Cuerpo Lengua Subjetividad

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Cuerpo, lengua, subjetividad Author(s): Julio Ramos Source: Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, Año 19, No. 38 (1993), pp. 225-237 Published by: Centro de Estudios Literarios "Antonio Cornejo Polar"- CELACP Stable URL: http://www.jstor.org/stable/4530688 . Accessed: 01/10/2013 17:15 Your use of the JSTOR archive indicates your acceptance of the Terms & Conditions of Use, available at . http://www.jstor.org/page/info/about/policies/terms.jsp . JSTOR is a not-for-profit service that helps scholars, researchers, and students discover, use, and build upon a wide range of content in a trusted digital archive. We use information technology and tools to increase productivity and facilitate new forms of scholarship. For more information about JSTOR, please contact [email protected]. . Centro de Estudios Literarios "Antonio Cornejo Polar"- CELACP is collaborating with JSTOR to digitize, preserve and extend access to Revista de Crítica Literaria Latinoamericana. http://www.jstor.org This content downloaded from 152.74.16.35 on Tue, 1 Oct 2013 17:15:17 PM All use subject to JSTOR Terms and Conditions

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Cuerpo, lengua, subjetividadAuthor(s): Julio RamosSource: Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, Año 19, No. 38 (1993), pp. 225-237Published by: Centro de Estudios Literarios "Antonio Cornejo Polar"- CELACPStable URL: http://www.jstor.org/stable/4530688 .

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REVISTA DE CRITICA LITERARIA LATINOAMERICANA Aiio XIX, N- 38. Lima, 2do. semestre de 1993; pp. 225-237.

CUERPO, LENGUA, SUBJETVIDAD*

Julio Ramos University of California. Berkeley

iQui6n eres? Cucl es tu patria? epfgrafe de Sab

1. Ante la pregunta por la constituci6n de la subjetividad y su relaci6n con la literatura, particularmente la novela en el siglo XIX, quisiera situarme en los limites que demarcan -y al demar- car hacen posible- la configuraci6n de un campo emergente de identidad. Tales limites escinden, en el caso particular que nos con- cierne, lo blanco de lo negro, la lengua propia de la de otro, el aden- tro del afuera. Y entre medio (es un decir) la zona menos visible y administrable de la hibridez: el esclavo que escribe con la letra de un hombre blanco, como Manzano, o la mulata que pasa, como Ce- cilia, y al pasar disimula y deshace los bordes y la integridad de las categorias diferenciales duras postuladas por un proyecto de funda- ci6n nacional articulado en torno de una compleja tropologia de contaminaci6n y pureza. Sobre esa zona maleable y porosa agudiza su foco el ojo vigilante desde donde se articula la ficci6n abolicio- nista.

El corpus, no estrictamente literario, por cierto, es sin embargo bastante preciso: los discursos sobre la lengua, el cuerpo y su rela- ci6n con la naci6n futura en el abolicionismo cubano, particular- mente los materiales recopilados por Domingo del Monte para el dossier del antiesclavista britdnico, Richard Madden1. La coyuntu- ra es bien conocida: se trata, a partir de los 1830, de la proliferaci6n de discursos reformistas sobre el estatuto jurfdico, medico y lin- lingiifstico de los esclavos2. Reflexiones criticas de la esclavitud, sin duda, aunque desencadenadas por el terror de la 6lite criolla ante el contacto racial y linguistico, una de las aporias insoslayables que confronta el proyecto de fundaci6n nacional entonces en ciernes, y que la novela intent6 superar mediante su trabajo con la heteroge- neidad linguiiistica.

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Por otro lado, de entrada conviene aclarar que no pretendere- mos buscar en estos materiales, generados desde los intereses y las luchas internas de una zona del campo del poder en vias de reorga- nizaci6n, la presencia, la voz "propia", aut6noma, del esclavo; esa es mas bien una de las fabulas legitimadoras de los discursos que analizamos, que en buena medida son ficciones del habla del escla- vo y que asimismo postulan, en la interpelaci6n al habla, la consti- tuci6n del esclavo en sujeto aut6nomo. Discursos de fuerte reclamo testimonial que frecuentemente autorizan su proyecto racionaliza- dor y escriturario en nombre y con la voz del otro. Por supuesto, tampoco quiere decir esto que los esclavos y sus descendientes en Cuba, quienes hacia los 1830 -amenazantemente, para los blan- cos- se acercaban a ser la mayoria de la poblaci6n ocuparan mera- mente un lugar imaginario en las fantasias de las elites criollas3. Sus mecanismos de resistencia y contradiscurso continiuan siendo documentados, y en buena medida deciden la especificidad de la formaci6n de la cultura nacional cubana. Pero tal documentaci6n no es aqui el objetivo primario de la lectura.

Producidos pocas d6cadas despu6s de la revoluci6n en Haiti, los discursos sobre la heterogeneidad etno-linguifstica en Cuba, en tan- to enigma que debfa ser resuelto, develado, en el proceso de la confi- guraci6n nacional, nos hablan mas bien sobre las fobias de la pro- pia elite liberal, ain timidamente modernizadora, que articula las representaciones de los esclavos. En esas representaciones la elite liberal elabora, especularmente, sus categorias de identidad, de ra- za, de lengua, de ciudadania, acaso sin Ilegar a dominar nunca su propia ansiedad ante la ineluctable heterogeneidad 6tnica que por otro lado motiva y parad6jicamente estimula la proliferaci6n de dis- cursos de orden y condensaci6n. En ese sentido, el proceso del "ima- gining" nacional esta desde adentro minado por el estimulo de su propia negaci6n, por la huella de esa heterogeneidad que no cesa de reemerger, sobre todo en la ficci6n, como un resto inapropiable, aunque constitutivo de la naci6n a lo largo de todo el proceso de su inconcluso devenir4.

