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INFORME “Nuevos factores e indicadores de riqueza” *Patrick Viveret, consejero refrendario del Tribunal de Cuentas.Francia. *Consejero del ”Tribunal de Cuentas de Francia “ (París) y antiguo director de la revista “Transversales Science Culture” es uno de los iniciadores del proceso “Dialogos en humanidad” y de la Red Transformación personal y colectiva participante en el FSM. Miembro impulsor de ATTAC. Presidió el “Observatorio de la Decisión Pública”. Ha sido responsable de la misión “L évaluation des politiques et des actions publiques. (1990) por encargo del Primer Ministro Michel Rocard (1988) y del Informe “ Nuevos Factores de la riqueza” (2004) para la Secretaría de Estado de Economía Solidaria del Gobierno Jospin. Existe versión en español publicado por la Editorial Icaria con el título “ Reconsiderar la Riqueza y el Empleo-Inserción socio- laboral y ciudadanía- “ Autores Patrick Viveret y Equipo PROMOCIONS.

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INFORME

“Nuevos factores e indicadores de riqueza”

*Patrick Viveret, consejero refrendario del Tribunal

de Cuentas.Francia.

*Consejero del ”Tribunal de Cuentas de Francia “ (París) y antiguo director de la revista “Transversales Science Culture” es uno de los iniciadores del proceso “Dialogos en humanidad” y de la Red Transformación personal y colectiva participante en el FSM. Miembro impulsor de ATTAC. Presidió el “Observatorio de la Decisión Pública”. Ha sido responsable de la misión “L évaluation des politiques et des actions publiques. (1990) por encargo del Primer Ministro Michel Rocard (1988) y del Informe “ Nuevos Factores de la riqueza” (2004) para la Secretaría de Estado de Economía Solidaria del Gobierno Jospin. Existe versión en español publicado por la Editorial Icaria con el título “ Reconsiderar la Riqueza y el Empleo-Inserción socio-laboral y ciudadanía- “ Autores Patrick Viveret y Equipo PROMOCIONS.

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Reparto de la riqueza

Patrick Viveret, consejero refrendario del Tribunal de Cuentas.

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La contabilidad nacional, planificada entre las dos guerras, se llevó a cabo después de la Liberación gracias a una impresionante confluencia de energías institucionales, intelectuales y militantes.

De la construcción de la contabilidad nacional Si examinamos en qué condiciones se construyó nuestra actual contabilidad nacional después de la segunda guerra mundial, nos damos cuenta de que intelectualmente fue elaborada durante los años de entre guerras1 y se llevó a cabo después de la Liberación, gracias a una impresionante confluencia de energías institucionales, intelectuales y militantes que dieron nuevos bríos a la reconstrucción del Estado y de la economía francesa. Al replantearse en un mismo momento tanto la contabilidad nacional, el instrumento estadístico que hacía posible la representación de la riqueza, como las nuevas formas de intervención pública a través de administraciones de misión como el Comisariado general del proyecto, la forma en que la nación se representaba la riqueza se convirtió en un elemento privilegiado para que Francia entrase plenamente en la segunda revolución industrial. Necesitaremos al menos esta ambición y estos medios para abordar un problema de entrada más amplio y más complejo, puesto que no puede quedar limitado sólo a Francia y debe hacer frente a una mutación bastante más profunda que el simple paso de la primera a la segunda revolución industrial2. ¡Y ni siquiera contamos con el aguijón de la reconstrucción para ayudarnos en esta empresa! Nuestra actual representación de la riqueza y el uso contraproducente que hacemos de la moneda agrava los problemas de nuestras sociedades. ¡Las catástrofes son un factor de crecimiento del producto interior bruto!

1 Cf. sobre todo, los trabajos del movimiento “planista”, los enfoques teóricos de Keynes, François Perroux, Alfred Sauvy o Jacques Duboin. 2 Así lo había constatado ya en 1988 el primer ministro, Michel Rocard, quien inscribió la misión que me encargó sobre la evaluación de las políticas públicas en el marco de una renovación de conjunto de nuestros “útiles de inteligencia política”. Evaluar las políticas y las acciones públicas, Documentación francesa, 1990.

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El plomo de estas destrucciones se convierte en oro gracias a la singular alquimia de nuestros sistemas de contabilidad. Al mismo tiempo, las actividades de los voluntarios no permiten ninguna progresión del PIB.

En cambio, sí que disponemos de continuas pruebas de que nuestra actual representación de la riqueza y el uso contraproducente que hacemos de la moneda no hace sino agravar los problemas de nuestras sociedades, en lugar de ayudarnos a resolverlos. En la mayoría de informes que han centrado los debates públicos estos últimos meses, de las vacas locas al Erika, del amianto a los accidentes de tráfico, de las consecuencias del temporal de 1999 a la crisis del petróleo del otoño de 2000, siempre hay un elemento común del cual curiosamente nunca se habla: estas catástrofes son una bendición para nuestro Producto Interior Bruto, la cifra mágica cuya progresión se expresa gracias a una palabra que en sí misma resume la gran ambición de nuestras sociedades, desarrolladas en lo material y subdesarrolladas en lo ético: ¡EL CRECIMIENTO!. Más destrucciones = más PIB Porque los cientos de miles de millones que le cuestan a la colectividad estas destrucciones humanas y medioambientales no se contabilizan como destrucciones, sino como aportaciones de riqueza, en la medida en que generan actividades económicas que se expresan en dinero. Los 120 mil millones de costes directos de los accidentes de tráfico (que generan el triple en costes indirectos), por no citar más que un ejemplo, colaboran en que aumente nuestro producto interior bruto. Suponiendo que no sufriéramos ningún accidente material o corporal, que no hubiera muertos ni heridos en las carreteras de Francia el año próximo, nuestro PIB descendería de manera significativa, el país perdería uno o varios puestos en la clasificación de las potencias económicas y veríamos a numerosos economistas anunciarnos con gravedad el regreso de la crisis. Y la situación todavía sería peor si también desaparecieran de estos sorprendentes cálculos una parte de los 170 mil millones inducidos por los efectos de la polución atmosférica sobre la salud, las decenas de miles de millones que costará destruir las harinas animales, los cerca de cien mil millones que produjeron las destrucciones del temporal del pasado invierno y, en general, todo el plomo de las destrucciones sanitarias, sociales o medioambientales, que tiene el poder de convertirse en oro gracias a la singular alquimia de nuestros sistemas de contabilidad. Las actividades de voluntarios hacen que descienda el PIB Al mismo tiempo, todas las actividades de voluntarios que, gracias en particular a las asociaciones ley 1901, cuyo centenario celebraremos próximamente, han logrado evitar o limitar una parte de los efectos de las catástrofes, por ejemplo yendo a limpiar las playas contaminadas o

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Es una opción decisiva para la economía social y solidaria y para todo el conjunto de las asociaciones cambiar de representación de la riqueza. Este informe pretende proponer un marco que permita iniciar un amplio debate público acerca de estas cuestiones.

ayudando gratuitamente a los discapacitados, no sólo no permiten ninguna progresión de la riqueza, sino que incluso colaboran en que descienda el producto interior bruto al fomentar actividades voluntarias antes que remuneradas. Ni que decir tiene que es un disparate y que al mismo tiempo que celebramos el eminente papel de las asociaciones, las seguiremos tratando en términos de contabilidad, no como productoras de riquezas sociales, sino como “inyecciones de riquezas económicas”, según la cantidad de subvenciones que reciban. A pesar de las declaraciones de principios, nuestra sociedad es más partidaria del “lucra-volat”, la voluntad lucrativa, que del voluntariado, la voluntad buena. Y todavía es frecuente que lo que podría denominarse “male-volat” o voluntad mala, sea cual sea la forma que presente, se beneficie con el dinero de los contribuyentes, como lo demuestran los recientes ejemplos de pactos de corrupción que pretenden distraer los mercados públicos.

Llegó el momento de cambiar de representación Es hora de que nos dediquemos a este considerable proyecto que consiste en cambiar la representación de la riqueza y la función que desempeña la moneda en nuestras sociedades. Para la economía social y solidaria es esta una apuesta decisiva y para el movimiento de las asociaciones una ocasión que no se puede desperdiciar. En efecto, forman parte de una historia en que la opción de la cooperación, de la mutualización, de la asociación es ahora prioritaria. Para ellos es una trampa mortal permitir que se impongan criterios que ignoren las opciones ecológicas y humanas y sí valoren actividades destructivas desde el momento en que son financieramente rentables. Necesitan, por el contrario, volver a tomar la iniciativa y situarse en las primeras filas de la emergencia de una sociedad y de una economía plural frente a los riesgos de civilización, ecológicos y sociales que entraña “la sociedad de mercado”3.

Iniciar un amplio debate público

La finalidad de este primer informe es la de proponer un marco que permita, durante el próximo año, iniciar un amplio debate público acerca de estos temas, proponer experiencias, reunificar las múltiples iniciativas francesas y extranjeras que pretenden renovar el tema de la

3 Es decir, una sociedad en la que la economía de mercado subordina a las otras funciones mayores de la relación ‘societal’, formada por las relaciones políticas, afectivas y simbólicas, e incluso pretende absorberlas. La expresión forjada por Karl Polanyi en “la gran Transformación” ha vuelto a ser recientemente empleada por el primer ministro, Lionel Jospin.

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La cuestión de los indicadores no puede separarse de la de los criterios, que deriva del debate sobre los fines. El mayor síntoma de la deriva se aprecia cuando el conjunto del tiempo de vida se convierte en una potencial reserva para el mercantilismo. El mercado y la moneda, un medio, no un fin. Se trata de volver a encontrar la fuerza original del principio asociativo a través de la lógica cooperativa del ganador-ganador.

representación de la riqueza y contemplar la moneda como el eje del intercambio humano4 . Estas iniciativas giran en torno a la evaluación democrática como instrumento privilegiado y al desarrollo humano sostenido como finalidad. Definir la evaluación como una deliberación sobre los valores, lo que corresponde a la etimología del término, es renunciar a reducirla a un simple ejercicio de medida, ya de por sí referido a las categorías dominantes de un economismo que ha cortado cualquier tipo de relación con lo ético y lo político. La cuestión de los “indicadores”, que deriva de los medios, no puede, pues, separarse de la de los “criterios”, que deriva del debate sobre los fines. Si la economía, en la línea de los trabajos del Premio Nobel Amartya Sen, tiene que aceptar convertirse, si no en una “ciencia moral”, al menos sí en una ciencia que se sabe al servicio de finalidades morales y políticas, tendremos que plantearnos, tanto en lo que se refiere a la representación de la riqueza como a su circulación, cuál es la orientación de la voluntad colectiva, de esta “voluntad buena”, el voluntariado, cuyo término está tan gastado y es tan mal entendido. En el ‘economismo’, nada indica mejor la transformación de los medios en fines que el hecho de considerar el deseo de ganancias monetarias, la actividad lucrativa, como un objetivo en sí mismo. Y el mayor síntoma de la deriva hacia “sociedades de mercado” se aprecia cuando los útiles de cómputo de la moneda invaden el conjunto del área ‘societal’ hasta convertir la totalidad del tiempo de vida en lo que los americanos denominan el “life time value”, una reserva potencial para el mercantilismo de todas las actividades humanas.

