Primeras Paginas Quien Mato Palomino Molero

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    Quin mat a Palomino Molero?

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    Mario Vargas Llosa naci en Arequipa, Per,en 1936. Aunque haba estrenado un drama enPiura y publicado un libro de relatos, Los jefes,que obtuvo el Premio Leopoldo Alas, su carreraliteraria cobr notoriedad con la publicacin deLa ciudad y los perros, Premio Biblioteca Breve(1962) y Premio de la Crtica (1963). En 1965 apa-reci su segunda novela, La casa verde, que ob-tuvo el Premio de la Crtica y el Premio Inter-nacional Rmulo Gallegos. Posteriormente hapublicado piezas teatrales (La seorita de Tacna,Kathie y el hipoptamo, La Chunga, El loco delos balcones, Ojos bonitos, cuadros feos y Lasmil noches y una noche), estudios y ensayos(como La orga perpetua, La verdad de las men-tiras, La tentacin de lo imposible y El viaje a laccin), memorias (El pez en el agua), relatos (Loscachorros) y, sobre todo, novelas: Conversacinen La Catedral, Pantalen y las visitadoras, La ta

    Julia y el escribidor, La guerra del n del mundo,Historia de Mayta, Quin mat a Palomino Mo-lero?, El hablador, Elogio de la madrastra, Litu-ma en los Andes, Los cuadernos de don Rigo-

    berto, La Fiesta del Chivo, El Paraso en la otraesquina y Travesuras de la nia mala. Ha obte-nido los ms importantes galardones literarios,desde los ya mencionados hasta el Premio Cer-vantes, el Prncipe de Asturias, el PEN/Nabokov,el Grinzane Cavour y el Premio Nobel de Litera-tura 2010. Su ltimo libro es El viaje del celta

    (2010).www.mvargasllosa.com

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    Quin mat a Palomino Molero?

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    1986, Mario Vargas Llosa

    De esta edicin:

    2010, Santillana Ediciones Generales, S.L.

    Torrelaguna, 60. 28043 Madrid (Espaa)

    Telfono 91 744 90 60

    www.puntodelectura.com

    ISBN: 978-84-663-2133-4

    Depsito legal: B-41.212-2010

    Impreso en Espaa Printed in Spain

    Imagen de cubierta: Pep Carri

    Primera edicin: noviembre 2010

    Impreso por Litografa Ross, S.A.

    Todos los derechos reservados. Esta publicacinno puede ser reproducida, ni en todo ni en parte,

    ni registrada en o transmitida por, un sistema derecuperacin de informacin, en ninguna formani por ningn medio, sea mecnico, fotoqumico,electrnico, magntico, electroptico, por fotocopia,o cualquier otro, sin el permiso previo por escritode la editorial.

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    A Jos Miguel Oviedo

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    I

    JIJUNAGRANDSIMAS balbuce Lituma, sintiendoque iba a vomitar. Cmo te dejaron, flaquito.

    El muchacho estaba a la vez ahorcado y ensartado enel viejo algarrobo, en una postura tan absurda que ms

    pareca un espantapjaros o un No Carnavaln despa-tarrado que un cadver. Antes o despus de matarlo lo ha-ban hecho trizas, con un ensaamiento sin lmites: tenala nariz y la boca rajadas, cogulos de sangre reseca, more-tones y desgarrones, quemaduras de cigarrillo, y, como sino fuera bastante, Lituma comprendi que tambin ha-

    ban tratado de caparlo, porque los huevos le colgaban has-ta la entrepierna. Estaba descalzo, desnudo de la cinturapara abajo, con una camisita hecha jirones. Era joven, del-gado, morenito y huesudo. En el ddalo de moscas que re-voloteaban alrededor de su cara relucan sus pelos, ne-gros y ensortijados. Las cabras del churre remoloneaban en

    torno, escarbando los pedruscos del descampado en buscade alimentos, y a Lituma se le ocurri que en cualquiermomento empezaran a mordisquear los pies del cadver.

    Quin carajo hizo esto? balbuce, conteniendola nusea.

    Yo qu s dijo el churre. Por qu me carajea am, qu culpa tengo. Agradezca que fuera a avisarle.

    No te carajeo a ti, churre murmur Lituma. Ca-rajeo porque parece mentira que haya en el mundo gen-te tan perversa.