Se trata de discursos que emergen a medida que comienza a fracturarse la hegemonia del orden juridico y simb6lico de la escla- vitud y su particular polftica del cuerpo, basada en la tortura y el trabajo forzado. En tal coyuntura, los emergentes discursos aboli- cionistas, sin duda minados de contradicciones, registran el paso, en la Cuba aun colonial y esclavista, hacia la constituci6n de ca- tegorias juridicas modernas basadas en un nuevo r6gimen de pro- piedad5. Tal regimen de propiedad suponfa la elaboraci6n de una nueva relaci6n entre el poder y el cuerpo fundada en la disciplina, en la productividad y en la higiene. Por el reverso del silencio al cual la tortura reducia el lugar del esclavo, el orden emergente pro- yectaba, inicialmente en la ficci6n y en los debates jurfdicos sobre el testimonio de subalternos, la transformaci6n del esclavo en sujeto

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del discurso, sujeto en tanto capaz de hablar y reflexionar sobre su cuerpo -la instancia minina de propiedad en el discurso liberal cldsico. La incorporaci6n del esclavo a la racionalidad de la lengua -propuesta por la ficci6n bastante antes de que el campo juridico o pedag6gico se planteara la posibilidad- proyectaba la transforma- ci6n del esclavo en ciudadano moderno: sujeto de la ley que interna- liza las condiciones de un nuevo contrato social, no ya basado en el control por suplicio, sino en las complejas redes de subjetivaci6n y auto-administraci6n del alma6. No es casual, en ese sentido, que el momento inaugural del gdnero antiesclavista, en el circulo de Del Monte, fuera la interpelaci6n del esclavo Juan Francisco Manzano; su relato de vida, de marcado tono confesional, fue escrito en res- puesta a la exigencia por parte de los letrados reformistas de un testimonio sobre la tortura y la brutalidad del regimen esclavista7. En efecto, la Autobiografia de Manzano es una minuciosa reflexi6n sobre el dolor ffsico que el sujeto, constituido en el mismo proceso de su representaci6n del dolor, astutamente intercambia por el costo de su manumisi6n y autonomia juridica8.

Una de las hip6tesis basicas de esta investigaci6n es que la instancia de discontinuidad entre los 6rdenes juridicos de la escla- vitud y la ciudadania, en los momentos inaugurales de la constitu- ci6n nacional, pasa por la reorganizaci6n de la lengua y su relaci6n con la categorfa del cuerpo.9 La ficci6n -y las formas de represen- taci6n del discurso que configuran la especificidad gen6rica de la novela10- contribuyeron notablemente a la reflexi6n necesaria para la transformaci6n del esclavo -hasta entonces reducido a la ca- tegorfa de un cuerpo amordazado y torturado- en subjetividad, en nombre propio -con derecho al habla- como en el testimonio clave de Manzano. Ahi la ficci6n provee un prospectivo archivo de dife- rencias, un elaborado taller de exploraci6n, no s6lo de diferentes "palabras" en pugna en un mundo-de-vida que debia ser centrali- zado bajo la ley de la lengua nacional, sino tambi6n de posiciones discursivas nuevas y modelos de contacto y jerarquizaci6n entre las mismas en el espacio aun virtual de la naci6n futura. Por su flexibilidad ret6rica, por el trabajo con la heterogeneidad linguisti- ca que la distingue, la novela se convierte asi en un genero privile- giado, incluso mas que la gramatica y sus taxonomfas, para la re- flexi6n sobre el proyecto de la lengua nacional requerida, no s6lo para la instalaci6n de las redes comerciales y politico-juridicas de la naci6n moderna, sino tambi6n para el establecimiento del orden simb6lico constitutivo de la ciudadanfa modernall.

2. Para particularizar un poco estas hip6tesis, quisiera comen- tar un texto relativamente desconocido, escrito por una de las figu- ras claves del circulo delmontino, el novelista Anselmo Sudrez y Romero. La importancia de este texto menor, una cr6nica periodis- tica titulada "Ingenios"12, es al menos doble. Es la "fuente" docu- mental, testimonial, en que Suarez y Romero basa una escena clave

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de su novela, Francisco o las delicias del campol3, la primera en la serie antiesclavista; me refiero a la escena del baile de esclavos en los mArgenes del ingenio azucarero, que luego ha pasado a ser un pequeflo clAsico de la etnografia y la musicologia cubana, lo que nos permitirA especular un poco sobre el paso del "documento" a la ficci6n, y lo que nos recuerda tambi6n la importancia de la ficci6n para la configuraci6n ret6rica de la "ciencia" etnogrAfica futural4. Mas au'n, la escena, en la que un viajero de la ciudad da testimonio a un destinatario urbano de una fiesta secreta de esclavos, condensa la economi'a, la distribuci6n de los lugares de enuncia- ci6n y las posiciones de los participantes, en la escena de constitu- ci6n de un sujeto subalterno, puesto inicialmente por el que mira en el lugar de un cuerpo cuya inscripci6n diferencial -en los If- mites de la lengua, de la blancura, de la humanidad misma- posi- bilita a su vez la constituci6n de la identidad del sujeto dominante que alli piensa, enuncia y escribe contra el orden esclavista. Doble- mente primaria, entonces, conviene leer la escena con cierto dete- nimiento:

Aunque era sabado la negrada sacaba faena chapeando en el platanal; hacfala alli por ser de noche, no obstante la claridad de la luna, y porque para aquella se escogen de ordinario los puntos donde haya menos riesgo de que padezcan las labranzas. Cerca de las ocho par6 el trabajo; una campanada toc6 la queda, y los negros, que la aguardaban impacientes, echaron a correr hacia las margenes del rio que pasa por el ingenio a cortar haces de yerba de guinea que traer a los caballos. Cada cual cort6 una buena porci6n, la at6 con bejucos, y la carg6 en la cabeza; unos me- tieron los machetes dentro de la yerba, otros en las vainas, y las negras los colgaron en la tira de cuero con que se ciiien el talle a manera de cin- tur6n; el contramayoral se coloc6 el illtimo de todos, y en este orden, aglo- merados los varones y las hembras, los chicos y los grandes, y hablando un guirigay a su manera, entraron en el ancho batey. Venian haciendo una estrepitosa algazara cantando y riendose todos a un tiempo, como quienes habian trabajado sin cesar toda la semana. Apenas botaron la yerba en la pila, se dirigi6 el mas viejo y ladino de ellos a la casa de vi- vienda, mientras los otros se quedaron aguardandolo, hechos un mont6n, a corta distancia. Venfa a pedir licencia para que en sefial de haber lle- gado aquel dfa los amos los dejasen bailar tambor. Poco despu6s torn6 el viejo adonde los otros, en cuya repentina voceria y carreras hacia los bo- hfos bien se demostr6 que habla alcanzado 6xito favorable la solicitud. No fue menester mas para que yo, que me divierto tanto en observar estas co- sas, siempre nuevas para quien viene de la ciudad al campo, saliese in- mediatamente detras de la negrada encaminandome tambi6n a los bo- hios. Cuando llegue ya se habian sacado los tambores a un pequefio lim- pio circular y pelado de yerba, ciertamente con el roce continuo de los pies; me escondi detras de un arbol, porque en habiendo alguin blanco delante, los negros se averguenzan y ni cantan ni bailan; y desde allf pude observarlos a mi sabor. Dos negros mozos cogieron los tambores, y sin calentarlos siquiera co- menzaron a llamar, interin los demas encendlan en el suelo una cande-

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la con paja seca o bailaban cada cual por su lado. [...] iY qu6 figuras hacfan los bailadores? Siempre ajustados los movimientos a los varios compases del tambor, ora trazaban circulos, la cabeza a un lado, menean- do los brazos, la mujer tras del hombre, el hombre tras de la mujer; ora bailaban uno enfrente de otro, ya acercdndose, ya huy6ndose; ora se po- nIan a virar, es decir, a dar una vuelta rApidamente sobre un pie, y luego, al volverse de cara, abrian los brazos y los extendfan, y saltaban sacando el vientre. [...] lQu6 bulla, qu6 griterfa, qu6 desorden amigo mfo! Ya he dicho que s6lo dos bailaban en medio; pero qui6n contiene a los negros de naci6n y a los criollos que con ellos viven, en oyendo tocar tambor? Asf es que por brincar se salfan muchos de la fila, y aparte de todos, como unos locos, mataban su deseo hasta mas no poder, hasta que bafiados de sudor y relucientes como si los hubiesen barnizado, hijadeando, casi faltos de re- suello, se incorporaban nuevamente en la fila (pp. 198-9).

La escena proto-etnografica se construye en torno la figura de un sujeto que mira, un voyeur que, invisible para los negros, enfatiza su distancia del campo observado. Z,Qu6 pulsi6n moviliza la curio- sidad del voyeur, qu6 relato construye sobre su escena primaria?15 Ahi se inscribe una de las posiciones basicas desde donde se articulan los discursos sobre el negro en Cuba, mas alla del archivo antiesclavista, por lo menos hasta la etapa criminol6gica de Fernando Ortiz en El hampa afro-cubana, y su dialogante novelis- tico, Ecue Yamba 0 de Carpentier: el lugar del intelectual como es- pfa e int6rprete de los movimientos de un cuerpo enigmatico que el discurso marca con ciertos rasgos diferenciales especilficos -ra- ciales, linguisticos, morales- y la representaci6n de la expresivi- dad de los esclavos como efecto de una actividad secreta: el "incom- prensible guirigay" de los esclavos, que el destinatario urbano no comprende, y que debia ser descifrado y depurado por la traducci6n que ofrece el mediador curioso.

