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Introducció Pollit p 11-46 INTRODUCCIÓN EL ARTE HELENÍSTICO Y EL TEMPERAMENTO DE LA ÉPOCA HELENÍSTICA Los griegos y macedonios que modelaron la época helenística vivieron sus vidas en un mundo mucho más vasto que el que sus antepasados habían conocido. La mayoría de los griegos del período clásico desarrollaron su visión del mundo dentro de los confines de una sola y pequeña ciudadestado. Aquella había sido una experiencia de fuerte tendencia colectiva, en la cual los ideales, aspiraciones y prejuicios de cada individuo estaban normalmente tan estrechamente mezclados con los de la comunidad que la posibilidad de abandonar esa comunidad de forma permanente para llevar una vida más particular o más exótica en otro país rara vez se tomaba en consideración, salvo en circunstancias extremas. Un griego de la época clásica podría voluntariamente marcharse a la aventura, pero una vez experimentada esa aventura estaba dispuesto a regresar a casa, a la reducida, familiar ,y reconfortante sociedad en la que su identidad se había formado. Las conquistas de Alejandro y la fundación de los reinos helenísticos desencadenaron una serie de migraciones y reagrupaciones políticas que rompieron la relativa reclusión del mundo de la polis clásica. Miles de griegos marcharon a congregarse en las nuevas ciudades, grandes y pequeñas, del Oriente helenístico en busca de fortuna. En esas nuevas comunidades debía de producirse inevitablemente cierta sensación de extrañamiento y desarraigo que sería causa de angustia. No siempre sabría uno, por ejemplo, quiénes eran sus conciudadanos ni qué podía esperarse de ellos, pues en su mayoría eran emigrantes de ciudades desconocidas e incluso, en muchos casos, de culturas extrañas. Tampoco podía nadie estar seguro de cuál iba a resultar ser su papel en la sociedad. Se tenía siempre la idea de que podía ocurrirle a uno algún vuelco espectacular de la fortuna. Con un poco de suerte podía uno convertirse en un favorito real y ver una puerta abierta a inmensas riquezas y poderes; pero también existía siempre la posibilidad de que la ciudad en que uno vivía fuese arrasada por algún otro ejército real de mercenarios griegos o extranjeros, y que uno quedara en la completa miseria o incluso fuese vendido como esclavo. Los reyes, fuente última de autoridad aun en las ciudades que se autogobernaban en sus asuntos cotidianos, eran también motivo de inquietud, pues para la mayoría de la gente eran seres remotos e imprevisibles. El mecenazgo regio, como demostró la época de los Diadocos, los Sucesores de Alejandro, era efímero y caprichoso. En el plazo de apenas unos pocos años, podía uno pasar de depender de Lisímaco a Seleuco, y luego a Ptolomeo Keraunos. Incluso en la vieja Grecia, donde las ciudades estado tenían fundamentos más firmes, los horizontes se ensancharon en la época helenística y el mundo se volvió menos estable. Ciudades que en tiempos habían conservado 1

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EL ARTE HELENÍSTICOY EL TEMPERAMENTODE LA ÉPOCA HELENÍSTICA

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INTRODUCCIÓN

EL ARTE HELENÍSTICOY EL TEMPERAMENTO

DE LA ÉPOCA HELENÍSTICA

Los griegos y macedonios que modelaron la época helenística vivieron sus vidas en un mundo mucho más vasto que el que sus antepasados habían conocido. La mayoría de los griegos del período clásico desarrollaron su visión del mundo dentro de los confines de una sola y pequeña ciudadestado. Aquellahabía sido una experiencia de fuerte tendencia colectiva, en la cual los ideales,aspiraciones y prejuicios de cada individuo estaban normalmente tan estrechamente mezclados con los de la comunidad que la posibilidad de abandonar esa comunidad de forma permanente para llevar una vida más particular o más exótica en otro país rara vez se tomaba en consideración, salvo en circunstancias extremas. Un griego de la época clásica podría voluntariamente marcharse a la aventura, pero una vez experimentada esa aventura estaba dispuesto a regresar a casa, a la reducida, familiar ,y reconfortante sociedad en la que su identidad se había formado.

Las conquistas de Alejandro y la fundación de los reinos helenísticos desencadenaron una serie de migraciones y reagrupaciones políticas que rompieron la relativa reclusión del mundo de la polis clásica. Miles de griegos marcharon a congregarse en las nuevas ciudades, grandes y pequeñas, del Oriente helenístico en busca de fortuna. En esas nuevas comunidades debía deproducirse inevitablemente cierta sensación de extrañamiento y desarraigo que sería causa de angustia. No siempre sabría uno, por ejemplo, quiénes eran sus conciudadanos ni qué podía esperarse de ellos, pues en su mayoría eran emigrantes de ciudades desconocidas e incluso, en muchos casos, de culturas extrañas. Tampoco podía nadie estar seguro de cuál iba a resultar ser su papel en la sociedad. Se tenía siempre la idea de que podía ocurrirle a uno algún vuelco espectacular de la fortuna. Con un poco de suerte podía uno convertirseen un favorito real y ver una puerta abierta a inmensas riquezas y poderes; pero también existía siempre la posibilidad de que la ciudad en que uno vivía fuese arrasada por algún otro ejército real de mercenarios griegos o extranjeros, y que uno quedara en la completa miseria o incluso fuese vendido como esclavo. Los reyes, fuente última de autoridad aun en las ciudades que se autogobernaban en sus asuntos cotidianos, eran también motivo de inquietud, pues para la mayoría de la gente eran seres remotos e imprevisibles. El mecenazgo regio, como demostró la época de los Diadocos, los Sucesores de Alejandro, era efímero y caprichoso. En el plazo de apenas unos pocos años, podía uno pasar de depender de Lisímaco a Seleuco, y luego a Ptolomeo Keraunos.

Incluso en la vieja Grecia, donde las ciudades estado tenían fundamentos más firmes, los horizontes se ensancharon en la época helenística y el mundo se volvió menos estable. Ciudades que en tiempos habían conservado

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celosamente una puntillosa independencia ahora se unían en ligas federales. Bastiones de rigidez social como Esparta se vieron barridas por la revolución. Zonas que habían parecido casi primitivas, como Etolia, se convirtieron en potencias de consideración. Y hasta ciudades que guardaron las apariencias desu antigua autonomía e importancia, como Atenas, tuvieron que hacer su camino cautelosamente entre las luchas de poder de reyes y estados más grandes.

Algunos sin duda verían en las oportunidades y la agitación de la época helenística un estímulo y un desafio, pero otros muchos, como las preocupaciones de la filosofia helenística ponen en evidencia, sintieron un profundo desasosiego al contemplar el cariz inestable e imprevisible de los tiempos. Pero tanto si eran bienvenidos como si eran rechazados, los cambios políticos y sociales del mundo helenístico obligaron a quienes los experimentaron a adoptar actitudes ante la vida marcadamente distintas de aquellas del período clásico, en que habían dominado los valores colectivos. Estas nuevas actitudes colorean la literatura y la filosofia helenística de muchas maneras evidentes, y en los capítulos siguientes se sugerirá que también colorean, aun cuando sea de manera menos obvia y explícita, su arte. Cinco actitudes o disposiciones de ánimo son especialmente características de la época helenística: la obsesión por la fortuna, la mentalidad teatral, la mentalidad erudita, el individualismo y el talante cosmopolita. En beneficio de la claridad cada una de estas actitudes se tratará por separado, pero se verá que todas son interdependientes y que todas juntas constituyen una especie de Zeitgeist o espíritu de la época helenística.

La obsesión por la fortuna

Tras describir la derrota del rey Perseo y el hundimiento del reino de Macedonia (véase pág. 245), Polibio hace una pausa en su relato para meditar sobre el significado de los acontecimientos que acaba de describir. Al hacerlo, recuerda un tratado sobre la Fortuna, Tykhe2, escrito por uno de los principalesintelectuales de la época helenística, Demetrio de Falero. «En su tratado de la Fortuna»,, observa Polibio, «deseando presentar a los hombres un vivo recordatorio de su mutabilidad, se fijó en la época en que Alejandro destruyó alImperio Persa e hizo las siguientes observaciones:

«Pues si se considera no un tiempo ilimitado, ni muchas generaciones, sino solamente estos últimos cincuenta años, se puede observar la crueldad de la fortuna. Pues, ¿creeríais quehace cincuenta años los persas o el rey de los persas, los macedonios o el rey de los macedonios, si algún dios les hubiera profetizado el futuro, hubieran podido creer que, en la época actual, de los persas, que dominaron casi todo el mundo, no quedaría ni el nombre y que los macedonios iban a someterlo todo, hombres de quienes en otro tiempo ni siquiera el nombre era conocido? Pero, a pesar de todo, la Fortuna, que resultainescrutable en nuestra vida, que siempre, contra nuestros cálculos, provoca

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cambios, y que demuestra su fuerza en los hechos más inesperados, incluso ahora, a mi entender, deja claro a todos los hombres, situando a los macedonios en la prosperidad de los persas, que les concederá disfrutar de todos los bienes hasta que decida portarse de modo diferente con ellos.» (Polibio 29.21.36.)

Tras citar a Demetrio, Polibio dedica entonces su atención al rey Eumenes dePérgamo, quien, después de años de éxitos políticos, estaba a punto de perder el favor de los romanos y ver su reino invadido por otra tribu más de gálatas, y añade: «Pues la Fortuna es muy capaz de aniquilar toda expectativa razonable con imprevisibles giros de acontecimientos, y si presta ayuda a alguno e inclinasu balanza en favor de él, puede luego, como si se arrepintiera de su ayuda, inclinar los platillos en contra de él y en un instante arruinar sus éxitos» (29.22.23).

Lo que el filósofo peripatético Demetrio expresaba en el contexto de la historia y la filosofia, su amigo el comediógrafo Menandro, que a menudo presentaba en sus comedias ideas peripatéticas bajo forma popular, lo expresóuna y otra vez en un sentido general:

Así, la Fortuna hace ¡lógico lo que, en su momento, es útil en la vida del hombre, y en cada circunstancia decide, sin hacer uso de las leyes, y no es posible que el hombre diga: «Eso es algo a lo que no me someteré.» (Fragmento 355K.)