“Sí a la economía de mercado, no a la sociedad de mercado”

Esta frase del primer Ministro, si de verdad nos la tomamos en serio, nos conduce a convertir el mercado y la moneda en un medio, no en un fin, puesto que la economía de mercado no es más que uno de los componentes de una economía plural dentro de la cual están plenamente reconocidas otras formas económicas como la economía social y solidaria5. Se trata, ya lo sabemos, de volver a encontrar, en los albores de

4 El documento de síntesis, repleto de estas iniciativas, investigaciones y experimentos, le será presentado en el otoño de 2001. 5 Cf. el informe de Alain Lipietz, quien muestra la importancia estratégica de una alianza entre los actores históricos de la economía social y los actores emergentes de la economía solidaria. Informe encargado por Martine Aubry, ministra de trabajo y de la solidaridad, sobre el tema de lo oportuno de un nuevo tipo de sociedad con vocación social.

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este siglo, la fuerza original del principio asociativo6, la que pretende a través y más allá de la economía, cambiar la lógica cooperativa de los ganadores-ganadores por la lógica guerrera de los ganadores-perdedores. ¡Qué bonito debate para el año del centenario de la ley francesa 1901, que también es el año internacional del voluntariado, por decisión de las Naciones Unidas!

6 Cf. principalmente Roger Sue, “Renouer le lien social. Liberté, égalité, association” (Reanudar la relación social. Libertad, igualdad, asociación), (Ed. Odile Jacob, Paris 2001); Jean Michel Belorgey, presidente de la Misión Interministerial para la celebración del centenario de la ley de 1901 Cien años de vida asociativa (Presse de Sciences Po, noviembre 2000); Libres Associations, de Bruno Rebelle y Fabienne Swiatly, Desclée de Brouwer, 1999.

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Miles de personas utilizan para guiarse sistemas de cómputo que contabilizan positivamente todas las destrucciones. El crecimiento del PIB no tiene en cuenta la naturaleza de las actividades que suma mientras generen flujos financieros. ¿Tenemos que estar satisfechos de nuestra elevada tasa de crecimiento? Estamos condenados a ver cómo nuestros actuales dispositivos facilitan comportamientos peligrosos para el bien común.

Primera parte: ¡termómetros que nos ponen enfermos! Una persona sensata, ¿puede pretender que la marea negra resultado del naufragio del Erika, el temporal de diciembre de 1999, los accidentes de tráfico y su cortejo lúgubre de muertos y heridos, la catástrofe anunciada de las consecuencias de la enfermedad de las vacas locas, sean buenas noticias? Parece que la respuesta negativa se impone. Sin embargo, miles de personas que ocupan funciones decisivas en nuestras sociedades en el ámbito económico, político o científico utilizan continuamente para guiarse en sus acciones sistemas de contabilidad que tienen la extraña característica de mesurar positivamente todas las catástrofes que acabamos de mencionar. El célebre crecimiento del producto interior bruto, auténtica brújula para la mayoría de nuestros responsables, tiene eso de particular, que poco le importa la naturaleza de las actividades que suman mientras generen flujos monetarios: desde el momento en que hay que pagar mecánicos que reparen los coches accidentados, cementeros que quemen las harinas animales sospechosas de originar la enfermedad de las vacas locas, médicos que cuiden a las personas víctimas de la contaminación del aire, del agua, del temporal, empleados de pompas fúnebres que entierren a los muertos, siempre habrá valores monetarios añadidos que quedarán registrados en las contabilidades de los actores económicos. Estas contabilidades engrosarán más tarde, en los grandes conglomerados públicos de la contabilidad nacional7, nuestro producto interior bruto, cuyo crecimiento o descenso generará después, al menos así se cree, más empleo o más paro.

Un termómetro muy curioso

Disponemos, por lo tanto, de un termómetro muy curioso, puesto que nunca sabemos si nos indica la temperatura adecuada. ¿Tenemos que estar satisfechos de nuestra elevada tasa de crecimiento del producto interior bruto? Sí, si se trata de generar riqueza y empleos que puedan mejorar el nivel y la calidad de vida de una colectividad. No, si este crecimiento se debe a que han aumentado los accidentes o las enfermedades causadas por la falta de seguridad en la alimentación, a que se han multiplicado las contaminaciones o a que se ha destruido nuestro entorno natural. Como no podemos establecer ni la más mínima diferencia, si seguimos limitándonos a un cómputo monetario sin evaluar la naturaleza de las riquezas

7 Ver anexos.

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La actual forma de cómputo concede una de prima a la destrucción y a la reparación en detrimento de la prevención. Las auténticas víctimas del sistema ni siquiera imaginan la extraña mezcla que compone este crecimiento. A medio y largo plazo todos salen perdiendo en este peligroso juego. El amoralismo de la economía se transmite a todas las actividades humanas.

destruidas, estamos condenados a ver cómo nuestros actuales dispositivos fomentan comportamientos peligrosos desde el punto de vista del bien común. 1/ Los efectos perversos de nuestra representación de la riqueza Las actuales formas de cómputo de la riqueza tienen, pues, como efecto, conceder una especie de prima a la destrucción y a la reparación costosa en detrimento de la prevención8 y de reparaciones menos caras si los “destrozos”9 ecológicos, sociales o sanitarios fueran menos importantes. A los que destrozan o a los que resultan beneficiados del destrozo, que van a engrosar su volumen de negocios, no les interesa demasiado que se limite la destrucción y los propios pagadores (por lo general el Estado, la Seguridad Social y las colectividades locales) están financiados con impuestos o cotizaciones que se asientan en los flujos monetarios, y los relacionados con actividades destructoras no son cualquier cosa. Las auténticas víctimas del sistema, los ciudadanos-contribuyentes, no disponen de casi ningún medio para hacerse oír y ni tan siquiera imaginan, en su mayoría, la extraña mezcla que compone este crecimiento del que tan buen concepto tienen. Una prima a la miopía También es una prima a la miopía, a la lógica del corto plazo y de la vista corta, ya que los aparentes beneficios que los que destrozan y los pagadores sacan de un sistema así no pueden ser duraderos. A medio y largo plazo todos salen perdiendo en este peligroso juego. Pero como las contabilidades, el reparto de dividendos y las elecciones segmentan un tiempo cada vez más corto, se hace difícil encontrar, ni siquiera en el Estado, guardián por construcción de las opciones del tiempo largo, actores realmente interesados en un tema tan amplio como complejo. Una prima a la incivilidad y al amoralismo También es una prima a la incivilidad y al amoralismo, puesto que el amoralismo metodológico de la economía como disciplina se transmite, desde el momento en que la economía se convierte en una auténtica norma social y cultural dentro de una economía de mercado, a todas las

8 Así se entiende que la medicina preventiva sólo represente un total de 17,2 mil millones de francos en el consumo médico total, que asciende a 766,6 mil millones de francos en 1999. Insee, Francia: retrato social. 2000 (ver documento en anexo) 9 por citar un término frecuentemente utilizado por Bertrand Schwartz (Modernizar sin excluir).

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Una lógica así da origen al mito de los que producen y de los que chupan. Le da al Estado una imagen de parásito. La destrucción puede ser creadora del progreso técnico. Tenemos que entender de qué manera la economía le va a dar un nuevo sentido a los conceptos de riqueza, de producción y de utilidad.

actividades humanas: cuando la cuestión de la rentabilidad prima sobre la del bien y, más concretamente, sobre la del bien público, es el corazón del proceso educativo el que se ve gravemente dañado. ¿Por qué transmitir a nuestros hijos conceptos como altruismo, mérito o civismo si continuamente tienen como modelo el éxito financiero basado en el individualismo, el dinero fácil y en el esquivar reglas y leyes como arte superior del management? Las consecuencias de una lógica como esta son terribles: dan origen al mito de los que “producen” y de los que “chupan”; por un lado están las empresas, supuestamente las únicas productoras de riqueza, aunque en realidad no pueden desempeñar su función si no es transformando recursos ecológicos y humanos; por otro lado, todas las actividades sociales y ecológicas, que se supone están financiadas con retenciones de riqueza económica. Condenan así a las asociaciones a mendigarle al Estado los medios que necesitan para vivir o a buscarlos en el mercado, al no disponer de recursos relacionados con las riquezas sociales que ellas mismas colaboran en crear o en preservar. Desconocen las condiciones antropológicas y ecológicas sin las cuales ninguna riqueza económica sería posible. Convierten al Estado y al conjunto de los servicios públicos en un sector continuamente sospechoso de ser parasitario. ¿Por qué los antiguos útiles están plebiscitados? Algunos responderán, citando a Schumpeter10, que la economía sin duda alguna se basa en una forma de destrucción pero que, de hecho, es “creadora” de progreso técnico. Pero, en esta perspectiva, tendríamos que disponer de un útil capaz de distinguir la destrucción “buena” de la mala, lo que, ya lo hemos visto, no es el caso del PIB. Así, pues, nos vemos orientados hacia el mismo problema, que no es otro que cambiar de termómetro. En ello se basan las propuestas de la segunda parte de este informe. Pero de nada sirve que pensemos en nuevos útiles si no comprendemos las razones por las cuales los antiguos están plebiscitados. Por lo tanto, antes tenemos que entender por qué y cómo nacieron las tablas de nuestras leyes económicas, que estructuran, en una auténtica religión de la economía, el corazón de las creencias y de los comportamientos de nuestros contemporáneos. Una breve retrospectiva histórica se impone Una breve retrospectiva histórica es necesaria para entender las condiciones en que la economía va a conservar su autonomía con respecto a lo religioso, lo ético y lo político,

10 J. Schumpeter, Capitalismo, socialismo y democracia.

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Lejos de los esquemas del liberalismo y del marxismo, la historia antropológica pone en evidencia sociedades humanas en las que la economía desempeña un papel secundario. El individuo no es más que una partícula elemental.

