Prologo Honduras Narradores Siglo XX-Definitivo

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Introducción a Narradores Honduras Siglo XX Mario Gallardo Una pasión irrefrenable, el afán por divulgar la literatura centroamericana y el feliz hallazgo de una tradición nacional son los elementos que marcan a sangre y fuego esta antología de narradores hondureños del siglo XX. Resulta obvio que el primer componente alude a esa relación siempre imperativa, voraz y a ratos caprichosa, que compartimos unos cuantos quijotes posmodernos con esa amante insaciable llamada literatura. El segundo se explica porque la génesis de este trabajo hay que rastrearla en una conversación –finalmente derivada en encargo- que sostuve hace poco más de un año con Armando Rivera, quien por aquel entonces ya había dado el paso inicial hacia este sueño: Centroamérica: Narradoras y narradores del siglo XX, pares de antologías dedicadas a cada país del istmo: una para cada sexo y compartiendo un género específico: el cuento. La idea es extraordinaria por varias razones, pero quizás la más importante es que conlleva la intención de mostrar al mundo en forma integral el vigor y la actualidad de la narrativa centroamericana, que ha sido condenada a una suerte de apartheid editorial, una insularidad de la que no nos salva ni la esporádica publicación de obras de gran calidad de autores como Augusto Monterroso, Gioconda Belli, Sergio Ramírez o Rodrigo Rey Rosa. En el caso específico de Honduras, la tarea lleva implícito el sentido de “puesta a punto”, inevitable actualización de autores aparejada a la relectura de las obras más representativas, considerando que la recopilación más reciente de la cuentística nacional data del año 1968, la ya clásica Antología del cuento hondureño, compilada por los poetas Oscar Acosta y Roberto Sosa, que se complementa con el trabajo de Jorge Luis Oviedo, El nuevo cuento hondureño, donde se recogen los nuevos creadores y los trabajos que habían publicado hasta el año 1983. Es aquí donde cobra sentido el descubrimiento de un canon, el hallazgo de una tradición, porque más allá de las voces que todavía insisten en señalar la discontinuidad y el “salto” como marcas de fábrica de la literatura hondureña, lo cierto es que el estudio del corpus del cuento nacional -que Helen Umaña ha establecido con notable precisión en 189 autores y unos 2500

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Para Brushwood, en Hispanoamrica, a principios del siglo, encontramos dos maneras de enfocar el hecho narrativo: uno, moderni

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Introduccin a Narradores Honduras Siglo XXMario Gallardo

Una pasin irrefrenable, el afn por divulgar la literatura centroamericana y el feliz hallazgo de una tradicin nacional son los elementos que marcan a sangre y fuego esta antologa de narradores hondureos del siglo XX.Resulta obvio que el primer componente alude a esa relacin siempre imperativa, voraz y a ratos caprichosa, que compartimos unos cuantos quijotes posmodernos con esa amante insaciable llamada literatura. El segundo se explica porque la gnesis de este trabajo hay que rastrearla en una conversacin finalmente derivada en encargo- que sostuve hace poco ms de un ao con Armando Rivera, quien por aquel entonces ya haba dado el paso inicial hacia este sueo: Centroamrica: Narradoras y narradores del siglo XX, pares de antologas dedicadas a cada pas del istmo: una para cada sexo y compartiendo un gnero especfico: el cuento. La idea es extraordinaria por varias razones, pero quizs la ms importante es que conlleva la intencin de mostrar al mundo en forma integral el vigor y la actualidad de la narrativa centroamericana, que ha sido condenada a una suerte de apartheid editorial, una insularidad de la que no nos salva ni la espordica publicacin de obras de gran calidad de autores como Augusto Monterroso, Gioconda Belli, Sergio Ramrez o Rodrigo Rey Rosa.

En el caso especfico de Honduras, la tarea lleva implcito el sentido de puesta a punto, inevitable actualizacin de autores aparejada a la relectura de las obras ms representativas, considerando que la recopilacin ms reciente de la cuentstica nacional data del ao 1968, la ya clsica Antologa del cuento hondureo, compilada por los poetas Oscar Acosta y Roberto Sosa, que se complementa con el trabajo de Jorge Luis Oviedo, El nuevo cuento hondureo, donde se recogen los nuevos creadores y los trabajos que haban publicado hasta el ao 1983.

