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© Cobalto: Un héroe diferente Autor Miguel Ángel Díaz Gutiérrez

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Diciembre de 2012 - Edición 1ª

Printed by Publidisa

ISBN: 978-84-940723-1-4Depósito legal: C-2366-2012

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Este libro nació de un sueño, de una idea, de un deseo.

Ojalá que ese deseo pueda algún día hacerse realidad y

la Tierra se vea libre de las terribles lacras que la azotan.

Quiero agradecer a las personas que confiaron en mí,

su paciencia y su apoyo.

Sin ellos este libro nunca habría visto la luz.

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Se había levantado el día con una temperatura fresca, aunque agradable. Joseph Williams estaba preparando sus aparejos de pesca, pues había planeado salir hacia el lago Michigan para pasar un día relajado y tranquilo practicando su pasión favorita.

Poco sospechaba que el día no sería ni relajado ni tranquilo, aunque él no se enteraría de casi nada.

Serían alrededor de las seis de la madrugada cuando detuvo su vehículo, un Chevrolet 95 gris platino, en su lugar predilecto para pescar. Comenzó a sacar del maletero su equipo.

Eran las siete de la mañana, con un sol radiante, se acomodó en su silla plegable y tras poner carnada en el anzuelo, hizo su primer lance al agua con la esperanza de verse recompensado con una magnífica pieza.

Transcurrió una hora aproximadamente sin obtener señal de que los peces quisieran picar, así que se levantó y se dirigió a su automóvil para sacar un termo de café.

Escuchó en ese momento un fuerte ruido sobre su cabeza. Miró hacia arriba y vio una luz que semejaba una línea azul muy intensa que impactó en el suelo a menos de dos metros de la silla que ocupara unos momentos antes. Oyó un ruido enorme, y sintió una vibración en sus pies. Siendo impactado por la onda expansiva, fue lanzado contra su automóvil, se golpeó en la frente, produciéndose una pequeña herida sobre su ceja derecha que comenzó a sangrar inmediatamente.

Sin percatarse de la herida, se levantó y se dirigió al lugar del impacto de la luz, impulsado por una curiosidad mezclada con miedo.

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Al acercarse se percató de que la luz había dejado un cráter aproximadamente de un metro y medio de profundidad y más o menos lo mismo de diámetro. Dentro se encontraba algo que semejaba una piedra de color azul intenso, en cuyo interior se movían unas sombras informes de un color algo más oscuro, pero igualmente azul.

No tuvo mucho tiempo de observarla pues en ese mismo instante un rayo del mismo color atravesó sus pupilas desapareciendo tan rápidamente como había aparecido. Pudo observar cómo el color del objeto se esfumaba y se convertía en algo informe color gris terroso, siendo lo último que pudo ver.

Cayó al suelo sin sentido, mientras que de la herida que tenía sobre su ceja brotaba una tonalidad azul intenso y desaparecía la cicatriz de su rostro.

En el reloj de pared dieron las ocho de la tarde. Beatriz, esposa de Joseph, se encontraba intranquila, él nunca se retrasaba tanto cuando salía a sus “sesiones” de pesca como llamaba a sus escapadas de domingo. Intentó comunicarse a través de su teléfono celular sin obtener respuesta.

Finalmente, casi dando las nueve de la noche, decidió subir a su coche y dirigirse al lugar preferido de Joseph para pescar e ir a donde habían ido tantas veces juntos.

Condujo su automóvil durante una hora que le pareció una eternidad, tal era su angustia, pero por fin llegó al lago y entró al camino sin asfaltar y con mucha maleza, muy poco conocido por la gente. Después de recorrer dos kilómetros, que se le hicieron muy largos, vio el automóvil de su esposo, se tranquilizó un poco, detuvo el auto al lado del de Joseph y empezó a llamarlo elevando la voz.

No obtuvo respuesta y comenzó a dar vueltas alrededor del coche de su esposo, no veía nada por la oscuridad de la noche. Avanzaba lentamente apoyándose en los automóviles, de pronto tropezó con un

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objeto que se encontraba en el suelo, perdiendo el equilibrio. Tanteando en la oscuridad con las manos para saber con qué había tropezado, se dio cuenta de lo que era y se le heló la sangre, era un cuerpo humano.

Recordó que su marido llevaba siempre una linterna en su automóvil y rezó porque no estuviera cerrado con llave. Estaba abierto para su alivio, se precipitó dentro y buscó desesperadamente la linterna. Al encontrarla, se bajó del automóvil y alumbró el cuerpo que tenía a sus pies. Se asustó mucho al descubrir que era él, pero se sobrepuso e inclinó para comprobar si respirada. Se dio cuenta de que estaba vivo pero sin sentido, le tomó el pulso, latía normalmente.

Trató de moverlo, sacudiéndole un poco tratando de que recobrara el sentido, pero fue en vano. Corrió hacia el lago para traer un poco de agua en el cubo que utilizaba Joseph para sus peces, para tratar de reanimarlo pero no lo logró. Intentó levantarlo para llevarlo al hospital, pero Joseph era un hombre corpulento de un metro noventa de altura y unos noventa kilos de peso, mientras que ella pesaba solamente unos cincuenta y dos. Se dio cuenta que sus esfuerzos eran inútiles, sería mejor llamar al número de emergencias para pedir ayuda y que mandaran a una ambulancia para llevarlo al hospital. Tardarían al menos cuarenta y cinco minutos. Corrió al auto y sacó unas mantas que siempre tenía para los viajes largos, arropó a su esposo y se dirigió con su auto a la carretera asfaltada para esperar a la ambulancia y poder indicarles el camino hasta donde se encontraba Joseph.

El tiempo parecía no pasar nunca y pensaba desesperada que nunca llegaría la ayuda, en ese momento escuchó las sirenas y unos instantes más tarde vio las luces que se acercaban. El vehículo se detuvo y ella les explicó rápidamente la situación y pidió que la siguieran.

Al llegar al lugar donde se encontraba Joseph, el personal de la ambulancia bajó rápidamente una camilla y su equipo, le colocaron un collarín y comenzaron a examinarlo. Tras comprobar que tenía pulso y

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que sus signos vitales eran estables, que no tenía ninguna fractura, lo acomodaron en la camilla y lo subieron a la ambulancia para tratar de reanimarlo con una inyección pero…

El médico que lo atendía estaba muy sorprendido pues le fue imposible penetrar la piel de su brazo con la aguja hipodérmica. Tampoco lo consiguió con la de la vía intravenosa. Tras varios intentos desistió, y precedidos por Beatriz tomaron rumbo hacia el hospital. Una vez allí, instalaron a Joseph en una habitación y le realizaron varios estudios entre ellos un encefalograma, el cual daba unas ondas muy raras y anormales, al mismo tiempo su corazón latía normalmente. Intentaron de nuevo inyectarle medicamentos por vía intravenosa pero cada vez que lo hacían fracasaban, las agujas se partían o se doblaban.

Los médicos trataron de explicarle a Beatriz la situación de su esposo pero no tenían ni idea de lo que estaba sucediendo. Le preguntaron acerca de las enfermedades de Joseph para llenar el informe médico, si había sido operado alguna vez o si tenía prótesis dentales, alguna fractura. Ella les dijo que le habían extirpado el apéndice y tenía tres piezas dentales falsas, tenía una fractura de fémur que se había hecho jugando al fútbol en la universidad. Los doctores lo anotaron y decidieron hacerle un escáner de todo el cuerpo.

La sorpresa que se llevaron tardarían en olvidarla, si es que alguna vez lo lograban, pues el escáner reveló que el apéndice estaba en su lugar, la fractura del fémur no existía, y en la boca de Joseph se encontraron tres prótesis dentales sobre su lengua pues su dentadura estaba completa. En sus ojos vieron también un extraño aro alrededor de sus pupilas de color azul un poco más intenso que el de su iris.

Cuando le explicaron los extraños sucesos a Beatriz pensó que los médicos estaban equivocados o que el escáner funcionaba mal y cuando comentaron lo de los aros en los ojos azules, ella dijo que su esposo tenía los ojos negros. Ante su declaración sobre el color real de los ojos

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de su esposo, los doctores empezaron a dudar de que el paciente fuera Joseph, aunque eso no explicaba el encontrar tres prótesis dentales en la boca.

Decidieron llamar a la policía para tomar huellas digitales del paciente a fin de certificar que realmente era Joseph Williams.

Cuando la policía dicto el informe, afirmo que las huellas realmente eran de Joseph Williams, los médicos quedaron totalmente anonadados, pues tampoco existía la menor señal de la cicatriz que tendría de la operación del apéndice.

No sabiendo a qué tipo de mal se enfrentaban, los médicos decidieron dejar ingresado a Joseph por al menos cuarenta y ocho horas para ver si recobraba el conocimiento, lo trasladaron a la unidad de cuidados intensivos.

El personal del turno de noche no dio informes de cambios producidos en el extraño paciente, como empezaron a llamarle. Al entrar el personal de día observaron que en los dedos de los pies había aparecido una extraña coloración azul en la piel que con el paso de las horas se hacía más intensa y se extendía hacia arriba. Se repitieron las pruebas que se le podían efectuar pues su cuerpo seguía rechazando todo intento de penetración de las agujas.

El extraño color seguía avanzando lenta pero inexorablemente. Una semana después del ingreso de Joseph en el hospital, alcanzaba la totalidad de los dedos de los pies.

Los médicos sólo podían observar, pues no sabían qué hacer, no tenían ningún medio para administrarle medicamentos, si le introducían tabletas por la boca éstas se volvían líquidas y se derramaban por las comisuras de la misma sin que el paciente moviera un solo músculo de su cara. Si lo intentaban por vía rectal, el esfínter se negaba a abrirse; a través de sus vías urinarias pasaba de igual manera, su uretra se había cerrado totalmente.

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Observaron que el paciente no realizaba sus necesidades básicas, no tomaba líquidos ni alimentos, pero aún así no perdía peso ni se alteraban sus signos vitales.

Al cabo de dos meses la coloración azul superaba los tobillos, pero ese era el único cambio aparente. Medio mes después sufrió unas convulsiones muy fuertes y entro en un coma profundo, por lo que tras dos días fue trasladado a la unidad encargada de estos pacientes.

Dos meses después lo único que había variado era el espacio que ahora ocupa la tonalidad azulada que invadía su piel.

Los doctores diseñaron un traje especial de material transparente muy ajustado para el cuerpo de Joseph, pues su piel rechazaba los electrodos que deberían quedar adheridos.

A pesar de no ingerir ninguna clase de líquido o alimento su peso no variaba. En los encefalogramas sí se notaron cambios, sus ondas cerebrales eran anormales, registrándose dos bandas distintas, como si en su cerebro existieran dos mentes diferentes. Los médicos seguían sin saber qué hacer.

Beatriz sólo iba a visitarlo una vez al mes pues casi había perdido las esperanzas de que se recuperara, después de cuatro meses los médicos sólo podían decirle que la “extraña enfermedad azul”, que así la denominaban, seguía extendiéndose, y después de cinco meses le cubría prácticamente por completo las piernas.

Joseph, dentro de su mente, está acompañado de un ser, con el que mantiene una muda conversación para todo aquel que esté a su alrededor. Él explica a Joseph que pertenece a un planeta muy lejano de la Tierra donde su atmósfera está compuesta principalmente por helio, de ahí su tono enteramente azul; su nivel de desarrollo es mucho más avanzado que el de aquí y que la piedra que vio era su nave, al menos la parte no sacrificable de ella pues el resto era de material termofundible, así es como pudo salvarse de la fricción con la atmósfera terrestre.

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El tiempo seguía pasando y Beatriz cada vez visitaba menos a su esposo, el “mal azul” seguía avanzando inexorablemente.

En su mente Joseph mantenía su diálogo con su extraño, y sin embargo, cada vez su más conocido amigo, éste le contaba cómo era el lugar donde vivía y le proyectaba imágenes en su cerebro que veía y sentía como si realmente estuviera en ese planeta. Ver auténticas maravillas inimaginables en la Tierra. Los lugares donde habitaban flotaban en el aire desafiando la ley de la gravedad. Su amigo le explicaba que la superficie del planeta sufría muchos terremotos, prácticamente a diario, pues su núcleo era demasiado grande, además su corteza era demasiado delgada de apenas doscientos kilómetros de grosor y constantemente se agrietaba, por lo que vivir en su superficie era imposible. Todo su mundo se desarrollaba en el aire. Enormes instalaciones mantenían un escudo anti gravedad que permitía que sus shedblues que era como llamaba a sus casas y crills, vehículos de desplazamiento, se sostuvieran por anti gravedad igual que si estuvieran sostenidos en tierra firme.

Sus naves viajaban a la velocidad de la luz, y ellos transformados en energía para poder soportar la enorme aceleración, por ese motivo Joseph vio la luz informe dentro de la nave.

Le explicó también que no podían vivir en el planeta Tierra, puesto que el oxígeno era mortal para ellos, podían metabolizarlo a través de un anfitrión, como él lo era en ese momento, cuando eso sucedía el anfitrión también se beneficiaba de su huésped, pues se regeneraba todo su cuerpo y le conferían unas características especiales que los hacía distintos a sus congéneres.

Le mostró en imágenes cómo eran sus shedblues, que es como sonaría en su lenguaje. Se trataba de pequeños espacios donde había una consola con muchas luces y teclas de diferentes formas y colores, funcionaba como un televisor terrestre pero más desarrollado, reflejaba imágenes en tres dimensiones holográficas y se podía interactuar con los “personajes”. No

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tenían camas, en su lugar tenían una cámara transparente en forma de tubo donde se recargaban de energía. No tenían pareja pues eran, como se les denominaría aquí, hermafroditas. No entendía qué significaba hermano, hijo, padre, etc. Para el huésped eran términos que no decían nada.

Le enseño sus mascotas, totalmente diferentes a las terrestres, eran como extraños pájaros provistos de cuatro alas y dos colas y otros parecidos a los perros pero sin patas pues debido a la inestabilidad no las necesitaban. Ellos mismos generaban su anti gravedad y no necesitaban tocar el suelo.

Su planeta giraba alrededor de su propio eje pero no alrededor de ningún sol y cada vuelta duraba unas sesenta horas terrestres. No existían ni el día ni la noche.

Durante muchos días estuvo enseñando a Joseph todo lo que éste podía asimilar del planeta de su nuevo amigo. Mentalmente el anfitrión preguntaba todo lo que no entendía, pues en su mente, él estaba en su planeta y podía ver y tocar todo. Paseaban uno al lado del otro, huésped y anfitrión. Joseph no dejaba de admirarse por todo lo que le hacía ver.

Durante algún tiempo le enseñó cosas de su raza, y aprendió mucho de los humanos. Comenzó a hacerle ver por qué era tan especial entre sus semejantes.

Le explicó que su piel se estaba volviendo azul en la tonalidad que ellos entendían como cobalto, y que con su mente la podría regresar a voluntad a su color original, pero sería totalmente vulnerable, mientras conservara el color azul nada externo podría hacerle daño, su fuerza física sería superior a la de cien hombres juntos, pero siempre que conservara el color azul en la piel. Mientras fuera humano sería totalmente igual a los demás.

La transformación completa duró aproximadamente dos años, durante ese tiempo, Beatriz conoció a otro hombre y se había vuelto a casar pues hacía mucho tiempo que se había hecho a la idea de que Joseph jamás se recuperaría.

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Los médicos lo mantuvieron en una habitación aislada que el gobierno patrocinaba para poder estudiar la extraña enfermedad que padecía. La tonalidad azul cubría casi por completo todo su cuerpo y no se podía hacer otra cosa que registrar sus ondas cerebrales y sus signos vitales, pues su piel seguía siendo impenetrable a todo intento exterior de penetración de agujas.

Ni un solo músculo se movió durante dos años, no tomó alimento ni líquidos, pero se mantuvo vivo y sin perder nada de peso, era totalmente inexplicable y el gobierno lo había clasificado como asunto ultra secreto.

A sus amigos y conocidos se les dijo que había fallecido, incluso se expidió un certificado de defunción y se le dio “sepultura”. Estaba oficialmente muerto.

Un día de invierno, cuando nadie reparaba en él, comenzó a mover los dedos de los pies, y las alarmas de los sensores se dispararon en una sala donde debería de encontrarse alguien monitoreando al paciente por si se producía algún cambio en el “experimento 29” que era como estaba registrado al ingresar al laboratorio. En esa sala no se encontraba nadie por el momento debido a que “nunca pasaba nada”, y no se dieron cuenta de lo que sucedía.

Joseph abrió los ojos y se incorporó del lugar donde estaba acostado, miró extrañado el lugar, le resultaba totalmente desconocido. Cuando reparó en sus manos las vio totalmente azules, se desconcertó un poco, pero enseguida recordó el porqué eran de ese color y se tranquilizó. Lo que no podía ver era su rostro, del que habían desaparecido todas las facciones que pudieran recordarle quién era, era un rostro azul sin boca, sin fosas nasales, con orejas pero sin conductos auditivos y ningún cabello en su cabeza. Sin embargo sus ojos estaban muy bien definidos pero eran totalmente azules, sin que se pudiera apreciar un iris.

Cuando los médicos se dieron cuenta que el paciente había despertado se armó un revuelo increíble en el laboratorio. Todo aquel

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que tenía que ver algo con el experimento 29 acudió al laboratorio de inmediato.

Por algún extraño motivo decidió no recuperar por el momento su forma humana mientras intentaba responder a los médicos las preguntas que le hacían. Joseph sabía que podía convertirse a voluntad, al menos exteriormente, pero por el momento había decidido seguir con su coraza protectora que eliminaba sus rasgos.

Estaba rodeado de doctores y científicos vestidos con trajes especiales anticontaminación, realmente no sabían si la extraña enfermedad azul podía contagiarse. Lo acosaban con preguntas, querían saber cómo se había producido la transformación, y a qué era debido. Joseph les contestó que no recordaba nada y por el momento no quería ser Joseph y no sabía por qué.

Los médicos quedaron un poco defraudados al recibir sus respuestas. Notó esa frustración.

Joseph les dijo que lo único que recordaba era que estaba pescando y que había perdido el sentido un día anterior al de despertar. Cuando los médicos le dijeron que llevaba dos años en coma pensó que era imposible, para él sólo había pasado un día. En ningún momento comentó su encuentro con un ser de otro planeta, ni que podía hacer cosas increíbles, pensó que no le creerían.

Las pocas personas que realmente sabían quién era habían sido “contratadas” por el gobierno y ocupaban cargos más o menos importantes, así los gobernantes se aseguraban de su silencio. No les interesaba que el pueblo supiera que había una posible nueva enfermedad de la que no sabían nada y de la que no podían hacer descubrimientos.

Cuando un delegado del gobierno, un hombre importante sin duda, le dio la noticia de que oficialmente estaba muerto, sintió un ataque de rabia que difícilmente pudo controlar.

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Joseph sin tener una causa que lo justificara, no se atrevió a preguntar por su esposa, pero deseaba poder verla y hablar con ella. Preguntó al delegado si podía salir de aquel centro donde había sido ingresado, porque él se encontraba en perfectas condiciones, y al comunicarle que eso era imposible, se volvió incontrolable, y tras arrancar la cama donde había despertado, que estaba fijada al suelo, la arrojó contra el espejo que estaba en la habitación. Las personas que estaban tras él huyeron despavoridas; aunque el cristal era muy grueso no soportó el tremendo impacto, quedó prácticamente hecho añicos. Joseph terminó de romperlo a puñetazos, logró arrancarlo de las guías donde estaba empotrado y después saltó por el hueco que quedó, salió a un gran corredor que parecía no tener final.

Rindler, que así se llamaba el agente especial, intentó detenerlo sin conseguirlo, así que probó otro sistema. Le dijo que podía salir del recinto si aceptaba ir en un vehículo especial, el cual era usado cuando se detectaba una epidemia. Joseph se detuvo para escucharle, y le dijo que tendría el vehículo preparado en un par de horas, así ganaría tiempo para poder convencerlo de que llevara un celular preparado para llamarlo únicamente a él.

Cuando el vehículo estuvo listo, Joseph salió del recinto vestido con ropa deportiva y una chamarra con gorro, la temperatura en el exterior era muy baja y prefería que nadie pudiera ver lo azulado de su piel.

Una vez que abandonaron el lugar, le preguntaron hacia dónde quería dirigirse, les contestó que a Sacramento y sin más, se pusieron en camino.

Cuando se encontraban en mitad de ninguna parte, Joseph derribó la puerta trasera del auto y saltó a la carretera, dando varios giros sobre el asfalto e incorporándose poco después para desaparecer por la cuneta hacia la noche nevada.

Joseph se vio corriendo entre los arbustos que bordeaban la carretera en total oscuridad, descubrió que sus ojos le permitían ver perfectamente, por lo que su huída le resultaría más fácil.

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Cuando le comunicaron a Rindler que había desaparecido ni si-quiera se inmutó, pues sabía que lo haría y que en poco más de una semana recibiría noticias

Estuvieron siguiendo su rastro durante cuatro días infructuosamente. Joseph había desaparecido.

Rindler sabía que era cuestión de tiempo que usara el celular, sabía que no había riesgo de epidemia, pues Joseph había tenido tiempo de propagarla si realmente hubiera existido. Lo que realmente le preocupaba es que nadie hubiera informado por ningún medio haber visto a un hombre de color azul, realmente no podía entender tal cosa.

Estuvo andando durante muchos días, atravesando bosques y riachuelos que estaban helados, pero que a él para nada le afectaban.

Ya clareando el alba del cuarto día, divisó una granja y descubrió un vehículo que parecía en buen estado y que tenía las llaves puestas en el encendido. Sin pensarlo mucho se subió al auto y lo puso en marcha, sin hacer mucho caso de que en la puerta de la casa estaba la dueña y un par de rottweiler que corrían hacia el auto para tratar de detenerlo.

Jennifer, que así se llamaba la dueña de la granja, denunció inmediatamente el robo de su auto y alegó no haber podido identificar al intruso pues en los treinta años de su vida, en sus tierras jamás le habían robado, y por lo tanto no esperaba que sucediera.

Joseph ya había partido para su ciudad en busca de su anterior vida, aunque sabía que sería inútil, pero aún así debía intentarlo.

Antes de huir con el vehículo robado pudo ver por un instante a Jennifer, y grabó su imagen en la memoria, para devolverle lo que legalmente era suyo.

Tras muchas horas de viaje y de robar gasolina, pues no tenía ni un miserable dólar, llegó a su ciudad, y se dirigió a la que fuera su casa. Cuando llegó recuperó su forma humana, y con el corazón latiéndole fuertemente tocó el timbre.

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Al abrirse la puerta salió una mujer de alrededor de cincuenta años, bajita y regordeta, con el pelo teñido de rubio muy claro y vestida con una bata de color verde.

Joseph se quedo mirándola durante un instante sin decir nada, no tenía palabras, y por fin preguntó por los anteriores dueños de la casa. La señora le contestó que eran una pareja joven y que él había muerto y al poco tiempo ella se había vuelto a casar y se había mudado a Seattle.

Joseph creyó que se moría ahí mismo, le dio las gracias y volvió al auto dispuesto a encontrar a Beatriz.

