Quevedo Francisco de - El Buscon

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H i s t o r i a d e l a v i d a d e l B u s c n l l a m a d o d o n P a b l o s , e j e m p l o d e v a g a m u n d

o s y e s p e j o d e t a c a o s Francisco de Quevedo (1580-1645) L i b r o p r i m e r o Captulo I:En que cuenta quin es el Buscn. Yo, seora, soy de Segovia; mi padre se llam Clemente Pablo, natural del mismo pueb lo; Dios le tenga en el cielo. Fue, tal como todos dicen, de oficio barbero, aun que eran tan altos sus pensamientos que se corra de que le llamasen as, diciendo q ue l era tundidor de mejillas y sastre de barbas. Dicen que era de muy buena cepa , y segn l beba es cosa para creer. Estuvo casado con Aldonza de San Pedro, hija de Diego de San Juan y nieta de And rs de San Cristbal. Sospechbase en el pueblo que no era cristiana vieja, aun vindola con canas y rota, aunque ella, por los nombres y sobrenombres de sus pasados, q uiso esforzar que era decendiente de la gloria. Tuvo muy buen parecer para letra do; mujer de amigas y cuadrilla, y de pocos enemigos, porque hasta los tres del alma no los tuvo por tales; persona de valor y conocida por quien era. Padeci grandes trabajos recin casada, y aun despus, porque malas lenguas daban en d ecir que mi padre meta el dos de bastos para sacar el as de oros. Probsele que a t odos los que haca la barba a navaja, mientras les daba con el agua levantndoles la cara para el lavatorio, un mi hermanico de siete aos les sacaba muy a su salvo l os tutanos de las faldriqueras. Muri el angelico de unos azotes que le dieron en l a crcel. Sintilo mucho mi madre, por ser tal querobaba a todos las voluntades. Por estas y otras nieras estuvo preso, y rigores de justicia, de que hombre no se puede defender, le sacaron por las calles. En lo que toca de medio abajo tratronl e aquellos seores regaladamente. Iba a la brida en bestia segura y de buen paso, con mesura y buen da. Mas de medio arriba, etctera, que no hay ms que decir para qu ien sabe lo que hace un pintor de suela en unas costillas. Dironle docientos esco gidos, que de all a seis aos se le contaban por encima de la ropilla. Ms se mova el que se los daba que l, cosa que pareci muy bien; divirtise algo con las alabanzas q

ue iba oyendo de sus buenas carnes, que le estaba de perlas lo colorado. Mi madre, pues, no tuvo calamidades! Un da, alabndomela una vieja que me cri, deca qu e era tal su agrado que hechizaba a cuantos la trataban. Y deca, no sin sentimien to: -En su tiempo, hijo, eran los virgos como soles, unos amanecidos y otros pue stos, y los ms en un da mismo amanecidos y puestos. Hubo fama que reedificaba donc ellas, resuscitaba cabellos encubriendo canas, empreaba piernas con pantorrillas postizas. Y con no tratarla nadie que se le cubriese pelo, solas las calvas se l a cubra, porque haca cabelleras; poblaba quijadas con dientes; al fin viva de adorn ar hombres y era remendona de cuerpos. Unos la llamaban zurcidora de gustos, otr os, algebrista de voluntades desconcertadas; otros, juntona; cul la llamaba enfla utadora de miembros y cul tejedora de carnes y por mal nombre alcageta. Para unos era tercera, primera para otros y flux para los dineros de todos. Ver, pues, con la cara de risa que ella oa esto de todos era para dar mil gracias a Dios. No me detendr en decir la penitencia que haca. Tena su aposento donde solo ella ent raba y algunas veces yo, que, como era chico, poda-todo rodeado de calaveras que ella deca eran para memorias de la muerte, y otros, por vituperarla, que para vol untades de la vida. Su cama estaba armadas sobre sogas de ahorcado, y decame a m: - Qu piensas? Estas tengo por reliquias, porque los ms de estos se salvan. Hubo grandes diferencias entre mis padres sobre a quin haba de imitar en el oficio , mas yo, que siempre tuve pensamientos de caballero desde chiquito, nunca me ap liqu a uno ni a otro. Decame mi padre: -Hijo, esto de ser ladrn no es arte mecnica sino liberal. Y de all a un rato, habiendo suspirado, deca de manos: -Quien no hurta en el mundo, no vive. Por qu piensas que los alguaciles y jueces n os aborrecen tanto? Unas veces nos destierran, otras nos azotan y otras nos cuel gan..., no lo puedo decir sin lgrimas (lloraba como un nio el buen viejo, acordndos e de las que le haban batanado las costillas). Porque no querran que donde estn hub iese otros ladrones sino ellos y sus ministros. Mas de todo nos libr la buena ast ucia. En mi mocedad siempre andaba por las iglesias, y no de puro buen cristiano . Muchas veces me hubieran llorado en el asno si hubiera cantado en el potro. Nu nca confes sino cuando lo mandaba la Santa Madre Iglesia. Preso estuve por pedigeo en caminos y a pique de que me esteraran el tragar y de acabar todos mis negocio s con diez y seis maraveds: diez de soga y seis de camo. Mas de todo me ha sacado e l punto en boca, el chitn y los nones. Y con esto y mi oficio, he sustentado a tu madre lo ms honradamente que he podido. -Cmo a m sustentado? -dijo ella con grande clera. Yo os he sustentado a vos, y sacdoo s de las crceles con industria y mantendoos en ellas con dinero. Si no confesbades, era por vuestro nimo o por las bebidas que yo os daba? Gracias a mis botes! Y si n o temiera que me haban de or en la calle, yo dijera lo de cuando entr por la chimen ea y os saqu por el tejado. Ms dijera, segn se haba encolerizado, si con los golpes que daba no se le desensart ara un rosario de muelas de difuntos que tena. Metlos en paz diciendo que yo quera aprender virtud resueltamente y ir con mis buenos pensamientos adelante, y que p ara esto me pusiesen a la escuela, pues sin leer ni escribir no se poda hacer nad a. Pareciles bien lo que deca, aunque lo grueron un rato entre los dos. Mi madre to rn a ocuparse en ensartar las muelas, y mi padre fue a rapar a uno (as lo dijo l) n o s si la barba o la bolsa: lo ms ordinario era uno y otro. Yo me qued solo, dando gracias a Dios porque me hizo hijo de padres tan celosos de mi bien. Captulo II:De cmo fue a la escuela y lo que en ella le sucedi. A otro da ya estaba comprada la cartilla y hablado el maestro. Fui, seora, a la es cuela; recibime muy alegre diciendo que tena cara de hombre agudo y de buen entend imiento. Yo, con esto, por no desmentirle di muy bien la licin aquella maana. Sentb ame el maestro junto a s, ganaba la palmatoria los ms das por venir antes y bame el postrero por hacer algunos recados a la seora, que as llambamos la mujer del maestr o. Tenalos a todos con semejantes caricias obligados; favorecanme demasiado, y con esto creci la envidia en los dems nios. Llegbame de todos, a los hijos de caballero s y personas principales, y particularmente a un hijo de don Alonso Coronel de Zig a, con el cual juntaba meriendas. bame a su casa a jugar los das de fiesta y acomp abale cada da. Los otros, o que porque no les hablaba o que porque les pareca demasi

ado punto el mo, siempre andaban ponindome nombres tocantes al oficio de mi padre. Unos me llamaban don Navaja, otros don Ventosa; cul deca, por disculpar la invidi a, que me quera mal porque mi madre le haba chupado dos hermanitas pequeas de noche ; otro deca que a mi padre le haban llevado a su casa para que la limpiase de rato nes (por llamarle gato). Unos me decan zape cuando pasaba y otros miz. Cul deca: -Yo la tir dos berenjenas a su madre cuando fue obispa. Al fin, con todo cuanto andaban royndome los zancajos, nunca me faltaron, gloria a Dios. Y aunque yo me corra disimulaba; todo lo sufra, hasta que un da un muchacho se atrevi a decirme a voces hijo de una puta y hechicera; lo cual, como me lo di jo tan claro (que aun si lo dijera turbio no me diera por entendido) agarr una pi edra y descalabrle. Fuime a mi madre corriendo que me escondiese; contla el caso; djome: -Muy bien hiciste: bien muestras quin eres; slo anduviste errado en no preguntarle quin se lo dijo. Cuando yo o esto, como siempre tuve altos pensamientos, volvme a ella y rogula me d eclarase si le poda desmentir con verdad o que me dijese si me haba concebido a es cote entre muchos o si era hijo de mi padre. Rise y dijo: -Ah, enhoramala! eso sabes decir? No sers bobo; gracia tienes. Muy bien hiciste en quebrarle la cabeza, que esas cosas, aunque sean verdad, no se han de decir. Yo con esto qued como muerto y dime por novillo de legtimo matrimonio, determinado de coger lo que pudiese en breves das y salirme de en casa de mi padre: tanto pu do conmigo la vergenza. Disimul, fue mi padre, cur al muchacho, apacigulo y volvime a la escuela, adonde el maestro me recibi con ira hasta que, oyendo la causa de la ria, se le aplac el enojo considerando la razn que haba tenido. En todo esto, siempre me visitaba aquel hijo de don Alonso de Ziga, que se llamaba don Diego, porque me quera bien naturalmente, que yo trocaba con l los peones si eran mejores los mos, dbale de lo que almorzaba y no le peda de lo que l coma, comprb le estampas, ensebale a luchar, jugaba con l al toro, y entretenale siempre. As que l os ms das, sus padres del caballerito, viendo cunto le regocijaba mi compaa, rogaban a los mos que me dejasen con l a comer y cenar y aun a dormir los ms das. Sucedi, pues, uno de los primeros que hubo escuela por Navidad, que viniendo por la calle un hombre que se llamaba Poncio de Aguirre, el cual tena fama de confeso , que el don Dieguito me dijo: -Hola, llmale Poncio Pilato y echa a correr. Yo, por darle gusto a mi amigo, llamle Poncio Pilato. Corrise tanto el hombre que dio a correr tras m con un cuchillo desnudo para matarme, de suerte que fue forzo so meterme huyendo en casa de mi maestro dando gritos. Entr el hombre tras m y def endime el maestro de que no me matase, asigurndole de castigarme. Y as luego (aunqu e seora le rog por m, movida de lo que yo la serva, no aprovech), mandme desatacar y zotndome, deca tras cada azote: -Diris ms Poncio Pilato? Yo responda: -No, seor. Y respondlo veinte veces a otros tantos azotes que me dio. Qued tan escarmentado d e decir Poncio Pilato y con tal miedo, que mandndome el da siguiente decir, como s ola, las oraciones a los otros, llegando al Credo (advierta V. Md. la inocente ma licia), al tiempo de decir padeci so el poder de Poncio Pilato, acordndome que no ha ba de decir ms Pilatos, dije: padeci so el poder de Poncio de Aguirre. Dile al maestr tanta risa de or mi simplicidad y de ver el miedo que le haba tenido, que me abra z y dio una firma en que me perdonaba de azotes las dos primeras veces que los me reciese. Con esto fui yo muy contento. En estas nieces pas algn tiempo aprendiendo a leer y escrebir. Lleg (por no enfadar) el de unas Carnestolendas, y trazando el maestro de que se holgasen sus muchach os, orden que hubiese rey de gallos. Echamos suertes entre doce sealados por l y cpo me a m. Avis a mis padres que me buscasen galas. Lleg el da y sal en un caballo tico y mustio, el cual, ms de manco que de bien criado , iba haciendo reverencias. Las ancas eran de mona, muy sin cola; el pescuezo, d e camello y ms largo; tuerto de un ojo y ciego de otro; en cuanto a edad, no le f altaba para cerrar sino los ojos; al fin, l ms pareca caballete de tejado que cabal lo, pues, a tener una guadaa, pareciera la muerte de los rocines. Demostraba abst

