Que Fue Eso (1859) - Fitz-James O'Brien

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"¿Qué fue eso?" (1859)deFitz-James O'Brien (http://es.wikipedia.org/wiki/Fitz_James_O%27Brien)

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Siento grandes escrupulos, lo confieso, al abordar la ex-trana narracion que estoy a punto de relatar. Los aconteci-mientos que me propongo detallar son de una ındole tansingular que estoy completamente seguro de suscitar des-acostumbradas dosis de incredulidad y desprecio. Las acep-to de antemano. Confıo en tener el suficiente valor literariopara afrontar el escepticismo. Tras madura reflexion, he de-cidido narrar, de la manera mas sencilla y sincera que mesea posible, ciertos hechos misteriosos que pude observarel pasado mes de julio, y que no tienen precedentes en losanales de la fısica.

Vivo en Nueva York, en el numero... de la calle Veintiseis.En cierto modo es una casa un tanto singular. Ha gozadoen los dos ultimos anos de la fama de estar habitada porespıritus. Se trata de un enorme e impresionante edificio,rodeado de lo que antano fuera un jardın, pero que ahorano es mas que un espacio verde destinado a tender al sol lacolada. La seca taza de lo que fue una fuente, y unos pocosfrutales descuidados y sin podar, denotan que el lugar fueen otros tiempos un agradable y sombreado refugio, llenode flores y frutos y del suave murmullo de las aguas.

La casa es muy amplia. Un vestıbulo de majestuosas pro-

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porciones conduce a una amplia escalera de caracol, y lasdemas habitaciones son, igualmente, de impresionantes di-mensiones. Fue construida hace unos quince o veinte anospor el Sr. A., conocido hombre de negocios de Nueva York,que cinco anos atras sembro el panico en el mundo de lasfinanzas a causa de un formidable fraude bancario. Comotodos saben, el Sr. A. escapo a Europa y poco despues mu-rio de un ataque al corazon. Tan pronto como la noticia desu fallecimiento llego a este paıs y fue debidamente verifi-cada, corrio el rumor por la calle Veintiseis de que la casanumero... estaba encantada. La viuda del anterior propie-tario fue legalmente desposeıda de la propiedad, la cualdesde entonces fue unicamente habitada por un guarda ysu mujer, puestos allı por el agente inmobiliario a cuyasmanos habıa pasado para su alquiler o venta. El matrimo-nio declaro sentirse perturbado por ruidos sobrenaturales.Las puertas se habrıan solas. El escaso mobiliario disper-so aun en las diferentes habitaciones era apilado durantela noche por manos desconocidas. Pies invisibles subıan ybajaban la escalera en pleno dıa, acompanados del crujir devestidos de seda igualmente invisibles, y del deslizar de im-perceptibles manos a lo largo de la imponente balaustrada.El guardia y su mujer afirmaron no querer vivir mas tiempoen aquel lugar. El agente inmobiliario se rio, los despidio ypuso a otros en su puesto. Los ruidos y las manifestacio-nes sobrenaturales continuaron. La historia se difundio porel vecindario, y la casa permanecio desocupada durantetres anos. Varias personas trataron de alquilarla. Pero, deuna forma u otra, antes de cerrar el trato se enteraban de

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los desagradables rumores y rehusaban concluir la opera-cion. Ası estaban las cosas cuando mi patrona, que en aqueltiempo dirigıa una casa de huespedes en Bleecker Street ydeseaba trasladarse mas al centro de la ciudad, concibio laaudaz idea de alquilar el numero... de la calle Veintiseis.Como quiera que sus huespedes eramos personas mas bienanimosas y sensatas, nos expuso su plan, sin omitir lo quehabıa oıdo acerca de las caracterısticas fantasmagoricas deledificio a donde deseaba que nos trasladasemos.. A excep-cion de dos personas timoratas–un capitan de barco y undiputado californiano, que nos notificaron de inmediato sumarcha–los restantes huespedes de la Sra. Moffat declara-mos que la acompanarıamos en su caballeresca incursionen el reino de los espıritus. La mudanza se llevo a cabo enel mes de mayo, y quedamos todos encantados con nuestranueva residencia. La zona de la calle Veintiseis donde estabasituada nuestra casa, entre la Septima y la Octava Avenida,es uno de los lugares mas agradables de Nueva York. Losjardines traseros de las casas, que casi descienden hasta elHudson, forman en verano una verdadera avenida cubier-ta de vegetacion. El aire es puro y estimulante, dado quellega directamente de las colinas de Weehawken a travesdel rıo. Incluso en el descuidado jardın que rodea la casa,aunque en los dıas de colada muestre demasiados tendede-ros, ofrece no obstante un poco de cesped que contemplar yun fresco refugio donde fumarse un cigarro en la oscuridadobservando los destellos de las luciernagas entre la crecidahierba.

