Modelización compleja de la subjetividad

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11 Rev. psicol. Arequipa ISSN 2221-786X 2012, 2(1), 11-31 Recibido: 27-02-12 / Aceptado: 01-04-12 HACIA UNA MODELIZACIÓN COMPLEJA DE LA SUBJETIVIDAD DESDE UN ENFOQUE HISTÓRICO-CULTURAL Alfredo Pérsico Gutiérrez Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas RESUMEN El presente arculo ene por objevo modelizar la teoría compleja de la subjevidad para contribuir a la comprensión de los procesos sociales e individuales implicados en la producción de conocimiento histórico y el desarrollo de la psicología como ciencia de la subjevidad. Para ello, se sitúa la subjevidad en el centro de la producción de conocimiento histórico, conceptualizando los modos subjevos de configuración de las representaciones que constuyen, se producen y transitan entre pa- radigmas y enfoques. Posteriormente, se sustenta la pernencia de un enfoque histórico-cultural que reconozca el papel de la subjevidad en las ciencias sociales, así como se explicitan las implicancias ontológicas y epistemológicas de esta concepción. Finalmente, se presenta una mode- lización de la teoría del sistema complejo de la subjevidad. Palabras clave: Enfoque histórico-cultural, sistema complejo, subje- vidad social. ABSTRACT TOWARD A COMPLEX MODELING OF SUBJECTIVITY FROM AN HISTORI- CAL-CULTURAL APPROACH The present arcle has as objecve to model the complex theory about subjecvity in order to contribute to the comprehension of social and individual processes implied in the producon of historical knowledge and development of psychology as subjecvity science. To that end, subjecvity is located in center of historical knowledge pro- ducon, conceptualizing subjecve forms of configuraon about re- presentaons that constute, produce and transit between paradigms and models. Following, we hold the pernence of an historical-cultural approach which recognize the role of subjecvity in social sciences, and explicit the ontological and epistemological implicaons of this concepon. Finally, it shows the modeling of the subjecvity complex system theory. Key words: Historical-cultural approach, complex system, social subjecvity. Correspondencia: [email protected]

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Se aborda la teoría histórico-cultural del sistema complejo de la subjetividad y se presenta un diálogo creativo con el pensamiento socio-histórico de Castoriadis y la perspectiva walloniana trabajada por Alberto Merani, en América Latina. El objetivo del artículo es organizar un conjunto de principios que den cuenta de la cualidad diferenciada en la que se funda el sistema complejo y ontológicamente diferenciado de la subjetividad.

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Rev. psicol. Arequipa ISSN 2221-786X 2012, 2(1), 11-31Recibido: 27-02-12 / Aceptado: 01-04-12

HACIA UNA MODELIZACIÓN COMPLEJA DE LA SUBJETIVIDAD DESDE UN ENFOQUE

HISTÓRICO-CULTURAL

Alfredo Pérsico Gutiérrez Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas

RESUMEN

El presente artículo tiene por objetivo modelizar la teoría compleja de la subjetividad para contribuir a la comprensión de los procesos sociales e individuales implicados en la producción de conocimiento histórico y el desarrollo de la psicología como ciencia de la subjetividad. Para ello, se sitúa la subjetividad en el centro de la producción de conocimiento histórico, conceptualizando los modos subjetivos de configuración de las representaciones que constituyen, se producen y transitan entre pa-radigmas y enfoques. Posteriormente, se sustenta la pertinencia de un enfoque histórico-cultural que reconozca el papel de la subjetividad en las ciencias sociales, así como se explicitan las implicancias ontológicas y epistemológicas de esta concepción. Finalmente, se presenta una mode-lización de la teoría del sistema complejo de la subjetividad.Palabras clave: Enfoque histórico-cultural, sistema complejo, subjeti-vidad social.

ABSTRACT

TOWARD A COMPLEX MODELING OF SUBJECTIVITY FROM AN HISTORI-CAL-CULTURAL APPROACH The present article has as objective to model the complex theory about subjectivity in order to contribute to the comprehension of social and individual processes implied in the production of historical knowledge and development of psychology as subjectivity science. To that end, subjectivity is located in center of historical knowledge pro-duction, conceptualizing subjective forms of configuration about re-presentations that constitute, produce and transit between paradigms and models. Following, we hold the pertinence of an historical-cultural approach which recognize the role of subjectivity in social sciences, and explicit the ontological and epistemological implications of this conception. Finally, it shows the modeling of the subjectivity complex system theory. Key words: Historical-cultural approach, complex system, social subjectivity.

Correspondencia: [email protected]

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Alfredo Pérsico

INTRODUCCIÓN

Concebir la subjetividad es un esfuerzo necesario en estos tiempos donde la producción del conocimiento histórico se encuentra con la pregunta por el sujeto que la produce.

La reflexión nos lleva a pensar los modos de personalización implicados en el proceso de producción teórica, donde las diversas fuentes de experiencia teórica y práctica se organizan en nuevos momentos de integración singular pero que al mismo tiempo son constituyentes de espacios sociales, y cuya expresión material, definida en las relaciones sociales, no agota los modos de constitución tanto a nivel individual como social.

Esta “no identidad”, esta tensión dialéctica entre la materialización de la subjetividad y la configuración subjetiva de la materialidad en dos planos simul-táneamente (individual y social) resulta un reto insoslayable para la elucidación científica en la psicología. Esta subjetividad en juego agita la pregunta por el lugar de la psicología en las ciencias y la delimitación de la subjetividad como objeto de estudio de la psicología, aspectos medulares en el presente artículo que articulan el esfuerzo teórico por modelizar el sistema complejo de la subjetividad.

Para ello, en este trabajo se emprende, como primera cuestión, un proceso de elucidación en torno a los modos de representar la producción de conocimiento histórico. De ahí que, hayamos visto pertinente empezar por la conceptualización de las relaciones que se establecen entre paradigma, enfoque, idea y discurso para delimitar los modos de organización y desarrollo de un enfoque, en particular, el enfoque histórico-cultural. Este último, es entendido como modalidad de valoriza-ción que constituye un vector parcial de subjetivación en el proceso de producción de conocimientos en las ciencias sociales.

Posteriormente, se hace una delimitación teórico-conceptual de las implican-cias de asumir un enfoque histórico-cultural, explicitando los vínculos con una representación compleja de la subjetividad. Con ello, procedemos a profundizar en las implicancias ontológicas y epistemológicas que tiene la subjetividad.

Finalmente y a modo de cierre, se formula tentativamente una modelización compleja de la subjetividad como sistema creativo, ontológicamente diferenciado, que además de trascender las dicotomías tradicionales (dentro-fuera, individuo-cultura, representación-acción, etc.) y constituirse como una ontología regional con estatuto general, permita delinear los contornos del complejo objeto de estu-dio de la psicología.

Cabe destacar que el planteamiento que aquí presentaremos, tiene influencias teóricas matrices en los postulados de Fernando González Rey acerca del sistema complejo de la subjetividad.

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CONCEPCIÓN DEL ENFOQUE

Vemos pertinente antes de definir el enfoque adoptado, ofrecer nuestra com-prensión sobre el alumbramiento de un enfoque. Este enfoque del enfoque es un intento por crear una zona de inteligibilidad sobre la cualidad que antecede un en-foque ya que es aquello que lo caracteriza como alumbramiento de nuevas formas de conocimiento.