inencia en su aspecto y echbansele de ver las penitencias y ayunos: sin duda ning una, no habia llegado a su noticia la cebada ni la paja: lo que ms le haca digno d e risa eran las muchas calvas que tena en el pellejo, pues, a tener una cerradura , pereciera un cofre vivo, que no anduvo en peores pasos Roberto el diablo, segn andaba l. (Era rucio, y rodado el que iba encima por lo que caa en todo. La edad n o hay que tratar, biznietos tena en tahonas. De su raza no s ms de que sospecho era de judo segn era medroso y desdichado). Yendo, pues, en l, dando vuelcos a un lado y otro como fariseo en paso, y los dems nios todos aderezados tras m. Pasamos por la plaza (aun de acordarme tengo miedo) , y llegando cerca de las mesas de las verduras (Dios nos libre), agarr mi caball o un repollo a una, y ni fue visto ni odo cuando lo despach a las tripas, a las cu ales, como iba rodando por el gaznate, no lleg en mucho tiempo. La bercera (que siempre son desvergonzadas) empez a dar voces; llegronse otras y c on ellas pcaros, y alzando zanorias, garrofales, nabos frisones, tronchos y otras legumbres, empiezan a dar tras el pobre rey. Yo, viendo que era batalla nabal y que no se haba de hacer a caballo, comenc a apearme; mas tal golpe me le dieron a l caballo en la cara que, yendo a empinarse, cay conmigo en una (hablando con per dn) privada. Pseme cual V. Md. puede imaginar. Ya mis muchachos se haban armado de piedras y daban tras las revendederas -y descalabraron dos. Yo, a todo esto, despus que ca en la privada, era la persona ms necesaria de la ria. Vino la justicia, comenz a hacer informacin, prendi a berceras y muchachos mirando a todos qu armas tenan y quitndoselas, porque haban sacado algunos dagas de las que traan por gala y otros espadas pequeas. Lleg a m, y viendo que no tena ningunas, por que me las haban quitado y metdolas en una casa a secar con la capa y sombrero, pi dime, como digo, las armas, al cual respond, todo sucio, que si no eran ofensivas contra las narices, que yo no tena otras. Quiero confesar a V. Md. que cuando me empezaron a tirar los tronchos, nabos, etctera, que, como yo llevaba plumas en el sombrero, entendiendo que me haban tenido por mi madre y que la tiraban, como ha ban hecho otras veces, como necio y muchacho, empec a decir: Hermanas, aunque llevo plumas, no soy Aldonza de San Pedro, mi madre (como si ellas no lo echaran de ve r por el talle y rostro). El miedo me disculp la ignorancia, y el sucederme la de sgracia tan de repente. Pero, volviendo al alguacil, qusome llevar a la crcel, y no me llev porque no halla ba por donde asirme (tal me haba puesto del lodo). Unos se fueron por una parte y otros por otra, y yo me vine a mi casa desde la plaza martirizando cuantas nari ces topaba en el camino. Entr en ella, cont a mis padres el suceso, y corrironse ta nto de verme de la manera que vena que me quisieron maltratar. Yo echaba la culpa a las dos leguas de rocn exprimido que me dieron. Procuraba satisfacerlos, y, vi endo que no bastaba, salme de su casa y fuime a ver a mi amigo don Diego, al cual hall en la suya descalabrado, y a sus padres resueltos por ello de no inviarle ms a la escuela. All tuve nuevas de cmo mi rocn, vindose en aprieto, se esforz a tirar dos coces, y de puro flaco se le desgajaron las dos piernas y se qued sembrado pa ra otro ao en el lodo, bien cerca de expirar. Vindome, pues, con una fiesta revuelta, un pueblo escandalizado, los padres corr idos, mi amigo descalabrado y el caballo muerto, determinme de no volver ms a la e scuela ni a casa de mis padres, sino de quedarme a servir a don Diego o, por mej or decir, en su compaa, y esto con gran gusto de los suyos, por el que daba mi ami stad al nio. Escrib a mi casa que yo no haba menester ms ir a la escuela porque, aun que no saba bien escribir, para mi intento de ser caballero lo que se requera era escribir mal, y que as, desde luego renunciaba la escuela por no darles gasto y s u casa para ahorrarlos de pesadumbre. Avis de dnde y cmo quedaba y que hasta que me diesen licencia no los vera. Captulo III:De cmo fue a un pupilaje por criado de don Diego Coronel. Determin, pues, don Alonso de poner a su hijo en pupilaje, lo uno por apartarle d e su regalo, y lo otro por ahorrar de cuidado. Supo que haba en Segovia un licenc iado Cabra que tena por oficio el criar hijos de caballeros, y envi all el suyo y a m para que le acompaase y sirviese. Entramos, primero domingo despus de Cuaresma, en poder de la hambre viva, porque tal laceria no admite encarecimiento. l era un clrigo cerbatana, largo slo en el t

alle, una cabeza pequea, los ojos avecindados en el cogote, que pareca que miraba por cuvanos, tan hundidos y escuros que era buen sitio el suyo para tiendas de me rcaderes; la nariz, de cuerpo de santo, comido el pico, entre Roma y Francia, po rque se le haba comido de unas bas de resfriado, que aun no fueron de vicio porque cuestan dinero; las barbas descoloridas de miedo de la boca vecina, que de pura hambre pareca que amenazaba a comrselas; los dientes, le faltaban no s cuntos, y pi enso que por holgazanes y vagamundos se los haban desterrado; el gaznate largo co mo de avestruz, con una nuez tan salida que pareca se iba a buscar de comer forza da de la necesidad; los brazos secos; las manos como un manojo de sarmientos cad a una. Mirado de medio abajo pareca tenedor o comps, con dos piernas largas y flac as. Su andar muy espacioso; si se descompona algo, le sonaban los gesos como tabli llas de San Lzaro. La habla tica, la barba grande, que nunca se la cortaba por no gastar, y l deca que era tanto el asco que le daba ver la mano del barbero por su cara, que antes se dejara matar que tal permitiese. Cortbale los cabellos un mucha cho de nosotros. Traa un bonete los das de sol ratonado con mil gateras y guarnici ones de grasa; era de cosa que fue pao, con los fondos en caspa. La sotana, segn d ecan algunos, era milagrosa, porque no se saba de qu color era. Unos, vindola tan si n pelo, la tenan por de cuero de rana; otros decan que era ilusin; desde cerca pare ca negra y desde lejos entre azul. Llevbala sin ceidor; no traa cuello ni puos. Parec , con esto y los cabellos largos y la sotana y el bonetn, teatino lanudo. Cada za pato poda ser tumba de un filisteo. Pues su aposento? Aun araas no haba en l. Conjura ba los ratones de miedo que no le royesen algunos mendrugos que guardaba. La cam a tena en el suelo, y dorma siempre de un lado por no gastar las sbanas. Al fin, l e ra archipobre y protomiseria. A poder dste, pues, vine, y en su poder estuve con don Diego, y la noche que llegamos nos seal nuestro aposento y nos hizo una pltica corta, que aun por no gastar tiempo no dur ms. Djonos lo que habamos de hacer. Estuv imos ocupados en esto hasta la hora de comer. Fuimos all; coman los amos primero y servamos los criados. El refectorio era un aposento como medio celemn. Sentbanse a una mesa hasta cinco caballeros. Yo mir lo primero por los gatos, y como no los vi, pregunt que cmo no l os haba a un criado antiguo, el cual, de flaco, estaba ya con la marca del pupila je. Comenz a enternecerse, y dijo: -Cmo gatos? Pues quin os ha dicho a vos que los ga tos son amigos de ayunos y penitencias? En lo gordo se os echa de ver que sois n uevo. Qu tiene esto de refitorio de Jernimos para que se cren aqu? Yo, con esto, me comenc a afligir, y ms me sust cuando advert que todos los que vivan en el pupilaje de antes estaban como leznas, con unas caras que pareca se afeita ban con diaquiln. Sentse el licenciado Cabra y ech la bendicin. Comieron una comida eterna, sin principio ni fin. Trujeron caldo en unas escudil las de madera, tan claro, que en comer una dellas peligrara Narciso ms que en la fuente. Not con la ansia que los macilentos dedos se echaban a nado tras un garba nzo grfano y solo que estaba en el suelo. Deca Cabra a cada sorbo: -Cierto que no hay tal cosa como la olla, digan lo que dijeren; todo lo dems es v icio y gula. Y, sacando la lengua, la paseaba por los bigotes, lamindoselos, con que dejaba la barba pavonada de caldo. Acabando de decirlo, echse su escudilla a pechos, dicie ndo: -Todo esto es salud, y otro tanto ingenio. Mal ingenio te acabe!, deca yo entre m, cuando vi un mozo medio espritu y tan flaco , con un plato de carne en las manos que pareca que la haba quitado de s mismo. Vena un nabo aventurero a vueltas de la carne (apenas), y dijo el maestro en vindole: -Nabo hay? No hay perdiz para m que se le iguale. Coman, que me huelgo de verlos c omer. Y tomando el cuchillo por el cuerno, picle con la punta y asomndole a las narices, trayndole en procesin por la portada de la cara, meciendo la cabeza dos veces, di jo: -Conforta realmente, y son cordiales. Que era grande adulador de las legumbr es. Reparti a cada uno tan poco carnero que entre lo que se les peg en las uas y se les qued entre los dientes, pienso que se consumi todo, dejando descomulgadas las tripas de participantes. Cabra los miraba y deca: -Coman, que mozos son y me huelgo de ver sus buenas ganas.

Mire V. Md. qu alio para los que bostezaban de hambre! Acabaron de comer y quedaron unos mendrugos en la mesa, y en el plato dos pellejos y unos gesos, y dijo el pu pilero: -Quede esto para los criados, que tambin han de comer; no lo queramos todo. -Mal t e haga Dios y lo que has comido, lacerado -deca yo-, que tal amenaza has hecho a mis tripas! Ech la bendicin, y dijo: -Ea, demos lugar a la gentecilla que se repap ile, y vyanse hasta las dos a hacer ejercicio, no les haga mal lo que han comido. Entonces yo no pude tener la risa, abriendo toda la boca. Enojse mucho y djome qu e aprendiese modestia y tres o cuatro sentencias viejas y fuese. Sentmonos nosotros, y yo, que vi el negocio malparado y que mis tripas pedan justi cia, como ms sano y ms fuerte que los otros, arremet al plato, como arremetieron to dos, y emboqume de tres medrugos los dos y el un pellejo. Comenzaron los otros a gruir; al ruido entr Cabra, diciendo: -Coman como hermanos, pues Dios les da con qu. No rian, que para todos hay. Volvise al sol y dejnos solos. Certifico a V. Md. que vi al uno dellos, que se lla maba Jurre, vizcano, tan olvidado ya de cmo y por dnde se coma, que una cortecilla q ue le cupo la llev dos veces a los ojos, y entre tres no le acertaban a encaminar las manos a la boca. Ped yo de beber, que los otros, por estar casi en ayunas, n o lo hacan, y dironme un vaso con agua, y no le hube bien llegado a la boca, cuand o, como si fuera lavatorio de comunin, me le quit el mozo espiritado que dije. Lev antme con grande dolor de mi alma, viendo que estaba en casa donde se brindaba a las tripas y no hacan la razn. Diome gana de descomer, aunque no haba comido, digo, de proveerme, y pregunt por las necesarias a un antiguo, y djome: -Como no lo son en esta casa, no las hay. Para una vez que os proveeris mientras aqu estuviredes, dondequiera podris; que aqu estoy dos meses ha y no he hecho tal co sa sino el da que entr, como agora vos, de lo que cen en mi casa la noche antes. Cmo encarecer yo mi tristeza y pena? Fue tanta, que considerando lo poco que haba de entrar en mi cuerpo, no os, aunque tena gana, echar nada dl. Entretuvmonos hasta la noche. Decame don Diego que qu hara l para persuadir a las tri pas que haban comido, porque no lo queran creer. Andaban vguidos en aquella casa co mo en otras ahtos. Lleg la hora de cenar; passe la merienda en blanco, y la cena ya que no se pas en blanco, se pas en moreno: pasas y almendras y candil y dos bendi ciones, porque se dijese que cenbamos con bendicin. Es cosa saludable (deca) cenar poco, para tener el estmago desocupado, y citaba una arretahla de mdicos infernales. Deca alabanzas de la dieta y que se ahorraba un hom bre de sueos pesados, sabiendo que en su casa no se poda soar otra cosa sino que co man. Cenaron y cenamos todos y no cen ninguno. Fumonos a acostar y en toda la noche pudimos yo ni don Diego dormir, l trazando de quejarse a su padre y pedir que le sacase de all y yo aconsejndole que lo hiciese ; aunque ltimamente le dije: -Seor, sabis de cierto si estamos vivos? Porque yo imagino que en la pendencia de l as berceras nos mataron, y que somos nimas que estamos en el Purgatorio. Y as, es por dems decir que nos saque vuestro padre, si alguno no nos reza en alguna cuent a de perdones y nos saca de penas con alguna misa en altar previlegiado. Entre estas plticas y un poco que dormimos, se lleg la hora de levantar. Dieron la s seis y llam Cabra a licin; fuimos y omosla todos. Mandronme leer el primer nominat ivo a los otros, y era de manera mi hambre que me desayun con la mitad de las raz ones, comindomelas. Y todo esto creer quien supiere lo que me cont el mozo de Cabra , diciendo que una Cuaresma top muchos hombres, unos metiendo los pies, otros las manos y otros todo el cuerpo en el portal de su casa, y esto por muy gran rato, y mucha gente que vena a slo aquello de fuera; y preguntando a uno un da que qu sera (porque Cabra se enoj de que se lo preguntase) respondi que los unos tenan sarna y los otros sabaones y que en metindolos en aquella casa moran de hambre, de manera que no coman desde all adelante. Certificme que era verdad, y yo, que conoc la casa, lo creo. Dgolo porque no parezca encarecimiento lo que dije. Y volviendo a la licin, diola y decormosla. Y prosigui siempre en aquel modo de viv ir que he contado. Slo aadi a la comida tocino en la olla, por no s qu que le dijeron un da de hidalgua all fuera. Y as, tena una caja de hierro, toda agujerada como salv adera, abrala y meta un pedazo de tocino en ella que la llenase y tornbala a cerrar y metala colgando de un cordel en la olla, para que la diese algn zumo por los ag