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    El churre debi llevarse el susto de su vida esa maa-na, al pasar con sus cabras por este pedregal y toparse con se-mejante espectculo. Se haba portado como un ciudadano

    ejemplar, el churre. Dej al rebao pastando piedras juntoal cadver y corri a Talara a dar parte a la comisara. Te-na mrito, porque Talara estaba lo menos a una hora de ca-minata desde aqu. Lituma record su carita sudada y suvoz de escndalo cuando se apareci en la puerta del Puesto:

    Han matado a un tipo, all, en el camino a Lobi-

    tos. Si quieren, los llevo, pero ya mismo. Dej sueltas lascabras y me las pueden robar.

    No le haban robado ninguna, felizmente; al llegar, enmedio del sacudn que fue para l ver el estado del muer-to, el guardia haba entrevisto al chiquillo contando el re-bao con sus dedos y lo oy suspirar, aliviado: Toditititas.

    Por la santsima Virgen exclam el taxista, a suespalda. Pero, pero, qu es esto. En el trayecto, el churre les haba descrito ms o

    menos lo que veran pero una cosa era imaginrselo yotra verlo y olerlo. Porque tambin apestaba fesimo. Noera para menos, con ese sol que pareca taladrar piedras y

    crneos. Se estara descomponiendo a toda carrera.Me ayuda a descolgarlo, don? dijo Lituma.Qu remedio gru el taxista, santigundose.

    Lanz un escupitajo hacia el algarrobo. Si me hubierandicho para qu iba a servir el Ford, no me lo comprabani de a vainas. Usted y el teniente abusan porque mecreen muy manso.

    Don Jernimo era el nico taxista de Talara. Su viejocarromato, negro y grande como una carroza funeraria,poda incluso pasar cuantas veces quisiera la reja que sepa-

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    raba al pueblo de la zona reservada donde estaban las ofi-cinas y las casas de los gringos de la International Petro-leum Company. El teniente Silva y Lituma utilizaban el

    taxi cada vez que deban hacer un desplazamiento dema-siado largo para los caballos y la bicicleta, nicos mediosde transporte del Puesto de la Guardia Civil. El taxistagrua y protestaba cada vez que lo llamaban, diciendoque lo hacan perder plata, a pesar de que en estos casosel teniente le pagaba la gasolina.

    Espere, don Jernimo, ahora me acuerdo dijo Li-tuma, cuando ya iban a coger al muerto. No podemostocarlo hasta que venga el juez y haga el reconocimiento.

    Esa vaina quiere decir que voy a tener que hacerel viajecito otra vez carraspe el viejo. Le advierto que el

    juez me paga la carrera o se busca otro cacaseno.

    Y, casi en el acto, se dio un golpecito en la frente.Abriendo mucho los ojos, acerc la cara al cadver.Pero si a ste lo conozco! exclam.Quin es?Uno de esos avioneros que trajeron a la Base Area

    con la ltima leva se anim la expresin del viejo. l

    es. El piuranito que cantaba boleros.

    II

    CANTABA BOLEROS? Entonces, tiene que ser elque te dije, primo asegur el Mono.

    Es asinti Lituma. Lo averiguamos y es. Palo-mino Molero, de Castilla. Slo que eso no resuelve el mis-terio de quin lo mat.

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    Estaban en el barcito de la Chunga, en las vecinda-des del Estadio, donde deba haber un match de boxporque hasta ellos llegaban, clarito, los gritos de los hin-

    chas. El guardia haba venido a Piura aprovechando suda franco; un camionero de la International lo habatrado en la maana y lo regresara a Talara a mediano-che. Siempre que vena a Piura, mataba el tiempo consus primos Len Jos y el Mono y con Josefino, unamigo del barrio de la Gallinacera. Lituma y los Len

    eran de la Mangachera y haba una rivalidad tremendaentre mangaches y gallinazos, pero la amistad entre loscuatro haba superado esa barrera. Eran ua y carne, te-nan su himno y se llamaban a s mismos los incon-quistables.

    Resulvelo y te ascendern a general, Lituma hizo

    una morisqueta el Mono.Va a estar difcil. Nadie sabe nada, nadie ha vistonada, y, lo peor de todo, la autoridad no colabora.

    Acaso la autoridad all en Talara no es usted, com-padre? se sorprendi Josefino.