El enfoque en este sentido es una concepción de concepciones que configura el escenario teórico. La noción de partida es que un enfoque es una modalidad de valorización, en el marco de un paradigma, que configura sistemas de saberes y conocimientos producidos desde diversos posicionamientos relacionales en que el investigador se sitúa durante la práctica social.

La identidad de todo enfoque se va (re)haciendo permanentemente con la creación de nuevas zonas de diálogo con lo real (potencia heurística), a través de producciones epistémico-teóricas que acompañan, participan y anticipan (no predicen) el movimiento de la vida y la historia. Las formas de acompañar, parti-cipar y anticipar el movimiento real se traducen como contradicciones, conflictos y tensiones en el campo del conocimiento científico, filosófico y estético.

Relaciones conceptuales: paradigma, idea, discurso y enfoqueLa constitución y desarrollo de un enfoque debe comprenderse a partir del

sistema complejo en el que está inserto, es decir su universo de valorización o pa-radigma (Guattari, 1994, 1996). El paradigma es una configuración muy compleja de la subjetividad social, en la cual se crean diversos campos interrelacionados del conocimiento humano que configuran los existentes y cuyas modalidades de nucleamiento son los enfoques.

Estos paradigmas son modos subjetivos de producción de saberes y cono-cimientos que generan dominios complejos en los que nuestras formas de ima-ginar, percibir, pensar y actuar producen caminos de tránsito y ruptura con aquel espacio-tiempo, creado en el nuevo nivel histórico-cultural, en que se configuran los existentes.

Otro aspecto importante es que los paradigmas se interpenetran unos con otros, pero las significaciones y sentidos producidos se organizan en los registros propios a cada paradigma de referencia o generan nuevos registros que permiten rupturas abiertas hacia lo nuevo, dicho de otro modo, que trascienden al paradig-ma matriz.

Las contradicciones entre paradigmas no plantean la exclusión del otro o sín-tesis teleológica alguna, en última instancia enrostran la coexistencia de antago-nismos que son complementarios por ser condición de autoalteración. Esta diná-mica compleja de las significaciones y sentidos dentro de los paradigmas movili-zan procesos de diferenciación e integración creativa de campos de conocimiento.

Estos momentos de diferenciación e integración no se entienden de manera abs-tracta sin sujetos que los movilicen. Por ello, las categorías como imaginación, inteligencia y pensamiento participan activamente de los procesos de constitución

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y desarrollo teórico, cuya dialéctica se encuentra organizada no sólo en los espa-cios sociales sino también en los sujetos, que es en donde se genera la alteridad a través de la razón.

La razón, en la versión no racionalista, integra la imaginación, el pensa-miento y la inteligencia del sujeto concreto como modos de producción subjetiva articuladores y generadores de ideas con respecto a la realidad. Merani (1978) señalaba que “el razonamiento es el movimiento mismo de las ideas” (p.204) y “la idea, producto de la inteligencia, es conocida en potencia, objeto, materia del conocimiento en acto” (p. 203).

Esto nos lleva al concepto de idea, categoría que designa la unidad básica de la dialéctica entre los procesos histórico-creativos de diferenciación e integración. La idea es la fuente que cristaliza los sentidos subjetivos y significaciones, sien-do determinante de desarrollo, interrelación y creación de los campos (texturas ontológicas) que aparecen en los sistemas de conocimientos y saberes durante el razonamiento. En síntesis, la creación de ideas resulta ser la fuerza motriz de constitución y desarrollo de nuevas ontologías y/o campos que se configuran en los sistemas de conocimiento filosófico, científico y estético.

Los sentidos y significaciones que se configuran en una idea son producto de vivencias y participan activamente en la constitución de representaciones sociales, organizadas en las personalidades de los sujetos y sus espacios sociales.

Por lo tanto, es imposible reducir la identidad de una idea a formas homo-géneas de organización, dada la mutua constitución entre la singularidad de cada persona y su espacio social concreto. Afirmamos por ello, que la identidad de una idea genera niveles de complejidad no aprehensibles de modo abstracto y lineal, sino a través de las resonancias que se producen entre y en los sujetos. Al respecto, la mayor expresión de la resonancia de una idea en los sujetos es la pregunta.

Una idea no tiene ninguna función en un paradigma que no sea la de la ins-piración. En este sentido, una idea es un movimiento de sentidos subjetivos y sig-nificaciones profundamente estético, que constituye un objeto creador de formas de conocimiento y saber.

Las ideas configuradas subjetivamente en espacios sociales y sujetos concre-tos, se expresan objetivamente en discursos entre los que realizan su despliegue y generan resonancias, ya sea en contextos institucionalizados o no institucionali-zados. A su vez, estos discursos son producciones de nucleamientos de ideas que podríamos llamar por su articulación: ideas matrices.

Los nucleamientos de ideas matrices son los enfoques, constituyendo verda-deras modalidades de valorización donde se producen diversos discursos y dotan de sentido y significación a los existentes.

A modo de síntesis, hasta el momento hemos visto la relación conceptual entre paradigma como modo de valorización y la idea como su unidad compleja, cuya capacidad inspiradora comprende la creación de nuevas composiciones de sentidos subjetivos y significaciones llamadas ontologías y campos, configurados

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en el plano de las representaciones epistémico-teóricas de los sistemas de conoci-mientos y saberes.

Posteriormente, hemos podido identificar los discursos como construcciones simbólicas que vehiculizan las resonancias entre las ideas y que al mismo tiempo son producciones resultantes de nucleamientos de ideas matrices.

Hemos también definido a este nucleamiento de ideas matrices como enfo-que, pues constituye una modalidad de valorización o producción subjetiva de representaciones epistémico-teóricas, en el marco de un paradigma. Las produc-ciones emergentes de estos nucleamientos participan y se articulan en teorías, sis-temas explicativos y también en el sentido común.

Finalmente, cabe destacar que no por pertenecer a un mismo paradigma, las relaciones entre enfoques son de correspondencia, pudiendo presentar relaciones antagónicas o complementarias propias al momento histórico y cultural de desa-rrollo y composición del universo de valorización (paradigma). Estas dinámicas de carácter dialéctico-complejo forjan interrelaciones y disidencias entre enfoques y constituyen elementos de sentido en movimiento que también son parte de la singular composición de cada enfoque.

Potencialidades y desafíosEn el presente trabajo, estos diversos constructos expuestos (paradigma, en-

foque, idea y discursos) se tejen no sólo como un soporte teórico que garantiza la coherencia de nuestros procesos de aprehensión teórica y conceptual, sino que además constituyen, para el caso que nos convoca, verdaderos puntos de entrada y salida que nos facilita un razonamiento teórico-creativo.

Dicho esto, rescatamos la categoría de sujeto como centro de la producción teórica, que no implica bajo ningún punto de vista, ser centro del universo. Desde ahí, queremos ver cómo este sujeto deseante crea nuevas ideas que vuelven ines-tables y mutantes los discursos instituidos. De modo concreto, cómo produce nue-vos paradigmas emancipatorios, enfoques revolucionantes, ideas subversivas y discursos políticos que promueven la autonomía integradora (individual y social).

Retomando el centro de nuestra argumentación, el enfoque del enfoque es un puerto de entrada y salida en el que nos situamos para encontrar y producir inago-tables posibilidades de construcción y deconstrucción de las formas teóricas que acompañan nuestro pensamiento de forma global y contextualizada.