Esa posici6n privilegiada se arma, primeramente, mediante el recorte de un campo muy reducido de visibilidad, con limites preci- sos: el pequefno circulo pelado de yerba donde bailan los esclavos. El rigor del recorte que impone la mirada de quien permanece escon- dido contrasta la energia, el miovimiento desbordante, que el voyeur le atribuye a los negros. En contrapunto con el rigor -y la lengua misma- del que vigila, esa energia desordenada y ruidosa figura ahi como un fen6meno estrictamente fisico, irracional y desarticu- lado, ligado al deseo y a la amoralidad casi animal de los cuerpos danzantes. En otras zonas de los discursos sobre el cuerpo, en el proyecto de regulaci6n del espacio urbano en la Memoria sobre la vagancia en Cuba de Saco, por ejemplo, o en el peso de la mirada taxon6mica, jerarquizante, del narrador en Cecilia de Villaverde, constatariamos la relaci6n mucho mas elaborada entre el poder de esa visibilidad y la voluntad disciplinaria anticipada por la breve escena. Y por el reverso de esa distancia vigilante, comprobamos tambien una paradoja que tanto Saco como Hegel no cesaron de en- fatizar: la reificaci6n del esclavo en el lugar del cuerpo -en el lugar

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del trabajo, del fundamento productivo de la sociedad, de la alimen- taci6n, de la sexualidad y de la reproducci6n misma- conlleva, pa- ra esa mente que se distancia del cuerpo, la dependencia (y el de- seo) del objeto mismo de su abyecci6n. Es la paradoja del voyeur, el que s6lo puede mirar, que en el caso de Cecilia, por ejemplo, se exaspera en la ambivalente atracci6n del narrador por los signos de una sexualidad que fomenta el contacto de los cuerpos heterog6neos y deshace asi la posibilidad de una naci6n que debia ser fundada, segun el discurso autorial, sobre la base de categorias puras de identidad racial16.

Ante la barbarie de los cuerpos cobra espesor la moralidad, la racionalidad, la lengua y la blancura del que los representa. Y algo mas: en el llamado al destinatario, "amigo mio", lector de un peri6dico urbano, se cristaliza otra identificaci6n cuya familiaridad -imaginaria- es el reverso mismo de la extrafieza enfatica del voyeur ante los cuerpos negros espiados. "Mira, mama, un negro", recordaba Fanonl7, seflalando c6mo la designaci6n, en ese esque- ma diferencial en que se inscribe (y se distorsiona) el cuerpo y la lengua del negro, con el mismo movimiento de su fobia hace posible la identificaci6n, el "imagining" familiar. Tal vez ahi radique uno de los problemas claves de las hip6tesis de Benedict Anderson sobre el nacionalismo como una construcci6n de alianzas participato- rias18. Las alianzas -como la del narrador en nuestra escena con el lector del peri6dico- implican la agonistica subyacente, digamos, de una violencia fundatriz, las pugnas irreductibles que la "co- munidad" intenta sublimar, y de las cuales la 16gica misma del "imagining" comunitario, por supuesto, no puede dar cuenta.

Ahora bien: es notable c6mo la reescritura de la escena etno- gr6fica en la novela de Suarez y Romero, Francisco o las delicias del campo, borra el lugar del que espia en la cr6nica y desplaza la perspectiva a un narrador omnisciente. Por el reverso de esa eli- si6n, correlativamente la novela suple una nueva posici6n a la esce- na, muy reveladora en t6rminos de nuestra pregunta por la subje- tividad. El protagonista, Francisco, esclavo dom6stico, letrado como Sab, y desterrado al ingenio por castigo, observa los cuerpos dan- zantes de los otros esclavos desde una distancia casi sim6trica a la del voyeur en la escena etnografica: "S6lo Francisco no se mezclaba en tales regocijos; sentado sobre un trozo de madera, junto a la fogata, contemplaba tristemente aquel cuadro bullicioso [...]" (Fran- cisco, p. 111). La simetria entre la posici6n de Francisco y la del voyeur corrobora algo que sugerimos antes: el sitio de la subjetivi- dad se traza, en el don de la lengua, como efecto de un distancia- miento del lugar del cuerpo, escisi6n constitutiva del personaje co- mo un individuo autorreflexivo y contemplativo.

Esa es, por cierto, la misma trayectoria del esclavo Juan Fran- cisco Manzano, quien insistentemente en su Autobiografia evita desde pequefio el "roce" con los cuerpos de los otros esclavos; el ges-

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to del esclavo pudoroso que intenta, en la insistencia del batio o en el reconocimiento de la funci6n individualizadora de la ropa, cubrir y controlar su "propia" corporalidad, objeto constitutivo del poder del amo. Tal es la ambigua maniobra del esclavo que reconoce, con aguda lucidez, que la escritura consignaba el poder -hasta enton- ces reservado al amo- de situar al sujeto fuera o por encima del cuerpo doliente y explotado, incluso el propio. Escribir, asumir el discurso -y con 61 inscribirse en las categorias de una subjetividad trazada por el emergente orden juridico de la ciudadania- era para Manzano escribir sobre el cuerpo, pero evidentemente no en una escena festiva de reencuentro con la corporalidad, como querria ha- cernos pensar cierto procedimiento estereotipificador, muy actual, que identifica la escritura subalterna con un saber idealizado, fun- dado en la experiencia inmediata de la corporalidad. En cambio, para Manzano, como para Francisco, entrar a la economfa del dis- curso, de la gramatica y la representaci6n presuponia un distan- ciamiento enfatico de la corporalidad, un salto, muy inc6modo y contradictorio, sin duda, al lugar aparentemente incorp6reo de la escritura, del espiritu, del ojo distante que s6lo puede mirar y re- presentarl9.

