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MIS LECTURAS DIARIAS I 2do Básico Hagamos prácticas las ideas útiles DIE Descubramos el mundo de Fantasía que guarda cada Lectura DEPARTAMENTO DE INVESTIGACIONES EDUCATIVAS

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Mis Lecturas Diaria

sPRESENTACIÓN.............................................................................................................................................................3

RAPUNZEL.....................................................................................................................................................................4

EL PEZ ARCOÍRIS............................................................................................................................................................7

SIETE RATONES CIEGOS.................................................................................................................................................9

ED YOUNG.....................................................................................................................................................................9

CAPERUCITA ROJA.......................................................................................................................................................11

RICITOS DE ORO Y LOS TRES OSOS...............................................................................................................................13

LA AÑAÑUCA...............................................................................................................................................................16

LA SERPIENTE EMPLUMADA DE ASOSOSCA.................................................................................................................17

EL COYOTE Y LA TORTUGA...........................................................................................................................................18

LA LEYENDA DE TANABATA.........................................................................................................................................20

EL MEDIO POLLO.........................................................................................................................................................22

EL PEZ COI...................................................................................................................................................................28

CORAZÓN DEL MANDARÍN..........................................................................................................................................31

WILLY Y HUGO.............................................................................................................................................................34

EL REY SAPO................................................................................................................................................................36

YO SÍ... YO NO.............................................................................................................................................................40

CANCIÓN DEL JARDINERO............................................................................................................................................43

FLON FLON Y MUSINA.................................................................................................................................................45

NIÑA BONITA..............................................................................................................................................................47

FÁBULA DE LA RATONCITA PRESUMIDA......................................................................................................................50

LA MONA JACINTA......................................................................................................................................................52

FÁBULA DE LA AVISPA AHOGADA................................................................................................................................54

LA OTRA ORILLA..........................................................................................................................................................59

CANCIÓN DE LA VACUNA.............................................................................................................................................61

LEÓN DE BIBLIOTECA...................................................................................................................................................64

CUTUFATO Y SU GATO.................................................................................................................................................69

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LECTURAS DIARIAS 2º BÁSICO

“El profesor que lee a sus alumnos una obra que le interesa, que demuestra con sus comentarios y sus actos que es un lector activo, que destina tiempo a la lectura, que tiene sus preferencias y sus opiniones y que usa la lectura para diversos propósitos, encarna un modelo de lector involucrado y atractivo para los estudiantes…”

Pág 36 Programa de Estudio Lenguaje 2º Básico

Comunicación Oral

OA22 Comprender y disfrutar versiones completas de obras de literatura, narradas o leídas por un adulto, como:

- cuentos folklóricos- poemas- fábulas- leyendas

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PresentaciónEstimado Profesor/a:

El presente documento es una herramienta que permite introducir a los niños en el mundo narrativo.

Acercar a los alumnos a la lectura requiere desarrollar, en la sala de clases, diferentes tipos de situaciones que los inviten a avanzar por su camino lector. Serás la protagonista, a través de la lectura en voz alta, abriendo así un espacio de intercambio sobre lo leído.

Aquí encontrarás selecciones de lecturas propuestas en el Programa de Estudio de 2º Básico, en las Unidades 1 y 2.

Estas Lecturas debes enfocarlas a los siguientes requisitos mínimos según los Estándares de Aprendizaje entregados para SIMCE de 2do Básico:

REQUISITOS MÍNIMOS PARA ALCANZAR EL NIVEL DE APRENDIZAJE ADECUADO

REQUISITOS MÍNIMOS PARA ALCANZAR EL NIVEL DE APRENDIZAJE ELEMENTAL

Para alcanzar el Nivel de Aprendizaje Adecuado, los estudiantes de 2º básico deben demostrar evidencia consistente de que, en una variedad de textos de sintaxis(1) simple y vocabulario de uso frecuente adecuados para el periodo evaluado, pueden al menos:

Para alcanzar el Nivel de Aprendizaje Elemental, los estudiantes de 2º básico deben demostrar evidencia consistente de que, en una variedad de textos de sintaxis simple y vocabulario de uso frecuente adecuados para el periodo evaluado, pueden al menos:

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Establecer de qué trata un texto de tema familiar (2). Secuenciar acciones o pasos principales e intermedios,

expresados explícitamente y dispuestos de manera cronológica, en instrucciones o en una narración.

Realizar inferencias sobre aspectos o situaciones poco familiares para los estudiantes, a partir de pistas evidentes entregadas en el texto.

Inferir la causa o la consecuencia directa de un hecho, sugerida en el texto.

Inferir características y sentimientos comunes de los personajes (alegría, tristeza, rabia, miedo, entre otros), cuando se encuentran en situaciones familiares para los estudiantes.

Inferir el significado de ilustraciones e íconos familiares para los estudiantes.

Establecer de qué trata un texto de tema familiar, cuando contiene claves o pistas que ayudan a determinarlo (ej.: ilustraciones, título e ideas reiteradas).

Secuenciar acciones o pasos principales expresados explícitamente y dispuestos de manera cronológica, en instrucciones o en una narración.

Realizar inferencias sobre aspectos o situaciones familiares para los estudiantes, a partir de pistas evidentes entregadas en el texto.

Reconocer la causa o la consecuencia directa de un hecho cuando está mencionada explícitamente en el texto.

Identificar, cuando están mencionados explícitamente en el texto, características y sentimientos de los personajes.

Inferir la relación entre una ilustración y alguna parte del texto, cuando es evidente.

Loca

liza

r In

form

ació

n Localizar información explícita que se encuentra en cualquier parte de un texto.

Localizar información explícita que se visualiza fácilmente debido a que está destacada de manera gráfica, se encuentra al principio de la lectura, aparece reiteradamente o se encuentra en un texto muy breve.

Ref

lex

ion

ar

Expresar una opinión o plantear una solución a un problema aludiendo a aspectos relevantes del texto.

Expresar una opinión aludiendo a aspectos poco significativos del texto.

(1) Sintaxis simple: La que caracteriza a un texto continuo formado por oraciones simples, o con pocas cláusulas subordinadas o ramificadas (subordinadas dentro de otras subordinadas).

(2) Tema familiar: a) Aquel cuyo contenido es cercano a la experiencia de mundo del estudiante. b) Aquel cuyo contenido es conocido por el estudiante debido a sus experiencias previas de lectura. c) Aquel cuya estructura y contenido son conocidos por el estudiante debido a sus experiencias previas de lectura.

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LECTURA Nº 1

RapunzelHermanos Grimm

Había una vez una pareja de reyes que desde hacía mucho tiempo deseaba tener hijos. Aunque la espera fue larga, por fin, sus sueños se hicieron realidad. La futura madre miraba por la ventana los rapunceles del huerto vecino. Se le hacía agua la boca nada más de pensar lo maravilloso que sería poder comerse uno de esos rapunceles. Sin embargo, el huerto le pertenecía a una bruja y por eso nadie se atrevía a entrar en él.

Pronto, la reina ya no pensaba más que en esos rapunceles, y por no querer comer otra cosa empezó a enfermarse. Su esposo, preocupado, resolvió entrar a escondidas en el huerto cuando cayera la noche, para coger algunos. La reina se los comió todos, pero en vez de calmar su antojo, lo empeoró.

Entonces, el rey regresó a la huerta. Esa noche, la bruja lo descubrió.

-¿Cómo te atreves a robar mis rapunceles? -dijo.

Aterrorizado, el rey le explicó a la bruja que todo se debía a los antojos de la reina.

-Puedes llevarte los rapunceles que quieras -dijo la bruja -, pero a cambio tendrás que darme al bebé cuando nazca.

El pobre hombre no tuvo más remedio que aceptar. Tan pronto nació, la bruja se llevó a la hermosa niña. La llamó Rapunzel, como venganza a su robo. La belleza de Rapunzel aumentaba día a día. La bruja resolvió entonces esconderla para que nadie más pudiera admirarla.

Cuando Rapunzel llegó a la edad de los doce años, la bruja se la llevó a lo más profundo del bosque y la encerró en una torre, con una puerta y una escalera oculta y solo una ventana visible, para que no se pudiera escapar. Cuando la bruja iba a visitarla, le decía desde abajo:

-¡Rapunzel, Rapunzel deja tu pelo caer!

Rapunzel se sentaba junto a la ventana, colgaba su larga cabellera rubia de un garfio y la dejaba caer para que la bruja subiera. Al cabo de unos 7 años, el destino quiso que un príncipe pasara por el bosque y escuchara la voz melodiosa de Rapunzel,

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que cantaba para pasar las horas. El príncipe se sintió atraído por la hermosa voz y quiso saber de dónde provenía. Finalmente halló la torre, pero no logró encontrar ninguna puerta para entrar.

El príncipe quedó prendado de aquella voz. Iba al bosque tantas veces como le era posible. Por las noches, regresaba a su castillo con el corazón destrozado, sin haber encontrado la manera de entrar. Un buen día, vio que una bruja se acercaba a la torre y llamaba a la muchacha.

-¡Rapunzel, Rapunzel deja tu pelo caer!

El príncipe observó sorprendido. Entonces comprendió que aquella era la manera de llegar hasta la muchacha de la hermosa voz. Tan pronto se fue la bruja, el príncipe se acercó a la torre y repitió las mismas palabras:

-¡Rapunzel, Rapunzel deja tu pelo caer!

La muchacha dejó caer su cabellera y el príncipe subió. Rapunzel tuvo miedo al principio, pues jamás había visto a un hombre. Sin embargo, el príncipe le explicó con toda dulzura cómo se había sentido atraído por su hermosa voz. Luego le pidió que se casara con él. Sin dudarlo un instante, Rapunzel aceptó.

En vista de que Rapunzel no tenía forma de salir de la torre, el príncipe le prometió llevarle un ovillo de seda cada vez que fuera a visitarla. Así, podría tejer una escalera y escapar. Para que la bruja no sospechara nada, el príncipe iba a visitar a su amada por las noches.

Sin embargo, un día Rapunzel le dijo a la bruja sin pensar:

-Tú eres mucho más pesada que el príncipe.

-¡Me has estado engañando! - dijo la bruja enfurecida y con un hechizo cortó la cabellera de la muchacha.

Con otro hechizo la bruja envió a Rapunzel a una tierra apartada e inhóspita. Luego, ató su cabellera al garfio y esperó la llegada del príncipe. Cuando éste llegó, subió y vió a la bruja, comprendió que había caído en una trampa.

-Tu preciosa ave cantora ya no está -dijo la bruja con voz maléfica -, ¡y no volverás a verla nunca más!

Transido de dolor, el príncipe saltó por la ventana de la torre. Por fortuna, sobrevivió pues cayó en un seto de espinos. Por desgracia, las espinas le hirieron los ojos y el desventurado príncipe quedó ciego. ¿Cómo buscaría ahora a Rapunzel? Durante muchos meses, el príncipe vagó por los bosques, sin parar de llorar. A todo aquel que se cruzaba por su camino le preguntaba si había visto a una muchacha muy

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hermosa llamada Rapunzel. Nadie le daba razón. Cierto día, ya casi a punto de perder las esperanzas, el príncipe escuchó a lo lejos una canción triste pero muy hermosa. Reconoció la voz de inmediato y se dirigió hacia el lugar de donde provenía. Al verlo, Rapunzel corrió a abrazar a su amado.

Lágrimas de felicidad cayeron en los ojos del príncipe. De repente, algo extraordinario sucedió: ¡El príncipe recuperó la vista! El príncipe y Rapunzel lograron encontrar el camino de regreso hacia el reino. Se casaron poco tiempo después y fueron una pareja muy feliz.

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LECTURA Nº 2

El Pez ArcoírisMarcus Pfister

En alta mar, en un lugar muy muy lejano, vivía un pez. Pero no se trataba de un pez cualquiera. Era el pez más hermoso de todo el océano. Su brillante traje de escamas tenía todos los colores del arco iris.

Los demás peces admiraban sus preciosas escamas y le llamaban “el pez Arcoíris”.

¡Ven, pez Arcoíris! ¡Ven a jugar con nosotros! –le decían. Pero el pez Arcoíris ni siquiera les contestaba, y pasaba de largo con sus escamas relucientes.