Es aqu donde cobra sentido el descubrimiento de un canon, el hallazgo de una tradicin, porque ms all de las voces que todava insisten en sealar la discontinuidad y el salto como marcas de fbrica de la literatura hondurea, lo cierto es que el estudio del corpus del cuento nacional -que Helen Umaa ha establecido con notable precisin en 189 autores y unos 2500 relatos- nos mostr con claridad la existencia de una evolucin sostenida, de un paso del testigo, como en una carrera de relevos, de un autor a otro en 25 etapas, hasta definir un panorama narrativo de incuestionable calidad, una suerte de aliento vital y trascendente que estructura el imaginario colectivo de la hondureidad, el lugar por excelencia donde confluyen nuestros vicios ms lamentables y nuestras virtudes ms excelsas.All, en el inicio, piedra fundacional de los avatares narrativos de esta Hibueras en el siglo que acabamos de dejar atrs, Froyln Turcios bucea con su pluma singular en los abismos de la tentacin donde un sacerdote ve cmo su fe se tambalea ante el asedio implacable de los scubos que pueblan sus sueos de concupiscencia; donde una frase condensa el secreto que se esconde tras Amor sacrlego: su virtud lleg a la cima sin haber conocido el infierno de las tentaciones. Y el da que quiso mirar al abismo, las llamas infernales quemaron su traje de sacerdote, devorando su cuerpo.

Tentacin y deseo marcan a Sombra de Arturo Martnez Galindo, peculiar pieza narrativa donde el autor no slo reitera su magistral dominio de la prosa sino que hace gala de su condicin de hombre de mundo. No obstante, ambientes, amigos, mujeres y alcohol no le bastan al protagonista para mitigar el vaco que le provoca la sombra de la mujer ideal, cuyo paso fugaz e incierto le ha trastocado la existencia a Claudio Margal de manera tal que ni los acordes de Bach ni la sensual belleza del Salero de Cellini logran atenuar el dolor que le provoca la elusiva condicin de su Inalcanzada.

La relacin incestuosa entre dos hermanos, Ernestina y Rogelio, recreada a travs de la mirada comprometida y parcial del adolescente Jos Mara permiten a Arturo Meja Nieto en Los hermanos el despliegue de una sutileza narrativa que se desmarca del mbito rural apuntando a registros decididamente universales. La precisin de los dilogos y, sobre todo, el afortunado equilibrio en el manejo de los caracteres y las situaciones complementan una propuesta de singular originalidad.Vindicacin de la rstica autenticidad de la vida campesina en el interior de Honduras, pero teida con los mortales augurios de la tragedia, la sencillez de la ancdota que Federico Peck Fernndez elabora en Vaqueando no desdice de su calidad, afianzada sobre todo en la fuerza ineluctable que asume el presagio de la picapiedra, cuyo canto agorero precede al fatal accidente donde perder la vida el Indio, paradjicamente el ms de a caballo de quienes integraban el grupo de jinetes.La fuerza del destino, pero con el acento puesto en la problemtica social matiza La familia de Jacinta de Marcos Caras Reyes, donde el hado, esa fuerza desconocida que se cree obra sobre los hombres y los sucesos, se materializa en el relato acerca de las vidas paralelas de Jacinta y su hija Teresa: condenadas a la condicin de objetos de placer, desdeadas una vez que sus formas pierdan turgencia a causa de los mltiples embarazos y el trabajo diario. Con notable agilidad, la trama comprime aos de existencia en unos cuantos prrafos y la aparente frialdad del desenlace cierra con precisin el crculo vicioso.

Otra vuelta del destino, pero esta vez salpicada por el sabor a reivindicacin social, sirve de leit motiv a Medardo Meja para escribir El da de la Mamisaca. La accin se centra en la misrrima aldea de Mamisaca, de donde Martincito Guifarro escapa un buen da, tras ser castigado por su padre, para despus volver -muchos aos despus- convertido en el prncipe de Alahabad de la India, quien har realidad la fantasa de que los pobres sean redimidos de su pobreza, dndoles dinero para pagar sus deudas y para que compren tierras y cumplan con sus proyectos ms deseados. La intriga se mantiene hasta el final, porque es hasta que se han marchado los visitantes de la India cuando la anciana Bruna Casco revelar a todo el pueblo la verdadera identidad del supuesto prncipe.