Por supuesto, nada mas instalarnos en el numero... de

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la calle Veintiseis empezamos a esperar la aparicion de losfantasmas. Aguardabamos su llegada con autentica impa-ciencia. Nuestras conversaciones en la mesa versaban sobrelo sobrenatural. Uno de los huespedes que habıa adquiri-do para su propio deleite “El lado oscuro de la naturaleza”de la Sra. Crowe, fue considerado enemigo publico nume-ro uno del resto de la casa por no haber comprado veinteejemplares mas. El pobre llevo una vida tristısima mien-tras leıa el libro. Estableciendose una red de espionaje entorno suyo. Si tenıa la imprudencia de dejar el libro porun instante y abandonar su habitacion, nos apoderabamosinmediatamente de el y lo leıamos en voz alta en lugaressecretos ante un auditorio selecto. No tarde en convertirmeen un personaje importante cuando se descubrio que esta-ba bastante versado en el campo de lo sobrenatural, y queen una ocasion habıa escrito un cuento cuyo protagonistaera un fantasma. Si por casualidad crujıa una mesa o unpanel del zocalo de madera cuando estabamos reunidos enel amplio salon, inmediatamente hacıase el silencio, y todosesperabamos oır un rechinar y ver una figura espectral.

Despues de un mes de tension psicologica, nos vimosobligados a admitir de mala gana que no habıa sucedidonada que pareciese ni remotamente fuera de lo normal. Encierta ocasion, el mayordomo negro asevero que una nochesu vela habıa sido apagada de un soplo por un ser invisiblemientras se desnudaba, pero como yo habıa descubiertomas de una vez a este caballero de color en un estado en elque una vela debıa parecerle doble, supuse que, habiendoseexcedido aun mas en sus libaciones, podıa haberse invertido

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el fenomeno y ahora no veıa ninguna donde tenıa que haberpercibido una.

Ası estaban las cosas cuando tuvo lugar un incidentetan espantoso e inexplicable que mi razon vacila con solorecordarlo. Fue el diez de julio. Terminada la cena acudı aljardın con mi amigo el doctor Hammond para fumar miacostumbrada pipa vespertina. Aparte de cierta afinidadintelectualmente el doctor y yo, nos unıa el mismo vicio.Ambos fumabamos opio. Cada uno de nosotros conocıa elsecreto del otro y lo respetaba. Compartıamos esa maravi-llosa expansion del pensamiento, esa prodigiosa agudiza-cion de las facultades perceptivas, esa ilimitada sensacionde existir que nos da la impresion de estar en ıntimo con-tacto con el universo entero. En resumen, esa inimaginabledicha espiritual, que no cambiarıa por un trono, pero quedeseo, amable lector, que nunca jamas experimentes.

Aquellas horas de extasis proporcionado por el opio,que el doctor y yo pasabamos juntos en secreto, estabanreguladas con precision cientıfica. No fumabamos irreflexi-vamente aquella droga paradisıaca, abandonando nuestrossuenos al azar, sino que dirigıamos con cuidado nuestraconversacion por los mas luminosos y tranquilos cauces delpensamiento. Hablabamos de Oriente, procurando imagi-nar la magia de sus deslumbrantes paisajes. Comentaba-mos a los poetas mas sensuales, aquellos que describıanuna vida saludable, rebosante de pasion, dichosa de poseerjuventud, fuerza y belleza. Si hablabamos de “La tempes-tad” de Shakespeare, nos concentrabamos en Ariel, enviadoa Caliban. Al igual que los guebros, volvıamos nuestras mi-

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radas a Oriente, y solo contemplabamos el aspecto risuenodel universo. El habil colorido de nuestros pensamientos de-terminaba un tono adecuado a nuestras ulteriores visiones.Los esplendores de la magica Arabia tenıan nuestros suenos.Recorrıamos esa angosta franja de verdor con paso majes-tuoso y porte real. El croar de la rana arborea al aferrarsea la corteza del aspero ciruelo nos parecıa musica celestial.Casas, paredes y calles se desvanecıan como nubes de ve-rano, y paisajes de indescriptible belleza se extendıan antenosotros. Era aquella una camaraderıa desbordante. Dis-frutabamos mas intensamente de aquellas inmensas deli-cias porque, aun en los momentos de mayor extasis, eramosconscientes de nuestra mutua presencia. Nuestros placeres,aunque individuales, eran sin embargo gemelos; vibrabany crecıan en exacta armonıa.