dándoles un nuevo sentido a los conceptos de riqueza, producción y utilidad. De hecho, la construcción de los sistemas de contabilidad que siguen estructurando la representación que hoy tenemos se inspira directamente de esta transformación. 2/ Breve retrospectiva histórica 21- Riqueza, valor, utilidad: la transformación cultural de la sociedad de mercado Si hay un rasgo común a la mayoría de civilizaciones, no es otro que la desvalorización de las nociones de trabajo, producción y, en general, de la esfera económica11. Lejos del esquema cultural común al liberalismo y al marxismo, para los que la economía es una infraestructura determinante y primera, la historia antropológica pone en evidencia sociedades humanas en que la economía desempeña un papel secundario. La división social de los papeles presenta además una división sexual: entre el deshonroso trabajo que les correspondía a los esclavos12 y la política noble reservada a los varones, Grecia inventa un espacio intermedio para las mujeres: ocupadas en las labores domésticas (oikos, nomos = la ley del hogar13), se ocupan de la intendencia mientras sus maridos debaten en el ágora. Aunque con formas distintas, todas las civilizaciones situarán la economía en un segundo plano, como aún hoy sigue sucediendo en la mayor parte de culturas de Asia y de África. Hacerles llegar, a través de la mundialización, nuestro modelo cultural supone para ellas un choque difícilmente asimilable. En esta perspectiva, la única economía válida es “la economía de la salvación”. La Edad Media cristiana desarrolló esta visión, cuya fuerza es fácil de entender: en sociedades en que la media de vida no sobrepasaba los treinta años y en las que se creía en la existencia de otra vida, el único tema serio que se contemplaba en la tierra era la preparación para el más allá, sobre todo para evitar la condena eterna. La esfera moral se deducía de la visión religiosa, y la política, su brazo secular, se legitimaba en el “derecho divino”. En esta sociedad en la que prima el orden, el individuo no existe. No es más que una partícula elemental14 de un todo cósmico y social; tampoco existe la razón autónoma, ya que, aunque rehabilitada por Tomás de Aquino, depende de la Revelación.

11 Ver anexos. Texto citado por Alain Caillé. 12 La propia palabra ‘trabajo’ proviene del latín ‘tripalium’, instrumento utilizado para inmovilizar a los caballos mientras se les ponen las herraduras y también para torturar encima de tres palos. 13 Que el latín traduce por ‘domus’. 14 La palabra ‘individuo’ en latín es la misma que ‘átomo’ en griego.

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En el siglo XVII emerge una economía que recusa cualquier distinción moral y trata a la naturaleza como un material maleable. La Ilustración inventa al individuo ejerciendo su razón crítica. La Revolución descalifica al clero y a la nobleza por improductivos.

Sin embargo, en el siglo XVII emerge lentamente un nuevo mundo en el que la nueva ley en auge, la de la economía, recusa cualquier distinción moral, cualquier relación con la religión, se emancipa de la política, trata a la naturaleza no como un cosmos misterioso, sino como un material maleable y sólo conoce tres categorías para volver a fundarse sobre las ruinas de este anhelo. ¿Cómo pudo producirse esta transformación radical de la que somos herederos?. No se puede comprender la tremenda fuerza que se opone en nuestras sociedades a que se tomen en cuenta factores ecológicos, éticos y espirituales si no miramos la transformación mental y social que condujo a nuestras sociedades a convertir la producción de bienes materiales que se vendían en un mercado en el criterio por excelencia del valor y del éxito. Hay que entender el corazón de los tiempos modernos cuando, en el momento en que detectamos los daños ecológicos y sociales, pretendemos entrar en la nueva era que comienza conservando su mejor luz y protegiéndonos de sus consecuencias más discutibles. 22 – Una triple revolución fundadora... Esta economía mercantil, dominante hasta el punto de convertirse en “sociedad de mercado” capaz de estar por encima del derecho15 y de lo político, de comercializar la vida privada, de patentar lo que está vivo, de organizar “permisos para contaminar” y, en definitiva, de subordinar a todo lo que hoy nos parece peligroso, es hija de tres revoluciones emancipadoras que mucho nos preocupan y cuya herencia aún no estamos preparados para rechazar sin antes tomar precauciones. La primera revolución, intelectual y cultural, inventa al individuo y la autonomía de la razón. La segunda, política, rechaza las sociedades basadas en el orden y funda la legitimidad del poder no ya en el derecho divino, sino en la voluntad general de los ciudadanos. La tercera, científica y tecnológica, convierten al Progreso y a la Historia en el nuevo sentido de la vida personal y colectiva. Así conocimos la Europa de la Ilustración preparada por el Renacimiento, las revoluciones inglesa, americana y francesa y la entrada en la era industrial. Y, paradójicamente, serán las revoluciones políticas del siglo XVIII y las revoluciones sociales del XIX y del XX las que abonarán el terreno para que crezca después una economía triunfante. Así, pues, ¿cuál es el argumento mayor que inventa la revolución política, la francesa concretamente, para descalificar las sociedades de orden?. No es otro que

15 Cf. el proyecto de acuerdo multilateral de inversión (AMI) preparado por la OCDE, que preveía subordinar derechos sociales o políticos al derecho comercial.

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El siglo XIX vive una transformación cultural en la definición de riqueza, utilidad y valor. Es un simple convenio que permite valorar algunas actividades y garantizarle a la economía su estatus de ciencia objetiva.

la improductividad. Al ser económicamente parasitarios, el clero y la nobleza se ven desacreditados social y políticamente. Y es el mismo argumento que las revoluciones sociales esgrimirán más tarde, aunque esta vez contra la burguesía y a favor del proletariado. También hay que observar que la caída de las monarquías de orden divino sólo fue posible porque la Ilustración inventó al individuo ejerciendo su razón crítica. Sin ciudadanía, sin República en el sentido moderno de la palabra, sin aquellos individuos de asambleas y de razón que fundaron el derecho y construyeron la “voluntad general”. En esta perspectiva se comprende muy bien la gran transformación cultural de la que dan cuenta las definiciones de riqueza, utilidad y valor que aparecieron en el siglo XIX en autores como Malthus, Jean Baptiste Say, Auguste y Leon Walras y otros, como subraya Dominique Meda en un notable estudio histórico sobre el origen contemporáneo del concepto de riqueza16. Malthus o la definición de la riqueza Malthus escribe en 1820 los Principios de economía política, en cuyo capítulo introductorio trata la definición de la riqueza. Todo su esfuerzo se centró en dar a la nueva ciencia que acababa de nacer, la economía, una definición que garantizara su autonomía con relación a otras disciplinas. Para ello tuvo que rechazar primero otras definiciones más acotadas, como las de los fisiócratas, para quienes la única riqueza proviene de la tierra, ya que Malthus prefiere integrar productos relacionados con la emergencia de la industria. Pero tampoco quiere una definición demasiado extensa y cualitativa, y no por razones ligadas a la propia riqueza en sí, sino para evitar “introducir demasiada confusión en la ciencia de la economía política”. Estamos así en presencia de un convenio cuyo doble objetivo es el de valorar algunas actividades más que otras (en este caso, las producciones materiales y comerciales) y el de garantizarle a la economía los medios necesarios para afirmar su autonomía, dándole el estatus de una ciencia objetiva basada en comparaciones cuantitativas. Por eso vamos a encontrar en Malthus un buen número de contradicciones que aún son las nuestras:

16 Muchos otros autores tendrían cabida aquí, empezando por Smith, Ricardo y Marx. Pero nosotros nos limitaremos, en el marco de este informe, sólo a algunos nombres, según la clara argumentación histórica de Dominique Meda en “Qu’est-ce que la richesse ?” (¿Qué es la riqueza?), Aubier, 1999.

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Rechazo a considerar productivo el trabajo doméstico. Falta de productividad de los servicios públicos. La utilidad de una cosa le da valor porque la hace deseable y lleva a sacrificarse para conseguirla.

- la relacionada con la suma cuantificable de producciones varias: “desde un punto de vista práctico”, afirma, “no podemos suscitar ningún debate sobre el crecimiento relativo de la riqueza en las diferentes naciones si no disponemos de algún medio, por muy imperfecto que sea, para evaluar la cuantía de dicho crecimiento”. Desde ese momento, nos sentiremos tentados por adoptar un patrón único, la moneda, y por abandonar cualquier evaluación de la naturaleza de las propias riquezas;

- el rechazo a considerar productivo el trabajo doméstico:

“aunque se haya comprobado que los servicios personales son una inyección activa para la producción de riqueza, no podremos nunca pretender que tengan una relación directa con ella”. De lo contrario, dice Malthus, “la palabra (riqueza) dejaría de tener un significado útil y claro”. Habrá que esperar a los trabajos de Annie Fouquet y Ann Chadeau17 a principios de los años ochenta sobre la valorización del trabajo doméstico para que una primera aproximación permita por fin salir de tal contradicción;

- la tesis de la falta de productividad de los servicios

públicos, que no brilla precisamente por su claridad: “si un empleado del gobierno hace exactamente el mismo trabajo que el dependiente de un comercio... hay que contemplarlo como un obrero productivo. Este es uno de los múltiples y frecuentes ejemplos de trabajadores que son siempre o casi siempre productivos y que pertenecen a clases sociales cuya mayoría puede, y con toda la razón, considerarse improductiva”.

- para acabar, la que introduce un argumento de “moneda

invertida” para zanjar cualquier debate sobre el cambio de instrumento de medición, transformado paradójicamente a sus adversarios en obsesionados por la medida, incapaces de apreciar “otras fuentes de felicidad que no sean las que proceden de objetos materiales” que no podríamos, “sin llevarnos a error, equiparar con los burdos objetos de que se compone la riqueza de las naciones”.