Un acento ertico sordo y apenas contenido impone su sello a Casas vecinas de Alejandro Castro h. Pero lo que en principio era un prstino paralelo entre la virtud y el pecado -tan lejanos y a la vez tan cerca uno del otro como las casas de las vrgenes Landvar y las cortesanas sin nombre- luego se convierte en crudelsima visin de los vicios de una sociedad hipcrita atisbados por la nia Concha a travs de los visillos de la casa del pecado, cuyo hlito libertino tambin llevar a la nia Rosario a desear que una mano nervuda y cruel la maltratara hasta la muerte.El aliento telrico campea en la obra de Vctor Cceres Lara y La Juana Chica refrenda su conocimiento de las claves de la vida en el permetro rural, donde la ancdota que recrea este cuento es pan de todos los das: el marido viejo que alardea de la belleza de su joven esposa, las murmuraciones pueblerinas y el nacimiento de un hijo imposible, cuya fisonoma delata la sacrlega intervencin del joven sacerdote del lugar. Mejor conocido por su militancia poltica y su adhesin a los cnones del realismo socialista, Ramn Amaya Amador se aleja de las servidumbres ideolgicas y en El cuento de un cuentista y de sus cuentos rompe lanzas por una propuesta absolutamente metaliteraria y, en cierto momento, fantstica, basada en la equvoca relacin entre don Ramn y don Romn y los cuentos de hombres de cerro y pino, aderezada por la degustacin de tortillas con chicharrn, hasta que las identidades se confunden, as como la autora de los cuentos, en un autntico final abierto.Permeado por un aire legendario que se ve reforzado por la reconstruccin de los registros lingsticos y la idiosincrasia de los indgenas guatemaltecos, Luis Daz Chvez muestra su mejor talante narrativo en Gaspar Nahual. A la par y en torno a la figura de connotaciones mticas del chamn Nahual- el discurso narrativo refleja las necesidades de reivindicacin planteadas por los indgenas ante la negligencia gubernamental, pero sin afectar nunca el bien definido espacio esttico de la obra.Temticamente adscrito a la corriente criollista, Eliseo Prez Cadalso afronta en Balas cruceadas un elemento que le lleva a lidiar con un tema decididamente indgena: el nahualismo, pero lo matiza con uno de los motivos universales por excelencia de la creacin artstica: la venganza. Y a esto habra que agregar un componente adicional, y es que el puente que posibilita la venganza proviene, sincretismo aparte, de la tradicin cristiana, ya que el hijo decide marcar con una cruz las balas con las que matar al animal en el cual se encarna el victimario de su padre.A finales de los aos 50 -en un hecho singular en la narrativa hondurea- Adolfo Alemn decide estructurar su cuento El tinajn de barro en forma de diario personal, y esta eleccin define con acierto el manejo de la intriga narrativa surgida en torno a la existencia y posterior bsqueda de un tesoro -guardado en un tinajn de barro, la clebre botija colonial- hasta alcanzar, en algunos momentos, registros propios del relato policial, con un final absolutamente inesperado. Si bien es cierto que Pompeyo del Valle apuesta en Una elfina a dejarnos una moraleja de contenido social; la economa de recursos, la especial atencin a los elementos lingsticos y el manejo de una sutil irona consiguen cuajar en una genuina obra maestra de la minificcin, con un cierre decididamente magistral.

Otro maestro del relato sbito, Oscar Acosta, apunta en El regresivo a invertir las leyes naturales del desarrollo humano, pero ms all del recurso fantstico la obra afinca su verosimilitud en el elaborado complejo de frases que la sustentan, en la milimtrica precisin de una prosa que reafirma la inocultable correspondencia entre literatura y vida.En Plaza mayor, circo menor Marcos Caras Zapata renuncia a la premisa de lo polticamente correcto y plantea una nueva forma de vindicar la leyenda negra de la conquista espaola, materializada por estudiantes latinoamericanos residentes en Madrid, quienes encontrarn una nueva forma de celebra el Da de la Hispanidad.La tradicin de la literatura antiblica tiene en Tarzn de los gorilas de Eduardo Bhr uno de sus mejores ejemplos, tanto por la manera en que logra sortear el abismo del lugar comn, como por la contenida carga emotiva del monlogo-torrente verbal dedicado al prisionero amigo en medio de una guerra que, como todas las guerras, ninguno comprende. Humor, irona, erotismo a rfagas son los elementos que Julio Escoto desgrana en La banda de las mujeres prfidas, donde ensambla con notable maestra una ancdota originalsima con la sabia disposicin de la trama, que unidas a un lenguaje lleno de alusiones, donde nada es lo que parece y todo est sujeto a reinterpretaciones, conforman una slida propuesta narrativa.