    El teniente Silva y yo somos la autoridad policial.

    La que no coopera es la Aviacin. Y, como el flaquito eraavionero, si ellos no cooperan, quin carajo va a cooperarLituma sopl la espuma de su vaso y bebi un trago decerveza abriendo la boca como un cocodrilo. Jijuna-granputas. Si ustedes hubieran visto cmo lo dejaron, noestaran tan felices, planeando ir al burdel. Y entenderanque yo no pueda pensar en otra cosa.

    Entendemos dijo Josefino. Pero aburre pasrse-las hablando de un cadver. No jodas ms con tu muerti-to, Lituma.

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    Eso te pasa por meterte de cachaco dijo Jos. Tra-bajar es enroncharse. Y, adems, t no sirves para eso.Un cachaco debe tener corazn de piedra, ser un conche-

    sumadre si hace falta. T eres un sentimental de mierda,ms bien.

    Es verdad, lo soy admiti Lituma, abatido. Nopuedo quitarme al flaquito de la cabeza. Tengo pesa-dillas, me parece que me jalan los huevos como a l. Po-brecito: los tena hasta las rodillas y aplastados como hue-

    vos fritos.Se los tocaste, primo? se ri el Mono.A propsito de huevos, el teniente Silva se tir ya

    a la gorda? pregunt Jos.Ese polvo nos tiene a todos en pindingas aadi

    Josefino. Ya se la tir?

    Al paso que va, se morir sin tirrsela suspir Li-tuma.Jos se levant de la mesa:Bueno, vmonos al cine a hacer tiempo, porque

    antes de medianoche el buln es un velorio. En el Varie-dades dan una de charros, con Rosita Quintana. El ca-

    chaco invita, por supuesto.No tengo plata ni para esta cerveza dijo Lituma.Me vas a fiar, no, Chunguita?

    Que te fe la que ya sabes repuso la Chunga,desde el mostrador, con aire aburrido.

    Me imaginaba lo que me ibas a contestar dijo Li-tuma. Lo haca por fregarte, noms.

    Anda a fregar a la que ya sabes bostez la Chunga.Dos a cero hizo una morisqueta el Mono. Ga-

    na la Chunga.

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    No te calientes, Chunguita dijo Lituma. Aqutienes lo que te debo. Y no te metas con mi mamacita,que la pobre est muerta y enterrada en Simbil.

    La Chunga, mujer alta y desabrida, sin edad, cogilos billetes, los cont y le dio el vuelto cuando el guardia, losLen y Josefino ya salan.

    Una pregunta, Chunguita la desafi Josefino.Ningn cliente te ha roto una botella en la cabeza porcontestar como contestas?

    De cundo ac tan curioso repuso la Chunga,sin dignarse mirarlo.

    Pues un da alguien te la va a romper, por ser tansimptica.

    Apuesto que no sers t bostez la Chunga, aco-modada de nuevo en el mostrador, una fila de barriles

    con un tabln encima.Los cuatro inconquistables cruzaron el arenal hastala carretera, pasaron frente al club de los blanquitos dePiura y caminaron en direccin al monumento a Grau.La noche estaba tibia, quieta y con muchas estrellas. Olaa algarrobos, a cabras, a caca de piajeno, a fritura, y Litu-

    ma, sin poder quitarse de la cabeza la imagen de Palo-mino Molero ensartado y despedazado, se pregunt si searrepenta de haberse hecho cachaco y de no vivir ya enla bohemia de un inconquistable. No, no se arrepenta.Aunque fuera jodido trabajar, ahora coma todos los dasy su vida estaba libre de la incertidumbre de antes. Jos,el Mono y Josefino silbaban un vals, haciendo contra-punto, y l trataba de imaginar el acento arrullador y lameloda envolvente con que, segn todos, cantaba bole-ros el flaquito. En la puerta del Variedades se despidi de

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    sus primos y de Josefino. Les minti: el camionero de laInternational regresara a Talara ms temprano que otrasveces y no quera quedarse sin movilidad. Trataron de

    sablearle unos soles, pero no les afloj ni medio.Ech a andar hacia la plaza de Armas. En el trayec-

    to, divis en una esquina al poeta Joaqun Ramos, de mo-nculo, tirando a la cabra a la que llamaba su gacela. Laplaza estaba llena de gente, como si fuera a haber retreta.Lituma no prest atencin a los transentes y, deprisa,

    como quien va a una cita de amor, cruz el Viejo Puentehacia Castilla. La idea haba tomado cuerpo mientras be-ba cerveza donde la Chunga. Y si la seora no estaba?Y si, para olvidar su desgracia, se haba mudado a otraciudad?