Los versos de Menandro podrían servir como una especie de lema de la sociedad helenística. Todo individuo y todo grupo social siente sin duda inquietud alguna vez cuando se enfrenta a las incertidumbres de la vida, pero las condiciones sociales de la época helenística parece que hicieron esa inquietud tan intensa que su causa personificada, la Fortuna, se convirtió en una obsesión. Tykhe llegó a ser prácticamente una diosa, la deidad temida por la mayoría de los hombres, pues no sólo parecía imprevisible sino normalmente, a la larga, maligna. Hombres como Perseo se veían exaltados a encumbradas posiciones sólo para terminar en humillante cautividad. Países enteros como Epiro con Pirro se veían florecer en un siglo sólo para ser devastados por los romanos al siglo siguiente.

Sobre cuál era exactamente la naturaleza de Tykhe había diversidad de opiniones. Algunos la veían como el puro azar, pero otros, quizá los más, sentían que en su funcionamiento había algún designio, aunque inescrutable, yque ella era en efecto no sólo Fortuna, sino Destino. A un nivel filosófico, los epicúreos parecen haber sido los únicos que realmente creyeron que la existencia no era más que una sucesión de hechos azarosos. Probablemente los estoicos estaban más cerca de expresar lo que la mayoría de los hombres sentía cuando describían el universo como un proceso inalterable guiado por una especie de mente cósmica. Pero ya creyera en una fortuna aleatoria o en un destino inescrutable, la mayoría de los hombres dedicaba una buena

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cantidad de su pensamiento a las posibles maneras de sortear las imposicionespotenciales de Tykhe o, en su caso de creerlo posible, de dominarlas. Los filósofos helenísticos trataron de alcanzar la invulnerabilidad por el cultivo de laimpasibilidad; los devotos de las religiones mistéricas helenísticas buscaron refugio en deidades que, así lo creían, tenían el poder de sacarlos de los confines del destino; y otros se volvieron a la magia y a las imágenes para que los protegieran y les trajeran buena suerte.

Un muy importante corolario del concepto de predestinación o suerte prefijada era la creencia en que cada individuo particular y cada comunidad tenían su propio destino dentro del gran orden de las cosas. Cada hombre tenia' su propia tykhe individual como asimismo la tenía la ciudad en que vivía.Esta creencia llevaba a su vez a la convicción de que, aunque las fortunas de lamayoría de los hombres fueran irregulares y temibles, existían algunos casos en que la fortuna particular de una determinada persona era tan favorable que tal persona resultaba prácticamente irresistible. La fortuna de un individuo así resultaba indistinguible de su naturaleza personal, de su daiinon o «espíritu», como los griegos lo llamaban. Un daimon especialmente poderoso era casi equivalente a la misma Tykhe, y para un hombre vulgar lo más sensato era respetar a esas personalidades y tratar de absorber algo de su influencia benéfica. De aquí que durante siglos los juramentos se hicieran por la tykhe de Alejandro Magno. También de otros reyes se podía creer, o esperar, que tuvieran fortunas poderosas y favorables, y puesto que las fortunas de la mayoría de los hombres estaban ligadas a la de algún rey, la tykhe real se tomaba muy en serio. Clara prueba de ello es el hecho de que para dar solemnidad a los juramentos oficiales se invocara a menudo la fortuna de gobernantes como Ptolomeo Soter.

La influencia de esta preocupación por la fortuna es detectable en el arte helenístico en varias formas. La más evidente es la popularidad de las imágenes de Tykhe. Se sabe que en períodos anteriores existieron figuras esculpidas de Tykhe personificada, y hay ciertos indicios de que pudieron empezar a popularizarse en el siglo IV a. C., siglo en que a menudo se produjeron anticipaciones de importantes tendencias de la época helenística. Praxíteles, por ejemplo, hizo una estatua de Tykhe para un templo en Megara (Pausanias 1.43.6) y también una figura de Agate Tykhe, la «Buena Fortuna», que en su día se alzó en Atenas y posteriormente fue llevada a Roma (Eliano dePreneste, Varia Historia 9.39, Plinio, H.J'f 36.23). Fue en una de las primeras grandes esculturas públicas del período helenístico, sin embargo, la Tykhe de Antioquía por Eutíquides [1], donde se llegó a un formato modelo para las imágenes de Tykhe. La personificación de ciudades y países como figuras femeninas con coronas en forma de muralla era un tipo ya introducido en las monedas en el siglo IV a.C. En su imagen de Tykhe, que se conoce por varias copias de época romana y por representaciones en monedas, Eutíquides amplió las posibilidades expresivas de este tipo más antiguo añadiéndole nuevos atributos y utilizando la composición con múltiples puntos de vista que era característica de la escuela lisipea (composición que en este caso quizá

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pretendía sugerir la complejidad y variabilidad de la fortuna) (véase página 55). Con el tiempo parece ser que la mayoría de las ciudades helenísticas, hasta las más remotas poblaciones fronterizas, como DuraEuropos, llegaron a adornarse con una versión de la creación de Eutíquides. Es importante señalar que aunque esas figuras de Tykhe tenían un contenido alegórico que era típico de su época, y aunque probablemente cumplían la misma función que las banderas o insignias oficiales en nuestro tiempo, no eran simples símbolos. En la mayoría de las ciudades Tykhe recibía culto, y la fortuna de una ciudad se entendía como algo muy real, aun cuando fuera desconocido. La prosperidad de la gente, sus esperanzas, incluso sus propias vidas se creían dependientes de ella. En efecto, lejos de ser creaciones puramente intelectuales, las figuras de Tykhe posiblemente llegaran a adquirir una especie de cualidad mágica, como amuletos de la buena suerte. Al glorificar y hacer propicia la imagen en que se escondía el futuro de la persona existía siempre la posibilidad de sonsacarle una fortuna benigna. Quizá fuera una actitud de este tipo la que inspirara la creación de figuras de Tykhe en miniatura en forma de estatuillas, gemas o incluso frascos de cristal6.. Eran probablemente a un tiempo amuletose imágenes apotropaicas, de esperanza y temor.

Otra de las maneras en que esta preocupación por la fortuna halló expresiónen la época helenística fue la popularidad que mantuvieron las imágenes de Alejandro Magno (véanse págs. 5169). La atracción que la imagen de Alejandroejerció en épocas posteriores surgía claramente de algo más que una nostalgiade la historia. Alejandro había parecido siempre favorecido de la fortuna, y existía la creencia, expresada mejor que nadie por Plutarco en su obra De Alexandrii Magni. Fortuna aut Virtute, de que cuando la mala suerte le amenazaba él era capaz de dominarla y trocar la adversidad en éxito. Casi todoel mundo aspiraba a tener una fortuna como la de Alejandro. Ateneo relata queun adulador, tratando de ganarse el favor del rey macedonio Antígono Dosón, intentó complacer al monarca asegurándole que la fortuna real estaba claramente «alejandrizada» (25lD). Cuando Aristóteles aconsejaba a Apeles que pintara las hazañas de Alejandro «por su carácter imperecedero» (propter aeternitate rerum; Plinio, H.I'1 35.106) quizá se estaba yendo por las alturas filosóficas, pero, la mayoría de la gente, tanto regia como humilde, parece que atesoraba las imágenes de Alejandro en la esperanza de que pr medio de ellas se les «pegara» algo de la buena suerte del héroe.

Otro elemento bastante diferente del arte helenístico que pudo deberse al estímulo de esa preocupación de la época por la fortuna es el interés por representar dramáticos reveses de la fortuna. Las escenas de crisis dramáticas abundan en el arte helenístico y, como voy a sugerir, estuvieron influidas por otras inquietudes además de esta preocupación por la suerte. Existe cierto número de obras, sin embargo, en que el tema principal y el centro de atencióndel artista parece haber sido el de un vuelco súbito de la fortuna y el pothos que a ello acompaña. Un ejemplo célebre es el Mosaico de Alejandro de la Casadel Fauno en Pompeya [2]. Es un hecho curioso el que, aunque el mosaico (y la pintura en que se basó) celebraba ostensiblemente una de las grandes

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victorias de Alejandro (véase pág. 91), su figura dominante, tanto desde el punto de vista de la composición como del interés dramático, no es Alejandro, sino más bien el gobernante persa Darío. Es la figura acosada del Gran Rey, desgarrada entre la necesidad de ponerse í. salvo y la compasión por sus camaradas caídos lo que más encendió la imaginación del artista que compusola pintura. Acaso fuera porque era la fortuna de Darío la que había alcanzado una crisis y un punto de hundimiento incipiente, mientras que el irresistible daimon de Alejandro avanzaba imparable. Cualquiera que fuera el mágico atractivo de la imagen de Alejandro, era Darío quien hacía sonar una nota de angustia en el espíritu de la mayoría de los espectadores y provocaba su simpatía y su comprensión.

De tema menos grandioso, pero más explícita aún en su representación de un súbito y desolador revés de la fortuna es la estela funeraria pintada de Hediste, de Demetrias de Pagasas (la moderna Volos; véase pág. 312) [31. Hediste, cuya tumba señalaba la estela, murió de parto, y con ella su hijo. La escena pintada en la estela muestra el momento inmediatamente posterior a la tragedia. El cuerpo de Hediste, destrozado por el dolor, yace todavía en el lecho mientras su esposo la contempla consternado. En el fondo de la habitación una mujer mayor sostiene el cuerpo del niño muerto. No es sólo la tristeza de la muerte, sino el carácter repentino lo que ha interesado al pintor de la estela, y el patético epitafio grabado en su base no deja duda de que es aTykhe a quien se atribuye esa violencia:

Triste hebra hilaron para Hediste las Parcas de sus husos cuando, joven esposa, le llegaron los dolores del parto. ¡Ay desdichada! Pues no estaba en sudestino que pudiera acunar al niño entre sus brazos, ni humedecer los labios del recién nacido en su pecho. Una misma luz los ilumina, y la Fortuna los ha traído a una misma tumba, sin hacer distingos en el momento de llegarles.

La mentalidad teatral

El teatro en todos los tiempos ha servido para proporcionar un reflejo o un análogo de la vida, pero en el período helenístico tenemos la impresión de que era la vida lo que se veía como un reflejo del teatro.