Serían las ocho de la noche cuando llamaron a la puerta de la casa de Jennifer. Eran unos oficiales interesándose por el robo de su auto, ella les dijo que apenas había visto por un momento al ladrón, y después de mucho pensarlo, porque no confiaba en que la creyeran, dijo que le pareció ver un brazo y una mano azul.

Cuando Joseph llegó a Seattle ya tenía en la cabeza cómo conseguir dinero. Llamó a Rindler y le dio instrucciones para que se lo mandara advirtiéndole, que si intentaba detenerlo, alguien podría resultar herido o muerto. Rindler le contestó que no había problema al respecto, Joseph le recordó que ellos le habían matado a él y que ahora tenían una deuda que saldar pues los bancos no prestan dinero a las personas legalmente muertas.

Recibió por mensajero, en el hostal de mala muerte donde había alquilado una habitación, cinco mil dólares en concepto de indemnización, y una nota con una dirección y el apellido de casada de Beatriz. Desconfiando del escrito, pero sin otro dato, probó a ver si realmente la dirección era correcta.

Cuando llegó a la dirección que le habían proporcionado comprobó que no había nadie en la casa. Esperó alrededor de una hora, y por fin la vio aparecer, pero no venía sola, empujaba delante de ella un carrito de bebé y se veía una criatura pequeñita que agitaba los brazos dentro. Quedó destrozado al ver a la que había sido su compañera con un niño,

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decidió no decirle que seguía vivo, después de tanto tiempo ella había rehecho su vida y no podía culparla por ello.

Estuvo vagando durante más de una semana, luego fue a devolver el auto que había tomado prestado dejándolo en el mismo sitio donde lo hubo encontrado. Jennifer escuchó el ruido del motor pero por muy rápido que quiso salir de la casa, ya no vio a nadie aunque notó que los perros estaban asustados y la miraban con ojos donde se podía entrever miedo.

Se quedó mirando a Jennifer desde la oscuridad, detrás de unos árboles, unos instantes y después desapareció en la noche.

Joseph llamó a Rindler, pues quería una nueva identidad, sin ella el dinero no le servía para casi nada, un “muerto” no podía ni alquilar ni comprar un auto o una casa, al no existir oficialmente, no podía demostrar quién era. Rindler, sabiendo que le pediría precisamente eso, contestó, que necesitaba alguna fotografía y que tenían que verse en algún sitio para conversar. Después de mucho pensarlo, Joseph decidió quedar en verse en un lugar donde nadie pudiera verlos, pues él iría con su coraza azul. Se citaron para una semana más tarde en una cueva que conocía y que estaba muy cerca de donde se había convertido en lo que ahora era.

‒¿Dónde puedo mandarle las fotografías?‒Mándelas en un sobre al apartado de correo 3567. Un sobre

blanco, sin nombres ni direcciones. Unos días antes de su cita con Rindler, estaba caminando por la

ciudad cuando de pronto había escuchado una explosión, un momento después vio pasar unos camiones de bomberos, encaminó sus pasos hacia el lugar donde se dirigían, y al girar en una esquina vio un gran edificio en llamas en su parte superior. Se unió a la gente que observaba el incendio como un curioso más. Estaba muy cerca de uno de los camiones y pudo escuchar a varios de los bomberos decir que era imposible llegar a los departamentos afectados por el fuego, y que había por lo menos diez personas atrapadas dentro. Joseph no lo dudó ni un momento, cogió

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de uno de los camiones un uniforme protector, una careta y un casco, aunque estas prendas no le servirían de mucho, al menos ocultarían su azulada piel.

Cuando llegó al primer departamento en llamas se encontró la puerta estaba ardiendo, de una patada la derribó sin mucho esfuerzo, vio que no había nadie, subió al siguiente departamento que resulto ser un almacén que era usado por el personal de mantenimiento del edificio. Ahí encontró cuerdas, arneses y poleas que se usaban para la limpieza de los vidrios exteriores. Se llevó todo este material y siguió subiendo. En el siguiente sí encontró a varias personas tiradas en el suelo con evidentes signos de asfixia, tras levantarlos les enseñó los arneses para que se los pusieran, se acercó a la ventana y rompió el cristal, ató la cuerda a los arneses haciendo que las personas se acercaran a la ventana, los levantó en vilo y, sin dudarlo, los sacó por la ventana y los fue bajando hasta que tocaron el suelo a salvo. En ese momento escuchó el llanto de un niño un piso más arriba y salió rápidamente hacía donde provenía la voz. Cuando entró se quedó un momento parado en silencio para poder identificar la procedencia del llanto, este salía de un armario de una de las habitaciones, al entrar se encontró con una mujer desmayada, y dentro del armario a un niño de unos cinco años. Cogió a la mujer y al niño en brazos al tiempo que una viga del techo envuelta en llamas se estrellaba sobre sus hombros partiéndose por la mitad.

Bajó dos pisos con la mujer y el niño en brazos hasta que tropezó con otro bombero, se los confió, dándole a entender por señas que él volvía a subir. Tras recorrer los cuatro o cinco departamentos que se encontraban ardiendo y comprobar que ya no había nadie, volvió a bajar algunos pisos y en un armario, donde había artículos de limpieza, se desprendió de las prendas de bombero y de la máscara, adoptó su forma humana y mezclándose con las personas que estaban mirando el incendio desapareció.

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Mucho tiempo después de que el incendio fuera sofocado, encontraron el uniforme en aquel armario y nadie supo decir cómo había llegado hasta ese lugar, ni qué bombero había salvado a cinco personas.

Unos días después Joseph iba caminando por la avenida central y de repente sintió hambre, algo que hacía mucho tiempo que no le ocurría. Entró en el primer restaurante que encontró y ocupó una mesa, pidió una cerveza, su bebida favorita, que le supo de maravilla. Comiendo de una sopa hecha a base de mariscos, vio entrar al restaurante a Jennifer, esta vez sí pudo contemplarla a placer. Tan insistentemente la miraba que ella se acercó a su mesa y le preguntó si se conocían de algo, pues no dejaba de mirarla; él contestó que no la conocía, que lo perdonara por su falta de educación. Dándose por satisfecha, ella volvió a su mesa y se dispuso a comer.

Cuando Joseph terminó con su café se levantó y se dirigió a la mesa de Jennifer, y a modo de despedida le dijo:

‒Si puede revise las rotulas de su auto y la correa de distribución, están un poco malas, seguramente por el mal estado de los caminos.

Ella se quedó sentada sin saber qué decir, para cuando quiso reaccionar Joseph había desaparecido.

Tras recuperarse de la sorpresa recibida, marcó el número de la policía desde su celular, y comentó que había visto al hombre que robara su auto en su granja.

La telefonista le pidió que no colgara y que esperase un momento, ella dijo que sí y enseguida le pasaron la llamada con Rindler que le preguntó por dónde se encontraba y tras darle el nombre del restaurante, le pidió que lo esperara, pues quería hablar con ella personalmente.

Llegó media horas más tarde. Jennifer había terminado de comer, amablemente la invitó a un café en un bar cercano. Pidieron su consumición y Rindler le preguntó por el ladrón de autos. Le contó

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todo lo sucedido desde que ella entrara en el restaurante y él la interrogó acerca de si había notado algo anormal.

Contestó que no, que era un hombre totalmente normal, salvo que sus ojos parecían emitir un brillo azulado, pero por lo demás, totalmente normal. A su vez ella preguntó el porqué de tanta importancia por un simple robo. No le contestó directamente, sólo se limitó a decir que era una persona que posiblemente estuviera enferma, y que necesitaba encontrarlo, pues su familia lo estaba buscando para recibir un tratamiento.

Amanecía un nuevo día, y Joseph se detuvo en una terraza de un pequeño bar situado junto al río y desde el que se divisaba un puente, el tráfico no era muy excesivo y se notaba una cierta calma en el ambiente. Pidió un café y unas rosquillas. Al estar tomando su segundo café, escuchó cómo reventaba el neumático de un automóvil en mitad del puente, y segundos más tarde derribaba la barra de contención y se precipitaba al agua. Se levantó de la silla y empezó a correr en esa dirección. Se quitó la camisa y los zapatos, saltó al agua en el mismo sitio donde el automóvil se había precipitado, antes de llegar al agua su piel se había convertido en azul.

Joseph entró en el agua y contempló al auto hundirse rápidamente, llegó hasta él, y vio que su ocupante estaba vivo y consciente pero con la oscuridad que reinaba a su alrededor no creyó que pudiera distinguir el color de su piel. Empezaba a entrar mucho agua por lo que el hombre corría mucho peligro. Se puso debajo y empezó a nadar empujándolo hacia la orilla del río. Cuando comprobó que las ruedas del auto tocaban el fondo y tras cerciorarse de que el ocupante se encontraba bien, volvió a sumergirse en las negras aguas y buceó hasta salir dos kilómetros corriente abajo

Al día siguiente leyó en el periódico local que un individuo de color azul había sacado y remolcado un auto que tras derribar la barandilla de

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un puente se había precipitado al río, al final del articulo ponía a modo de referencia, que el color de la piel se parecía mucho al que se veía en algunas vajillas, azul cobalto.

No creía posible que alguien hubiera podido verlo y menos el dueño del auto, pues estaba muy conmocionado. Tras varias llamadas al periódico logró saber que un pescador vio todo lo que había sucedido, pero no quisieron decirle su nombre.

No pudo saber quién le había visto, aunque eso ya no tenía importancia, lo que sí la tenía es que la gente ya sabía que existía, y que ya empezaban a hablar en los bares y tiendas de él. Era lo que había querido evitar desde el principio pues no era ningún súper héroe de televisión.

Al día siguiente volvía a aparecer la noticia del salvamento milagroso acaecido en el río, en el artículo, mencionaban que, según el testigo, su piel era azul, muy oscuro, parecido al color de un metal que se llamaba cobalto.

Joseph se enfureció muchísimo, pero la bola había empezado a rodar y ya no había quien la parara.

Cuando llegó el día de reunirse con Rindler, estuvo en la zona mucho antes de la hora de la cita para comprobar que no había nadie escondido o al acecho dispuesto a detenerlo. Quedó satisfecho pues habían cumplido con su promesa. Rindler se presentó solo, con un portafolio negro de cuero, ahí dentro se encontraba la nueva identidad de Joseph. Cuando se encontraron frente a frente Rindler le pidió que adoptara su forma humana. Se quedó mirándolo a los ojos y en un segundo se convirtió en humano. No le preguntó si sabía que podía transformarse, era obvio que sí.

Rindler abrió su portafolio y sacó un pasaporte expedido en México a nombre de Ernesto Saavedra Cortés y se lo ofreció. Así que de la noche a la mañana, se había convertido en mexicano y se llamaba

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Ernesto, le hizo gracia la situación, pues él nunca había estado en México, y ni siquiera hablaba castellano. Rindler también le entregó un permiso de conducir, y varias tarjetas de crédito, así como también una buena cantidad de dinero en efectivo. A continuación le hizo una revelación que le pareció del todo increíble.

En los diferentes bancos a los que pertenecían las tarjetas, había depositado un millón de dólares. En total se trataba de cinco millones, que podían ser suyos si aceptaba trabajar para el gobierno. Ernesto le pidió un tiempo para pensarlo, aunque ya sabía de antemano que diría que sí, y no sólo por el dinero, sino porque un tipo como él no podría trabajar en otro sitio, pues sabía que tenía un poder prestado que le hacía único.

Estuvieron hablando por más de tres horas. Cuando se despidieron Ernesto le dijo que aceptaba el trabajo, pero que no quería ningún jefe. Rindler le respondió que sólo tendría que ver con él y que le llamaría para explicarle en qué consistía su nuevo trabajo.

Joseph se dirigió a una agencia de autos y compró un Jeep Cherokee, usando su nuevo nombre lo pagó al contado y pidió que lo entregaran en la dirección de Jennifer con una nota en la que le daba las gracias por las molestias que le había causado. Cuando Jennifer recibió el regalo, no sabía ni qué hacer ni qué decir. Al día siguiente regalo sonó el teléfono en su casa, cuando contestó, escuchó la voz de Joseph dándole las gracias y preguntándole si le gustaba en color negro. Ella se quedó sin poder decir nada durante unos instantes, momento que aprovechó el para invitarla a cenar. Tras pensarlo un momento le dijo que sí, y después de colgar, se preguntó por qué había aceptado, si prácticamente no lo conocía, pero tampoco te regalan un coche todos los días.

A las siete en punto estaban sentados a la mesa, en el mismo restaurante donde se vieron por primera vez y le contó su aventura, casi toda inventada, pues no podía decirle realmente quién era y el motivo

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real de que se llevara el auto. Después de cenar, decidieron ir a tomar una copa a una discoteca de moda, para celebrar el regalo, estuvieron hasta bien entrada la madrugada, y viendo que se hacía muy tarde, Jennifer le dijo que ya se tenía que ir pues al otro día tenía que trabajar. Se ofreció a acompañarla pues quería pasar lo que quedaba de la noche con ella, suave, pero firme, no dejó que lo hiciera. Se despidieron en el lugar donde ella había estacionado su nuevo auto y se besaron por primera vez, un beso largo lleno de lujuria y deseo. Cuando al fin se separaron los labios, ella le dijo que nunca se acostaba con un hombre en las primeras citas, y sin decir nada más se subió a su auto y desapareció en la noche.

Al llegar a su casa, todavía sentía la caricia del beso en sus labios, y por mucho que quisiera no lograba dejar de pensar en él, le gustaba, y mucho, pero no quería hacerse ilusiones, pues su vida en la granja era muy dura y pocos se atrevían a llevarla en común con ella.

Ernesto sabía que se estaba enamorando de Jennifer, pero tendría que vivir una mentira, o revelarle quien era y pretender que ella aceptara su trabajo sin exponerla al peligro que éste podía ocasionar, pues él ya imaginaba que no sería de oficina precisamente.

Cuando cenaron le dijo que era representante de una empresa de hoteles que operaba a nivel mundial, y que por ese motivo viajaba mucho.

Estuvo pensando en llamarla en los días siguientes, pero no sabía si Rindler haría lo propio con él, por lo que decidió esperar a ver qué sucedía.

Rindler le llamó al segundo día y le dijo que empezaría su entrenamiento en un recinto militar secreto que se encontraba en Alaska, en tres horas pasarían por el hotel a buscarlo. Rápidamente llamó a Jennifer y le comentó que estaría en Alaska unos días y le preguntó si podía volver a llamarla y verla a su regreso; sin pensarlo ni un momento le dijo que estaría encantada de que la llamara, después colgó, ella se sentía feliz de que hubiera vuelto a contactar, desde que la besara el día

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de la cena no había podido dejar de pensar en él, le gustaba mucho y empezaba a enamorarse.

Cuando Rindler entro en el hall del hotel, Ernesto ya estaba esperando, tomándose una cerveza bien fría. Al verlo entrar apuró su bebida y sin saludarse siquiera salieron a la calle y se subieron a un Mercedes de color negro sin credenciales ni nada que hiciera suponer que el vehículo era del gobierno.

El trayecto que transcurrió hasta la llegada al aeropuerto, se realizó en silencio, absortos cada cual en sus propios pensamientos.

Les atendió una señorita pelirroja, extremadamente delgada, que intentaba esforzarse por parecer amable, y tras pedirle su documentación les entregó los boletos de avión, acababa de iniciarse el mayor cambio que Joseph hubiera tenido nunca en su vida.

Tras varias horas de vuelo llegaron al Fairbanks International Airport de Alaska y después de cumplir con el protocolo de documentarse y recoger el equipaje salieron al aire frío de la noche.

Ya les estaba esperando un vehículo en el que tampoco se veía ninguna insignia. Entraron en y el chofer, sin dignarse siquiera saludarlos, se puso en marcha.

Viajaron durante más de tres horas, atravesando enormes extensiones de terreno completamente nevado y totalmente deshabitado, hasta que por fin llegaron a lo que parecía ser la entrada de un túnel de carretera. El vehículo se detuvo ante una barrera e inmediatamente aparecieron ante ellos dos soldados de la infantería de marina provistos de sendos fusiles de asalto, que procedieron a solicitar la documentación de los ocupantes. Una vez reconocieron a Rindler levantaron la barrera y permitieron el paso del vehículo.

Lo que parecía ser un túnel resultó ser un callejón sin salida pues sólo tenía unos cuatrocientos metros de fondo y al final se vislumbraba la pared de roca desnuda.

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El chofer detuvo el automóvil sobre unas líneas amarillas pintadas en el asfaltado. Sintieron una vibración muy suave y comenzaron a hundirse en las entrañas de la tierra, estaban situados sobre una plataforma que empezó su descenso mientas que sobre sus cabezas se cerraba silenciosamente el hueco que dejara la superficie del elevador.

Descendieron, según calculo Joseph, unos cien metros, y tan suave como había iniciado el descenso se detuvieron. Rindler pidió a Joseph que se bajase del auto y cuando ambos estuvieron fuera, la plataforma empezó a elevarse de nuevo. Estaban en una sala enorme donde sólo se divisaban varias puertas de considerables dimensiones y marcadas con números y letras que por el momento no podía descifrar.

Por una de esas puertas apareció un general que, tendiéndoles la mano, se presentó como Alexandre Ronzón. Les invitó a conocer las instalaciones.

Dieron un rápido vistazo a las dependencias de la base militar y después le mostraron cuál sería su dormitorio.

Joseph se duchó y cambió de ropa, se dirigió a la sala donde estaban esperando el general Alexandre y el delegado de gobierno para darle todas las explicaciones que fueran necesarias sobre su cometido en el futuro.

Desde su llegada a la base, observó que no había ni soldados ni personal de mantenimiento, parecía más bien un pueblo fantasma que una base militar.

Entró en la sala y tomaron asiento; sin más preámbulos comenzó a hablarle.

‒A partir de ahora usted pertenece al gobierno de los Estados Unidos de América y desde este momento ya no volverá a usar el nombre de Joseph. Para todo el personal de la base, menos para el general y para mí, usted es solamente un numero y debe evitar hacer comentarios sobre sí mismo o sobre su misión, nadie en la base debe conocer su identidad.

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‒Comenzaremos su entrenamiento mañana a las seis en punto, no debe mostrarse nunca con su aspecto humano, y usaremos en todos los ejercicios munición real. Dispondrá de los mejores profesionales en el manejo de armas, artes marciales y supervivencia en condiciones extremas.

Sonaba en el reloj empotrado en la pared situada frente a la cama la señal que indicaba que eran las seis menos cinco minutos.

Se levantó, se puso una ropa holgada y cómoda, se convirtió en el monstruo azul que tan poco le gustaba y abandono su cuarto.

Esperaba encontrarse con Rindler o con el general, pero no encontró a ninguno de los dos, se sintió un poco desconcertado y sin saber a dónde dirigirse. A los pocos minutos empezó a sonar por todo el recinto una alarma muy estridente y se iluminaron unas luces rojas intermitentes, pensó que sería algún tipo de alarma de seguridad y sin perder tiempo se dirigió a la pared que tenía más cercana y se escudó en ella para no ser descubierto.

Sucedió algo que él no se esperaba, tan pronto alcanzó la pared y se recostó sobre ella se hundió como si fuera una cascada de agua. Sintió que la totalidad de la pared y su cuerpo eran uno solo y lo que más le impactó fue que podía ver cada rincón de la sala que se encontraba del otro lado del muro al mismo tiempo

Se concentró en entender lo que le estaba sucediendo, y quiso hacer una prueba: fijó su atención en la pared situada delante de él y probó a intentar sacar los brazos, pero no lo consiguió en el primer intento. La voz que escuchara en su cabeza después de su recuperación volvió a surgir y le pregunto qué era lo que intentaba conseguir, sólo visualizó en su mente la acción que se propuso conseguir y en respuesta recibió otra imagen indicándole cómo hacerlo. En este segundo intento sí lo consiguió y pudo ver sus propios brazos brotando de la pared sin ningún esfuerzo. Aquella sala se había convertido en su propio cuerpo.

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Se escuchó en ese momento un ruido provocado por disparos y voces asustadas. Sin perder tiempo recogió los brazos que aún asomaban en el muro y se desprendió de la pared que lo convertía en invisible a los ojos de los demás. Con mucho sigilo abrió un poco la puerta que tenía a su derecha y atisbó por el hueco qué era lo que provocaba aquel ruido.

La escena le resulto terrorífica, en el suelo de la habitación contigua estaban hombres y mujeres con batas blancas o uniformes militares agrupados y encañonados por individuos vestidos por completo de negro con pasamontañas y armas automáticas que a voces les indicaban que no se movieran o abrirían fuego.

Cerca de la puerta había una mesa escritorio con su silla y su terminal de ordenador, lo suficientemente grande y estaba lo bastante cerca para que pudiera ocultarse tras ella sin ser visto, suponiendo que tuviera tanta suerte que ninguno de los agresores estuviera mirando hacia ella.

Desde su posición podía ver a cuatro o cinco de los hombres armados, no sabía exactamente cuántos eran, pero los que podían verlo salir a través de la puerta, sí los tenía en su ángulo de visión. Alguien gritó una orden en alguna parte de la sala y los asaltantes miraron hacia la procedencia de la voz así que en ese momento abandono su posición en la puerta y arrastrándose se oculto detrás de la mesa procurando no rozar la silla para evitar que se moviera y delatar así su presencia.

Logró su objetivo, pero ahora debía de conseguir acercarse a la pared y por desgracia había un mueble librero y un armario archivador que ocupaban toda la pared detrás del escritorio. Milímetro a milímetro fue moviendo la librería rezando porque no hiciera ningún ruido, no temía por él, temía que si lo descubrían los rehenes no tendrían ninguna posibilidad y por lo que parecía él era su única esperanza. Por suerte el mueble no se encontraba atornillado a la pared y el suelo no presentaba ninguna junta más elevada que las demás, lo fue desplazando sin que

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nadie en aquella estancia pareciera notarlo. Cuando el mueble estuvo suficientemente separado como para permitirle entrar en el espacio que quedaba, se fue levantando a salvo de las miradas.

Tal como había hecho en la otra sala se pegó a la pared e inmediatamente se fundió con esta y en ese momento toda la sala, como en la vez anterior, se convirtió en parte de él mismo.

Ahora si podía saber el número total de personas que estaban en la sala, tanto rehenes como captores, cuatro de ellos estaban muy cerca de las paredes, dos custodiaban al personal de la base retenidos y el que parecía ser el jefe estaba sentado en una silla detrás de un escritorio; en total eran siete. Calculó que los cuatro que estaban próximos a las paredes serian fáciles de someter, los dos que estaban junto a los rehenes podía abatirlos lanzándoles unas macetas que estaban cerca de la ventana y si conseguía arrebatar alguna de las armas antes del que el séptimo hombre pudiera hacer uso de la suya habría controlado la situación. En cuestión de segundos cuatro hombres caían al suelo sin sentido y dos macetas volaban por el aire en busca de sus objetivos consiguiendo dos blancos certeros. El séptimo hombre quiso levantarse pero antes de que pudiera llegar a la pistola que llevaba en su funda, se vio encañonado por un Steyr TMP.

Ordenó al personal de la base que buscasen algo para amarrarlos, pero en ese momento se abrieron las puertas y entro Rindler tocando las palmas.

‒Ha sido sencillamente increíble, jamás hubiera imaginado que pudieras resolver la situación en cuestión de minutos.