Durante la velada en cuestion, el diez de julio, el doctory yo nos dejamos llevar por insolitas especulaciones me-tafısicas. Encendimos nuestras largas pipas de espuma demar, repletas de exquisito tabaco turco, en medio del cualardıa una diminuta bola negra de opio que, como la nuez delcuento de hadas, encerraba en sus estrechos lımites maravi-llas fuera del alcance de los reyes. Mientras conversabamos,paseamos de un lado para otro. Una extrana perversidaddominaba el curso de nuestros pensamientos. Nos solıanfluir estos por los luminosos cauces por los que tratabamosde encauzarlos. Por alguna inexplicable razon, se desviabancontinuamente por oscuros y solitarios derroteros, donde lastinieblas habıan sentado sus reales. En vano nos lanzabamosa las costas de Oriente, segun la vieja costumbre, y evocaba-

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mos sus alegres bazares, el esplendor de la epoca de Harun,los harenes y los palacios dorados. Negros ifrits surgıan in-cesantemente de las profundidades de nuestra platica, ycrecıan, como aquel que el pescador libero de la vasija decobre, hasta oscurecer cuanto brillaba ante nuestros ojos. In-sensiblemente cedimos a la fuerza oculta que nos dominaba,dejandonos levar por sombrıas especulaciones.

Llevabamos algun tiempo hablando de la tendencia almisticismo del espıritu humano y de la aficion casi universalpor lo atroz, cuando Hammond me dijo repentinamente:

–¿Que es, a tu juicio, lo mas terrorıfico que existe?La pregunta me desconcerto. Sabıa que habıa muchas

cosas espantosas. tropezar con un cadaver en la oscuridad.O contemplar, como me sucedio a mı en cierta ocasion, auna mujer arrastrada por un abrupto y rapido rıo, agitan-do freneticamente los brazos, con el rostro descompuesto, ylanzando chillidos que le partıan a uno el corazon, en tantoque los espectadores permanecıan paralizados por el terror,desde una venta a sesenta pies de altura, incapaces de hacerel mas mınimo esfuerzo para salvarla, observando en silen-cio, no obstante, el ultimo y supremo estertor de su agonıay su consiguiente desaparicion bajo las aguas. Los restos deun naufragio, sin vida aparente a bordo, flotando indiferen-temente en medio del oceano, constituyen un espectaculoterrible, pues sugieren un terror descomunal de proporcio-nes desconocidas. Por ello aquella noche por vez primerase me ocurrio pensar que tenıa que haber una suprema yprimordial encarnacion del miedo, un terror soberano anteel cual todos los demas deben rendirse. ¿Cual podıa ser? ¿A

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que cumulo de circunstancias podıa deber su existencia?–Te confieso, Hammond–respondıa a mi amigo–, que

hasta ahora nunca habıa considerado esa cuestion. Presien-to que de haber algo mas terrible que todo lo demas. Sinembargo, me resulta imposible definirlo, siquiera vagamen-te.

–A mı me ocurre algo parecido, Harry–contesto–. Pre-siento que soy capaz de experimentar un terror mayor quetodo lo que la mente humana puede concebir; algo quecombine, en espantosa y sobrenatural amalgama, elemen-tos tenidos hasta ahora como incompatibles. El clamor devoces en Wielan, novela de Brockden Brown, es algo terri-ble. Lo mismo que la descripcion del Morador del Umbralen Zanoni, de Bulder. Pero–anadio, agitando la cabeza me-lancolicamente–hay algo mas horrible que todo eso.

–Escucha, Hammond–explique yo–, abandonemos estetipo de conversacion, ¡por el amor de Dios!

–No se lo que me pasa esta noche–me respondio–, peropor mi mente pasan toda clase de pensamientos misteriososy espantosos. Me parece que es noche podrıa escribir uncuento como los de Hoffmann, si poseyera al menos unestilo literario.