LA APUESTA TEÓRICA DEL ENFOQUE HISTÓRICO-CULTURAL

Existe una apuesta previa en juego antes de la adopción del enfoque histó-rico-cultural. Proponemos, desde un paradigma complejo-emancipatorio, algunos principios que definen la potencia de un enfoque en las ciencias sociales.

• El primero radica en la flexibilidad objetiva que tiene este para hacerse cargo de sus propias producciones a través de la creación de meta-sistemas teóricos

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cada vez más complejos y alertas a los constreñimientos destructivos en los que cualquier construcción teórica puede caer.

• El segundo principio es que esté alerta a la variabilidad histórica presente en toda configuración cultural en la que el enfoque se configura.

• El tercer principio es que esté dispuesto a ser condición de su propia sub-versión por contar con mecanismos de renovación teórica. Esto quiere decir que sus producciones teóricas deben explicitar los límites que tienen para visibilizar las nuevas zonas de sentido que se han creado.El enfoque histórico-cultural nos parece que integra estos tres principios que

permiten la autorreferencialidad y criticidad. Para desarrollar este planteamiento en movimiento resulta necesario concebir sus procesos genésicos-recursivos.

Cuando hablamos de lo histórico-cultural, no se trata de encasillar en un rótulo una modalidad de valorización, sino que se reconozca el agenciamiento o configuración de sentido que está por detrás y presente en el señuelo identitario o nombre del enfoque.

Dicho en otros términos, lo histórico-cultural, como denominación del enfo-que, no sólo da cuenta del tipo de construcciones-interpretativas que se generan, sino de la esencia o soporte expresivo desde las que se producen ese tipo de cons-trucciones.

La comprensión de este soporte expresivo va ampliando su complejidad en la medida que sus producciones teóricas, sobre los distintos campos de las ciencias sociales, participan del proceso auto-alterativo y constitutivo de las representacio-nes teórico-epistemológicas del enfoque.

Ese magma auto-alterativo o soporte expresivo de las representaciones teó-rico-epistemológicas sobre lo histórico cultural no es un origen prefijado, es un originando dinámico que va reconfigurándose todo él desde las producciones es-pecíficas de diferentes campos de las ciencias sociales.

Estas reconfiguraciones del todo también participan de las reconfiguraciones específicas de las diferentes representaciones teórico-epistemológicas de los cam-pos de las ciencias sociales, pero en ninguno de los casos responden a determina-ciones lineales entre estos dos niveles.

En este punto, se hace indispensable precisar las categorías de historia y cultura por ser ideas matrices que sitúan de manera autorreferencial y crítica al propio enfoque.

La historia a la que nos referimos aquí no es la historia objetiva que acumula los hechos y experiencias como ellas acontecieron, sino una historia dialéctica en la que las fuentes aparecen integradas en nuevas formas de organización, diferentes de la organización de aquellas experiencias que participaron en su desarrollo. (González, 2002, p. 162)La historia no es la historiografía, no es tampoco procesos sociales sin

sujeto. La historia se expresa en sujetos en acción que configuran lo actual des-de sus personalidades, que se encuentran a su vez socialmente organizadas en contextos concretos.

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Para delimitar el campo histórico es pertinente señalar que las prácticas hu-manas no agotan la realidad histórica, debido a que la heterogeneidad de elemen-tos que constituyen la historia, se integran durante prácticas concretas sin que existan relaciones de correspondencia entre lo realizado y lo constituido. Sin em-bargo, aquello que está constituido se expresa, actualiza y articula con nuevas significaciones y sentidos a través de la práctica.

La historia sólo puede entenderse retroactivamente desde la práctica social por la que transita el sujeto, pues si bien detrás de una acción está la historia que la moviliza y anticipa, el desempeño social e individual es resultante de los elemen-tos de esa historia que se articulan con los que se producen durante la praxis. La historia siempre está en curso, integrándose a las nuevas significaciones y sentidos que emergen del momento actual que vivencia el sujeto.

En esta comprensión de historia, lo objetivo tradicionalmente asignado al acto y lo subjetivo tradicionalmente asignado a la invisibilidad de lo interno, encuentran una nueva interpretación, al igual que para la relación entre individuo y sociedad. La comprensión dialéctica de la historia implica trascender dichos dualismos y reduc-cionismos para asentar la producción de conocimientos en la procesualidad de los sujetos y su historia que siempre es historia/advenimiento.

Es a partir de esta concepción de historia que el enfoque asumido integra y di-ferencia realidades que antes quedaban ocultas para las ciencias sociales en el estu-dio de la sociedad. La categoría historia en el ser humano adquiere un lugar céntrico para la construcción de sistemas explicativos en las ciencias sociales.

Por otro lado, la cultura desde el enfoque asumido es el modo histórico en que se configura el conjunto de sentidos subjetivos y significaciones sociales que dan coherencia a una sociedad. La cultura se comprende aquí como sistema poié-tico (auto-organizador y auto-alterativo), creador de sus propias clausuras y aper-turas forjadas en magmas de significaciones y sentidos subjetivos.

La cultura, si bien se materializa en instituciones y en toda obra humana, no se puede comprender sin tomar cuenta de la institución global de la sociedad, la articulación de sus formaciones socio-históricas, con todas las contradicciones coexistentes que se producen en el seno de cada cultura y entre culturas, más aún en el escenario de la globalización neoliberal.

Para entender esta dialéctica histórica entre las configuraciones culturales y las prácticas sociales, recurrimos, para avivar la discusión, a Abuljanova (1980) que señala: “lo histórico se entiende por el marxismo no sólo como creación de cultura (cultural-histórico), sino también como cambio y desarrollo de los modos de relaciones sociales (como socio-histórico)” (p. 180).

En la última cita podemos apreciar lo socio-histórico y lo cultural-histórico como dos formas de lo histórico. Vemos el carácter procesual que aportan las relaciones sociales, cuyos modos no son otra cosa que las formaciones socio-histó-ricas en desarrollo y cambio. Por otro lado, vemos lo cultural ligado a la categoría creación, es decir vinculado a una dinámica que compone y forma lo nuevo.

A diferencia del autor, nosotros pensamos que no sólo se trata de definir dos formas históricas articuladas, procesual-objetiva (socio-histórica) y creativa-sub-

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jetiva (cultural-histórica), sino explicar el nuevo nivel propiamente humano que constituye lo histórico como objetividad de segundo orden que es esencialmente autoalterativa/creativa. En este último sentido, desaparece la noción de historia objetiva (de primer orden), y cuya dialéctica se desarrolla en un nuevo nivel que es el cultural. Esto por ningún motivo implica desconocer el lugar de las relacio-nes sociales, sino representarlas en su constitución y desarrollo como elementos de sentido de complejas configuraciones culturales, sean potenciales o actuales, dominantes o dependientes, desarrolladores o involutivos.