ujeros y quedase para otro da el tocino. Parecile despus que en esto se gastaba muc ho, y dio en slo asomar el tocino a la olla. Dbase la olla por entendida del tocin o y nosotros comamos algunas sospechas de pernil. Pasbamoslo con estas cosas como se puede imaginar. Don Diego y yo nos vimos tan a l cabo que, ya que para comer al cabo de un mes no hallbamos remedio, le buscamos para no levantarnos de maana; y as, trazamos de decir que tenamos algn mal. No osam os decir calentura, porque no la teniendo era fcil de conocer el enredo. Dolor de cabeza u muelas era poco estorbo. Dijimos al fin que nos dolan las tripas y que estbamos muy malos de achaque de no haber hecho de nuestras personas en tres das, fiados en que a trueque de no gastar dos cuartos en una melecina, no buscara el r emedio. Mas ordenlo el diablo de otra suerte, porque tena una que haba heredado de su padre, que fue boticario. Supo el mal, y tomla y aderez una melecina, y haciend o llamar una vieja de setenta aos, ta suya, que le serva de enfermera, dijo que nos echase sendas gaitas. Empezaron por don Diego; el desventurado atajse, y la vieja, en vez de echrsela de ntro, disparsela por entre la camisa y el espinazo y diole con ella en el cogote, y vino a servir por defuera de guarnicin la que dentro haba de ser aforro. Qued el mozo dando gritos; vino Cabra y, vindolo, dijo que me echasen a m la otra, que lu ego tornaran a don Diego. Yo me resista, pero no me vali, porque, tenindome Cabra y otros, me la ech la vieja, a la cual de retorno di con ella en toda la cara. Enojs e Cabra conmigo y dijo que l me echara de su casa, que bien se echaba de ver que e ra bellaquera todo. Yo rogaba a Dios que se enojase tanto que me despidiese, mas no lo quiso mi ventura. Quejbamonos nosotros a don Alonso, y el Cabra le haca creer que lo hacamos por no a sistir al estudio. Con esto no nos valan plegarias. Meti en casa la vieja por ama, para que guisase de comer y sirviese a los pupilos y despidi al criado porque le hall un viernes a la maana con unas migajas de pan en la ropilla. Lo que pasamos con la vieja, Dios lo sabe. Era tan sorda que no oa nada; entenda por seas; ciega, y tan gran rezadora que un da se le desensart el rosario sobre la olla y nos la tr ujo con el caldo ms devoto que he comido. Unos decan: -Garbanzos negros! Sin duda son de Etiopa. Otro deca: -Garbanzos con luto! Quin se les habr muerto? Mi amo fue el primero que se encaj una cuenta, y al mascarla se quebr un diente. L os viernes sola inviar unos gevos, con tantas barbas fuerza de pelos y canas suyas que pudieran pretender corregimiento u abogaca Pues meter el badil por el cucharn y inviar una escudilla de caldo empedrada era ordinario. Mil veces top yo saband ijas, palos y estopa de la que hilaba en la olla. Y todo lo meta para que hiciese presencia en las tripas y abultase. Pasamos en este trabajo hasta la Cuaresma; vino, y a la entrada della estuvo mal o un compaero. Cabra, por no gastar, detuvo el llamar mdico hasta que ya l peda conf isin ms que otra cosa. Llam entonces un platicante, el cual le tom el pulso y dijo q ue la hambre le haba ganado por la mano en matar aquel hombre. Dironle el Sacramen to, y el pobre, cuando le vio (que haba un da que no hablaba), dijo: -Seor mo Jesucristo, necesario ha sido el veros entrar en esta casa para persuadir me que no es el infierno. Imprimironseme estas razones en el corazn. Muri el pobre mozo, enterrmosle muy pobre mente por ser forastero, y quedamos todos asombrados. Divulgse por el pueblo el c aso atroz, lleg a odos de don Alonso Coronel y como no tena otro hijo, desengase de l os embustes de Cabra y comenz a dar ms crdito a las razones de dos sombras, que ya estbamos reducidos a tan miserable estado. Vino a sacarnos del pupilaje y tenindon os delante nos preguntaba por nosotros. Y tales nos vio que sin aguardar a ms, tr atando muy mal de palabra al licenciado Vigilia, nos mand llevar en dos sillas a casa. Despedmonos de los compaeros, que nos seguan con los deseos y con los ojos, h aciendo las lstimas que hace el que queda en Argel viendo venir rescatados por la Trinidad sus compaeros. Captulo IV: De la convalecencia y ida a estudiar a Alcal de Henares. Entramos en casa de don Alonso y echronnos en dos camas con mucho tiento, porque no se nos desparramasen los huesos de puro rodos de la hambre. Trujeron explorado

res que nos buscasen los ojos por toda la cara, y a m, como haba sido mi trabajo m ayor y la hambre imperial, que al fin me trataban como a criado, en buen rato no me los hallaron. Trujeron mdicos y mandaron que nos limpiasen con zorras el polv o de las bocas, como a retablos, y bien lo ramos de duelos. Ordenaron que nos die sen sustancias y pistos. Quin podr contar, a la primera almendrada y a la primera a ve, las luminarias que pusieron las tripas de contento? Todo les haca novedad. Ma ndaron los dotores que por nueve das no hablase nadie recio en nuestro aposento, porque como estaban gecos los estmagos sonaba en ellos el eco de cualquiera palabr a. Con estas y otras prevenciones comenzamos a volver y cobrar algn aliento, pero nu nca podan las quijadas desdoblarse, que estaban magras y alforzadas, y as se dio o rden que cada da nos las ahormasen con la mano del almirez. Levantbamonos a hacer pinicos dentro de cuarenta das, y an parecamos sombras de otro s hombres, y en lo amarillo y flaco simiente de los Padres del yermo. Todo el da gastbamos en dar gracias a Dios por habernos rescatado de la captividad del fiersi mo Cabra, y rogbamos al Seor que ningn cristiano cayese en sus manos crueles. Si ac aso, comiendo, alguna vez nos acordbamos de las mesas del mal pupilero, se nos au mentaba la hambre tanto que acrecentbamos la costa aquel da. Solamos contar a don A lonso cmo al sentarse en la mesa nos deca males de la gula (no habindola l conocido en su vida), y rease mucho cuando le contbamos que en el mandamiento de No matars, meta perdices y capones, gallinas y todas las cosas que no quera darnos, y, por el consiguiente, la hambre, pues pareca que tena por pecado el matarla, y aun el her irla, segn regateaba el comer. Pasronsenos tres meses en esto, y, al cabo, trat don Alonso de inviar a su hijo a Alcal a estudiar lo que le faltaba de la Gramtica. Djome a m si quera ir, y yo, que n o deseaba otra cosa sino salir de tierra donde se oyese el nombre de aquel malva do perseguidor de estmagos, ofrec de servir a su hijo como vera. Y con esto diole u n criado para ayo que le gobernase la casa y tuviese cuenta del dinero del gasto , que nos daba remitido en cdulas para un hombre que se llamaba Julin Merluza. Pus imos el hato en el carro de un Diego Monje; era una media camita y otra de corde les con ruedas para meterla debajo de la otra ma y del mayordomo, que se llamaba Baranda, cinco colchones, ocho sbanas, ocho almohadas, cuatro tapices, un cofre c on ropa blanca, y las dems zarandajas de casa. Nosotros nos metimos en un coche, salimos a la tardecica, una hora antes de anochecer, y llegamos a la media noche , poco ms, a la siempre maldita venta de Viveros. El ventero era morisco y ladrn, que en mi vida vi perro y gato juntos con la paz que aquel da. Hzonos gran fiesta, y como l y los ministros del carretero iban horro s (que ya haba llegado tambin con el hato antes, porque nosotros venamos de espacio ), pegse al coche, diome a m la mano para salir del estribo, y djome si iba a estud iar. Yo le respond que s; metime adentro, y estaban dos rufianes con unas mujercill as; un cura rezando al olor; un viejo mercader y avariento procurando olvidarse de cenar andaba esforzando sus ojos que se durmiesen en ayunas: arremedaba los b ostezos, diciendo: -Ms me engorda un poco de sueo que cuantos faisanes tiene el mun do. Dos estudiantes fregones, de los de mantellina, panzas al trote, andaban apar ecidos por la venta para engullir. Mi amo, pues, como ms nuevo en la venta y much acho, dijo: -Seor husped, dme lo que hubiere para m y mis criados. -Todos los somos de V. Md. -dijeron al punto los rufianes-, y le hemos de servir . Hola, husped, mirad que este caballero os agradecer lo que hiciredes. Vaciad la d ispensa. Y, diciendo esto, llegse el uno y quitle la capa, y dijo: -Descanse V. Md., mi seor. Y psola en un poyo. Estaba yo con esto desvanecido y hecho dueo de la venta. Dijo una de las mujeres:

-Qu buen talle de caballero! Y va a estudiar? Es V. Md. su criado? Yo respond, creyendo que era as como lo decan, que yo y el otro lo ramos. Preguntronm e su nombre, y no bien lo dije, cuando el uno de los estudiantes se lleg a l medio llorando y dndole un abrazo apretadsimo, dijo: -Oh, mi seor don Diego, quin me dijera a m, agora diez aos, que haba de ver yo a V. M . desta manera? Desdichado de m, que estoy tal que no me conocer V. Md.!