Pero un día, un pececito azul quiso hablar con él.

¡Pez Arcoíris, pez Arcoíris! –le llamó- Por favor, ¿me regalas una de tus brillantes escamas? Son preciosas, ¡y como tienes tantas . . . ¡

¿Qué te regale una de mis escamas? ¡Pero tú qué te has creído! –gritó enfadado el pez Arcoíris- ¡Venga, fuera de aquí!

El pececito azul se alejó muy asustado. Cuando se encontró con sus amigos, les dijo lo que le había contestado el pez Arcoíris. A partir de aquel día nadie quiso volver a hacerle caso, y ya ni le miraban; cuando se acercaba a ellos, todos le daban la espalda.

¿De qué le servían ahora al pez Arcoíris sus brillantes escamas, si nadie le miraba? Ahora era el pez más solitario de todo el océano. Un día, Arcoíris le preguntó a la estrella de mar:

¡Con lo guapo que soy . . .! ¿por qué no le gusto a nadie?

No lo sé –le contestó la estrella de mar-. Pregúntale al pulpo Octopus, que vive en la cueva que hay detrás del banco de coral. A lo mejor él tiene la respuesta.

El pez Arcoíris encontró la cueva. Era tan oscura que casi no se veía nada. Pero, de pronto, en medio de la oscuridad, se encontró con dos ojos brillantes que lo miraban.

Te estaba esperando –le dijo Octopus con una voz muy profunda-. Las olas me han contado tu historia. Escucha mi consejo: regala a cada pez una de tus brillantes

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escamas. Entonces, aunque ya no seas el pez más hermoso del océano, volverás a estar muy contento.

Pero…Cuando el pez Arcoíris quiso contestarle, Octopus ya había desaparecido.

“¿Qué regale mis escamas? ¿Mis preciosas escamas brillantes? –pensó el pez Arcoíris, horrorizado. ¡De ninguna manera! ¡No! ¿Cómo podría ser feliz sin ellas?”

De pronto, sintió que alguien le rozaba suavemente con una aleta. ¡Era otra vez el pececito azul!

Pez Arcoíris, por favor, ¡no seas malo! Dame una de tus escamas brillantes, ¡aunque sea una muy, muy pequeñita! El pez Arcoíris dudó por un momento. “Si le doy una escama brillante muy pequeñita –pensó-, seguro que no la echaré de menos.”

Con mucho cuidado, para no hacerse daño, el pez Arcoíris arrancó de su traje la escama brillante más pequeña de todas.

¡Toma, te la regalo! ¡Pero ya no me pidas más! ¿eh?

¡Muchísimas gracias! – contestó el pececito azul, loco de alegría-. ¡Qué bueno eres, pez Arcoíris! El pez Arcoíris se sentía muy raro. Siguió con la mirada al pececito azul durante un buen rato, viendo cómo se alejaba, haciendo zig-zag, y deslizándose como un rayo en el agua con su escama brillante.

Al cabo de un rato, el pez Arcoíris se vio rodeado de muchos otros peces que también querían que les regalase una escama brillante. Y, ¡quién lo iba a decir! Arcoíris repartió sus escamas entre todos los peces. Cada vez estaba más contento. ¡Cuánto más brillaba el agua a su alrededor, más feliz se sentía entre los demás peces!

Al final, sólo se quedó con una escama brillante para él. ¡había regalado todas las demás! ¡Y era feliz! ¡tan feliz como jamás lo había sido!

¡Ven pez Arcoíris, ven a jugar con nosotros! –le dijeron todos los peces.

¡Ahora mismo voy! –les contestó el pez Arcoíris, y se fue contentísimo a jugar con sus nuevos amigos.

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LECTURA Nº 3

Siete ratones ciegos

Ed Young

Un día, siete ratones ciegos encontraron un Algo Muy Raro al lado de su laguna.

- ¿Qué es esto?- chillaron sorprendidos y corrieron a casa.

El Lunes, el ratón rojo, fue a averiguar.

Era el primero en salir.

Es un pilar – dijo. Nadie le creyó.

El martes, Ratón verde fue a investigar.

Era el segundo en salir.

- Es una culebra – dijo.- No, dijo Ratón Amarillo, el miércoles.- Es una lanza. Era el tercero que salía a explorar.

Ratón Morado fue el cuarto. Salió el jueves a indagar.

- Es un acantilado, dijo.

Ratón Anaranjado salió el viernes. Era el quinto en salir.

- Es un abanico – gritó. Sentí cómo se movía.

Ratón Azul fue el sexto.

Salió el sábado y dijo: Es sólo una cuerda.

Pero los otros no estaban de acuerdo. Comenzaron a discutir.

- ¡Una culebra!- ¡Una cuerda!- ¡Un abanico!- ¡Un acantilado!

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Hasta que el domingo, ratón Blanco, el séptimo ratón, fue a la laguna.

Cuando se topó con el Algo Muy Raro, subió por un lado y bajó por el otro. Trepó hasta la cima y recorrió el Algo Muy Raro de punta a cabo. No se habían dado cuenta que era un elefante.

Moraleja: Si sólo conoces por partes dirás siempre tonterías; pero si puedes ver el todo hablarás con sabiduría.

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LECTURA Nº 4

Caperucita RojaCharles Perrault

Había una vez una niña muy bonita. Su madre le había hecho una capa roja y la muchachita la llevaba tan a menudo que todo el mundo la llamaba Caperucita Roja.

Un día, su madre le pidió que llevase unos pasteles a su abuela que vivía al otro lado del bosque, recomendándole que no se entretuviese por el camino, pues cruzar el bosque era muy peligroso, ya que siempre andaba acechando por allí el lobo.

Caperucita Roja recogió la cesta con los pasteles y se puso en camino. La niña tenía que atravesar el bosque para llegar a casa de la Abuelita, pero no le daba miedo porque allí siempre se encontraba con muchos amigos: los pájaros, las ardillas...

De repente vio al lobo, que era enorme, delante de ella.

- ¿A dónde vas, niña?- le preguntó el lobo con su voz ronca.

- A casa de mi Abuelita- le dijo Caperucita.

- No está lejos- pensó el lobo para sí, dándose media vuelta.

Caperucita puso su cesta en la hierba y se entretuvo cogiendo flores:

- El lobo se ha ido -pensó-, no tengo nada que temer. La abuela se pondrá muy contenta cuando le lleve un hermoso ramo de flores además de los pasteles.

Mientras tanto, el lobo se fue a casa de la Abuelita, llamó suavemente a la puerta y la anciana le abrió pensando que era Caperucita. Un cazador que pasaba por allí había observado la llegada del lobo.

El lobo devoró a la Abuelita y se puso el gorro rosa de la desdichada, se metió en la cama y cerró los ojos. No tuvo que esperar mucho, pues Caperucita Roja llegó enseguida, toda contenta.

La niña se acercó a la cama y vio que su abuela estaba muy cambiada.

- Abuelita, abuelita, ¡qué ojos más grandes tienes!

- Son para verte mejor- dijo el lobo tratando de imitar la voz de la abuela.

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- Abuelita, abuelita, ¡qué orejas más grandes tienes!

- Son para oírte mejor- siguió diciendo el lobo.

- Abuelita, abuelita, ¡qué dientes más grandes tienes!

- Son para...¡comerte mejoooor!- y diciendo esto, el lobo malvado se abalanzó sobre la niñita y la devoró, lo mismo que había hecho con la abuelita.

Mientras tanto, el cazador se había quedado preocupado y creyendo adivinar las malas intenciones del lobo, decidió echar un vistazo a ver si todo iba bien en la casa de la Abuelita. Pidió ayuda a un segador y los dos juntos llegaron al lugar. Vieron la puerta de la casa abierta y al lobo tumbado en la cama, dormido de tan harto que estaba.

El cazador sacó su cuchillo y rajó el vientre del lobo. La Abuelita y Caperucita estaban allí, ¡vivas!.

Para castigar al lobo malo, el cazador le llenó el vientre de piedras y luego lo volvió a cerrar. Cuando el lobo despertó de su pesado sueño, sintió muchísima sed y se dirigió a un estanque próximo para beber. Como las piedras pesaban mucho, cayó en el estanque de cabeza y se ahogó.

En cuanto a Caperucita y su abuela, no sufrieron más que un gran susto, pero Caperucita Roja había aprendido la lección. Prometió a su Abuelita no hablar con ningún desconocido que se encontrara en el camino. De ahora en adelante, seguiría las juiciosas recomendaciones de su Abuelita y de su Mamá.

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LECTURA Nº 5

Ricitos de Oro y los tres ososAnónimo

Había una vez tres osos que vivían en su casita en medio de un bosque. Eran el Papá Oso, la Mamá Osa y el Osito.

Cada uno tenía su propio plato para comer: un plato grande para el Papá Oso, un plato mediano para la Mamá Osa y un plato pequeño para el Osito.

Tenían tres cucharas: una cuchara grande para el Papá Oso, una cuchara mediana para la Mamá Osa, y una cuchara pequeña para el Osito.

Y tenían tres sillas: la silla grande para el Papá Oso, la silla mediana para la Mamá Osa y la silla pequeña para el Osito.

Cada uno tenía una cama para dormir: el Papá Oso tenía una cama grande, la Mamá Osa tenía una cama mediana y el Osito una cama pequeña.

Un día prepararon una rica sopa. Como estaba muy caliente la pusieron en los platos y se fueron a pasear por el bosque, mientras la sopa se enfriaba, pues no querían quemarse la lengua.

Mientras los osos estaban paseando, llegó al lugar una niñita que se llamaba Ricitos de Oro. Ricitos de Oro vio la casita en medio del bosque y le gustó mucho. Primero miró por la ventana, luego miró por el ojo de la llave.

Cuando vio que no había nadie, empujó la puerta, que estaba entreabierta y entró.

Miró la casita por dentro y también le gustó mucho.

Cuando vio los platos de sopa encima de la mesa se puso muy contenta, pues tenía mucha hambre. Y decidió probar un poco. Primero probó la sopa del plato grande, que era del Papá Oso. Pero la encontró muy caliente y dejó caer la cuchara dentro del plato.

Luego probó la sopa del plato mediano, la de la Mamá Osa. Pero estaba demasiado fría. Y por fin probó la sopa del plato pequeño, la del Osito, que no estaba ni fría ni caliente, sino justo para su gusto.

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- ¡Qué rica sopa! – exclamó. Y la encontró tan buena que se la tomó toda.

Entonces Ricitos de Oro, buscó una silla para sentarse, primero se sentó en la silla del Papá Oso pero era muy dura. Luego se sentó en la silla de la Mamá Osa, pero era demasiado blanda. Al fin se sentó en la silla del Osito, y vio que no era ni muy dura, ni muy blanda, sino justo para su gusto. Pero se sentó con tanta fuerza que la silla se rompió y Ricitos de Oro cayó al suelo.

La niña se levantó y quiso seguir conociendo la casita. Subió por la escalera al piso de arriba y encontró el dormitorio de los tres osos. Ricitos de Oro tenía mucho sueño y decidió acostarse. Primero se acostó en la cama del Papá Oso, pero la almohada era demasiado alta. Luego se acostó en la cama mediana, pero la almohada era demasiado baja. Finalmente se acostó en la cama pequeña que no era ni demasiado alta ni demasiado baja. Tan bien se encontraba en ella, que enseguida se durmió.

Mientras tanto regresaron a la casa los tres osos. Venían con mucho apetito después del paseo.

- ¡ Alguien ha probado mi sopa! – Dijo el Papá Oso con su voz ronca, viendo la cuchara que Ricitos de Oro había dejado dentro del plato.

- ¡ Alguien ha probado mi sopa! – Dijo Mamá Osa con su voz suave.

- ¡Alguien ha probado mi sopa… y se la tomó toda! – Dijo el Osito con su voz chiquitita y comenzó a llorar.

Entonces se dieron cuenta de que alguien había entrado en su casa. Miraron a su alrededor y el Papá Oso vio que su silla estaba fuera de su sitio.

- ¡Alguien se ha sentado en mi silla! – Dijo con voz ronca.

- ¡Alguien se ha sentado en mi silla! – Dijo también Mamá Osa con su voz suave.