En la 16gica de la novc1a de Suarez y Romero, esa distancia ha- ce posible la humanidad y t. .eroismo de Francisco, cuya elocuen- cia y racionalidad, recalcadas por el narrador a lo largo del relato, lo convierten en el limite de una humanidad reconstituida, nega- dora, esta claro, del suplicio y la tortura del r6gimen anterior, pero igualmente rigurosa y disciplinaria en su trabajo sobre el cuerpo, en su polftica fundada en la identificaci6n, en la interpelaci6n al habla y la autocontemplaci6n.

3. Conviene ahora, para concluir, retomar la hip6tesis sobre la relaci6n entre el proyecto de la lengua nacional y la novela que planteamos al inicio del trabajo, y preguntarnos: 6Habia algo espe- cifico en la 16gica del g6nero, en su ret6rica y modos de representa- ci6n, que predisponian la novela a proyectar las categonras de la na- ci6n futura? Sin recurrir a homologias, a un paralelo entre el "in- terior" de las relaciones actanciales y el "exterior" de los grupos que buscaba conjugar el imagining nacional, por ejemplo, creo que serfa posible replantear el papel politico de la ficci6n en t6rminos de los materiales mismos con que trabaja el g6nero. Materiales que para la novela son irreductiblemente discursivos, procesados y jerarquizados mediante las formas de representaci6n del discurso. Particularmente en las zonas latinoamericanas donde la heteroge- neidad etno-linguistica configuraba una de las contradicciones bd- sicas de la naci6n, la novela, deciamos, arm6 una especie de taller donde la emergente racionalidad estatal -que buscaba cristalizarse en la estructura de la lengua nacional- exploraba las posibles arti- culaciones entre las diferentes "palabras" o discursos, dialectos, lenguas, jergas de grupos, que pugnaban en el campo intensamen-

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te conflictivo de la multiplicidad etno-linguistica. Si la heterogenei- dad linguistica era una de las zonas que la hip6stasis nacional de- bia condensar, entonces no es casual que la novela, por la hetero- glosia en la constituci6n de la forma misma del genero, cumpliera un papel clave. Como sefiala Bakhtin:

La novela puede definirse como una diversidad de instancias discur- sivas (a veces incluso diversidad de lenguas) y una diversidad de voces individuales, organizadas artisticamente. La estratificaci6n interna de cualquier lengua nacional en sociolectos, discursos distintivos del com- portamiento particular de grupos, en jergas profesionales, en g6neros, discursos generacionales, lenguajes tendenciosos o ideol6gicos, lenguas de las autoridades que rigen en los diferentes cfrculos y de las modas, lenguas que trabajan segdin las necesidades polifticas del momento (pues cada dfa tiene su consigna, su vocabulario, sus acentos) -tal estratifica- ci6n de la lengua presente en toda lengua nacional en cada momento de su existencia hist6rica, es el prerequisito indispensable de la novela co- mo g6nero. La novela es una orquestaci6n de tal diversidad, la totalidad del mundo de los objetos y las ideas proyectadas y expresadas en 61, me- diante la diversidad social de tipos discursivos y mediante la diferencia- ci6n de voces individuales que florecen bajo tales condiciones2O.

Aunque Bakhtin reconoce el impulso totalizador, condensador, que puede cumplir la "orquestaci6n artistica" en el trabajo con la di- versidad de los materiales que atraviesan la lengua nacional, su enfatica voluntad populista tiende a proyectar la heteroglosia, la multiplicidad de voces en el discurso novellstico, como un proceso nivelador, en el que cada frase o tipo de habla, y las ideologias im- pregnadas en su forma, parecerian compartir dial6gicamente el espacio de la representaci6n. El concepto del dialogo en Bakhtin tiende asi a borrar las constricciones institucionales, las jerarquias que regulan el contacto entre los diferentes discursos en la novela. Esa obliteraci6n le impide a Bakhtin explicitar la posible tendencia a la hegemonia que estimula el proceso de "orquestaci6n". La meta- fora musical le otorga prioridad a una armoni'a polif6nica, borran- do, me parece, la disonancia y la guerra entre discursos, palabras, acentos y autoridades que pugnan por centralizar la 16gica del sen- tido en la novela.

En t6rminos del caso especifico de la ficci6n antiesclavista cuba- na, la novela le proveia a la sociedad un mapa de la heterogeneidad linguistica, pero no meramente dial6gico o desjerarquizado: en la representaci6n de tal heterogeneidad la novela impone un tipo de orden, una economi'a del sentido que, como sefiala Juan Gelpi en el caso de Cecilia, valora y jerarquiza los materiales con que tra- baja21.

Por otro lado, Zque orden puede fundar una novela? Si bien el primer movimiento del analisis busca explicitar los modelos de je- rarquizaci6n que la economia autorial impone sobre la heteroge- neidad linguistica, un segundo movimiento, mas atento a las con-

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tradicciones internas y a los deslices del propio discurso fundador, intentaria demostrar c6mo la hibridez constitutiva de la novela, su l6gica de permanentes desplazamientos y equfvocos (tematizada, con notable ansiedad, en el texto clave de Villaverde en la figura misma de la mulata Cecilia, "vagabunda" y "peregrina") problema- tiza la posibilidad de la jerarquizaci6n, minando cualquier catego- na de pureza. Antesala de la ley, la ficci6n configuraba para el pro- yecto fundador un suplemento tan necesario como peligroso, por- que insistentemente le abria espacio -a pesar del propio discurso autorial, fundacional- a restos improcesables por las redes de la simbolizaci6n.