l se qued admirado, y yo tambin, que jurramos entrambos no haberle visto en nuestra vida. El otro compaero andaba mirando a don Diego a la cara, y dijo a su amigo: -Es este seor de cuyo padre me dijistes vos tantas cosas? Gran dicha ha sido nuestr a conocelle segn est de grande! Dios le guarde! Y empez a santiguarse. Quin no creyera que se haban criado con nosotros? Don Diego s e le ofreci mucho, y preguntndole su nombre, sali el ventero y puso los manteles, y oliendo la estafa, dijo: -Dejen eso, que despus de cenar se hablar, que se enfra. Lleg un rufin y puso asiento s para todos y una silla para don Diego, y el otro trujo un plato. Los estudiant es dijeron: -Cene V. Md., que, entre tanto que a nosotros nos aderezan lo que hu biere, le serviremos a la mesa. -Jess! -dijo don Diego-; V. Mds. se sienten, si so n servidos. Y a esto respondieron los rufianes, no hablando con ellos: -Luego, m i seor, que an no est todo a punto. Yo, cuando vi a los unos convidados y a los otros que se convidaban, afligme y te m lo que sucedi. Porque los estudiantes tomaron la ensalada, que era un razonable plato, y mirando a mi amo, dijeron: -No es razn que donde est un caballero tan principal se queden estas damas sin com er. Mande V. Md. que alcancen un bocado. l, haciendo del galn, convidlas. Sentronse, y entre los dos estudiantes y ellas no d ejaron sino un cogollo, en cuatro bocados, el cual se comi don Diego. Y al drsele, aquel maldito estudiante le dijo: -Un agelo tuvo V. Md., to de mi padre, que jams comi lechugas, y son malas para la m emoria, y ms de noche, y stas no son tan buenas. Y diciendo esto sepult un panecillo, y el otro, otro. Pues las mujeres? Ya daban c uenta de un pan, y el que ms coma era el cura, con el mirar slo. Sentronse los rufia nes con medio cabrito asado y dos lonjas de tocino y un par de palomas cocidas, y dijeron: -Pues padre, ah se est? Llegue y alcance, que mi seor don Diego nos hace merced a to dos. Pesia diez, la Iglesia ha de ser la primera. No bien se lo dijeron, cuando se sent. Ya, cuando vio mi amo que todos se le haban encajado, comenzse a afligir. Repartironlo todo y a don Diego dieron no s qu gesos y alones diciendo que del cabrito el gesecito y del ave el aloncito y que el refrn lo deca. Con lo cual nosotros comimos refranes y ellos aves. Lo dems se engulleron e l cura y los otros. Decan los rufianes: -No cene mucho, seor, que le har mal. Y replicaba el maldito estudiante: -Y ms que es menester hacerse a comer poco para la vida de Alcal. Yo y el otro criado estbamos rogando a Dios que les pusiese en corazn que dejasen algo. Y ya que lo hubieron comido todo y que el cura repasaba los gesos de los ot ros, volvi el un rufin y dijo: -Oh, pecador de m, no habemos dejado nada a los criados. Vengan aqu V. Mds. Ah, seo r gsped, dles todo lo que hubiere; vea aqu un dobln. Tan presto salt el descomulgado pariente de mi amo (digo el estudiantn) y dijo: -Aunque V. Md. me perdone, seor hidalgo, debe de saber poco de cortesa. Conoce, por dicha, a mi seor primo? l dar a sus criados, y aun a los nuestros si los tuviramos, como nos ha dado a nosotros. Y volvindose a don Diego, que estaba pasmado, dijo: -No se enoje V. Md., que no le conocan. Maldiciones le ech cuando vi tan gran disimulacin que no pens acabar. Levantaron las mesas y todos dijeron a don Diego que se acostase. l quera pagar la cena y replicronle que no lo hiciese, que a la maana habra lugar. Estuvironse un ra to parlando; preguntle su nombre al estudiante, y l dijo que se llamaba tal Corone l. (En los infiernos descanse, dondequiera que est.) Vio al avariento que dorma, y dijo: -V. Md. quiere rer? Pues hagamos alguna burla a este mal viejo, que no ha comido s ino un pero en todo el camino, y es riqusimo. Los rufianes dijeron: -Bien haya el licenciado; hgalo, que es razn. Con esto, se lleg y sac al pobre viejo, que dorma, de debajo de los pies unas alfor

jas, y desenvolvindolas hall una caja, y como si fuera de guerra hizo gente. Llegro nse todos, y abrindola, vio ser de alcorzas. Sac todas cuantas haba y en su lugar p uso piedras, palos y lo que hall, y encima dos o tres yesones y un tarazn de teja. Cerr la caja y psola donde estaba, y dijo: -Pues an no basta, que bota tiene el viejo. Sacla el vino y desenfundando una almohada de nuestro coche, despus de haber echad o un poco de vino debajo, se la llen de lana y estopa, y la cerr. Con esto, se fue ron todos a acostar para una hora que quedaba o media, y el estudiante lo puso t odo en las alforjas, y en la capilla del gabn le ech una gran piedra, y fuese a do rmir. Lleg la hora de caminar; despertaron todos, y el viejo todava dorma. Llamronle, y al levantarse, no poda levantar la capilla del gabn. Mir lo que era, y el mesonero ad rede le ri, diciendo: -Cuerpo de Dios, no hall otra cosa que llevarse, padre, sino esa piedra? Qu les pare ce a V. Mds., si yo no lo hubiera visto? Cosa es que estimo en ms de cien ducados , porque es contra el dolor de estmago. Juraba y perjuraba diciendo que no haba metido l tal en la capilla. Los rufianes h icieron la cuenta, y vino a montar de cena slo treinta reales, que no entendiera Juan de Legans la suma. Decan los estudiantes: -No pide ms un ochavo. Y respondi un rufin: -No, sino burlrase con este caballero delante de nosotros; aunque ventero, sabe l o que ha de hacer. Djese V. Md. gobernar, que en mano est... Y tosiendo, cogi el dinero, contlo y, sobrando del que sac mi amo cuatro reales, lo s asi, diciendo: -stos le dar de posada, que a estos pcaros con cuatro reales se les tapa la boca. Quedamos sustados con el gasto. Almorzamos un bocado, y el viejo tom sus alforjas y, porque no visemos lo que sacaba y no partir con nadie, desatlas a escuras deba jo del gabn, y agarrando un yesn echsele en la boca y fuele a hincar una muela y me dio diente que tena, y por poco los perdiera. Comenz a escupir y hacer gestos de a sco y de dolor; llegamos todos a l, y el cura el primero, dicindole que qu tena. Emp ezse a ofrecer a Satans; dej caer las alforjas; llegse a l el estudiante, y dijo: -Arriedro vayas, cata la cruz! Otro abri un breviario; hicironle creer que estaba endemoniado, hasta que l mismo d ijo lo que era, y pidi que le dejasen enjaguar la boca con un poco de vino, que l traa bota. Dejronle y, sacndola, abrila; y echando en un vaso un poco de vino, sali c on la lana y estopa un vino salvaje, tan barbado y velloso que no se poda beber n i colar. Entonces acab de perder la paciencia el viejo, pero viendo las descompue stas carcajadas de risa, tuvo por bien el callar y subir en el carro con los ruf ianes y las mujeres. Los estudiantes y el cura se ensartaron en dos borricos, y nosotros nos subimos en el coche; y no bien comenz a caminar cuando unos y otros nos comenzaron a dar vaya, declarando la burla. El ventero deca: -Seor nuevo, a pocas estrenas como sta, envejecer. El cura deca: -Sacerdote soy; all se lo dir de misas. Y el estudiante maldito voceaba: -Seor primo, otra vez rsquese cuando le coman y no despus. El otro deca: -Sarna de V. Md., seor don Diego. Nosotros dimos en no hacer caso; Dios sabe cun c orridos bamos. Con estas y otras cosas, llegamos a la villa; apemonos en un mesn, y en todo el da, que llegamos a las nueve, acabamos de contar la cena pasada, y nunca pudimos en limpio sacar el gasto. Captulo V: De la entrada de Alcal, patente y burlas que le hicieron por nuevo. Antes que anocheciese salimos del mesn a la casa que nos tenan alquilada, que esta ba fuera la puerta de Santiago, patio de estudiantes donde hay muchos juntos, au nque esta tenamos entre tres moradores diferentes no ms. Era el dueo y gsped de los que creen en Dios por cortesa o sobre falso; moriscos los llaman en el pueblo. Recibime, pues, el gsped con peor cara que si yo fuera el San

tsimo Sacramento. Ni s si lo hizo porque le comenzsemos a tener respeto o por ser n atural suyo dellos, que no es mucho que tenga mala condicin quien no tiene buena ley. Pusimos nuestro hatillo, acomodamos las camas y lo dems, y dormimos aquella noche. Amaneci, y helos aqu en camisa a todos los estudiantes de la posada apedir la pate nte a mi amo. l, que no saba lo que era, preguntme que qu queran, y yo, entre tanto, por lo que poda suceder, me acomod entre dos colchones y slo tena la media cabeza fu era, que pareca tortuga. Pidieron dos docenas de reales; dironselos y con tanto co menzaron una grita del diablo, diciendo: -Viva el compaero, y sea admitido en nuestra amistad! Goce de las preeminencias de antiguo. Pueda tener sarna, andar manchado y padecer la hambre que todos. Y con esto (mire V. Md. qu previlegios!) volaron por la escalera, y al momento nos vestimos nosotros y tomamos el camino para escuelas. A mi amo apadrinronle unos colegiales conocidos de su padre y entr en su general, pero yo, que haba de entrar en otro diferente y fui solo, comenc a temblar. Entr en el patio, y no hube metido bien un pie, cuando me encararon y comenzaron a deci r: -Nuevo!. Yo por disimular di en rer, como que no haca caso; mas no bast, porque llegndose a m ocho o nueve, comenzaron a rerse. Pseme colorado; nunca Dios lo permitiera, pues a l instante se puso uno que estaba a mi lado las manos en las narices y apartndose , dijo: -Por resucitar est este Lzaro, segn olisca. Y con esto todos se apartaron tapndose las narices. Yo, que me pens escapar, puse las manos tambin y dije: -V. Mds. tienen razn, que huele muy mal. Dioles mucha risa y, apartndose, ya estaban juntos hasta ciento. Comenzaron a esc arrar y tocar al arma y en las toses y abrir y cerrar de las bocas, vi que se me aparejaban gargajos. En esto, un manchegazo acatarrado hzome alarde de uno terri ble, diciendo: -Esto hago. Yo entonces, que me vi perdido, dije: -Juro a Dios que ma...! Iba a decir te, pero fue tal la batera y lluvia que cay sobre m, que no pude acabar la razn. Yo estaba cubierto el rostro con la capa, y tan blanco, que todos tirab an a m, y era de ver cmo tomaban la puntera. Estaba ya nevado de pies a cabeza, per o un bellaco, vindome cubierto y que no tena en la cara cosa, arranc hacia m diciend o con gran clera: -Baste, no le dis con el palo! Que yo, segn me trataban, cre dellos que lo haran. Destapme por ver lo que era, y al mismo tiempo, el que daba las voces me enclav un gargajo en los dos ojos. Aqu se han de considerar mis angustias. Levant la infernal gente una grita que me aturdi eron, y yo, segn lo que echaron sobre m de sus estmagos, pens que por ahorrar de mdic os y boticas aguardan nuevos para purgarse. Quisieron tras esto darme de pescozones pero no haba dnde sin llevarse en las mano s la mitad del afeite de mi negra capa, ya blanca por mis pecados. Dejronme, y ib a hecho zufaina de viejo a pura saliva. Fuime a casa, que apenas acert, y fue ven tura el ser de maana, pues slo top dos o tres muchachos, que deban de ser bien incli nados porque no me tiraron ms de cuatro o seis trapajos y luego me dejaron. Entr en casa, y el morisco que me vio comenzse a rer y a hacer como que quera escupi rme. Yo, que tem que lo hiciese, dije: -Ten, gsped, que no soy Ecce-Homo. Nunca lo dijera, porque me dio dos libras de porrazos, dndome sobre los hombros c on las pesas que tena. Con esta ayuda de costa, medio derrengado, sub arriba; y en buscar por dnde asir la sotana y el manteo para quitrmelos, se pas mucho rato. Al fin, le quit y me ech en la cama y colgulo en una azutea. Vino mi amo y como me hall durmiendo y no saba la asquerosa aventura, enojse y come nz a darme repelones con tanta prisa, que a dos ms, despierto calvo. Levantme dando voces y quejndome, y l, con ms clera, dijo: -Es buen modo de servir se, Pablos? Ya es otra vida. Yo, cuando o decir otra vida, entend que era ya muerto, y dije:

-Bien me anima V. Md. en mis trabajos. Vea cul est aquella sotana y manteo, que ha servido de paizuelo a las mayores narices que se han visto jams en paso, y mire e stas costillas. Y con esto empec a llorar. l, viendo mi llanto, creylo, y buscando la sotana y vindo la, compadecise de m y dijo: -Pablos, abre el ojo que asan carne. Mira por ti, que aqu no tienes otro padre ni madre. Contle todo lo que haba pasado y mandme desnudar y llevar a mi aposento (que era do nde dorman cuatro criados de los gspedes de casa). Acostme y dorm; y con esto, a la noche, despus de haber comido y cenado bien, me ha ll fuerte y ya como si no hubiera pasado por m nada. Pero, cuando comienzan desgra cias en uno, parece que nunca se han de acabar, que andan encadenadas y unas traa n a otras. Vinironse a acostar los otros criados y, saludndome todos, me preguntar on si estaba malo y cmo estaba en la cama. Yo les cont el caso y, al punto, como s i en ellos no hubiera mal ninguno, se empezaron a santiguar, diciendo: -No se hiciera entre luteranos. Hay tal maldad? Otro deca: -El retor tiene la culpa en no poner remedio. Conocer los que eran? Yo respond que no, y agradecles la merced que me mostraban hacer. Con esto se acab aron de desnudar, acostronse, mataron la luz, y dormme yo, que me pareca que estaba con mi padre y mis hermanos. Deban de ser las doce cuando el uno dellos me despert a puros gritos, diciendo: -Ay, que me matan! Ladrones! Sonaban en su cama, entre estas voces, unos golpazos de ltigo. Yo levant la cabeza y dije: -Qu es eso? Y apenas la descubr, cuando con una maroma me asentaron un azote con hijos en tod as las espaldas. Comenc a quejarme; quseme levantar; quejbase el otro tambin; dbanme a m slo. Yo comenc a decir: -Justicia de Dios! Pero menudeaban tanto los azotes sobre m, que ya no me qued, por haberme tirado la s frazadas abajo, otro remedio sino el de meterme debajo de la cama. Hcelo as, y a l punto los tres que dorman empezaron a dar gritos tambin, y como sonaban los azot es, yo cre que alguno de fuera nos daba a todos. Entre tanto, aquel maldito que e staba junto a m se pas a mi cama y provey en ella, y cubrila, volvindose a la suya. C esaron los azotes y levantronse con grandes gritos todos cuatro, diciendo: -Es gran bellaquera, y no ha de quedar as! Yo todava me estaba debajo de la cama quejndome como perro cogido entre puertas, t an encogido que pareca galgo con calambre. Hicieron los otros que cerraban la pue rta, y yo entonces sal de donde estaba y subme a mi cama, preguntando si acaso les haban hecho mal. Todos se quejaban de muerte. Acostme y cubrme y torn a dormir, y como entre sueos me revolcase, cuando despert hal lme provedo y hecho una necesaria. Levantronse todos y yo tom por achaque los azotes para no vestirme. No haba diablos que me moviesen de un lado. Estaba confuso, co nsiderando si acaso, con el miedo y la turbacin, sin sentirlo, haba hecho aquella vileza, o si entre sueos. Al fin, yo me hallaba inocente y culpado y no saba cmo di sculparme. Los compaeros se llegaron a m, quejndose y muy disimulados, a preguntarme cmo estaba ; yo les dije que muy malo, porque me haban dado muchos azotes. Preguntbales yo qu e qu poda haber sido, y ellos decan: -A fee que no se escape, que el matemtico nos lo dir. Pero, dejando esto, veamos s i estis herido, que os quejbades mucho. Y diciendo esto, fueron a levantar la ropa con deseo de afrentarme. En esto, mi amo entr diciendo: -Es posible, Pablos, que no he de poder contigo? Son las ocho y estste en la cama? L evntate enhoramala! Los otros, por asegurarme, contaron a don Diego el caso todo y pidironle que me d ejase dormir. Y deca uno: -Y si V. Md. no lo cree, levant, amigo. Y agarraba de la ropa. Yo la tena asida con los dientes por no mostrar la caca. Y

cuando ellos vieron que no haba remedio por aquel camino, dijo uno: -Cuerpo de Dios y cmo hiede! Don Diego dijo lo mismo, porque era verdad, y luego, tras l, todos comenzaron a m irar si haba en el aposento algn servicio. Decan que no se poda estar all. Dijo uno: -Pues es muy bueno esto para haber de estudiar! Miraron las camas y quitronlas para ver debajo, y dijeron: -Sin duda debajo de la de Pablos hay algo; pasmosle a una de las nuestras y mirem os debajo della. Yo, que vea poco remedio en el negocio y que me iban a echar la garra, fing que me haba dado mal de corazn: agarrme a los palos, hice visajes... Ellos, que saban el m isterio, apretaron conmigo, diciendo: -Gran lstima! Don Diego me tom el dedo del corazn y, al fin, entre los cinco me levantaron, y al alzar las sbanas fue tanta la risa de todos viendo los recientes no ya palominos sino palomos grandes, que se hunda el aposento. -Pobre dl! -decan los bellacos (yo haca del desmayado)-; trele V. Md. mucho de ese de do del corazn. Y mi amo, entendiendo hacerme bien, tanto tir que me le desconcert. Los otros trat aron de darme un garrote en los muslos, y decan: -El pobrecito agora sin duda se ensuci, cuando le dio el mal. Quin dir lo que yo senta, lo uno con la vergenza, descoyuntado un dedo y a peligro de que me diesen garrote! Al fin, de miedo de que me le diesen, que ya me tenan los cordeles en los muslos, hice que haba vuelto, y por presto que lo hice, como los bellacos iban con malicia, ya me haban hecho dos dedos de seal en cada pierna. De jronme diciendo: -Jess, y qu flaco sois! Yo lloraba de enojo, y ellos decan adrede: -Ms va en vuestra salud que en haberos ensuciado. Call. Y con esto me pusieron en la cama, despus de haberme lavado, y se fueron. Yo no haca a solas sino considerar cmo casi era peor lo que haba pasado en Alcal en un da que todo lo que me sucedi con Cabra. A medioda me vest, limpi la sotana lo mejo r que pude, lavndola como gualdrapa, y aguard a mi amo que, en llegando, me pregun t cmo estaba. Comieron todos los de la casa y yo, aunque poco y de mala gana. Y de spus, juntndonos todos a parlar en el corredor, los otros criados, despus de darme vaya, declararon la burla. Rironla todos, doblse mi afrenta, y dije entre m: -Avisn, Pablos, alerta. Propuse de hacer nueva vida, y con esto, hechos amigos, vivimos d e all adelante todos los de la casa como hermanos, y en las escuelas y patios nad ie me inquiet ms. Captulo VI: De las crueldades de la ama, y travesuras que hizo. Haz como viere dice el refrn, y dice bien. De puro considerar en l, vine a resolverm e de ser bellaco con los bellacos, y ms, si pudiese, que todos. No s si sal con ell o, pero yo aseguro a V. Md. que hice todas las diligencias posibles. Lo primero, yo puse pena de la vida a todos los cochinos que se entrasen en casa y a los pollos de la ama que del corral pasasen a mi aposento. Sucedi que un da e ntraron dos puercos del mejor garbo que vi en mi vida. Yo estaba jugando con los otros criados, y olos gruir, y dije al uno: -Vaya y vea quin grue en nuestra casa. Fue, y dijo que dos marranos. Yo que lo o, me enoj tanto que sal all diciendo que e ra mucha bellaquera y atrevimiento venir a gruir a casa ajena. Y diciendo esto, en vsole a cada uno a puerta cerrada la espada por los pechos, y luego los acogotamo s. Porque no se oyese el ruido que hacan, todos a la par dbamos grandsimos gritos c omo que cantbamos y as expiraron en nuestras manos. Sacamos los vientres, recogimos la sangre, y a puros jergones los medio chamusca mos en el corral, de suerte que cuando vinieron los amos ya estaba todo hecho, a unque mal, si no eran los vientres, que an no estaban acabadas de hacer las morci llas. Y no por falta de prisa, en verdad, que por no detenernos las habamos dejad o la mitad de lo que ellas se tenan dentro, y nos las comimos las ms como se las t raa hechas el cochino en la barriga. Supo, pues, don Diego el caso, y enojse conmigo de manera que oblig a los huspedes

(que de risa no se podan valer) a volver por m. Preguntbame don Diego que qu haba de decir si me acusaban y me prenda la justicia, a lo cual respond yo que me llamara a hambre, que es el sagrado de los estudiantes; y que si no me valiese, dira que c omo se entraron sin llamar a la puerta como en su casa, que entend que eran nuest ros. Rironse todos de las disculpas. Dijo don Diego: -A fee, Pablos, que os hacis a las armas. Era de notar ver a mi amo tan quieto y religioso y a m tan travieso, que el uno e xageraba al otro o la virtud o el vicio. No caba el ama de contento conmigo, porque ramos dos al mohno: habamonos conjurado c ontra la despensa. Yo era el despensero Judas, de botas a bolsa, que desde enton ces hereda no s qu amor a la sisa este oficio. La carne no guardaba en manos de la ama la orden retrica, porque siempre iba de ms a menos; no era nada carnal, antes de puro penitente estaba en los gesos. Y la vez que poda echar cabra u oveja no e chaba carnero, y si haba gesos, no entraba cosa magra. Era cercenadora de porcione s como de moneda, y as haca unas ollas ticas de puro flacas, unos caldos que a esta r cuajados se pudieran hacer sartas de cristal dellos. Las Pascuas, por diferenc iar, para que estuviese gorda la olla, sola echar cabos de vela de sebo y as deca q ue estaban sus ollas gordas por el cabo. Y era verdad segn me lo parl un pabilo qu e yo masqu un da. Ella deca, cuando yo estaba delante: -Mi amo, por cierto que no hay servicio como el de Pablicos, si l no fuese travie so; consrvele V. Md., que bien se le puede sufrir el ser bellaquillo por la fidel idad; lo mejor de la plaza tray. Yo, por el consiguiente, deca della lo mismo y as tenamos engaada la casa. Si se com praba aceite de por junto, carbn o tocino, escondamos la mitad, y cuando nos pareca , decamos el ama y yo: -Modrese V. Md. en el gasto, que en verdad que si se dan tanta prisa no baste la hacienda del Rey. Ya se ha acabado el aceite o el carbn. Pero tal prisa le han da do. Mande V. Md. comprar ms y a fee que se ha de lucir de otra manera. Denle dine ros a Pablicos. Dbanmelos y vendamosles la mitad sisada, y de lo que comprbamos sisbamos la otra mit ad; y esto era en todo, y si alguna vez compraba yo algo en la plaza por lo que vala, reamos adrede el alma y yo. Ella deca: -No me digas a m, Pablicos, que esto son dos cuartos de ensalada. Yo haca que lloraba, daba voces, bame a quejar a mi seor, y apretbale para que invia se al mayordomo a sabello, para que callase la ama, que adrede porfiaba. Iban y sabanlo, y con esto asegurbamos al amo y al mayordomo, y quedaban agradecidos, en m a las obras, y en el ama al celo de su bien. Decale don Diego, muy satisfecho de m: -As fuese Pablicos aplicado a virtud como es de fiar! Toda esta es la lealtad que m e decs vos dl? Tuvmoslos desta manera, chupndolos como sanguijuelas. Yo apostar que V. Md. se espanta de la suma de dinero que montaba al cabo del ao. Ello mucho deb i de ser, pero no deba obligar a restitucin, porque el ama confesaba y comulgaba de ocho a ocho das y nunca la vi rastro de imaginacin de volver nada ni hacer escrpul o, con ser, como digo, una santa. Traa un rosario al cuello siempre, tan grande, que era ms barato llevar un haz de lea a cuestas. Dl colgaban muchos manojos de imgines, cruces y cuentas de perdones que hacan ruido de sonajas. Bendeca las ollas y al espumar haca cruces con el cucha rn. Yo pienso que las conjuraba por sacarles los espritus, ya que no tena carne. En todas las imgines deca que rezaba cada noche por sus bienhechores; contaba ciento y tantos santos abogados suyos, y en verdad que haba menester todas estas ayudas para desquitarse de lo que pecaba. Acostbase en un aposento encima del de mi amo , y rezaba ms oraciones que un ciego. Entraba por el JustoJuez y acababa en el Co nquibules, que ella deca, y en la Salve Rehna. Deca las oraciones en latn adrede por fingirse inocente, de suerte que nos despedazbamos de risa todos. Tena otras habi lidades; era conqueridora de voluntades y corchete de gustos, que es lo mismo qu e alcageta; pero disculpbase conmigo diciendo que le vena de casta como al rey de F rancia sanar lamparones. Pensar V. Md. que siempre estuvimos en paz? Pues quin ignora que dos amigos, como se