- ¡Alguien se ha sentado en mi silla… y me la rompió! – Dijo el Osito con su voz chiquitita y nuevamente se puso a llorar.

Entonces los tres osos subieron a su dormitorio. Al entrar, el Papá Oso vio la almohada en medio de la cama y dijo con su voz ronca:

- ¡ Alguien se ha acostado en mi cama!

- ¡ Alguien se ha acostado en mi cama! – Dijo también la Mamá Osa con su voz suave.

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El Osito se acercó corriendo a su cama. La almohada estaba en su lugar, pero encima de ella descansaba la linda cabecita de Ricitos de Oro.

- ¡ Alguien se ha acostado en mi cama… y todavía está durmiendo aquí! – Gritó el Osito, con su voz chiquitita.

Ricitos de Oro, había oído entre sueños la voz ronca de Papá Oso pero le parecieron truenos. Había oído también la voz suave de Mamá Osa pero no despertó porque creía que era un sueño. Pero la voz chiquitita del Osito penetró en sus oídos y la despertó.

Cuando vio a los tres osos a un lado de la cama, saltó por el otro lado y salió por la ventana que estaba abierta. Y corrió y corrió por el bosque lo más rápido que pudo y los tres osos no la volvieron a ver nunca más.

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LECTURA Nº 6

La AñañucaAnónimo

Es una flor típica de la zona norte de nuestro país, que crece específicamente entre Copiapó (Región de Atacama) y el valle de Quilimarí (Región de Coquimbo). Pocos saben que su nombre proviene de una triste historia de amor.

Cuenta la leyenda que en tiempos previos a la Independencia de Chile, en la localidad de Monte Patria, vivía Añañuca, una bella joven indígena que todos los hombres querían conquistar, pero nadie lo lograba.

Un día llegó al pueblo un minero que andaba en busca de un tesoro. Al conocer a Añañuca, surgió el amor entre ambos, por lo que decidieron casarse.

La pareja fue feliz durante un tiempo, pero una noche, el joven tuvo un sueño donde un duende le revelaba el lugar en donde se encontraba la mina que por tanto tiempo buscó. A la mañana siguiente, sin avisarle a nadie, ni siquiera a su mujer, partió a buscarla.

Añañuca, desolada, lo esperó y esperó, pero pasaban los días, las semanas, los meses y el joven minero nunca regresó.

Se dice que éste habría sido víctima del espejismo de la pampa o de algún temporal, causando su desaparición y, presuntamente, su muerte.

Añañuca pronto murió, producto de la gran pena de haber perdido a su amado. Fue enterrada por los pobladores en pleno valle en un día de suave lluvia. Al día siguiente, salió el sol y todos los vecinos del pueblo pudieron ver un sorprendente suceso. El lugar donde había sido enterrada la joven se cubrió por una abundante capa de flores rojas.

Desde ese momento, se asegura que esta joven se convirtió en flor, como un gesto de amor a su esposo, ya que de esta manera permanecerían siempre juntos. Así fue que se le dio a esta flor el nombre de Añañuca.

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LECTURA Nº 7

La Serpiente emplumada de Asososca Anónimo

Cuenta la leyenda que sobre las serenas aguas de la Laguna de Asososca, emergían cuatro hileras de rocas sobre las cuales descansaba la techumbre de un templo maravilloso.

Súbditos de Nagrandano y Nequecheri, precedidos por los envejecidos padres de las tribus, llegaban hasta él en frágiles canoas, a depositar al pie del altar sus ofrendas de oro, plata y piedras preciosas al Dios supremo.

Un viejo guerrero, a quien todos respetaban como una divinidad, cuidaba el templo. Tenía músculos grandes, llevaba el pecho poblado de tatuajes y su arrugada piel marcada con cicatrices. Vencedor de cien combates gloriosos por su tierra y por su dios.

Una tarde, la princesa Izayana, hija del cacique Nequecheri, perfumada con flores de la campiña, llegó a la orilla de la laguna acompañada por los conquistadores españoles, pretendiendo entrar al templo, creyendo que éstos eran los hijos del sol.

El fiero guardián no comprendió el engaño del que había sido víctima Izayana y tomando esto como traición, contrajo terriblemente las facciones, una intensa cólera brilló en sus ojos y levantando su cuchillo de obsidiana sobre Izayana, le dio muerte; los blancos conquistadores que sólo querían apoderarse del tesoro, dispararon sus mosquetes hiriéndole. Agrega la leyenda, que el guerrero herido, se arrastró dentro del templo como una serpiente y que al sacudir no se sabe qué base, el templo del dios se hundió para siempre con sus tesoros, en las profundas aguas de Asososca.

Sólo la Serpiente Emplumada siguió protegiendo la misteriosa laguna, como sortilegio encantador.

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LECTURA Nº 8

El Coyote y la TortugaAnónimo

Hace mucho tiempo atrás, habían muchas tortugas que vivían en el pequeño río Colorado cerca de Homolovi, al sur de Winslow, donde los hopi solían vivir. Además por esa zona habitaba también un coyote que, por supuesto, siempre estaba hambriento. Un día las tortugas decidieron que deberían ir río arriba a buscar comida, ya que allí existía una clase de cactus que les resultaba muy apetitoso. Pero una de las tortugas tenía un bebé, y por no querer despertarlo, ya que éste se encontraba durmiendo apaciblemente, decidió dejarlo durmiendo, y marchó con las demás tortugas en búsqueda de comida.

Luego de un tiempo, la pequeña tortuga despertó, y se preguntó, ¿dónde está mi madre?, tal vez debió irse a alguna parte, y me ha dejado sola, ¡debo ir a buscarla!

El pequeño vio a las otras tortugas a lo lejos nadando en la orilla, entonces decidió seguir sus pasos. Pero pronto cayó cansada y se detuvo bajo un arbusto y comenzó a llorar.

El coyote, que escuchó a lo lejos el llanto de la tortuga, decidió acercarse para ver de qué se trataba ese sonido. Le dijo al pequeño:

- “Que bella canción, sigue, canta otra vez para mí”.

Pero la tortuga bebé respondió:

- “No estoy cantando , estoy llorando”- “Sigue cantando”- replicó el coyote- “No puedo cantar”- contestó la tortuga -“ no te das cuenta que estoy

llorando , quiero a mi madre”- “Mejor que cantes o te comeré, y estoy muy hambriento” – dijo el coyote- “No puedo cantar”- dijo la tortuga y comenzó a gritar y gritar.- “Bueno” - dijo el coyote – “si no cantas para mí , te comeré ahora mismo”

El coyote estaba de muy mal humor, y además muy hambriento.

La pequeña tortuga viendo que se acercaba el final, se le ocurrió una idea y dijo:

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- “ Bueno, yo no puedo cantar, entonces tu me vas a comer, está bien, ya que eso de ninguna manera podrá hacerme daño, me meteré dentro de mi caparazón, aquí estaré a salvo, y estaré bien viviendo dentro de tu estómago.”

Entones el coyote se detuvo, y pensó por un rato lo que dijo la pequeña tortuga y no le agradó mucho lo que ella había dicho.

El pequeño añadió:

- “Puedes hacer conmigo lo que quieras, solo te pido por favor que no me arrojes al río, ya que no sé nadar, y me ahogaré”

El coyote estaba muy enfadado, y quería comportarse lo más cruelmente posible con el pequeño que lo había burlado, entonces cogió la tortuga con su boca, se acercó al río y la arrojó con furia en él.

La tortuga estaba más que feliz, sacó su pequeña cabeza fuera de su caparazón, estiró sus diminutos pies y comenzó a nadar río adentro. Y dijo:

- “ Adiós señor Coyote, muchas gracias por ayudarme a volver a casa, ya que no tendré que volver caminando”.

La pequeña reía y reía, y el coyote que observaba desde la orilla se enfurecía cada vez más por ver cómo ésta lo había burlado. Decidió finalmente marcharse a su casa.

El pequeño, ya en su hogar, seguía riendo, cuando llegó su madre, quien también rió al escuchar la historia. Esas tortugas aún siguen viviendo en esas aguas del colorado."

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LECTURA Nº 9

La leyenda de TanabataLeyenda Japonesa - Anónimo

Había una vez un joven labrador. Un día, cuando estaba caminando hacia su casa se encontró una tela colgada en un árbol. ¡Era una tela maravillosa! La más bonita que el joven había visto en su vida. Así, pensando que alguien la había tirado allí cogió la tela y se la metió en su cesto. Había acabado de guardarla cuando alguien le llamó, y al girarse se sorprendió mucho al ver aparecer a una mujer muy hermosa que le dijo:

- “Me llamo Tanabata. Por favor devuélveme mi ‘hagoromo’.”

El joven le preguntó:

- “¿Hagoromo? ¿Qué es un hagoromo?”

Ella le dijo:

- ”El hagoromo es una tela que uso para volar. Vivo en el cielo. No soy humana. Descendí para jugar en aquella laguna, pero sin mi hagoromo no podré regresar. Por eso le pido que me la devuelva.”

El joven avergonzado le dijo que no sabía nada de esa tela.

Así, como no tenía el hagoromo Tanabata no pudo volver al cielo y se quedó en la tierra. Al paso del tiempo ella y el joven labrador se enamoraron y se casaron.

Transcurrieron unos años y un día que Tanabata hacía limpieza en la casa, encontró el hagoromo, así que tenía que irse, se lo dijo a su marido, pero también le propuso una forma de estar juntos allí: si hacía mil pares de sandalias de paja y las enterraba en torno a un bambú podría subir al cielo y allí Tanabata le estaría esperando.

El joven se quedó muy triste y empezó a hacer las sandalias de paja. Cuando había hecho 999 estaba tan impaciente que fue a enterrarlas al lado de un bambú. En ese preciso momento el bambú se alargó muy alto hasta el cielo.

El joven labrador subió por el bambú hasta el cielo, pero le faltaba sólo un poco para llegar. Era el par de sandalias que no había hecho, entonces empezó a llamar a Tanabata que le ayudó a subir.

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Su felicidad no duró mucho porque en ese momento apareció el padre de Tanabata, el Rey Celestial, a quien no le había gustado que ella se casara con un simple mortal. El padre pidió al joven labrador que cuidara durante tres días sus tierras.

- “Entendido”, respondió el joven.

Tanabata le dijo a su marido que su padre le estaba poniendo una trampa y que aunque tuviese sed no comiese ninguna fruta.

El joven cuidó las tierras, pero a la mañana del tercer día, tuvo mucha sed y sus manos se fueron hacia la fruta. En el momento en que tocó un melocotón empezó a salir mucha agua, convirtiéndose en el río el “Amanogawa”.

El joven y Tanabata quedaron entonces separados por Amanogawa y se convirtieron en estrellas, las estrellas Vega y Altaír. Desde entonces, la pareja con el permiso del Rey Celestial puede encontrarse sólo un día al año, el siete de julio (el séptimo día del séptimo mes).

Esta festividad sigue celebrándose en esta fecha en Japón cada año.

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LECTURA Nº 10

El Medio PolloVersión de Blanca Santa Cruz Ossa

Estera y esterita para secar peritas,

estera y esterones para secar orejones,

no le echo más chacharachas

porque la vieja es muy lacha,

ni le dejaré de echar

porque de todo ha de llevar.

Y estera una gallina clueca echada en quince huevos...

Y aquí principia el cuento del Medio-Pollo. Parece que la gallina se levantó del nido antes de tiempo y muy conforme con catorce pollitos que decían:

“Pío-pío-pío, que tenemos hambre, que tenemos frío.”

Era bastante para la pobre gallinita castellana corretear de un lado a otro en busca del grano; soportar a catorce pollitos, que unos se le trepaban al espinazo, otros le picoteaban la nariz.

¡Ay, hijitos de mi alma!, ¡catorce niñitos malcriados es mucho para una sola mamita!

¡Cuál no sería el espanto de la gallina castellana cuando ve que se abre el último cascarón y sale un medio-pollo!

Le faltaba un ala, una pata, un ojo.

— ¡Pobrecito, mi medio pollito! —exclamó la gallina, que era muy buena madre—; la culpa es mía si eres defectuoso.