Joseph se quedo mirándolo incrédulamente.‒¿Cómo es esto? ‒preguntó.‒Te dije que empezaría tu entrenamiento a las seis en punto y ya

comenzó.‒Pero pude haber matado a alguien, ¿habéis pensado en eso?‒Tú no eres un asesino, al menos todavía no.

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Se dio media vuelta y se fue por donde había venido, la discusión había terminado.

Se volvió a mirar al personal de la base, nadie decía nada, pero todos lo miraban sin creer realmente lo que veían. En silencio abandonó la sala.

Sentía una furia enorme que lo devoraba por dentro, sólo pensar que podía haberle quitado la vida a alguien lo enfurecía enormemente. Ahora ya sabía que su trabajo no se realizaría precisamente en una oficina.

Pasó el resto del día en su habitación viendo televisión y a ratos leyendo alguna novela. Sintió que golpeaban a su puerta, rápidamente adoptó su forma azul y abrió. Dos soldados se encontraban delante de él y sólo le ordenaron que los acompañara, les hizo un gesto con su mano y los tres comenzaron a andar, ellos delante y el detrás.

El paseo fue breve y en completo silencio, se detuvieron ante una puerta con un cartel que decía “sala de juntas”. Uno de los soldados la abrió y saludó a la manera militar.

‒A sus ordenes mi general. El general se levantó de su asiento y devolvió el saludo y le pidió al

soldado que 3824entrara. Se hizo a un lado para que Joseph pudiese entrar. Esperaba encontrar también allí a Rindler, pero el general estaba solo.

‒Rindler tuvo que ausentarse de la base y no regresará en un par de semanas, yo me ocupare de su entrenamiento durante su ausencia.

‒¿Puedo saber el motivo de su ausencia?‒No ‒fue la tajante respuesta que recibió, que dejaba bien a las

claras que aquel no era asunto de su incumbencia.‒Después de su “demostración” de esta mañana hemos tenido que

modificar el planteamiento para su entrenamiento. Me gustaría poder tener una charla privada con usted, si no tiene inconveniente.

‒Depende de la charla, puede ser que no tenga inconvenientes o puede que los tenga, pero eso no lo sabré hasta que tengamos esa conversación, ¿no cree?

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El general se quedo mirándole sus extraños ojos azules intensos, una pequeña y enigmática sonrisa se dibujó en sus labios.

‒Cuando me dijeron que íbamos a recibir a un invitado muy especial, no me imaginé que tanto y le confieso que jamás imaginé nada parecido, ¿Quién o qué es usted? Quedó en silencio mirando fijamente al general buscando en su mente alguna respuesta

‒Confesión por confesión mi general, realmente ya no sé ni quién soy, ni por qué soy como soy, no sé si es una mala jugada del destino o todo lo contrario, pero esto es lo que soy y no hay marcha atrás.

‒Desde mi punto de vista yo lo veo como ambas cosas, una maldición para usted y una bendición para nosotros.

‒¿Por qué dice usted eso?‒Según mis informes usted perdió dos años de su vida, que ya

son irrecuperables, además de perder a su esposa y todo su pasado, usted está muerto y enterrado, yo no podría imaginar una maldición más grande para un hombre. Por otra parte sus habilidades pueden ser lo mejor que le haya pasado a este planeta tan podrido y maloliente en el que, por desgracia, nos tocó vivir, pero, depende de usted, que esas mismas habilidades puedan ser la mayor tragedia que haya conocido la humanidad, y si alguna vez comenta que esta conversación ha tenido lugar, lo negaré rotundamente. El poder que usted posee, conlleva aparejada una enorme responsabilidad, usted decide si está de parte de los buenos o de los malos

‒¿Usted me cree capaz de hacer daño a mi país, a mi planeta?‒Llevo cuarenta y cinco años sirviendo en el ejército, y creo

que ya he visto de todo, he visto hombres que también juraban que jamás causarían daño a sus semejantes, pero cuando obtuvieron el poder, se corrompieron. El poder corrompe y el ser humano, por su propia naturaleza, es agresivo, con tendencia a someter a todos los que consideran inferiores a ellos. Tomemos por ejemplo el caso de Adolf

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Hitler, un personaje que quiso ingresar en un conservatorio de música. ¿Cómo un hombre que ama la música pudo convertirse en el monstruo que se convirtió? La corrupción del poder. Ahora imagínate, perdón que te tutee, ¿no te molesta que te tutee?

Sin esperar una respuesta, prosiguió el general su monólogo.‒Imagínate el poder que recae en tus hombros y lo que ese poder

puede llegar a roer las entrañas.‒Olvida, mi general un detalle importante, o más bien dos, el

primero es que aun no sé de qué poder estamos hablando y el segundo es que algo en mi interior cambió el día que tuve mi accidente, creo que desde ese momento dejé de ser totalmente humano, pero sólo el futuro sabrá que es lo que pasara.

‒Yo ruego cada minuto del día a Dios que jamás tengamos de arrepentirnos de que usted se haya convertido en lo que es actualmente.

Lentamente, el general se puso de pie, mirando a Joseph.‒Mañana continuaremos el entrenamiento a las seis. ‒Se dio media

vuelta y salió de la habitación. Quedo solo en aquella enorme sala de juntas, sumido en sus

pensamientos, sabía que el viejo general tenía razón y se juró a si mismo que jamás usaría el don que había recibido para hacer daño y evitar que nadie más lo hiciera.

Seis de la mañana, golpes en la puerta, transformación.‒El general le ordena que nos acompañe. ‒Abrió la puerta y sin

decir nada, salió con los soldados. Todo el mundo en la base se preguntaba quién sería aquel

personaje azul al que todos conocían como 3824, pero del que nadie sabía más que eso, había cuchicheos, entre los soldados, entre el personal científico, incluso entre el personal de mantenimiento. Habían visto lo que podía hacer y se hacían apuestas, intentando adivinar de qué más sería capaz. Todos suponían que podía tratarse

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de un experimento secreto del gobierno, pero los científicos negaban tal cosa, ellos estaban tan desconcertados como el resto del personal de la base.

Los soldados lo llevaron a una sala donde, dispuestas sobre varias mesas cubiertas con una tela blanca había toda clase de armas desde fusiles de asalto a pistolas automáticas, así como abundarte munición.

‒Le presento a Leroy Morrison, sargento de marina y especialista en armamento.

‒¿Sabe usted algo de armas, 3824?‒Lo único que sé de las armas es que sirven para matar. ¿Es

realmente necesario aprender a usarlas?‒Necesario no, pero conveniente sí. Tenemos una semana para

enseñarle a montarlas y a desmontarlas así como a reconocerlas y usarlas, particularmente creo que es imposible que aprenda todo esto en tan poco tiempo, pero recibí esa orden e intentare hacer todo lo posible.

Antes de concluir la semana conocía todo sobre las armas, podía armarlas y desarmarlas incluso con los ojos cerrados, conocía todos los calibres y el uso de las diferentes balas, el sargento Leroy no podía creerse que hubiera aprendido tanto en tan poco tiempo, lo que contribuyó a que los comentarios que corrían por la base se incrementaran. Transcurrida la semana de aprendizaje, lo condujeron a la sala de tiro, lo que había aprendido en la teórica había que aplicarlo a la práctica.

Cuando entró al cubículo, vio un desbarajuste de piezas amontonadas en total desorden, desde agujas percutoras hasta cargadores y munición, formando un montón informe. Rápidamente empezó a ponerlo en orden y armó un total de cuatro armas distintas, los cargadores rellenos y dentro de su correspondiente hueco.

Fijó su vista en la diana que se encontraba a veinticinco metros de su posición, y notó que podía graduar su visión, hasta poder ver el punto central de la diana como si estuviera a unos centímetros de su

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rostro, escogió una de las pistolas que había armado anteriormente y abrió fuego, en total diez disparos. El sargento pulsó el botón para que la diana se desplazase a su posición y sólo pudo ver un agujero en el mismísimo centro de la diana.

‒No es posible, sólo acertó una vez. Probemos de nuevo, inserte un nuevo cargador y esta vez apunte al tercer círculo, al número que indica la puntuación en la diana.

Levantó de nuevo el arma y volvió a repetir el ejercicio. Una vez vació el cargador, el sargento hizo desplazar de nuevo la diana y comprobó que el número al que le había ordenado apuntar ya no estaba, en su lugar había una sola perforación.

Descolgó una especie de teléfono que había en la cabina de tiro y solicitó una cámara de alta velocidad para comprobar que lo que estaba suponiendo no fuera una locura, era imposible que las balas pasaran todas por el mismo espacio. Una vez quedó la cámara instalada pidió que repitiera el ejercicio, obteniendo el mismo resultado que las veces anteriores. Cuando vio la grabación de la cámara, no daba crédito a lo que veía. Lo imposible se convirtió en posible.

Pulso un botón y la diana retrocedió a una distancia de cincuenta metros, y le pidió que disparara con otra arma que no fuera la pistola que ya había usado, dispuso de nuevo la cámara en la nueva posición y ordenó que comenzara a disparar de nuevo. En esta ocasión eligió un subfusil de asalto con un cargador de veinte balas, apuntó y abrió fuego. El resultado no fue diferente a los otros ejercicios. El sargento ni siquiera quiso ver esta vez la grabación, sabía que se había repetido de nuevo.

De nuevo hizo retroceder la diana, esta vez a cien metros, pero le ordenó que usara la pistola primero y un fusil de asalto después. Dispuso de nuevo la cámara en su nueva posición y le rogó que comenzara. En total fueron treinta disparos, cuando el blanco regresó de nuevo a su

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posición para comprobar los aciertos pudieron constatar ambos que sólo había seis impactos en la diana.

Cuando le presentaron la grabación al general, únicamente pudo preguntar:

‒¿Es real esta grabación?‒Yo mismo puse el carrete y coloqué la cámara y créame, mi

general, que si no hubiera estado presente apostaría mi vida a que alguien lo manipuló todo.

Una vez que el sargento abandonó la oficina del general, éste solicitó la presencia de 3824 en su despacho.

‒¿Quería usted verme general?‒Sí, adelante, pasa por favor. Apenas había tomado asiento cuando el viejo general, pálido como

un muerto, le soltó abruptamente.‒Empiezo a sentir autentico pánico de usted, ningún humano

puede hacer lo que usted hace, sospecho que ni siquiera esta base estaría segura si usted decidiera destruirla.

‒Puede sentirse tranquilo general, no tengo ninguna intención de destruir nada.

‒¿Está usted seguro?‒Sí, muy seguro. Un día más, seis de la mañana golpes en la puerta y de nuevo a

transformarse,‒A ver qué me toca hacer hoy ‒pensó. Abrió la puerta y

maquinalmente salió del cuarto. Llegaron a la ya conocida sala de juntas y de nuevo el general le

estaba esperando con un nuevo personaje.‒Buenos días 3824, te presento al teniente Bryan Hausa, de las

fuerzas aéreas de la marina que se encargará de enseñarte a pilotar aviones y helicópteros. Este ejercicio no estaba contemplado en tu entrenamiento

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pero viendo tu evolución comprendemos que para ti será fácil aprender, cuando el teniente nos informe de que el ejercicio está concluido y si lo estima oportuno te daremos tu licencia de piloto.

En su rostro azul no hubo ningún movimiento facial que expresara lo emocionado que estaba, siempre había querido saber pilotar un helicóptero pero nunca pudo permitirse el lujo de pagar unas clases tan caras. Ahora tenía la oportunidad de hacerlo y sin costarle un centavo.

‒Cuando quiera, teniente.‒Empecemos entonces, no hay tiempo que perder. Su alegría se desvaneció cuando entraron en una especie de aula de

colegio semejante a cualquier aula de una universidad y pusieron delante de él un montón de libros y manuales que debía de estudiar y aprender.

‒Puede empezar cuando quiera, yo le iré explicando en la pizarra todo lo que no entienda y usaremos los diagramas para explicarle todo lo referente a las presiones y aceleraciones de los reactores.

Un tanto fastidiado, agarró el primer libro y lo abrió. Aún no habían transcurrido diez minutos, cuando ya tenía en sus manos el segundo libro.

El teniente lo interrumpió para preguntarle si no le había gustado el primer tomo.

‒Sí que me gustó, por eso empecé el segundo.‒¿Pretende decirme que se ha leído entero el primer manual?‒Sí ya lo leí. Sin decir nada, el teniente se dirigió a la pizarra y puso varios

ejercicios, después le pidió que tratara de resolverlos. Joseph se levantó de su asiento y se dirigió a la pizarra, cogió el

rotulador que le ofrecían y empezó a resolver los problemas, no cometió el más mínimo error.

‒¿Satisfecho? ¿Puedo empezar con el segundo manual?‒Sí, claro que sí.

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Cinco horas después había leído y asimilado todos los manuales además de resolver los los ejercicios que el teniente le había escrito en la pizarra.

Cuando aquél se reunió esa misma tarde con el general, y le comentó todo lo que había sucedido, le dijo que nunca en su vida había visto a nadie que en una sola tarde pudiera aprender toda la teórica necesaria para poder pilotar una nave.

‒Solicito para mañana un reactor para vuelos de pruebas y para el jueves un helicóptero. ¿Puede conseguirlos?

‒Sí, no hay ningún problema. Al día siguiente le llevaron su uniforme de piloto y lo escoltaron

hasta los hangares de la base. Llevaba muchos días encerrado y agradeció ver de nuevo la luz del sol.

El teniente ya le estaba esperando junto a un furtivo F-22 Raptor. Cuando vio que se acercaba se subió a la cabina y ocupó su posición en el avión, por su parte hizo lo mismo y tan pronto como se aseguró los cinturones de seguridad, empezaron a rodar para abandonar el hangar y dirigirse a la pista de despegue.

Hicieron varios vuelos de prueba y varios aterrizajes, para que Joseph entendiera en la práctica todo lo necesario para levantar el vuelo y aterrizar

Ya por la tarde, tuvo la oportunidad de hacer su primer vuelo, por lo que tras cambiarse de asiento y posicionarse en la pista, inicio el despegue.

Sentía muchas emociones encontradas, admiraba el poder que emanaba de aquella máquina y pensaba en el poder destructivo que representaba.

El vuelo se prolongó durante más de una hora, sin que el teniente tuviera que intervenir en absoluto para corregirlo. Ya regresando a la base se preparó para aterrizar y lo realizó de una manera impecable.

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‒Mañana le espero para pilotar un helicóptero ‒dijo a modo de despedida.

Se despertó ansioso por volver a volar y casi no podía esperar a que llegara su escolta. Apenas sonó el primer golpe en la puerta, la abrió de golpe y casi gritando les dijo que habían tardado mucho en ir a buscarlo.

Al igual que el día anterior, ya lo estaba esperando el teniente en el helipuerto.

Cuando estuvo a su lado, le pregunto qué modelo era el que tenía delante suyo.

‒Es un AH-56, es un helicóptero compuesto: los rotores normales de helicópteros son aumentados con pequeñas alas y un propulsor, dándole algunas de las características tanto de helicóptero como de un avión de ala fija.

‒Ok. Perfecto, arriba entonces. El primero en pilotarlo fue el teniente y después le tocó el turno

a él, había estado fijándose cómo lo hacía y no le costó ningún esfuerzo, realmente disfrutó mucho de aquel primer vuelo en un helicóptero.

‒En los siguientes días realizaremos algunos vuelos más de perfeccionamiento y le haré llegar mi informe al general.

‒General, ¿podría realizar una llamada telefónica?‒Si póngase en contacto con la centralita y pídale que le preparen

un teléfono.‒¿Jennifer? Hola, ¿cómo estás? Te llamaba para decirte que el

trabajo se ha complicado un poco y tardare un poco más de lo que pensaba en volver y quería saber si nuestra cita sigue en pie… No, no te llamo desde el hotel, te hablo desde un teléfono público, en verdad que no sé cuál es el teléfono del hotel, pero en cuanto lo averigüe te llamo de nuevo y te lo digo. Yo también te echo de menos y estoy deseando volver a verte. Adiós, hasta pronto.

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Colgó el teléfono y se dirigió de nuevo a su cuarto. Estaba de buen humor pues confirmó que a Jennifer también le gustaba él.

Ella miró al aparato preguntándose por qué no había aparecido el número del que le había llamado Ernesto cuando tenía identificador de llamadas, y por qué no le había dado el número del hotel. ¿Acaso no quería que pudiera devolverle la llamada? Algo en su interior le decía que algo no andaba bien, por lo que decidió buscar en internet los hoteles que había en Alaska para intentar localizarlo. Eran demasiados hoteles. Tendría que esperar a que él la llamara de nuevo.

Las siguientes semanas aprendió diferentes artes marciales con varios entrenadores, y finalmente lo sometieron a una prueba de supervivencia fuera de la base.

Lo trasladaron a la cima de una pequeña montaña en helicóptero y las órdenes eran llegar a la base sin ser descubierto por las patrullas que estarían buscándolo para detenerlo.

Cuando la noche llegó, empezó a moverse orientándose en la oscuridad, era como caminar en pleno día, con una diferencia: todo resultaba monocromático, lo veía todo azul, pero podía ver perfectamente.

Más que verlos o escucharlos, presintió que una patrulla estaba agazapada detrás de unas piedras enormes muy próximas al sendero por el que iba caminando, se detuvo y decidió enterrarse en la nieve y esperar a que la patrulla se moviera de su emplazamiento. Durante más de tres horas estuvo sepultado bajo la nieve, pero en ningún momento sintió frío, ni quemaduras producidas por el contacto con la piel, estaba insensibilizado por completo.

La misión se completó en una semana y nadie pudo localizarlo en ningún momento, había más de veinte personas buscándolo y nadie logró verlo ni una sola vez. De hecho lo dieron por desaparecido y el general pensó que había desertado, por lo que sintió un gran alivio al verlo de regreso a la base.

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Aún permaneció una semana más en la base en la que fue sometido a las últimas pruebas, entre ellas cruzar por un campo minado mientras sostenían fuego real sobre él. Miraba al suelo para ver las pequeñas marcas que identificaba en la tierra, ya sabía cómo sortear las minas, mientras procuraba utilizar cualquier hueco o roca que lo protegiera de los disparos. En un descuido dejó parte de sus piernas al descubierto y sintió el impacto de una bala, se revolvió para ver la herida, aunque no sintió ningún dolor, se sorprendió al ver que en su pierna no había ningún orificio de entrada de una bala, ni herida ni sangre.

En ese momento se levantó por encima de la roca que lo cubría y volvió a sentir otro impacto en su brazo justo en su bíceps, y pudo ver perfectamente cómo la bala rebotaba al contacto con su piel y salía despedida.

Quiso probar hasta qué punto era invulnerable y al ver una mina muy cerca de él, la hizo detonar con su mano, escuchó un estallido horrible, y por un segundo sólo vio llamas a su alrededor, después miro su mano intacta, ni siquiera había quedado negra por la explosión.

Terminada esta prueba, se presentó de nuevo ante el general, éste le entregó un teléfono celular y sus documentos, y se despidió de él.

‒Ya no podemos enseñarle más en esta base. Se pondrán en contacto contigo para indicarte cuál será tu misión. Después lo saludó militarmente y dando media vuelta, desapareció de la sala.

Se dirigió al mismo lugar donde lo dejara el coche cuando llego a la base y ya lo estaba esperando de nuevo el chofer para llevarlo al aeropuerto.

Recordó que no había vuelto a saber nada de Rindler, pero no le cupo duda de que muy pronto volvería a tener noticias de él.

El vuelo de regreso fue igual de aburrido y monótono que el de ida, pero por fin podría volver a ver a Jennifer. Aún no sabía qué decirle o qué contarle para justificar los dos meses que había permanecido en la base, pero algo se le ocurriría.

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Llegó a las siete de la tarde a la granja de Jennifer, no la había llamado ni le había dicho que ya estaba de regreso, así que no estaba muy seguro de encontrarla allá, pudiera suceder que hubiera salido a hacer las compras o a cenar fuera de casa o cualquier otra cosa, pero antes de que pudiera llamar a la puerta Jenny abrió, aunque lo miró con cara de muy pocos amigos.

Aunque estaba muy contenta de que hubiera regresado, también estaba molesta porque no había vuelto a recibir ninguna llamada de él y no sería tan fácil conseguir su perdón por aquella falta tan grave.

‒Se que etas molesta porque no te he vuelto a llamar, pero han sido dos meses de locos, buscando espacios ideales para construir varios hoteles de lujo en Alaska, cuando no nos llovía nos nevaba y las más de las veces teníamos que sacar los vehículos del barro o de las zanjas que había en los caminos. Llegaba muy tarde, casi siempre muy entrada la madrugada, tan cansado que enseguida me quedaba dormido, y apenas salía el sol salía rápidamente para reunirme con arquitectos o constructores para discutir presupuestos, materiales y todo lo que se necesita cuando se planifica la construcción de seis hoteles de cinco estrellas.

No quedo muy convencida con sus explicaciones, pero realmente, tampoco tenía por qué darle tales explicaciones, no eran matrimonio ni novios, sólo eran amigos y además no se conocían en absoluto el uno al otro. Por lo que no le preguntó nada.

‒¿Y cuál es el motivo de que hayas venido hasta mi casa? ¿Vienes a robarme otra vez mi coche?

‒No, esta vez he venido a robarte a ti, si es que aun quieres que vayamos a cenar.

‒¿A cenar? Tendrías que haberme avisado, ¿no crees? Ni estoy vestida ni arreglada para salir y ya sabes que las mujeres tardamos mucho en ponernos guapas.

‒¿Y cuál es el problema? No tengo ninguna prisa.

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Pensó en castigarle por haberla tenido casi dos meses sin saber nada de él, pero la verdad es que se moría por salir a cenar, además de que sabía que si se quedaban en la casa no podría resistirse a acostarse con él, aunque lo deseaba sabía que aun no era el momento, por lo que sin decir nada se dirigió a su dormitorio para cambiarse de ropa.

Media hora después ya vestida, con un elegante vestido rojo, maquillada y con su abrigo en el brazo le dijo:

‒Cuando quieras. Se quedo mirándola fijamente, se levantó y rodeándola con sus

brazos le dio un beso suave y tierno en los labios.‒Estas preciosa ‒acertó a decirle, después montaron en el coche

y se perdieron en la noche. Eligió un restaurante pequeñito, agradable y lujoso, donde se

comía de maravilla, a ella le pareció un sitio precioso pero pensó que sería muy caro y así se lo dijo.

‒No te preocupes por el dinero, eso no es un problema, sólo quiero que disfrutes de esta noche porque yo pienso hacerlo.

Durante la cena le comentó que ya estaba cansado de vivir en hoteles y que había pensado en comprarse una casa o un departamento, y que le gustaría que fuera con él para elegirla.

‒Creo que el elegir una casa es algo muy personal y no creo que deba ser yo quien te acompañe, imagino que tendrás a alguien que sea quien deba de ir contigo, una novia, hijos, no sé, una esposa.

‒Tuve una esposa pero ella decidió que no quería ya vivir conmigo y hoy vive con otro tipo, por desgracia nunca tuvimos hijos, y en caso de tener novia no hubiera salido esta noche contigo, ¿no crees? Pienso que eres la persona indicada para acompañarme.

‒Durante estos dos meses he pensado mucho en ti, te quiero, y quería que lo supieras, desde que -mi ex y yo nos separamos nunca estuve

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con ninguna mujer, creo que estaba esperando a que tú aparecieras para enamorarme de ti.