–Bueno, si vamos a ponernos hoffmanescos en nuestracharla, me voy a la cama. El opio y las pesadillas no debenmezclarse nunca. ¡Que sofoco! Buena noches Hammond.

–Buenas noches, Harry. Que tengas suenos agradables.–Y tu, pajaro del mal aguero, que suenes con ifrits gules

y brujos.Nos separamos y cada uno busco su camara respectiva.

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Me desvestı con presteza y me metı en la cama, cogiendo,como de costumbre, un libro para leer un poco antes dedormirme. Abrı el volumen apenas hube apoyado la cabezaen la almohada, pero enseguida lo arroje al otro extremo dela habitacion. Era la Historia de los monstruos, de Goudon,una curiosa obra francesa que me habıan enviado reciente-mente desde Parıs, pero que, dado el estado de animo enque me encontraba, era la companıa menos indicada.

Debı dormirme sin mas; de modo que, bajando el gashasta dejar solamente un resplandor azulado en lo alto delmuro, me dispuse a descansar.

La habitacion estaba completamente a oscuras. la debilllama que todavıa permanecıa encendida apenas alumbra-ba a una distancia de tres pulgadas en torno a la lampara.Desesperadamente me tape los ojos con un brazo, como pa-ra librarme incluso de la oscuridad, y trate de no pensar ennada. Todo fue inutil. Los malditos temas que Hammondhabıa tratado en el jardın no cesaban de agitarse en mi ce-rebro. Luche contra ellos. Erigı murallas mentales, trate deponer en blanco mi mente a fin de mantenerlos alejados,pero seguıan agolpandose sobre mi. Mientras yacıa comoun cadaver, con la esperanza de que una completa inactivi-dad fısica acelerarıa mi reposo mental, ocurrio un espantosoaccidente. Algo parecio caer del techo sobre mi pecho y uninstante despues sentı que dos manos humedas rodeabanmi garganta, intentando estrangularme.

No soy cobarde y ademas poseo una considerable fuer-za fısica. Lo imprevisto del ataque, en lugar de aturdirme,templo al maximo mis nervios. Mi cuerpo reacciono instinti-

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vamente antes de que mi cerebro tuviera tiempo de percatar-se del horror de la situacion. Inmediatamente rodee con mismusculosos brazos a la criatura y la aprete contra mi pechocon toda la fuerza de la desesperacion. En pocos segundosla huesudas manos que se aferraban a mi garganta aflojaronsu presa y volvı a respirar libremente. Comenzo entoncesuna lucha atroz. Inmerso en la mas profunda oscuridad,ignorando por completo la naturaleza de aquello que mehabıa atacado tan repentinamente, sentı que la presa se meescapaba de las manos, aprovechando, segun me parecio, sucompleta desnudez. Unos dientes afilados me mordıan enlos hombros, el cuello y el pecho, teniendo que protegermela garganta, a cada momento, de un par de vigorosas y agilesmanos, que no lograba apresar ni con los mayores esfuerzos.Ante tal cumulo de circunstancias, tenıa que emplear todala fuerza, la destreza y el valor de que disponıa.

Finalmente, despues de una silenciosa, encarnizada yagotadora lucha, logre abatir a mi asaltante a costa de unaserie de esfuerzos increıbles. Una vez que los tuve inmovi-lizado, con mi rodilla sobre lo que considere debıa ser supecho, comprendı que habıa vencido. descanse unos ins-tantes para tomar aliento. Oıa jadear en la oscuridad a lacriatura que tenıa debajo y sentıa los violentos latidos de sucorazon. por lo visto estaba tan exhausta como yo; eso fueun alivio. En ese momento recorde que antes de acostarmesolıa guardar bajo la almohada un panuelo grande de sedaamarilla. Inmediatamente lo busque a tientas: allı estaba. Enpocos segundos ate de cualquier forma los brazos de aquellacriatura.

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Me sentıa entonces bastante seguro. No tenıa mas queavivar el gas y, una vez visto quien era mi asaltante nocturno,despertar a toda la casa.

Confesare que un cierto orgullo me movio a no dar laalarma antes; querıa realizar la captura yo solo, sin ayudade nadie.

Sin soltar la presa ni un instante, me deslice de la camaal suelo, arrastrando conmigo a mi cautivo. Solo tenıa quedar unos pasos para alcanzar la lampara de gas. Los di conla mayor cautela, sujetando con fuerza a aquella criaturacomo en un torno de banco. Finalmente, el diminuto puntode luz azulada que me indicaba la posicion de la lamparade gas quedo al alcance de mi mano. Rapido como el rayo,solte una mano de la presa y abrı todo el gas. Seguidamenteme volvı para contemplar a mi prisionero.