    Pero encontr a la mujer en la puerta de su casa,

    sentada en un banquito, tomando el fresco de la nochemientras desgranaba unas mazorcas en una batea. Por lapuerta abierta de la casita de barro se vea, en la habita-cin iluminada por una lmpara de queroseno, el escasomobiliario: sillas de paja, algunas desfondadas, una mesa,unos porongos, un cajn que deba hacer las veces de

    aparador, y una foto coloreada. El flaquito, pens.Buenas dijo, detenindose frente a la mujer. Ad-virti que estaba descalza y con el mismo vestido negroque tena esa maana, en la comisara de Talara.

    Ella murmur buenas noches y lo mir sin reco-nocerlo. Unos perros esculidos se olisqueaban y gruanalrededor. A lo lejos, haba un bordoneo de guitarras.

    Podra conversar un ratito con usted, doa Asun-ta? pregunt, con voz respetuosa. Sobre su hijito Pa-lomino.

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    En la media penumbra, Lituma alcanz a ver la ca-ra surcada de arrugas y sus ojitos casi cubiertos por losabultados prpados, escudrindolo con desconfianza.

    Habra tenido as los ojos siempre o se le hincharan enlos ltimos das de tanto llorar?

    No me reconoce? Soy el guardia Lituma, del Pues-to de Talara. El que estaba all cuando el teniente Silvale tom la declaracin.

    La seora se persign, gruendo algo incompren-

    sible, y Lituma la vio ponerse de pie, trabajosamente. Entr a la casa arrastrando la batea llena de granos demaz y el banquito. La sigui, y, apenas estuvo bajo te-cho, se quit la gorra. Lo impresionaba pensar que stehaba sido el hogar del flaquito. Lo que estaba hacien-do no era una diligencia ordenada por su superior sino

    una iniciativa propia; con tal que no le trajera dolores decabeza.La encontraron? musit la mujer, con la misma

    voz temblorosa que en Talara, mientras haca la declara-cin. Se dej caer en una silla y, como Lituma la mirabasin comprender, alz la voz: La guitarra de mi hijo. La

    encontraron?Todava no dijo Lituma, recordando. La seoraAsunta haba insistido muchsimo, mientras hipaba yresponda a las preguntas del teniente Silva, en que le en-tregaran la guitarra del flaquito. Pero, despus que la se-ora parti, ni l ni el teniente se acordaron del asunto.No se preocupe. Tarde o temprano la encontraremos yse la traer personalmente.

    Ella volvi a santiguarse y a Lituma le pareci quelo exorcizaba. Le recuerdo su desgracia, pens.

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    l quiso dejarla aqu y yo le dije llvatela, llvatelala oy salmodiar, con su boca en la que apenas sobrevi-va uno que otro diente. No, mamacita, en la Base no

    tendr tiempo de tocar, no s si habr un ropero para guar-darla. Que se quede aqu, tocar cuando venga a Piura.No, no, hijito, llvatela, para que te entretengas, paraque te acompaes cuando cantes. No te prives de tu gui-tarra que te gusta tanto, Palomino. Ay, ay, ay, pobre mihijito.

    Arranc a llorar y Lituma lament haber venido atraer malos recuerdos a la mujer. Balbuce algunas pala-bras de consuelo, rascndose el pescuezo. Para haceralgo, se sent. S, la fotografa era de l, haciendo su pri-mera comunin. Contempl largo rato la carita alargaday angulosa del nio moreno, con el pelo bien asentado,

    vestido de blanco, un cirio en la mano derecha, un misalen la izquierda y un escapulario en el pecho. El fotgrafole haba enrojecido las mejillas y los labios. Un churreenclenque, de carita arrobada, como si estuviera viendoal Nio Dios.

    Ya en esa poca cantaba lindsimo gimote doa

    Asunta, sealando la fotografa. El padre Garca lo ha-ca cantar en el coro a l solito y en la misma misa loaplaudan.