J.B. Say y la definición de utilidad El segundo actor decisivo, J.B. Say, introducirá, junto con la definición de utilidad, una innovación mayor cuyas consecuencias todavía desconocemos. En su Tratado de economía política propone denominar utilidad “a aquella facultad que tienen algunas cosas de satisfacer las diversas necesidades de los hombres”. Say introducirá una relación

17 Cf. anexos

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La economía se desmarca así de la moral y de todo referente externo. La ciencia política dejará de ser economía política para transformarse en economía pura.

fundamental entre tres conceptos que seguiremos encontrando hasta nuestra época contemporánea: utilidad, deseo y sacrificio, ejes centrales en el proceso de creación de un cuarto elemento tan decisivo como misterioso: el valor. “¿Por qué”, escribe, “la utilidad de una cosa hace que esa cosa tenga valor? Pues porque su utilidad la hace deseable y lleva a los hombres a tener que sacrificarse para poseerla”. Y si se le contesta que hay cosas “que tienen valor pero no utilidad, como un anillo en un dedo o una flor artificial” Say replica: “No vislumbráis la utilidad de estas cosas porque sólo llamáis útil a lo que lo es para la razón, mientras que por ese nombre hay que entender todo lo propio para satisfacer las necesidades y los deseos del hombre, tal como es. Sin embargo, su vanidad y sus pasiones hacen que a veces nazcan en él necesidades tan imperiosas como el hambre. Es el único juez de la importancia que tienen para él las cosas y de lo que las necesita. Nosotros sólo podemos juzgarla por el precio que le pone”. Como dice Jean Joseph Goux18, la economía se desmarca no sólo de la moral, sino también de cualquier otro referente externo: “la emancipación de toda filosofía moral es lo que está en juego... J. B. Say sabe muy bien que con tal noción radical de utilidad (...) se desprende de cualquier juicio moral, lo cual le satisface. Porque este hecho libera a la economía política de la responsabilidad del juicio ético y, a partir de ahí, dibuja una clara línea de demarcación entre esta disciplina todavía nueva (...) y la ciencia del hombre moral y del hombre en sociedad”. Walras: las consecuencias de la redefinición de utilidad Por último, mencionaremos a Walras, padre e hijo, quienes llevaron hasta sus consecuencias lógicas más radicales esta redefinición económica de utilidad. El primero, Auguste Walras, en De la naturaleza de la riqueza y del origen del valor, resume a la perfección la creciente separación entre ética y economía: “la moral y la economía política se diferencian en que para la primera sólo son útiles aquellos objetos que satisfacen las necesidades que genera la razón, mientras que la segunda denomina así a todos los objetos que el hombre pueda querer, ya sea para conservarlos o bien por el capricho de tenerlos”. Según explica Jean Joseph Goux, “la ciencia económica está preparada para dar un nuevo salto. Pronto, y sin contemplaciones, dejará de lado su calificativo de economía política para convertirse en economía pura... llevando su indiferencia axiológica y su movimiento de abstracción y de desmoralización 18 “L’utilité : équivoque et démoralisation” (La utilidad: equívoco o desmoralización), revista del Mauss, 1996, p. 109. (Citado por Dominique Meda, op. citada, p. 47).

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Va a nacer la nueva ley en auge, la economía, que rechaza cualquier distinción moral, cualquier relación con lo religioso y se desmarca de lo político. Sólo reconoce tres categorías: el individuo, el deseo y la razón calculadora.

hasta el extremo de rechazar como metafísico cualquier tema relacionado con las razones o las sinrazones de lo útil, y con lo que determina más profundamente el valor o el no valor que se atribuye a las cosas”. Su hijo, Leon Walras, famoso teórico de la economía marginalista, seguirá sistematizando esta evolución en sus Elementos de economía pura (1926): “digo que las cosas son útiles desde el momento en que pueden servir y eso aporte una satisfacción. Por eso no caben aquí esos matices que hacen que, en una conversación corriente, se sitúe lo útil al lado de lo bonito y entre lo necesario y lo superfluo. Necesario, útil, bonito, superfluo, todo eso, para nosotros, no es ni más ni menos útil (...) que un producto que tanto busque un médico para curar a un enfermo como un asesino para envenenar a su familia. Es algo muy importante para algunos puntos de vista, pero indiferente para el nuestro. Para nosotros, el producto es útil en ambos casos, e incluso más en el segundo que en el primero19”. 23- ... De la que nacerá nuestra modernidad... Así se presenta esta transformación que dará lugar a un nuevo mundo en el que la nueva ley en auge, la de la economía, rechaza cualquier distinción moral, cualquier relación con lo religioso, se desmarca de lo político y sólo reconoce tres categorías para volver a levantarse sobre las ruinas de lo antiguo: el individuo, el deseo y la razón calculadora al servicio de este deseo. Este nacimiento viene acompañado de una gran energía, tanto mental como mecánica, y no es casualidad que en este ámbito energético sea donde la revolución industrial –revolución del deseo técnico del que surgirán máquinas de alto rendimiento energético– logre sus mayores éxitos. Y es la misma energía que volveremos a encontrar cuando se trate, después de la segunda guerra mundial, de reconstruir la devastada Europa y de hacerla entrar completamente en la segunda revolución industrial. Pero antes de ocuparnos de este segundo gran momento histórico, la raíz de nuestras actuales representaciones de la riqueza, hagamos hincapié en dos consecuencias mayores de esta transformación. La primera se refiere, en lo básico, a la tradición liberal y la segunda, y esto es lo sorprendente, a la tradición marxista. ... en la que el liberalismo...

19 Walras es el primero en ser consciente de las trágicas consecuencias que puede tener la ruptura entre ética y economía. Por eso será uno de los teóricos de la economía social presentada como una nueva forma de hacer economía política integrando los problemas sociales (cf. sus Estudios de economía social, publicados en 1896.

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El precio del auge del deseo al margen de toda norma es el abandono de la búsqueda del “bien común”. Cuando lo político copia sus valores, referencias y criterios de eficacia y eficiencia de lo económico, el equilibrio de la sociedad se ve amenazado. ¡Entramos en un universo en el que lo que no tiene precio tampoco tiene valor! El marxismo compartirá, en este ámbito, la misma perspectiva cultural que el liberalismo.

Lo que el liberalismo económico tendrá que asumir es el precio de este auge del deseo al margen de toda norma, de este individuo “fuera de la sociedad” y de esta economía separada de lo político y de lo ético. El precio no es otro que abandonar la búsqueda del “bien común”, y que los vicios privados se conviertan, como por arte de magia de la “mano invisible del mercado”, en virtudes públicas20. La economía, en esa búsqueda de autonomía, corta cualquier relación con el universo del valor, en el sentido ético del término. Buen ejemplo de ello es la droga que, desde el punto de vista económico, tiene el mismo valor aunque sirva para curar o para envenenar. En sociedades en que el peso de lo religioso, ético y político siga siendo fuerte, dicho amoralismo radical de la economía sólo producirá efectos limitados. Pero cuando la economía es tan determinante como para, retomando la terminología de Polanyi, ya no ser sólo una economía de mercado, sino una “sociedad de mercado” en la que lo político copia de lo económico sus valores, referencias y criterios de eficacia y de eficiencia, entonces es cuando el equilibrio del conjunto ‘societal’ se ve gravemente amenazado: pasamos de un universo en el que lo que de verdad tiene valor no tiene precio a otro universo, que estamos viendo aparecer ahora, en el que lo que no tiene precio en realidad no tiene valor. ... comparte con el marxismo... Hubiéramos podido imaginar que, junto con este enfoque, también se hubiese dado una visión alternativa. Pero no es así, porque el marxismo, en lo referente a la representación de la riqueza21, compartirá la misma perspectiva cultural que el liberalismo. Las dos grandes ideologías del siglo XIX y del XX coincidirán, a pesar de la violencia de sus conflictos sociales y políticos, en que lo esencial, la infraestructura, radica en la economía, origen, gracias al trabajo productivo, de toda riqueza imaginable. ... la misma ceguera. Desde ese momento, encontraremos en las dos grandes tradiciones los mismos puntos ciegos, los mismos que arrastrarán los sistemas de contabilidad nacionales nacidos tras la segunda guerra mundial:

20 Según las célebres fórmulas de Smith para “la mano invisible del mercado” y de Mandeville en “la fábula de las abejas” sobre “la transformación de los vicios privados en virtudes públicas”. 21 E incluso de la moneda, de la que sólo se cuestiona la distribución, pero sin que haya una auténtica crítica de la extensión del campo de la monetarización. Cf. Bernard Perret, Les nouvelles frontières de l’argent (Las nuevas fronteras del dinero).

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No se da una auténtica autonomía de lo político que permita construir un pensamiento real de la democracia. No se toma en cuenta la amplitud de lo pasional.

- lo que no ve la ecología: A la naturaleza se la trata como un mero factor de producción y los bienes abundantes y gratis como el aire, el agua y la tierra no tienen en sí valor alguno;

- lo que no ve la ética: para el liberalismo, cualquier

deseo tiene un valor económico desde el momento en que es solvente. Para el marxismo, no hay moral que trascienda a la historia;

- lo que no ve la política: el Estado se limita a ser el

valedor del mercado en la versión liberal y el instrumento de dominación de clase en la marxista. Desde ese momento no se da una auténtica autonomía de lo político que permita construir un pensamiento real de la democracia: reducida a su mínima expresión en el liberalismo, se la considera formal en el marxismo;

- lo que no ve lo antropológico: se supone que el homo

economicus es un calculador racional del mercado o de la historia; en estas dos grandes representaciones no se toma del todo en serio la amplitud de lo pasional y del continente subterráneo que desvelará el psicoanálisis22.

Se supone que cuando Europa se vio ante sus propias ruinas tuvo que inventar una contabilidad que facilitara la reconstrucción, y en lo último en que pensó fue en estos puntos ciegos23 ecológicos, éticos y humanos. La tarea primordial se centró en producir bienes agroalimentarios e industriales en grandes cantidades. Para eso iban a servir los sistemas de contabilidad nacionales. 23/ La contabilidad nacional y la fascinación de la era industrial El concepto de crecimiento económico

22 Acerca de estos temas, el propio Marx es mucho más rico, complejo y, en parte, contradictorio, que la ideología a la que da lugar. Pero a los teóricos liberales tampoco se les puede reducir a la ideología liberal. Aquí sólo nos interesaremos por los aspectos ideológicos globales del marxismo y del liberalismo para entender por qué produjeron efectos convergentes en lo concerniente a la representación de la riqueza. El análisis teórico de los propios teóricos no atañe a este ejercicio. 23 Estas preocupaciones, a decir de François Fourquet en su libro dedicado al nacimiento de la contabilidad nacional en Francia, no les eran ajenas a quienes construyeron nuestros sistemas contables y estadísticos. Pero estaban convencidos de que la modernización industrial del país era la mejor garantía contra la deriva que el gobierno de Pétain, nutrido de valores rurales, había transmitido. Recuperamos la idea, común a todos los economistas de la época, de que es la infraestructura la que determina la cultura y las costumbres. Les comptes de la puissance (Los números del poder), Encres, 1981.

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Sólo cuando el Estado toma las riendas de la política industrial el concepto de crecimiento económico se identifica con la noción de progreso. La definición de crecimiento económico se refiere a los flujos. Es independiente de la calidad de los bienes producidos o consumidos. La economía del “bienestar” es, en realidad, la economía del “mucho tener”.