‒Yo también te quiero, aun no sé por qué, apenas sí te conozco, pero parece lo hiciera de toda la vida, supongo que también estoy enamorada de ti, te acompañaré a ver esas casas.

De regreso a la granja, estaba decidida a que Ernesto no entrara en la casa, pero cuando la abrazó y se besaron supo que sería imposible impedírselo.

La luz del sol se filtraba por la ventana cuando Jenny se despertó, y desde la cocina le llegó un olorcito de huevos y bacón fritos, se puso su bata y se dirigió a la cocina.

‒Qué rico huele‒¿Tienes hambre?‒Mucha, me muero de hambre en verdad‒Pues a desayunar. En ese momento sonó el celular, era Rindler. Estuvo escuchando

durante un momento, dijo ok y cortó la llamada.‒Cariño, lo siento mucho pero tengo que salir, era mi jefe y

me necesita en la oficina urgentemente. ‒Le dio un pequeño beso y desapareció.

Siguiendo las instrucciones que recibió por teléfono, entró en el almacén situado en la calle W. Arlington, donde debía recoger un paquete que había dejado para él.

El almacén estaba completamente vacío, a excepción de unos muebles destartalados y cubiertos de polvo. Después de recorrer todo el lugar varias veces, no encontró nada que pareciera un paquete, hasta que se fijó que donde estaban los muebles en el suelo, se veían unos arañazos en el polvo que indicaban que al menos uno de ellos había sido removido recientemente. Sin ningún esfuerzo arrastro el mueble quedando a la vista una trampilla con una argolla de hierro.

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Al tirar de la pequeña puerta descubrió una escalera muy angosta que conducían a una especie de sótano. Allí, en mitad del pequeño espacio había una caja de cartón en la que se podían apreciar entre otras cosas, libros y manuales. Fantástico, más libros. Odiaba leer. Cuando fue a levantar la caja para sacarla de aquel sótano, advirtió que había un sobre blanco cerrado que cayó pesadamente al suelo, produciendo un sonido metálico. Volvió a dejar la caja en su sitio y recogió el sobre, dentro se encontraban una llave y una nota, y escrito en la nota una dirección: E. Huron SL 35 8º B, estaba relativamente cerca de Milton lee y del Oliver Park.

Se guardó el sobre en el bolsillo y cargó de nuevo la caja, la cual notó bastante pesada, la metió en el maletero de su auto y se dirigió a la nueva dirección.

Le costó un poco encontrar el sitio pero al fin lo logró, sacó su carga y usó su llave para abrir el portal, cuando se dirigía al ascensor vio un cartelito que indicaba que temporalmente estaba fuera de servicio.

‒Joder, y tengo que subir hasta el octavo, y no es peso pluma precisamente la dichosa cajita.

Pensó en adoptar su aspecto azul, pero inmediatamente pensó que podía ser muy peligroso pues algún vecino podía verlo y no era eso precisamente lo que más deseara que pasara.

Cuando llegó a la octava planta, le costaba mucho esfuerzo respirar y sudaba abundantemente.

‒Espero que al menos tengan una ducha y pueda refrescarme. ‒Sí, había una ducha, pero no agua.

‒Joder, pues empezamos bien. El apartamento estaba prácticamente desierto, la pintura estaba

desconchada y se veían telarañas en los rincones, con respecto al mobiliario sólo había un televisor sobre un mueble con estantes, un vídeo y un sillón cubierto por una sábana, si es que se le podía llamar así al trapo blanco

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que lo cubría, delante del sillón estaba una mesita baja, eso era todo, ni armarios, ni camas, nada más. Muy acogedor.

Subió la caja a la mesita y comenzó a sacar lo que había en su interior, varios libros, algunos mapas y una cinta de video VHS.

‒Espero que al menos el televisor y el reproductor funcionen. Pulsó el botón de encendido del televisor y se iluminó la pantalla,

después encendió el vídeo e introdujo la cinta.‒Debo suponer que todo ha salido bien, puesto que estas

escuchando este mensaje ‒le decía Rindler desde la pantalla‒. Junto con esta cinta recibiste libros y mapas, necesito que aprendas de memoria el contenido de todo pues el éxito de tu primera misión real depende de eso. No necesito decirte que todo lo que te voy contar es estrictamente secreto y confidencial nadie, repito, nadie debe saber nada, esto no es un simulacro, es una situación real. Ya no estás en entrenamiento. Hemos recibido un mensaje de un grupo terrorista paramilitar y sabemos que opera en Yemen, se identifican como Nuevo Amanecer y dicen poseer misiles con cabeza nuclear de largo alcance, los ICBM que incorporan las VRMIs lo que permite que un solo misil impacte en varios objetivos a la vez. Tienen retenidos supuestamente a quince norteamericanos que estaban de turismo visitando el desierto. Mandamos dos UAV (Aviones espías no tripulados Unmanned Aerial Vehicle N/A) y recibimos muchas fotografías realizadas en el desierto donde se ven unos edificios pequeños de adobe y como veras en los mapas que tienes en las manos, esos edificios no estaban ahí hace seis meses. Si esos misiles realmente existen deben de estar montados o en plataformas o en camiones, pero en ambos casos necesitan unos hangares bastante grandes. Tu misión consiste en rescatar a los rehenes, localizar los hangares inutilizar los misiles y traer las cabezas nucleares. No pueden quedar testigos, la eliminación debe de ser total. Oficialmente los Estados Unidos, no pueden intervenir pues violaríamos intereses políticos entre ambos países. Si te capturaran estarás

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solo… Pilotaras un helicóptero y procuraras aterrizar lo más cerca posible del campamento, si vuelas lo suficientemente bajo no te detectarán los radares pero no podrás aproximarte a menos de cinco kilómetros por motivos de seguridad. Saldrás en avión mañana a las nueve a.m. con destino a Irak y te desplazarás a nuestra base, ya te estarán esperando. Tu documentación militar también te la hemos enviado en este paquete, tu rango es capitán y te acredita para poder volar. Cuando hayas memorizado toda la documentación recibida destrúyela, incluyendo esta cinta. Te deseo que tengas mucha suerte.

Cuando llego a la base, presentó su documentación y después de saludarle, le permitieron el acceso.

Se dirigió directamente al oficial superior, saludó militarmente y se presentó.

‒Recibimos órdenes de preparar un helicóptero para misión de reconocimiento, y de facilitarle todos los recursos y ayudas que necesite.

‒Todo está ya dispuesto para cuando usted quiera salir.‒Gracias, sólo el tiempo suficiente para ducharme y cambiarme

de ropa. La misión es urgente y no admite demoras. Se elevo en el aire y puso rumbo al Norte, dirigiéndose hacia

las coordenadas que le habían dado, se transformó en Cobalto (era su nombre en clave), hizo descender el helicóptero hasta que estuvo relativamente seguro de no ser detectado por los posibles radares.

Calculó que estaría a unos cuatro o seis kilómetros del lugar donde se dirigía. Replegó las hélices y cubrió el helicóptero con una lona color tierra confiando que no pudiera verse desde el aire, se echó una mochila a la espalda y comenzó a andar, todavía no sabía muy bien lo que se iba a encontrar, pero no cabía duda de que era un asunto muy grave.

Habría caminado unos tres kilómetros o tres kilómetros y medio, cuando vio un reflejo sobre una duna, fue muy tenue, pero lo suficiente como para apreciarlo. Se ocultó tras otra duna y dejó la mochila en el suelo

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cubierta por la arena para no evidenciar su presencia, después empezó a escalarla arrastrándose muy despacio y lo más silenciosamente posible.

Se quedó mirando el lugar donde había visto el reflejo, pero no logró ver a nadie, aunque estaba seguro de haber visto algo, después de estar un rato mirando hacia aquella duna y a los alrededores decidió volver a por su mochila y emprender de nuevo el camino. Ya iba a ponerse de pie cuando advirtió que la arena se movía en el lugar donde viera el destello, fue un movimiento muy leve, pero suficiente para no pasar desapercibido.

Al igual que hiciera en el campo de tiro de la base, graduó su visión enfocándola en la porción de tierra que vio moverse. Vio una especie de tela como las que se usan para fabricar sacos, de color marrón claro o beige, estaba casi totalmente cubierta por la arena, pero también vio la tela negra de un turbante y al hombre que lo llevaba puesto, distinguió el cañón de un Kalashnikov, un arma muy usada por los hombres del desierto.

Desde la posición que ocupaba podía ver muchos kilómetros de desierto, mientras que él resultaba totalmente invisible. Por suerte había aterrizado un par de kilómetros más adelante del punto en el que coincidían las coordenadas, por error y llegó hasta allí por un camino diferente.

Bajó de la duna, y muy despacio empezó a rodearla, de manera que quedara a las espaldas de aquel vigía tan perfectamente camuflado. Como el centinela no esperaba a nadie por detrás, no se apercibió de su presencia, el aire que soplaba en aquel momento ahogó los pequeños sonidos que pudiera hacer al moverse pero para evitar que lo descubriera decidió enterrarse en la duna y moverse por el interior de ella como si fuera una serpiente. Nunca había hecho algo semejante y tampoco entendía por qué lo había hecho de esa manera, pero sabía que podía hacerlo.

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Cuando calculó que estaría más o menos en el centro de la duna, empezó a subir directamente hasta la posición del hombre. Este no sospechaba nada y siguió mirando al horizonte, cuando notó que la arena debajo de su cuerpo cedía, ya fue demasiado tarde. Dos brazos azules lo aferraron por la cintura y tiraron fuertemente de él hacia abajo partiéndole la columna vertebral y muriendo instantáneamente. Su arma siguió el mismo camino.

Joseph, salió de la duna igual que había entrado en ella, no supuso que tan lejos del lugar donde se ocultaban los terroristas tuvieran vigías por lo que decidió esperar a que oscureciera, de noche sería más difícil que pudieran verlo y delatar su presencia.

Era ya noche cerrada cuando empezó a caminar de nuevo, pero esta vez mucho ms alerta a cualquier ruido.

Escuchó los pasos de una animal grande, se arrojó al suelo y se quedó quieto como una estatua, mirando hacia la procedencia de aquel sonido y pudo ver a un camello y a su jinete que llamaba a voces a un tal Jemal. Como no recibiera ninguna respuesta, ordenó al camello que se echara y descabalgó.

Joseph imaginó que sería el que venía a relevar a Jemal. Amparado en la oscuridad se fue acercando al camello que permanecía echado en tierra. Cuando se encontraba a unos dos metros del hombre este se volvió y por un segundo pudo verlo, pero fue lo último que vio en su vida. Joseph dio un salto y agarró al hombre por el cuello y le dio un brusco giro a la cabeza. Cayó como un saco de patatas a sus pies. Cargó con el cuerpo y se dirigió a la duna que tenía más cerca y comenzó a escarbar un hoyo con las manos. Antes de echar el cadáver allí lo desnudó, después lo enterró y se puso sus ropas.

Nunca había montado en camello, pero suponía que sería fácil, por lo que cogió las riendas del animal y tiró de ellas pretendiendo que se levantara, pero el tozudo animal ni se movió. Lo intentó de nuevo con

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el mismo resultado y una vez más y aun así el animal seguía sin ponerse de pie. Desesperado, dio un tirón tan fuerte que hizo que el camello se levantara y casi que perdiera las manos y cayera de nuevo a la arena, por fortuna el animal mantuvo el equilibrio y no volvió a echarse.

Ágilmente, saltó sobre la joroba del animal y tirando de las riendas consiguió que comenzara a andar.

Parecía saber a dónde dirigirse, así que dejó que caminara libremente. Por el camino se tropezó con otro jinete en camello, que al verlo, se dirigió hacia él, cuando alcanzó la posición de Joseph, le dirigió un saludo y al no recibir el mismo, y fijarse en los ojos que lo observaban, que despedían un extraño fulgor azulado, intentó sacar una especie de espada o daga que colgaba de su cinto y atacó. El puñetazo que recibió directamente en su rostro lo arrojó de su montura y cayó pesadamente al suelo. Antes de que pudiera gritar, Joseph le cortó el cuello con su cuchillo. Rápidamente lo arrastró para enterrarlo como a los otros dos. El camello salió huyendo asustado y se perdió entre las dunas.

Volvió a subirse en su camello y siguió su camino, esperando no tener más contratiempos.

Empezó a ver las luces de las casas y de las hogueras que tenían encendidas para calentarse y tirando de las riendas detuvo a su montura, descabalgó, y sacudió un fuerte manotazo en la grupa del animal, para que se perdiera en la noche del desierto.

Desde su posición podía ver parte de los edificios de adobe, pero estos eran demasiado pequeños para albergar dentro las plataformas o los camiones de transporte de los misiles. Sin acercarse a los edificios se fue desplazando para poder observar todas las construcciones, buscando algún lugar que fuera lo suficientemente grande.

Unas redes enormes protegían el techo y un lateral de una de las edificaciones, tenían enredadas hojas y pequeños trozos de madera disimulándolas de esta manera para que resultara difícil verlas desde el aire.

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‒Ahí deben de estar los dichosos misiles. Se quitó la mochila de la espalda y sacó una caja metálica asegurada

con unos cierres y extrajo de ella un tubo metálico pintado de negro y unos dardos pequeñitos con las puntas protegidas por unas fundas de plástico. Quitó las protecciones y se colocó los dardos en una muñequera también negra con unos espacios preparados para ese fin.

Desde su posición contó un total de cinco guardias en el suelo y tres en los techos. Donde estaba la red había dos hombres armados y en el techo, cerca de la misma había otros dos. Los demás estaban distribuidos por el resto de los edificios.

El lugar era pequeño, pero había varios vehículos aparcados fuera y algunos camellos estaban encerrados en un pequeño corral. Se fue aproximando despacio, agazapado para que no pudieran verlo y logró llegar hasta uno de los vehículos. Cargó uno de los dardos en el tubo y apuntó a uno de los hombres que custodiaban el edificio. Estaría a unos cuatro metros de su posición, sopló y le clavó el dardo en el hombro. Se desplomó sin hacer ruido. La punta de los dardos contenía un potente somnífero, y tenían suficiente cantidad como para dormir a un oso.

Llegó hasta el hombre caído en el suelo y dándole un potente giro a su cabeza le rompió el cuello, después lo arrastró hasta el corral de los camellos y allí lo escondió de la vista de los demás.

Uno de los que estaban en el techo creyó escuchar un ruido sordo y se acercó al borde, pero Joseph ya había llegado de nuevo a donde había estado el hombre y simuló ser el centinela. Cuando comprobó que el de arriba lo había visto y al parecer no había notado nada extraño, se acercó a una pequeña ventana mirando al interior del recinto. Había varios hombres sentados a una mesa con unos planos, y unos mapas extendidos delante de ellos y al parecer discutiendo; estuvo escuchando pero no entendía nada de lo que hablaban, los contó, eran seis en total,

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que junto con los guardias sumaban catorce hombres, pero uno ya no le causaría ninguna molestia.

Aprovechando la fuerza que tenía en sus dedos, los fue clavando en la pared de adobe y trepó hasta el techo. Una vez estuvo arriba quedaba a cubierto de la luz que procedía de las hogueras, y pudo llegar hasta donde se encontraba uno de los terroristas. Cargó otro de los dardos en su cerbatana y apuntó a otro de los que estaba en el tejado, mientras este caía se deshizo del que tenía más cerca y, sacando su cuchillo, lo lanzó al tercero que cayó fulminado sin tener tiempo de dar la alarma.

Rápidamente se dirigió al hombre que había abatido con el dardo y le fracturó el cuello. No podían quedar testigos, recordaba las órdenes recibidas.

Llegó al borde donde estaba la red con otro de aquellos dardos preparado, disparó a uno de los vigilantes, pichándole en la oreja, y de un salto derribó al otro de una tremenda patada. Después de rematarlos los arrastró hasta los vehículos y los metió debajo, para que quedaran fuera de las miradas. Después se dirigió al edificio donde se encontraban el resto de los hombres.

El recinto era muy pequeño, por lo que todos estaban muy cerca de las paredes, circunstancia que le favorecía enormemente.

Se fundió con la pared y para cuando quisieron reaccionar, cuatro de ellos ya estaban muertos. Intentó traspasar la pared por completo pero no lo pudo conseguir y tuvo que salir por el mismo lado que había entrado.

Los dos hombres que aún quedaban vivos cogieron sus armas y empezaron a apuntar nerviosos a las paredes, no entendían nada de lo que pasaba pero sabían que eran peligrosas y procuraron apartarse de ellas. El cristal se hizo añicos y un pequeño objeto rojo voló hacia uno de los hombres clavándose en su brazo y casi en el mismo instante entraba por la ventana un cuerpo azul que se abalanzaba contra el último de los hombres de aquella habitación.

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Con el ruido que habían armado los vidrios al romperse, estaría alarmados el resto de los hombres que pudiera haber en aquellas instalaciones, y los rehenes corrían peligro.

Abandonó aquella sala y como imaginó, ya venían dos hombres con las armas preparadas para disparar, el primero recibió un golpe tremendo que lo lanzó contra la pared, mientras que el segundo tuvo tiempo de disparar, y también de ver a la muerte azul avanzar hacia él.

En la siguiente sala en la que entró descubrió una trampilla en el suelo, era de madera que parecía muy recia, estaba cerrada con un grueso candado. Lo cogió con ambas manos y lo arrancó como si fuera de papel. Levantó la tapa para descubrir unas escaleras de mano muy toscas fabricadas en madera, el recinto estaba muy oscuro y escuchaba la respiración de varias personas. De una de las paredes colgaba una lámpara de las usadas antiguamente que contenía aceite, la descolgó e iluminó el interior del sótano.

Hacinadas y en muy malas condiciones físicas, había unas doce personas.

‒¿Sois americanos?‒Sí. Por favor, sáquenos de aquí ‒gritaron al unísono.‒Silencio ‒les ordenó a su vez‒, aún no sé cuántos terroristas

quedan y no quiero que cunda la alarma. ‒Subió las escaleras y después ayudó a los demás a salir del sucio agujero donde estaban. Los contó y vio que sólo había doce.

‒Según mis informes deberían de ser quince personas y sólo cuento doce.

‒Mataron a tres de nosotros mientras lo grababan en vídeo. Si en algún momento se había sentido mal por las muertes que

había causado, ahora no tuvo resentimientos de ningún tipo. Se dirigió a la puerta y la abrió lo suficiente para mirar al exterior,

vio que todo estaba en silencio y les indicó por señas que salieran.

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Cuando hubieron salido todos les entregó las armas que había recuperado y les pidió que se dirigieran hacia las dunas.

Se colocó a la cabeza de la fila y comenzó a andar mirando hacia todas las direcciones por si aún quedaba alguien con vida.

De repente se encendieron dos potentes focos de un camión y escuchó el sonido de un proyectil lanzado por un bazuca, protegió con su cuerpo a los rehenes y recibió el impacto en su pecho. Fue tan fuerte que lo lanzó hacia atrás, derribando a varias de las personas que había detrás de él.

‒¡Todo el mundo a cubierto! ‒les gritó. Corrieron a refugiarse en la casa, mientras que él se lanzaba a la carrera en dirección al camión. Sabía que si tardaba en reaccionar les daría tiempo para efectuar otro disparo. Llegó hasta el camión y de un prodigioso salto derribó al que manejaba el bazuca y de dos golpes directos acabó con él. El que estaba en la cabina, logró arrancar el motor y lanzó el camión contra la puerta en la que se habían refugiado los demás. Usando todas sus fuerzas consiguió arrancar el techo de la cabina y asiendo el volante cambió de dirección al vehículo, después levantó en vilo al conductor de su asiento y lo arrojó a las ruedas, estas pasaron por encima de él, después detuvo el camión y poniendo la reversa se dirigió de nuevo a la puerta donde le esperaban los rehenes.

Vio que una mujer estaba en el suelo y que no se movía, temió que hubiera muerto cuando la arroyó, pero cuando se acercó a ella, todavía respiraba, sólo tenía algunas contusiones. La cogió en brazos y la depositó en la caja del camión, los demás también subieron y los llevó hacia unas dunas en las que estarían relativamente seguros.

Regresó hacia el lugar donde el suponía que estaban los misiles y levantado un poco la red los vio, relucientes y preparados para ser lanzados. Cuatro máquinas dispuestas para causar la muerte a miles de inocentes.

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‒Necesito el camión y a dos voluntarios, ¿alguien se anima? De entre todos salieron dos hombres.‒Nosotros. ¿Qué hay que hacer?‒Desactivar cuatro cabezas nucleares.‒Pues adelante, no perdamos tiempo. Les explicó rápidamente los tornillos que debían aflojar y se

pusieron manos a la obra, él fue extrayendo las cabezas y depositándolas en la caja del camión. Tardaron unas dos horas en tenerlas, por fortuna no quedaba nadie para intentar detenerlos.

Recogieron al resto y tras indicarles que no se acercaran se pusieron en marcha hacia donde estaba el helicóptero.

Apenas habían avanzado un kilómetro cuando escucharon una tremenda explosión. La base terrorista había desaparecido para siempre.

Ya en el aire habló por radio a la base y comunicó que llevaba a doce personas desnutridas y una de ellas con contusiones, y pidió que tuvieran ambulancias preparadas para su traslado, le contestaron que las atenderían allí mismo pues contaban con un hospital.

Durante un rato nadie pronunció una palabra pero todos tenían la misma pregunta en la mente, hasta que por fin alguien se atrevió a formularla.

‒¿Quién o qué eres? ¿Eres humano?‒Soy Cobalto, y todavía no sé si soy humano, además, debo de

pedirles que nunca mencionen a nadie haberme visto. El gobierno se vería obligado a negar sus declaraciones.

‒De todos modos dudo que alguien nos creyera ‒comento un chico joven de unos veinticinco años de edad.

Cuando aterrizaron en la base ya estaban preparadas varias camillas e inmediatamente atendieron a todos. Por su parte él abandonó la cabina y empezó a quitarse las ropas que le robara al árabe.

‒Quemen toda esta basura.

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Cobalto: Un héroe diferente

Le ordenó al primer soldado que vio. Sin volverse siquiera se fue caminando hasta perderse entre unos

barracones, ninguno de los rescatados pudo ver su rostro. De nuevo se presentó ante el oficial superior y le comunicó que

las cabezas nucleares estaban en el helicóptero para que se hicieran cargo de ellas, y que se iría inmediatamente de la base.

Después de ducharse, se vistió con ropas de civil, se montó en su auto y salió de la base.

De nuevo en Chicago, se dirigió a su hotel para llamar a Jennifer, pero no se encontraba en casa, colgó el teléfono y marcó los números de su celular. Esta vez sí que contestó, pero por el tono de su voz, supo que estaba muy enfadada con él. Intentó disculparse pero ella no daba su brazo a torcer, después de un tiempo interminable logró convencerla para verse por la tarde.

‒No sé qué clase de trabajo tienes que hacer y tampoco me importa demasiado, pero que salgas huyendo como alma que lleva el diablo y me dejes sin saber nada de ti durante dos semanas, es demasiado.

‒En mi trabajo hay una competencia feroz por conseguir los mejores espacios, además tengo que regatear con el dueño de los terrenos y entrevistarme con los arquitectos.