No tuve paciencia para quedarme echada un día más... Y desde aquel día, el Medio-Pollo fue el regalón de la clueca. Para él era el mejor grano, el pasto tierno, el mejor

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abrigo bajo el ala derecha. Y el Medio-Pollo se puso muy engreído y se creía un gran personaje.

“Mis catorce hermanos son todos iguales —decía—, mientras que yo soy diferente. Mientras ellos andan veinte pasos, yo doy un brinco y los gano.”

Y así era, a saltitos y brincos, el pollo se paseaba por todas las vecindades, escudriñaba los escombros y basurales y fue el primero que se independizó de la clueca y el que menos la molestaba.

Un buen día, escarbando con el pico en un basural, encontró el Medio-Pollo una pepita de oro y casi se la tragó.

“Esto no es maíz, ni trigo —dijo el Medio-Pollo—; esto es lo que los hombres llaman oro y vale mucho dinero. Mi mamita está ya poniéndose vieja y mis hermanos no saben trabajar. Lo mejor será que yo le lleve al rey esta pepita de oro de regalo. Él me dará trigo para mi mamita.”

Así lo pensó el Medio-Pollito y se fue donde la castellana.

La pobre gallina estaba toda desplumada de tanto trajinar en busca de alimento para los catorce pollos y, para colmo, había cogido un romadizo que la tenía a muy mal traer.

— Mamita, vengo a pedirte tu bendición porque me voy a visitar al rey —dijo el Medio-Pollo—, muy respetuoso—.

No volveré hasta que traiga lo suficiente para el descanso de tu vejez.

— ¡Cómo te vas a ir tan lejos y solito! —chilló la gallina con voz ronca por la pepa que le molestaba en la garganta.

— No te aflijas, viejecita, he de volver rico.

Tanto rogó el Medio-Pollo, que la gallinita le dio la bendición entre lágrimas y estornudos, y el Medio-Pollo salió brincando y saltando.

Y salta que salta, y brinca que brinca, el Medio-Pollo anduvo día y noche.

Iba ya muy lejos de su gallinero, cuando encontró un arriero con una recua de mulas.

— ¿Para dónde vas, Medio-Pollo? —preguntóle el arriero.— Voy donde el rey a regalarle esta pepita de oro.— No sigas adelante, Medio-Pollo. Mira que yo me he regresado porque el río

viene muy grandazo.— Yo no le tengo miedo al río, y sigo adelante —dijo, resuelto, el pollito.— Ya que eres tan valiente, ¿por qué no me llevas con mis mulitas?

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— Bueno. Métete en mi piquito y tráncate con un palito - respondió el Medio-Pollo. Y diciendo esto, abrió el pico y el arriero comenzó a echarle dentro las mulas y el Medio-Pollo tragaba y tragaba.

Ya habrán comprendido que este Medio-Pollo, tan valiente y atrevido, estaba encantado. Le cupieron dentro del buche todas las mulas y el arriero; él, tan campante, siguió saltando y brincando hasta llegar a orillas del río.

“¿Qué hago ahora? —pensó—. Con una sola ala no puedo volar... No hay más que me tomo toda el agua del río, y cuando quede seco paso al otro lado.”

¡Qué Medio-Pollo tan atrevido! Para él no había dificultad y sabía, por habérselo oído a la comadre pata, que…

“Quien no se arriesga, no pasa el río.”

Y comenzó a tragar y tragar.

¡Cómo estaría dentro el arriero con sus mulas! Se taparon con las árguenas y, acurrucados, dejaron correr el agua. El Medio-Pollo salió con la suya y cruzó el río por las piedras, a saltitos y brincos.

Después de mucho caminar, se encontró con un puma.

— ¿A dónde vas, Medio-Pollo? —rugió el puma.— No grite tanto, compadre león —respondió el viajero—, mire que yo soy un

personaje muy poderoso y ahora mismo voy a visitar al rey.— ¡A mí también me gustaría visitarlo, compadre! —respondió el puma con voz

más suave—. ¿Por qué no me llevas tú que sabes el camino?— Bueno. Métete en mi piquito y tráncate con un palito.

Diciendo esto, abrió el pico el Medio-Pollo y el puma se coló dentro de un solo salto.

¡Cómo estaría el arriero! El susto fue grande, pero metido dentro de las árguenas, no había cuidado.

“¡Con tal de que no lleve más pasajeros, todo va bien!”, dijo para sus adentros. El Medio-Pollo brincaba y saltaba, como si no llevase carga. Más tarde encontró un zorro, que se estaba haciendo el dormido a orillas del camino.

— Compadre zorro, ¿qué hace por estos andurriales? — preguntó el viajero.— ¡Ay, compadre! —respondió el zorro—, ¡estoy tan cansado y muerto de

hambre!

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— ¡Pobre compadre! Si quieres te llevo donde el rey. Allá hay comida para todos. El Medio-Pollo sabía que los zorros son aficionados a los pollos, pero, como tenía muy buen corazón, se compadeció de su enemigo.

— ¿Y cómo me llevarás, compadre? —dijo el zorro.— Métete en mi piquito y tráncate con un palito. Abrió el pico el Medio-Pollo y el

zorro se coló dentro.

Al cabo de tres días llegó el Medio-Pollo al palacio del rey. Saltando y brincando, pasó por entre las piernas de los centinelas y entró a la sala del trono.

— Mi rey, mi soberano —dijo el Medio-Pollo, haciendo una reverencia—, he venido de muy lejos a traerle a su sacra real majestá esta pepita de oro.

El rey agradeció el regalo y mandó a sus pajes que llevaran al Medio-Pollo al gallinero.

— Le dan trigo y maíz hasta que se llene —dijo el rey.

Pero cuando llegó el Medio-Pollo al gallinero, todos los gallos, las gallinas, los pavos y las pavas, los gansos y las gansas, los patos y las patas se le fueron encima y casi se lo comen vivo.

El forastero, que estaba realmente como pollo en corral ajeno, de un brinco trepó a las trancas y cantó:

— ¡Qui-qui-ri-quí!

Después bostezó, hizo una arcada y arrojó el zorro.

— Gracias, compadre —dijo el zorro—. Ya tengo con qué matar el hambre. Y comenzó el zorro a torcerles el pescuezo a los gallos y a las gallinas, a los pavos y a las pavas, a los gansos y a las gansas, a los patos y a las patas.

¡Qué media panzada se dio el zorro hambriento!

Al otro día fueron los pajes a llevar maíz y trigo para el visitante. Cuando vieron el alto de plumas y ningún ave en el gallinero, los pajes se quedaron patifríos y tiritones.

— ¡El Medio-Pollo se ha comido todas las aves! —exclamaron, y se fueron a todo correr a contárselo al rey.

— ¿Qué hacemos con el Medio-Pollo? —dijo el rey—. Yo no puedo matarlo porque me trajo un regalo.

— Echémoslo en el potrero —propuso un paje—. Las vacas lo matarán a cornadas y su majestad no tendrá la culpa.

— Bueno —dijo el rey—. ¡Pero cuidado! ¡Trátenlo como un invitado del rey!

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Los pajes lo echaron al potrero y el pobre Medio-Pollo se vio acosado por las vacas, que lo perseguían a cornadas.

Como pudo, saltó a un maitén, hizo una arcada y arrojó al puma. Las vacas trataron de escapar, pero el puma las mató a todas y se las comió. Cuando al día siguiente llegaron los pajes, no encontraron más que los huesos, y el Medio-Pollo cantaba a todo lo que le daba el gaznate:

— ¡Qui-qui-ri-quí!

De espanto se fueron de espaldas los pajes, y ahí se quedaron tiesos, hasta que el Medio-Pollo cantó con más ganas:

— ¡Qui-qui-ri-quí!

Entonces se levantaron y se fueron a todo correr a contárselo al rey.

— ¡El Medio-Pollo se ha comido todas las vacas! —gritaron—. ¡Hay que matarlo!— ¡He prohibido que lo maten! —exclamó el rey—. Me trajo un regalo y no puedo

matarlo.— Si su majestá me lo permite —propuso un paje—, yo lo agarro vivo y lo echo al

horno junto con el pan. Eso no es matarlo; es asarlo... Si no, él nos comerá a todos...; no se llena nunca...

Consintió el rey en que lo arrojaran vivo al horno. Los crueles pajes aguardaron que el horno estuviera bien caldeado, y echaron dentro al Medio-Pollo. El infeliz saltó en una patita hasta la puerta; ya se le estaban chamuscando las plumas y no sabía qué hacer.

No se acordaba del río que llevaba en el buche; pero con el calor se alborotaron las aguas, y antes que alcanzara a cantar por última vez, se escurrieron por el pico, inundando el horno y apagando el fuego. Y corría el agua por el patio, y el río iba buscando por dónde volverse a su lecho y arrasando con todo lo que encontraba al paso.

El Medio-Pollo se fue donde el rey y le contó que los pajes le habían querido matar, y que no era culpa de él si el río se le había salido del cuerpo.

— Yo les había prohibido a los pajes que te mataran —dijo el rey—. Ahora pídeme lo que quieras a cambio de tu regalo.

— Yo quiero irme a mi tierra, su sacra real majestá — respondió el Medio-Pollo—. Mi mamita ha de estar con cuidado, porque he tardado tanto. Pero quería llevarle trigo y maíz para que descanse en su vejez.

— Veo que eres buen hijo —respondió el rey— y te daré todo lo que tú puedas llevar.

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Los pajes se rieron mucho al oír esto.

— ¿Qué podrá llevar este Medio-Pollo? —decían.— Qui-qui-ri-quí —cantó éste, y dio un bostezo.

En el acto salió el arriero con sus mulas.

— Mándanos, Medio-Pollo —dijo el arriero.— Carga las árguenas con trigo y nos vamos a mi tierra —respondió el Medio-

Pollo.

Al ver aquello, los pajes se cayeron de espaldas y se quedaron tiesos.

Cuando despertaron, iba saliendo el arriero con sus mulas cargadas de trigo, y el Medio-Pollo se despedía del rey cantando:

— ¡Qui-qui-ri-quí!

Al llegar a su gallinero, el Medio-Pollo repartió las cargas con el arriero: la mitad para cada uno.

La gallina castellana, que ya estaba vieja y desplumada, sacudió las alas de contenta y abrazó a su hijito regalón.

— ¡Con paciencia todo se alcanza! —dijo la pata vieja, acercándose a probar el trigo.

Y se acabó el cuento

y se fue por la mar adentro,

pasó por una olla de porotos,

para que luego me cuente otro.

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LECTURA Nº 11

El pez coiLeyenda China - Anónimo

Hace mucho tiempo en un pasado lejano, el agua del río azul que fluía desde el cielo y el río dorado que fluía desde la tierra, estaban separados por el legendario portal del Dragón.

El río dorado, llamado así por el color oro de sus aguas, era el último lugar donde podían nadar libremente los habitantes del mar; ya que los Dioses que caminaban en la tierra habían destruido su inmenso hogar creyéndose los dueños verdaderos de todo lo que alcanzaba sus ojos.

Entre todos los habitantes de sus aguas, la familia de peces Coi eran los más hermosos de todos, brillaban a la luz del sol como estrellas relucientes. El de color negro era el papá Coi, el rojo la mamá Coi y su pequeño hijo Coi destacaba por un color azul profundo.

Lo que más deseaba el pequeño pez Coi era llegar a las aguas del río azul, pues su padre le contó que hubo un tiempo en que no existían barreras entre un lugar y otro. Y los peces más valientes, los peces dragones volaban en los cielos, como perlas iluminando toda oscuridad. La entrada se encontraba río arriba y traspasando el portal del Dragón, se llegaba a la Gran Cascada del río azul. A todo aquel que llegara le salían alas doradas, para volar, convirtiéndose así en Pez Dragón.

El pequeño pez Coi, decidido a encontrar la Gran Cascada se dispuso a nadar río arriba contra la corriente. Los otros peces desanimados pensaban que era más fácil nadar con la corriente y no se molestaban en descubrir qué había más allá de la cascada, pues los caminantes de la tierra ponían trampas para burlarse de ellos.