Las configuraciones de las relaciones sociales en el sistema cultural, nos lle-va a la pregunta por ¿cuál es la cualidad de la cultura que mantiene la unidad contradictoria y la coherencia compleja de las formaciones sociales y la sociedad en su conjunto? Castoriadis (2005) diría que:

…esta unidad, es en última instancia, la unidad y la cohesión interna de la urdimbre inmensamente compleja de significaciones que empapan, orientan y dirigen toda la vida de la sociedad considerada y a los individuos concretos que corporalmente la constituyen. Esa urdimbre es la que yo llamo magma de las significaciones imaginarias sociales que cobran cuerpo en la institución de la sociedad considerada y que, por así decirlo, las animan. (p. 68) Este magma de significaciones imaginarias sociales se organiza en lo que

Castoriadis (2005) llama imaginario social instituido y entra en tensión con imagi-narios sociales instituyentes. Para Castoriadis (2002, p. 99) “la cultura es el domi-nio del imaginario en el sentido estricto, el dominio poiético, lo que una sociedad llega más allá de lo que es solamente instrumental”.

Para el enfoque histórico-cultural el imaginario social no es toda la cultura sino una de las creaciones históricas más complejas que está organizada en ella, y coincidimos con Castoriadis (2002) con su carácter poiético y cristalizador (confi-gurador) de las significaciones sociales.

Es importante destacar el papel que tiene el imaginario social como con-figuración cultural que participa de los procesos de institución y destitución, es decir procesos de fundación de instituciones que no pasa por la lógica o por lo estrictamente racional sino por esta realidad imaginaria que sostiene sus modos de funcionamiento y cohesión.

Así también, el magma de las significaciones imaginarias sociales, se con-cibe desde el enfoque histórico-cultural como subjetividad social y la dimensión histórica de la subjetividad social es la cultura. Castoriadis (2002, p. 93) en este punto plantearía que “la historia de la humanidad es la historia del imaginario humano y de sus obras”. La cita anterior reinterpretada desde el enfoque histórico-cultural se puede apropiar cambiando “del imaginario humano” por el “de la cul-tura de la humanidad”.

Este modo de comprender la cultura, no está asociado a la concepción tra-dicional extraída de la antropología cultural que ata al sujeto al funcionamiento social regido por normas de conducta y normas ideales, con pequeños márgenes de variabilidad histórica.

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Por el contrario, la cultura deja de ser pensada como un sistema cerrado para concebirse como sistema auto-alterativo que organiza diversos registros subjeti-vos de lo social y despliega secuencias de producción subjetiva durante la acción de los sujetos que se articulan a sus configuraciones singulares, generando ya sea constreñimientos o desarrollo.

La cultura que constituye al sujeto no lo ata, aunque de manera efectiva ge-nere constreñimientos concretos en las situaciones por las que se transita. Toda decisión del sujeto que genera nuevas trayectorias de sentido, abre la posibilidad de nuevas formas de relación y práctica sociales que reconfiguren la propia cultu-ra, pues como señala González (2002, p. 103), “la aparición de nuevas prácticas sociales es una fuente esencial en la creación de nuevos modos de subjetivación, principio básico del enfoque histórico-cultural”.

Podemos afirmar que la cultura es una macro-categoría que facilita la orga-nización teórica e investigación de las diversas configuraciones de la subjetivi-dad social que se presentan en contextos concretos en los que el sujeto desarrolla sus actividades. La cultura es una categoría que nos posibilita estudiar la socie-dad en su funcionamiento integrado, así como sus configuraciones específicas desde las múltiples contradicciones y tensiones que se generan en diversas coor-denadas geopolíticas.

Así también, reconocer la participación del sujeto con sus personalidades (sus historias) en los procesos de constitución y desarrollo de la cultura, permite pensar a esta última desde un marco renovado donde no hay sujeto sujetado, sino sujeto creativo.

Ya con un entendimiento sobre lo que entendemos por cultura y la historia, cabe decir que el enfoque asumido no pretende volver invisibles o erradicar otros enfoques, pues se nutre de la experiencia de estos, extrayendo lecciones de la ri-queza empírica y teórica, sean científicos, filosóficos, políticos o estéticos.

Asimismo, el enfoque histórico-cultural no pretende explicarlo todo. Es un vector parcial de subjetivación, una configuración diferenciada del universo de valorización que está configurado en el sistema de las ciencias sociales, y desde ahí aporta a enfoques más generales como los referidos a la complejidad antropo-bio-cósmica.

LOS SISTEMAS DISCIPLINARIOS E INTERDISCIPLINARIOS ENTENDIDOS DESDE EL ENFOQUE HISTÓRICO-CULTURAL

La empresa teórica que desarrollamos, si bien tiene una mirada psicológica, resulta imposible el no establecer vasos comunicantes con otros campos de las ciencias sociales, pues el objeto de estudio de la psicología es el magma en el que los diversos campos del saber y conocimiento se constituyen. Por lo tanto, siempre presente está la tensión entre sistemas disciplinarios e interdisciplinarios.

Al respecto, la dialéctica sujeto-cultura, desde el enfoque histórico-cultural, facilita la producción de modos de comprensión compleja acerca de los fenóme-nos humanos, pero también confronta al investigador con “la imposibilidad de

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considerar aspectos particulares de un fenómeno, proceso o situación a partir de una disciplina específica” (García, 2006, p. 21).

El método elucidación dialógico-configuracional, propio al enfoque históri-co cultural, dinamiza las formaciones teóricas, abriendo nuevas zonas de sentido cuyas producciones se constituyen e integran en representaciones epistémico-teó-ricas específicas o generales.

No se pretende por ello, ir en desmedro del objeto de una disciplina que se ha constituido como núcleo de subjetivación y aporta a la producción de conoci-miento complejo. La interdefinibilidad (García, 2006) del sistema complejo en una investigación interdisciplinaria contribuye a la complejización de la identidad disciplinaria, al igual que la investigación disciplinaria contribuye a la compleji-zación de repertorios epistémico-teóricos generales.

En este punto es necesario hacer la precisión de que la investigación inter-disciplinaria o disciplinaria en las ciencias sociales que favorece el enfoque histó-rico-cultural, no es una cuestión que se fundamente en lo metodológico sino que encuentra sus raíces en una concepción ontológica.

Por ello, la integración y la diferenciación disciplinaria se da en tanto el investigador se ve en la necesidad de establecer nuevos vínculos comunicantes con el sistema complejo estudiado, es decir con la totalidad organizada entendida como representación teórica-epistémica de una zona de lo real.

No es que lo disciplinario deje de tener participación, sino que actúa en un nuevo marco donde la otredad co-organizadora del sistema complejo, actúa recur-sivamente en su configuración y desarrollo.

Hay en este sentido una doble producción de especificidad que se da en el te-rreno teórico. Por un lado, la especificidad teórica del sistema complejo estudiado y por otra la de las disciplinas en juego.

No obstante, si bien la capacidad de traducción entre las ciencias sociales se encuentra aún en un momento inicial, no es el campo semántico de construcciones coherentes entre disciplinas las que producen sistemas complejos interdiscipli-narios, sino la colisión y tensión que se generan en la subjetividad social y su instancia de producción: el sujeto.

González (2009) señala que: El estudio de las prácticas sociales no puede excluir el estudio de sus protagonistas, donde emerge la posibilidad de nuevas construcciones que no se limitan a las represen-taciones sociales, sino que abarcan el funcionamiento de la subjetividad social como sistema, el cual de forma diferenciada aparece en la configuración subjetiva de los sujetos concretos de esa práctica. (p.106)La cita anterior condensa la argumentación sobre la importancia de las ca-

tegorías de subjetividad social y sujeto en el desarrollo de sistemas interdisci-plinarios y disciplinarios, que trascienden su representación actual y dialogan con otras zonas de sentido de la subjetividad social. Ello nos permite liberarnos de los objetivismos ingenuos ligados al estudio de la práctica sin sujeto en las ciencias sociales.