an cudiciosos, si estn juntos, se han de procurar engaar el uno al otro? Sucedi que el ama criaba gallinas de corral; yo tena gana de comerla una. Tena doce o trece pollos grandecitos, y un da, estando dndoles de comer, comenz a decir: -Po, po! Y esto muchas veces. Yo que o el modo de llamar, comenc a dar voces, y dije: -Oh, cuerpo de Dios, ama, no hubierdes muerto un hombre o hurtado moneda al rey, c osa que pudiera callar, y no haber hecho lo que habis hecho, que es imposible dej arlo de decir! Malaventurado de mi y de vos! Ella, como me vio hacer extremos con tantas veras, turbse algn tanto, y dijo: - Pues, Pablos, Yo qu he hecho? Si te burlas, no me aflijas ms. Cmo burlas, pese a tal! Yo no puedo dejar de dar prte a la Inquisicin, porque, si no , estar descomulgado. Inquisicin? dijo ella; y empez a temblar-. Pues yo he hecho algo contra la fe? - Eso es algo peor- deca yo-; no os burlis con los inquisidores; decid que fuisteis una boba y que os desdecs, y no neguis la blasfemia y el descato. Ella, c on miedo, dijo: Pues, Pablos, y si me desdigo, castigarnme? Respondle: No, porque solo os absolvern. - Pues yo me desdigo dijo-, pero dime t de qu, que no lo s yo, as tengan buen siglo l as nimas de mis difuntos. -Es posible que no advertsteis en qu? No s cmo lo diga, que el desacato es tal que me acobarda. No os acordis que dijistis a los pollos, po, po, y es Po nombre de papas, icarios de Dios y cabezas de la Iglesia? Papos el pecadillo. Ella qued como muerta, dijo: -Pablo, yo lo dije, pero no me perdone Dios si fue con malicia. Yo me desdigo; m ira si hay camino para que se pueda excusar el acusarme, que me morir si me veo e n la Inquisicin. - Como vos juris en una ara consagrada que no tuvisteis malicia, yo asegurado, po dr dejar de acusaros; pero ser necesario que estos dos pollos, que comieron llamndo les con el santsimo nombre de los pontfices, me los deis para que los lleve a una familiar que los queme, porque estn daados. Y, tras esto, habis de jurar de no rein cidir de ningn modo. Ella, muy contenta, dijo: - Pues llevtelos, Pablos, ahora, que maana jurar. Yo, por s asegurarla, dije: Lo peor es, Cipriana que as se llamaba-, que yo voy a riesgo, porque me dir el fami liar si soy yo, y entre tanto me podr hacer vejacin. Llevadlo vos, que yo pardiez que temo. Pablos deca cuanto me oy esto-, por amor de Dios que te duelas de m y los lleves, qu e a ti no te puede suceder nada. Dejla que me rogase mucho, y al fin que era lo qu e quera- determinme, tom los pollos, escondlos en mi aposento, hice que iba fuera, y volv diciendo: -Mejor se ha hecho que yo pensaba. Quera el familiarcito venirse t ras de m a ver la mujer, pero lindamente te le he engaado y negociado.

Diome mil abrazos y otro pollo para m, y yo fuime con l adonde haba dejado sus comp aeros, y hice hacer en casa de un pastelero una cazuela, y commelos con los dems cr iados. Supo el ama y Don Diego la maraa, y toda la casa la celebr en extremo; el a ma lleg tan al cabo de pena, que por poco se muriera. Y, de enojo, no estuvos dos dedos a no tener por qu callar- de decir mis sisas. sta ha de ser ruin conmigo, pues lo es con su amo, deca yo entre m; ella deba de deci lo mismo porque chocamos de embuste el uno con el otro, y por poco se descubrie ra la hilaza. Quedamos enemigos como gatos y gatos, que en despensa es peor que gatos y perros. Yo, que me vi ya mal con el ama, y que no la poda burlar, busqu nuevas trazas de h olgarme y di en lo que llaman los estudiantes correr o arrebatar. En esto me suc edieron cosas graciossimas, porque yendo una noche a las nueve (que anda poca gen te) por la calle Mayor, vi una confitera y en ella un cofn de pasas sobre el table ro, y tomando vuelo, vine a agarrarle y di a correr. El confitero dio tras m, y o tros criados y vecinos. Yo, como iba cargado, vi que aunque les llevaba ventaja, me haban de alcanzar, y al volver una esquina, sentme sobre l y envolv la capa a la pierna de presto y empec a decir, con la pierna en la mano, fingindome pobre: -Ay! Dios se lo perdone, que me ha pisado! Oyronme esto y en llegando, empec a decir: Por tan alta Seora, y lo ordinario de la h ra menguada y aire corrupto. Ellos se venan desgaifando, y dijronme: -Va por aqu un hombre, hermano? -Ah adelante, que aqu me pis, loado sea el Seor. Arrancaron con esto y furonse; qued solo, llevme el cofn a casa, cont la burla, y no quisieron creer que haba sucedido as, aunque lo celebraron mucho. Por lo cual, los convid para otra noche a verme correr cajas. Vinieron, y advirtiendo ellos que estaban las cajas dentro la tienda y que no la s poda tomar con la mano, tuvironlo por imposible, y ms por estar el confitero, por lo que sucedi al otro de las pasas, alerta. Vine, pues, y metiendo doce pasos at rs de la tienda mano a la espada, que era un estoque recio, part corriendo, y en l legando a la tienda, dije: -Muera!. Y tir una estocada por delante del confitero. l se dej caer pidiendo confesin, y yo di la estocada en una caja y la pas y saqu en la espada y me fui con ella. Quedrons e espantados de ver la traza y muertos de risa de que el confitero deca que le mi rasen, que sin duda le haba herido, y que era un hombre con quien l haba tenido pal abras. Pero, volviendo los ojos, como quedaron desbaratadas al salir de la caja las que estaban alrededor, ech de ver la burla, y empez a santiguarse que no pens a cabar. Confieso que nunca me supo cosa tan bien. Decan los compaeros que yo solo poda sustentar la casa con lo que corra, que es lo m ismo que hurtar, en nombre revesado. Yo, como era muchacho y oa que me alababan e l ingenio con que sala destas travesuras, animbame para hacer muchas ms. Cada da traa la pretina llena de jarras de monjas, que les peda para beber y me vena con ellas; introduje que no diesen nada sin prenda primero. Y as, promet a don Diego y a todos los compaeros, de quitar una noche las espadas a la mesma ronda. Sealse cul haba de ser, y fuimos juntos, yo delante, y en columbran do la justicia, llegume con otro de los criados de casa, muy alborotado, y dije: -Justicia? Respondieron: -S. -Es el corregidor? Dijeron que s. Hinqume de rodillas y dije: -Seor, en sus manos de V. Md. est mi remedio y mi venganza y mucho provecho de la repblica; mande V. Md. orme dos palabras a solas, si quiere una gran prisin. Apartse; ya los corchetes estaban empuando las espadas y los alguaciles poniendo m ano a las varitas. Yo le dije: -Seor, yo he venido desde Sevilla siguiendo seis hombres los ms facinorosos del mu ndo, todos ladrones y matadores de hombres, y entre ellos viene uno que mat a mi madre y a un hermano mo por saltearlos, y le est probado esto; y vienen acompaando, segn los he odo decir, a una espa francesa; y aun sospecho, por lo que les he odo,

que es... (y bajando ms la voz dije) Antonio Prez. Con esto, el corregidor dio un salto hacia arriba, y dijo: -Y dnde estn? -Seor, en la casa pblica; no se detenga V. Md., que las nimas de mi madre y hermano se lo pagarn en oraciones, y el Rey ac. -Jess! -dijo-, no nos detengamos. Hola, seguidme todos! Dadme una rodela. Yo entonces le dije, tornndole a apartar: -Seor, perderse ha V. Md. si hace eso, porque antes importa que todos V. Mds. ent ren sin espadas, y uno a uno, que ellos estn en los aposentos y traen pistoletes, y en viendo entrar con espadas, como saben que no la puede traer sino la justic ia, dispararn. Con dagas es mejor, y cogerlos por detrs los brazos, que demasiados vamos. Cuadrle al corregidor la traza, con la cudicia de la prisin. En esto llegamos cerc a, y el corregidor, advertido, mand que debajo de unas yerbas pusiesen todos las espadas escondidas en un campo que est enfrente casi de la casa; pusironlas y cami naron. Yo, que haba avisado al otro que ellos dejarlas y l tomarlas y pescarse a c asa fuese todo uno, hzolo as; y al entrar todos quedme atrs el postrero, y en entran do ellos mezclados con otra gente que entraba, di cantonada y emboqume por una ca llejuela que va a dar a la Vitoria, que no me alcanzara un galgo. Ellos que entraron y no vieron nada, porque no haba sino estudiantes y pcaros (que es todo uno), comenzaron a buscarme, y no hallndome, sospecharon lo que fue, y y endo a buscar sus espadas, no hallaron media. Quin contara las diligencias que hizo con el retor el corregidor? Aquella noche a nduvieron todos los patios reconociendo las caras y mirando las armas. Llegaron a casa, y yo, porque no me conociesen, estaba echado en la cama con un tocador y con una vela en la mano y un Cristo en la otra y un compaero clrigo ayudndome a mo rir, y los dems rezando las letanas. Lleg el retor y la justicia, y viendo el espec tculo, se salieron, no persuadindose que all pudiera haber habido lugar para cosa. No miraron nada, antes el retor me dijo un responso; pregunt si estaba ya sin hab la, y dijronle que s; y con tanto, se fueron desesperados de hallar rastro, jurand o el retor de remitirle si le topasen, y el corregidor de ahorcarle fuese quien fuese. Levantme de la cama, y hasta hoy no se ha acabado de solenizar la burla en Alcal. Y por no ser largo, dejo de contar cmo haca monte la plaza del pueblo, pues de caj ones de tundidores y plateros y mesas de fruteras (que nunca se me olvidar la afr enta de cuando fui rey de gallos) sustentaba la chimenea de casa todo el ao. Call o las pinsiones que tena sobre los habares, vias y gertos, en todo aquello de alred edor. Con estas y otras cosas, comenc a cobrar fama de travieso y agudo entre tod os. Favorecanme los caballeros y apenas me dejaban servir a don Diego, a quien si empre tuve el respeto que era razn por el mucho amor que me tena. Captulo VII: De la ida de don Diego, y nuevas de la muerte de su padre y madre, y la resolucin que tom en sus cosas para adelante. En este tiempo vino a don Diego una carta de su padre, en cuyo pliego vena otra d e un to mo llamado Alonso Rampln, hombre allegado a toda virtud y muy conocido en S egovia por lo que era allegado a la justicia, pues cuantas all se haban hecho de c uarenta aos a esta parte, han pasado por sus manos. Verdugo era, si va a decir la verdad, pero una guila en el oficio; vrsele hacer daba gana a uno de dejarse ahor car. Este, pues, me escribi una carta a Alcal, desde Segovia, en esta forma: Hijo Pablos (que por el mucho amor que me tena me llamaba as), las ocupaciones gran des desta plaza en que me tiene ocupado Su Majestad no me han dado lugar a hacer esto, que si algo tiene malo el servir al Rey es el trabajo, aunque se desquita con esta negra honrilla de ser sus criados. Psame de daros nuevas de poco gusto. Vuestro padre muri ocho das ha con el mayor valor que ha muerto hombre en el mund o; dgolo como quien lo guind. Subi en el asno sin poner pie en el estribo; venale el sayo vaquero que pareca haberse hecho para l, y como tena aquella presencia, nadie le vea con los Cristos delante que no le juzgase por ahorcado. Iba con gran dese nfado mirando a las ventanas y haciendo cortesas a los que dejaban sus oficios po r mirarle; hzose dos veces los bigotes; mandaba descansar a los confesores y bales alabando lo que decan bueno.