La eterna y nunca suficientemente bien definida interaccin entre la lengua y el habla constituye el hilo conductor en Se me escapan los ojos de la gente de Galel Crdenas, relato oral por excelencia que, basado en un argumento minimalista, logra sumergir al lector en un verdadero tour de force lingstico que tiene como msica de fondo la tradicional celebracin de la Semana Santa en Tegucigalpa.La experiencia de inmigrante latinoamericano en Europa y la dimensin proteica de la creacin, especficamente la fallida puesta en escena de un poema de Nicols Guilln en un ambiente casi surrealista, son el ncleo generador de Sensemay-Chatelet de Juan de Dios Pineda, una narracin donde destaca, por sobre otros elementos referenciales, la utilizacin de un lenguaje despojado de artificios retricos.El peso referencial de la ancdota afincada en el problema de la violencia domstica no es un obstculo para que Armando Garca alcance en Hogar, dulce hogar -ms all del evidente toque humorstico- la sutil reconvencin de la irona, cuando la mujer que es vejada por su marido, y ante la intervencin de quienes presencian el abuso, opta por legitimar la accin de su consorte en un hilarante final.

La bsqueda de la precisin a nivel lingstico y la sabia dosificacin de los elementos narrativos son la preocupacin principal de Jos Luis Quesada en Cunto tarda en descomponerse un cadver?, donde las coordenadas de la violencia en el medio rural han sido cartografiadas con notable precisin.Narrador de largo aliento, casi siempre en los linderos de la nouvelle, Ernesto Bondy Reyes hace acopio de sus mejores recursos en Rosa la cientfica, para mostrarnos en un formato decididamente marcado por el humor- que leer en forma voraz e indiscriminada podra ser la solucin final para nuestros problemas ms inmediatos.Un asesinato por encargo le sirve de pretexto a Jorge Medina Garca en Cumplimientos pstumos para urdir una trama de inequvoco sello rulfiano, sin embargo, el sello de originalidad lo aporta la cadencia del relato, elemento decisivo en el estilo de este narrador, quien adems maneja con sabidura el recurso de la sorpresa final que nos reserva en cada uno de sus trabajos.

Una sntesis prodigiosa de imaginacin, originalidad y sentido crtico definen La laguna de Roberto Castillo. La infantil picarda de Tirilo, Roque Chilipuco y Cachete Inflamado, as como su especial relacin con los fantsticos tinguros se instalan en la imaginera verbal del pueblo, hasta desembocar en una escena final llena de simbolismo donde todos los elementos se conjugan: la llegada de los helicpteros, el hallazgo de los cadveres de los tres muchachos y el retorno de los tinguros a la laguna.

Evidente trasunto del mito de caro en versin hondurea, El ltimo vuelo del pjaro traviesode Jorge Luis Oviedo ofrece adems el sabor inconfundible de un relato bien estructurado, donde todos los elementos juegan a favor de una equilibrada disposicin artstica, incluso el afn de precisin del narrador, que llega al extremo de contabilizar los dos millones 266 mil 729 plumas de garza que le permitirn al tozudo muchacho coronar con xito su sueo, momento final en que el cuento se distancia de su modelo mtico.Y bajo el signo inmodesto de caro a quien creo entrever en la genial pintura de Edwin Perdomo que engalana su portada- esta antologa alza vuelo con la seguridad de que el mpetu solar no quemar sus alas, empujada hasta el infinito por la calidad inobjetable de sus autores y pese a cualquier yerro, achacable nica y exclusivamente a la vehemencia del compilador.

Una advertencia final: queda pendiente un captulo posterior, una nueva seleccin que rena los trabajos de quienes Armando Rivera nombr bastardos del siglo XX, los autores nacidos a partir de la dcada del 60, cuyas seas de identidad trascienden -a caballo entre dos siglos- las claves del XX para definirse en esta centuria que estamos por construir. Ellos son el futuro, los orgullosos herederos de una tradicin que estn obligados a reinventar.San Pedro Sula, junio de 2005.