La comparación entre la «Comedia Nueva», el característico producto del teatro helenístico desarrollado por el comediógrafo ateniense Menandro (ha. 342-289 a. C.) y otros cuya obra no se ha conservado, y la «Comedia Antigua» de la Atenas clásica resulta instructiva. Las comedias de Aristófanes eran ritos corales casi religiosos en los que el papel de la audiencia era más el de participante que el de testigo. Trataban asuntos públicos del momento guerra, paz, cambio social, derechos de la mujer, nuevas tendencias intelectuales que eran de interés inmediato y vital para la comunidad como conjunto, y abundaban en sobreentendidos que sólo los miembros de esa comunidad podían comprender. Para poder apreciar plenamente las comedias de Aristófanes uno tendría que haber sido ciudadano de la polis ateniense. En

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cambio, las «comedias» de Menandro son melodramas muy generalizados que presentan situaciones y emociones que son personales y universales (en el sentido de que se requiere poco o ningún condicionamiento cultural para entenderlas) más que comunitarios. Los temas de repertorio,, tales como los malentendidos entre enamorados, el descubrimiento de hijos perdidos largo tiempo atrás o los casos de confusión de identidades proporcionaban los argumentos de la Comedia Nueva, y como personajes les servían tipos humanos corrientes: padres gruñones, hijos agresivos, hijas tímidas, criados intrigantes, tipos fanfarrones. Además, al igual que gran parte de la población del mundo helenístico, esos personajes aparecen muchas veces como de paso,a punto de partir para otra ciudad en viaje de negocios o para alistarse romo mercenarios en el ejército. En suma, la substancia de la Nueva Comedia reflejaba una experiencia que era tan común en Alejandría o en Antioquía, o dondequiera que existiese vida urbana, como lo era en Atenas.

Menandro fue admirado en la Antigüedad como un comediógrafo enormemente realista'. Este juicio puede parecer a primera vista sorprendente porque, aunque los tipos de personajes que retrata parecerían sin duda familiares y «reales» en su tiempo, los complicados argumentos de sus obras, con sus extraordinarias coincidencias, no/podían ser materia de experiencia cotidiana para la mayoría de la gente. Sin embargo, probablemente no era en los detalles de sus tramas argumentales, sino más bien en la representación dela fuerza que parecía crear y resolver los problemas más humanos, Tykhe, donde veían su realismo. Una y otra vez los personajes de Menandro expresan la idea de que es la Fortuna, sea en forma de azar o de destino inescrutable, la que dicta los acontecimientos de la vida, más que la voluntad o la razón humanas. Aun cuando muchos de los versos de Menandro sobre Tykhe aparecen en fragmentos cuyo contexto nos falta, el mero número de ellos es prueba suficiente de que presentan, si no su propia visión del mundo, al menosuna visión normal en su tiempo.

En las comedias de Menandro muchos personajes ven la vida como una especie de representación montada por la Fortuna, un espectáculo sobre el cual no tienen control alguno y que pueden por tanto contemplar con cierto distanciamiento y objetividad. Ahora bien, el que la descripción que hace Menandro de la vida se tuviera generalmente por realista, nos lleva a concluir que muchas personas en la época helenística entendían sus vidas como papeles en un gran «teatro de la Fortuna» y modificaban sus expectativas en consecuencia. Es decir, que unas veces se veían a sí de un público que esperaba ser entretenido con acontecimientos interesantes, maravillosos, nuevos.

Sin duda es significativo y sintomático a la vez que un hombre que probablemente fuera el filósofo popular más influyente de la época helenística, Bión de Borístenes, escogiera las imágenes del teatro y del actor para ilustrar su versión de la doctrina que cifraba la paz espiritual en el distanciamiento. No era necesario rechazar el mundo para sentirse desapegado de él, afirmaba Bión; bastaba representar el papel que uno tuviera asignado. La imagen de

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Bión está expresivamente resumida en uno de los breves sermones del filósofo cínico Teles:

La fortuna es como un poeta dramático que asigna distintos papeles: el de náufrago, el de mendigo, el del exiliado, el del hombre afamado o no. En efecto, conviene que todo hombre bueno interprete bien cualquier papel que lafortuna le asigne. Tú has sido náufrago, interpreta bien el papel de náufrago; aunque eras rico, eres pobre: interpreta bien el papel de pobre. (Sobre los hechos concernientes a Teles, ed. de Hense, pág. 40, 16.)

Vivir la vida distanciadamente como un actor en el sentido en que lo entienden Bión y Teles requería un autodominio intelectual y una profundidad de convicción filosófica que excedían las capacidades de una persona normal. A un nivel más popular, la mentalidad teatral del período helenístico se expresaba no tanto mediante la actitud del actor como mediante la postura delespectador, con su espectativa de verse deslumbrado por una buena función. Muchos de los dirigentes políticos del período captaron este hecho y aprendieron a manipular esa mentalidad teatral en su propio beneficio con esa especie de festivales, paradas y exhibiciones que se recogen en las descripciones literarias de los acontecimientos públicos en Alejandría y Antioquía (véanse págs. 442448). Algunos políticos, sin embargo, no necesitaron festivales ni paradas para atraer a esa mentalidad teatral de la época. Hicieron de sus vidas una representación dramática. Acaso el más teatral de todos esos políticos fuera el rey Demetrio Poliorcetes de Macedonia. Plutarco comprendió claramente que ése era su caso. Las imágenes y frases teatrales se repiten con la regularidad de un leitmotiv en su magistralmente compuesta Vida de Demetrio. Era la forma adecuada de tratar la vida de Demetrio, pues el propio Demetrio había utilizado el teatro y los atavíos teatrales para influir en sus amigos y en sus enemigos. Por ejemplo, cuando su ejército entró por la fuerza en Atenas en 297 a. C., después de que la ciudad que antaño lo había adorado le hubiese cerrado sus puertas, se produjo, según relata Plutarco, la siguiente escena:

Demetrio ordenó que todo el mundo se reuniera en el teatro, rodeó la escena con soldados armados y protegió el escenario con lanceros mientras él mismo, bajando por las galerías superiores, tal y como los actores trágicos, acrecentó el miedo de los atenienses, pero el comienzo de su discurso puso fina sus temores. Pues, evitando la elevación de la voz y la acritud de las palabras, les reprendió ligeramente, y de modo amigable, y se reconcilió con ellos... (Vida de Demetrio, 34, 34).

Más tarde, en 289 a. C., cuando Demetrio se había instalado como rey de Macedonia y había entrado en conflicto con Pirro de Epiro, cuenta Plutarco que algunos de los soldados macedonios, que se habían hartado de las pomposidades del rey, estaban pensando en pasarse a Pirro. Para aquellos

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soldados, Pirro, por su heroica personalidad, era un verdadero sucesor de Alejandro Magno, «mientras que otros», observa Plutarco, «y especialmente Demetrio, no hacían sino imitar la gravedad y la dignidad de Alejandro, como siestuvieran en un escenario».

Y de hecho había mucho de teatral en Demetrio, pues no sólo se vestía con magnificencia con vestidos de púrpura bordados en oro y se cubría la cabeza con sombreros de doble mitra, sino que se había mandado hacer unos zapatos de púrpura pura incrustada en fieltro y bordados en oro. Al tiempo, se le tejió una clámide, un trabajo asombroso, en la que estaban representados el universo y los fenómenos celestes; trabajo que quedó incompleto por el cambio de los hechos... (Vida de Demetrio, 41, 45).

Cuando las deserciones de Demetrio a Pirro empezaron a alcanzar proporciones desastrosas, una delegación de sus soldados acudió a él urgiéndole a huir antes de que fuera demasiado tarde.

Y entró en la tienda no como rey, sino como un actor, vestido con una clámide parda enlugar de aquella clámide teatral que solía llevar, y se retiró pasando

desapercibido. (Vida de Demetrio, 44, 6.)

Hasta en la muerte, con la ayuda de su hijo Antígono Gonatas, Demetrio se las arregló para organizar un buen espectáculo. Después de que él se hubo emborrachado hasta morir en su refinada cautividad, Seleuco, su apresador, accedió a devolver su cadáver a Macedonia para que fuera enterrado. Plutarco termina así la historia:

Ciertamente en los funerales de Demetrio hubo cierta disposición trágica y teatral. Pues su hijo Antígono, cuando se enteró de que sus restos habían sido enviados a casa, fue a su encuentro a las islas llevando todas sus naves. Recibió una urna de oro y la colocó en la mayor de sus naves de mando. Las ciudades que abordó, unas depositaron coronas en la urna, otras enviaron hombres ataviados con ropas funerarias para que participaran y le acompañaran en el entierro. Cuando la flota llegó a Corinto, la vasija de las cenizas, adornada con púrpura real y con la diadema real, era visible en la popa, y unos jóvenes lanceros armados permanecían en pie junto a ella. Además, el más célebre flautista de su tiempo, Jenofantes, se sentó cerca y tocó el más sagrado canto; así la melodía acompañaba al sonido rítmico de los remos, tal como el ruido de los latidos cuando golpean el pecho. (Vida de Demetrio, 43.13.)

¿Por qué era la exhibición teatral tan importante y al parecer tan necesaria en la vida de Demetrio? La intuición de Plutarco probablemente encuentra la respuesta acertada:

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Sin embargo, parece que con ninguno de los reyes la Fortuna ha tomado tan grandes y repentinos giros, ni en otras ocasiones llegó a hacerse tantas veces pequeña y otras veces grande, rebajada a partir del esplendor, y de nuevo todopoderosa a partir de la insignificancia. (Vida de Demetrio, 35.2.)

En este clima intelectual, y con patrones como Demetrio, el artista helenístico se convirtió en una especie de dramaturgo, actor y director de escena todo a un tiempo. Estaba obligado a 'montar un buen espectáculo. El primer artista en darse cuenta sagazmente de ello fue el escultor Lisipo, el genio presciente de la época helenística. Junto con sus discípulos desarrolló y añadió a la tradición artística griega varios géneros nueyos, cada uno de los cuales tomaba en cuenta la mentalidad teatral: el retrato dramático, capaz de exteriorizar los dramas interiores del espíritu, como en sus famosos retratos deAlejandro; grandes grupos históricos que representaran la fortuna y las pruebas de los héroes en los trances difíciles, como el Monumento del Gránico; y obras concebidas para deslumbrar al espectador por su mero virtuosismo técnico, especialmente estatuas colosales (véanse Caps. 1 y 2).