A pesar de ser la corriente tan fuerte, el pequeño pez Coi haciendo un gran esfuerzo, aleteó lo más fuerte que podía. Avanzaba lentamente pero poco a poco iba haciendo camino y se abría paso por el río. El ruido del chapoteo llamó la atención de los caminantes de la tierra, enfadados porque un pez pequeño se atreviera a desafiarlos, mandaron llamar al monstruo de la gran boca, el cual se tragaba entero todo lo que nadaba a su paso.

Ellos no contaban con el que el pez Coi tenía un tamaño muy pequeño y por ello, sin problemas, atravesó la piel agujereada del monstruo. Siguió nadando río arriba y de pronto el agua se tornó oscura y sucia. No podía ver nada y comenzaba a

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encontrarse mal. Los caminantes de la tierra se jactaban de haber vencido los esfuerzos del pequeño pez, cuando de pronto desde la orilla el Dios del Aire compadecido mandó llamar a un remolino de viento que se llevó toda la suciedad y le despejó el camino para que continuara.

El pez Coi continuó, ya estaba cerca, lo presentía en sus aletas. Siguió y siguió nadando, pero algo extraño pasaba, había menos agua a su alrededor. Y de pronto se topó con un muro de piedra que se elevaba casi hasta el cielo. ¿Qué podía hacer ahora? Al otro lado se encontraba el portal del dragón. Entonces pensó que su única posibilidad era saltar lo más fuerte que pudiera, lo intentó y el pez Coi no se rendía, a pesar de que oía la risa de los caminantes burlándose de él. Una y otra vez arrojó su cuerpo al aire para caer de nuevo al agua.

Estaba tan cansado que incluso parecía que el muro era mucho más alto. Pero nunca quiso darse por vencido. El Dios de las Aguas que le estaba observando, emocionado por su valentía quiso echarle una mano, ya que los caminantes habían detenido su curso y despreciado sus aguas a capricho. Cuando el pez Coi reuniendo todas las fuerzas que le quedaban se preparaba para el último salto, el Dios de las Aguas hizo llamar a las olas y su salto se elevó hasta alcanzar la cima y poder pasar al otro lado hacia la Gran Cascada del río Azul.

Y así debido a que no se rindió nunca el pequeño pez Coi pudo saltar al otro lado del portal y desapareciendo en la niebla renació como un precioso Pez Dragón. Por las noches se puede ver al pequeño pez chapoteando alegremente por las aguas del gran río Azul.

Y desde ese día siempre que otro pez encuentra la fuerza, el coraje y la perseverancia como hizo el pequeño pez Coi de subir a contracorriente superando sus dificultades, es recompensado con la metamorfosis y transformado en un precioso Pez Dragón.

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LECTURA Nº 12

Corazón del mandarín Ma. Isabel Beltrán

Tres cosas eran las que más amaba el Emperador Li Chao-Tao: su pueblo, su idioma mandarín y las naranjas.

Descendiente de la antigua dinastía Tang, había sido criado para conservar la cultura y tradiciones de su país, amenazadas ahora por la llegada de comerciantes de la India y el Oriente próximo.

Lo entristecía ver cómo, poco a poco, en sus paseos por la plaza y el mercado, los niños cambiaban sus juegos y canciones al oír nuevas composiciones que ni siquiera entendían. Por eso, cuando le anunciaron la llegada de la delegación del rey de Tánger miró con desconfianza y poco interés a los visitantes.

- Extranjeros con ideas extranjeras – decía para sí.

Pronto, la severidad de su rostro se convirtió en una leve sonrisa, al saber que el gobernante africano le enviaba un presente, para establecer mejores relaciones comerciales. Sonrió más abiertamente al conocer la naturaleza del regalo: siete tangerinos, naranjos de una variedad enana, conocidos y apetecidos por su fruto de dulce pulpa, sin semilla y perfumado aroma.

Y es que era, de todos conocido, que tres cosas amaba el Emperador Li Chao-Tao: su pueblo, su idioma mandarín y las naranjas.

Desde ese día, cada mañana, el monarca era despertado por el dulce aroma de sus siete pequeños naranjos, plantados frente a su habitación.

Ansioso esperaba la llegada del verano para probar el apetecido manjar. Al desayuno, el zumo de sus pequeñas naranjas; al almuerzo, verduras con naranjas, de cena, pato con naranjas y, de postre, confites de naranja. ¡Mmmm! ¡Qué delicia!

Junto con la temporada estival, ese año llegaron la sequía y las pestes.

Los comerciantes extranjeros rápidamente abandonaron la ciudad por la falta de agua, y la gente fue enfermando poco a poco.

El primer ministro y el jardinero real fueron convocados por el Emperador.

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- Si utilizamos el agua de los jardines del palacio, y la distribuimos en un balde diario por persona, podremos pasar todo el verano – sugirió el consejero.

- ¡Si dejamos de regar los jardines, en tres semanas estará todo seco! – repuso el jardinero.

Aunque eran tres cosas las que más amaba el emperador: su pueblo, su idioma mandarín y las naranjas, no podía dejar morir a su gente de sed mientras él cultivaba sus plantas.

- Un balde diario por persona y un reporte semanal del estado de los pequeños naranjos- sentencio Li Chao-Tao.

Poco a poco, el dulce aroma de los pequeños naranjos fue disminuyendo. La sequía se prolongó y los arbustos se fueron marchitando.

Al Emperador sólo lo consolaba el pensar que su pueblo se había salvado, ya que los enfermos pronto se recuperaron gracias a que nunca les faltó el agua.

Pasó el verano; llegó el otoño y el invierno, y con él las lluvias. Atrás quedó la sequía y la desolación de ver todo mustio.

Lentamente, todo regresaba a la normalidad en los campos, en el pueblo y en el comercio.

Una mañana, el monarca despertó sobresaltado.

- Ese olor tan perfumado, tan dulce, tan suave…

¿Será posible? – se preguntó.

Él lo había sentido antes, pero nunca con tanta intensidad. Abrió su ventana y vio sus siete pequeños naranjos secos, plantados frente a su habitación.

Salió para examinarlos cuidadosamente… Ese olor era inconfundible.

Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis…

Entonces, se detuvo en el último, y comprobó que, a pesar de estar completamente seco, había dado una pequeña y perfumada naranja.

El Emperador sintió su dulce olor y sorprendido, se encontró con el más bello fruto que jamás se haya visto.

Decidió su traslado justo al medio de la plaza, para que así todos pudieran contemplar y disfrutar el crecimiento de su pequeño naranjo.

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¿Y los comerciantes extranjeros? Regresaron cuando el mercado se restableció. Fueron recibidos como siempre, pero esta vez, los padres se preocuparon de que sus hijos aprendieran el antiguo idioma, tan amado por el Emperador, para que no se perdiera por el encanto de lo nuevo.

Desde entonces, cada mañana, los habitantes del imperio despiertan con el aroma más generoso que se pueda imaginar, el de un pequeño naranjo, al que todos llaman Mandarín, en honor a su Emperador.

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LECTURA Nº 13

Willy y HugoAntony Browne

Willy se sentía solo. Todos tenían amigos. Todos, menos Willy.

No lo dejaban participar en sus juegos, todos decían que él era un inútil.

Un día Willy paseaba por el parque… pensando en sus cosas… y Hugo Gorilón venía corriendo…

¡Smack! Chocó con él.

— Lo siento – dijo Hugo.

Willy estaba sorprendido.

— Yo soy quien lo siente – dijo. No me fijé por dónde iba.— No, no, fue mi culpa – dijo Hugo.

Yo no vi por dónde iba. Lo siento.

Hugo ayudó a Willy a levantarse.

Se sentaron a ver pasar a los corredores.

— Parece que de veras se están divirtiendo – dijo Hugo.

Willy se rió.

Buster el Narizotas, apareció.

— Te he estado buscando a ti, debilucho – dijo haciendo un gesto.

Hugo se levantó. – ¿Te puedo ayudar en algo? – le preguntó.

Al verlo tan grande, Buster se fue, muy de prisa.

Entonces, Willy y Hugo decidieron ir al zoológico. Después fueron a la biblioteca, y Willy le leyó un libro a Hugo.

Cuando iban saliendo de la biblioteca, Hugo se detuvo de repente… Había visto a una criatura horripilante.

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LECTURA Nº 14

El Rey SapoHermanos Grimm

En aquellos tiempos pasados en los que el desear todavía servía para algo, vivía un rey cuyas hijas eran todas muy hermosas. La más pequeña, sin embargo, era tan extraordinariamente bella que el mismo sol, aún habiendo visto ya tantas cosas, se maravillaba cada vez que le daba la cara. Cerca del palacio del rey se alzaba un gran bosque sombrío, y en el bosque, bajo un viejo tilo, había un pozo. Cuando en el día hacía mucho calor, la hija menor del rey iba al bosque y se sentaba en el brocal del pozo para gozar de su frescor. Cuando se aburría, cogía una bola de oro, la lanzaba hacia lo alto y la volvía a coger en el aire. Este era su juguete favorito.

Un día aconteció que la bola de oro no cayó en la mano que la hija del rey mantenía en alto, sino que pasó por su lado y, cayendo en la tierra, se fue rodando hasta el agua. La hija del rey la siguió con la mirada, pero la bola desapareció en el pozo. Y era este pozo tan profundo, que no se veía el fondo. Entonces la princesa se puso a llorar. Lloraba cada vez con más fuerza y parecía no tener consuelo. Y mientras se lamentaba de esa manera, alguien la llamó: -¿Qué te pasa, hija del rey? Grita de tal manera que hasta una piedra sentiría lástima.

Ella se volvió en la dirección de donde procedía la voz y vio a un sapo que sacaba del agua su cuerpo gordo y feo: -Ah, eres tú, viejo chapoteador -dijo ella-. Lloro por mi bola de oro, que se me ha caído al agua.

-Tranquilízate y no llores -contestó el sapo-. Yo podría ayudarte, pero ¿qué me darás si te traigo nuevamente tu juguete?

-¿Qué quieres tener, querido sapo? -dijo ella-. ¿Mis trajes, mis perlas, mis piedras preciosas, incluso la corona de oro que llevo puesta?

El sapo respondió:

-No me interesan tus trajes, ni tus perlas, ni tus piedras preciosas, ni tu corona de oro. Pero si me prometes tratarme con cariño, dejarme ser tu amigo y compañero de juegos y sentarme a tu mesita contigo, comer en tu platito de oro, beber en tu vasito y dormir en tu camita, si me prometes todo eso, bajaré al pozo y te traeré de vuelta la bola de oro.

-Oh, sí -dijo ella-. Te prometo todo lo que quieras si me traes de nuevo mi bola.

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Sin embargo, la muchacha pensaba: "¡Está hablando de más este sapo simplón! Él está en el agua con sus semejantes y no puede ser compañero de juegos de ningún ser humano".

El sapo, en cuanto recibió la respuesta afirmativa, sumergió su cabeza y se hundió. Después de un rato volvió nadando hasta la superficie llevando la bola en la boca, y la tiró sobre la hierba. La hija del rey saltó de alegría cuando divisó de nuevo su precioso juguete, luego lo recogió y salió corriendo de allí.

-Espera, espera -le gritó el sapo-. Llévame contigo, no puedo correr como tú.

¿De qué podía servirle ir gritando todo lo fuerte que podía su croac detrás de ella? La princesa no se detuvo. Llegó enseguida a su casa y olvidó al pobre sapo, que tuvo que volver a su pozo.

Al día siguiente, en el momento en que la princesa con el rey y todos los cortesanos se había sentado a la mesa y comía en su platito de oro, algo subió arrastrándose, chap, chap, chap, por la escalera de mármol. Cuando llegó arriba, llamó a la puerta y gritó:

-Hija del rey, la más pequeña, ábreme.

Ella corrió y quiso ver quién estaba afuera. Cuando abrió se encontró con el sapo sentado. Entonces cerró de golpe la puerta, se sentó nuevamente a la mesa y ahí se quedó muerta de miedo. El rey se dio cuenta de que el corazón de la niña palpitaba violentamente, y le dijo: -¿De quién tienes miedo, hija mía? ¿Hay acaso algún gigante en la puerta que quiera llevarte consigo?