No dudamos, entonces, de la funci6n mediadora y del impulso aleg6rico que Doris Sommer con lucidez le asigna a las "ficciones fundacionales" del siglo XIX22. Sin embargo, habnra aun que in- sistir en cierto aspecto de la ficci6n que corroe la voluntad unifica- dora y que relativiza el cuadro de sus jerarqui'as.

Si el proyecto nacional, desde la escena originaria de la interpe- laci6n de Manzano, requerfa la incorporaci6n del habla del otro, su subjetivaci6n, en el cuadro de la lengua y del orden simb6lico mo- derno, ahora conviene leer, para concluir, una escena de Cecilia donde la ficci6n representa los limites y la imposibilidad de tal incorporaci6n.

Me refiero a un par de capitulos en la segunda parte de la no- vela, cuando la familia Gamboa visita el ingenio de su propiedad y confronta la fuga de varios esclavos. Contada, como tantas partes del relato, en un registro legal, la escena del retorno de los eselavos cimarrones al ingenio y las declaraciones que siguen tematizan las condiciones mismas del testimonio como el ejercicio de incorpora- ci6n y subjetivaci6n que moviliza y autoriza el discurso antiescla- vista. Leonardo Gamboa, hijo de los propietarios, le exige a Pedro Carabali, uno de los cimarrones, una confesi6n e informaci6n so- bre el paradero de los otros cimarrones. Pedro Carabali responde riendo. Luego de su regreso voluntario al ingenio, otra de las cima- rronas, Tomasa, tambi6n es interpelada a declarar, pero a pesar de la tortura se "muerde los labios". Tras mas suplicios, Pedro Ca- rabali, mutilado, es Ilevado a la enfermerfa del ingenio, donde la enfermera, la mulata Maria de Regla, cuenta lo siguiente:

Pedro, desde que le pusieron en el cepo, se neg6 a comer y hablar. [Y luego de escuchar los latigazos que le pegaban a sus companeros cimarrones] le entr6 una especie de furia. Murmuraba en su lengua palabras que yo no entendfa. Parecia loco. [...] Estoy persuadida que si hubiera podido hace aniicos el cepo. Le cogf miedo. [...]

[...] Me asom6 a la ventana para ver el baile de tambor por un instante, cuando sentf que Pedro se movia, volvi la cara y note que se andaba en la boca con los dedos. No pens6 nada malo, pero hizo un movimiento cual si le entrasen nauseas. Corrf a su lado. Acababa de sacarse los dedos de la boca, apretaba los dientes y procuraba agarrarse de la tarima con las dos

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manos. Entonces le entraron convulsiones. Me dio horror, mand6 lla-- mar al m6dico y sin saber c6mo ni cuAndo se me qued6 muerto entre los brazos [...]23.

"En pocas palabras [...], dice el m6dico, el negro se ha tragado la lengua" (p. 219).

Si la novela antiesclavista, desde el Francisco, de SuArez y Ro- mero, proyectaba la incorporaci6n del esclavo silencioso al espacio racionalizado, administrado, de la lengua nacional, entonces pode- mos leer la escena del suicidio de Pedro Carabali como la represen- taci6n, en la novela misma, de las aporfas confrontadas por la agenda aleg6rica, es decir, como una figuraci6n de las tensiones irreductibles confrontadas por el proyecto novelistico "fundacional". Carabali -que en Cuba era sin6nimo de esclavo rebelde y hasta antrop6fago, seguin los temores del amo- decide tragarse la lengua, su lengua materna, antes de entrar a las negociaciones y a las alianzas del intercambio testimonial. Carabali, en esa escena, marca el limite del genero; es la figuraci6n del anti-testimonio. Su silencio fractura irreparablemente la alegoria nacional.

NOTAS

* Present6 las primeras versiones de este trabajo en el Coloquio de Dartmouth en octubre de 1991 y en la Catedra de Cultura Latinoamericana dirigida por Cintio Vitier en la Universidad de la Habana en junio de 1992. Los licidos comentarios de Yolanda Martfnez San-Miguel me facilitaron la revisi6n del texto que aquf se publica.

1. Para una descripci6n detallada de los materiales incluidos en el dossier de Richard Madden, ver William Luis. Literary Bondage: Slavery in Cuban Narrative, Austin: The University of Texas Press, 1990.

2. Cf. Manuel Moreno Fraginals. El ingenio. Complejo econ6mico social cu- bano del azucar, La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, vol. II, pp. 5-90.

3. En efecto, el 'desbalance" demografico fue uno de los disparadores de los ar- gumentos reformistas contra la esclavitud. V6ase, por ejemplo, el folleto del ide6logo principal del abolicionismo, J. A. Saco. Mi primera pregunta. 2La abolici6n del comercio de esclavos africanos arruinard o atrasard la agri- cultura cubana, Madrid: Imprenta Marcelino Calero, 1837.