Como recalca Jean Gadrey, cuando el Estado toma las riendas de la política industrial y de la planificación (en Francia, tras la segunda guerra mundial), las ideas que acabamos de mencionar se transforman en sistemas de contabilidad, en instituciones, en cifras que se dan en el debate público como indicadores de progreso. Entonces es cuando el concepto de crecimiento económico que calcula la variación positiva del PNB (producto nacional bruto) resulta primordial y acaba por casi identificarse con la noción de progreso. Partamos de la definición de crecimiento económico que da este autor: “es la tasa de progresión, entre un periodo y otro, de los flujos de bienes producidos y/o consumidos en un espacio institucional determinado: empresa, rama, espacio nacional, regional, etc.”. Para su buen funcionamiento, esta operación supone que “las transformaciones de la producción tienen que ver básicamente con las unidades, que se vuelven a encontrar los mismos productos estándar durante periodos sucesivos y que existen convenios estables sobre el tipo de productos contabilizados que en realidad hay que tener en cuenta24. Por lo tanto, se refiere a los flujos y, ante todo, es independiente de la calidad de los bienes producidos o consumidos. Cabe subrayar que un útil de este tipo se sigue presentando, por lo tanto, como un convenio que se construye en función de los objetivos: con los fisiócratas, había que valorar la tierra y la agricultura, con Malthus, Smith, Say (y también con Ricardo y Marx) se trata de construir la autonomía de la ciencia económica que está naciendo y de valorar la entrada en la primera revolución industrial; después de la segunda guerra mundial, en Europa hay que darle prioridad a la reconstrucción material y hacer que cada país entre plenamente en la segunda revolución industrial. Se puede entender el carácter útil y, en parte, operatorio, de tales definiciones en el contexto del periodo “fordista”, que se caracterizó por una producción y un consumo de masa, basado principalmente en lo material, de bienes muy estandarizados, derivados de la economía a gran escala, de la mecanización de la agricultura y de la automatización industrial. Pero todo cambia con las consecuencias de las mutaciones de la información referidas tanto a los propios productos (procesos de “desmasificación”, mayor variedad, innovaciones que reducen los ciclos de vida, individualización de las soluciones y “a medida”) como al mayor papel de la inteligencia humana, que transformará

24 Nouvelle économie, nouveau mythe ? (Nueva economía, ¿nuevo mito?), p.44.

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La revolución de la información empezó por destruir millones de puestos de trabajo “estandarizables” Excepto en el sector de los servicios que tienen que ver con las relaciones, en los que la máquina no puede sustituir al humano. En este sector (educación, sanidad...) el concepto de productividad es productivo.

el reparto clásico de la era industrial25. Por otra parte, como subraya Jean Gadrey, la supuesta economía del “bienestar” era, en realidad, una economía del “mucho tener”, circunstancia que acarrea graves consecuencias en el terreno cultural. Otro termómetro que hay que manejar con precaución: la productividad El problema de multiplica con el otro indicador fetiche de nuestro modelo de crecimiento, la productividad, que calcula el tiempo humano que se tarda en fabricar un producto. Se puede pensar que, en el caso de que la producción sea material, este indicador es interesante: gracias al tractor, el campesino tardará menos tiempo en arar su campo; gracias al robot, el coche se podrá construir más rápido y costará más barato; gracias al ordenador, los cálculos más complejos se realizarán con mayor celeridad, etc. En definitiva, la máquina que siga creando más bienes con menos trabajo humano estará siempre alimentada. Pero, ¿qué pasaría si abandonamos el universo de los bienes para entrar en el de las “relaciones”? Pues que el problema del desempleo provocado por el progreso de la productividad sólo se resolvería si se crearan nuevos puestos de trabajo en sectores en los que el progreso de la productividad no eche sistemáticamente al ser humano. Por un tiempo se creyó que el conjunto del sector terciario sería la solución, al recuperar, tras el éxodo rural, a las personas afectadas por el “éxodo industrial”. Pero la revolución de la información empezó a destruir millones de empleos en servicios llamados “estandarizables”: un cajero automático puede sustituir el gesto de la persona y sectores económicos enteros, como los bancos y los seguros, también se ven amenazados por el desempleo. El único sector que no se ha visto afectado es el de los servicios que tienen que ver con las relaciones: si la esencia del servicio prestado está en la relación humana, cambiar un humano por una máquina resulta absurdo. Un profesor puede utilizar el ordenador para mejorar su pedagogía, pero no puede ser sustituido por un ordenador ya que lo que los alumnos necesitan ante todo es estar en contacto con un adulto que les ayude a crecer y a aprender el difícil y apasionante oficio de ser hombre o mujer, tarea crucial que convierte a todas las demás, en el orden de los conocimientos y de las habilidades, en meras declinaciones. Por eso los principales ejes de desarrollo de nuestras economías reposan sobre sectores como la educación y la sanidad, que requieren de una intervención humana muy 25 Cf. Manuel Castells, Jeremy Rifkin y, en Francia, René Passet: “L´Economique et le Vivant”; Jacques Robin: “Changer d’ère”; André Gorz: “Misères du présent, Richesses du possible”.

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El sistema de cálculo actual hace que las políticas preventivas tengan por efecto frenar el crecimiento. Si queremos olvidar el trueque hay que adoptar una unidad de medida única.

importante, tanto por el tiempo dedicado como por la calidad de la relación26. Y ahí es donde el concepto de productividad se vuelve claramente contraproducente. Tomemos el ejemplo de los servicios sanitarios, como sugiere Jean Gadrey. El enfoque, en términos de productividad, supondría que se calcularan los movimientos de informes, de tratamientos médicos y quirúrgicos, de pacientes tratados. Ya se ve que es absurdo. Lo que cuenta en materia sanitaria no es la cantidad de veces que se va al médico, sino saber que ya estamos curados. Sin embargo, con el sistema de cálculo actual, las políticas preventivas tienen el efecto paradójico de frenar el crecimiento. Llegó la hora de cambiar de termómetros Disponemos así de un útil pensado para fomentar un crecimiento material de naturaleza industrial o agroalimentaria pero que, globalmente, no está adaptado e incluso resulta contra productivo cuando se trata de hacer frente a los tres grandes desafíos del futuro: la entrada en la era de la información y la revolución de lo que está vivo, la importancia vital de todo lo ecológico y, por último, el papel cada vez mayor que están jugando algunos servicios, sobre todo los basados en las relaciones, como la educación, la sanidad o las actividades de proximidad en nuestro desarrollo. En definitiva, ¡llegó la hora de cambiar de termómetros! 4/ La doble cara de la moneda: comercio suave y guerra económica De la evolución de la moneda Y tanto más hay que fijarse en estos curiosos termómetros cuando las graduaciones que utilizan, las unidades monetarias, oscilan con tanta frecuencia. Ya se sabe que la función primera de la moneda es la de ser una unidad de cálculo: si queremos ir más allá del intercambio con forma de trueque, vemos que es útil adoptar, en una colectividad, una unidad de medida única y de formular todos los valores de esta unidad para intercambiar bienes con facilidad. Es la misma necesidad que dio origen a otros sistemas de medida para intercambiar tiempo (horas, minutos, segundos, etc.), pesos (kilos, gramos...) o, en lo referente a las longitudes, el que llevó a elegir un sistema métrico más universal que los sistemas basados en la morfología humana, como el pie o el palmo. Por eso, ¡se imaginan el desastre que supondría

26 Sobre este aspecto, consultar las estimulantes hipótesis de Roger Sue en su obra sobre la economía cuaternaria y las de Alain Lipietz en su informe sobre el “Tercer sector”, así como los libros de Dominique Taddei (las 35 horas y el trabajo), Guy Roustang y Guy Aznar, dedicados a las nuevas formas del empleo.

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Los billetes y las monedas sólo representan una pequeña parte de la masa monetaria en circulación. La moneda no es, pues, de ‘plata’.

una Bolsa de kilos y de metros que cambian de valor constantemente! La moneda: instrumento de intercambio y patrón Sin embargo, es lo que sucede con la moneda. Como unidad de cálculo es, efectivamente, un patrón que permite sumar elementos heterogéneos y también gracias a ella el intercambio puede disminuir. Pero una auténtica unidad de cálculo no puede tener valor en sí misma si no sufre variaciones. Eso es lo que se hace utilizando, como vector monetario, bienes que tienen valor en sí mismos, como las cabezas de ganado27 o, durante un breve periodo histórico, metales preciosos como la plata y el oro. Este corto periodo de la historia de la humanidad se reveló decisivo en la representación de la moneda ya que, todavía hoy, en Francia se sigue conservando la palabra ‘argent’ (plata) para referirse al dinero, cuando la última relación que una moneda, el dólar, tuvo con un metal precioso, el oro, fue cortada en 1971 por el presidente americano del momento, Richard Nixon. Desde entonces vivimos en la época de la moneda-información, una señal que se transmite electrónicamente ya sea por transferencia, tarjeta de crédito o cheque. Los billetes de banco, que tanto tardaron en imponerse por lo difícil que resultaba confiar en un trozo de papel, y nuestras famosas monedas “contantes y sonantes” sólo representan una pequeña parte (menos del 15%) de la masa monetaria en circulación. Vamos a decir que, de no existir la economía mafiosa, el blanqueo de dinero o las carteras de billetes, esta masa todavía sería más reducida. Ni que decir tiene que la moneda no es ‘plata’ y que, históricamente, casi nunca lo ha sido. Nada tiene ello que ver con que sigamos hablando de dinero, de que la moneda tiene valor en sí misma y de quitarle importancia, por el contrario, al valor que tienen los humanos y la naturaleza que, sin embargo, por sus cambios transformadores, son las únicas fuentes reales de valor. Recordemos la historia del rey Midas, que pidió que todo se convirtiera en oro. Como su petición fue atendida, fue condenado a morir de sed y de hambre, ya que todo alimento y bebida, según había deseado, se convertía en mineral. Nuestras sociedades, super desarrolladas en lo material, pero en vías de grave subdesarrollo ético y espiritual, harían muy bien meditando sobre esta leyenda. Porque queriendo transformarlo todo en moneda, creyendo que la moneda tiene valor y que la naturaleza y el hombre no valen nada (¡o casi nada!), están encaminándose hacia el mismo trágico fin. 27 El término ‘ganado’ o ‘cabeza de ganado’ se utiliza en varias lenguas para designar a la moneda. Así, en latín, ‘epecus’ ha dado ‘pecuniario’.

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¿Hacia dónde se dirigen nuestras sociedades queriendo transformarlo todo en moneda? El riesgo de que la moneda se devalúe es, históricamente, más real que no lo contrario. El atesoramiento se opone al intercambio. La fluctuación de la moneda da fragilidad a la noción de patrón.