Un cierto sentido teatral, manifiesto sobre todo en el gusto por los emplazamientos espectaculares y por los espacios interiores sorprendentes y misteriosos, fue también un rasgo distintivo de la arquitectura helenística (véase Cap. 11), pero fue en el estilo escultórico conocido como «barroco helenístico» (véanse Caps. 4 y 5) donde la mentalidad teatral de la época dejó el que probablemente sea su legado más conocido. Los rasgos típicos de este estilo formas corporales exageradamente voluminosas y tensas y expresiones faciales patéticas que parecen ecos de las máscaras del drama trágico fueron utilizados para transmitir la sensación de crisis dramática en monumentos tan distintos como retratos [122 y 123], escultura arquitectónica con temas tradicionales, como la Gigantomaquia del Altar de Zeus en Pérgamo [99109] y monumentos conmemorativos propagandísticos, como los monumentos de las victorias atálidas [8594].

De una manera más literal, también puede decirse que la mentalidad teatralexplica la popularidad y omnipresencia de los motivos teatrales en las artes decorativas del período helenístico, especialmente en los mosaicos domésticos,donde las máscaras, los actores y las escenas de teatro eran a menudo los temas principales (véase Cap. 10). Los actores, conviene señalarlo, eran en su mayoría profesionales en la época helenística. En Atenas, el Peloponeso y Asia Menor se organizaron en gremios influyentes, que fueron tan poderosos como para arrancar concesiones a sus gobiernos (tales como la exención del servicio militar o de los impuestos). Hay pruebas de que esos gremios ejercieron cierto patronazgo en las artes plásticas", y su influencia probablemente contribuyó a que las imágenes del teatro se hicieran tan populares como su espíritu.

El individualismo

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A medida que la vida en la época helenística fue perdiendo aquella intensa identificación con pequeñas comunidades ancestrales y dejando de estar controlada por ellas, hombres y mujeres empezaron a buscar en otra parte un sentido de pertenencia y unas normas por las que guiar sus existencias. Esta búsqueda tomó dos direcciones distintas: una hacia adentro, hacia los íntimos repliegues de la mente y la personalidad humanas, y otra hacia afuera, hacia loque dio en llamarse la ecumene, la totalidad de las regiones del mundo habitadas por seres humanos. De esas dos direcciones, la introspectiva fue probablemente la más intensa y la más fundamental. En el mundo helenístico ningún modelo de sociedad, ni siquiera de una sociedad utópica, se consideraba más importante que lo que el individuo hiciera, pensara y experimentara.

La atmósfera del individualismo helenístico tuvo su más viva encarnación enlos filósofos cínicos, quienes, siguiendo el modelo de su fundador, Diógenes de Sinope (ha. 400-325 a. C.), «se retiraron» de la sociedad y adoptaron la vida devagabundos mendicantes. Su objetivo era alcanzar la autarlceia, la autarquía o autosuficiencia, mediante una vida de austeridad y autodisciplina, y para ello no sólo rechazaban, sino que abiertamente ridiculizaban los valores que la mayor parte de la sociedad apreciaba.

Aunque la renuncia y la austeridad de verdaderos cínicos como Diógenes y su discípulo Crates de Tebas eran demasiado extremas para servir de modelo acualquier persona normal de la época helenística, su talante y espíritu individualista llegó a impregnar muchos aspectos de la vida y del pensamiento helenísticos. La defensa de los cínicos de las virtudes de la vida mendicante y el desarraigo, por ejemplo, pudo tener un efecto tranquilizante en el espíritu dequienes, sin verse como filósofos, veían sus vidas en continua mudanza. Los ejemplares más visibles y familiares de ese tipo de vida en el mundo helenístico eran los soldados mercenarios, que iban de jefe en jefe y de país enpaís en busca de fortuna y de aventuras. Esos mercenarios llegaron a ser tan corrientes en la época helenística que hasta en un sitio relativamente conservador como Atenas podían ser caricaturizados. Un poeta cómico como Menandro podía sacar un personaje de repertorio de aquellos soldados profesionales, turbulentos y subversivos, que pasaban por la ciudad9. Los mercenarios vagabundos eran en cierto sentido los análogos políticos y militares de los filósofos cínicos, y cultivaban su propia modalidad de autarlceia. Hasta los reyes a quienes aquellos soldados servían se vieron en alguna ocasión forzados a recurrir a algo parecido a la autosuficiencia de los cínicos. Varios de los Diadocos, Demetrio Poliorcetes, Antígono Gonatas y Seleuco, por ejemplo, fueron alguna vez aventureros errantes que siguieron sus propias normas de conducta y que terminaron por crear sus propias patriasy sus propias sociedades.

Aunque los cínicos fueron los portavoces más lenguaraces, extravagantes y escandalosos del individualismo helenístico, su compromiso con él no fue más intenso que el de otro destacado grupo de filósofos de la época, los epicúreos. El epicureísmo, en cuanto que elaboró teorías de cosmología y epistemología,

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fue una filosofia formalmente más completa que el cinismo, pero al igual que éste fue ante todo una filosofia de la conducta concebida para hacer frente a los problemas y dificultades de la vida cotidiana.

La meta de la vida, sostenía Epicuro (341-270 a. C.), es la felicidad personal,y la felicidad personal es el resultado del cultivo de hedone, «placer». A pesar de la importancia fundamental que Epicuro asignaba al placer, sin embargo, el tipo de vida que él prescribía era más ascético que hedonístico. El verdadero placer consistía, explicaba él, en 1a ausencia de dolor, o al menos su reducciónal mínimo. Por tanto, para experimentar la felicidad personal había que vivir la propia vida de tal forma que uno experimentara sólo aquellos placeres que no trajeran algún dolor como consecuencia. El dolor viene de los deseos insatisfechos. Por tanto, habría que evitar aquellos placeres que no se sacian fácilmente por ejemplo, los derivados del poder político o de las grandes riquezas y cultivar aquellos que son fáciles de satisfacer, naturales y necesarios, como la comida sencilla, la amistad, un hogar tranquilo. De esta manera podría lograrse la ataraxia, la «imperturbabilidad», la versión epicúrea de la autarlceia de los cínicos, y el máximo aislamiento posible de las incertidumbres de la vida.

Los epicúreos sostenían que el universo era una agrupación provisional y casual de átomos, y que no existía ningún dios cósmico, ni alma, ni vida después de la muerte. Esto acaso satisficiera a los filósofos, empeñados con ánimo impertérrito en la búsqueda de la ataraxia, pero daba poco consuelo al hombre común, a quien costaba trabajo desprenderse de la esperanza de que su yo individual pudiera suponer algo más que un insignificante accidente mecánico. Quienes sentían así tenían otra posible visión del mundo en que refugiarse a la hora de hacer frente a las vicisitudes de Tykhe, la visión contenida en las religiones mistéricas de la época helenística.

Las religiones mistéricas no eran en Grecia una novedad de la época helenística, pero su gran expansión y diversificación durante este período tieneuna estrecha conexión tanto con su individualismo como con su cosmopolitismo. El rango esencial de las religiones mistéricas, y el fundamento de su atractivo, era que, como consecuencia de una ceremonia secreta de iniciación administrada por los sacerdotes de una deidad particular, el iniciado individual quedaba bajo la protección de esa deidad tanto en este mundo comoen la otra vida. En otras palabras, esos cultos ofrecían a sus devotos la salvación personal.

Aunque la mayoría de los cultos mistéricos primitivos en Grecia habían estado relacionados con alguna ciudad particular y estaban normalmente reservados a sus ciudadanos (como los cultos atenienses en Eleusis 1 O), los cultos místicos del período helenístico originarios de Egipto y Oriente Serapis, Isis, Atargatis ( Dea Syria), Cibeles ( Magna Mater) y otros eran internacionales.Al emigrar sus devotos de un lugar a otro, se propagaron a Italia, Grecia y otrasregiones helenizadas del Mediterráneo, y hombres y mujeres de procedencias distintas se iniciaron a ellos. Lo mismo ocurrió con uno al menos de los cultos griegos indígenas, los misterios de Dioniso.

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Para valorar el atractivo que los cultos mistéricos tenían para sus recurrir i fiintes literarias sobre el culto de Isis que datan de época romana. No puede probarse que esos textos representen ideas vigentes en el período helenístico, pero es sumamente verosímil, dado el conservadurismo y la continuidad de los cultos en la época grecorromana, que así sea. Existen dos principales fuentes que documentan la atmósfera del culto de los dioses egipcios: un grupo de inscripciones que recogen himnos que se recitaban en honor de Isis, y la descripción de la iniciación de Lucio que aparece en el Libro XI de las Metamorfosis (que es el nombre correcto de la obra conocida popularmente como «El asno de oro») de Apuleyo (escritas ha. 15080 a. C.). Los himnos en cuestión tienen la forma de aretalogías, recitaciones en primera persona, de lospoderes y cualidades de la diosa. En la forma en que nos han llegado datan de los siglos primero o segundo d. C., pero el texto original del que parecen ser variantes fue probablemente helenístico. En los siguientes versos, extraídos de una versión del himno hallada en Cumas en Asia Menor, queda claro lo muy expresa y precisamente que las virtudes de Isis se engranaban en el temperamento y las inquietudes de la época helenística.

Yo soy Isis, la gobernadora de todo el país... Yo establecí las leyes para los hombres y legislé lo que nadie puede cambiar.Yo separé la tierra del cielo. Yo mostré el sendero de las estrellas. Yo dispuse el curso del sol y la luna. Yo revelé los misterios a los hombres.Yo asigné las lenguas a los griegos y a los bárbaros.Yo amedrenté a los que cometen injusticia.Yo decreté la misericordia para los suplicantes.Conmigo la justicia cobra fuerza.Yo tengo la autoridad sobre el rayo.Yo justifico el curso del sol.Todo lo que pienso será llevado a cabo.Conmigo todo es razonable.Yo libero a aquellos que tienen ataduras.Yo conquisto el destino.El destino me escucha

Isis, en suma, protegía a los hombres de la gran némesis del mundo helenístico, Tykhe. Ella ordenaba el cosmos y lo dotaba de razón. Ella protegía a los hombres de la fortuna, tanto en la forma de desastre fortuito e imprevisible como en la forma de destino irrevocable.