    Todos dicen que tena una voz regia coment Li-tuma. Que hubiera sido un artista, uno de esos que can-tan por la radio y hacen giras. Todos lo dicen. Los artistasno deberan hacer servicio militar, tendran que excep-tuarlos.

    Palomino no tena que hacer el servicio militar di-jo la seora Asunta. Estaba exceptuado.

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    Lituma le busc los ojos. La seora se santigu y sepuso a llorar de nuevo. Mientras la oa llorar, Lituma ob-servaba los insectos que revoloteaban en torno a la lm-

    para. Eran decenas, se precipitaban zumbando contra elvidrio una y otra vez, tratando de alcanzar la llama. Que-ran suicidarse, los brutos.

    El brujo ha dicho que, cuando la encuentren, los en-contrarn a ellos gimote doa Asunta. Los que tienensu guitarra son los que lo mataron. Asesinos! Asesinos!

    Lituma asinti. Tena ganas de fumar, pero, pren-der un cigarro, ante el dolor de esta seora, le parecauna irreverencia.

    Su hijito estaba exceptuado del servicio militar?pregunt tmidamente.

    Hijo nico de madre viuda recit doa Asunta.

    Palomino era el nico porque los otros dos se me murie-ron. Es la ley.Es verdad, se cometen muchos abusos Lituma

    volvi a rascarse el cuello, convencido de que iba a reco-menzar el llanto. O sea que no tenan derecho a levar-lo? Qu atropello. Si no lo levan, estara vivo, seguro.

    Doa Asunta neg, mientras se secaba los ojos conel ruedo de la falda. A lo lejos segua oyndose el bordo-neo de guitarra y a Lituma le vino la fantstica idea deque quien tocaba, all en la oscuridad, acaso a la orilladel ro, mirando la luna, era el flaquito.

    No lo levaron, fue de voluntario gimote doaAsunta. Nadie lo oblig. Se hizo avionero porque qui-so. l mismo busc su desgracia.

    Lituma se la qued observando, en silencio. Era unamujer bajita, sus pies descalzos apenas rozaban el suelo.

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    Tom su mnibus, se fue a Talara, se present enla Base y dijo que quera hacer su servicio militar en laAviacin. Pobrecito! Busc su muerte, seor. l solito, l

    solito. Pobre Palomino!Y por qu no le cont eso al teniente Silva, all en

    Talara? dijo Lituma.Acaso me pregunt? Yo contest todo lo que me

    preguntaron.Era cierto. Si Palomino tena enemigos, si lo haban

    amenazado, si lo haba odo discutir o pelearse con al-guien, si saba de alguno que tuviera motivo para quererhacerle dao, si le haba dicho que pensaba escaparse dela Base. La seora respondi dcilmente a todas las pre-guntas: no, nadie, nunca. Pero, era verdad, al teniente nose le haba ocurrido preguntarle si el flaquito entr al ser-

    vicio porque sali sorteado o como voluntario.O sea que le gustaba la vida militar? se asombrLituma. La idea que se haba hecho del cantante de bole-ros era, pues, falsa.

    Eso es lo que no entiendo solloz doa Asunta.Por qu has hecho eso, hijito? T de avionero? T, t!

    Y all, en Talara? Los aviones se caen, quieres matarmea sustos? Cmo has podido hacer una cosa as, sin consul-tarme. Porque si te consultaba me hubieras dicho que no,mamacita. Pero entonces por qu, Palomino. Porque nece-sito irme a Talara. Porque es de vida o muerte, mamacita.

    Ms bien de muerte, pens Lituma.Y por qu era de vida o muerte para su hijito irse

    a Talara, seora?Eso es lo que nunca supe se santigu por cuarta o

    quinta vez doa Asunta. No me lo quiso decir y se ha

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    llevado su secreto al cielo. Ay, ay! Por qu me hicisteesto, Palomino?

    Una cabrita parda, con pintas blancas, haba metido

    la cabeza en la habitacin y miraba a la mujer con susojos grandes y piadosos. Una sombra se la llev, tirandode la soga que la sujetaba.

    Se arrepentira al poco tiempo de enrolarse fan-tase Lituma. Cuando descubri que la vida militarno era pan comido y hembrita para regalar, como tal

    vez se crey. Sino algo muy, muy fregado. Por eso de-sertara. Eso, al menos, lo entiendo. Lo que no se com-prende es por qu lo mataron. Y de esa manera tanbrbara.