La moneda conserva su valor Esta confusión sobre la moneda, fuente de valor, es tanto más grande cuanto más se la declara “reserva de valor”. ¿Qué significa esto exactamente?. Que el valor monetario actual se mantendrá siempre y cuando el intercambio, en lugar de producirse inmediatamente, quede diferido en el tiempo. Este mecanismo de reserva de valor es el que permite ahorrar, invertir, atesorar y también especular. Esta función de reserva de valor (la tercera, tras la de patrón y la de medio de intercambio) ha desempeñado un papel cada vez más decisivo con la llegada del capitalismo. El problema es que el riesgo de que la moneda se devalúe es, históricamente, más real que no lo contrario. De todos es sabido que los príncipes se especializaron en devaluar la moneda para pagar sus deudas con más facilidad. Por lo tanto, para estar seguros de que la moneda va a conservar su valor en el tiempo, habría que añadirle un mecanismo que no sólo garantizara su presente valor (una especie de prima de seguros) sino que incluso le confiriera un valor superior: es lo que se denomina la tasa de interés, que no se contenta con retribuir el servicio prestado (el préstamo) sino que lleva a que, según reza la expresión, “el dinero trabaje solo”. Debido a esta sorprendente propiedad, la de auto crearse en el tiempo, al préstamo con intereses se le consideró durante mucho tiempo el primero de los pecados mortales, el que condenaba al usurero al castigo eterno, sin esperanza de redimirse. Porque representaba atribuirle al dinero un poder en el tiempo que sólo le pertenecía a Dios. Fue necesario, tal y como demuestra magistralmente el historiador Jacques Le Goff28, que se inventara el purgatorio para que los usureros vieran menos negro su futuro en el más allá y para que la negociación aquí abajo para financiar a la iglesia se organizara con los mejores auspicios. Cohabitación de las tres funciones El cúmulo de estas tres funciones es cómodo y los que sepan jugar con ellas les pueden sacar mucho provecho, pero también da origen a muchas incomprensiones e injusticias para los que no dominan el instrumento monetario. Porque, en parte, estas tres funciones son contradictorias. Por eso, el atesoramiento (reserva de valor), que consiste en conservar la moneda, se opone en parte al intercambio, que exige, por el contrario, una rápida circulación. Y la fluctuación del valor de la moneda crea en sí misma una inestabilidad incompatible con su función de unidad de medida (patrón). Esta incoherencia da lugar a una opacidad

28 Cf. La Bourse et la Vie, Ed. du Seuil

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La apropiación democrática de la moneda es así una exigencia de la misma naturaleza y de la misma importancia que el debate público de nuestras representaciones de la riqueza. El paso al Euro supone una auténtica mutación cultural.

que transforma la moneda en útil de dominación y que beneficia a los que controlan estos tres niveles, al tiempo que perjudica a la mayoría de ciudadanos, que no comprenden tales mecanismos. Sirva el ejemplo de una persona que critique la moneda como objeto de especulación y a la que se le va a reprochar que quiera volver al trueque. El argumento parece a priori imparable: como nadie puede menoscabar seriamente la función de unidad de cómputo y la utilidad de un medio de intercambio, la crítica de lo que, de hecho, constituye la tercera función de la moneda (reserva de valor y sus consecuencias) se mezclará con la negación de las dos primeras. Se cierra así un debate que debería ser el centro de la deliberación democrática. En efecto, la moneda está relacionada no sólo con la economía, a través del mercado, sino también con la política (la autoridad política es quien la garantiza, la emite o autoriza que sean otros quienes la emitan) e incluso con lo simbólico, testimonio de lo cual son las grandes figuras presentes en los billetes y en divisas29 como “libertad-igualdad-fraternidad”, que indican los valores fundadores de la comunidad de referencia en la que circula la moneda. La apropiación (o la reapropiación) democrática de la moneda resulta así una exigencia de la misma naturaleza y de la misma importancia que el debate público de nuestras representaciones de la riqueza. En una democracia, sólo hay legitimidad para una moneda cuando se basa en la ciudadanía. El derecho de emisión de una moneda, es decir los derechos de emisión sobre la riqueza colectiva, pertenece a la colectividad democrática y a sus representantes. Del mismo modo que valorar algunas riquezas más que otras es resultado de una elección y no de una especie de estado natural que bastaría con constatar, las condiciones en las que algunos actores ven reconocido el derecho de crear moneda30, inmenso poder donde los haya, no puede mantenerse largo tiempo en la opacidad. La exigencia democrática y el paso al Euro Esta exigencia democrática es más necesaria aún cuando vamos a vivir, con el paso al “euro cotidiano”, una auténtica mutación cultural que, para tener éxito, tendrá que integrar esta dimensión simbólica y política de la moneda europea apoyándola en un espacio social y democrático. Porque

29 obsérvese la polisemia de la palabra. 30 Este derecho ha sido transferido, sin que haya habido un auténtico debate democrático, a los bancos, a través de la emisión de créditos. Pero esta creación monetaria, a parte de dar respuesta a demandas solventes y dejar de lado demandas colectivas esenciales que no siempre pueden rentabilizarse, también tiene un coste importante: el interés. Cf. sobre este aspecto La monnaie dévoilée, de Gabriel Galand y Alain Grandjean, L’Harmattan, 1996.

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Lo mejor de la moneda es que fomenta el intercambio pacífico. Lo peor: es una moneda vector del deseo todopoderoso. La universalización de la moneda facilita el intercambio en el espacio y en el tiempo. También puede destruir el intercambio de proximidad. De este déficit de proximidad nacieron los nuevos movimientos de intercambio locales. Se trata de volver a encontrar las funciones pacificadoras del intercambio que las monedas oficiales acabaron por ocultar. “el vínculo está por encima del bien”.

este sorprendente símbolo que acumula tres funciones parcialmente contradictorias es, antes que nada, una lengua, y como toda lengua puede ser la mejor y la peor de las cosas. Lo mejor: fomenta el intercambio y promueve el proceso de pacificación que se relaciona con él. La palabra ‘pagar’ lleva su impronta, pues proviene del latín ‘pacare’, pacificar. En esta perspectiva Montesquieu desarrolló su teoría del “comercio suave” como alternativa a la guerra. Pero, al mismo tiempo, la moneda es también vector de la violencia de las relaciones sociales, como lo pusieron de manifiesto Michel Aglietta y André Orlean en su libro La violencia de la moneda31. Lejos de apoyar un mercado regulado y pacificado, la moneda se convierte en un vector del deseo todopoderoso y estructura relaciones sociales en las que la falta de moneda genera miseria física (y a veces psíquica), mientras que el exceso de moneda da lugar (a menudo) a la miseria moral. Esta ambivalencia de la moneda, vector de paz o de violencia, también se manifiesta en la abstracción que ella misma conlleva. Por un lado, esa abstracción autoriza su universalización y facilita el intercambio en la lejanía, ya sea en el espacio (es el caso de las grandes monedas convertibles), o en el tiempo (el ahorro y la inversión). Pero esta moneda que permite el intercambio lejos también acaba por destruir el intercambio de proximidad. ¿Para qué sirve poder comprar un producto fabricado a 10.000 km. de casa si no podemos intercambiar nada con el vecino, que vive en la pobreza?, ¿para qué ahorrar y tener dinero dentro de veinte años si no se puede garantizar la vida de los nuestros el próximo mes?. Con este déficit de proximidad es con el que se han enfrentado todos los nuevos movimientos de intercambio nacidos estos últimos años, que han dado muestras de una gran creatividad social. Ya sea mediante redes de intercambio recíproco de conocimientos, de SEL (Sistemas de intercambio locales), de LETS (local exchange trade system, en países anglófonos), de redes latinoamericanas de “trueque multirecíproco”, de los bancos del tiempo italianos o del sistema “time dollar” americano32, siempre se trata, con modalidades diferentes, de volver a encontrar las funciones pacificadoras del intercambio que las monedas oficiales acabaron por ocultar. Al proclamar, como reza una fórmula muy utilizada en estas diferentes redes de intercambio, que “el vínculo está por encima del bien”, también se trata de reinsertar al ser humano en el centro de este intercambio en el que acabaría por desaparecer por su mera funcionalidad económica de productor o de consumidor. 31 Michel Aglietta y André Orlean, La violencia de la moneda, PUF. 32 Cf. anexos.

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Situar la economía y la moneda en la conjunción de la naturaleza y del hombre. La democracia es el espacio por excelencia en el que tiene que organizarse la deliberación sobre los valores, la evaluación, que una colectividad tiene que promover para fomentar un desarrollo que sea sostenible y humano a la vez. Es un yacimiento de inteligencia baldío. El tiempo puede constituir otro medio de intercambio a parte de la moneda.

Evaluación democrática y desarrollo humano Lo que queda por hacer es considerable. Sólo podemos sacar lo mejor de la transformación de la información en curso y de la revolución de lo vivo que se está esbozando33 si situamos la economía y la moneda en una perspectiva más amplia, en el punto de unión de los dos olvidados por la modernidad, la naturaleza y el propio hombre, a través de la perspectiva de una ecología humana. Un proyecto como este requiere un aumento de calidad democrática. Porque es la democracia la que permite combinar las preferencias individuales de otra forma que no sea a través de la moneda, gracias a la deliberación pública y al voto. Ella es quien conserva lo mejor del individuo poniéndolo en relación con otros para deliberar por el bien común a través de la construcción de la ciudadanía; es ella la que autoriza a pensar una educación del deseo del niño para ayudar a crecer al humano en nombre de valores cívicos que respeten su libertad, que se está formando. De este modo, la democracia es el espacio por excelencia en el que tiene que organizarse la deliberación sobre los valores, la evaluación, que una colectividad tiene que promover para fomentar un desarrollo que sea sostenible y humano a la vez. Pero esta democracia sigue siendo, para muchos, un yacimiento de inteligencia colectiva baldío, utilizado muy por debajo de sus posibilidades, sobre todo en el ámbito que aquí nos ocupa de la deliberación sobre el valor de la riqueza. Así, pues, como subraya Pierre Rosanvallon34, también se trata de una “democracia inacabada”, una democracia que hay que remodelar y que puede poner en práctica este enfoque de la evaluación democrática, alimentándolo con la perspectiva de la ecología humana y de los útiles de la ciudadanía activa. Para este informe también tendremos que tomar en cuenta otras opciones y otros medios de intercambio a parte de la moneda. Por eso el tiempo, junto con el voto, es otra forma de actualizar algunas virtualidades de vida antes que otras. En cuanto a la moneda se refiere, la apuesta de su apropiación democrática no es otra que utilizarla plenamente en la lógica pacificadora y reducir su parte de violencia. El proyecto que vamos a construir se estructura desde ese

33 Podemos imaginar los estragos que puede causar el productivismo aplicado a la fabricación de lo vivo humano. En este sentido, la separación entre la economía y la ética resultará cada vez más inaceptable. 34 Cf. Pierre Rosanvallon, La démocratie inachevée, Gallimard, 2000.