4. En cuanto a la noci6n del resto como instancia de una tensi6n irresuelta constitutiva de la identidad, conviene remitir a la reflexi6n sobre el "sin- toma" en ZTz8k y a su crftica de la categorf a de la ideologfa como un proceso organico de subjetivaci6n y resoluci6n efectiva de contradicciones imagi- narias: "How, then, can we define the Marxsian symptom? Marx 'invented the symptom' (Lacan) by means of detecting a certain fissure, an asym- metry, a certain 'pathological' imbalance which belies the universalism of the bourgeois 'rights and duties.' This imbalance, far from announcing the imperfect realization of these universal principles -that is, an insufficiency to be abolished by further development- functions as the constitutive mo- ment: the 'symptom' is, strictly speaking, a particular element which sub

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verts its own universal foundation, a species subverting its own genus. In this sense, we can say that the elementary Marxist procedure of 'criticism of ideology' is already 'symptomatic': it consists of detecting a point of break- down heterogeneous to a given ideological field and at the same time ne- cessary for that field to achieve its closure, its accomplished form." Slavoj Ztz6k,The Sublime Object of Ideology, London: Verso, 1989, pag. 21.

5. Cf. Rebecca J. Scott. Slave Emancipation in Cuba. The Transition to Free Labor, 1860-1899, Princeton: Princeton University Press, 1985. Para un ana- lisis comparativo de los debates juridicos y filos6ficos en torno a la esclavi- tud, ver Orlando Patterson, Slavery and Social Death. A Comparative Study, Cambridge: Harvard University Press, 1982.

6. Cf. M. Foucault, La verdad y las formas jurtdica, M6xico: Gedisa, 1983, pp. 91-114. Por otro lado, habrfa que insistir en las contradicciones especlficas que confronta el proceso de establecimiento de la "sociedad disciplinaria" en America Latina. Sobre la relaci6n entre la categorfa del sujeto y la cons- tituci6n de la ciudadanfa moderna, cf. Etienne Balibar, "Citizen Subject"?, en: E. Cadava, P. Connor y J-L. Nancy, eds., Who Comes After the Subject, New York: Routledge, 1991, pp. 33-57.

7. Sobre la "interpelaci6n de los individuos como sujetos" en tanto rasgo dis- tintivo de la ideologfa en el capitalismo y como condici6n requerida para el establecimiento de un orden simb6lico-jurfdico moderno, cf. el texto clasico de L. Althusser. "Ideology and Ideological State Apparatuses" (1970), en: Essays on Ideology, London: Verso, 1976, pp. 1-60. Sobre Manzano, ver las licidas lecturas de Sylvia Molloy. "From Serf to Self: The Autobiography of Juan Francisco Manzano" en: At Face Value. Autobiographical Writing in Spanish America, Cambridge: Cambridge University Press, 1991, pp. 36-54; y Antonio Vera-Le6n. 'Juan Francisco Manzano: El estilo barbaro de la naci6n", Hispamgrica, 60, 1991, pp. 3-22.

8. Sobre la representaci6n del dolor como escena originaria de la constituci6n de un nuevo orden simb6lico o discursivo, cf. Elaine Scarry. The Body in Pain. The Making and Unmaking of the World, New York: Oxford Uni- versity Press, 1985.

9. Ver M. Foucault. Discipline and Punish. The Birth of the Prison, trad. A. Sheridan New York: Vintage Books, 1979; y Josefina Ludmer. El g6nero gauchesco. Un tratado sobre la patria, Buenos Aires: Editorial Sudameri- cana, 1988.

10. Sobre las formas de representaci6n del discurso en la novela, ver M.M. Bakhtin, "Discourse in the Novel", en: The Dialogic Imagination, M. Hol- quist, ed., trad. C. Emerson y Holquist, Austin: The University of Texas Press, 1981, pp. 259-422; y V.N. Volosinov. Marxism and the Philosophy of Language, trad. L. Matejka and I.R. Titunik, Cambridge: Harvard University Press, 1986. Tambi6n resulta fundamental el analisis de las di- namicas de la subjetividad en el discurso directo e indirecto en Ann Ban- field. Unspeakable sentences. Narration and Representation in the Lan- guage of Fiction, London: Routledge and Kegan Paul, 1982. Por su parte, Pier Paolo Pasolini analiza la relaci6n entre las jerarqufas trazadas en la representaci6n del discurso en funci6n del proyecto de construcci6n de la lengua nacional en Italia en Empirismo er6tico. Saggi, Roma: Garzanti Editore, 1972, particularmente "Nuove Questioni Linguistiche", pp. 5-24.

11. Sobre los debates en torno a la centralizaci6n linguistica y la formaci6n nacional en el caso especffico de Francia post-revolucionaria, cf. R. Balibar

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y D. Laporte. Le franqais national: politique et pratiques de la langue na- tionale sous la Revolution franqaise, Paris: Hachette, 1974; y Michel de Certeau, Dominique Julia y Jacques Revel.Une politique de la langue: La Revolution franqaise et les patois, Paris: Gallimard, 1975. Conviene enfatizar, por otro lado, que la centralizaci6n linguistica no s6lo cumple una funci6n circunstancial en la administraci6n de la racionalidad estatal moderna, en tanto condici6n, como seiiala R. Balibar, para la ejecuci6n de negociaciones comerciales y jurfdicas en un c6digo 'sin ruido", por ejem- plo. La internalizaci6n de la ley gramatical, como arguifa Andr6s Bello, es la condici6n que hace posible, mediante el dispositivo pedag6gico (y lite- rario, en tanto modelo del bien decir), la aparici6n de subjetividades au- todisciplinadas e inscritas en los territorios de una 6tica del habla y de la "verdad" bien dicha. De ahf que en Bello el discurso sobre la "monstruo- sidad" gramatical frecuentemente se deslice en metaforas moralizantes que tienden a identificar el "vicio" del mal decir con la pasi6n y los "vicios' morales.