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ONTOLOGÍA Y EPISTEMOLOGÍA CUALITATIVA

La ontología y la epistemología son dos campos del saber filosófico que se entretejen. Ni la ontología ni la epistemología se escapan del sujeto y la cultura, y por lo tanto tienen que ser repensadas dialécticamente desde las producciones teóricas de las ciencias sociales en relación con el conocimiento, pues todo cono-cimiento finalmente es un producto antropo-socio-histórico.

La cuestión es compleja pues la cualidad del conocimiento no es meramente cognitiva, es también emocional y brinda trayectorias de desenvolvimiento poten-cial en diferentes contextos histórico-culturales concretos.

Llama pues la atención por qué dicha cualidad ha sido históricamente descui-dada por las ciencias antropo-sociales. Esta pregunta no la contestaremos pero sí intentaremos no ser de los que cometen el descuido de ignorar la cualidad.

Al introducirnos en la reflexión sobre la constitución del conocimiento, así como en la construcción en la que se pretende hacer inteligible al propio conoci-miento, pensamos casi inmediatamente en la cualidad del registro en que aparece, produce y organiza lo real, en un nuevo nivel (subjetividad), y de manera especí-fica en forma de conocimiento científico.

Esta reflexión nos recuerda a Morin (1994), quien plantea la caída de los fundamentos del conocimiento, en la que la convergencia entre la crisis de los fundamentos científicos y la crisis de los fundamentos filosóficos derivan en la crisis ontológica sobre lo real. A partir de ello, se ve la necesidad de hacer del conocimiento su propio objeto-sistema: “En efecto, el conocimiento no puede ser un objeto como los demás ya que es lo que sirve para conocer a los demás objetos y lo que le sirve para conocerse a sí mismo” (Morin, 1994, p. 26).

Frente a esto, Morin (1994) plantea la necesidad de una ciencia de la cog-nición (idea adoptada de Louis Le Moigne), que por encima de las ciencias cog-nitivas (la lingüística, la psicología, la inteligencia artificial y la lógica), pueda comprender la complejidad del conocimiento del conocimiento.

Esta intuición teórica de una ciencia de la cognición a la que suscribe Morin (1994) puede ser repensada desde el enfoque histórico-cultural, que pone énfasis en la cualidad del conocimiento como el aspecto teórico central que define su esencia procesual-creativa.

Como asunto previo, debemos delinear la matriz generativa desde la que se produce y organiza el conocimiento. Es decir, esclarecer el nuevo nivel ontológico (histórico-cultural) en que se configuran y constituyen las producciones teóricas, asumiendo como desafío la creación de categorías de segundo orden que brinden mayor inteligibilidad sobre los procesos de producción de conocimiento.

Esta matriz generativa, magma auto-alterativo o nuevo nivel ontológico don-de se crea y configura el conocimiento es la subjetividad (social e individual). Lo interesante en el plano teórico es cómo siendo la subjetividad el objeto de la psicología, termina siendo un marco general de partida para comprender la confi-guración subjetiva del conocimiento.

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De ello se destaca el cómo una ontología regional, en este caso la psicología, tiene la capacidad de participar de una reorganización teórico-epistemológica y constituirse como una ontología general presente en toda forma ontológica dife-renciada que se crea.

La irrupción de la subjetividad en los diversos espacios de construcción teó-rica, brinda un marco renovado para pensar la configuración de las ciencias y el modo de producción de conocimiento que instituyen.

Finalmente, como vemos, la psicología de las ciencias puede contribuir a la creación de nuevas zonas de sentido en el plano epistemológico para las ciencias antropo-sociales, pues recupera al sujeto en la invención/creación de sistemas teó-ricos y saberes. Asimismo, en el plano ontológico, la psicología de las ciencias presenta la oportunidad de definir una ontología general del atributo diferenciado que haga énfasis en la cualidad concreta y no en taxonomías metafísicas.

Renovación ontológicaLa ontología es entendida como el estudio de los modos específicos en que

se producen y organizan representaciones epistémico-teóricas que crean universos de valorización y delinean un territorio diferenciado de conocimiento, definidos, en última instancia, por la especificidad de sus problemas.

Cuando se habla de creación de universos de valorización, nos referimos a la constitución de complejos subjetivos que sirven de soporte expresivo a las construcciones de valor.

Estos universos de valorización son espacios de subjetivación donde lo real aparece constituido en un nuevo nivel de realidad, histórico-cultural, que marca modos producción y cristalización diferenciadas que configuran las representacio-nes teóricas y epistemológicas de las ciencias.

A esa nueva ontología, donde se re-crea lo real a modo de nuevas ontologías, es a la que llamamos subjetividad, magma constitutivo de universos de valoriza-ción donde se crean y asientan las ontologías.

Al respecto González (2002) señala: En las ciencias sociales un nuevo paradigma se constituye cuando se funda un nuevo campo de subjetivación en la producción del conocimiento. El proceso de fundación de estos campos en la ciencia debería ser objeto de la psicología y de la sociología de la ciencia, pues es tan importante para explicar el desarrollo de la ciencia, como los procesos epistemológicos que fundan toda producción científica. (p.102)Por otro lado, la subjetividad abre una nueva zona de sentido que nos permite

hablar de la ontología de la ontología, pero en absoluto implica darle a la subjeti-vidad un lugar fundante-totalitario.

Todo proceso genésico de ontologías que se produce no corresponde necesa-riamente a sus causas, es un “nuevo radical” que no traza un esquema causal lineal entre lo que le dio origen y lo generado. Este “nuevo radical” es una compleja configuración de sentido que se constituye como campo de subjetivación científica expresada en un conjunto de representaciones teórico-epistémicas.

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No pretendemos postular una ontología genérica productora de lo mismo, sino general, entendida como matriz común, generadora de nuevos territorios existenciales donde cobran sentido los existentes. De ahí que sea una concepción ontológica creativa que permite la producción de zonas de inteligibilidad acerca de la constitución y desarrollo de ontologías diferenciadas.

Esta concepción creativa de lo ontológico que se asienta en la subjetividad, tiene por unidad fundamental los sentidos subjetivos que son las figuras en que aparece lo real en el nivel histórico-cultural. Estos sentidos subjetivos son también reales y a partir de ellos se construye socialmente la realidad, entendida ésta como un conjunto inagotable de campos interrelacionados (ontologías) en que lo real aparece en lo histórico cultural.

De aquí en adelante, los sistemas complejos ya no se entienden como cons-trucciones teóricas, sino como la compleja configuración de sentido que constitu-yen representaciones teóricas y epistemológicas, y que se expresan en problemas diferenciados que son los que definen los campos de investigación.

Las ontologías si bien dotan de identidad a los diferentes objetos discipli-narios que se construyen desde ellas, se interpenetran y producen permanente-mente otros sistemas.

Desde esta perspectiva, no hay un “ser metafísico” que porte las cualidades universales a ser estudiadas. Si bien un debate no menos provechoso, pero que desviaría nuestra empresa, sería hacer una revisión de los conceptos heideggeria-nos de “ser y tiempo”, resulta importante cuando menos precisar el modo en que estas categorías se entrelazan y entienden en el marco histórico-cultural.