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momento alrededor de la situación de este nuevo paradigma que hay que promover y que no es otro que la evaluación democrática de las actividades humanas, la contabilidad monetaria de la cual no es más que un subconjunto. Y esta misma evaluación, como medio que es, se apoya en una finalidad: el desarrollo humano sostenible (o duradero). Quiénes podrían ser los actores, cómo definir sus alianzas, su estrategias... Estos son los temas que ahora tenemos que abordar. Sobre la moneda Vamos a encontrar la misma falta de reflexión sobre los procesos de dominación que pueden pervertir profundamente las funciones de la moneda. Adam Smith establece lo que será la teoría clásica de la moneda hasta Keynes25, describiendo el nacimiento de la moneda y las etapas de su evolución como una serie de mejoras de la “propensión natural de los seres humanos a intercambiar y a trocar”. La parte de verdad de esta hipótesis está bastante clara. El interés por adoptar un patrón para evitar la incomodidad del puro trueque y luego elegir soportes divisibles y duraderos como los metales en lugar de mercancías perecederas o poco divisibles (como el ganado) da buena cuenta del papel demultiplicador de la moneda en los intercambios. Si prolongamos el análisis de Smith hasta la época contemporánea observamos que se sigue dando este fenómeno de abstracción y posterior desmaterialización progresiva de la moneda. Ello conducirá al abandono del patrón de oro después de la primera guerra mundial y más tarde a la desconexión entre oro y dólar acontecida en 1971. Actualmente, estamos en presencia de una moneda desmaterializada casi del todo, transmitida con soportes electrónicos que permiten su circulación instantánea las 24 horas del día en todos los rincones del planeta. la moneda, entre intercambio y dominación Pero eso sólo repercute sobre la pequeña cantidad de humanos para quienes la moneda cumple efectivamente su función primera, la de facilitar el intercambio. Muchos otros, que no disponen de ninguna o de poca moneda (¡tres mil millones de seres humanos, por ejemplo, no tienen acceso al sistema bancario!) la consideran un freno para el mismo. ¿De dónde procede ese giro paradójico que hace que seres humanos que tienen a la vez la capacidad y el deseo de intercambiar y de crear actividad no puedan hacerlo por falta de medios económicos?. Esa paradoja, que le dio mucho que pensar a Jacques Duboin26, fue teorizada por Marx. Procede de ese proceso de “fetichización” que consisten en transferirle el valor del intercambio entre humanos a la propia moneda. Fetichización tanto mayor desde el momento en que el soporte de metales preciosos permitía pensar, según afirmaba el mercantilismo que tanto denunció Smith, que la moneda era en sí misma una riqueza. Aquí es donde interviene lo que en el documento de etapa hemos denominado la doble cara de la moneda, la que es vector no tanto de intercambio, sino de dominación. Desde ese momento, estamos hablando de una moneda cuya rareza, creada artificialmente por los actores que están en posición de dominio, obliga a los dominados a utilizar sólo una pequeña parte de su potencial de intercambio y de actividad. Y esta cuestión es tanto más decisiva cuanto más la insuficiencia por un lado, y el exceso por otro, amenazan la economía mundial. 25 Ver en anexo algunos elementos históricos más completos sobre la historia y las teorías de la moneda. 26 Cf. anexo.

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En el primer caso, hablamos de pobreza, de miseria, de unas consecuencias destructivas que las instituciones internacionales cada diez años prometen erradicar aunque sin éxito, puesto que sólo se interesan por los síntomas del mal y no por las causas que los originan 27. En el segundo caso, la “burbuja financiera” está tan desproporcionadamente hinchada que hace circular una cantidad de moneda sin relación alguna con los bienes y servicios que en realidad se intercambian (relación de 1 a 10 en los Estados Unidos) y sin relación tampoco con lo que razonablemente podría esperarse de la riqueza futura. Así es como se crea, para una ínfima minoría mundial (para los jubilados americanos en concreto, a través de los fondos de pensiones), lo que Pierre Noël Giraud acertadamente denomina “el comercio de promesas28”, una impresionante cantidad de letras sobre el futuro. Cuando se hacen efectivas aumentan dramáticamente las desigualdades y colaboran en que emerjan crisis sociales mayores en países en los que la desconfianza respecto a la moneda nacional fomenta una “dolarización” de la economía (Rusia, Asia, Argentina...). Y también es posible que un día ya no puedan ser pagadas, ni siquiera en los Estados Unidos, a pesar de la generosidad de ese “prestamista en última instancia” que es la banca federal americana29. Ahí es donde surge el espectro de la crisis financiera global y sistémica que George Soros30 anuncia y a la que temen en secreto buen número de analistas financieros31. Se me podría decir que si el problema fuera tan sencillo, que lo que pasa es que los ricos tienen demasiada moneda y que es insuficiente para los pobres, bastaría con transferir el exceso de unos hacia los otros. Esta respuesta, a pesar de lo fácil que resulta, tiene una parte de verdad, porque la función del Estado produce un fenómeno de esta naturaleza. La prosperidad de “los treinta gloriosos” le debe mucho a los mecanismos de regulación, de reparto y de distribución de la riqueza, que permitieron que se erradicara la pobreza y que un creciente número de personas tuvieran acceso a un estado de bienestar. El potencial de intercambio y de actividad (producción y consumo, por ejemplo) de la mayor parte de la población resultó así demultiplicado. Al mismo tiempo, las categorías más favorecidas se sentían más inducidas a invertir que a especular. Durante un tiempo, la inflación moderada y la regulación de los intercambios no les permitió adquirir con especulación fortunas colosales, tan frecuentes en los últimos años y tan poco relacionadas con el esfuerzo, el mérito o el riesgo32.

27 Cf. las cifras del PNUD en la tercera parte del informe. Claramente indican que si no se logra erradicar la pobreza no es por falta de medios económicos. 28 Pierre Noël Giraud, Le commerce des promesses, Ed. du Seuil, Paris, 2001 29 En colaboración con la mayoría de grandes bancos occidentales, el 28 de octubre de 1998 organizó a toda prisa el salvamento del fondo especulativo LTCM (Long Term Capital Management), en contradicción con el liberalismo económico oficial. 30 De George Soros leer básicamente La crisis del capitalismo global, Ed. Debate, 1999. 31 Durante la crisis de octubre de 1988, en una reunión entre la FED y las principales instituciones financieras privadas, a una pregunta sobre la forma de evitar el aluvión de cierres que se avecinaba, parece ser que un responsable de la FED respondió: ¡recemos !. (Explicado por Pierre Noël Giraud, op. citada, p. 194) 32 Este lúcido juicio pertenece a Keynes : « Convertir en aprovechado al hombre de negocios es asestarle un duro golpe al capitalismo, porque supone destruir el equilibrio psicológico que le permite perpetuarse al sistema de retribuciones desiguales. La doctrina económica de los beneficios normales, doctrina apenas comprendida por algunos, es indispensable para justificar el capitalismo ». Essais sur la monnaie et l’économie, Payot, 1971.

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La dificultad estriba, pues, no tanto en la aparente simplicidad del proceso de transferencia sino en la actual falta de una regulación mundial que pudiera efectuar a escala planetaria lo que se realizó a escala nacional. La economía social y solidaria preconiza, aunque con otras fuerzas, la necesidad de dicha regulación y el propio secretario de Estado para la Economía Solidaria se ha pronunciado a favor de mecanismos como la “tasa Tobin”, con el fin de encauzar a las instituciones internacionales por esta vía. En efecto, es necesario que se lleve a cabo una regulación mundial no sólo en terrenos en los que parece evidente (riesgos ecológicos, desajustes climáticos, problemas sanitarios mundiales, etc.), sino también para prevenir las crisis económicas y sociales que provocan los desequilibrios financieros. moneda y confianza Pero, como podemos observar, que existiera una regulación mundial sólo trataría una parte del problema. La cuestión primordial para la moneda, la que le da su peso antropológico, es su relación con la confianza. El propio término de moneda ‘fiducidaria’ (una moneda basada en la fe) proviene de ahí. A lo largo de la historia, esa confianza ha podido adoptar tres formas complementarias o sustitutivas: - la confianza en la propia moneda suponía que el soporte que se eligiera (por ejemplo, un animal o un metal precioso) tuviera en sí mismo un valor. Esta forma de confianza fue rápidamente abandonada en el transcurso de la historia, pero vuelve a reaparecer en caso de crisis grave, cuando se cuestionan las otras dos formas de confianza; - la confianza entre los que intercambian, la más segura y también la más exigente, ya que supone que los protagonistas del intercambio se conocen y confían en su honestidad mutua. Esta es la confianza que encontramos en “monedas de proximidad”, un buen ejemplo de sistema de intercambio locales; - la tercera forma de confianza es la que se le concede a la autoridad que garantiza el valor de la moneda. Confianza paradójica ya que, como bien dice Daniel Cohen33, que sea el Estado el que acuñe una moneda es una manera de imponer una moneda devaluada. Respecto a estas tres formas de confianza, la moneda europea va a abrir una fase inédita que no corresponde a ninguna de ellas. Es una moneda cuyos soportes no tienen valor en sí mismos, que sigue cubriendo (todavía) un espacio demasiado amplio como para expresar la confianza que puede dar una comunidad de destino como una nación, y es una moneda “sin Estado”, puesto que el banco central europeo no puede optar a ese título. Visto así, ¿cómo se puede explicar que haya podido ser pensada y se haya podido generalizar sin mayor dificultad? La primera explicación, pesimista, consiste en decir que no es más que una fase transitoria y que el euro no aguantará cuando haya auténticas dificultades. La segunda, optimista, considera que el euro creará, a través de su propia dinámica, el Estado europeo capaz de garantizarlo. Cada una de estas dos hipótesis tiene una parte de razón. Y aún podemos avanzar una tercera, que tiene que ver con un cambio de la relación social con la moneda. La extensa historia de la moneda contribuyó a que se trivializara sobre ella. Nadie se pregunta ya si en realidad es menos seguro recibir el sueldo por transferencia que hacerlo en especies.

33 ¿Una moneda sin Estado?, Le Monde.

