa y se levantó la falda, todas disfrutamos de una panorámica de sus piernas blancas por enci-ma de las rodillas. Tiene la piel transparente y se le pueden ver todas las venas. Lo suficiente para que vomites tu de sayuno a primera hora de la mañana, te lo aseguro.

–Hay ciertas cosas que quiero que em piecen a considerar durante este trimestre –continuó–. Como seguramente sabrán, pronto llegará el momento de elegir las asignaturas para el próximo año.

Lancé un gemido. Me lo temía. No ven que no tengo ni la más mí-nima idea.

–Sé que hay mucho que pensar y no quie ro que ninguna de ustedes se asuste o se sienta presionada. Tenemos mucho tiempo, por eso deseo

que presten un poco de atención a este tema ahora y así no tendrán que apresurarse después.

Demasiado tarde, pensé, ya estoy aterrori zada. –Quiero que piensen en su futuro, en sus objetivos, en sus ambicio-

nes, en lo que quieren ser de grandes. Muy bien, ¿alguna sugerencia? Empezó a recorrer la clase con la mirada, así que bajé la cabeza e

intenté volverme invisible. –¿Lucy? Bingo. Ya lo ven. Sabía que me preguntaría a mí primero. –¿Sí, señorita? –Empecemos. ¿Tienes alguna idea de lo que te gustaría ser? Noté que me ruborizaba cuando todo el mun do se volvió a mirarme. ¿Eh? No lo sé. Médica. No; demasiada san gre. Dentista. No; se pasan

el día hurgando en la boca de la gente. Puaj. ¿Veterinaria? Sí. Veterina ria. Me encantan los animales. Después de Izzie, nuestros perros labradores Ben y Jerry son mis mejores amigos. Entonces ¿veterinaria? Podría salir en esos programas de rescate de animales de la tele, luciendo glamorosa mientras salvo a las po bres crías. Aunque quizá no. Ben pisó un trozo de vidrio la semana pasada. Casi me desmayé cuando el veterinario dijo que había que darle unos puntos. No pude mirar. Tuve que salir de la habitación como una gallina. Después se puso bien, pero no soporto ver sufrir a un animal. Así que seguramente no es la mejor carrera para mí. A ver, ¿qué más?

–No sé, señorita –dije bruscamente, deseando que hubiese elegido a otra.–¿Ni idea? –preguntó. Sacudí la cabeza. Candice Carter levantó la mano. Estaba a punto de reventar. Por suerte, la Chiflada se volvió a mirarla. –¿Candice? –Guardavidas, señorita Watkins. –Bueno. Eso sí que es original. Y ¿por qué has elegido eso?

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–Así puedo hacerles respiración boca a boca a todos los chicos, señorita. Todo el mundo se rio a carcajadas. Candice Carter está cada vez

más atrevida.–¿A alguien se le ocurre algo más inteligen te? –preguntó la señorita

Watkins, mirando a su alrededor. Ahora, la mitad de la clase tenía la mano levantada. –Escritora –contestó Mary O’Connor. –Enfermera –dijo Joanne Richards. –Azafata –afirmó, muy segura, Gabby Jones. –Presentadora de televisión –dijo Jade Wilcocks. –Peluquera –aseguró Mo Harrison. –Rica y famosa –dijo Nesta, y la clase entera comenzó a reír. Todo el mundo sabe lo que quiere ser. Salvo yo. Tengo catorce años. La gente se pasa la vida diciéndote: “Oh, no crez-

cas demasiado de prisa” y “Disfruta de tu juventud”, y ahora, de repente, les da por preguntar: “¿Qué vas a hacer con el resto de tu vida?”.

–Muy bien –dijo la señorita Watkins–. Las que saben lo que quie-ren hacer tienen suerte. Y las que no –añadió mirándome intenciona-damente– no se preocupen. Hay tiempo para decidir. Pero tener al guna idea de la dirección que les gustaría tomar puede servir de ayuda a la hora de elegir las asignaturas más adelante. Para las que no saben aún, lo analizaremos en las próximas semanas. En realidad, un buen punto de partida es obser var quiénes son ahora, identificar cuáles son sus puntos fuertes y sus puntos débiles. Las semillas de hoy son los frutos del mañana. Los pensamientos presentes son las acciones futuras. Entonces, para empezar, me entregarán una redacción al fi nal del trimestre. No tiene que ser demasiado lar ga, una página o dos.