‒Pero podrías llamarme de vez en cuando, ¿no crees?‒¿Crees que no te llamaría si me diera tiempo? A veces ni podemos

comer por lo ajustado de la agenda. Poco a poco fue calmándose, y, si bien no sabía nada del mundo

de los hoteles de lujo, sí sabía que las reuniones había que planificarlas con tiempo. No creía que en cualquier momento recibiera una llamada, y abandonara todo y a todos y desapareciera sin más, algo no encajaba bien en esta historia, de repente se le quedó mirando y le preguntó a bocajarro.

‒¿A qué cadena de hoteles representas? Se me hace muy extraña la forma en que actúan.

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‒¿Acaso desconfías de mí?‒No es eso, pero no creo que ninguna empresa te llame de

improviso para irte a una reunión sin planificarlo ni nada y dejes todo tirado y salgas corriendo, tú me dirás si no es una forma extraña de actuar.

‒Ok, trabajo para la cadena de hoteles Paraíso y si no me crees, puedes llamar cuando quieras.

‒Lo haré, no dudes que lo haré. Se levantó, y abandonó la terraza del pequeño bar donde habían

quedado para verse, y simplemente se fue. Cuando se quedo solo, llamo a Rindler, y le relató la conversación

mantenida con Jennifer. Si ella llamaba, su tapadera quedaría al descubierto.

‒No te preocupes, lo solucionaré, puedes quedarte tranquilo, a propósito, enhorabuena por la misión, no pudo haber salido mejor, pero aún no terminó, pues tenemos que localizar al mecenas que compró los misiles y eliminarlo, lo estamos investigando y cuando sepamos quién o quiénes son te llamaré para darte instrucciones.

‒Ok. Gracias. Después colgó el teléfono, e inmediatamente volvió a sonar, era

Jenny.‒Quería disculparme por lo grosera que fui contigo, no soy quien

para meterme en tus asuntos y no debería de haberme enfadado tanto.‒Lo creas o no, eres para mí la persona más importante en mi

vida, y entiendo que estés molesta por mi forma de comportarme, pero que te parece si nos vemos y de una vez vamos a ver las casas.

‒¿A qué hora quieres que nos veamos? Hoy no tengo mucho que hacer y podre acompañarte.

‒¿Dónde estás ahora?, paso a recogerte y planeamos el día, ¿te parece?

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Cobalto: Un héroe diferente

‒Me parece muy bien, estoy en el centro comercial de la calle 16, te espero, bye.

Cuando llegó al centro comercial ella ya estaba esperándolo en la puerta. y cuando lo vio corrió hacia él para abrazarlo y besarlo.

Apareció por la carretera lateral un auto negro con los cristales tintados que aceleró dirigiéndose directamente hacia ellos con la intención de arrollarlos, Joseph saltó directamente hacia Jenny arrastrándola con él al suelo y quitándose de la trayectoria del vehículo justo a tiempo para evitar el impacto, se revolvió en el suelo y pudo ver la matrícula y tomar nota mentalmente de ella.

‒¿Qué fue eso? ¿Qué paso? ¿Quería matarnos? ‒exclamó Jenny.‒A lo mejor es algún cliente insatisfecho ‒bromeo él, tratando de

calmarla, sin conseguirlo del todo.‒¿Lograste ver la matrícula? Tendremos que avisar a la policía.‒De qué serviría denunciarlo a la policía, no pude ver ni la

matrícula, ni el modelo de auto ni al conductor. Y ya deben de estar muy lejos, seguramente buscarían a otra persona y nos confundieron con ella, de todas maneras sería bueno que por unos días no te quedaras en la granja y te alojases en un hotel. Es solamente por precaución.

‒Pero yo no creo tener ningún enemigo que quiera mi muerte y no veo motivo para abandonar mi casa. ¿No te estarían buscando a ti?

‒Puede ser que alguien de la competencia quiera quitarme de en medio, pero no lo creo probable, de todas maneras, por favor, hazme caso y quédate en un hotel por unos días, y no le comentes a nadie dónde vas a estar, ¿ok?

‒Está bien cariño, así lo haré, pero sigo pensando que tendríamos que denunciarlo a la policía.

‒Tengo buenos amigos en el FBI, les pediré que lo investiguen, para que te sientas más tranquila. Te acompaño a la granja para que recojas lo que necesites.

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Después de dejar a Jenny en el hotel salió para, según le comentó a ella, ir a hablar con sus amistades del FBI. Ya en la calle llamó de nuevo a Rindler.

‒Acaban de intentar matarnos con un Mercedes negro, la matrícula es FP 5962, de Illinois.

‒Al parecer tenemos en la base un traidor y se ha puesto nervioso, no ha perdido el tiempo para dar el aviso, también ha habido un intento robo en nuestra base de Irak. Al parecer a alguien no le ha gustado mucho que destruyeran sus misiles. Investigaremos para saber qué ha ocurrido.

‒El problema es que también ha visto a Jennifer y ahora ella también está en peligro.

‒¿Jennifer? ¿Es la chica que te preguntó por tu trabajo?‒Nunca te hablé de ella porque no quería que corriera ningún

peligro. Pero al parecer no lo he conseguido.‒¿Ella sabe quién eres tú? ¿Le has dicho algo de tu doble vida?‒No, nunca le dije nada, pero después del intento de asesinato no

me quedara más remedio que decírselo.‒Tenemos una casa en la montaña que usamos para proteger a

testigos. Te mandaré los planos y las llaves a tu hotel, al menos ahí estará protegida y a salvo.

‒Esperaré en el hotel a que me lo mandes todo, ah y gracias. Cuando regresó, subió directamente a la habitación donde le

esperaba Jenny, estaba sacando la ropa de la maleta y colocándola en los armarios, cuando él la interrumpió.

‒Vuelve a guardar la ropa en las maletas, nos vamos de este hotel, no es un lugar seguro, mis amigos me mandarán unas llaves de una cabaña en el bosque y saldremos para allá inmediatamente.

‒¿Qué está ocurriendo? ¿Por qué debemos irnos a esa cabaña? ¿Estamos en peligro? Alguna explicación tendrás que darme, ¿no?

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Cobalto: Un héroe diferente

‒Te daré todas las explicaciones que quieras cuando estemos en la cabaña, ¿de acuerdo?

Como vio que ella no le devolvía ningún comentario, dio por sentado que estaba de acuerdo, y se dispuso a esperar al mensajero.

Media hora después, llamaron a la puerta de la habitación, por señas le indicó a Jenny que se escondiera en el cuarto de baño y cerrara la puerta. Preguntó quién era. Desde el otro lado de la puerta escuchó que traía un paquete de parte de su amigo Rindler.

‒Déjelo en el suelo y váyase. Ya lo recogeré yo.‒Ok, ahí se lo dejo, adiós. Se quedo pegado a la mirilla hasta que vio que el individuo se

metía en el ascensor y desaparecía, después abrió la puerta, se transformó en Cobalto y muy despacio recogió el paquete, sin perder de vista el pasillo, no quería más sorpresas desagradables.

Lo abrió, contenía un juego de llaves y un plano trazado a lápiz indicando la situación de la cabaña. Se guardó todo en el bolsillo y cogiendo a Jenny de la mano, abandonó la habitación del hotel.

Bajaron en el ascensor hasta el garaje del hotel y fueron hasta la puerta que daba acceso al parking. Antes de entrar le rogó a Jenny que esperara, quería revisar el coche primero, por si le habían colocado algún explosivo. Ella estaba muy nerviosa, pero accedió protegida por los muros de hormigón del aparcamiento.

Se acercó a su coche, y convirtiéndose de nuevo en Cobalto, empezó a buscar por todo el auto algo que pudiera resultarle sospechoso, no encontró nada, y se arriesgo a subirse y ponerlo en marcha. El coche arrancó sin ningún problema, por lo que llamó a Jenny y salieron definitivamente del hotel.

Cuando pasaron por un concesionario de segunda mano, cambio su flamante Mercedes por un Mustang con cuatro años en muy buen estado. El dueño del concesionario pensó que había hecho un buen

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negocio y guardó el auto en su garaje particular por indicación de Joseph pues pasaría a comprárselo de nuevo en unos días.

Dieron muchas vueltas por la ciudad para comprobar que nadie los seguía, cuando estuvo realmente seguro, se dirigió hacia la autopista y condujo hasta el camino que se dirigía a la urbanización donde estaba la cabaña.

La encontró sin dificultades, se bajó del coche, abrió la puerta y miró en todas las habitaciones, todo estaba tranquilo. No había ningún peligro inminente. Salió de nuevo, le hizo unas señas a Jenny y ésta se bajó del auto y entró en la cabaña. Él sacó las maletas del coche y las llevó hasta la habitación principal.

Jennifer no decía nada, sólo se limitó a sacar su ropa y colocarla en el ropero, pero él notó que estaba muy asustada.

Se quedó al lado de una ventana mirando el paisaje, el lugar era precioso, con gusto cambiaría todo por una vida sencilla, sin complicaciones. Tan absorto estaba en sus pensamientos que no escuchó a Jenny que lo llamaba, hasta que le tocó en el hombro y él se volvió para mirarla. Estaba preciosa y no pudo resistirse a besarla de nuevo, pero ella desvió la cara.

‒¿Me dirás ahora qué está pasando? ¿Por qué estamos en esta cabaña? ¿Corremos peligro? Contéstame, por favor.

Se quedo mirándola durante un momento y después empezó a hablar.

‒Como habrás supuesto ya, no trabajo para una cadena de hoteles, supuestamente trabajo para el gobierno, soy, por así decirlo, un agente especial.

Ella iba a interrumpirlo y se lo impidió poniéndole un dedo sobre los labios.

‒No sé si leíste una noticia en los periódicos sobre un hombre azul que salvó a un conductor que cayó al río, pues bien, ese hombre azul soy yo.

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Cobalto: Un héroe diferente

Se transformó en Cobalto delante de ella, mientras lo miraba con los ojos muy abiertos, lo estaba viendo y no conseguía acabar de creérselo.

Él esperaba que le preguntara por qué se convertía en aquello, pero no fue así.

‒¿Por qué quisieron matarnos? ¿Qué hiciste que cabreara tanto a alguien para arriesgarse en pleno día a intentarlo? Contéstame.

‒¿No te sorprende que pueda convertirme en Cobalto? Parece que sea algo normal en tu vida.

‒El día que me pediste prestado mi coche en la granja, pude ver tu brazo y tu mano, ahí sí me extrañó que fueran azules, después leí las noticias del periódico y empecé a atar cabos. Aunque no comprendía cómo podías ser azul y después ser como cualquier hombre normal. Un hombre normal del que me enamoré.

‒Te juro que nunca quise ponerte en peligro pero…‒¿Me contestarás lo que te he preguntado? ¿A quién enfureciste

tanto? ‒dijo ella interrumpiéndole.‒Estuve en Irak, concretamente en Yemen, entreteniéndome en

destruir una base terrorista y salvando la vida a doce personas.‒Con razón hay alguien que está muy cabreado contigo. Le dirigió una sonrisa, de esas capaz de derretir al más duro de los

hombres y lo besó. Él puso una cara de esas que dicen, ¿qué pasa aquí? No entiendo nada.

‒¿Por qué pones esa cara, cariño? Ya no podemos hacer nada por ponerle remedio a la situación, me enamore del hombre más increíble del mundo y por él merece la pena correr cualquier riesgo. Además, no sólo tú guardas secretos, yo también te tenía una sorpresa preparada, además de tener a ese hombre tan especial, también voy a ser la madre de su hijo.

‒¿Qué? ¿Cómo? Pero… ¿estás segura? ¿Pero cómo pudo ocurrir? ¿Cuándo?

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No acertaba a acabar ninguna de las frases que quería decir, ella miraba divertida cómo le había sentado la noticia.

‒Eso pasa cuando un hombre y una mujer se acuestan juntos y se entregan con amor el uno al otro. ¿Que cuándo ocurrió? Pues ya lo puedes imaginar, ¿no crees?

‒Dios mío, vamos a ser padres, vamos a ser padres, no puedo creerlo, vamos a ser papás.

‒Sí, ¿es que acaso eres de esos que no quieren tener hijos?‒Estoy súper feliz con esa noticia, es lo que más deseaba en este

mundo, ser padre, a mí no me importa correr peligro, pero no podría soportar que algo os pasara a vosotros.

‒Si para estar contigo tengo que correr ese riesgo, que así sea.‒Buscaré la forma de que siempre estéis a salvo. Encontrare una

casa donde pueda protegeros y contratare a unos escoltas. Y…‒No te preocupes de eso ahora, primero tenemos que solucionar

el problema que tenemos y después ya veremos qué hacer, ¿te parece? De momento estamos seguros aquí.

Se acercó a ella, la abrazó y buscó sus labios, las lágrimas corrían por las mejillas de ambos.

‒Me has hecho el hombre más feliz del mundo‒Y tú a mí la mujer más feliz de la Tierra. Llevaban cinco días en la cabaña disfrutando el uno del otro y de

los maravillosos paisajes que tenían alrededor cuando sonó el teléfono de Joseph. Era Rindler.

‒Espero que estés disfrutando de esas pequeñas vacaciones, porque creo que se te van a acabar ya.

‒¿Qué quieres decir con eso? ¿Ya sabes quién nos atacó?‒Sabemos quién pagó por los misiles y estamos localizando su

paradero, creemos que se encuentra en las montañas de Afganistán protegido por un ejército de mercenarios. Cuando te fuiste de la base,

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Cobalto: Un héroe diferente

un teniente desapareció también y no ha vuelto a presentarse, creemos que era el topo y también estamos intentando localizarlo.

‒Esta noche o mañana me confirmarán el paradero de Salín Hadad. Es un multimillonario del petróleo y enemigo jurado de los Estados Unidos.

‒Te llamaré para que recojas el material, en el mismo sitio de la otra vez.

‒Ok, estaré esperando tu llamada, ¿puedes enviarme a alguien aquí para vigilar a Jennifer? No quiero que le pase nada malo, ni a ella ni al bebé.

‒¿Bebé? ¿Está embarazada? Enhorabuena. No te preocupes estarán los dos bien protegidos, tienes mi palabra.

Colgó el teléfono y se sintió más tranquilo, sabía que su familia estaría segura.

Esa noche hicieron el amor repetidas veces, parecían no cansarse nunca, él se iría al día siguiente y no sabía cuándo volvería a verla.

Por la mañana recibió el mensaje de Rindler, muy escueto y sencillo, “recoge el material”. Eso era todo. Se dirigió a la misma casa donde recogiera el primer paquete y al llegar encontró otra caja, esta vez no había libros, sólo mapas y rutas de las montañas además de una cinta de vídeo. La introdujo en el reproductor y de nuevo vio a Rindler en la pantalla.

‒El hombre de la fotografía es Salín Hadad, y según nuestros informadores se encuentra en una zona de las montañas de Afganistán. En el distrito de Yakawlang, está muy bien protegido y será difícil localizarlo, confío en que puedas dar con él. Saldrás en un avión del ejército y saltarás en paracaídas a unos diez kilómetros de la zona señalada. Después dependerás sólo de ti y mientras estés en zona enemiga no podremos ayudarte. Creo que no es necesario decirte que destruyas todo el material después de memorizarlo. Saldrás de nuestra base en Chicago. El coronel John Walter te recibirá hoy a las cinco de la tarde para entregarte el

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material que necesites. El avión ya está listo y preparado para salir de madrugada. Sólo me queda desearte suerte.

El avión de transporte para tropas militares ya surcaba el espacio aéreo de Afganistán, y el piloto le comunicó por la radio que se preparara para el salto.

Se colocó la mochila sobre el pecho para que el paracaídas pudiera abrirse sin problemas y se acercó a la parte trasera del avión que ya comenzaba a abrirse. Salto al vacío y se dejó llevar por el viento en caída libre hasta que estuvo a unos mil metros del suelo, entonces tiró de la anilla y un paracaídas negro como la noche se abrió frenando su caída y tirando de él hacia arriba; después empezó a descender lentamente hasta poner sus pies en tierra.

Rápidamente se quitó la mochila y se deshizo del paracaídas, lo enrolló y lo escondió entre unas piedras que formaban una grieta.

Sacó de su mochila una pequeña brújula y empezó a caminar hacia el Norte. Tenía por delante unos diez kilómetros entre montañas.

En su camino se tropezó con varios grupos de afganos, que cubrían el trayecto a caballo entre poblados para vender sus productos y comprar los que ellos necesitaban. No era la gente que buscaba y procuró que no se apercibieran de su presencia.

Habría recorrido unos ocho kilómetros cuando al coronar la cima de una pequeña montaña vio un grupo bastante numeroso de hombres armados que vestían uniformes de camuflaje. También distinguió muchas tiendas de campaña con la tela a juego y cubiertas por ramas y hojas que las hacían prácticamente invisibles desde el aire. En el centro había tres mucho más grandes que las demás pero también camufladas igual que las pequeñas.

Buscó un lugar donde pudiera estar cómodo y se dispuso a esperar, posiblemente en una de aquellas tiendas grandes se encontraba su enemigo.

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Cobalto: Un héroe diferente

Durante el resto del día, no vio a Salín Hadad. De una de las tiendas salían y entraban constantemente los soldados, y pensó que podría tratarse de una especie de comedor o centro de reunión. En la segunda tienda, un poco más pequeña, distinguió a algunas mujeres, con batas blancas, debía de ser un pequeño hospital de campaña. En la tercera tienda nadie entraba ni salía, no tenia movimiento y permanecía totalmente cerrada.

Se veían hombres armados cubriendo la totalidad del llano donde se encontraban las tiendas. Sería imposible acceder al campamento sin ser visto, pero eso era lo que menos le importaba en ese momento.

Empezaba a caer la noche, y ya bastante oscurecido distinguió unas luces que se movían por un estrecho sendero en dirección al campamento.

Contó a un total de doce hombres, fuertemente armados, en el centro del círculo que formaban se movían cuatro personajes que no llevaban uniformes militares. Vestían a la usanza afgana, y llevaban turbantes, pero pudo ver perfectamente que uno de ellos era Salín Hadad.

Por las mañanas abandonaba el campamento y se refugiaba en algunas de las muchas cuevas que había en las montañas, pero por la noche bajaba de nuevo y se metía en la tienda grande que estaba cerrada.

Ya había encontrado al hombre que estaba buscando, ahora solo tenía que matarlo. Lo único que lamentaba era que mucha gente moriría para defender a aquel hombre que no sentía ningún escrúpulo en asesinar a miles de inocentes.

Recogió su mochila y comenzó a andar de nuevo rodeando el campamento, tenía toda la noche, así que decidió no arriesgarse a que se descubriera su presencia. Una vez que se alejó aproximadamente un kilómetro fue rodeando el llano para situarse en la zona donde viera el sendero. Calculó que estaría más o menos en el terreno que atravesaba el camino que usara Salín para bajar al campamento. Y buscó algún lugar desde el que pudiera ver sin ser visto, y volvió a quedar a la espera.

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Mientras llegaba el amanecer buscó en su mochila una bolsa de tela impermeable de color negro en la que llevaba varios paquetes de explosivo C4 y detonadores activados por temporizadores digitales. Colocó varios de estos paquetes en las paredes de roca que bordeaban el sendero ocultándolos entre las grietas.

Miró su reloj, eran las cinco de la madrugada y calculó que le quedarían aproximadamente dos horas para que amaneciera, si el hombre desayunaba todavía tendría una hora más, así que activó los detonadores para que explotaran tres horas y quince minutos más tarde. Después volvió a su atalaya y se dispuso a esperar.

No podía cometer errores, si Salín salía con vida de aquella emboscada, después le costaría muchísimo trabajo encontrarlo de nuevo, pues había cientos de cuevas en aquellas montañas.

Habían pasado casi las tres horas, cuando percibió movimiento en el sendero, había hecho bien sus cálculos, un instante después vio a la comitiva que escoltaba a Salín dirigiéndose hacia la zona donde estaban las cuevas, se les veía tranquilos y confiados, no esperaban que nadie fuera a atacarles. Se encontraban a unos quince metros de su posición y decidió salir de su escondite exponiéndose directamente a la vista de los mercenarios.

En un primer momento se quedaron desconcertados al advertir la presencia de aquel extraño ser de color azul, pero inmediatamente se echaron las armas a la cara y le apuntaron directamente. Un minuto después estalló el primer explosivo levantando una nube de piedras y polvo y cerrando el paso de huida al campamento.

Se produjeron tres explosiones más, que hicieron prácticamente imposible que pudieran recibir ayuda de los demás hombres.

A su espalda sonaron tres nuevas detonaciones y el camino quedó cortado en los ambos sentidos.

Los hombres miraban a su alrededor, temiendo que en cualquier momento una carga explosiva los matara, pero no se produjeron más.

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Cobalto: Un héroe diferente

Comenzó entonces a acercarse a ellos. Despacio, sin prisas.‒¿Quién eres tú? ¿Qué quieres? ¿Qué buscas?‒Soy Cobalto, quiero al traidor que escoltáis, busco a Salín. Podéis

entregármelo y seguir vivos o podéis defenderlo y morir, ¿qué decidís? Por toda respuesta abrieron fuego contra él, varias balas impactaron

en su cuerpo pero todas rebotaron y chocaron contra las rocas. Empezó a correr derribando a los hombres en su camino, sus cuerpos golpeaban en las piedras y caían al suelo sin vida. Salín empezó a correr locamente sin fijarse dónde pisaba, tropezando y cayendo varias veces al suelo lastimándose las rodillas y las manos.

Cobalto derribó a tres más y los cuatro hombres que quedaban aún con vida intentaron detenerlo, corriendo la misma suerte que los demás.

Sólo quedaban él y Salín.‒El Gobierno de los Estados Unidos de América lo declara culpable

de terrorismo y lo condena a la pena capital. Lo sujetó por la ropa que le cubría el pecho y de un golpe en el

cuello cumplió la sentencia.La misión había concluido. Ya sólo le quedaba regresar a casa. Recogió su mochila y comenzó a escalar por la pared de roca. Sabía

que tendría que atravesar un terreno muy accidentado, y no disponía de ningún medio de transporte.

Pensó que en el campamento tendrían vehículos, y decidió apoderarse de uno.

Cuando sonaron las primeras detonaciones, todo el campamento se movilizó, dirigiéndose hacia el lugar donde habían escuchado las explosiones, descubriendo el derrumbe de rocas, por allí era muy peligroso subir, pues las piedras estaban sueltas y corrían el riesgo de desprenderse, aplastándolos bajo su peso. Dieron la vuelta para escalar por la pared de la montaña, era más solida y más factible para subir sin riesgos. Lograron

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llegar al otro lado del derrumbe y vieron a Salín en el suelo con la cabeza en una posición imposible de conseguir de forma natural, después, descubrieron al resto de sus compañeros esparcidos por el sendero.

‒¿Cómo ha podido suceder esto? Nadie ha escuchado o visto soldados y harían falta varios hombres para acabar con la escolta de Salín. Eran hombres especialmente entrenados en guerrillas y no creo que se hubieran dejado sorprender.

‒No se aprecian heridas de bala, no hay sangre en ninguno de los cuerpos, todo esto me resulta demasiado extraño.

Joseph, aprovechó el momento de confusión para llegar al campamento y, si hubiera algún vehículo, llevárselo.