Castoriadis (2005) define al ser como caos o abismo, deslindando con cual-quier intento de volverlo un sistema teórico abstracto. Para él, el ser es un comple-jo ontológico de múltiples niveles o estratos no regulares. Cualquier construcción-interpretativa sobre el ser es al mismo tiempo creación de nuevas estratificaciones cuya cualidad sólo es ubicable en las figuras del pensamiento y lo pensable.

Toda pregunta sobre el ser y todo esfuerzo por elucidarlo desembocan fi-nalmente en el campo histórico-social, lo propiamente humano, en donde, desde nuestro enfoque, todo lo existente es potencial elemento de sentido.

Castoriadis (2004) señala al respecto que “tomar el ámbito humano, psíqui-co, histórico-social, como paradigma del ser significa, primero y ante todo, ver ahí un tipo de ser que escapa a las determinaciones (…) Es detectar ahí el surgimiento de otras determinaciones” (p. 254).

Para Castoriadis (2004), el “ser” de la filosofía heredada está atado a una ontología de la determinación. Al respecto, él no propone una ontología de la indeterminación, sino una ontología de la creación socio-histórica y es aquí donde el problema del tiempo hace su aparición.

El ser es mediante y en virtud del tiempo, pero tiempo que se despliega en el campo histórico-social que es donde el ser adquiere significación, donde se insti-tuye su existencia. Para Castoriadis (2004) el ser es esencialmente tiempo (ser en

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curso, por ser, a-ser), y el tiempo es, en los dominios del género humano, creación de significaciones.

Por lo tanto, el tratamiento que se le da a la categoría tiempo no es fun-cional a las taxonomías dicotómicas como cuantitativo-cualitativo u objetivo-subjetivo. Se habla de un tiempo cuya única forma de dar cuenta de su existencia es como creación.

Castoriadis diría que su existencia o es creación o no es nada. Cualquier otra concepción de tiempo que exprese una lógica conjuntista-identitaria es también una creación resultante del despliegue del tiempo socio-histórico, producto de nuestra deliberada pretensión de dilucidar lo existente.

Para nosotros el “ser” es tiempo histórico entendido como subjetividad cris-talizada y en despliegue, creadora de modos de ser (cualidades del ser), por ende de nuevas ontologías.

El tiempo histórico lo concebimos como producción creativa, no simple “producción en serie” a partir de elementos dados, sino como “posibilidad perma-nente del surgimiento de lo otro” (Castoriadis, 2005, p. 65). Lo histórico aquí es auto-alteración de lo establecido y constituido, es despliegue.

Finalmente, no se puede partir de una diferencia ontológica entre el ente y el ser, sino de la creación ontológica en la que toda nueva ontología produce nuevos entes de manera activa. La dialéctica despercudida de vicios metafísicos y positi-vismo que se propone, está situada entre lo constituido y lo construido, por ser la unidad dialéctica donde se realiza la creación ontológica.

Renovación epistemológicaSegún Smirnov y cols. (1970), es la combinación original individual de las

cualidades fundamentales que distinguen a un sujeto dado como miembro de una sociedad, expresa su actitud hacia el mundo que le rodea y se manifiesta en su conducta y en sus actos.

Las consecuencias epistemológicas de este planteamiento son de fondo, brin-dando zonas de sentido estratégicas para el estudio de sistemas complejos interdis-ciplinarios y la construcción de una perspectiva transdisciplinaria que rompa con los universalismos abstractos y postulados metafísicos heredados.

Evidentemente, esto implica asumir al campo de lo histórico-social como es-cenario concreto en el que se desarrolla y constituye el conocimiento. No obstante, esto no implica en absoluto desconocer que tenemos una existencia orgánica, bio-lógica, química y física. El planteamiento consiste en que:

• Las cualidades orgánicas, biológicas, químicas y físicas quedan absoluta-mente reorganizadas desde lo histórico-cultural, y en ese sentido se vuelven constituyentes de lo histórico-cultural desde una cualidad de nuevo orden.

• Sus traducciones, complementariedades y antagonismos pueden interdefinir ni-veles propios a una identidad interdisciplinaria, pero va a depender de las formas en que los atributos diferenciados aparezcan en los sistemas teórico-epistémicos.

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• Podemos dividir dos grandes clases de niveles según el dominio del cono-cimiento humano en el que se desarrollen. Por un lado la objetividad de pri-mer orden que va desde lo físico hasta los sistemas vivos; y, por otro, el de la objetividad de segundo orden, es decir la subjetividad, presente en los sistemas histórico-sociales. Esta formulación no implica en lo más mínimo desconocer la importancia de los vínculos o lazos que se expresan en yuxta-posiciones, coexistencias e interacciones entre los diversos sistemas físico-químicos, autorregulados (vivos) y auto-alterados (histórico sociales).

• Finalmente, ninguna forma de conocimiento puede excluir la subjetividad, pues la capacidad humana para producir conocimientos implica reconocer lo subjetivo como un nuevo tipo de objetividad, propia del psiquismo humano que emerge de condiciones histórico-culturales.

El enfoque histórico cultural adopta, como eje del nuevo paradigma epis-temológico, la capacidad constructivo-interpretativa del sujeto (González, 2007) en los procesos de producción teórica, que conlleva a la ampliación y creación de sistemas explicativos.

La forma de producción de conocimiento que plantea González (2007) va más allá del empirismo y las corrientes positivistas que pretenden hacer de la respuesta el criterio que define la producción teórica, logrando la mayor asepsia posible en la producción de conocimientos.

La propuesta que sostenemos (González, 2000, 2002, 2003, 2007, 2009) plantea pasar de una epistemología de la respuesta a una epistemología de la cons-trucción, donde la singularidad del sujeto adquiere un lugar fundamental en el proceso de producción de conocimiento.

MODELIZACIÓN DE LA TEORÍA HISTÓRICO-CULTURAL DEL SISTEMA COMPLEJO DE LA SUBJETIVIDAD

Antes de intentar modelizar una teoría de la subjetividad, es necesario dilu-cidar la categoría central que se aboca al campo teórico de las ciencias sociales: la sociedad.

Un primer acercamiento sería el afirmar que la sociedad “es una totalidad extremadamente compleja y sus partes diferentes se mantienen de mil maneras” (Castoriadis, 2002, p. 126). Esta unión y multiplicidad que se presenta en la so-ciedad nos plantea una complejidad nunca antes vista ni en los planos biológicos, menos en los físicos.

Ahora bien, la instancia concreta y material en la que se traduce la socie-dad en su cualidad generadora de diversidad y organizada es el sujeto. Pero este sujeto es un ser de nuevo tipo, un ser que no puede entrar dentro de los conven-cionalismos ontológicos metafísicos, pues su naturaleza no está dada de una vez y para siempre, por el contrario la crea, su esencia está fundada en la alteridad y el abismo.

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Aquello nos remite inmediatamente a plantearnos qué concepción antropo-lógica de ser humano tenemos. En nuestro caso, esta concepción encuentra sus gérmenes en La Ideología Alemana de Carlos Marx y Federico Engels (1968), en específico en la sexta tesis sobre Feuerbach, donde se plantea que “la esencia humana no es algo abstracto e inmanente a cada individuo. Es, en su realidad, el conjunto de las relaciones sociales” (p. 667).