Tomó la tiza y se volvió hacia la pizarra. ¿Quién soy yo?, escribió. –éste es el título. Tienen quince minutos para empezar el borrador. Escribió varias preguntas más en la pizarra:

¿Cuáles son mis datos personales? ¿Qué cosas me interesan? ¿Qué quiero? ¿Cuáles son mis objetivos en la vida? ¿Cuáles son mis puntos fuertes y mis puntos débiles? ¿Qué profesión me gustaría ejercer? Durante la última parte de la clase, todas las chicas se pusieron a es-

cribir como locas. Sabía lo que Izzie estaría poniendo. Quiere ser cantante, desde que tenía-

mos nueve años. Es cribe sus propias canciones y toca la guitarra. Sueña con ser la próxima Alanis Morissette. Incluso se le parece. Tiene el pelo largo y oscuro y usa la misma ropa hippie. No es mi estilo, pero a Iz le queda bien.

Miré a Nesta. También estaba escribiendo con entusiasmo. Típico. Es muy segura de sí misma y sabe adónde va. Quiere ser modelo y es probable que lo consiga. Es divina. Su padre es italia no, así que ella tiene el pelo negro y liso como la seda, que le llega hasta la cintura, y su madre es jamaiquina, por lo que tiene la piel y los ojos oscuros. Podría ser fácilmente la hermana pequeña de Nao mi Campbell, alta y flaca, con una cara de princesa de cuento.

Me gustaría ser negra. Tienen la mejor piel, incluso cuando son adul-tos. Como la madre de Nesta. La he visto en la tele. Lee las noticias en un canal de cable. Tendrá cuarenta años, pero sólo aparenta unos veinte. Yo soy la típica inglesa, pálida, rubia y aburrida. Preferiría ser caribeña como Nes ta, llena de exotismo y color.

Me quedé mirando la hoja de papel en blanco que tenía sobre la mesa. “¿Quién soy yo?”, empecé a escribir. “Soy baja y no aparento mi edad. La gente siempre me calcula

doce años”. Me quedé mirando por la ventana con la es peranza de inspirarme.

Trabajos para gente baji ta. ¿Podría presentarme a una prueba para ha-cer de enano en Blancanieves? ¿O de hobbit, en la próxima película de El señor de los anillos?

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¿Y qué vas a ser cuando seas mayor, Nesta? Modelo. ¿Y tú, Izzie? Cantautora. ¿Lucy? Hobbit. Eso es. Bien. Ahora me estoy comportando como

una estúpida. Debe de haber alguna idea de cente alojada en algún lugar de mi cerebro.

Tengo que concentrarme. ¿Quién soy yo? “Soy la más pequeña de la familia”.

Al cabo de quince minutos eso era todo lo que había escrito. –Justo antes de que suene el timbre –dijo la señorita Watkins–, me gus-

taría darles a todas una hoja con su perfil personal para que la llenen. Sólo para ustedes mismas, para ayudarlas a em pezar si están bloqueadas. Nadie tiene por qué leerla, es sólo para que comiencen a reflexionar.

Miré la hoja de papel que me dio. Socorro. En general soy buena para las redacciones y esas cosas. Pero

esta vez no tengo ni idea. No sé quién soy. Ni qué voy a hacer cuando sea grande. Ni dónde encajo.

PERFIL PERSONALNombre: Lucy Lovering. Edad: 14, aunque aparento unos 12. Altura y constitución física: 1,46 cm. Delgada, 80 cm de busto. Mis

hermanos me llaman Nancy la Tabla. No es gracioso. Color de pelo y ojos: rubio, ojos azules. Profesión de los padres: mi madre es psicóloga; mi padre tiene una

tienda naturista y es músico en sus ratos libres. Educación. Asignaturas favoritas: arte, lengua. Asignaturas que

odio: todas las demás. Vida familiar: dos hermanos mayores: Steve (17) es un as de las compu-

tadoras; Lal (15) es aburrido, tiene granitos y está gordísimo, pero cree que es una maravilla de la naturaleza. Dos perros: Ben y Jerry.

Raza/nacionalidad: inglesa/escocesa. Tal vez extrate rrestre. Aficiones: coser; leer; mirar revistas, películas antiguas y televisión. Ambiciones: buena pregunta. Frustraciones/decepciones: • mis padres, que son un par de hippies trasnochados; • que mi madre y mi padre siempre me hagan tomar infusiones de

hierbas y productos saludables, cuando me encantan las patatas fritas y las hamburguesas;

• la obsesión de mamá por reciclar y comprar ropa en tiendas de segunda mano;

• ser tan bajita; • que mi mejor amiga sea ahora la mejor amiga de Nesta Williams. Temperamento: creo que cada día estoy más loca.Cualidades: sentido del humor; ser una buena amiga cuando me dejan. Habilidades/talentos: saber escuchar; dibujar bien.

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