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Nadie, excepto si se alerta sobre billetes falsos, se preocupa por saber si esos “trozos de papel” tienen de verdad valor. Estas cuestiones se pueden plantear, es cierto, y acabamos de verlo recientemente en Argentina, pero sólo en situación de crisis. En periodos normales todo transcurre como si la confianza fuera una parte integrante de la moneda. moneda e información Sin embargo, la problemática relación entre moneda y confianza no ha desaparecido. Acabamos de mencionarlo en el caso de Argentina, porque una situación de crisis depende de la cuestión de la confianza externa entre los que comercian o del Estado. Cuando la moneda se convierte con demasiada evidencia en un útil de dominación para una minoría, la mayoría la sufre más que desearla y cualquier situación de crisis social y política se incrementa entonces con una crisis económica. También tenemos que analizar un dato más sutil y más reciente: con la transformación de la información, la moneda se ha convertido tanto en un útil de información34 como de intercambio. Útil de información lo es desde el momento en que sus soportes se van desmaterializando y la moneda no es más que una serie de “bits” que se transmiten electrónicamente de una punta a la otra del planeta. El paso de la “moneda dinero” a la “moneda información” constituye una transformación profunda cuyas consecuencias aún no hemos acabado de evaluar. Y esta transformación del soporte plantea aún más radicalmente el tema de la fiabilidad de la propia información que transporta la moneda, de manera que la cuestión de la confianza se transfiere de la moneda a la naturaleza de la información. Estamos así más próximos del modelo de los medios de comunicación que del sistema bancario. De todos es conocida la extraordinaria capacidad de los medios para difundir y demultiplicar la información. Pero también es verdad que cada vez tienen más dificultad para gestionar la desconfianza respecto a la información que transmiten, puesto que los casos de informaciones falsas, manipuladas o en franca divergencia con la realidad son más que evidentes. A un problema de la misma índole tendrán que enfrentarse los actores que almacenan y hacen circular la “moneda información”. Analicemos el caso de los indicadores económicos, es decir los elaborados con medidas o ratios que se expresan en moneda. Los más conocidos son los precios, los beneficios y las pérdidas, o ratios como la rentabilidad o la productividad. No sólo son válidos como medio de intercambio: para actores externos al mismo (por ejemplo el Estado, cuando el intercambio tiene lugar entre actores privados), también se han convertido en un útil de información decisivo que puede esclarecer la toma de decisiones. Volvamos al ejemplo del transporte, esta vez contemplado bajo la perspectiva de la estipulación de los precios. Éstos no sólo dan cuenta del valor del intercambio comercial entre los que transportan por carretera y las empresas que desean comercializar su mercancía. Proporcionan también otra información, aparentemente objetiva: los precios del

34 Esta noción de información no puede reducirse a la primera función clásica de la moneda, la de unidad de medida. Así como no basta con decir que se habla de quilos para informar sobre un peso, tampoco basta con decir que la moneda desempeña el papel de patrón o de unidad de medida para calificar la naturaleza de la información que ella misma vehicula (sobre estos distintos puntos, cf. el documento de etapa que analiza las contradicciones entre las funciones de unidad de medida, medio de intercambio y reserva de valor).

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transporte por carretera son “en sí mismos” inferiores a los de otras formas de transporte, como el combinado tren/ carretera. Y, partiendo de esta información, otros actores construirán su propio sistema de representación y de decisión. Se olvida que dicha información pueda resultar errónea, porque por ejemplo no incluya las “externalidades negativas” de esta clase de transporte (contaminación, accidentes, etc.), hasta que una crisis, una catástrofe o accidentes no refleje que la información que han proporcionado los indicadores económicos no coincide del todo con la que hubieran dado otros indicadores, como los medioambientales, los sanitarios o los sociales. Cada vez que se da una separación importante entre los dos sistemas de información, se activa un proceso de alerta. Y la primera etapa de dicho proceso consiste en proceder a una encuesta, tanto cualitativa como cuantitativa, sobre el sector o el problema en cuestión, preguntándoles y haciendo que dialoguen todos los protagonistas afectados. En el ejemplo del transporte, los indicadores económicos son favorables (precios bajos, alta rentabilidad, buena productividad, etc.), los medioambientales, sanitarios y sociales, no. Dicha contradicción, por lo demás fácilmente observable, tendría que haber desencadenado ya hace tiempo un proceso de este tipo que condujera o bien a modificar los indicadores económicos, para que integraran informaciones como los costes ecológicos y sociales, o bien, cuando los indicadores económicos son incapaces de dar cuenta de estas informaciones, esenciales sin embargo, para fiarse más bien de los indicadores ecológicos o sociales. Un enfoque de este estilo podría utilizarse para prevenir numerosos conflictos sociales, porque problemas en principio no económicos (condiciones de trabajo y demanda de consideración, en concreto) acaban por traducirse en reivindicaciones económicas (sueldos, plazas, por ejemplo) debido a que nuestras sociedades de mercado no saben ya cómo tratar eficazmente las otras fuentes de información de que disponen. Por un enfoque antropológico de la moneda Las relaciones entre moneda y confianza acaban por conducirnos hacia una cuestión todavía más radical: la de sus fundamentos antropológicos. Tanto Marcel Mauss en su célebre Essai sur le don, como Karl Polanyi35 en La Grande Transformation, han demostrado que el intercambio económico no era más que una de las posibles formas, aunque dominante en nuestras sociedades, de la relación entre los seres humanos36. En esta línea, me gustaría mencionar un tema del que se habla poco: la relación de la moneda con el deseo y con la confianza. Efectivamente, la moneda se presenta como un soporte, e incluso a veces como un sucedáneo, de dos energías emocionales mayores del ser humano: el deseo (y su doble, la angustia) por una parte, y el amor (y su doble, el odio) por otra. La hipótesis que propongo es que la moneda se sitúe en un espectro intermedio de relaciones que se caractericen por un deseo insuficiente y una confianza relativa. Empecemos por el tema del amor y de la confianza. La moneda sólo interviene en la historia humana para gestionar relaciones entre humanos. Las relaciones con la naturaleza y con otros seres vivos como los animales no necesitan este tipo de

35 Marcel Mauss, Essai sur le don, Paris, PUF ; Karl Polanyi, La Grande Transformation, Gallimard, Paris. 36 Ver también sobre estos temas el estimulante nº 8 de la revista del M.A.U.S.S., dirigida por Alain Caillé, L’obligation de donner, 2º semestre, 1996.

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mediación37. Estas relaciones entre humanos se pueden organizar de tres maneras: la rivalidad (cuya forma extrema es el crimen o la guerra), la cooperación (cuya forma radical es el amor) y la neutralidad afectiva, en la que los humanos se quieren tanto como se odian. Vamos a expresar esta relación mediante un primer eje que va de la confianza total (amor, amistad), a la total desconfianza (odio, gran rivalidad). Podemos apreciar que en los dos extremos del eje la moneda no es necesaria. Para querer o para odiar no es necesario el dinero. En este eje de confianza/ desconfianza la moneda ocupa, por lo tanto, la parte central del segmento y se organiza al mismo tiempo como moneda de confianza (“fiducidaria”) y también como moneda de desconfianza relativa: la moneda incluye una “prima de riesgo” por la falta de confianza en los demás38.

ambién en el eje deseo/ rechazo la moneda se sitúa en la parte central. Un gran deseo

Tno necesita dinero para ser llevado a cabo. Me podrán objetar que si el proyecto es grandioso y necesita de importantes medios, entonces sí sería imprescindible. Eso sólo sucederá si los otros que aportan medios no comparten dicho deseo con la misma

37 Si compro manzanas en un mercado no es porque, por naturaleza, sólo pueda obtenerlas a cambio de dinero. Es porque el circuito de los intermediarios humanos que sustituye el acto simple de ir a coger yo mismo la manzana al árbol regula sus propias relaciones a través de moneda. 38 La falta de confianza en el futuro no es más que una variante de la falta de confianza en los demás o en uno mismo. Si quiero ahorrar dinero para la vejez es porque me da miedo no encontrar ayuda cuando ya no pueda yo solo garantizar mi propia autonomía. Pero si vivo sin miedo, ya sea porque tengo la certeza de que los míos u otros humanos me ayudarán, o bien por sabiduría, porque sé que la felicidad consiste en vivir « al día », en el presente, sin preocuparse por el futuro, entonces ya no necesito acumular dinero: la confianza que deposito en los demás, en la vida, en mí mismo, es el mejor ahorro que pueda hacer, y está protegido contra robos o pérdidas.

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fuerza. De ser así, unos aportarán materiales, otros útiles, otros su tiempo y su inteligencia gratuitamente, etc. También en este caso la moneda ocupa el lugar medio del espectro. No es necesaria siempre y cuando el deseo, es decir la atracción que ejerce el proyecto, el objeto o el ser, sea lo suficientemente fuerte. En el otro extremo del eje, el dinero tampoco puede vencer una total repulsión. Si es vencida, ése es el indicio de que el rechazo es menos fuerte de lo que se pensaba: ¿a partir de qué cantidad de dinero alguien está listo para “vender su alma al diablo”, como dice la expresión?. El eje queda, pues, así:

En el cruce de ambos ejes encontraremos la figura siguiente:

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La moneda ocupa el espacio intermedio delimitado por el círculo central. Los dos casos más simples se sitúan en una relación homogénea (positivo y negativo) entre confianza y deseo. Cuando los protagonistas del intercambio comparten deseo y confianza (en la zona relativa en la que la moneda o su equivalente es necesaria), estamos en presencia de monedas de proximidad (o de solidaridad39). En cambio, cuando el objeto de la realización que moviliza la moneda suscita rechazo (o repulsión) en los actores (en uno, en otro, o en los dos) y reina la desconfianza entre ellos, la moneda será un vector de dominación e incluso de violencia. Por ejemplo, la recogida de basuras les puede repugnar a ambos protagonistas, pero uno dispone de los medios para realizarlo a través de otro, ya sea porque lo obliga o bien porque compra sus servicios. En esta zona es donde lo que los economistas denominan “costes de transacción” serán más elevados. Se necesitará mucho dinero para llevar a cabo un proyecto que no les interese a los actores que deban realizarlo y que no confían en quienes se lo encargaron. Los dos casos que no son simétricos son aquellos en los que no existe un deseo fuerte, sino más bien desconfianza entre los que intercambian o si no una confianza relativa, sin auténtico deseo. El dinero es entonces un cursor que compensará la principal zona de déficit.

39 Esta es la forma de intercambio que encontramos en un mercado clásico en el que se da, junto con el intercambio oficial entre bienes y dinero, un auténtico placer por la relación comerciantes/ clientes o clientes entre sí. La situación es diametralmente opuesta en un supermercado, donde los únicos humanos presentes son los que controlan o los que cobran. Las relaciones están, pues, muy « cosificadas ».