No es posible siquiera intentar definir la sensacion queexperimente despues de haber abierto el gas. Supongo quedebı gritar de terror, pues en menos de un minuto se congre-garon en mi habitacion todos los huespedes de la casa. Aunme estremezco al pensar en aquel terrible momento. ¡No vinada! Tenıa, si, un brazo firmemente aferrado en torno a unaforma corporea que respiraba y jadeaba, y con la otra manoapretaba con todas mis fuerzas una garganta tan calida y,en apariencia, tan carnal como la mıa; y, a pesar de aquellasustancia viva apresada entre mis brazos, de aquel cuerpoapretado contra el mıo ¡no percibı absolutamente nada albrillante resplandor del gas! Ni siquiera una silueta, ni unasombra. Aun ahora no acierto a comprender la situacionen la que me encontraba. No puedo recordar por comple-

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to el asombroso incidente. En vano trata la imaginacion deexplicarse aquella atroz paradoja.

Aquello respiraba. Notaba su calido aliento en mis meji-llas. Se debatıa con ferocidad. Tenıa manos: me habıan aga-rrado. Su piel era tersa como la mıa. Aquel ser estaba ahı,apretado contra mı, firma como una piedra, y sin embargo¡completamente invisible!

Me sorprende que no me desmayara o perdiera la razonen el acto. Algun milagroso instinto debio sostenerme, por-que, en lugar de aflojar mi presion en torno a aquel terribleenigma, el horror que sentı en aquel momento parecio dar-me nuevas fuerzas, y estreche mi presa con tanto vigor quesentı estremecerse de angustia a aquel ser.

En aquel preciso momento, Hammond entro en mi ha-bitacion al frente del resto de los huespedes. Apenas vio mirostro–que, supongo, debıa presentar un aspecto espantoso–se precipito hacia mı gritando:

–¡Cielo santo, Harry! ¿Que ha pasado?–¡Hammond, Hammond!–exclame–. Ven aquı. ¡Ah, es

terrible! He sido atacado en mi cama por algo que tengosujeto pero no puedo ver. ¡No puedo verlo!

Sobrecogido sin duda por el horror no fingido que seleıa en mi rostro, Hammond dio dos pasos hacia delantecon expresion anhelante y confusa. El resto de los visitantesprorrumpio en una risa entre dientes, perfectamente au-dible. Aquella risa contenida me puso furioso. ¡Reırse deun ser humano en mi situacion! Era la peor de las cruel-dades. Hoy puedo comprender que el espectaculo de unhombre luchando violentamente contra, al parecer, el vacıo,

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y pidiendo ayuda para protegerse de una vision, pudieraparecer ridıculo. Pero en aquel momento fue tanta mi ra-bia contra aquel infame grupo de burlones que, si hubierapodido, les habrıa golpeado a todos allı mismo.

–¡Hammond, Hammond!–grite de nuevo con desespe-racion–. ¡Por el amor de Dios, ven en seguida! No puedosujetar... esta cosa por mucho mas tiempo. Me esta vencien-do. ¡Socorro! ¡Ayudame!

–Harry–susuro Hammond acercandose a mi–. Has fu-mado demasiado opio.

–Te juro, Hammond, que no se trata de una alucinacion–respondı, tambien en voz baja–. ¿No ves como sacude todomi cuerpo de tanto como se agita? Si no me crees, convencetepor ti mismo. ¡Tocala!

Hammond avanzo y puso su mano en el lugar que yole indique. Un insensato grito de horror broto de sus labios¡Lo habıa palpado!

Al momento descubrio en algun rincon de mi habitacionun trozo largo de cuerda y en seguida lo enrollo y lo ato entorno al cuerpo del ser invisible que yo sujetaba entre misbrazos.

–Harry–dijo con voz ronca y temblorosa, pues, aunqueconservaba su presencia de animo, estaba profundamenteemocionado–. Harry, ahora ya esta segura. Puedes soltarlasi estas cansado, viejo amigo. Esta Cosa esta inmovilizada.