Muchos de los fenómenos de los que las religiones mistéricas helenísticas ofrecían salvación eran puntos fundamentales de la filosofia griega (los epicúreos predicaban la fortuidad de la naturaleza, los estoicos la predestinación), y sería por tanto sorprendente hallar que el espíritu místico deesos cultos impregnara la filosofia helenística. Y sin embargo, inesperadamente, ese espíritu está allí. Su más célebre expresión es el Himno a Zeus del filósofo griego Cleantes (331-233 a. C.), en que el logos del

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cosmosestoico es alabado con un fervor que anticipa el de San Francisco. En efecto, la concepción estoica de una providencia omnisciente, que seguramente Zenón, el fundador del estoicismo, había pretendido que se entendiera en un sentido impersonal, en el himno de Cleantes se transmuta en la visión de un solícito Dios personal.

La preocupación por el estado de ánimo interior del individuo, que era un aspecto fundamental de la filosofia y de la religión helenísticas, penetró también gran parte de la literatura profana y no filosófica de la época. En esa literatura, sin embargo, lo típico normalmente no son tanto las prescripciones para la paz interior como las descripciones de las perturbaciones del ánimo. Los poetas helenísticos, al igual que los pintores y escultores helenísticos comoveremos en los capítulos siguientes, sentían fascinación por las acciones y expresiones que acompañan a los cambiantes estados psicológicos de la persona excitada por algún estímulo fuerte (por ejemplo, la descripción de la joven Medea enamorada en el tercer libro de la Argondutica de Apolonio de Rodas).

Esos intentos de demostrar los funcionamientos internos de la psique reflejan una fuerte convicción en el mundo helenístico de que lo que experimentaba el individuo era más interesante que lo que experimentara la sociedad en su conjunto. Por tanto no es de extrañar que la biografla, el géneroliterario que más se ocupa de la naturaleza del individuo, se reconociera por primera vez como tal género en la época helenística. Las biografias más antiguas tratan de las vidas de filósofos concretos y parece que fueron inspiradas por el interés de los peripatéticos en reunir, y organizar datos esenciales sobre aspectos importantes del pensamiento y la actividad humanos. Un discípulo de Aristóteles, Aristóxeno de Tarento, eminente teórico de la música, parece fue quien inauguró esa tradición con una serie de vidas defilósofos anteriores. Más tarde Antígono de Caristo, el versátil artista, crítico y escritor que sería también uno de los escultores que trabajaran en el monumento atálida de Pérgamo, compuso esbozos de las vidas de filósofos de su tiempo. Una vez que la idea de escribir biografias quedó implantada, otros escritores ensancharon su campo y empezaron a escribir sobre figuras importantes de la política, la vida militar o la literatura. Aunque de la obra de esos primeros biógrafos apenas se han conservado pequeños fragmentos, podemos hacernos una idea del carácter adoptado por el género gracias a las Vidas de Plutarco, que conoció y utilizó esas obras.

No sólo la biografia, sino el que probablemente sea el más individualista de los géneros literarios, la autobiografla, las memorias personales íntimas, parece que hicieron su primera aparición durante el período helenístico. Hay, naturalmente, muchos elementos autobiográficos en las obras de autores griegos arcaicos y clásicos", pero si buscamos memorias autobiográficas que contengan multitud de detalles, incluso triviales, que únicamente el autor podía conocer y que permitía al lector convertirse en íntimo partícipe de la experiencia del autor al ofrecerle éste un testimonio «de primera mano» de esaexperiencia, entonces es en el período helenístico donde tenemos, que buscar

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13. Por desgracia todas las memorias autobiográficas de la época helenística se conocen únicamente por fragmentos o por alusiones a ellas hechas por autores posteriores, y es imposible determinar cuál sería el carácter in toto de ninguna de ellas. De todas formas, en los pocos fragmentos que quedan es posible detectar una viva intimidad de detalles antes desconocida en la literatura griega. Existe, por ejemplo, un extracto de una rememoración de Eratóstenes de un encuentro casual con la reina Arsinoe III en la corte de Alejandría que nos brinda esa especie de retrato confidencial de una figura pública que uno podría esperar en la sección de sociedad o la columna de cotilleos de un periódic6 o revista. El fragmento parece referirse a un momentotardío del reinado de Ptolomeo IV Filopátor, en que la corrupción del rey había provocado una melancólica repulsión en Arsinoe. La escena sucede en el palacio real de Alejandría. Eratóstenes y Arsinoe están conversando cuando pasa junto a ellos un hombre cargado con un haz de leña para una fiesta rústica que Ptolomeo ha dispuesto que se celebre dentro del recinto palaciego. Arsinoe detiene al hombre y lepregunta qué tipo de fiesta es la que va a celebrarse. Él le explica que se trata de la llamada Lagynophoria («de los jarros»), y que en ella cada participante come lo que se le ofrezca, sentado en un lecho de juncos mientras bebe de su propia jarra de vino. La aristocrática reina, acostumbrada a ser servida y a la elegancia de las cenas oficiales, se queda estupefacta. «Cuando el hombre se hubo marchado», relata Eratóstenes, «ella nos miró y dijo, "¡Vaya ordinariez de fiesta! Una reunión que se sienta ante ese festín infecto de manera tan impresentable no puede ser más que de gentuza"». El lector recibe una íntima revelación tanto de la vida como del carácter de la reina ptolemaica. Es un nuevo tipo de revelación, que sólo podía producirse en una época que atribuyera un alto valor a la experiencia individual.

Otra obra perdida en que la experiencia personal de una figura importante de la política helenística se relataba para que otros la compartieran fueron las Hypomnematisinoi o «Memorias» de Arato de Sición. En este documento insólito parece que Arato relataba sus recuerdos personales sobre el curso de su carrera política desde sus días de joven revolucionario hasta sus días de venerable estadista de la Liga Aquea. Además parece ser que lo hizo con un estilo directo y llano que, a diferencia de la mayor parte de la prosa de entonces, eludía todo adorno retórico '> En la Vida de Arato por Plutarco hay dos relatos de sendas expediciones capitaneadas por Arato en sus años mozos que tienen la viveza del testimonio ocular, una inmediatez que sólo podía proceder de las propias memorias de Arato.

Aún hubo otras memorias autobiográficas en los siglos III y II a. C., cuya existencia conocemos por referencias casuales". Probablemente la más pintoresca y divertida de esas obras, de haberse conservado, debieron de ser los Hypomnemata en veinticuatro libros de Ptolomeo VIII Euergetes, cuyo apodo, significativamente, era «panza de olla». Las referencias a esa obra que hace Ateneo sugieren que una gran parte de ella trataba de comida. Contenía recuerdos de los menús ofrecidos por otros reyes en sus cenas (Ateno 229D),

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de pescados y alcachofas en Libia (71B), de los faisanes y otras aves que se criaban en los terrenos del palacio de Alejandría (645D), y del tamaño de un cerdo que había sido sacrificado, y probablemente comido, en Asos. La obra también contenía, al parecer, cotilleos sobre otros monarcas helenísticos (518F, 438D). Debió de ser el más personal, y el más individualista, por tanto, de los libros helenísticos.

Como se verá en los capítulos siguientes, este individualismo predominante de la época helenística también impregnó las artes visuales. Al igual que la filosofia y la literatura de la época, el arte helenístico extrajo la mayor parte de sus peculiaridades del interés de los escultores, pintores e incluso arquitectos helenísticos por sondear la experiencia espiritual y la naturaleza interior del individuo.

Acaso el giro más espectacular en esa dirección sea la verdadera revoluciónque se dio en el arte del retrato (véase Cap. 3). Los escultores retratistas del período helenístico produjeron no sólo algunas de las obras más brillantes de laépoca, sino, bajo una perspectiva general, uno de los géneros más impresionantes de todo el arte griego 17. Lo que da tanta fuerza a las obras delos mejores retratistas helenísticos es la expresividad con que supieron representar no sólo la función pública del individuo (como habían hecho los retratistas en períodos anteriores), sino también su carácter interior, su temperamento, su complejidad mental. Esa insistencia en los caracteres individuales puede interpretarse como manifestación de la misma sensibilidad que favoreció la popularidad de la biografia y las memorias como géneros de laprosa helenística y que llevó a cínicos y epicúreos a hacer del estado de ánimo de la persona. el foco principal del pensamiento filosófico. (Probablemente sea sintomático el hecho de que una de las primeras obras en el nuevo estilo fuera un retrato de Epicuro [60]).

No sólo las personalidades, sino también las emociones y estados de ánimo comunes, aunque individualmente experimentados, fascinaron a los artistas helenísticos, como a los poetas helenísticos. El idealismo y la reserva emotiva del arte griego clásico habían empezado ya a ceder en el siglo Iv a. C., ante un creciente interés por la expresión de las emociones personales amor, humor, incluso anhelo religioso, y esta tendencia se intensificó y expandió en el período helenístico. No sólo las emociones personales de carácter dramático como el dolor o el miedo, sino también los estados diversos de conciencia como el sueño o la ebriedad se hicieron especialmente populares entre los artistas que crearon el «barroco helenístico» (Caps. 4 y 5). Hasta en el medio, relativamente conservador de la arquitectura griega se dejó sentir la apelación ,a las emociones personales mediante recursos como los emplazamientos espectaculares o los espacios interiores misteriosos (Cap. 11).

A la larga esa concentración en la experiencia personal más que en los ideales culturales como tema principal del arte llevaría a un cambio fundamental en la naturaleza de la tradición artística griega. Los temas exaltados y los motivos tradicionales de la cultura de la polis fueron progresivamente abandonados en favor de obras que ofrecieran una «cruda

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visión» de las condiciones sociales del momento o hicieran concesiones a un sentido privado, doméstico, de la diversión (véase Cap. 6).

El espíritu cosmopolita

Como ya hemos observado, el ensanchamiento de los horizontes y la movilidad de la población de la época, helenística pusieron a los griegos en contacto más estrecho con una mayor variedad de pueblos y condiciones sociales que la que habían conocido en el período clásico. Una vez que habían vivido en estrecho contacto con otros hombres no griegos y habían compartido con ellos el marco social, se les hizo a los griegos más difícil el descalificar a todo el que no lo fuera tachándolo de «bárbaro». En el pensamiento griego habían existido siempre indicios de un cosmopolitismo que chocaba con la tradicional patriotería griega, y en el período helenístico ese cosmopolitismo por primera vez empezó a tener un papel predominante en el pensamiento griego sobre la naturaleza de la sociedad.