Como había sospechado, había varios Land Rover escondidos bajo una lona, tenían las llaves puestas en los contactos, lo que le pareció perfecto.

Se entretuvo el tiempo suficiente para perforar con su cuchillo todas las ruedas de los demás vehículos, y encendiendo el motor, empezó a alejarse de aquella zona.

Varios hombres escucharon el ruido del motor del coche y corrieron para intentar detenerlo, pero con un trompo que hizo chirriar las ruedas y levantar la grava del suelo, se alejó. Sintió varios disparos que impactaron en el coche, sin afectar ni al motor ni a los neumáticos, un instante después lo perdieron de vista.

Cuando se dieron cuenta de que los demás autos estaban inutilizados, el sentimiento de impotencia, degeneró en insultos y órdenes inútiles.

Fuera quien fuera el que había huido, estaba ya muy lejos de su alcance, pero no descansarían hasta averiguar quién era aquel extraño hombre de color azul.

Estuvo conduciendo toda la noche, y gran parte de la mañana del día siguiente, hasta que por fin distinguió una carretera asfaltada.

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Se deshizo del coche arrojándolo por un precipicio y después comenzó a andar por la carretera. Divisó un pueblo a unos cinco o seis kilómetros, allí podría rentar un auto para poder desplazarse hasta la base norteamericana y regresar con Jenny.

El coche de alquiler, era un Fort pequeño y poco llamativo, pero con un motor potente y fiable.

Durante el viaje hasta la base, no dejaba de pensar que todo había sido muy sencillo, quizás, demasiado sencillo, y las cosas sencillas no son un buen síntoma, algo no encajaba como debía, no sabía qué era, pero indudablemente aquella misión no había terminado todavía.

El avión aterrizó a las diez y cuarenta y cinco de la noche, habían pasado ocho días desde que saltara en paracaídas, estaba deseando ver a Jenny, pero no dejaba de darle vueltas en la cabeza la sensación de que alguna pieza del puzle no encajaba en su lugar. Decidió llamar a Rindler para comentárselo.

‒Acabo de aterrizar hace unos diez minutos y quise llamarte, tengo un mal presentimiento con esta misión. ¿Dónde podemos vernos para hablar?

‒¿Conoces el pub Nelson, en la sesenta? Es nuevo, lo abrieron la semana pasada.

‒¿Pub Nelson? No te preocupes, lo encontraré. ¿Te parece dentro de una hora?

‒Me parece bien, te veo dentro de una hora. Hasta luego. Cortó la llamada y pidió un taxi, le dio la dirección y el auto se

puso en movimiento. La radio estaba encendida, el locutor estaba comentando en ese

momento que el multimillonario Salín Hadad había sido encontrado muerto en las montañas, en el distrito de Yakawlang, también habían aparecido los cuerpos de Abdulá Safira, su lugarteniente y otros trece más sin identificar

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Fueron descubiertos por el piloto de su helicóptero privado, Târeq Walîd que salió en su búsqueda alertado porque Salín Hadad llevaba dos días si conectar por radio. Según testimonio de este mismo piloto, uno de los hombres aún estaba vivo cuando los encontró, su estado de salud era precario, y murió unos veinte minutos después.

‒Por el momento, es toda la información que poseemos. La viuda de Salín Hadad ha prometido celebrar una rueda de prensa, una vez cumplido el periodo de luto.

Joseph, le pidió al taxista que apagase la radio, alegando que le dolía un poco la cabeza.

Cuarenta minutos después llegaron al pub, le pagó la carrera y le dio una buena propina, después entro en el establecimiento.

Rindler entró diez minutos después y se dirigió a la barra, ocupó un taburete y pidió un whisky con hielo. Joseph estaba saboreando una cerveza helada.

‒Podemos hablar aquí u ocupar una mesa discreta, lo que prefieras.‒Mejor nos sentamos, pues es preferible evitar que alguien pueda

escuchar. Los dos hombres se dirigieron a una situada en un rincón y un

poco separada del resto.‒¿Hay algo que te preocupe? ¿O has tenido algún problema? Dime.‒No he tenido ningún problema, pero sí hay algo que me preocupa,

no es algo que pueda explicar, es más bien un presentimiento, desde el principio todo ha sido muy sencillo, como si hubiera sido preparado de antemano para eliminar a Salín. La exactitud del informante, demasiado precisa, no sé cómo explicarlo, pero algo no encaja.

‒¿Crees que hemos cometido una equivocación? ¿Qué Salín no era nuestro hombre? ¿O que no era culpable? ¿Es eso lo que crees?

‒Imagino que sí que era culpable, lo prueba el hecho de que se ocultara en esa zona y tuviera ese pequeño ejército, pero creo que por

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Cobalto: Un héroe diferente

encima de él hay alguien más, alguien que lo ofreció como cabeza de turco para protegerse.

‒Ahora que lo dices, la verdad es que si parece que todo ha sido un montaje. Mañana iniciaré una nueva investigación. No te prometo nada pero haré todo lo que sea posible.

Apuraron sus bebidas y Rindler pidió otras dos, pero Joseph, declinó la invitación, era ya tarde y quería ver a Jenny.

Eran las nueve de la mañana, ella aún dormía apoyada en su hombro y acurrucada contra su cuerpo, era muy bella y le encantaba verla dormida,

Abrió los ojos lentamente y contempló los azules ojos de él, levantó la cabeza y le besó los labios.

‒No me gusta que me mires dormida, debo de tener un aspecto horrible, sin peinar ni nada.

‒No sabía que tenía un monstruo horrible en mi cama, porque yo sólo veo a la mujer más linda del mundo.

Ella iba a decirle algo, pero unas arcadas ahogaron su voz.‒¿Qué ocurre? ¿Estás enferma? ¿Te encuentras mal? Sólo pudo indicarle con su dedo que no. Salió del cuarto de baño

limpiándose los labios y los ojos llorosos por el esfuerzo.‒¿Nunca vistes a una mujer en estado? Esto sólo es durante los

primeros meses, es casi algo normal, no te preocupes, estoy bien. ¿Qué piensas hacer hoy?

‒Había pensado que podíamos ir a ver algunas residencias, aprovechando que hoy no tengo nada que hacer y que hace un día precioso, pero si no te encuentras bien lo podemos dejar para otro día,

‒Me parece perfecto, iremos hoy, porque si esperamos a que se pasen los vómitos tardaremos tres meses o más.

Subieron al coche de Jenny y se dirigieron a una inmobiliaria, donde les atendió una señora de unos cincuenta años, llevaba el pelo

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muy corto y teñido de negro, vestía falda color chocolate y suéter color aceituna.

‒¿En qué puedo ayudarles? ¿Buscan una casita o un departamento?‒Pues aun no sabemos qué es lo que buscamos, díganos que nos

puede ofrecer para poder decidirnos.‒Yo había pensado en una casa grande no muy céntrica, más bien

en el extrarradio urbano, con un jardín grande para que el bebé pueda jugar.

‒Creo que tengo lo que está buscando, pero el precio es un poco elevado.

Jennifer miro a Joseph, como preguntándole con la mirada.‒El precio no es un problema, siempre que nos guste a los dos.‒La casa tiene cinco habitaciones, salón comedor, una cocina

enorme, jardín interior y exterior, despacho y cochera,‒Muy bien, ¿cuándo podemos verla? ¿Es posible ir hoy mismo?‒Si me permiten un momento, recojo las llaves y mi abrigo y nos

vamos. Joanna, así se llamaba la señora de la inmobiliaria, subió a su auto

y les pidió que la siguieran. Aparcaron delante de una residencia enorme con unas rejas de forja

muy artísticas a través de la cual se veía un jardín muy bien cuidado. Introdujo la llave y la puerta se abrió sin emitir ningún ruido. Era

de seguridad, de madera de caoba y lámina de acero en el interior. Después de recorrerla por completo, Joseph le preguntó a Jenny.‒¿Te gusta?‒Me encanta esta casa, pero debe de ser muy cara y no sé si

podremos comprarla, pero es preciosa.‒¿Cuándo puede tener listos los documentos?‒Puedo iniciar mañana los trámites, y tenerlo todo listo en una

semana. ¿Quieren que les tramite también un crédito hipotecario?

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Cobalto: Un héroe diferente

‒No, pagaré al contado por transferencia bancaria. ¿Le parece bien? Se quedó sorprendida por la respuesta del hombre. No era muy

usual que alguien hiciera el pago de una sola vez y sin solicitar ningún crédito.

‒Me parece muy bien, sólo necesitaré sus documentos y la confirmación del banco con la transferencia realizada. ¿Las escrituras irán a nombre de los dos?

‒No, sólo a nombre de ella, es un regalo que quiero hacerle porque ella me va a hacer el mejor regalo de mi vida.

Al día siguiente se levantó muy temprano, la dejó dormida en la cama, se duchó, se vistió y salió con el auto, paró en una floristería y encargó un ramo de flores, después se dirigió a un restaurante para desayunar, y ojear un periódico, para saber si había alguna noticia relacionada con Salín. Había un reportaje en la segunda página, pero más o menos era lo mismo que había escuchado en la radio del taxi.

Se dirigió al banco para realizar la transferencia a la inmobiliaria, pero cuando estaba cerca de la puerta, advirtió que había un coche con el motor encendido y el conductor dentro. Iba vestido de negro y se le veía nervioso, miraba continuamente por los espejos retrovisores.

Antes de ir al banco, entró en una tienda y compró precipitadamente unos guantes, una bufanda y un sombrero, se puso sus gafas de sol y las prendas que acababa de comprar y se dirigió rápidamente al banco, cuando entró ya estaba convertido en Cobalto.

Como había imaginado, dentro del banco había tres hombres armados, con pasamontañas, amenazaban tanto a los empleados, como a los clientes con pistolas automáticas, y les exigían que entregaran todo el dinero y lo depositaran en unas bolsas de lona.

Uno de los atracadores, lo vio entrar en el banco y lo apuntó con su arma.

‒Entra, y tírate al suelo con los demás o te mato.

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Entró en el banco, pero en vez de tirase al suelo, continuó andando hacia donde se encontraba el delincuente apuntándole.

‒Te juro que no bromeo, detente o te mataré, juro que te mataré. Abrió fuego y la bala perforó el abrigo de Joseph, pero eso no lo

detuvo. Llego hasta él y después de arrebatarle el arma, lo golpeó en la cara haciéndole perder el conocimiento. Inmediatamente apuntó a los otros dos con el arma y abrió fuego. La bala perforó la mano de uno, lo que ocasionó que soltara su pistola y se pusiera a chillar, la segunda bala perforó la pierna del tercero de ellos pero antes de caer, agarró a una mujer por el pelo y apuntó a su cabeza.

‒Intenta algo y me la cargo, suelta esa pistola. Obedeció y dejo la pistola en el suelo.‒Soy yo el que ha herido a tus compinches. Suéltala a ella y cógeme

a mí como rehén.‒Acércate aquí sin hacer ninguna tontería, o le meto una bala en

la cabeza.‒Está bien, ya me acerco, pero no le hagas daño. Por favor, no la

lastimes. Cuando llegó a la altura del hombre, este le dio un golpe en la cara que le hizo perder el sombrero y las gafas de sol. El momento de sorpresa fue suficiente para arrebatarle el arma y arrojarlo contra la pared, donde quedó sentado en el suelo como un monigote.

Una de las cajeras pulsó el botón de la alarma, y cinco minutos después se escucharon las primeras sirenas. Joseph recuperó su sombrero y sus gafas, y salió del banco antes de que la policía llegara. Giró por la primera calle que encontró y se perdió entre la multitud.

‒Rindler, me parece que ahora sí que la hice buena.‒¿Qué ha ocurrido? ¿Te encuentras bien? ¿Pasó algo? Te noto

nervioso.‒He tenido un problema en el banco, pero prefiero contarte todo

en algún sitio, no me gusta el teléfono.

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Cobalto: Un héroe diferente

‒Dime dónde te encuentras ahora y paso a recogerte.‒Estoy en un pequeño restaurante llamado Blue bird.‒El pájaro azul, muy apropiado ¿no crees?‒Sí, demasiado apropiado, ¿tardaras mucho? Creo que la policía

me anda buscando.‒¿La policía? ¿En qué lio te metiste? Llegaré ahí en diez minutos. Quince minutos más tarde, estaba en el coche de Rindler.‒Cuéntame, qué ha ocurrido, qué hiciste para que la policía te

ande buscando. En pocas palabras, le explicó todo lo que había ocurrido en el

banco,‒Ahora sí tenemos un problema grave, mañana todos los periódicos

darán la noticia.‒Lo sé, pero no pude evitar intervenir, lo que más me preocupa

es que la gente empezará a atar cabos y me relacionarán con el asunto de los terroristas, Jennifer corre mucho peligro.

‒Te pueden relacionar con ese asunto, pero no pueden relacionarlo contigo, con Ernesto, quiero decir. Nadie sabe quién eres realmente, sólo saben que un hombre azul evitó el atraco de un banco y que también rescató a alguien del río. Si manejamos bien este asunto, tal vez podamos voltear el problema y convertirlo en algo beneficioso para todos.

‒¿Qué quieres decir? ¿A qué te refieres? No entiendo cómo puede ser algo beneficioso.

‒Concédeme unos días, tengo que hacer algunas llamadas y mantener algunas reuniones, pero creo que podre solucionarlo.

‒¿Puedes hacerme un pequeño favor? Necesito comprar un abrigo y una camisa, uno de los asaltantes me disparó y me hizo un agujero, y así no puedo ir a ningún sitio.

Se detuvieron en una tienda y Rindler se bajó del auto, un momento después salió con unas bolsas.

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‒Quítate esa ropa y ponte esta, deja las que llevas ahora aquí y yo me desharé de ella.

Se quitó toda la ropa que llevaba puesta, incluido los pantalones, y se puso la que le comprara Rindler.

‒¿Puedes dejarme en alguna sucursal del City Bank? Necesito realizar una transferencia.

Por supuesto, no hay ningún problema.‒¿Cuando sabré algo sobre este problemilla?‒En unos días te llamaré, ahora cuídate y procura no llamar mucho

la atención, ¿ok?‒De acuerdo, muchas gracias por todo. Cuando regresó a la cabaña, le comentó a Jenny que ya había

realizado la transferencia bancaria, y que ya era la dueña de esa preciosa casa que tanto le había gustado.

‒Gracias cariño, no sabes cuánto te quiero. La casa va a quedar preciosa, ese será nuestro hogar.

El la abrazó y la besó, pero ella se dio cuenta de que algo no marchaba bien.

‒¿Te ocurre algo? Te noto un poco raro, como ausente, ¿acaso no te gustó la casa?

‒Sí, claro que me gusta la casa pero ha ocurrido algo y estoy bastante preocupado. ‒Después le relató lo que había ocurrido en el banco.

‒Rindler tiene razón, no puede nadie relacionarte a ti con el ser azul, no creo que nos pueda causar problemas.

Estaba dándole vueltas a lo que le dijera Rindler en su coche, y sabía que algo se le escapaba, algo le decía que sí estaba en peligro. ¿Pero qué era?

Estaban acostados en la cama y no podía conciliar el sueño, seguía dándole vueltas al asunto y, de pronto, se dio cuenta, ya sabía qué podía ser.

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Cobalto: Un héroe diferente

Se levantó de un salto, despertando a Jenny, buscó en la mesilla su teléfono, y llamó a Rindler.

‒¿Recuerdas lo que me comentaste esta mañana de que no podían relacionarme con el asunto del banco? Pues por desgracia sí que pueden porque hay alguien que sí me vio como hombre y como Cobalto.

‒¿A quién te refieres? Que yo sepa todo el asunto se ha llevado muy en secreto.

‒Me dijisteis que en la base de Irak había un topo, un teniente, creo que era, que había desaparecido después de la destrucción de la base terrorista.

‒Sé a quién te refieres, pero fue un error, el teniente Alan Patterson se había emborrachado y no se presentó en la base durante tres días, está bajo arresto.

‒¿Estás seguro de que no había ningún topo?‒Estoy seguro de que en la base no había ningún traidor, creemos

que el informante está más arriba en la escala, es algún miembro del gobierno, y ya estamos investigándolo.

‒¿Y qué me dices entonces del intento de atropello que sufrimos Jennifer y yo?

‒Ese asunto lo estuvo investigando la policía, los del auto no te buscaban a ti, vosotros estabais en el lugar equivocado en el momento menos oportuno, en realidad, intentaron matar a un sujeto que le debía dinero a un broker y estaba detrás vuestro saliendo del centro comercial.

‒Discúlpame por haberte despertado, pero realmente estaba muy preocupado.

‒No te preocupes, no pasa nada, dentro de unos días te llamaré. Compró todos los periódicos que se vendían en la ciudad y en

todos aparecía en la primera página.“Atraco a una sucursal del City Bank frustrado por un extraño

hombre azul”, rezaban los titulares del Chicago Sun Times.

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“¿Quién es el hombre azul que ayer evitó un atraco en la sucursal del City Bank?” Publicaba en su portada el Chicago Tribune.

“Blue man Impide un intento de robo y después se da a la fuga.” En la primera página del Clinton Daily Journal.

Todos los periódicos publicaban lo mismo. Era la noticia del día. Estuvo leyendo varios más, y uno de los titulares le llamó

inmediatamente la atención, en el Daily Gazette, en grandes letras de molde se podía leer:

“Segunda aparición de un extraño personaje, de color azul, desde el salvamento milagroso en el río, ahora reaparece para evitar el robo en la sucursal del City Bank”, después en letras más pequeñas, proseguía el artículo:

“Ayer se evitó un robo en la sucursal del City Bank, situada en la avenida Main st. Según testigos presenciales, un individuo que vestía con abrigo, sombrero guantes, bufanda y gafas de sol. Logró reducir a los tres atracadores, hiriendo a uno en una mano y a otro en una rodilla, el tercero de ellos consiguió disparar una vez antes de perder el conocimiento a consecuencia de un golpe que recibió en la cara. Según los mismos testigos, la bala impactó en el cuerpo de este extraño sujeto, sin que por ello frenara su avance.

Un testigo anónimo también vio en otra ocasión a este mismo sujeto, si es que se trata del mismo, sacar un vehículo del fondo del río, al que se precipitó después de perder el conductor el control sin más ayuda que su propia fuerza.

La forma en que iba vestido, hace suponer que intentaba ocultar su identidad, y sólo por un golpe fortuito de uno de los atracadores, quedó su cabeza y parte de su cara al descubierto. ¿Por qué se oculta? Si todo apunta a que no quiere hacer mal, por qué no dejarse ver, ¿realmente este personaje es humano? O puede que no sea humano, posee una fuerza excepcional y no le afectan las balas, ¿de dónde procede? ¿Estamos seguros

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los mortales de a pie frente a este individuo? ¿Estaremos ante una especie de héroe anónimo y real? ¿O ha sido todo un montaje publicitario?

Este reportero intentará desvelar este misterio, e informará a sus lectores.”

Después del artículo y a modo de firma, se leía: “Christopher W”.‒¿Montaje publicitario? Este cretino no sabe ni qué escribir, cree

que todo ha sido un montaje, me parece patético.‒Y qué esperabas, ¿qué te dieran una medalla? ¿Cómo crees que

iba a reaccionar la gente? No todos los días se ve a un hombre azul y tienden a buscar una explicación para lo que no pueden comprender.

‒Tienes razón cariño, tendré que andarme con mucho cuidado a partir de ahora pues todos intentarán descubrirme. Me he convertido en una pieza de caza muy cotizada.

Poco sospechaba Joseph que Christopher W. se iba a convertir en una verdadera pesadilla para él.

De alguna manera, se enteró del ataque a la base terrorista de Irak, y de la posterior muerte de Salín Hadad.

Christopher W. salía en un vuelo nocturno a Afganistán para entrevistarse con la viuda de Salín.

Joseph y Jenny salieron de la cabaña para ir a la inmobiliaria, a fin de firmar los documentos que acreditaban a Jenny como dueña de su nueva casa, después fueron a varios comercios especializados en muebles y decoración.

Pararon en un restaurante para comer, y como las mesas estaban más bien cerca unas de otras, no pudieron evitar escuchar situada los situados a su derecha. Estaban comentando las noticias de los periódicos, estaban hablando de él.

En las tiendas que visitaron esa mañana también era el centro de las conversaciones, prácticamente todo el mundo hablaba de él y del asunto del banco.

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Rindler llamó a las cinco de la tarde para comunicarle que pasaría por la cabaña para hablar con él, ó más bien con ellos.

Cuando Rindler llegó a la cabaña ni siquiera saludó.‒Vaya lío que se ha armado, ¿verdad? No hay un solo periódico

que no hable de ti, pero como te comenté en el coche, intentaremos que este asunto nos resulte beneficioso.

‒Y cómo se supone que vamos a conseguirlo, ¿ocultándome y no convirtiéndome nunca más en azul?

‒Todo lo contrario, vamos a celebrar una rueda de prensa, así les daremos motivos para hablar.

‒¿Pretendes que yo aparezca en público convertido en Cobalto?‒No sólo lo pretendo yo, el presidente también lo quiere. Jennifer lo miró con los ojos muy abiertos y literalmente saltó del

sillón donde estaba sentada.‒¿Te refieres al presidente de los Estados Unidos? ¿A ese te

refieres?‒¿Y a cuál otro podría referirme? De hecho quiere verte mañana

pronto para hablar contigo, si es que te apetece ir, claro está.‒Pues claro que quiero ir, cómo no voy a querer ir, no me puedo

creer que vaya a conocer al presidente.‒Pero no te va a recibir en la Casa Blanca, sino en el aeropuerto,

a bordo del avión presidencial.‒¿Y cómo debo de presentarme? ¿Cómo Joseph, como Ernesto,

o como Cobalto?‒Como Cobalto por supuesto, si de todas maneras van a hablar

de ti, que hablen a lo grande, ¿no crees? De normal, en el aeropuerto de Chicago, siempre hay muchí-

sima gente pero si además el Air Force One, está en la pista y hay un enorme despliegue de seguridad, el número de personas y curiosos se duplica.

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Los que son de la ciudad saben que, o bien el presidente va de visita, o bien esperan a algún personaje importante, pero sea cual sea el caso, siempre acude mucha gente a la terminal.

A las once menos cinco aparecieron las motocicletas de la policía que escoltaban a una limusina de color negro, blindada y con los cristales tintados.

La expectación cuando apareció el vehículo era enorme, al cordón de la policía le costaba un esfuerzo enorme mantener a la gente para que no invadieran el pasillo por donde debía de pasar la persona que venía en aquel auto.

El ruido que de las conversaciones y cuchicheos de la gente era enorme, apenas podían escucharse los escoltas entre ellos, a través de sus equipos de radio, este ruido aumento cuando el chofer se bajo para abrir la puerta trasera y facilitar la salida del ocupante de la limusina.

Cuando Joseph salió y la gente lo vio, el murmullo cesó, siendo sustituido por un silencio sepulcral. Miró por un instante al enorme gentío reunido en la entrada del aeropuerto y

comenzó a andar por el pasillo que a duras penas, mantenían los policías uniformados.

Alguien comenzó a tocar las palmas, que resonaron fuertemente en medio de aquel silencio e inmediatamente, todo el público le imitó, como si se tratase de una súper estrella del Hollywood. Ya dentro de la terminal, los aplausos continuaron, y siguieron escuchándose, cuando entró en el túnel que le conducía directamente al Air Force One.