Me encontraba completamente extenuado y abandone gus-toso mi presa. Hammond sostenıa los cabos de la cuerda conque habıa atado al ser invisible y los enrollo alrededor desu mano. Ante el podıa contemplar, como si se sostuviera

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por sı misma, una cuerda entrelazada y apretada alrededorde un espacio vacıo. Nunca he visto un hombre tan com-pletamente afectado por el miedo. Sin embargo, su rostroexpresaba todo el valor y la determinacion que yo sabıaque poseıa. Sus labios, aunque palidos, estaban firmementeapretados, y a simple vista se podıa percibir que, aunquepresa del miedo, no estaba intimidado.

La confusion que se produjo entre los demas huespedesde la casa se fueron testigos de aquella extraordinaria escenaentre Hammond y yo, que contemplaron la pantomima deatar a esa Cosa que forcejeaba y vieron casi desplomarse deagotamiento fısico una vez terminada la tarea del carcelero,ası como el terror que se apodero de ellos al ver todo eso,son imposibles de describir. Los mas debiles huyeron de lahabitacion. Los pocos que se quedaron, se agruparon cercade la puerta y no pudimos convencerles para que se apro-ximaran a Hammond y su Carga. Por encima de su terrorafloraba la incredulidad. No tenıan el valor de cerciorar-se por si mismos y, sin embargo, dudaban. Fue inutil querogase a algunos de aquellos que se acercaran y se conven-cieran por el tacto de la presencia en aquella habitacion deun ser vivo e invisible. Eran escepticos pero no se atrevıana desenganarse. Se preguntaban como era posible que uncuerpo solido, vivo y dotado de respiracion fuera invisible.He aquı mi respuesta: hice una senal a Hammond y am-bos, vencimos nuestra tremenda repugnancia a tocar aque-lla criatura invisible, la levantamos del suelo, atada comoestaba, y la llevamos a mi cama. Pesaba poco mas o menoscomo un chico de catorce anos.

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–Ahora, amigos mıos–dije, mientras Hammond y yo sos-tenıamos a la criatura en alto sobre la cama–, puedo darlesuna prueba evidente de que se trata de un cuerpo solido ypesado que, sin embargo, no pueden ustedes ver. Tengan labondad de observar con atencion la superficie de la cama.

Me asombraba mi propio valor al tratar aquel extranosuceso con tanta serenidad, pero me habıa sobrepuesto al te-rror inicial y experimentaba una especie de orgullo cientıficoque conminaba cualquier otro sentimiento. Los ojos de lospresentes se posaron inmediatamente en la cama. A unasenal dada, Hammond y yo dejamos caer a la criatura. Seoyo el ruido sordo de un cuerpo pesado al caer sobre una ma-sa blanda. Los maderos de la cama crujieron. Una profundadepresion quedo claramente marcada sobre la almohada yel colchon. Los testigos de aquella escena lanzaron un debilgrito y huyeron rapidamente de la habitacion. Hammond yyo nos quedamos solos con nuestro Misterio.

Durante algun tiempo permanecimos en silencio, escu-chando la debil e irregular respiracion de la criatura tendidaen la cama, y observando como removıa la ropa de la camamientras luchaba vanamente por liberarse de las ataduras.Luego Hammond tomo la palabra.

–Harry, esto es espantoso–Si, espantoso.–Pero no inexplicable.–¿Que no es inexplicable? ¿Que quieres decir? No ha

ocurrido nada parecido desde el origen del mundo. Nose que pensar, Hammond. ¡Dios quiera que no haya en-loquecido y que no sea esto una fantasıa insensata!

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–Razonemos un poco, Harry. Tenemos aquı un cuerposolido que podemos tocar pero no ver. El hecho es tan insoli-to que nos llena de terror. Sin embargo, ¿acaso no existenfenomenos similares? Tomemos un pedazo de cristal pu-ro. Es tangible y transparente. Una cierta impureza en sucomposicion quımica es lo unico que impide que sea ente-ramente transparente, hasta el punto de tornarse del todoinvisible. En realidad no es teoricamente imposible fabricarun cristal que no refleje ni siquiera un rayo de luz, un cris-tal tan puro y tan homogeneo en sus atomos que los rayossolares lo atraviesen como pasan a traves del aire, es de-cir, refractados pero no reflejados. No vemos el aire y, sinembargo, lo sentimos.

–Todo eso esta muy bien, Hammond, pero se trata desustancia inanimadas. El cristal no respira y el aire tampo-co. Esta cosa tiene un corazon que late, la voluntad que lamueve, pulmones que funcionan, que aspiran y respiran.