Lleg a la N de palo, puso el un pie en la escalera, no subi a gatas ni despacio y viendo un escaln hendido, volvise a la justicia y dijo que mandase aderezar aquel para otro, que no todos tenan su hgado. No os sabr encarecer cun bien pareci a todos.

Sentse arriba, tir las arrugas de la ropa atrs, tom la soga y psola en la nuez. Y vie ndo que el teatino le quera predicar, vuelto a l, le dijo: -Padre, yo lo doy por predicado; vaya un poco de Credo, y acabemos presto, que no querra parecer prolijo. Hzose as; encomendme que le pusiese la caperuza de lado y que le limpiase las barba s. Yo lo hice as. Cay sin encoger las piernas ni hacer gesto; qued con una gravedad que no haba ms que pedir. Hcele cuartos y dile por sepoltura los caminos. Dios sab e lo que a m me pesa de verle en ellos haciendo mesa franca a los grajos, pero yo entiendo que los pasteleros desta tierra nos consolarn, acomodndole en los de a c uatro. De vuestra madre, aunque est viva agora, casi os puedo decir lo mismo, porque est presa en la Inquisicin de Toledo, porque desenterraba los muertos sin ser murmura dora. Hallronla en su casa ms piernas, brazos y cabezas que en una capilla de mila gros. Y lo menos que haca era sobrevirgos y contrahacer doncellas. Dicen que repr esentar en un auto el da de la Trinidad, con cuatrocientos de muerte. Psame que nos deshonra a todos, y a m principalmente, que al fin soy ministro del Rey y me estn mal estos parentescos. Hijo, aqu ha quedado no s qu hacienda escondida de vuestros padres; ser en todo hast a cuatrocientos ducados. Vuestro to soy, y lo que tengo ha de ser para vos. Vista sta, os podis venir aqu, que con lo que vos sabis de latn y retrica, seris singular el arte de verdugo. Respondedme luego, y entre tanto, Dios os guarde. No puedo negar que sent mucho la nueva afrenta, pero holgume en parte (tanto puede n los vicios en los padres, que consuela de sus desgracias, por grandes que sean , a los hijos). Fuime corriendo a don Diego, que estaba leyendo la carta de su padre, en que le mandaba que se fuese y que no me llevase en su compaa, movido de las travesuras mas que haba odo decir. Djome que se determinaba ir y todo lo que le mandaba su padre, que a l le pesaba de dejarme y a m ms; djome que me acomodara con otro caballero ami go suyo para que le sirviese. Yo, en esto, rindome, le dije: -Seor, ya soy otro, y otros mis pensamientos; ms alto pico y ms autoridad me import a tener. Porque si hasta agora tena como cada cual mi piedra en el rollo, agora t engo mi padre. Declarle cmo haba muerto tan honradamente como el ms estirado, cmo le trincharon y le hicieron moneda, cmo me haba escrito mi seor to, el verdugo, desto y de la prisionc illa de mama, que a l, como a quien saba quin yo soy, me pude descubrir sin vergenza . Lastimse mucho y preguntme que qu pensaba hacer. Dile cuenta de mis determinacion es; y con tanto, al otro da, l se fue a Segovia harto triste, y yo me qued en la ca sa disimulando mi desventura. Quem la carta porque, perdindoseme acaso, no la leyese alguien, y comenc a disponer mi partida para Segovia, con fin de cobrar mi hacienda y conocer mis parientes para huir dellos. L i b r o s e g u n d o

Captulo I: Del camino de Alcal para Segovia, y de lo que le sucedi en l hasta Rejas, donde durmi aquella noche. Lleg el da de apartarme de la mejor vida que hallo haber pasado. Dios sabe lo que sent el dejar tantos amigos y apasionados, que eran sin nmero. Vend lo poco que tena de secreto, para el camino, y con ayuda de unos embustes hice hasta seiscientos reales. Alquil una mula y salme de la posada, adonde ya no tena que sacar ms de mi sombra. Quin contar las angustias del zapatero por lo fiado, las solicitudes del am a por el salario, las voces del gsped de la casa por el arrendamiento? Uno deca: -Sie mpre me lo dijo el corazn!; otro: -Bien me decan a m que este era un trampista!. Al , yo sal tan bienquisto del pueblo que dej con mi ausencia a la mitad dl llorando y a la otra mitad rindose de los que lloraban. Yo me iba entretiniendo por el camino considerando en estas cosas, cuando pasado Torote, encontr con un hombre en un macho de albarda, el cual iba hablando entre s con muy gran prisa y tan embebecido, que aun estando a su lado no me va. Saludle y saludme; preguntle dnde iba, y despus que nos pagamos las respuestas, comenzamos luego a tratar de si bajaba el turco y de las fuerzas del Rey. Comenz a decir de qu manera se poda conquistar la Tierra Santa y cmo se ganara Argel, en los cuales di scursos ech de ver que era loco repblico y de gobierno. Proseguimos en la conversacin (propia de pcaros), y venimos a dar de una cosa en o tra, en Flandes. Aqu fue ello, que empez a suspirar y a decir: -Ms me cuestan a m esos estados que al Rey, porque ha catorce aos que ando con un a rbitrio que, si como es imposible no lo fuera, ya estuviera todo sosegado. -Qu cosa puede ser -le dije yo-que, conviniendo tanto, sea imposible y no se pueda hacer? -Quin le dice a V. Md. -dijo luego-que no se pueda hacer?; hacerse puede, que ser imposible es otra cosa. Y si no fuera por dar pesadumbre, le contara a V. Md. lo que es; pero all se ver, que agora lo pienso imprimir con otros trabajillos, entr e los cuales le doy al Rey modo de ganar a Ostende por dos caminos. Rogule que me los dijese, y al punto, sacando de las faldriqueras un gran papel, me mostr pintado el fuerte del enemigo y el nuestro, y dijo: -Bien ve V. Md. que la dificultad de todo est en este pedazo de mar; pues yo doy orden de chuparle todo con esponjas y quitarle de all. Di yo con este desatino una gran risada, y l entonces mirndome a la cara, me dijo: -A nadie se lo he dicho que no haya hecho otro tanto, que a todos les da gran co ntento. -Ese tengo yo, por cierto -le dije-, de or cosa tan nueva y tan bien fundada, per o advierta V. Md. que ya que chupe el agua que hubiere entonces, tornar luego la mar a echar ms. -No har la mar tal cosa que lo tengo yo eso muy apurado -me respondi-, y no hay qu e tratar; fuera de que yo tengo pensada una invencin para hundir la mar por aquel la parte doce estados. No lo os replicar de miedo que me dijese que tena arbitrio para tirar el cielo ac a bajo. No vi en mi vida tan gran orate. Decame que Joanelo no haba hecho nada, que l trazaba agora de subir toda el agua de Tajo a Toledo de otra manera ms fcil. Y sa bido lo que era, dijo que por ensalmo: Mire V. Md. quin tal oy en el mundo! Y al ca bo, me dijo: -Y no lo pienso poner en ejecucin si primero el Rey no me da una encomienda, que la puedo tener muy bien, y tengo una ejecutoria muy honrada. Con estas plticas y desconciertos llegamos a Torrejn, donde se qued, que vena a ver una parienta suya. Yo pas adelante perecindome de risa de los arbitrios en que ocupaba el tiempo, cua ndo, Dios y enhorabuena, desde lejos vi una mula suelta y un hombre junto a ella a pie, que mirando a un libro haca unas rayas que meda con un comps. Daba vueltas y saltos a un lado y a otro, y de rato en rato, poniendo un dedo encima de otro, haca con ellos mil cosas saltando. Yo confieso que entend por gran rato (que me p ar desde lejos a vello) que era encantador, y casi no me determinaba a pasar. Al fin me determin, y llegando cerca, sintime, cerr el libro, y al poner el pie en el estribo, resbalsele y cay. Levantle, y djome: -No tom bien el medio de proporcin para hacer la circunferencia al subir.

Yo no le entend lo que me dijo y luego tem lo que era, porque ms desatinado hombre no ha nacido de las mujeres. Preguntme si iba a Madrid por lnea recta o si iba por camino circunflejo. Yo, aunq ue no lo entend, le dije que circunflejo. Preguntme cya era la espada que llevaba a l lado. Respondle que ma, y mirndola, dijo: -Esos gavilanes haban de ser ms largos, para reparar los tajos que se forman sobre el centro de las estocadas. Y empez a meter una parola tan grande que me forz a preguntarle qu materia profesab a. Djome que l era diestro verdadero y que lo hara bueno en cualquiera parte. Yo, m ovido a risa, le dije: -Pues, en verdad, que por lo que yo vi hacer a V. Md. en el campo denantes, que ms le tena por encantador, viendo los crculos. -Eso -me dijo-era que se me ofreci una treta por el cuarto crculo con el comps mayo r, continuando la espada para matar sin confesin al contrario, porque no diga quin lo hizo y estaba ponindolo en trminos de matemtica. -Es posible -le dije yo- que hay matemtica en eso? -No solamente matemtica -dijo-, mas teologa, filosofa, msica y medicina. -Esa postrera no lo dudo, pues se trata de matar en esa arte. -No os burlis -me dijo-, que agora aprendo yo la limpiadera contra la espada, hac iendo los tajos mayores que comprehenden en s las aspirales de la espada. -No entiendo cosa de cuantas me decs, chica ni grande. -Pues este libro las dice -me respondi-, que se llama Grandezas de la espada, y e s muy bueno y dice milagros; y para que lo creis, en Rejas que dormiremos esta no che, con dos asadores me veris hacer maravillas. Y no dudis que cualquiera que ley ere en este libro matar a todos los que quisiere. -U ese libro ensea a ser pestes a los hombres u le compuso algn dotor. -Cmo dotor? Bien lo entiende -me dijo-: es un gran sabio y aun estoy por decir ms. En estas plticas llegamos a Rejas. Apemonos en una posada y al apearnos me advirti con grandes voces que hiciese un ngulo obtuso con las piernas, y que reducindolas a lneas paralelas me pusiese perpendicular en el suelo. El gsped, que me vio rer y l e vio, preguntme que si era indio aquel caballero, que hablaba de aquella suerte. Pens con esto perder el juicio. Llegse luego al gsped, y djole: -Seor, dme dos asadores para dos o tres ngulos, que al momento se los volver. -Jess! -dijo el gsped-, dme V. Md. ac los ngulos, que mi mujer los asar; aunque ave que no las he odo nombrar. -Que no son aves! -dijo volvindose a m-. Mire V. Md. lo que es no saber. Dme los asa dores, que no los quiero sino para esgrimir; que quiz le valdr ms lo que me viere h acer hoy que todo lo que ha ganado en su vida. En fin, los asadores estaban ocupados y hubimos de tomar dos cucharones. No se ha visto cosa tan digna de risa en el mundo. Daba un salto y deca: -Con este comps alcanzo ms y gano los grados del perfil. Ahora me aprovecho del mo vimiento remiso para matar el natural. Esta haba de ser cuchillada y ste tajo. No llegaba a m desde una legua y andaba alrededor con el cucharn, y como yo me est aba quedo, parecan tretas contra olla que se sale. Djome al fin: -Esto es lo bueno y no las borracheras que ensean estos bellacos maestros de esgri ma , que no saben sino beber. No lo haba acabado de decir, cuando de un aposento sali un mulatazo mostrando las presas, con un sombrero enjerto en guardasol y un coleto de ante debajo de una r opilla suelta y llena de cintas, zambo de piernas a lo guila imperial, la cara co n un per signum crucis de inimicis suis, la barba de ganchos, con unos bigotes d e guardamano y una daga con ms rejas que un locutorio de monjas. Y, mirando al su elo, dijo: -Yo soy examinado y traigo la carta, y por el sol que calienta los panes, que ha ga pedazos a quien tratare mal a tanto buen hijo como profesa la destreza. Yo que vi la ocasin, metme en medio y dije que no hablaba con l, y que as no tena por qu picarse. -Meta mano a la blanca si la tray y apuremos cul es verdadera destreza, y djese de cucharones. El pobre de mi compaero abri el libro, y dijo en altas voces: -Este libro lo dice, y est impreso con licencia del Rey, y yo sustentar que es ver