El talante cosmopolita, o 10 que a veces se denomina el «universalismo» de la época helenística, tiene una relación integral con el individualismo de que acabamos de tratar. Una vez que los pensadores helenísticos empezaron a buscar dentro de sí mismos cualidades que fueran esenciales y naturales, y no convencionales, era natural que luego buscaran esas mismas cualidades en sus congéneres. El individualismo presupone universalismo; podemos considerar lo uno como «corolario» por usar la expresión de Tarn, de lo otro.

Al investigar el origen de ese talante cosmopolita, y de hecho del propio término «cosmopolita» en sí, llegamos una vez más a la filosofia cínica. En cierta ocasión en que preguntaron a Diógenes de dónde procedía (o con más precisión, seguramente, de dónde era ciudadano), él contestó «yo soy un kosmopolites», un «ciudadano del mundo» 19. Acaso fuera el primer griego que usó la palabra. La intención original de la observación de Diógenes fue probablemente negativa: seguramente quería dar a entender que rechazaba los convencionalismos de todas las sociedades y no pertenecía a ninguna de ellas, y no que tuviera sentido alguno de hermandad o vinculación universal. Pero, con el tiempo, las implicaciones positivas de la palabra, la idea de que pudiera existir una naturaleza común y unos intereses comunes que unieran a todos los hombres, que uno pudiera ser, en algún sentido, ciudadano del mundo, empezó a ser considerada seriamente. Por ejemplo, un fragmento que se cree derivado de una tragedia escrita por Crates, filósofo cínico, sugiere unaactitud positiva hacia el universalismo, aunque hemos de reconocer que no tenemos ni idea del contexto en que los versos de Crates aparecían:

Mi patria no tiene ni una sola torre ni un solo tejado, pero es una ciudadela y una morada de todo el universo preparada por nosotros para vivir en ella, (Diógenes Laercio, 6.98.)

En sectores del mundo griego menos rebeldes y más pragmáticos que el de

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los cínicos, existía una tendencia hacia una forma más positiva de universalismo en que las naciones y razas del mundo se vieran como una especie de comunidad en que cada miembro tuviera reconocidas unas virtudesy a cada uno se le respetara su lugar. El ejemplo más célebre y más influyente de esa mentalidad, sin duda en la práctica y algo más dudosamente en la teoría, fue Alejandro Magno;: La mayoría de los estudiosos se resisten a aceptar la idea, expuesta con ingenio y elocuencia por el gran historiador sir William Tarn en los años treinta, de que Alejandro estuviera inspirado por una creencia visionaria en la unidad de la humanidad y de que en la organización de su imperio estuviera tratando de hacer realidad esa visión20. Esa idea estuvo también vigente en la Antigüedad, como deja claro el texto de Plutarco De Alexandri Magni Fortuna aut Virtute (329C):

Pero Alejandro, creyendo que él venía por voluntad divina para ser gobernador general y mediador de todo, obligando con las armas a los que no podía convencer por la razón, consiguió reunir hombres de todas partes, mezclando sus vidas, costumbres, casamientos y condiciones sociales en la copa de la amistad. Les mandó a todos pensar en el mundo habitado como en su patria, en el ejército como en su Acrópolis y guardia, en los hombres buenoscomo sus parientes y en los hombres malvados como extranjeros.

Y de todas formas, aun cuando no fuera el visionario que algunos han querido hacer de él, Alejandro tuvo una mentalidad claramente más cosmopolita y más flexible que la mayoría de los griegos de su tiempo. Incorporó a persas, así como a hombres de otras nacionalidades, a la administración de su imperio porque, al parecer, juzgaba a los hombres por susaptitudes y su carácter, y no por sus condiciones étnicas o culturales. Otros griegos y macedonios de fines del siglo Iv simpatizaron sin duda con la mentalidad de Alejandro. Queda expresado a menudo, por ejemplo, por personajes de las comedias de Menandro:

El hombre que se inclina ante lo bueno aunque sea etíope, madre, es noble (fragmento 533K).

La disposición de Alejandro a juzgar a los hombres por su carácter y no por su origen étnico fue heredada, y respaldada, por el más influyente geógrafo de la época helenística, Eratóstenes de Cirene (ha. 275-198 a. C.). Después de estudiar filosofia en Atenas por algún tiempo, Eratóstenes aceptó una invitación a la corte de Ptolomeo III Euergetes y finalmente llegó a dirigir la biblioteca de Alejandría. Era un hombre de cultura extraordinariamente amplia y escribió tratados sobre historia, crítica literaria, filosofia, matemáticas y astronomía. Sin embargo, fueron sus tratados de geografia los que tuvieron una mayor repercusión en el mundo antiguo. Los griegos habían estado produciendo tratados de geografia y etnografia desde el siglo VI a. C. Después de que las campañas de Alejandro abrieran las puertas del Cercano y Medio

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Oriente se hizo mucho más fácil para los curiosos investigadores griegos adquirir conocimientos de primera mano sobre los países de esas zonas. A medida que fueron avanzando las investigaciones de ese tipo, se fue acumulando un número considerable de tratados sobre países y pueblos concretos. Eratóstenes fue el primero que intentó una síntesis de toda esa información. En sus tres libros titulados Geographilca aportó a la descripción del mundo tal como se conocía entonces una nueva precisión matemática y también, al parecer, una nueva generalización sistemática. Implícito en sus escritos geográficos parece ser que estaba, según ha explicado H. C. Baldry, «... el concepto de una humanidad civilizada multirracial y plurilingüe propuesto por un griego cuya imagen del mundo comprendía centros de civilización no griegos comparables con los suyos propios, a todos los cuales habían de aplicarse las mismas normas».

El mundo de Eratóstenes se estaba volviendo demasiado grande, demasiadosujeto a la influencia de fuerzas culturales diversas y poderosas romanas, cartaginesas, persas, además de griegas para que un hombre educado se quedara en el provincianismo condescendiente. A medida que uno iba conociendo más profundamente el carácter de otros países no griegos se hacíacada vez más dificil no sacar la conclusión de que las demás culturas tenían sus virtudes y sus valores, y que la cultura propia, por muy a gusto que uno se sintiera en ella, no era intrínsecamente superior en todo. La aparición de los romanos en el mundo griego contribuyó sin duda a fomentar esa idea. Los romanos tenían una rica tradición cultural propia de la que estaban orgullosos. Su capacidad para la organización política y militar era en algunos aspectos superior a la de los griegos. Estaban deseosos, a veces ansiosos, de absorber la riqueza intelectual y artística de la cultura griega, pero no se consideraban, en un sentido general, inferiores, y no estaban dispuestos a helenizarse hasta el punto de perder su propia identidad. Los griegos no podían dejar de sentir unserio interés por la cultura romana, especialmente en los siglos II y I a. C. en que esa cultura empezó a afectar a sus vidas de manera directa. El elogio llenode curiosidad y admiración, pero no totalmente acrítico, que Polibio hace de losromanos en su gran historia de los años centrales del período helenístico es un monumento a la nueva visión relativista de la cultura propiciada por las condiciones políticas de la época.

Polibio (ha. 200-118 a. C.) hizo por la historiografia lo que Eratóstenes había hecho por la geografia. En su opinión, una historia, si había de ser «útil y placentera» (1.4.11) para quienes la estudiaran, tendría que tratar de ofrecer un cuadro lo más amplio y completo posible de los acontecimientos del períodode que se ocupara (1.4.111). Esto significaba que todos los pueblos y todos lospaíses que estuvieran implicados en los acontecimientos de un determinado período tenían que recibir la debida consideración, y las relaciones entre unos y otros había de dejarse clara. La razón de ellos, explicaba Polibio, era que desde fines del siglo III a. C. (o, como él lo expresa, desde la XIV Olimpiada, es decir, 220-216 a. C.), los que vivían en torno al Mediterráneo habían entrado en una era internacional:

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En efecto, antiguamente los acontecimientos del mundo estaban de alguna manera dispersos, ya que cada una de las empresas de conquista y su realización, así como los lugares de su localización, estaban separados. Pero a partir de esta fecha la historia constituye un todo orgánico, los sucesos de Italia y Africa se entrelazan con los de Asia y Grecia y todos conducen a un único fin. (1.3.35.)

Las historias de localidades y hechos aislados, pensaba Polibio, no podía hacer justicia a la complejidad de la época; el mundo se había vuelto demasiado unitario:

… que así como la Fortuna ha inclinado a una parte la casi totalidad de los sucesos que han acaecido en el mundo y los ha obligado a que todos tendierana un solo y único fin, así también es preciso, sirviéndose de la historia, exponera los lectores bajo su único punto de vista sinóptico, el plan del que se ha servido la Fortuna para el cumplimiento de todos los hechos. (1.4.12.)

Es esta autoconsciente actitud universalista la que distingue a la historia de Polibio. En la práctica, su curiosidad por los asuntos de los no griegos pudo no haber sido mayor que la de Heródoto; y la aplicabilidad universal de los principios que informan su historia no es tanta como la de la historia de las guerras del Peloponeso por Tucídides. Pero su sobrio y razonable internacionalismo sólo pudo haber surgido en la época helenística.