–Te olvidas de los fenomenos de que tanto hemos oıdohablar ultimamente– respondio el doctor gravemente–. Enlas reuniones llamadas “espiritistas”, manos invisibles hansido tendidas a las personas sentadas en torno a la mesa;manos calidas, carnales, en las que parecıa palpitar la vida.

–¿Como? ¿Crees tu, entonces, que esta cosa es...?–Ignoro lo que pueda ser–fue la solemne respuesta–. Pe-

ro, el cielo lo permita, con tu ayuda la investigare a fondo.Velamos juntos toda la noche, fumando sin parar, a la

cabecera de aquel ser sobrenatural que no ceso de agi-tarse y jadear hasta quedar, al parecer, extenuado. Luego,segun pudimos deducir por su debil y regular respiracion,

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se quedo dormido.A la manana siguiente toda la casa estaba en movimien-

to. Los huespedes se congregaron en el umbral de mi habi-tacion; Hammond y yo nos habıamos convertido en celebri-dades. Tuvimos que contestar a miles de preguntas acercadel estado de nuestro extraordinario prisionero, pero nadiesalvo nosotros consintio en poner los pies en el cuarto.

La criatura estaba despierta. Era evidente por la maneraconvulsiva con que agitaba las ropas de la cama en su es-fuerzo por liberarse. Era evidentemente horrendo contem-plar las muestras indirectas de aquellas terribles contorsio-nes y aquellos angustiosos forcejeos invisibles. Hammond yyo habıamos estrujado nuestros cerebros durante esta larganoche a fin de encontrar algun medio que nos permitieseaveriguar la forma y el aspecto general de aquel Enigma.Por lo que pudimos deducir pasando nuestras manos a lolargo de la criatura, sus contornos y sus rasgos eran huma-nos. Tenıa boca, una cabeza lisa y redonda sin pelo, unanariz que, empero, sobresalıa apenas de las mejillas, y ma-nos y pies como los de un muchacho. Al principio pensamoscolocar aquel ser sobre una superficie lisa y trazar su con-torno con tiza, del mismo modo que los zapateros trazan elcontorno de un pie. Pero desechamos este plan por insufi-ciente. Un dibujo de esa clase no nos proporcionarıa ni lamas ligera idea de su conformacion.

Me asalto una idea feliz. Sacarıamos un molde en escayo-la. Con ello obtendrıamos su figura exacta, u satisfarıamostodos nuestros deseos. Pero ¿como hacerlo? Los movimien-tos de la criatura impedıan en modelado de la envoltura

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plastica y destruirıan el molde. Tuve otra idea. ¿Por que nocloroformizarla? Tenıa organos respiratorios, era evidentepor sus resoplidos. Una vez insensibilizada, podrıamos ha-cer con ella lo que quisieramos.

Mandamos llamar al doctor X, y cuando aquel respe-table medico su hubo repuesto de su primer estupor, elmismo procedio a administrar el cloroformo. Tres minutosdespues pudimos quitar las ligaduras del cuerpo de aquellacriatura, y un modelista se dedico afanosamente a cubrirsu invisible figura con arcilla humeda. Cinco minutos mastarde tenıamos un molde, y antes de la noche, una toscareproduccion del Misterio. Tenıa forma humana; deforme,grotesca y horrible, pero al fin y al cabo humana. Era pe-queno: no sobrepasaba los cuatro pies y algunas pulgadas,y sus miembros revelaban un desarrollo muscular sin pa-rangon. Su rostro superaba en fealdad a todo cuanto yohabıa visto hasta entonces. Ni Gustave Dore, ni Callot, niTony Johannor concibieron nunca algo tan horrible. En unade las ilustraciones de este ultimo para Un voyage ou il vousplaira, hay un rostro que puede dar una idea aproximadadel semblante de esta criatura, aun sin igualarlo. Era la fiso-nomıa que yo hubiera imaginado para un gul. Parecıa capazde alimentarse de carne humana.

Una vez satisfecha nuestra curiosidad, y despues de ha-ber exigido a los demas huespedes que guardaran el secreto,se planteo la cuestion de que harıamos con nuestro Enigma.Era imposible conservar en casa algo tan horroroso, pero nose podıa siquiera pensar en dejar suelto por el mundo un sertan espantoso. Confieso que hubiera votado gustosamente

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por la destruccion de esa criatura. Pero ¿quien asumira laresponsabilidad? ¿Quien se encargarıa de la ejecucion deese horrible remedo de ser humano?