Este es un anudamiento complejo de relaciones espacio-temporales singu-larizadas, que no agotan la capacidad creativa del sujeto en lo social instituido, sino que por el contrario le dan una existencia social concreta al sujeto desde los contextos específicos y variados donde desarrolla prácticas sociales, establece re-laciones y adquiere su identidad.

Esto resulta clave para adentrarnos en el terreno de la subjetividad y su per-tinencia con respecto al estudio de la sociedad y de los sujetos concretos. En la concepción que Marx y Engels (1968) exponen sobre la esencia humana, el aporte que resulta crucial es el carácter procesual del concepto esencia.

Antes de presentar la teoría de la subjetividad que defendemos, considera-mos necesario el retorno a la esencia desfundada (sin mito fundador) de Marx y Engels (1968), para partiendo de ello abordar la complejidad de un sistema on-tológicamente diferenciado como es la subjetividad. Esto permitirá explicitar el salto de una forma de objetividad de primer orden, a un nuevo nivel de objetividad generado a partir de la vivencia histórico-cultural, es decir la subjetividad.

Para ello, replantearíamos la sexta tesis de la siguiente manera: La esencia humana no es algo abstracto o inherente, es en su realidad histórico-social, el conjunto de relaciones ecosóficas producidas y organizadas en el sistema históri-co-cultural de la subjetividad.

Destacamos la importancia del concepto ecosofía que formula Félix Guattari (1996), cuestión que queremos recoger en la compresión de la esencia humana para avanzar a una comprensión transdisciplinaria de los problemas humanos, que reconozca la importancia de la especificidad de cada objeto que aporta al movi-miento global de la materia desde diversos grados (cuantitativo) y niveles (cuali-tativo) de complejidad.

El reconocimiento de esta esencia desfundada del ser humano nos permi-te emprender el desarrollo de la teoría histórico-cultural de la subjetividad que plantea “una nueva definición ontológica de la psique como subjetividad de base dialéctico-compleja y de naturaleza histórico-cultural que no tiene nada que ver con la definición de subjetividad racionalista y esencialista procedente de la mo-dernidad” (González, 2002, p. 158).

La unidad compleja de este sistema ontológico diferenciado es el sentido subjetivo que representa la dialéctica entre emoción y símbolo. Al respecto, Gon-zález (2002) señala:

Las emociones constituyen un proceso de activación somática producido por una experiencia que puede ser exterior al sujeto, corporal, psíquica y, en el caso de los seres humanos, simbólica. Es una dimensión diferenciada del carácter histórico-cultural del psiquismo humano. El carácter simbólico de la psique permite la ex-

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presión de la emoción ante contenidos simbólicos, lo que no implica que deje de responder a otras formas de registros y que al aparecer actúen sobre la psique de diferentes maneras sin que el origen de ese proceso sea necesariamente de natura-leza simbólica. (p. 90)Lo antes planteado tiene consecuencias teóricas muy importantes que de-

sarrollaremos durante la exposición de la teoría de la subjetividad. Otra cuestión previa necesaria de aclarar es que ni la práctica social ni sus productos simbólicos son los que determinan las formas de subjetivación, pues es lo emocional lo que cumple un papel fundante en el sistema subjetivo.

El carácter social de la psique no está definido por el papel determinante del símbolo, sino por la génesis histórico-cultural de cualquier forma de emocionali-dad que se produce del contacto con los diferentes registros o sensibilidades que provocan el movimiento auto-alterativo de la subjetividad.

Ante todo lo mencionado, cabe destacar que: “El sentido no puede ser visto como emoción o significado de forma abstracta, sino como la expresión de una nueva síntesis que sólo puede ser comprendida dentro del movimiento permanente de los significados y las emociones que definen el sentido subjetivo” (González, 2002, p. 220).

Asimismo, el sentido subjetivo no es un mecanismo de alerta, sino una unidad de complejización del sistema de la subjetividad. Esta unidad consti-tutiva llamada sentido subjetivo, se pone en movimiento durante las vivencias que se suscitan en la acción del sujeto, y es lo que define su cualidad diferen-ciada, no abstracta.

Para iniciar la modelización de la teoría de la subjetividad es necesario to-mar cuenta de la diferenciación de los dos planos de la subjetividad, individual y social, en que los sentidos subjetivos participan de configuraciones dinámicas propias a cada plano pero que son mutuamente constituyentes.

Aquí la categoría de sujeto cobra una gran importancia pues constituye un espacio de desarrollo de procesos y dinámicas en permanente tensión, donde se desarrolla la experiencia personal y social.

El sujeto se define desde cuatro características esenciales según González (2003): a). Intencional, pues debe a lo largo de su vida tomar caminos y opciones; b). Actual, pues existe en tanto sujeto de vivencia; c). Interactivo, porque permanente produce significaciones y sentidos; y d). Consciente, porque construye representa-ciones, conceptos y modelos para comprender y actuar sobre su mundo.

Estas características son las que definen al sujeto y hablan de su condición procesual-dialógica e interactiva. Es en la procesualidad de este sujeto donde se ar-ticulan las producciones resultantes de su vivencia. Dichas producciones pueden ser entendidas como emociones que surgen en condiciones histórico-culturales.

Estas nuevas emociones entran en relación con estados dinámicos emocio-nales, entendidos como sentidos subjetivos constituidos en las configuraciones de la personalidad (identidad, autoestima, sentimientos, motivos, etc.) y la cultura (representaciones sociales, imaginarios, sentido común, etc.), y participan de se-

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cuencias de producción subjetiva que le dan su constitución de sentidos subjetivos una vez organizados en dichas configuraciones.

En síntesis, el sistema complejo de la subjetividad tiene como unidad com-pleja al sentido subjetivo, presente en la acción del sujeto y configurada en la personalidad y la cultura. Frente a ello, es que se puede afirmar que esta cualidad emocional de la subjetividad se constituye y desarrolla en dos planos diferencia-dos: el individual y el social.

El sujeto y la personalidad: el sistema de la subjetividad individualLa personalidad es comprendida desde una relación tensa y creativa con el

sujeto concreto y se define como la dimensión histórica de la subjetividad indi-vidual. La personalidad se organiza en configuraciones complejas que no están exentas de contradicciones internas, estando constituida por estados dinámicos en colisión que constituyen nuevos estados o integraciones cualitativas llamadas sentidos subjetivos, durante la acción del sujeto.

La personalidad presenta una resistencia a la integración de nuevos senti-dos que se producen durante la acción del sujeto, y es en esta relación tensa de lo constituido y constituyente en que ambas dimensiones (personalidad y sujeto) de la subjetividad individual encuentran su definición. Si abordamos concep-tualmente a cada una de las partes, podríamos señalar algunos principios que cada una nos aporta:

• El sujeto, entendido como dimensión procesual, cumple una función arti-culadora-productora de sentidos subjetivos, expresando en su interacción la dialéctica entre lo constituido y lo constituyente. Esta cualidad sitúa la fun-ción del sujeto desde un principio dialógico-actualizante.

• La personalidad, entendida como dimensión histórica, cumple una función cristalizadora de sentidos subjetivos a través de la autoalteración de las emo-ciones que produce el sujeto. Esta cualidad sitúa la función de la personali-dad desde un principio sistémico-complejo.Tanto la personalidad como el sujeto presentan una íntima relación que se

puede traducir en una procesualidad histórica, historia en curso, sujeto histórico o historia subjetiva, cualquiera sea la forma en la que se la quiera denominar.