Al talante cosmopolita de los historiadores helenísticos, fuera éste una adaptación espontánea y pragmática a las condiciones reales de la época (como en Polibio) o fuera expresión de unas convicciones filosóficas (como en el caso de Posidonio, el polifacético estoico, que prosiguió la narración de Polibio hasta la época del dictador Sila), era inherente la idea de que todos los hombres eran compañeros en un mismo mundo, que la humanidad era, de alguna forma, una unidad. Era inevitable, por tanto, que a medida que el cosmopolitismo fuera convirtiéndose cada vez más en un rasgo normal de la vida en la época helenística, algunos pensadores griegos dedicaran su atencióna la cuestión de si tal unidad existía o no en realidad, y, en caso de existir, cuálera su naturaleza y su alcance. El más influyente de los filósofos que se hicieron estas preguntas fue el fundador del estoicismo, Zenón de Citio (335263 a. C.). No tenemos constancia de qué era lo que Zenón pensaba del mundo que conocía. Lo más probable es que, como cualquier hombre reflexivo,hallase en él una mezcla de bien y de mal, de conocimiento y de ignorancia. Tenemos ciertas pruebas, sin embargo, de lo que él creía que debería ser el mundo, o lo sería si todos los hombres fueran sensatos o se dedicaran a intentar serlo. Su Politeia, «República» o «Estado ideal», escrita en la tradición de la República de Platón y de una obra similar, hoy perdida, de Diógenes, fue la obra utópica más conocida de la época helenística. Zenón la escribió en sus años juveniles, cuando se hallaba todavía bajo una fuerte influencia del

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cinismo, y al parecer contenía algunas propuestas teóricas sobre libertad sexual que resultaban tan escandalosas como lo habían sido las de Diógenes, yque hicieron que los estoicos posteriores renegaran de la obra. La idea principal de la Politeia, sin embargo, no depende de sus detalles polémicos y está vivamente recogida por Plutarco en un párrafo que ha preocupado a muchos estudiosos modernos:

De hecho, la muy estimada Politeia de Zenón, el fundador de la escuela estoica, puede ser resumida a este único punto principal, a saber, que no deberíamos vivir nuestras vidas divididas en ciudades o pueblos, teniendo cada uno su particular punto de vista sobre la justicia, sino que deberíamos sentir a todos los hombres como compatriotas y ciudadanos, y debiera haber una sola vida común y orden en el mundo, como el rebaño que pace junto a unpasto común. Así escribió Zenón, creando un sueño o una imagen de una sociedad filosófica bien gobernada, pero Alejandro tuvo que llevar la teoría a lapráctica. (De Alexandri Magni. Fortuna ant virtute 1.329 AB.)

Sabemos que, a imitación del de Zenón, se escribieron varios otros tratados utópicos que describen ciudades sin conflictos ni barreras, y algo conocemos de su contenido. El historiador Teodoro, por ejemplo, recoge extractos de la obra de un autor por lo demás desconocido, un tal Yambulo, que la escribió probablemente en el siglo III a. C.; la obra describe un grupo de «Islas del Sol» situadas en algún lugar del remoto sur, cuyos hermosos y saludables habitantes vivían largas y despreocupadas vidas libres de la esclavitud, de la propiedad privada y de toda institución segregadora, como el matrimonio. Todotrabajo necesario para el mantenimiento de una vida sencilla era compartido, yel tiempo que no se dedicaba al trabajo se empleaba en alabar a Dios.

La palabra griega «utopía» significa «ninguna parte», y en la época helenística, como en todas las demás, incluyendo nuestro propio siglo, ése es el lugar donde quedaron las visiones de una sociedad armoniosa, igualitaria y feliz. Aparte de cierto extraño intento llevado a cabo por un excéntrico hermano del Rey Casandro de fundar una comunidad experimental en la península de Acte cerca del monte Atos23, los únicos casos en que existe alguna posibilidad de que se hiciera un serio intento de poner en práctica principios de reforma social son las dos grandes revoluciones del período helenístico, las de Cleómenes III de Esparta en la década de 220 a. C., y la de los esclavos que siguieron a Aristónico de Pérgamo en 133-130 a. C. En ambos movimientos se cuenta que los filósofos estoicos prestaron su consejo a los dirigentes; pero qué clase de consejo, es cosa que no sabemos.

La principal aportación de la filosofia helenística a la conciencia social de la época seguramente no fue otra que la de reforzar un vago sentimiento de que existía algo así como una familia formada por toda la humanidad. Este nuevo sentimiento acaso ayudara a hombres de nacionalidades distintas a encontrarse con menos recelo y mayor reconocimiento de sus intereses comunes que en épocas anteriores, pero no revolucionó las sociedades

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existentes. Cicerón, por ejemplo, podía hablar de humanitas con entusiasmo y sin embargo, como Aristóteles hiciera ants que él, considerar a la mujer como un ser inferior y ver la esclavitud como cosa normal. El último análisis, el talante cosmopolita de la época helenística tuvo mucho más de sentimiento espontáneo que de credo razonado. Acaso su más típica y sincera expresión se dé en un poema de un sirio helenizado, Meleagro de Gádara (ha. 100 a. C.), que fue, entre otras cosas, el compilador de la primera antología poética que se hizo en el mundo:

Vivimos en Gádara, patria que me engendró,que es ática, pero está en Siria. Yo, Meleagro, surgí del Eucrates, con ayuda de las Musasfui el primero que se enfrentó a las Gracias de Menipo.Yo soy sirio, ¿cuál es la sorpresa? Extranjero, vivimos en una sola patria,el mundo. (Antología griega 7.417, Meleagro.)

Las formas en que ese universalismo o cosmopolitismo de la época helenística se expresó en las artes visuales serán estudiadas en detalle en los capítulos siguientes. Por el momento me limitaré a señalar lo que me parece suefecto más obvio: el artista helenístico creó imágenes de un espectro de tipos humanos mucho más amplio que sus predecesores clásicos, y también con frecuencia mostró mucha mayor simpatía por aquellos que representaba. Extranjeros, lisiados, desamparados, ancianos, niños y monstruos entraron ahora en el arte griego y fueron tratados no sólo como curiosidades, sino también, a veces, con comprensión y solidaridad. El mundo real empezó a socavar el mundo ideal en el arte griego del período helenístico, y en ese proceso algo se perdió y algo se ganó. Lo que se perdió fue la capacidad casi mágica de armonizar, como en las esculturas del Partenón, el sentido de lo eterno y lo inmutable con el conocimiento personal de lo efimero. Lo que se ganó fue un sentimiento de simpatía por la variedad del mundo cotidiano y por la nobleza que podía descubrirse en las cosas aparentemente vulgares. El famoso grupo de Pérgamo del gálata moribundo y su esposa 86], por ejemplo, fue, y es, impresionante no sólo por su teatralidad, sino por el dramatismo del sufrimiento de las figuras y la extraña, instintiva dignidad con que lo afrontan. La misma simpatía y comprensión anima al Pugilista de bronce de las Termas [157], cuyo maltratado rostro, con sus cicatrices, su nariz partida y sus orejas tumefactas resulta más heroico que servil. A fines del período helenístico hay, en efecto, todo un género de figuras escultóricas de hombres y mujeres ancianos, vencidos por los años, figuras que se han calificado de «rococó» peroque parecen expresar un verdadero «realismo social», posiblemente compasivoy sin duda serio (véase Cap. 6). Sin el condicionamiento mental y emocional que el espíritu cosmopolita supuso para el artista griego, especialmente el interés por las personas de baja condición que era inherente a la enseñanza defilósofos populares, como Bión y Teles, es muy improbable que ese género hubiera llegado nunca a existir.

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La mentalidad erudita

Detesto el poema cíclico y no me complace quien dirige los pasos de muchos de aquí para allá; odio también al amante errante y no bebo de la fuente; todo lo que es público me repugna. (Calímaco, Epigrama 30.)

Si el espíritu cosmopolita fue una de las aportaciones fundamentales de la época helenística, también lo fue, paradójicamente, el exclusivismo intelectual.A medida que la distinción cualitativa entre griegos y bárbaros se fue convirtiendo en un factor menos obsesivo de la tradición intelectual griega, su lugar fue quedando ocupado por una nueva distinción social, la discriminación entre los educados y los ineducados, entre los refinados y los toscos. Las ráicesde ese nuevo exclusivismo pueden quizá remontarse hasta instituciones como el Museo y Biblioteca de Alejandría y el Museo de Pérgamo, que fueron las antecesoras de los modernos institutos superiores de investigación. En los protegidos ambientes de esas instituciones, bajo el patrocinio de los reyes helenísticos, pequeños grupos de intelectuales podían consagrar sus energías al estudio especializado sin tener que preocuparse de su sustento ni de la necesidad de justificar sus actividades ante la sociedad. De las bibliotecas surgieron no ya los estudiosos, que habían existido en Grecia desde mucho tiempo atrás, sino los estudiosos profesionales, hombres que disfrutaban del saber por el saber, cuya obra interesaba principalmente a los demás de su casta, y que sentían cierto desdén por la masa de hombres cuyos conocimientos eran tan inferiores a los suyos.

Cuando Ptolomeo I, actuando por recomendación de su consejero cultural y religioso, Demetrio de Falero, fundó la Biblioteca de Alejandría, empezó a emplear sus riquezas en adquirir o hacer copiar manuscritos de Grecia y otras partes del mundo civilizado. Cuando ese alud de, manuscritos empezó a llover sobre Alejandría, los encargados de la Biblioteca se vieron en la necesidad de ordenar, valorar y catalogar sus fondos. Ellos fueron los primeros «helenistas» y su misión, como la de sus homólogos modernos, era la de preservar una herencia. Demetrio posiblemente creó el molde de lo que en adelante serían los bibliotecarios cuando escribió sus obras, hoy perdidas, Sobre Homero, Sobre la Riada y Sobre la Odisea. La crítica literaria, comprendido el comentario de texto, de la literatura griega anterior, y en especial de Homero, sería uno de los sellos distintivos de la erudición alejandrina. Por ejemplo, el sucesor de Demetrio, y posiblemente el primer hombre que ostentó el título oficial de Bibliotecario jefe, Zenódoto de Efeso (bibliotecario entre 285 y 270 a. C. aprox.), se ocupó de establecer los textos auténticos, oficiales, de los poemas homéricos. Fue él quien por primera vez cotejó los manuscritos, dividiólos poemas en veinticuatro libros, señaló los párrafos que consideraba espurios, y transpuso o alteró el texto cuando lo creyó incompleto o defectuoso. El tipo de edición crítica que Zenódoto inauguró fue continuado no sólo para Hómero, sino para los textos de muchos otros autores griegos, por

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dos grandes bibliotecarios del siglo II a. C., Aristófanes de Bizancio (bibliotecario ha. 201-186 a. C.) y Aristarco de Samos (bibliotecario ha. 175-145a. C.). A esos estudiosos es a quien debemos la forma de una gran parte de la literatura griega, poesía especialmente, que ha llegado hasta nosotros.

Pero además de conservar la tradición literaria clásica para las siguientes generaciones, los eruditos que trabajaron en la Biblioteca generaron también una nueva atmósfera intelectual caracterizada por el amor a la acumulación, organización y exhibición de conocimientos, incluyendo algunos saberes sumamente recónditos, y esa nueva actitud coloreó tanto la literatura como el arte del período helenístico.

