Mina San Telmo y el museo malditoren kapitulo bat

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MINA SAN TELMO Y EL MUSEO MALDITO Cuando el artista terminó de extender sobre el pequeño cuadro la pincelada con la que le pareció que su trabajo estaba acabado, él y su deforme amigo, los dos cansados tras haberse pasado despiertos buena parte de la noche, se sentaron a contemplarlo en silencio. La luz que caía sobre el cuadro llegaba de las farolas de la calle, se i ltraba a través de unos ventanales sucios de polvo, y pasaba rozando las formas extrañas que ponían en su camino algunos bastidores de madera y varias telas inacabadas. —Con este —dijo el amigo—, has cumplido tu parte del trato. Por ahora. ¿Pero cómo puedes estar seguro de que tu marchante va a estar satisfecha? El artista inhaló hasta llenar su pecho de aire. —Siempre lo está —dijo—. Mi talento es único. Por ahí se ha dicho que soy el artista moderno más auténtico. Y ella está de acuerdo. Al oír esto, el amigo arqueó las cejas y se enderezó tanto como se lo permitía su torcida espalda. —Siempre hablas de tu marchante como si tuviera en todo la última palabra. —Y la tiene. No sabes hasta qué punto. Los dos se volvieron hacia el cuadro. —¿No te resulta curioso? —dijo el artista—. Muchos no se detendrían ante nada con tal de hacerlo suyo. El amigo chasqueó la lengua.

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MINA SAN TELMO Y EL MUSEO MALDITO

Cuando el artista terminó de extender sobre el pequeño cuadro la pincelada con la que le pareció que su trabajo estaba acabado, él y su deforme amigo, los dos cansados tras haberse pasado despiertos buena parte de la noche, se sentaron a contemplarlo en silencio. La luz que caía sobre el cuadro llegaba de las farolas de la calle, se i ltraba a través de unos ventanales sucios de polvo, y pasaba rozando las formas extrañas que ponían en su camino algunos bastidores de madera y varias telas inacabadas.—Con este —dijo el amigo—, has cumplido tu parte del trato. Por ahora. ¿Pero cómo puedes estar seguro de que tu marchante va a estar satisfecha?El artista inhaló hasta llenar su pecho de aire.—Siempre lo está —dijo—. Mi talento es único. Por ahí se ha dicho que soy el artista moderno más auténtico. Y ella está de acuerdo.Al oír esto, el amigo arqueó las cejas y se enderezó tanto como se lo permitía su torcida espalda.—Siempre hablas de tu marchante como si tuviera en todo la última palabra.—Y la tiene. No sabes hasta qué punto. Los dos se volvieron hacia el cuadro.—¿No te resulta curioso? —dijo el artista—. Muchos no se detendrían ante nada con tal de hacerlo suyo.El amigo chasqueó la lengua.