‒Parece que la gente lo admira…‒¿Cómo debo llamarle?‒Es un enorme placer conocerle y poder estrechar su mano, señor

presidente. Puede llamarme Cobalto.‒Un nombre muy apropiado, pues bien, señor Cobalto, adelante,

¿quiere usted beber algo? ¿Le apetece algo de comer?

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‒No, gracias señor presidente, muchas gracias.‒Se estará preguntando por qué le he citado aquí.‒Nuestro mutuo amigo, el señor Rindler, me aconsejó entrevistarme

con usted, y me puso al tanto de sus hazañas, de todas ellas.‒Pues en verdad, señor, sí que me lo estoy preguntando, no acabo

de entender qué quiere usted de mí, al fin y al cabo ya trabajo para usted, ¿no?

‒Muy bien, si no tiene inconveniente podríamos pasar a mi despacho privado.

‒Después de usted, señor. Una vez estuvieron acomodados en el despacho, el avión comenzó

a dirigirse a la pista de despegue, y después de acelerar sobre esta, levantó el vuelo.

‒El mejor sitio para celebrar esta reunión es el cielo, ¿no lo cree usted así? Aquí estamos a salvo de los periodistas, de las miradas y de los oídos indiscretos.

‒Creo que tiene razón, señor, pero sigo sin comprender la razón de esta reunión.

‒En primer lugar, sentía muchos deseos de conocerlo personalmente, realmente usted es un caso único. En segundo lugar, creo que puede prestar un gran servicio a su país, aunque en sus documentos diga que es usted mexicano, pero eso es algo que podemos resolver. Rindler preparará los documentos necesarios para su nacionalidad, y volverá a ser ciudadano americano, con todos los derechos y obligaciones que ello conlleva.

‒Con todos mis respetos, señor, ¿a qué se refiere con lo de prestar un gran servicio?

‒Supongo que, como ya se imaginará, este país tiene muchos enemigos, y no me refiero solamente a los terroristas, que ya de por sí, son un problema bastante grave, también tenemos el gran problema del mundo de la droga, las bandas callejeras, asesinatos.

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‒Se dedica mucho dinero a intentar resolverlo, pero a todas luces es insuficiente. Los narcotraficantes cuentan con los mejores abogados que el dinero puede pagar, y a menudo se libran por puros tecnicismos legales. Con los terroristas aún es más difícil, pues cualquier movimiento que intentara hacer el gobierno en otro país, rompería los tratados internacionales y se podría provocar una guerra donde moriría mucha gente. En pocas palabras, el gobierno tiene las manos atadas.

‒¿Qué me quiere usted pedir señor? ¿Dónde entro yo en esta problemática?

‒¿Qué le parecería contar con recursos ilimitados, tanto económicos como humanos, para, que de manera extraoficial, pudiera intervenir y eliminar toda la escoria que nos amenaza?

‒¿Me está dando carta blanca para deshacerme de cualquiera que amenace al país?

‒Dicho de esa manera suena bastante mal, pero más o menos a eso es a lo que me refiero, cada vez que un narcotraficante sale libre de un juicio, aun sabiendo todo el mundo que es culpable, a mí, como hombre, me resulta intolerable y como presidente me siento impotente. Cuando veo por la televisión que se ha descubierto un red de trata de blancas, y que como siempre, sólo se arresta a los peones, mientras que los verdaderos culpables siguen en libertad, me siento muy mal y a veces reniego de que ocupando la posición que ocupo, no pueda hacer nada por evitarlo. Lo que le estoy ofreciendo es el mando, conjuntamente con Rindler, de una unidad especial, ustedes elegirán al personal y podrán solicitar todo lo que necesiten para realizar su trabajo. Buscaremos, o en caso necesario, construiremos un edificio para convertirlo en la sede de esta unidad.

‒Me siento muy halagado por su ofrecimiento, señor presidente. Pero como usted dice señor, nosotros también nos tendremos que enfrentar a esos mismos abogados que usted menciona. Y a jueces que

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no podrán condenar por tecnicismos legales, también tendríamos las manos atadas.

‒Convocaré una reunión con las cámaras de representantes y el senado para reformar o crear leyes que puedan allanarles el terreno. Necesitamos crear un mundo más seguro para todos.

‒Mis métodos no son muy ortodoxos, quiero decir que yo puedo conseguir pruebas para condenar a todos los que infrinjan la ley, pero no siempre las conseguiré de una manera legal, no soy abogado, pero creo que eso constituiría un tecnicismo que impediría procesar a un inculpado.

‒Usted consiga esas pruebas, y nosotros resolveremos el problema legal. Invite a colaborar con su unidad a los mejores abogados del país. Como le comenté hace un momento, tendrán recursos casi ilimitados.

‒Entonces, ¿qué me dice? ¿Acepta usted mi ofrecimiento? Naturalmente puede pensárselo, no es necesario que me conteste ahora, pero por favor, le ruego que no demore mucho su respuesta.

‒Creo que no es necesario pensarlo mucho. Espero ser merecedor de la confianza que deposita en mí, señor presidente.

‒¿Qué le parece si hacemos pasar al señor Rindler e iniciamos los trámites para la creación de esta nueva unidad? Naturalmente no creo necesario decirle que esta conversación es estrictamente confidencial.

El Air Force One, aterrizó de nuevo en Chicago. Un batallón de periodistas lo rodearon nada más entrar en el hall del aeropuerto, todos querían saber los motivos de la reunión con el presidente, a lo que simplemente contestaba con un “sin comentarios”. Poco después Joseph subía de nuevo a la limusina.

Algunos periodistas decidieron seguir a la comitiva que lo escoltaba, no querían darse por vencidos y harían cualquier cosa por conseguir la exclusiva. Tendría que hacer algo para que no pudieran descubrir su verdadera identidad. Le ordenó al chofer que se detuviera junto a un

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callejón, abandonó el auto y se internó por las callejuelas, buscando algún portal o algún sitio a salvo de miradas indiscretas, encontró un local vacío con la puerta destrozada y se metió en él, instantes después Joseph caminaba de nuevo hacia la avenida donde le dejara la limusina, llamó a un taxi y regreso a la cabaña. Se sentía feliz pero sabía que tenía sobre sus hombros una enorme tarea que cumplir y que no sería nada fácil llevarla a cabo, por suerte, no estaría solo.

Rindler lo llamó al día siguiente y quedaron para verse en un restaurante, no quería reunirse con él en la cabaña, no podía comprometer la identidad de Joseph, era mejor no ir por allí, por si alguien lo reconocía y por consiguiente sacaran conclusiones.

Ya en el restaurante, puso sobre la mesa un portafolios negro de cuero y extrajo de él un contrato, y los documentos que acreditaban su nueva nacionalidad.

Cuando terminó de leerlo, volvió a dejarlo sobre la mesa, y por la expresión de su rostro, Rindler supo que no entendía absolutamente nada.

‒Este contrato, para lo único que sirve es para proteger tu doble identidad, de hecho está redactado para que empieces a trabajar de manera temporal, y por un periodo de seis meses, si alguien estuviera vigilándome y yo fuera a la cabaña, podrían atar cabos, y eso es precisamente lo que debemos de evitar a toda costa.

‒¿Y dónde se supone que debo de empezar a trabajar?‒Tengo una oficina que supuestamente se dedica a la venta de

inmuebles y desgraciadamente, por motivos personales, mi director de personal ha tenido que renunciar a su trabajo, y tengo que cubrir esa plaza, de esta manera podremos poner en práctica el encargo del presidente sin levantar sospechas.

‒Solo una pregunta, ¿cuándo empiezo a trabajar?‒Hoy es martes, qué te parece si empezamos este lunes, ¿te va bien?

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‒Me va muy bien, así podre disfrutar de unas pequeñas vacaciones con Jenny.

El lunes por la mañana se presentó en su nuevo trabajo. Una secretaria se levantó de su asiento para recibirle.

‒¿Es usted el señor Ernesto Saavedra?‒Sí, creo que me espera el señor Rindler.‒Soy su secretaria, y mi nombre es Lisa Robert. Ya me comentó que

se incorporaría hoy al trabajo, si es tan amable, le mostraré su despacho. La señora Lisa era una mujer delgada, que vestía con sencillez

pero con elegancia, aparentaba unos cuarenta y cinco años, tenía el pelo castaño, y lucía una alianza de oro en su mano derecha.

Después de mostrarle su despacho le comunicó que el señor Rindler llegaría en una hora aproximadamente.

‒Si se le ofrece algo no dude en llamarme ‒después abandonó el despacho.

Aprovechando que se encontraba solo, decidió echar un vistazo, revisar cajones, armarios, así se familiarizaba con su oficina mientras esperaba a Rindler.

‒Discúlpame por la espera, pero surgió un pequeño problema y eso me entretuvo.

‒No te preocupes, por el momento no tengo nada mejor que hacer.‒Pues realmente, sí que tenemos mucho que hacer, mientras

estabas de vacaciones estuve viendo algunos edificios que podemos usar, aunque no me convencieron demasiado, todos tenían algo que no acababa de gustarme. Por eso decidí esperarte para ir juntos a verlos.

‒Quería decirte, con respecto al lugar donde montar la base de operaciones, que después de mi aparición en público los periodistas me tienen en búsqueda y captura. No te rías que esto es serio, necesito un sitio donde pueda entrar como Joseph, convertirme en Cobalto y volver a salir como Joseph, ¿me entiendes?

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Cobalto: Un héroe diferente

‒Que sugieres entonces, ¿que lo construyamos? Porque eso llevará tiempo.

‒Sé que llevará tiempo, pero también lo necesitamos para seleccionar al personal que trabajará con nosotros.

‒En el Pentágono trabajan los mejores arquitectos de la nación, concertare una reunión urgente con ellos para que elaboren los planos, pero antes vamos a plantearnos todo esto bien. Abriré un archivo en mi ordenador e iremos completándolo con todo lo que se nos ocurra que vamos a necesitar.

Rindler creó una carpeta con el nombre “Uncontaminated” en su ordenador, y después abrió un archivo de texto. Comenzó a escribir.

‒Punto uno. Reunión con los arquitectos, pendiente de fecha.‒Punto dos, personal a localizar para nueva unidad especial (NSU).‒Punto tres. Equipo y material.‒Punto cuatro. Secciones que contempla NSU. Aquí se detuvo y volviéndose hacia Joseph, le preguntó.‒¿Qué secciones crees que debemos tener en el nuevo edificio?‒Lo primero que necesitamos es una sala de informática totalmente

equipada con lo más moderno en ordenadores y software. Una sala de reuniones y por supuesto un sistema de seguridad manejado desde el interior del edificio.

‒Muy bien, lo incluiremos en el punto cuatro. También será necesario montar un laboratorio forense completa-

mente equipado.‒Parking interno para diez autos y por supuesto la zona que tú

necesitas para salir sin ser visto.‒Ya tenemos, al menos, lo más necesario para darle a los arquitectos

algo con lo que trabajar.

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‒Cerremos el archivo, lo encriptaré, la contraseña para abrirlo será éxodo, no lo olvides, y ahora vamos a salir a dar una vuelta, necesito que conozcas a alguien.

‒Ok, vamos a conocer a esa persona. Recorrieron toda la ciudad y se internaron en un barrio bastante

mediocre, aparcaron frente a una casa, sucia y destartalada.‒¿Aquí es? Y quién se supone que vive en esta pocilga.‒Aquí vive uno de los cerebros más privilegiados del mundo de

los hacker, créeme, es mejor tenerlo de aliado que como enemigo. Llamaron a la puerta y abrió un tipo con una camisa que

seguramente había conocido días mejores, y un pantalón corto todo mugriento, lucía una barba de varios días y una voluminosa barriga, que denotaba una total falta de ejercicio.

‒Hola, Henry, qué bien te veo, parece que perdiste peso, te presento a mi amigo Ernesto. ¿Podemos entrar?

Por toda respuesta volvió a entrar en la casa dejando abierta la puerta.‒Eh, puedes cerrar si no te importa ¿vale? Y qué coño quieres tú

ahora, Rindler. Estoy limpio, y no me he metido con nadie.‒Sólo queríamos hablar contigo, pasaba por aquí y pensé en

saludarte.‒Y una mierda, tú no vendrías a saludarme aunque te fuera la vida

en ello, así que dime de una puta vez qué es lo que quieres.‒Siempre tan educado, eso me encanta. Veníamos a proponerte

algo que seguro te va a encantar. Entraron en una sala donde se veían al menos cinco ordenadores

y varios monitores, les señaló unas sillas, invitándolos a tomar asiento.‒Muy bien, de qué se trata eso que supuestamente me va a encantar.‒Quiero que trabajes para nosotros.‒¿Acaso te fumaste algo hoy o se paso la mano con el whisky?

Trabajar contigo. Debes de estar loco.

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Cobalto: Un héroe diferente

‒¿Por qué te detuvieron la ultima vez, Henry?‒Aquel poli me acusó de algo que no había hecho y tú lo sabes,

nunca lancé ese troyano, aunque lo tenía en mi base de virus, nunca lo lancé. Me gusta meterme donde nadie más se atreve, pero nunca haría una cosa así.

‒Sabes Ernesto, ese troyano fue el causante de que en miles de ordenadores los discos duros se borraran por completo, sin posibilidad de recuperar ningún dato. Esa bromita le costó al gobierno, varios millones de dólares y a muchas empresas, la ruina y curiosamente el archivo original sólo lo tenía nuestro amigo Henry.

‒Sí, yo lo tenía, pero si los inútiles que trabajan en la poli hubieran hecho bien su trabajo, habrían sabido que el “vengador blanco” nunca había sido activado en mi máquina, ni en ninguna de ellas. Otro hacker lo lanzo y a ese sí que habría que meterlo entre rejas.

Ernesto intervino por primera vez en la conversación.‒Y, si se supone que eres tan listo, ¿por qué no localizaste a este

supuesto hacker que lo lanzó?‒Porque estuve en chirona dos años, y otros dos sin acercarme ni

siquiera a un microondas, tío listo.‒¿Y no te gustaría saber quién fue? Pasar dos años por culpa de

otro debe de ser duro.‒Si intentara siquiera entrar en el ordenador de una tenducha, no

tardaría ni cinco minutos en tener aquí a toda la puta policía del país. Claro que me gustaría coger a ese huevón, pero no quiero volver al talego.

‒¿Te gustaría volver a navegar por Internet sin que la policía te molestara?

‒¿Qué tendría que hacer exactamente? ¿Podría localizar a ese cabrón y freírle su ordenador?

‒Siempre que nos digas quién es y lo podamos encerrar, no hay problema.

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‒¿Cuándo dices que quieres que empiece a trabajar?‒Prepáranos una lista del material que vas a necesitar y cuando la

tengas, me llamas a este número. Rindler le puso en el bolsillo de la andrajosa camisa, una tarjeta.‒¿Puedo pedir todo lo que quiera? ¿Sin limitaciones?‒Prepara tu lista y cómprate ropa nueva, ‒le dijo Rindler mientras

ponía en su mano mil dólares. Ya estaban de nuevo en el auto, alejándose de aquel barrio dejado

de la mano de Dios.‒Confías en ese sujeto? ¿Hasta qué punto lo conoces?‒Conozco a Henry desde que tenía ocho años y sé que él no

tuvo nada que ver con eso, en su base de datos tenía más de mil virus informáticos. Entre ellos el “vengador blanco”, por desgracia para él sólo lo encontraron en su ordenador, y eso le costó su condena.

‒Con ocho años logró romper los cortafuegos de la policía de tráfico y alterar los semáforos de toda la ciudad, por fortuna sólo estuvo unos minutos, y desconectó enseguida, apenas sí se produjeron accidentes, eso le costó su primer arresto domiciliario. Es el mejor hacker que existe

‒Recuerdo lo de los semáforos, el único accidente que he tenido en mi vida fue ese día.

Los dos hombres rieron de buena gana. Era casi la hora de comer y decidieron parar en un pequeño restaurante. Se acomodaron en una mesa, y Joseph le comento a Rindler.

‒¿A dónde vamos después de comer? ¿A ver a alguien más?‒Sí, vamos a contratar a un programador, mejor dicho, “al

programador”. Se llama John Spark¿Escuchaste hablar alguna vez del software “Ganimedes”?‒Eso me suena como a una galaxia lejana o algo así.‒Ganimedes es un programa que se diseñó para proteger los

datos informáticos de Wall Street, y aun ahora lo siguen usando, ningún

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hacker pudo romper las barreras, pues el programa se autodefiende… inteligencia artificial.

‒Y, ¿alguien con sus conocimientos está sin trabajo? Es difícil de creer.

‒John Spark, trabajaba para Softronic cuando diseño el software, pero para no tener que pagarle la comisión que justamente merecía, lo despidieron acusándolo de robo. Se inventaron un montón de mentiras contra él, y colocaron pruebas falsas, tanto en su oficina como en su domicilio, y lograron que le retiraran su licencia como programador.

‒Hoy trabaja en una miserable oficina, como agente de seguros.‒Recuérdame. Por favor que vaya a hacer una visita a esa empresa. Cuando terminaron de comer, fueron a la oficina de John Spark. Estaba sentado detrás de un escritorio, vestía traje chaqueta

color marrón oscuro, y corbata amarillo pálido. Debería de tener aproximadamente unos cuarenta y cinco años y de lejos se percibía la apatía que sentía hacia su trabajo.

‒¿El señor Spark, John Spark? ¿Podemos hablar con usted en privado? Sólo será un momento.

‒Podemos entrar en la sala de juntas, ¿desean hacerse algún seguro?‒No se trata de hacernos ningún seguro. Sólo queremos hacerle

una propuesta. Pasaron a la sala de juntas y los tres hombres tomaron asiento.‒Y bien, de qué se trata esa propuesta, sólo tengo unos diez

minutos antes de que mi jefe me reclame porque no estoy en mi puesto.‒¿Qué le parecería volver a trabajar de programador?‒Qué más quisiera yo, pero deben saber que me retiraron mi

licencia y si creo algún programa, puedo ir a parar a la cárcel.‒Sabemos que se la retiraron, pero tenemos contactos y podemos

hacer que se la devuelvan.‒¿Y qué se supone que debería hacer por el favor? ¿Matar a alguien?

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‒Nada tan dramático, sólo tiene que hacer lo que mejor sabe hacer, crear varios programas. Legales por supuesto, pero de uso exclusivo para nosotros.

‒Crear software, lleva tiempo y como ven yo tengo un trabajo y una familia que mantener.

‒Puede decirme si no le importa, cuánto cobra aquí.‒Unos mil doscientos al mes más o menos. Rindler sacó del bolsillo interior de su chaqueta un talonario de

cheques, y comenzó a rellenar uno, después se lo mostro a Spark.‒Este cheque es el salario que usted cobra en seis meses, es suyo

si acepta mi oferta. Por toda respuesta, aceptó el cheque.‒¿Cuando empezamos a trabajar?‒Téngame preparada una lista con todo el material que necesite,

cuando la tenga, me llama a este número. Ahora pida la renuncia, usted no debe de estar perdiendo el tiempo en este cuchitril.

Ya de nuevo en el auto, se fueron alejando de la oficina de seguros.‒Ya tenemos a dos miembros del personal, y ahora a dónde vamos.‒¿Tú qué me sugieres? ¿Qué otro personal vamos a necesitar?‒Necesitamos personal de laboratorio y de seguridad, expertos

en explosivos.‒Conozco a alguien que puede ocuparse de la seguridad. Vamos

a verlo. Esta vez llegaron a un barrio elegante, y se detuvieron delante de

una preciosa residencia de dos plantas.‒¿Aquí vive tu experto en seguridad?‒¿Quién dijo algo de un experto? Sí, vive aquí. Les abrió la puerta una mujer de unos treinta años, de pelo moreno

y que podía rivalizar con cualquier modelo de alta costura, era alta y con un cuerpo muy bien trazado.

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Cobalto: Un héroe diferente

‒Hola Rindler, pasen por favor, ¿qué te trae por aquí?‒Hola Ronda, tan preciosa como siempre, te presento a mi amigo

y compañero, Ernesto Saavedra, ella es Ronda Miller. Pasaron a un salón elegantemente amueblado con unos sillones

forrados en terciopelo negro y muebles de madera de caoba, les invitó a tomar asiento.

‒Iré directo al grano Ronda, ¿estás actualmente trabajando para alguien?

‒No, me retiré hace un par de años, mucho estrés y demasiados riesgos para proteger a niños engreídos con mucho dinero y poco cerebro.

‒¿Y si te propusiera la seguridad de un edificio y del personal que trabaje en él?

‒Dependería del sueldo y del personal que estuviera a mis órdenes.‒Escribe tu misma en el contrato el sueldo que estimes oportuno.

Y elige el personal que quieras contratar, sin restricciones.‒¿De qué edificio se trata? ¿Lo conozco?‒Aún no está construido, pero tengo una reunión con los

arquitectos para el viernes. Y, en caso de que aceptes, me gustaría que estuvieras en esa reunión para ayudar con tu experiencia a su diseño…

‒Déjame pensarlo un par de días y te llamo, ¿te parece?‒Esta es mi tarjeta. No me decepciones Ronda, cuento contigo.‒¿Ella es quien se encargará de la seguridad del edificio? Es muy

joven, ¿no crees?‒Ronda es de las mejores especialistas en seguridad del país, ha

dirigido la seguridad demuchos senadores, además de proteger a cantantes y actrices de

Hollywood y la propusieron para dirigir la escolta del presidente. ¿Aún crees que es muy joven?

‒Me comentaste antes que necesitaremos a un experto en explosivos. También conozco al mejor, pero este no está aquí en

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Chicago. Lo llamare por teléfono para concertar una cita con él. Vive en Kansas.

‒Tenemos que tener en cuenta y considerar las telecomunicaciones. Seguro que también sabes de alguien.

‒En mi trabajo tienes que relacionarte con mucha gente, pero en telecomunicaciones no conozco a nadie, pero sí a quien me pueda poner en contacto con alguno. Vamos a verlo, está relativamente cerca de aquí.

Entraron en una tienda que ofrecía a sus clientes entre muchos artículos, mini cámaras de vigilancia, y productos para proteger los hogares, todo muy básico, y a un precio asequible para el ciudadano medio.

‒¿Qué te trae por aquí Rindler? Cuánto tiempo sin saber de ti.‒Ya sabes, los negocios apenas me dejan tiempo para saludar a

los amigos.‒¿Acaso quieres proteger tu casa? ¿O tus oficinas? Porque acabo

de recibir unos artículos bastante interesantes.‒No, gracias, no necesito nada de esto, sólo quería hablar contigo.

Si tienes un minuto y un lugar para hablar en privado…‒Careen, ¿puedes quedarte un momento sola controlando la tienda? Sin esperar respuesta, abrió una puerta situada al fondo de la

tienda y los invitó a entrar.‒Te presento a mi amigo Ernesto, él es Frank Vito.‒Pues tú me dirás qué quieres de mí, porque no creo que sea una

visita de cortesía.‒¿Conoces a alguien que sea bueno en cuestión de

telecomunicaciones? Tú me entiendes, realmente bueno.‒¿Ya le echaste un vistazo a mi tienda? Por qué crees que tengo

artículos únicos en el mercado.‒¿Quién te los suministra? ¿O es que te los mandan del extranjero?‒No me los suministra nadie, los fabricamos nosotros, mi hijo y

yo, es un genio, por desgracia muchos de sus inventos no los puedo poner

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a la venta, porque económicamente no podemos pagar las patentes. Pero tiene trastos increíbles. Ya lo creo que sí.