Los más influyentes alimentadores de la nueva mentalidad intelectual fueron los poetas eruditos asociados a la Biblioteca, como Licofrón de Calcis (nacido ha. 320 a. C.) y Calímaco de Cirene (ha. 305240 a. C.). No podían olvidar, o decidieron no olvidar, que la audiencia cuyo juicio les importaba era una minoría cultivada que esperaba un despliegue de erudición. Si las personasnormales eran incapaces de entender sus poemas o se aburrían con lo que ellos escribían, poco les importaba. Es inconcebible qué la Alexandra de Licofrón, por ejemplo, pudiera ir dirigida a otra audiencia que una camarilla de iniciados. Este poema, ostensiblemente un monólogo «dramático» pronunciadopor un mensajero que en unos 1.400 versos yámbicos relata los desvaríos proféticos de Casandra el día en que Paris salió en busca de Elena, es una de las obras más oscuras de la historia de la literatura. Apenas hay un nombre o topónimo que no esté expresado en términos ambiguos y adornado de enigmáticas alusiones. Abunda el ornato retórico, y la novedad del lenguaje se convierte en un fin en sí misma: 518 palabras del poema, por ejemplo, no aparecen en ninguna otra parte de la literatura griega. Menos resueltamente oscura pero más erudita todavía, si cabe, fue la obra más famosa de Calímaco, las Aitia («Causas»), que relataban en pulidas elegías los mitos y leyendas que se creían causa de diversos ritos, hechos históricos, nombres de lugares, etc. Ajuzgar por los fragmentos que han quedado, las historias narradas en las Aitia ofrecían considerables oportunidades para la exploración de las angustias dramáticas y los anhelos románticos, y es característico de Calímaco y de la tradición elitista que él representaba el evitar estudiada mente tal exploración. Las emociones vulgares eran una de esas «cosas públicas» que, como declaraba en el epigrama citado al principio de esta sección, él detestaba.

Como era de esperar, Calímaco se llevaba a matar con el único poeta asociado a la Biblioteca cuya obra tenía cierto atractivo popular, Apolonio de Rodas. La Argonáutica de Apolonio, que prolongaba en la época helenística la tradición épica, fue descalificada por Calímaco con uno de sus más famosos y escuetos juicios críticos: mega biblon, mega Icakon, «libro grande, gran mal». Sin embargo, la obra de Apolonio era, en ciertos aspectos característicos, producto de la misma corriente intelectual que la de Calímaco, y a pesar de suspreferencias por géneros literarios distintos, y a pesar de los insultos que se arrojaban mutuamente, ambos poetas tenían mucho en común. El insólito realismo psicológico de la Argondutica, que justifica en buena parte su

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atractivo para el lector moderno, queda contrapesado, quizá muchas veces sobrepasado, por muchos otros pasajes que exhiben un gusto y erudición típicamente calimaqueos, por ejemplo, las doctas descripciones geográficas y discusiones de las aitia de particulares costumbres y fenómenos naturales. La atmósfera de la Biblioteca de Alejandría rara vez se le iba mucho tiempo de la cabeza a ninguno de los dos poetas.

El principal resultado de la aplicación de la mentalidad erudita a las artes visuales de la época helenística fue la creación de obras concebidas para ser disfrutadas simultáneamente a dos niveles distintos: a un primer nivel, inmediatamente aparente, comprensible para cualquiera que las viera, y a un segundo nivel menos evidente y más rebuscado, destinado a quienes tuvieran suficiente preparación para entenderlo. La gran Gigantomaquia del Altar de Zeus en Pérgamo, por ejemplo (véase Cap. 4), impresionaría sin duda a todos sus antiguos contempladores, igual que a los modernos, como representación espectacular y técnicamente asombrosa de un mito perfectamente conocido; pero algunos, como el sabio estoico Crates de Malea, que tuvo al parecer una considerable influencia en su proyecto, y quienes sintonizaran con su manera de pensar probablemente verían en ella no sólo una gran variedad de alusionesliterarias, sino también una alegoría de la naturaleza del cosmos tal como los estoicos lo concebían. La misma dicotomía de significado afectaba probablemente a la arquitectura, donde, en obras como el templo de Atenea enPriene, los incultos verían solamente una brillante superficie, mientras que quienes fueran debidamente cultos podrían percibir en sus detalles ornamentales y en sus proporciones una aplicación esencialmente didáctica de una serie de «reglas» (véase Cap. 1.1).

Un resultado secundario de esta actitud erudita en el arte fue el desarrollo, entre los artistas y sus clientes, de una especie de autoconciencia histórica, relacionada probablemente con la redacción de las primeras «historias del arte» a principios del período helenístico, y con ese sentido histórico una serie de recuperaciones y reinterpretaciones de estilos anteriores del arte griego; encontraremos por el ejemplo un arcaísmo y un neoclasicismo (véase Cap. 8). Los detalles de esas evoluciones serán estudiados con más detenimiento en loscapítulos siguientes.

Como ejemplo típico de la manera en que esa mentalidad erudita vino a impregnar las artes visuales en el período helenístico, podemos fijarnos en una famosa obra que combina el gusto cortesano, la política del mecenazgo regio yel didactismo: el relieve del escultor Arquelao de Priene en el British Museum.

El relieve de Arquelao fue encontrado en Italia, pero su tema es indiscutiblemente alejandrino y hace suponer que fuera hecho para algún poeta que hubiera ganado algún tipo de justa poética en Alejandría. El relieve está dividido en tres registros, de los, cuales el superior representa la cima y laderas de una montaña. En la cima se sienta Zeus con su cetro y su águila. A la derecha de Zeus, en pie, hay una majestuosa figura femenina que alza su mirada hacia él y hacia la cumbre de la montaña. Se trata de Mnemósine, la «Memoria» que es fuente última de la inspiración poética. La montaña cuya

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cumbre dominan debe de ser el Helicón o el Parnaso, pues repartida por sus laderas, debajo de ellos dos, está su prole, las nueve Musas, que encarnan las distintas ramas de la actividad poética y literaria. En el registro intermedio, de pie junto a una de las Musas en lo que parece una cueva o santuario, está el poeta mayor de los dioses, Apolo. Tiene una cítara en la mano izquierda y lleva el vestido largo de un citarista (el poeta que canta con acompañamiento de la cítara). El objeto cónico que hay delante de él es el ~halos, un símbolo de su sagrada sede en Delfos. En el borde derecho del registro intermedio aparece un poeta subido a un pedestal delante de un trípode que probablemente haya que interpretar como un premio por la victoria en alguna competición poética. A veces ha sido identificado con Calímaco o con Apolonio de Rodas, pero es pura especulación. Hubo sin duda muchos poetas de menor renombre que se disputaron la generosidad real y la fama en la corte de Alejandría.

En el registro inferior del relieve nos encontramos en la tierra. La escena tiene lugar en un santuario, ante una columnata delante de la cual se ha corrido una larga cortina. Los capiteles de las columnas son apenas visibles. Sentada en un trono delante de un altar está la figura del poeta Homero, a imitación de la de Zeus. Sostiene un rollo en una mano y un cetro en la otra. A cada lado de su trono se arrodillan unas figuras que las inscripciones de la basedel relieve identifican como La Ilíada y La Odisea, sus criaturas poéticas. Detrásde él y coronándolo con una guirnalda aparece una figura masculina alada y una figura femenina que lleva un alto tocado, a quienes las inscripciones identifican respectivamente como Cronos («el Tiempo») y Ecumene («el MundoHabitado»). Los rostros de esas dos figuras no son los rostros neutros e idealizados de unas personificaciones, sino retratos de personajes históricos. Aunque ha habido cierta polémica sobre la identidad de los retratados, la mayoría de los investigadores se adhiere, con bastante acierto, a la propuesta por Watzinger, que los identificó como Ptolomeo Filopátor y su esposahermana Arsinoe III. En tal caso, el santuario aquí representado sería el Homereion, el templo de Homero que sabemos que Filopátor fundó en Alejandría. Delante de Homero hay un altar cilíndrico detrás del cual espera un toro sacrificial. A un lado y otro del altar están el Mito, representado por un muchacho que asiste con una jarra ritual, y la Historia, bajo la forma de una mujer que esparce incienso. A la derecha está la Poesía, llevando dos antorchas, y la Tragedia y la Comedia, cada cual con su apropiado vestido teatral. Por último, en el extremo de la derecha, un niño llamado «Naturaleza humana» (Physis) levanta su manohacia cuatro figuras femeninas que encarnan virtudes morales: Excelencia (areté), Consciencia (mneme), Honradez (pistis) y Sabiduría (sophia).

Gracias a sus inscripciones didácticas la «lección» del relieve de Arquelao noes dificil de interpretar: la Inspiración procede de Zeus (y hemos de recordar que para los intelectuales helenísticos, y en particular para los estoicos, «Zeus» significaba algo así como «mente cósmica») y de la Memoria, y pasa del cielo a la tierra a través de las Musas. Su más insigne receptor fue Homero, que es a la vez una deidad protectora y un antepasado simbólico del poeta victorioso para quien se hizo el relieve. Las epopeyas de Homero durarán por

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siempre y son universales, de ahí que Cronos y Ecumene lo coronen; celebran los mitos y la historia; son fuente originaria de los géneros literarios que aparecieron después de la épica (poesía lírica, tragedia y comedia, dispuestas, de manera debidamente sabia, en el orden histórico de su invención); y han transmitido, como toda poesía digna de tal nombre, virtudes morales esenciales a la naturaleza humana. En esencia, el relieve describe el universo de un hombre de letras y es el tipo de obra que debió de atraer a la selecta minoría que habitaba en la confortable seguridad del Museo.

Muchos investigadores han tratado de datar el relieve de Arquelao por la forma de las letras de su inscripción. Durante muchos años se ha sostenido generalmente que la grafia confirmaba una fecha de hacia 125 a. C. Estudios recientes sugieren, sin embargo, que una fecha algo anterior es no sólo posible, sino incluso probable 26. Las Musas del relieve, habría que señalar también, son variantes de un popular grupo helenístico que se ha conservado en numerosas réplicas. El estilo del ropaje de las Musas, así como la composición de muchas figuras, parecen más verosímilmente fechables hacia 225-200 a. C., y esa es la fecha en que probablemente se hiciera el original (véase pág. 419). En definitiva, parece razonable concluir que el relieve de Arquelao fue hecho en Alejandría durante la época de Ptolomeo Filopátor (221-205 a. C.) o cerca de ella, y que tiene alguna relación con el entusiasmo que debió de suscitar entre los estudiosos la inauguración del Homereion.

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