    Haba pensado en voz alta, pero doa Asunta no pa-reca haberlo advertido. O sea que se enrol para salir de

    Piura, porque eso era para l de vida o muerte. Alguienlo habra amenazado aqu en la ciudad y pens que esta-ra seguro en Talara, en el interior de una Base Area.Pero no pudo resistir la vida militar y desert. Aqul oaqullos de quienes hua lo encontraron y lo mataron.Pero, por qu as? Hay que estar locos o ser monstruos

    para torturar de ese modo a un muchacho que apenashaba dejado de ser churre. Muchos se metan al Ejrcitopor penas de amor, tambin. Pudo ser por una decepcinamorosa, tal vez. Estara muy enamorado de una chicaque le dio calabazas, o lo enga, y, amargado, decidiirse lejos. Adnde? A Talara. Cmo? Metindose deavionero. Le pareca posible y a la vez imposible. Volvia rascarse el cuello, nervioso.

    A qu ha venido usted a mi casa? lo encar depronto doa Asunta, con brusquedad.

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    Se sinti en una posicin falsa. A qu haba venido,pues? A nada, por pura curiosidad malsana.

    A saber si usted poda darme alguna pista bal-

    buce.Doa Asunta lo miraba disgustada y el guardia

    pens: Se ha dado cuenta que le miento.Ya no me tuvieron como tres horas all, dicindo-

    les lo que saba? murmur, adolorida. Qu ms quie-ren. Qu ms, qu ms. Creen que yo s acaso quin

    mat a mi hijo?No se moleste, seora se excus Lituma. No

    quiero incomodarla, ya me voy. Muchas gracias por reci-birme. Le avisaremos, cualquier cosa.

    Se puso de pie, murmur buenas noches y sali,sin darle la mano, porque temi que doa Asunta se la

    dejara extendida. Se puso el quepis de cualquier modo.A los pocos trancos que dio por la terrosa callecita deCastilla, bajo las estrellas ntidas e incontables, se sere-n. Ya no se oa la remota guitarra; slo voces hirientesde chiquillos, pelendose o jugando, el parloteo de lasfamilias que departan a las puertas de sus casas y algu-

    nos ladridos. Qu te pasa?, pens. Por qu ests tansaltn? Pobre flaquito. No volvera a ser el mangachede antes hasta que no entendiera cmo poda haberen el mundo gentes tan malvadas. Sobre todo que, pordonde se le diera la vuelta, la vctima pareca haber sidoun churre buena gente, incapaz de hacer dao a unamosca.

    Lleg al Viejo Puente y, en lugar de cruzarlo paravolver a la ciudad, entr en el Ro Bar, erigido con made-ras sobre la misma estructura del antiqusimo puente

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    que una las dos orillas del ro Piura. Senta la gargantaspera como una lija. El Ro Bar estaba vaco.

    Apenas se sent en el taburete, se le acerc Moiss,

    el dueo y cantinero, de largas orejas acampanadas. Ledecan Dumbo.

    No me acostumbro a verte de uniforme, Litumase burl, alcanzndole un jugo de lcuma. Me pare-ces disfrazado. Y los inconquistables?

    Se fueron a ver una de charros dijo Lituma, be-

    biendo con avidez. Yo tengo que regresar a Talara aho-rita mismo.

    Qu jodido lo de Palomino Molero dijo Moiss,ofrecindole un cigarrillo. Cierto que le cortaron loshuevos?

    No se los cortaron, se los descolgaron de un jaln

    murmur Lituma, disgustado. Era lo primero que to-dos queran saber. Ahora tambin Moiss se pondra ahacer bromas con los huevos del flaquito.

    Bueno, es lo mismo Dumbo movi las enormesorejas como si fueran las alas de un gran insecto. Eratambin narign y de barbilla protuberante. Todo un fe-

    nmeno.T conociste a ese muchacho? pregunt Lituma.Y t tambin, estoy seguro. No te acuerdas de l?

    Los blanquitos lo contrataban para dar serenatas. Lo ha-can cantar en fiestas, en la procesin, en el Club Grau.Cantaba como un Leo Marini, te juro. Tienes que haber-lo conocido, Lituma.

    Todos me lo dicen. Los Len y Josefino cuentanque estbamos juntos una noche que lo hicieron cantardonde la Chunga. Pero yo no me acuerdo.