-Oh no -respondió ella-, no es un gigante, sino un sapo repugnante.

-¿Y qué quiere el sapo de ti?

-Ay, papá querido, cuando ayer estaba en el bosque sentada, jugando al lado del pozo, se me cayó mi bola de oro al agua. Y tanto lloraba que el sapo me prometió traérmela de nuevo si yo le permitía ser mi compañero. Yo acepté, pero no pensé en que volviera a salir del agua. Ahora está aquí en el palacio y quiere venir conmigo.

En este momento llamó por segunda vez el sapo, y gritó:

-Hija del rey, la más pequeña, ábreme. ¿No te acuerdas de lo que me prometiste ayer, junto a la fresca agua del pozo? Hija del rey, la más pequeña, ábreme.

Entonces dijo el rey:

-Lo que has prometido, tienes que cumplirlo. Ve y déjalo entrar.

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Fue la niña y abrió la puerta. El sapo entró saltando y la siguió hasta su silla. Allí se paró y gritó: -Súbeme hasta ti.

Ella titubeó, hasta que el rey le ordenó hacerlo. Cuando el sapo estuvo en la silla, quiso subirse a la mesa y, cuando estuvo sentado en ella, dijo: -Ahora acércame tu platito de oro para que comamos juntos.

La princesa lo hizo, desde luego, pero se podía ver que no lo hacía con gusto... El sapo comió con apetito, pero ella no pudo probar bocado. Finalmente, dijo el sapo: -Ya me he saciado y estoy fatigado, llévame a tu cuartito y prepárame tu camita de seda, que nos vamos a acostar.

La hija del rey comenzó a llorar y tuvo miedo del frío sapo, al que no se atrevía a tocar y que ahora debería dormir con ella en su hermosa camita limpia. El rey, sin embargo, se puso furioso y dijo: -No desprecies jamás al que te ha ayudado cuando lo necesitabas.

Entonces ella lo agarró con dos dedos, lo subió y lo puso en una esquina de la habitación, pero cuando ella se encontraba ya en la cama, llegó el sapo arrastrándose y dijo: -Estoy cansado, quiero dormir tan bien como tú. Súbeme o se lo digo a tu padre.

La princesa se puso entonces furiosísima, lo tomó y lo arrojó con todas sus fuerzas contra la pared.

-Ahora ya te quedarás tranquilo, sapo asqueroso.

Pero cuando el sapo cayó al suelo ya no era un sapo, sino el hermoso hijo de un rey, con bellos y amables ojos. El sería ahora, pues, su amado compañero y esposo, según el deseo de su padre. Le contó a la princesa que había sido hechizado por una bruja perversa, que nadie más que ella habría podido liberarlo del pozo, y que a la mañana siguiente se irían juntos a su reino. Se durmieron luego y a la mañana siguiente, cuando los despertó el sol, llegó un carruaje tirado por ocho caballos blancos que llevaban plumas blancas de avestruz en la cabeza y cadenas doradas. Y detrás del carruaje iba el fiel Enrique, que era el servidor del joven rey. El fiel Enrique había sentido pena cuando su señor fue transformado en sapo, que se había colocado tres cadenas de hierro alrededor del corazón para que éste no le saltara de dolor y tristeza. El carruaje tenía que llevarlos al reino del príncipe, así es que el fiel Enrique le ayudó a montar y se colocó detrás. Iba loco de alegría por el fin del hechizo. Cuando llevaban un rato viajando, el hijo del rey oyó detrás de él un ruido como si algo se hubiera roto. Se volvió y gritó:

-Enrique, el coche se parte.

-No, señor, el coche no. Es una de las cadenas de mi corazón, que estaba dolorido cuando estábais en el pozo, cuando érais un sapo.

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LECTURA Nº 15

Yo sí... Yo no Marta Brunet

Resulta que hace miles de años vivía un matrimonio de Sapos que se querían mucho y que lo pasaban muy bien a orillas de una charca. La casa en que vivían era de dos pisos, con terraza y todo, y en el verano salían de excursión en una barca hecha con un pedacito de pellín y una vela que les tejiera una Araña amiga. Se mostraban muy elegantes con sus trajes de seda verde y sus plastrones blancos. Y no eran nada de feos, con sus grandes bocas y sus ojos de chaquira negra.

Por la única cosa que a veces peleaban era porque al señor Sapo le gustaba quedarse conversando con sus amigos de la ciudad Anfibia y llegaba tarde a almorzar y entonces la señora Sapa se enojaba mucho y discutían mucho más aún y a veces las cosas llegaban a un punto muy desagradable.

Y resulta que un día llegó el señor Sapo con las manos metidas en los bolsillos del chaleco, canturreando una canción de moda, muy contento. Y resulta también que ya habían dado las tres de la tarde. ¡En verdad que no era hora para llegar a almorzar! Como nadie saliera a recibirlo, el señor Sapo dijo, llamando:

- Sapita Cua-Cua... Sapita Cua-Cua...

Pero la señora Sapa no apareció. Volvió a llamarla y volvió a obtener el silencio por respuesta. La buscó en el comedor, en el salón, en la cocina, en el repostero, en el escritorio, en la piscina, hasta se asomó a la terraza para otear los alrededores. Pero por ninguna parte hallaba a su mujercita vestida de verde.

De repente, el señor Sapo vio en una mesa del salón un papel que decía:

ALMORCÉ Y SALÍ. NO ME ESPERES EN TODA LA TARDE.

Al señor Sapo le pareció pésima la noticia, ya que no tendría quién le sirviera el almuerzo. Se fue entonces a la cocina, pero vio que todas las ollas estaban vacías, limpias y colgando de sus respectivos soportes. Se fue al repostero y encontró todos los cajones y armarios cerrados con llave.

El señor Sapo comprendió que todo aquello lo había hecho la señora Sapa para darle una lección. Y sin mayores aspavientos se fue donde la señora Rana, que tenía un

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despacho cerca del sauce de la esquina, a comprarle un pedazo de arrollado y unos pequenes para matar el hambre.

Pero como este señor Sapo era muy porfiado y no entendía lecciones, en vez de llegar esa noche a comer a las nueve, como era lo habitual, llegó nada menos que pasadas las diez.

La señora Sapa estaba tejiendo en el salón; y, sin saludarlo siquiera, le dijo de mal modo:

- No hay comida.

- Tengo hambre - contestó el señor Sapo, con igual mal humor.

- Yo no.

- Yo sí.

Y como si uno era porfiado, el otro lo era más, y ninguno de ellos quería dejar con la última palabra al otro, pues a medianoche todavía estaban repitiendo:

- Yo no.

- Yo sí.

Y cuando apareció el sol sobre la cordillera, el matrimonio seguía empecinado en sus frases:

- Yo sí.

- Yo no.

Y resulta que esto pasaba poco tiempo después del diluvio, cuando Noé recién había sacado los animales del Arca. Y resulta también que ese día Noé había salido muy temprano para ir a darles un vistazo a sus viñedos, y al pasar cerca de la charca, oyó la discusión y movió la cabeza desaprobatoriamente, porque no le gustaba que los animales del Buen Dios se pelearan. Y cuando por la tarde pasó de nuevo, de regreso a su casa, llegaron a sus oídos las mismas palabras:

- Yo sí.

- Yo no.

Le dio un poco de fastidio a Noé, y, acercándose a la puerta de la casa de los Sapos, les dijo:

- ¿Quieren hacer el favor de callarse?

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Pero los señores Sapos, sin oírlo, siguieron diciendo obstinadamente:

- Yo sí.

- Yo no.

Entonces a Noé le dio fastidio de veras y gritó enojado:

- ¿Se quieren callar los bochincheros?

Y San Pedro - que estaba asomado a una de las ventanas del cielo, tomando el fresco -le dijo a Noé, enojado a su vez porque hasta allá arriba llegaban las voces de los porfiados discutidores:

- Los vamos a castigar, y desde ahora, cuando quieran hablar, sólo podrán decir esas dos palabras estúpidas.

Y ya sabes ahora, MariSol de mi alma, por qué todos los Sapos de todas las charcas del mundo dicen a toda hora y a propósito de toda cosa:

- Yo sí.

- Yo no.

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LECTURA Nº 16

Canción del jardineroMaría Elena Walsh

Mírenme, soy feliz

entre las hojas que cantan

cuando atraviesa el jardín

el viento en monopatín.

Cuando voy a dormir

cierro los ojos y sueño

con el olor de un país

florecido para mí.

Yo no soy un bailarín

porque me gusta quedarme

quieto en la tierra y sentir

que mis pies tienen raíz.

Una vez estudié

en un librito de yuyos

cosas que yo sólo sé

y que nunca olvidaré.

Aprendí que una nuez

es arrugada y viejita

pero que puede ofrecer

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mucha, mucha, mucha miel.

Del jardín soy duende fiel;

cuando una flor está triste

la pinto con un pincel

y le pongo el cascabel.

Soy guardián y doctor

de una pandilla de flores

que juegan al dominó

y después les da la tos.

Por aquí anda dios

con regadera de lluvia

o disfrazado de sol

asomando a su balcón.

Yo no soy un gran señor,

pero en mi cielo de tierra

cuido el tesoro mejor:

mucho, mucho, mucho amor

Nota: Link de Video animado y canción.

http://www.youtube.com/watch?v=5tLiIocTc00&feature=kp

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LECTURA Nº 17

Flon Flon y MusinaELZBIETA

Durante todo el día, Flon Flon jugaba con Musina, a veces de un lado del río, donde Musina, a veces al otro lado, donde Flon Flon.

- Cuando sea grande me voy a casar con Musina – decía Flon Flon.

Y Musina agregaba: - Cuando sea grande, Flon Flon va a ser mi esposo.

Pero un día, leyendo el periódico, el papá de Flon Flon dijo:

- ¡Malas noticias! Pronto llegará la guerra.

A la mañana siguiente la guerra estaba allí. Todavía nadie la veía, pero el papá dijo:

Hasta pronto, querida esposa, hasta luego mi pequeño Flon Flon, volveré pronto. Y los abrazó contra su corazón. Después se fue a la guerra.

Al día siguiente Flon Flon dijo:

- Me voy al río a jugar con Musina.

Pero la mamá le mostró por la ventana que en lugar de río había ahora una cerca de alambre.

- Es para que nadie pueda venir aquí – explicó mamá.- ¿Ni siquiera Musina? – preguntó Flon Flon.

Entonces la mamá dijo:

- ¡Shht! No puedes hablar de Musina. Es prohibido.- ¿Por qué?- Porque ella es del otro lado de la guerra.- ¿Dónde está la guerra? – preguntó Flon Flon. Voy a quitarle esa cerca de

alambre y le voy a decir que se vaya. La mamá dijo que eso era imposible.

La guerra era demasiado grande. No escuchaba a nadie. Sólo se oía ir y venir.

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La guerra hacía un ruido inmenso. Se veía fuego y explosiones. Todo se rompía…

La guerra duró tanto tiempo que todos pensaban que sería para siempre.

Pero al fin, de repente, ya no se oyó más. En lugar del ruido, hubo un gran silencio.

Ese día el papá regresó. Se veía muy cansado. Y dijo:

- Ya está, la guerra se acabó.

Pero Flon Flon veía que la cerca de alambre seguía ahí. Y dijo:

- No es verdad. La guerra no está muerta. ¿Por qué no la mataste tú?

El papá suspiró.

- La guerra no muere nunca, mi pequeño Flon Flon. Solamente se duerme de cuando en cuando. Y cuando está dormida, hay que poner mucho cuidado para que no se despierte.

- ¿Entonces yo hacía mucho ruido jugando con Musina? – preguntó Flon Flon.- No – respondió mamá. – Los niños son muy pequeños para despertar a la

guerra.

Entonces Flon Flon salió al jardín, allá donde él jugaba con Musina antes de la guerra. Caminaba a lo ancho de la cerca cuando escuchó que Musina lo llamaba.

Ella había hecho un pequeño agujero en la cerca de alambre y atravesaba el río.

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LECTURA Nº 18

Niña BonitaAna María Machado

Había una vez una niña bonita, bien bonita.