12. Fechada en 1840 por SuArez y Romero, la cr6nica es parte de su Colecci6n de articulos, La Habana: Establecimiento Tipografico La Antilla, 1859, pp. 195- 208.

13. Francisco o las delicias del campo fue redactada entre 1838 y 39 para formar parte del dossier de Madden, pero no se publica hasta 1880. Manejamos la edici6n de La Habana: Editorial de Arte y Literatura (1974), con pr6logo de Eduardo Castanieda.

14. Sobre la relaci6n entre ficci6n y etnograffa, cf. Roberto Gonzflez Echeva- rrfa. Myth and Archive: A Theory of Latin American Narrative, Cam- bridge: Cambridge University Press, 1990 y Mary Louise Pratt, Imperial Eyes. Travel, Writing and Transculturation, London: Routledge, 1992.

15. En la tradici6n sicoanalftica, ver el estudio sobre el voyerismo en tanto sexualizaci6n sublimada de la mirada de Karl Abraham, "Restrictions and Transformations of Scoptophilia in Psycho-neurotics" (1913), en: Selected Papers, trad. D. Bryan y A. Stradey, New York: Basic Books, 1965, pp. 169- 234.

16. En buena medida, la inscripci6n de la mirada sobre el cuerpo del otro en los discursos disciplinarios del abolicionismo, lejos de proponer un modelo de "mestizaje" como soluci6n a la heterogeneidad racial, se encuentra motiva- da por fantasfas f6bicas de "contagio" y "contaminaci6n". Tales fobias son centrales al proceso del "imagining" nacional y se cristalizan en una nota- ble tropologfa de la pureza que asimismo sobredetermina la representaci6n de la diversidad lingtifstica en las formas de la representaci6n del discurso en las novelas. Sin embargo, la ret6rica de la pureza y del contagio no fue estrictamente una invenci6n literaria; remite mas bien a las representa- ciones del cuerpo y la transmisi6n articuladas por el discurso higi6nico que cobra un papel fundamental en la producci6n de categorfas de limites y territorialidad para la naci6n futura, particularmente despu6s de la desas- trosa epidemia de c6lera que azot6 a Cuba en 1832 (precisamente en la etapa inaugural del abolicionismo). Saco, entre otros, escribi6 sobre la epidemia, que para muchos habfa sido traIda a la Isla por esclavos africanos. Signi- ficativamente, tanto en los manuales de higiene como en las novelas del pe- rfodo, la nodriza es una figura clave de contacto y comunicaci6n entre las castas. En general se pensaba, hasta bien entrado el siglo XX, que las no- drizas negras o mulatas no s6lo transmitfan enfermedades ffsicas a los ni-

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nfos de la 6lite criolla, sino que tambien comunicaban vicios morales y si- col6gicos. Significativamente, las nodrizas tambi6n ensen'aban la lengua a los hijos de la 6lite; de ahf que el discurso sobre la leche -sobre la mala le- che- frecuentemente se deslice en met6foras sobre la contaminaci6n lin- gfifstica. Sobre la importancia de las metaforas de pureza y contaminaci6n en el proceso de construcci6n de las categorfas de lfmites y territorialidad que fundamentan los discursos de la identidad social, ver el estudio clasico de Mary Douglas. Purity and Danger, New York: Frederick A. Praeger, 1966. Sobre el poder simb6lico de la higiene, ver tambien Georges Vigarello. Le propre et le sale. L'hygiene du corps depuis le Moyen Age, Paris: Editions du Seuil, 1985; y Dominique Laporte. Historia de la mierda, trad. N. P6rez de Lara, Valencia: Pre-Textos, 1980.

17. F. Fanon. Black Skin, White Masks (1952), Charles Lam Markman, trad., New York: Grove Weidenfeld, pp. 111-2.

18. B. Anderson. Imagined Communities: Reflections on the Origin and Spread of Nationalism, London: Verso, 1983. Para una lucida elaboraci6n y crftica de la noci6n de la "comunidad" en Anderson, cf. Mary L. Pratt. 'Linguistic Utopias", en Nigel Fabb et al, eds. The Linguistics of Writing: Arguments Between Language and Literature, New York: Methuen Inc., 1987.

19. Por otro lado, Zc6mo marca el cuerpo del esclavo la supuesta incorporiedad de la escritura? Si bien es cierto que Manzano Ilega a la escritura mediante un estrat6gico proceso mim6tico, apropiando la letra del amo, su mimetismo somete la "esencia" del amo -el espiritu de su ley y escritura- a una dupli- caci6n que sitiia la escritura en el lugar del objeto representado (el cuerpo), vaciandola asf de su reclamo universalista o esencial. Para Manzano la letra cesa de ser espfritu, se convierte en materia sometible al uso, a la prac- tica, a la temporalidad.

20. M. Bakhtin. "Discourse in the Novel", pp. 262-3. 21. Juan G. Gelpf. "El discurso jerarquico en Cecilia Valdes", Revista de Crt-

tica Literaria Latinoamericana, XVII, 34, Primavera 1991, pp. 47-61. 22. D. Sommer. Foundational Fictions. The National Romances of Latin Ame-

rica, Berkeley: University of California Press, 1991. 23. Cirilo Villaverde. Cecilia Valdes. Novela de costumbres cubana, M6xico:

Editorial PorrIia, 1979, pp. 221-22.

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