Esta unidad relacional entre personalidad y sujeto sitúa su función desde un principio de retroacción que se puede explicitar de la siguiente manera:

• El sujeto produce nuevas emociones, que pueden entenderse como emergen-tes, causantes de rupturas en la organización personológica, que abren nuevas zonas de sentido en el curso de la experiencia individual y social.

• Por otro lado, la personalidad desarrolla mecanismos de recaptura de la desviación o ruptura que generan las emociones producidas en el curso de su acción, pero lo hace a través de la complejización de las configuraciones existentes. Al ser la dimensión que define las secuencias de producción subjetiva por la que pasa una emoción para producirse/constituirse como sentido subjetivo, el principio sistémico complejo no puede ser entendido

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como autorregulación (propia a los organismos vivos), sino como autoal-teración organizativa.Este principio de retroacción elimina cualquier determinismo lineal que se

quiera instaurar entre el sujeto y la personalidad, de manera específica entre la expe-riencia social del sujeto y lo singular de la configuración de la personalidad.

Esto siempre y cuando se entienda que son en las condiciones histórico-culturales donde se producen las nuevas formas de emocionalidad, que luego adquieren su carácter de sentidos subjetivos una vez constituidas en la per-sonalidad, de lo contrario no tendrían significación para el desarrollo de la persona concreta.

Lo central de esta concepción acerca de la subjetividad individual es la necesidad de comprender su constitución histórica, única e irrepetible, pero tejida en el curso permanente de la actividad contextuada del sujeto. Esto es crucial para entender los complejos subjetivos que se constituyen desde núcleos de sentido que no responden directamente a esquemas conceptuales o construcciones del sujeto, aunque de manera efectiva pueden ser movili-zados por estos.

El sujeto y la cultura: el sistema de la subjetividad socialUn aporte fundamental de la teoría de la subjetividad que propone Fernando

González Rey es el referido al plano social de la subjetividad. Este sistema diferen-ciado del individual, aunque mutuamente constituyente, presenta formaciones que tradicionalmente se le han denominado psicosociales. La subjetividad social surge como una forma de dar respuesta a la constitución subjetiva de la sociedad.

La significación de la subjetividad social es de vital importancia ya que pone de manifiesto la organización subjetiva de los espacios sociales en que se desarro-lla la actividad del sujeto. La producción simbólica integrada permanentemente a la organización de sentidos subjetivos de los sujetos, hacen de la subjetividad so-cial un entramado dinámico donde los discursos, representaciones sociales, cons-trucciones teóricas, ideologías, instituciones, etc. sólo puedan ser comprendidos en la medida que no se eliminen a los sujetos que habitan esos espacios, así como sus configuraciones individuales.

La cultura como sistema auto-alterativo y organizador, viene a ser aquella macro-categoría teórica análoga a la personalidad que agrupa al conjunto de con-figuraciones que se desarrollan de manera contradictoria en espacios sociales por donde el sujeto transita.

Esta concepción cultural concibe la emocionalidad de los sujetos sociales e individuales como partícipes de complejos procesos subjetivos donde los símbolos y los sentidos subjetivos se integran y evocan permanentemente sin linealidad.

Resulta clave recalcar que es en el sujeto concreto donde se articula lo indi-vidual y social de la experiencia, donde las emocionalidades se producen y luego configuran lo que a fin de cuentas participa de uno u otro plano de manera diferen-ciada, es decir desde lógicas configuracionales diferentes.

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El sistema complejo de la subjetividadEl sistema de la subjetividad es concebido en sus formas de expresión so-

cial e individual, que se desenvuelven y desarrollan de manera simultánea y diferenciada, constituyéndose mutuamente en una relación que guarda un prin-cipio de recursión.

Significa esto que ninguna entidad objetiva puede participar directamente sobre el sujeto sin que para ello haya pasado por su inscripción en los registros subjetivos que se encuentran organizados en planos diferenciados de la subjeti-vidad (social e individual), donde uno es constituyente del otro. Es esta condi-ción de la subjetividad la que da origen a su capacidad auto-productora y auto-organizadora de sentidos subjetivos, pues define las secuencias de producción subjetiva que, en última instancia, son las que configuran las emociones como sentidos subjetivos.

La cultura y la personalidad como instancias organizadoras del sistema de la subjetividad guardan un principio que aparentemente podría ser entendido como de dependencia y autonomía relativa. Sin embargo, nos parece que este plantea-miento tendría muchas imprecisiones.

Este principio es utilizado para dar cuenta de la complejidad de los sistemas vivos en tanto las clausuras y aperturas que son establecidas para su desarrollo, pero a nivel de los sistemas sociales son las vivencias histórico-culturales del su-jeto y no sus “leyes de desarrollo”, las que generan el magma ruidoso, simbólico-emocional, desde donde se configuran sus tendencias desarrolladoras o involuti-vas en los planos individuales y sociales.

Por ello, no se trata de aperturas y clausuras entre el dominio simbólico de la cultura y el dominio subjetivo de los sujetos, sino de autopoiesis simbólico-emocional cuyas identidades en los planos de lo social e individual se diferencian por el carácter de las configuraciones que en cada plano se constituyen, sea por nu-cleamientos de sentido entre los sujetos en espacios sociales o por nucleamientos de sentido individual en la personalidad de cada uno respectivamente. El principio de interdefinibilidad define la dinámica existente entre los planos diferenciados de la subjetividad.

Esto nos lleva a plantear un último principio que participa de los sistemas complejos como es el caso de la subjetividad: El principio hologramático donde la organización singular es constituyente de la organización cultural, y la orga-nización cultural está constituida en la singularidad del sujeto. Este aspecto es central para entender el valor de la singularidad en el proceso investigativo de las formaciones subjetivas, que no se pueden desligar de los sujetos concretos que las expresan.

Aquí se puede plantear que si bien la cultura es más que la suma de los indivi-duos que la conforman, en la personalidad de los sujetos se encuentra constituida su cultura, pero desde su singularidad, por lo que es el todo cultural y algo más.

Por todo lo dicho sobre la subjetividad, concluimos que esta es una forma de lo real ontológicamente diferenciada que no está suscrita a un correlato ni de-

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terminación directa de carácter objetivo (de primer orden). Esto no quiere decir que la subjetividad sea independiente a la dimensión objetiva de lo real, muy por el contrario, la subjetividad puede ser considerada un hecho objetivo (de segundo orden) en la expresión de la realidad subjetivada del sujeto.

Podemos plantear como último principio la autonomía de la subjetividad, pues toca lo más profundo de su sentido. Es decir, que la subjetividad es un siste-ma que encuentra sus propias leyes en la creación permanente de ella misma, sin una determinación exógena que la determine y marque sus trayectorias.

Finalmente, vale hacer una reafirmación, y es que en el enfoque histórico-cultural, la subjetividad nunca es entendida sin el acto, en calidad de meros con-tenidos. La subjetividad en sus formas de expresión jamás se comprendería sin el carácter objetivo, y la objetividad nunca sería comprendida sin la cualidad que enlaza su potencial de incidencia como hecho social, es decir sin la objetividad de segundo orden.

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