Dıa tras dıa discutimos seriamente de la cuestion. Todoslos huespedes abandonaron la casa. La senora Mofftat estabadesesperada y nos amenazo a Hammond y a mi con denun-ciarnos si no hacıamos desaparecer aquella Abominacion.Nuestra respuesta fue:

–Nos iremos si este es su deseo, pero nos negamos a lle-varnos con nosotros esta criatura. Hagala desaparecer usted,si lo desea. Aparecio en su casa. Queda bajo su responsabi-lidad.

Naturalmente no hubo respuesta. La senora Moffat nologro encontrar a nadie que, por compasion o interes, osaraa acercarse al Misterio.

Lo mas extrano de todo este asunto era que ignorabamospor completo como se alimentaba habitualmente aquellacriatura. Pusimos ante ella todos los alimentos que se nosocurrio, pero nunca los toco. Resultaba espantoso estar juntoa ella, dıa tras dıa, viendo agitarse las sabanas, oyendo sudifıcil respiracion y sabiendo que se estaba muriendo dehambre.

Pasaron diez, doce, quince dıas y todavıa continuabaviviendo. Sin embargo, los latidos de su corazon se debili-taban dıa a dıa y casi se habıan detenido. Era evidente quela criatura se estaba muriendo por falta de alimento. Mien-tras duro aquella terrible lucha agonica me sentı fatal. Nopodıa dormir. Por muy horrible que fuera aquella criatura,era penoso pensar en los tormentos que estaba sufriendo.

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Finalmente murio. Una manana Hammond y yo la en-contramos frıa y rıgida sobre la cama. Su corazon habıadejado de latir, y sus pulmones de respirar. Nos apresura-mos a enterrarla en el jardın. Fue un extrano entierro arrojaraquel cadaver invisible a la humeda fosa. Done el molde desu cuerpo al doctor X, que lo conserva todavıa en su museode la calle Decima.

He escrito este relato del suceso mas insolito del que hetenido conocimiento, porque estoy a punto de emprenderun largo viaje del que nunca regresare.

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What was it?, 1859 by Fitz-James O’Brien

Uno de los primeros y casi desconocidos discıpulos dePoe, cuya prometedora obra inicial que do truncada a cau-sa de su prematura muerte, fue el irlandes nacionalizadonorteamericano Michel Fitz-James DeCourcy O’Brien (1828-1862). De gustos refinados y costumbres bohemias, el llama-do “Poe celta” dilapido en un par de anos la herencia de susantepasados y tuvo que emigrar a Estados Unidos en 1851a probar fortuna, instalandose en Nueva York, donde pron-to vivio de su pluma escribiendo de todo: poemas, crıticas,obras teatrales, y sobre todo artıculos y cuentos, que se pu-blicaron con gran exito en las mejores revistas de la epoca(en 1858 aparecio en la “Atlantic Magazine” su primer relatode importancia, “The Diamond Lens”, notable anteceden-te de la ciencia-ficcion), proporcionandose una celebridadpareja a la de Poe o Hawthorne.

Su espıritu inquieto y aventurero le llevo a alistarse en elejercito de la Union durante la guerra de secesion america-na, alcanzando el grado de capitan en un brillante aunqueefımero historial que culmino subitamente en Cumberland(Virginia), donde fallecio en abril de 1862 a consecuenciade un tratamiento medico inadecuado a las graves heridaspadecidas en la batalla de Bloomery Gap. Su muerte–comoapunta Lovecraft–”nos ha privado sin duda de algunos rela-tos magistrales de terror, aunque su genio no posee, propia-mente, esa titanica calidad que caracteriza a Poe o a Hawt-horne”.

Su celebradısimo “¿Que fue eso?” constituye “el primer

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relato bien pergenado sobre un ser tangible pero invisible”y fue el prototipo de obras tan memorables como “El Horla”de Maupassant, “El maldito engendro” de Bierce o “El hom-bre invisible” de Wells. El mismo Lovecraft lo debio tenermuy en cuenta cuando le reviso y reescribio a Sonia Greensu cuento “Horror at Martin’s Beach” que finalmente pu-blicarıa en “Weird Tales” a finales de 1923 firmado por sumujer y retitulado “El monstruo Invisible”.

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Ultima edicion: Iesvs - 31 de enero de 2010