Tenía los ojos como dos aceitunas negras,

lisas y muy brillantes. Su cabello era rizado y

negro, muy negro, como hecho de finas hebras

de la noche. Su piel era oscura y lustrosa, más

suave que la piel de la pantera cuando juega en la lluvia.

A su mamá le encantaba y a veces le hacía

unas trencitas todas adornadas con cintas de colores.

Y la niña bonita terminaba

pareciendo una princesa de las tierras de

África o un hada del reino de la luna.

Al lado de la casa de la niña bonita vivía un conejito blanco,

de orejas color rosa, ojos muy rojos y hocico tembloroso. El conejo pensaba

que la niña era la persona más linda que había visto en toda

su vida. Y decía:

- cuando yo me case, quiero tener una hija negrita y bonita.

Tan linda como ella…

Por eso un día fue donde la niña y le preguntó: -Niña bonita, Niña bonita,

¡Cuál es tu secreto para ser tan negrita? La niña no sabía,

pero inventó: - Ah, debe ser que de chiquita me cayó encima un frasco

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de tinta negra.

El conejo fue a buscar un frasco de tinta negra.

Se lo echó encima y se puso negro

y muy contento. Pero cayó un aguacero

que le lavó toda la negrura y el conejo

quedó blanco otra vez.

Entonces regresó donde la niña y le preguntó: -Niña bonita,

niña bonita ¿cuál es tu secreto para ser tan negrita?

La niña no sabía, pero inventó:

- Ah de ser que de chiquita tome mucho café negro. El conejo fue

a su casa. Tomó tanto café que perdió el sueño y pasó

toda la noche haciendo pipi. Pero no se puso nada negro.

Regresó entonces donde la niña y le preguntó otra vez:

- Niña bonita, Niña bonita ¿cuál es tu secreto para ser tan negrita?

La niña no sabía, pero inventó:

- Ah, debe ser que de chiquita comí mucha uva negra.

El conejo fue a buscar una cesta de uvas negras y comió. Y comió hasta

quedar atiborrado de uvas, tanto, que casi no podía moverse.

Le dolía la barriga y pasó toda la noche haciendo popo.

Pero no se puso nada negro.

Cuando se mejoró. Regresó donde la niña y le preguntó una vez más:

-Niña bonita, Niña bonita ¿cuál es tu secreto para ser tan negrita?

La niña ya iba a ponerse a inventar algo de unos frijoles negros,

cuando su madre, que era una mulata linda y risueña, dijo:

- Ningún secreto. Encantos de una abuela negra que ella tenía.

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Ahí el conejo, que era bobito pero no tonto, se dio cuenta de que la

madre debía estar diciendo la verdad, porque la gente se parece

siempre a sus padres, a sus abuelos, a sus tíos y hasta a los parientes

lejanos. Y si él quería tener una hija negrita y linda como la niña bonita,

tenía que buscar una coneja para casarse.

No tuvo que buscar mucho. Muy pronto, encontró una coneja oscura

como la noche que hallaba a ese conejo blanco muy simpático.

Se enamoraron, se casaron y tuvieron un montón de hijos, porque

cuando los conejos se ponen a tener hijos, no paran más.

Tuvieron conejitos para todos los gustos: blancos, bien blancos,

blancos medio grises, blancos manchados de negro,

negros manchados de blanco, y hasta una conejita negra, bien negrita.

Y la niña bonita fue la madrina de la conejita Negra.

Cuando la conejita salía a pasear siempre

había alguien que le preguntaba: -coneja

Negrita, ¿Cuál es tu secreto para ser tan bonita?

Y ella respondía: - Ningún secreto.

Encantos de mi madre que ahora son míos.

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LECTURA Nº 19

Fábula de la ratoncita presumidaAquiles Nazoa

En un bonito pueblo había una casita que tenía fama por ser la más limpia y reluciente. En ella, vivía una simpática ratita que era muy, pero muy presumida.

Un día, mientras barría la puerta de su casa, la Ratita vio algo en el suelo:

- ¡Qué suerte, si es una moneda de oro! Me compraré una cinta de seda para hacerme un lazo. Entonces se fue a la mercería del pueblo y se compró el lazo más bonito.

- Tra, lará, larita, limpio mi casita, tra, lará, larita, limpio mi casita! cantaba la Ratita, mientras salía a la puerta para que todos la vieran.

- Buenos días, Ratita dijo el señor Burro. Todos los días paso por aquí, pero nunca me había fijado en lo guapa que eres.

- Gracias, señor Burro dijo la Ratita poniendo voz muy coqueta.- Dime, Ratita, ¿te quieres casar conmigo?- Tal vez – respondió la ratita -. Pero ¿cómo harás por las noches?- ¡Hiooo, hiooo! bufó el burro soltando su mejor rebuzno.

Y la Ratita contestó:

- ¡Contigo no me puedo casar, porque con ese ruido me despertarás!

Se fue el Burro bastante disgustado, cuando, al pasar, dijo el señor Perro:

- ¿Cómo es que hasta hoy no me había dado cuenta de que eres tan requetebonita? Dime, Ratita ¿te quieres casar conmigo?

- Tal vez, pero antes dime: ¿cómo harás por las noches?- ¡Guauuu, guauuu!- ¡Contigo no me puedo casar, porque con ese ruido me despertarás!

Mientras, un Ratoncito que vivía cerca de su casa y que estaba enamorado de ella veía lo que pasaba. Se acercó y dijo:

- ¡Buenos días, vecina!

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- ¡Ah!, eres tú! dijo sin hacerle caso.- Todos los días estás preciosa, pero hoy más.- Muy amable, pero no puedo hablar contigo porque estoy muy ocupada.

Después de un rato pasó el señor Gato y dijo:

- Buenos días, Ratita, ¿sabes que eres la joven más bonita? ¿Te quieres casar conmigo?

- Tal vez dijo la Ratita-, pero ¿cómo harás por las noches?- ¡Miauuu, miauuu! contestó con un dulce maullido.- ¡Contigo me quiero casar, pues con ese maullido me acariciarás!

El día antes de la boda, el señor Gato invitó a la Ratita a comer unas cuantas golosinas al campo, pero mientras preparaba el fuego la Ratita miró en la cesta para sacar la comida, y…

- ¡Qué raro!, sólo hay un tenedor, un cuchillo y una servilleta; pero ¿dónde está la comida?

- ¡La comida eres tú! dijo el Gato, y enseñó sus colmillos.

Cuando iba a comerse a la Ratita, apareció el Ratoncito, que, como no se fiaba del Gato, los había seguido hasta allí. Entonces, cogió un palo de la fogata y se lo puso en la cola para que saliera corriendo.

- Ratita, Ratita, eres la más bonita – le dijo el Ratoncito muy nervioso. ¿Te quieres casar conmigo?

- Tal vez, pero ¿cómo harás por las noches?- Por las noches dijo él-, dormir y callar.- Entonces, contigo me quiero casar.

Poco después se casaron y fueron muy felices.

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LECTURA Nº 20

La Mona JacintaMaría Elena Walsh

La mona Jacinta

se ha puesto una cinta

Se peina, se peina

y quiere ser reina

¡Ay, no te rías de sus monerías!

Mas la pobre mona

no tiene corona,

tiene una galera

de hoja de higuera.

¡Ay, no te rías de sus monerías!

Un loro bandido

le vende un vestido

un manto con plumas

y un collar de espumas.

¡Ay, no te rías de sus monerías!

Al verse en la fuente

dice alegremente:

"Qué mona preciosa

parece una rosa"

¡Ay, no te rías de sus monerías!

Levanta un castillo

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de un solo ladrillo,

rodeado de flores

y sapos cantores.

¡Ay, no te rías de sus monerías!

La mona cocina

con leche y harina,

prepara la sopa

y tiende la ropa.

¡Ay, no te rías de sus monerías!

Su marido mono

se sienta en el trono,

sus hijas monitas

en cuatro sillitas

¡Ay, no te rías de sus monerías!

Nota: Link de Video animado y canción.

http://letras.com/maria-elena-walsh/1003803/

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LECTURA Nº 21

Fábula de la Avispa AhogadaAquiles Nazoa

La avispa aquel día

desde la mañana,

como de costumbre

bravísima andaba.

El día era hermoso

la brisa liviana;

cubierta la tierra

de flores estaba

y mil pajaritos

los aires cruzaban.

Pero a nuestra avispa

—nuestra avispa brava—

nada le atraía,

no veía nada

por ir como iba

comida de rabia.

"Adiós", le dijeron

unas rosas blancas,

y ella ni siquiera

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se volvió a mirarlas

por ir abstraída,

torva, ensimismada,

con la furia sorda

que la devoraba.

“Buen día”, le dijo

la abeja, su hermana,

y ella que de furia

casi reventaba,

por toda respuesta

le echó una roncada

que a la pobre abeja

dejó anonadada.

Ciega como iba

la avispa de rabia,

repentinamente

como en una trampa

se encontró metida

dentro de una casa.

Echando mil pestes

al verse encerrada,

en vez de ponerse

serena y con calma

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a buscar por donde

salir de la estancia,

¿sabéis lo que hizo?

¡Se puso más brava!

Se puso en los vidrios

a dar cabezadas,

sin ver en su furia

que a corta distancia

ventanas y puertas

abiertas estaban;

y como en la ira

que la dominaba

casi no veía

por donde volaba,

en una embestida

que dio de la rabia,

cayó nuestra avispa

en un vaso de agua.

¡Un vaso pequeño

menor que una cuarta

donde hasta un mosquito

nadando se salva!…

Pero nuestra avispa,

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nuestra avispa brava,

más brava se puso

al verse mojada,

en vez de ocuparse

la muy insensata

de ganar la orilla

batiendo las alas

se puso a echar pestes

y a tirar picadas

y a lanzar conjuros

y a emitir mentadas,

y así poco a poco

fue quedando exhausta

hasta que furiosa,

pero emparamada,

terminó la avispa

por morir ahogada.

Tal como la avispa

que cuenta esta fábula,

el mundo está lleno

de personas bravas,

que infunden respeto

por su mala cara,

que se hacen famosas

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LECTURA Nº 22

La otra orillaMarta Carrasco

El río suena día y noche con su murmullo de piedras. Esta es nuestra orilla. Mi madre canta mientras trabaja y su voz se oye sobre el rumor del río.

En la otra orilla, hay un poblado lejano. Dicen que allí la gente es distinta, que comen comidas raras, que nunca se peinan, que son vagos y bochincheros.

Está prohibido cruzar el río.

- No debes ir nunca a la otra orilla – ordena mi padre.

- No los mires – dice mi madre. Son distintos.

Yo escucho mientras peino mi pelo liso con mi peineta de hueso.

Y los de la otra orilla, ¿qué dirán de nosotros?

Un día, un niño de allá me hizo señas. Yo miré hacia otro lado. Pero él siguió allí.

Finalmente, yo también levanté los brazos para saludarlo. Alcancé a ver que sonreía. No sé por qué, yo también sonreí.

Al día siguiente, muy temprano, fui a la orilla del río y me encontré con una sorpresa. Allí, en la otra orilla, divisé a mi amigo. Tenía en la mano una larga cuerda que atravesaba el río. Poco a poco se acortó la distancia que nos separaba. El corazón me latía dum dum, dum dum. De pronto el sol desapareció, se encresparon las aguas y un rayo iluminó el cielo. Retumbaron truenos a lo lejos. Sentí miedo y me acurruqué.

Cuando llegué a la otra orilla, mi amigo me ayudó a bajar. Sus manos estaban muy tibias. Luego me guareció bajo su pañolón y corrimos bajo la lluvia.

Su familia nos esperaba. Eran muy raros: rubios y despeinados, vestidos de muchos colores.

Hablaban gritando y todos al mismo tiempo. Quise regresar…

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Pero en ese momento sentí un olor delicioso: un olor a pan recién sacado del horno. ¡Era el mismo olor del pan de mi casa!

La madre nos sirvió leche caliente, y se me pasó el frío que traía de afuera.

El padre es pescador, como mi papá. La abuela teje chales, como mi abuela. Los chicos juegan con las piedras del río, como mi hermano.

Nos hicimos amigos. Él es Nicolás y yo soy la Graciela. Somos distintos y también muy parecidos.