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    Entrecerr los ojos y, una vez ms, pas revista a esaserie de noches, tan parecidas, alrededor de una mesitade madera erizada de botellas, con humo que haca ar-

    der los ojos, olor a alcohol, voces de borrachos, siluetasconfusas y cuerdas de guitarra entonando valses y ton-deros. Distingua, de pronto, en la turbamulta de esasnoches la voz juvenil, templadita, acariciadora, que em-pujaba a bailar, a abrazar a una mujer, a susurrarle co-sas bonitas? No, no apareca en su memoria por nin-

    guna parte. Sus primos y Josefino se equivocaban. lno estaba ah, l no haba odo cantar jams a PalominoMolero.

    Averiguaron quines son los asesinos? dijo Moi-ss, echando humo por la nariz y la boca.

    Todava dijo el guardia. T eras amigo de l?

    Vena a veces a tomarse un jugo repuso Moi-ss. No es que furamos grandes amigos. Pero, conver-sbamos.

    Era alegre, conversador? O ms bien seriote y an-tiptico?

    Callado y timidn dijo Moiss. Un romntico,

    una especie de poeta. Lstima que lo levaran, debi su-frir con la disciplina del cuartel.No lo levaron, estaba exceptuado del servicio dijo

    Lituma, saboreando las ltimas gotas del jugo de lcu-ma. Se present voluntario. Su madre no lo entiende.Y yo tampoco.

    sas son las cosas que hacen los amantes desenga-ados movi las orejas Dumbo.

    Es lo que pienso yo tambin asinti Lituma.Pero eso no aclara quines lo mataron ni por qu.

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    Un grupo de hombres entr en el Ro Bar y Moi-ss fue a atenderlos. Era hora de ir a buscar al camione-ro de la International que lo regresara a Talara, pero

    senta una gran flojera. No se movi. Vea al flaquitoafinando la guitarra, lo vea en la penumbra de las callesdonde vivan los blancos de Piura, al pie de las rejas y delos balcones de sus novias y enamoradas, hechizndolascon su linda voz. Lo vea, luego, recibiendo las propi-nas que le daban por la serenata. Se habra comprado

    la guitarra juntando esas propinas a lo largo de muchosmeses? Por qu era de vida o muerte para l irse dePiura?

    Ahora me acuerdo que s dijo Moiss, abanican-do con furia las orejas.

    Que s, qu? Lituma puso sobre el mostrador el

    dinero por el jugo de lcuma.Que estaba enamorado hasta las cachas. A m mecont algo. Un amor imposible. Me dijo eso.

    Alguna mujer casada?Qu s yo, Lituma! Hay muchos amores imposi-

    bles. Enamorarse de una monja, por ejemplo. Pero me

    acuerdo clarito que una vez le o decir eso. Por qu traesla cara tan amarga, flaco cantor? Porque estoy enamora-do, Moiss, y mi amor es imposible. Por eso se meti deavionero, entonces.

    No te dijo por qu era imposible su amor? Niquin era ella?

    Moiss neg con la cabeza y las orejas al mismotiempo:

    Slo que la vea a escondidas. Y que le daba sere-natas, de lejos, por las noches.

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    Ya veo dijo Lituma. Imagin al flaquito huyen-do de Piura por temor a un marido celoso que lo habaamenazado de muerte. Si supiramos de quin estaba

    enamorado, por qu su amor era imposible, nos ayudaramucho. Tal vez la ferocidad con que lo haban maltrata-do tena esa explicacin: la rabia de un marido celoso.

    Si eso te ayuda, puedo decirte que su amorcitoviva por el aeropuerto aadi Moiss.

    Por el aeropuerto?

    Una noche estbamos conversando aqu, Palomi-no Molero sentado donde t ests. Oy que un amigomo se iba a Chiclayo y le pregunt si poda jalarlo hastael aeropuerto. Y qu vas a hacer en el aeropuerto a estashoras, flaco cantor? Voy a darle una serenata a mi amor-cito, Moiss. O sea que ella viva por ah.

    Pero por all no vive nadie, all slo hay arena yalgarrobos, Moiss.Piensa un poco, Lituma agit las orejas Dumbo.

    Busca, busca.De veras se rasc el pescuezo el guardia. Ah, al

    ladito, est la Base Area, las casas de los aviadores.