dad lo que dice, con el cucharn y sin el cucharn, aqu y en otra parte, y, si no, mi dmoslo. Y sac el comps, y empez a decir: -Este ngulo es obtuso. Y entonces, el maestro sac la daga, y dijo: -Y no s quin es ngulo ni Obtuso, ni en mi vida o decir tales hombres, pero con esta en la mano le har yo pedazos. Acometi al pobre diablo, el cual empez a huir, dando saltos por la casa, diciendo: -No me puede dar, que le he ganado los grados del perfil. Metmoslos en paz el gsped y yo y otra gente que haba, aunque de risa no me poda mover . Metieron al buen hombre en su aposento, y a m con l; cenamos, y acostmonos todos lo s de la casa. Y a las dos de la maana, levntase en camisa y empieza a andar a escu ras por el aposento, dando saltos y diciendo en lengua matemtica mil disparates. Despertme a m, y no contento con esto, baj el gsped para que le diese luz, diciendo q ue haba hallado objeto fijo a la estocada sagital por la cuerda. El gsped se daba a los diablos de que lo despertase, y tanto le molest que le llam loco. Y con esto se subi y me dijo que si me quera levantar vera la treta tan famosa que haba hallado contra el turco y sus alfanjes. Y deca que luego se la quera ir a ensear al Rey, p or ser en favor de los catlicos. En esto amaneci, vestmonos todos, pagamos la posad a, hicmoslos amigos a l y al maestro, el cual se apart diciendo que el libro que al egaba mi compaero era bueno, pero que haca ms locos que diestros, porque los ms no l e entendan. Captulo II: De lo que le sucedi hasta llegar a Madrid, con un poeta. Yo tom mi camino para Madrid y l se despidi de m por ir diferente jornada. Y ya que estaba apartado, volvi con gran prisa, y llamndome a voces, estando en el campo do nde no nos oa nadie, me dijo al odo: -Por vida de V. Md., que no diga nada de todos los altsimos secretos que le he co municado en materia de destreza, y gurdelo para s, pues tiene buen entendimiento. Yo le promet de hacerlo, tornse a partir de m, y yo empec a rerme del secreto tan gra cioso. Con esto camin ms de una legua que no top persona. Iba yo entre m pensando en las mu chas dificultades que tena para profesar honra y virtud, pues haba menester tapar primero la poca de mis padres, y luego tener tanta que me desconociesen por ella . Y parecanme a m tan bien estos pensamientos honrados, que yo me los agradeca a m m ismo. Deca a solas: Ms se me ha de agradecer a m, que no he tenido de quien aprender virtud ni a quien parecer en ella, que al que la hereda de sus agelos. En estas razones y discursos iba, cuando top un clrigo muy viejo en una mula, que iba camino de Madrid. Trabamos pltica y luego me pregunt que de dnde vena; yo le dij e que de Alcal. -Maldiga Dios -dijo l-tan mala gente como hay en ese pueblo, pues falta entre tod os un hombre de discurso. Preguntle que cmo o por qu se poda decir tal de lugar donde asistan tantos doctos var ones. Y l, muy enojado dijo: -Doctos? Yo le dir a V. Md. qu tan doctos, que habiendo ms de catorce aos que hago yo en Majalahonda, donde he sido sacristn, las chanzonetas al Corpus y al Nacimient o, no me premiaron en el cartel unos cantarcicos, y porque vea V. Md. la sinrazn, se los he de leer, que yo s que se holgar. Y diciendo y haciendo, desenvain una retahla de copias pestilenciales, y por la pr imera, que era sta, se conocern las dems: Pastores, no es lindo chiste, que es hoy el seor san Corpus Criste? Hoy es el da de las danzas en que el Cordero sin mancilla tanto se humilla, que visita nuestras panzas, y entre estas bienaventuranzas entra en el humano buche.

Suene el lindo sacabuche, pues nuestro bien consiste. Pastores, no es lindo chiste?

-Qu pudiera decir ms -me dijo- el mismo inventor de los chistes? Mire qu misterios e ncierra aquella palabra pastores: ms me cost de un mes de estudio. Yo no pude con esto tener la risa, que a borbollones se me sala por los ojos y na rices, y dando una gran carcajada, dije: -Cosa admirable! Pero slo reparo en que llama V. Md. seor san Corpus Criste, y Corp us Christi no es santo sino el da de la institucin del Sacramento. -Qu lindo es eso! -me respondi haciendo burla-; yo le dar en el calendario, y est can onizado y apostar a ello la cabeza. No pude porfiar, perdido de risa de ver la suma ignorancia; antes le dije cierto que eran dignas de cualquier premio y que no haba odo cosa tan graciosa en mi vid a. -No? -dijo al mismo punto-; pues oya V. Md. un pedacito de un librillo que tengo hecho a las once mil vrgenes adonde a cada una he compuesto cincuenta otavas, cos a rica. Yo, por excusarme de or tanto milln de otavas, le supliqu que no me dijese cosa a l o divino. Y as, me comenz a recitar una comedia que tena ms jornadas que el camino d e Jerusaln. Decame: -Hcela en dos das, y este es el borrador. Y sera hasta cinco manos de papel. El ttulo era El arca de No. Hacase toda entre gal los y ratones, jumentos, raposas, lobos y jabales, como fbulas de Isopo. Yo le ala b la traza y la invencin, a lo cual me respondi: -Ello cosa ma es, pero no se ha hecho otra tal en el mundo y la novedad es ms que todo; y si yo salgo con hacerla representar, ser cosa famosa. -Cmo se podr representar -le dije yo-, si han de entrar los mismos animales y ellos no hablan? -Esa es la dificultad, que a no haber esa, haba cosa ms alta? Pero yo tengo pensado de hacerla toda de papagayos, tordos y picazas, que hablan, y meter para el ent rems monas. -Por ciento, alta cosa es esa. -Otras ms altas he hecho yo -dijo- por una mujer a quien amo. Y vea aqu noveciento s y un sonetos y doce redondillas (que pareca que contaba escudos por maraveds) he chos a las piernas de mi dama. Yo le dije que si se las haba visto l, y djome que no haba hecho tal por las rdenes q ue tena, pero que iban en profeca los concetos. Yo confieso la verdad, que aunque me holgaba de orle, tuve miedo a tantos versos malos, y as, comenc a echar la pltica a otras cosas. Decale que vea liebres, y l salt ba: -Pues empezar por uno donde la comparo a ese animal. Y empezaba luego; y yo, por divertirle, deca: -No ve V. Md. aquella estrella que se ve de da? A lo cual, dijo: -En acabando ste, le dir el soneto treinta, en que la llamo estrella, que no parec e sino que sabe los intentos dellos. Afligme tanto con ver que no poda nombrar cosa a que l no hubiese hecho algn dispara te, que cuando vi que llegbamos a Madrid, no caba de contento, entendiendo que de vergenza callara; pero fue al revs, porque por mostrar lo que era, alz la voz entran do por la calle. Yo le supliqu que lo dejase, ponindole por delante que si los nios olan poeta no quedara troncho que no se viniese por sus pies tras nosotros, por e star declarados por locos en una premtica que haba salido contra ellos, de uno que lo fue y se recogi a buen vivir. Pidime que se la leyese si la tena, muy congojado . Promet de hacerlo en la posada. Fumonos a una, donde l se acostumbraba apear, y h allamos a la puerta ms de doce ciegos. Unos le conocieron por el olor y otros por la voz. Dironle una barahnda de bienvenido; abrazlos a todos, y luego empezaron un os a pedirle oracin para el Justo Juez en verso grave y sonoro, tal que provocase a gestos; otros pidieron de las nimas; y por aqu discurri, recibiendo ocho reales de seal de cada uno. Despidilos, y djome:

-Ms me han de valer de trecientos reales los ciegos; y as, con licencia de V. Md., me recoger agora un poco, para hacer algunas dellas, y en acabando de comer oire mos la premtica. Oh vida miserable! Pues ninguna lo es ms que la de los locos que ganan de comer co n los que lo son. Captulo III: De lo que hizo en Madrid, y lo que le sucedi hasta llegar a Cercedill a, donde durmi. Recogise un rato a estudiar herejas y necedades para los ciegos. Entre tanto, se h izo hora de comer; comimos, y luego pidime que le leyese la premtica. Yo, por no h aber otra cosa que hacer, la saqu y se la le. La cual pongo aqu, por haberme pareci do aguda y conveniente a lo que se quiso reprehender en ella. Deca en este tenor: Premtica del desengao contra los poetas geros, chirles y hebenes Diole al sacristn la mayor risa del mundo, y dijo: -Hablara yo para maana Por Dios, que entend que hablaba conmigo, y es slo contra los poetas hebenes. Cayme a m muy en gracia orle decir esto, como si l fuera muy albillo o moscatel. Dej el prlogo y comenc el primer captulo que deca: Atendiendo a que este gnero de sabandijas que llaman poetas son nuestros prjimos, y cristianos aunque malos; viendo que todo el ao adoran cejas, dientes, listones y zapatillas, haciendo otros pecados ms inormes, mandamos que la Semana Santa reco jan a todos los poetas pblicos y cantoneros, como a malas mujeres, y que los pred iquen sacando Cristos para convertirlos. Y para esto sealamos casas de arrepentid os. tem, advirtiendo los grandes buchornos que hay en las caniculares y nunca anocheci das coplas de los poetas de sol, como pasas, a fuerza de los soles y estrellas q ue gastan en hacerlas, les ponemos perpetuo silencio en las cosas del cielo, seal ando meses vedados a las musas, como a la caza y pesca, porque no se agoten con la prisa que las dan. tem, habiendo considerado que esta seta infernal de hombres condenados a perpetuo conceto, despedazadores del vocablo y volteadores de razones, han pegado el dich o achaque de poesa a las mujeres, declaramos que nos tenemos por desquitados con este mal que las hemos hecho del que nos hicieron en la manzana. Y por cuanto el siglo est pobre y necesitado, mandamos quemar las coplas de los poetas, como fra njas viejas, para sacar el oro, plata y perlas, pues en los ms versos hacen sus d amas de todos metales, como estatuas de Nabuco. Aqu no lo pudo sufrir el sacristn y levantndose en pie, dijo: -Mas no, sino quitarnos las haciendas! No pase V. Md. adelante, que sobre eso pie nso ir al Papa y gastar lo que tengo. Bueno es que yo, que soy eclesistico, haba d e padecer ese agravio. Yo probar que las copias del poeta clrigo no estn sujetas a tal premtica y luego quiero irlo a averiguar ante la justicia. En parte me dio gana de rer, pero por no detenerme, que se me haca tarde, le dije: -Seor, esta premtica es hech