Es una amistad secreta, por ahora. Pero los dos tenemos un sueño. Cuando seamos grande, construiremos un puente sobre el río. Así, los de allí cruzarán a visitarnos, los de acá iremos a verlos millones de veces y…

… sobre el rumor del río se escucharán los saludos y las risas.

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LECTURA Nº 23

Canción de la Vacuna(Canción)

María Elena Walsh

Había una vez un bru,

un brujito que en Gulubú

a toda la población

embrujaba sin ton ni son.

Pero un día llegó el Doctorrrr

manejando un cuatrimotorrrr

¿Y saben lo que pasó?

¿No?

Todas las brujerías

del brujito de Gulubú

se curaron con la vacú

con la vacuna

luna luna lu.

La vaca de Gulubú

no podía decir ni mu.

El brujito la embrujó

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y la vaca se enmudeció.

Pero entonces llegó el Doctorrrr

manejando un cuatrimotorrrr

¿Y saben lo que pasó?

¿No?

Todas las brujerías

del brujito de Gulubú

se curaron con la vacú

con la vacuna

luna luna lu.

Los chicos eran todos muy bu,

burros todos en Gulubú.

Se olvidaban la lección

o sufrían de sarampión.

Pero un día llegó el Doctorrrr

manejando un cuatrimotorrrr

¿Y saben lo que pasó?

¿No?

Todas las brujerías

del brujito de Gulubú

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se curaron con la vacú

con la vacuna

luna luna lu.

Ha sido el brujito el u,

uno y único en Gulubú

que lloró, pateó y mordió

cuando el médico lo pinchó.

Y después se marchó el Doctorrrr

manejando un cuatrimotorrrr

¿Y saben lo que pasó?

¿No?

Todas las brujerías

del brujito de Gulubú

se curaron con la vacú

con la vacuna

luna luna lu.

Nota: Link de Video animado y canción.

http://www.youtube.com/watch?v=xZCx3mT-Pso&feature=kp

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LECTURA Nº 24

León de bibliotecaMichelle Knudsen

Un día, apareció un león en la biblioteca. Pasó frente al mostrador de préstamos y desapareció entre las estanterías.

El señor Mosquera corrió por el pasillo hasta la oficina de la bibliotecaria.

- ¡Sra. Plácida! – gritó.

- Está prohibido correr – dijo la Sra. Plácida sin levantar la cabeza.

- ¡Pero hay un león! – exclamó el Sr. Mosquera - ¡En la biblioteca!

-¿Está quebrantando alguna regla? La Sra. Plácida era muy estricta con el reglamento.

En realidad, no – dijo el Sr. Mosquera.

No exactamente.

Entonces, déjelo en paz.

El león merodeó por la biblioteca. Olfateó el fichero. Se frotó la cabeza contra la colección de libros nuevos. Luego caminó hasta el rincón de cuentos y se durmió.

Pronto comenzó la hora del cuento. El reglamento tampoco hablaba de leones en la hora del cuento.

La cuentacuentos estaba un poco nerviosa. Pero leyó el título del primer libro con voz clara y fuerte. El león alzó la cabeza. La cuentacuentos siguió leyendo.

El león se quedó a escuchar el siguiente cuento. Y el siguiente. Esperó otro, pero los niños comenzaron a irse.

- Se acabó la hora del cuento – dijo una niña.

El león miró a los niños. Miró a la cuentacuentos. Miró los libros cerrados. Y lanzó un tremendo rugido.

RAAAHHRRRR!

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La Sra. Plácida salió rápidamente de su oficina.

- ¿Quién está haciendo ese ruido? – preguntó.

- Es el león – dijo el Sr. Mosquera.

La Sra. Plácida se dirigió al león:

- Si no puedes guardar silencio, tendrás que irte. Esas son las reglas.

El león seguía rugiendo, pero sonaba triste.

La niña tiró del vestido de la Sra. Plácida.

- ¿Si promete guardar silencio, puede volver mañana a la hora del cuento? – preguntó.

El león dejó de rugir. Miró a la Sra. Plácida.

La Sra. Plácida miró al león. Luego dijo:

-Sí. Un león calladito y que se porte bien ciertamente puede volver a la hora del cuento.

- ¡Bien! – gritaron los niños.

El león volvió al día siguiente

- Llegaste temprano – le dijo la Sra. Plácida. La hora del cuento es a las cuatro de la tarde.

El león no se movió.

- Está bien – dijo la Sra. Plácida. En ese caso podrías ayudar. Y lo mandó a desempolvar las enciclopedias hasta que empezara la hora del cuento.

Al día siguiente, el león volvió a llegar temprano. Esta vez la Sra. Plácida le pidió que lamiera los sobres de las cartas de notificación de préstamos atrasados.

Pronto, el león empezó a ayudar sin que se lo pidieran. Desempolvaba las enciclopedias. Lamía los sobres. Montaba a los pequeños en su lomo para que pudieran alcanzar los libros en los estantes más altos. Y después se acurrucaba en el rincón de lectura a esperar que comenzara la hora del cuento.

Al principio, los usuarios de la biblioteca estaban nerviosos por la presencia del león, pero pronto se acostumbraron. En realidad parecía hecho para la biblioteca. Sus grandes patas no hacían ruido en el suelo. Era una cómoda almohada para los niños. Y ya no rugía más.

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- ¡Qué león tan servicial! – decía la gente y le daban palmaditas en la cabeza al pasar.

- ¿Cómo hemos podido vivir sin él?

El Sr. Mosquera fruncía el ceño al oír eso. Antes se las habían arreglado muy bien. No se necesitaban leones. Los leones, pensaba, no entienden las reglas. No formaban parte de una biblioteca.

Un día, después de haber desempolvado las enciclopedias, lamido todos los sobres y ayudado a los más pequeños, el león caminó hasta la oficina de la Sra. Plácida a ver qué otra cosa podía hacer. Todavía le quedaba tiempo antes de la hora del cuento.

- Hola, león – dijo la Sra. Plácida. Hay algo que puedes hacer. Tengo un libro aquí que hay que devolver a la sala. Déjame bajarlo.

La Sra. Plácida se subió en un banquito. El libro estaba muy alto, apenas lo podía alcanzar.

La Sra. Plácida se empinó. Alargó los dedos.

- Ya casi… alcanzo… - dijo-

Y se estiró un poquito más, quizás demasiado.

- ¡Ay! – se quejó suavemente la Sra. Plácida y no se levantó.

-¡Sr. Mosquera! ¡Sr. Mosquera! – llamó.

Pero el Sr. Mosquera estaba en el mostrador de préstamos. No la podía oír.

- León – dijo la Sra. Plácida-, por favor busca al Sr. Mosquera.

El león corrió por el pasillo.

- Está prohibido correr – le recordó la Sra. Plácida.

El león puso sus grandes patas sobre el mostrador de préstamos y miró al Sr. Mosquera.

- Vete león – dijo el Sr. Mosquera-, estoy ocupado.

El león gimió. Apuntó su nariz en dirección al pasillo que llevaba a la oficina de la Sra. Plácida.

El Sr. Mosquera no le prestó atención. Finalmente, el león hizo lo único que se le ocurrió. Miró fijamente al Sr. Mosquera. Luego abrió su bocota y rugió el rugido más fuerte que había rugido en toda su vida.

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RAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHRRRRRRRRRRR!

El Sr. Mosquera se quedó sin aliento.

- No estás guardando silencio – dijo.

- ¡Estás quebrantando las reglas!

El Sr. Mosquera caminó lo más rápido que pudo por el pasillo.

El león no lo siguió. No había respetado las reglas. Sabía lo que eso quería decir. Bajó la cabeza y se dirigió hacia la puerta.

El Sr. Mosquera no se dio cuenta.

- ¡Sra. Plácida! – llamaba mientras caminaba-. Sra. Plácida, el león quebrantó las reglas. ¡El león quebrantó las reglas!

Irrumpió en la oficina de la Sra. Plácida.

No estaba en su silla.

- ¿Sra. Plácida? – preguntó.

- A veces – dijo la Sra. Plácida desde el suelo detrás de su escritorio, hay una buena razón para quebrantar las reglas. Incluso en la biblioteca. Ahora, por favor, llame a un doctor. Creo que me fracturé el brazo.

El Sr. Mosquera salió corriendo a llamar a un doctor.

- ¡Está prohibido correr! – le recordó la Sra. Plácida.

Al día siguiente, todo volvió a la normalidad. Casi todo.

El brazo izquierdo de la Sra. Plácida estaba inmovilizado. El doctor le había dicho que no se esforzara mucho.

“Tengo a mi león para ayudarme” pensó la Sra. Plácida, pero el león no apareció por la biblioteca esa mañana.

A las cuatro de la tarde, la Sra. Plácida fue al rincón de cuentos. La cuentacuentos estaba empezando a leer. El león no estaba allí.

Los usuarios de la biblioteca pasaron todo el día levantando la cabeza de los libros o de las pantallas, esperando ver una conocida cara peluda.

Pero el león no apareció. Tampoco apareció al otro día. Ni al día siguiente.

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Una noche, antes de marcharse, el Sr. Mosquera entró en la oficina de la Sra. Plácida.

- ¿Puedo ayudarla en algo antes de irme, Sra. Plácida? – le preguntó.

- No, gracias – respondió la Sra. Plácida.

Estaba mirando por la ventana. Su voz era muy bajita, incluso para una biblioteca.

El Sr. Mosquera se quedó pensativo. Pensó que quizás sí había algo que podía hacer por la Sra. Plácida.

El Sr. Mosquera salió de la biblioteca, pero no se fue a su casa. Caminó por las calles cercanas. Miró debajo de los automóviles. Se asomó detrás de los arbustos. Escudriñó en los jardines, en la basura y buscó en los árboles.

Finalmente volvió a la biblioteca. El león estaba sentado afuera, mirando a través de las puertas de vidrio.

- Hola, león – le dijo el Sr. Mosquera

El león no le hizo caso.

- Pensé que quizás te gustaría saber – dijo el Sr. Mosquera – que hay una nueva regla en la biblioteca. No se permite rugir, a menos que haya una muy buena razón como, por ejemplo, ayudar a una amiga en problemas.

El león movió las orejas levemente. Luego se volvió, pero el Sr. Mosquera ya se estaba alejando.

Al día siguiente, el Sr. Mosquera cruzó el pasillo y fue a la oficina de la Sra. Plácida.

- ¿Qué pasa Sr. Mosquera? – preguntó la Sra. Plácida con su nueva voz triste y apagada.

Pensé que le gustaría saber que hay un león – dijo el Sr. Mosquera. Un león en la biblioteca.

La Sra. Plácida saltó de su silla y corrió por el pasillo.

El Sr. Mosquera sonrió.

- Está prohibido correr – le recordó.

La Sra. Plácida no le escuchó.

Algunas veces hay una muy buena razón para quebrantar las reglas. Incluso en una biblioteca.

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LECTURA Nº 25

Cutufato y su gatoRafael Pombo

Quiso el niño Cutufato

divertirse con un gato;

le ató piedras al pescuezo,

y riéndose el impío

desde lo alto de un cerezo

lo echó al río.

Por la noche se acostó;

todo el mundo se durmió,

y entró a verlo un visitante,

el espectro de un amigo,

que le dijo: ¡Hola! al instante.

¡Ven conmigo!

Perdió el habla; ni un saludo

Cutufato hacerle pudo.

Tiritando y sin resuello

se ocultó bajo la almohada;

mas salió, de una tirada

del cabello

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resistido estaba el chico;

Pero el otro callandico,

con la cola haciendo un nudo

de una pierna lo amarró,

y, ¡qué horror! casi desnudo

lo arrastró.

Y voló con él al río,

con un tiempo oscuro y frío,

y colgándolo a manera

de un ramito de cereza

lo echó al agua horrenda y fiera

de cabeza

¡Oh! ¡qué grande se hizo el gato!

¡qué chiquito el Cutufato!

¡Y qué caro al bribonzuelo

su barbarie le costó!

Más fue un sueño, y en el suelo

despertó.

Nota: Link de Video animado y canción.

http://www.poemas-del-alma.com/rafael-pombo-cutufato-y-su-gato.htm#ixzz37gKaIQxQ