‒¿Cuándo podremos hablar con tu hijo? A lo mejor podemos llegar a un acuerdo con él.

‒¿Te parece bien cuando cierre la tienda? Una hora u hora y media y así os acompaño.

‒Muy bien, iremos a tomarnos un café y en un rato más volvemos. Regresaron hacia las siete y prácticamente ya no quedaba ningún

cliente en la tienda. Cuando Frank los vio venir empezó a cerrar las persianas correderas.

Se despidió de Careen y cerró la tienda.‒Todo listo, podemos irnos cuando queráis. Mi hijo ya nos está

esperando. Llegaron a la casa de Frank y aparcaron el coche. Este les invitó

a entrar y después descendieron al sótano. Allí tenían un taller con muchísimas herramientas colocadas sobre paneles de madera, pudieron apreciar que todo estaba perfectamente ordenado.

‒Este es mi hijo Aarón, Rindler y… ¿Ernesto, verdad? El muchacho tendría unos veinte años, de complexión delgada y

muy alto, calculó que mediría cerca de dos metros‒¿Qué tal Aarón? Me dice tu padre que eres un verdadero manitas.‒Mi padre siempre exagera. Le dice a todo el mundo que soy una

especie de genio. Supongo que será pasión de padre.‒Os aseguro que eso no es cierto, ya verás los inventos que ha

construido.‒Estoy deseando verlos, veremos si tu padre tiene razón. Estuvieron en aquel sótano unas dos horas aproximadamente,

Aarón les mostró muchos de sus inventos, y los proyectos de bastantes más que tenía en su ordenador.

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‒Estos están en proyecto todavía porque no cuento con presupuesto para poder fabricarlos, algunos componentes son muy costosos.

‒¿Te gustaría disponer de ese presupuesto para poder construirlos?‒Por supuesto, eso sería fantástico señor.‒¿Puedes prepararme una lista detallada con todo lo que puedas

necesitar, incluidas las herramientas?‒Sí que puedo prepararla, pero como ya le dije, hay componentes

muy costosos y no sé si estarían ustedes dispuestos a cubrir ese gasto.‒No te preocupes por el presupuesto, sólo prepara esa lista, esta es

mi tarjeta. Llámame cuando la tengas. Sólo hay una condición. Lo que diseñes para nosotros será exclusivamente para nosotros, no se puede vender en la tienda, ¿entendido?

‒No hay ningún problema con eso, de todas maneras pocas personas podrían costearse el precio.

‒¿Qué piensas del muchacho? Creo que es demasiado joven.‒Sí, es muy joven, pero realmente es un genio, ya viste los inventos

que tiene. Son asombrosos.‒Ya es muy tarde, ¿qué te parece si continuamos mañana?‒Tomaré un taxi para volver a casa. ¿Qué tienes pensado para

mañana?‒Mañana vas a conocer a un personaje curioso, un especialista

en genética.‒¿Genetista? ¿Crees que lo necesitamos?‒Creo que si acepta el trabajo, nos va a ser de gran utilidad. Sin decir ni una palabra más, cerró la puerta del auto, y llamó a

un taxi que oportunamente pasaba por allí. Eran las ocho de la mañana cuando sonó el teléfono, era Rindler.‒¿Conoces el centro comercial de la calle Pleasant St., cerca de

Oak Park?‒Sí, claro que lo conozco, ¿estás tú ahí?

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‒Sí, no tardes, tenemos que ir a ver al especialista en genética.‒Estaré ahí en unos veinte minutos. Joseph se despidió de Jenny y subió a su coche. Veinticinco

minutos después entraba al centro comercial y se reunía con Rindler.

‒¿Te apetece un café? Aún tenemos tiempo.‒Sí, tomare un café y unas donas. ¿Por qué dices que aún tenemos

tiempo?‒La persona a la que estoy esperando no vendrá hasta las nueve,

suponiendo que esta vez sea puntual. El reloj digital, de números rojos situado sobre la puerta de una

relojería marcaba las nueve y cuarenta y cinco minutos.‒¿Crees que vendrá? Fíjate en la hora que es ya…‒Ya te dije que la puntualidad no es su fuerte y francamente, no

sé si se acordará de venir. Es, digamos, un poco despistado. ¡Ah!, mira, ahí viene.

‒¿Te refieres al que lleva el suéter rojo? ¿El de las gafas de cocha? Rindler le llamó la atención levantando un brazo, y el hombre se

dirigió hacia la mesa.‒Buenos días Randy, este es mi amigo Ernesto, él es Randy. ¿Te

apetece un café?‒Buenos días, Rindler; un placer, Ernesto. El café me pone muy

nervioso, mejor no. Joseph, se quedó mirando a este personaje. Despeinado, con un

suéter rojo intenso y pantalones tejanos de color verde, sus gafas tenían los cristales muy gruesos y parecía no sentirse a gusto sentado a la mesa, no hacía otra cosa que mirar para todos los lados sin centrarse en ningún sitio en concreto.

‒No tengo mucho tiempo, pues tengo que volver a mi laboratorio, ¿para qué me llamaste?

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‒Quiero que trabajes para mí como jefe de laboratorio. Yo seré tu patrocinador y podrás dedicarte plenamente a tu especialidad.

‒¿Sólo me dedicaré a la genética? ¿No más análisis de orina, ni de sangre? ¿Sólo experimentos genéticos?

‒Sí, exactamente eso, sin jefes ni horarios.‒¿Dónde está ese laboratorio? ¿Lo conozco yo? ¿Está bien equipado?‒El laboratorio está terminando de construirse, y me gustaría que

me prepararas una lista para saber qué necesitas para equiparlo, y que me llames para entregármela, aquí tienes mi tarjeta.

‒Muy bien, te llamaré dentro de quince días para entregarte esa lista. Adiós.

Se levantó de la silla, dio media vuelta, y salió del centro comercial dejando a los dos hombres sentados a la mesa.

‒Tenías razón cuando me dijiste ayer que era un tipo curioso, pero no sabía cuán curioso era, si casi no se despidió.

Rindler, lo miraba con una cara divertida, sabía que esa era la reacción que tendría Joseph.

‒Es todo un personaje, es la perfecta rata de laboratorio. Cuando se concentra en un experimento, tienes que recordarle que hay que comer. Puede estar días enteros sin salir, por eso se divorció su mujer y él se enteró que ella se había ido una semana después, cuando vio que no estaban sus maletas ni su ropa.

‒¿Y qué hizo cuando descubrió que se había ido su esposa?‒Se volvió de nuevo a su laboratorio.‒¿Podremos confiar en él? Porque a mí de momento no me inspira

mucha confianza.‒Sí que podemos confiar en él y si consigue hacer lo que me

propongo, quitaremos mucho sufrimiento de la tierra.‒¿A qué te refieres? ¿Cómo podría ese hombre conseguir algo, si

casi no sabe quién es él mismo?

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‒No adelantemos acontecimientos, todo a su debido tiempo. Terminaron su desayuno y se dirigieron hacia los autos.‒Deja aquí tu auto, Joseph, después lo recogeremos.‒Está bien, pero tú pagarás el ticket del estacionamiento, ¿ok?‒Ya sólo nos queda encontrar a un forense, y creo que también

puedo contar con alguien, trabaja en la policía científica y es de las mejores en su terreno, ella podría ayudarnos con los análisis allá en su laboratorio, pero yo prefiero que esté en nuestro edificio y sólo trabaje para nosotros.

‒¿Y a qué esperamos? Vamos a verla. Se dirigieron directamente al cuartel general de la policía, que es

donde se encontraban los laboratorios de la forense.‒Buenos días agente, me gustaría charlar con la doctora Raimon,

Sara Raimon.‒¿Y se puede saber quién es usted? ¿Tiene alguna identificación? Sacó de su bolsillo trasero su cartera, y le mostró su credencial al

agente.‒Enseguida la aviso, señor Rindler, y discúlpeme. No tardo. Cinco minutos después volvía el agente acompañado de una mujer

rubia. Cuando Joseph la vio, dio media vuelta y salió del edificio, dejando

a solas a Rindler.‒Discúlpeme un momento doctora, regreso en un minuto. Salió también del edificio y vio a Joseph dentro del vehículo.‒¿Se puede saber qué te ocurre? Parece que hubieras visto a un

fantasma.‒La que puede creer que ve fantasmas es ella, Sara era mi vecina y

muy amiga de mi ex mujer. No puedo arriesgarme a que me vea.‒¿No quieres que la contrate? Si crees que pueda dificultarnos,

mejor no le digo nada entonces.

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‒Si realmente es la mejor en su trabajo, contrátala, cuando estemos en el edificio todo el mundo me vera como cobalto.

Rindler volvió a entrar en el edificio, salió al cabo de media hora y subió al auto.

‒¿Cómo te fue? ¿La contrataste?‒Sí, ya la tenemos en plantilla, me costó convencerla, tuve que

prometerle un laboratorio totalmente equipado y que ella fuera la jefa, además de elegir a sus colaboradores.

‒Si ella elige a su personal podemos tener problemas. Porque no sabremos quiénes son.

‒Ya le comenté que si alguna de las personas que contraté no nos gusta nos reservaremos el derecho de despedirlo. No le gustó mucho, pero aceptó.

‒Bueno, ya sólo queda elegir el sitio para construir el edificio.‒Sí, pero eso será lo más fácil, de hecho casi lo tengo ya elegido.‒Y dónde está, si puedo saberlo. Ya sabes que necesito una ruta

de salida‒401-803 N. Beaumont Ave., atraviesa el parque de Beaumont.

Nuestro edificio formará parte del parque.‒Mañana si quieres iremos a ver el terreno, ¿te parece?‒Me parece muy bien. Ya estoy deseando verlo. Un par de días después, apareció un nuevo reportaje en el Daily

Gazette.“Aparece de nuevo el hombre azul. ¿Amigo o enemigo? Nuestro reportero Christopher W. acaba de regresar de Afganistán

donde sostuvo una entrevista con la viuda de Salín Hadad. La señora Adira Hadad.

La señora Adira, le concedió a nuestro reportero esta entrevista cuando vio por televisión, en el canal internacional la noticia del atraco frustrado en una entidad bancaria por un hombre de color azul.

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Cobalto: Un héroe diferente

Un mes antes de que esto ocurriera, su difunto esposo se encontraba en un viaje de recogimiento y oración en las montañas, en el distrito de Yakawlang estando protegido por su escolta. Todas las noches hablaba con su esposo por radio. Las llamadas cesaron repentinamente y temiéndose lo peor, decidió viajar para reunirse con su esposo.

Los miembros que aún estaban vivos del personal de la escolta, sólo pudieron confirmarle que un hombre de color azul había emboscado a su marido y a parte de su escolta, y había acabado con la vida de todos ellos.

La señora Adira no entiende por qué este engendro azul atacó y mató a su esposo (Palabras textuales). Ha interpuesto una demanda contra el gobierno de los Estados Unidos de América por permitir que el asesino de su esposo siga en libertad.

Este reportero se pregunta lo siguiente, ¿estamos realmente seguros los americanos con este supuesto asesino libre por nuestra ciudad? ¿Cómo debemos de considerarlo? ¿Amigo o enemigo?

Christopher W.” Rindler tenía un ejemplar del Daily Gazette abierto por la página

donde se insertaba la noticia.‒¿Cómo pudo saber este periodista de tu intervención en

Afganistán? ¿Quién pudo facilitarle la información?‒Seguramente el mismo topo que filtró la información para

localizar a Salín. Yo represento una amenaza para él y hará lo que sea necesario para librarse de mí. ¿Qué vamos a hacer al respecto?

‒Tú de momento nada, mandaré a alguien a hablar con el tal Christopher W. a ver si conseguimos averiguar quién le dio esa información.

‒No creo que consigas nada, no revelará quién es su informante.‒Si no conseguimos nada, entonces Cobalto deberá hacerle una

visita y concederle una entrevista. ¿No crees?

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‒De todas maneras tendré que hacerle una visita. ¿Debo decirle lo de los misiles?

‒Si le concedes esa entrevista tendrás que decirle todo lo ocurrido, pero sobre todo cuéntale sobre los rehenes.

Eran las ocho y media de la mañana. Christopher W. estaba sentado en su mesa hablando por teléfono cuando observó que dos hombres vestidos con trajes chaqueta se detenían delante de él.

‒¿El señor Christopher W? Soy el detective Marcos y mi compañero el detective Cameron, nos gustaría hacerle unas preguntas.

‒¿Es por mi artículo sobre el hombre azul? Si es por eso, no creo que tengamos mucho de lo que hablar.

‒Queremos saber cómo obtuvo información de lo ocurrido en Afganistán.

‒¿Realmente piensan que les diré quién es mi fuente? Eso es secreto profesional.

‒Si realmente la información que le dio la señora Adira Hadad es cierta, necesitaríamos hablar con su fuente para obtener una orden de arresto para detener a el hombre azul.

‒Solamente recibí una llamada anónima sugiriéndome que hablara con Adira Hadad. La llamé por teléfono y me concedió la entrevista, eso es todo.

‒¿Seguro que no sabe quién le llamo por teléfono? ¿No le preguntó usted cómo había obtenido esa información?

‒Como les acabo de decir, la llamada fue anónima, y no me dio tiempo a preguntarle nada, colgó el teléfono, pero si supiera quién me llamo tampoco se lo diría.

‒Señor Christopher, le agradeceríamos que si recibe alguna llamada anónima de nuevo, nos lo comunique de inmediato.

‒¿Por qué debería de llamarles? Es una orden o qué?

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Cobalto: Un héroe diferente

‒Está usted jugando con fuego y posiblemente acabará por quemarse. Esta es mi tarjeta, llámeme, ¿de acuerdo?

Christopher se quedó mirando a los dos hombres mientras se dirigían a la salida, sabía que aquel asunto era oro puro para un periodista, y no pensaba soltar la presa tan fácilmente.

El teléfono sonó en la redacción del Daily Gazette.‒Daily Gazette, ¿en qué puedo ayudarle?‒¿Podría comunicarme con el señor Christopher W.?‒¿Quién le llama?‒Prefiero no decirle mi identidad, si no le es inconveniente.‒Déjeme ver si se encuentra en su despacho. No me cuelgue, por

favor. Dos minutos después, escuchó una voz de hombre al otro lado

de la línea.‒¿El señor Christopher W.?‒Sí, soy el señor Christopher W. Dígame.‒Soy su hombre azul, pero prefiero que me llame Cobalto.‒¿Sabe usted cuántas llamadas recibo a diario diciendo ser el

hombre azul?‒Puede pensar lo que quiera, pero si quiere que le conceda una

entrevista, le espero en Silver Lake Sand Dunes.‒Esa zona es demasiado grande, ¿cómo podría localizarle,

suponiendo que le crea y decida ir hasta ahí?‒Usted acuda a la cita, hoy a las nueve de la noche, yo le localizaré

a usted. Joseph colgó el teléfono. Era hora de que la gente supiera quién

era realmente Cobalto.‒¿Henry? Soy Ernesto, estuve en tu casa con Rindler, quería saber

si realmente eres tan bueno como dices. ¿Hay alguna forma de ver sin ser vistos la zona de Silver Lake Sand Dunes?

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‒Se puede conseguir manipulando un satélite. Pero eso constituye un delito.

‒¿Puedes hacerlo sí o no?‒Supongo que podré hacerlo, pero si me detienen tú pagarás la

puta fianza, ¿está claro?‒Necesito que lo tengas todo preparado para las ocho de la tarde

de hoy.‒Lo intentaré, pero no prometo nada, no es tan fácil hackear un

satélite.‒No quiero que lo intentes, quiero que lo hagas, se supone que

eres el mejor.‒¿A las ocho me dijiste? Tendrás la puta mejor vista de Silver Lake

Sand Dunes.‒Rindler estará ahí contigo y te dará instrucciones. Colgó el teléfono para llamar a Rindler y comunicarle su

conversación con Henry. Joseph llevaba oculto un pequeñísimo micrófono emisor y receptor

de sonido, diseñado especialmente para el por Aarón. Se encontraba escondido entre las dunas esperando la llegada del periodista.

Se hicieron varias pruebas de sonido, para comprobar el correcto funcionamiento del pequeño aparato, la recepción era magnifica. Aarón realmente sabía lo que hacía.

A las nueve en punto localizaron un vehículo deportivo, de color rojo moviéndose entre las dunas.

Ampliaron el enfoque del satélite para identificar al conductor, se trataba del periodista que estaban esperando.

Christopher detuvo el auto, abrió la puerta y se bajó. Sacó un paquete de cigarrillos y empezó a fumar mientras miraba en todas direcciones intentando localizar a cobalto.

‒¿No te dijo nunca tu mamá que es muy malo fumar?

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Cobalto: Un héroe diferente

‒¿Y a usted nunca le dijeron que matar es un delito?‒¿Crees que todo se resume en eso, en una ejecución?‒Así parece en efecto, la ejecución de un hombre muy rico que

estaba en un viaje de oración.‒Eso es todo lo que te contó la viuda de Salín. ¿Sabes por qué

te he concedido esta entrevista? En todas las historias siempre hay dos versiones.

‒Y cuál es su versión, señor Cobalto.‒No sé si eres realimente tan ingenuo o si solamente eres imbécil.

¿Te crees sin dudar que Salín estaba meditando? ¿Crees que para meditar necesitaba a más de treinta mercenarios fuertemente armados, y que sólo fuera al campamento amparado en la noche para dormir en su tienda? Si eso es lo que crees, entonces debo pensar que eres un verdadero idiota.

‒Su viuda sólo me dijo que estaba con su escolta personal, unos diez hombres y tres criados, y que todos aparecieron muertos,

‒Y si todos estaban muertos, ¿cómo pudo relacionarme ella con la muerte de su marido? Si no hubo supervivientes nunca podría saber que yo los maté,

‒Aun admitiendo que usted diga la verdad, ¿por qué ejecutarlo?‒Si quieres tener esas respuestas te recomiendo que viajes a Irak

y visites la base americana, allí te pondrán al corriente.‒¿La base americana de Irak? ¿Estamos hablando de terrorismo?‒Sólo haz lo que te digo y te recomiendo, que en adelante tengas

cuidado con tus reportajes, estás metiéndote en un terreno peligroso y no garantizo tu seguridad si sigues metiendo la nariz donde no debes.

Se dirigió al coche deportivo y sacó las llaves del contacto arrojándolas a una duna próxima. Enterrándolas en la arena.

‒¿Pero qué hace? ¿Está loco? Esa son mis llaves.‒¿Pensabas que dejaría que me siguieras? No soy tan imbécil como

tú. Que estés muy bien.

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Miguel Ángel Díaz Gutiérrez

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‒¿Cree que he venido yo solo?‒Te creía más inteligente, recibirás un bonito video en tu redacción. Empezó a caminar y después de bordear una duna desapareció,

como si nunca hubiera existido.‒¿Lo grabasteis todo? ‒dijo dirigiéndose a Rindler.‒Todo está grabado, incluso tu desaparición. Habían transcurrido tres meses desde que se entrevistara con el

periodista. Todo marchaba a buen ritmo, el edificio estaba bastante avanzado

y en tres meses más estaría terminado. Joseph y Jenny se habían cambiado a su nueva casa, el embarazo se

desarrollaba sin ningún problema, estaba en su quinto mes de gestación y se la veía gordita, pero más hermosa que nunca.

No habían perdido el tiempo. Tenían muchísima información sobre los principales cárteles de la droga, controlaban todos los movimientos de las diferentes bandas callejeras, y un dosier muy completo de los grupos terroristas que pudieran suponer un peligro para el país, el dosier aumentaba cada día con nuevos datos.

John Spark estaba creando varios programas que les permitirían bloquear señales de teléfonos móviles, o cualquiera que permitiera la detonación a distancia de artefactos explosivos.

Otro de sus programas les permitiría tomar el control de cualquier avión una vez que Henry se introdujera en el ordenador de a bordo.

Por su parte Aarón ponía a punto sus inventos, entre ellos un vehículo que podía mantenerse en el aire sin contacto con el suelo mediante un mecanismo que contrarrestaba la fuerza de la gravedad, provocaba un impulso hacia arriba igual a la fuerza que ejercía la Tierra sobre el auto. Cuando se igualaban ambas fuerzas el coche quedaba flotando en el aire. Aún estaba en fase experimental, pero tenía buenas perspectivas de convertirse en una realidad.

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Cobalto: Un héroe diferente

También trabajaba en un equipo laser que proyectaba una imagen bidimensional a tamaño natural sin necesidad de usar una pantalla. Si este laser funcionaba y parece que si lo hacía, sería muy útil para garantizar la invisibilidad a los ojos de los demás de todo aquel que estuviera situado detrás de la imagen proyectada. La prueba realizada en la entrevista con Christopher, había sido todo un éxito.

Randy estaba trabajando con unos escarabajos frondícolas y mantenía un cultivo de plantas de coca al que solamente él tenía acceso.

Intentaba alterar el ADN de estos escarabajos para que únicamente se alimentaran de esta planta, los estaba convirtiendo en adictos y mediante la mutación genética, cada nueva generación sería más adicta que la anterior. Era un proceso lento, pero por el momento ya había conseguido que los escarabajos pusieran sus huevos exclusivamente en las plantas de coca. Según él, lo más difícil era conseguir que los animales se volvieran inmunes a la sobredosis que la ingestión de la planta les ocasionaba, después de cuatro generaciones el efecto ya apenas causaba la muerte de unas cuantas parejas.

Por su parte Henry ayudaba a John a crear algunos programas que permitían romper los firewall más sofisticados del mundo, le serían muy útiles si quería conseguir hacer lo que se esperaba de él.

Cada uno en su especialidad demostraba que si no eran los mejores, al menos merecían que se reconociese que estaban entre los mejores.

Se acercaba el día en que todo aquel que quebrantara la ley tendría que vérselas con Cobalto.

El diecinueve de abril de dos mil seis, se inauguró oficialmente la sede de (NSU).

Gran parte del material que se incluyó en las listas que Rindler les pidió, ya se estaba usando y hubo de ser trasladado al edificio en vehículos especiales.

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El resto del material estaba en un almacén, protegido y custodiado por una empresa de seguridad perteneciente a Ronda Miller.

Se trasladó todo a la NSU y cada uno ocupó su respectivo espacio de trabajo, inmediatamente empezaron a instalar sus equipos y herramientas.

Al cabo de una semana, estaba todo listo para que la unidad fuera totalmente operativa.

‒Señores, ahora ustedes son agentes de la NSU. Fueron escogidos por ser los mejores en sus diferentes especialidades, y espero que entre todos logremos limpiar todo lo podrido de esta sociedad. Confío en todos ustedes y espero no perder nunca esta confianza. Ahora quiero que conozcan a una persona, es alguien realmente especial aunque sospecho que nuestro amigo Henry ya sabe de quién se trata. Él será el brazo ejecutor de NSU y todo nuestro esfuerzo estará encauzado a que él logre sus objetivos. Señoras, señores, les presento a Cobalto.

Joseph entró en la sala y fue mirando una por una a todas las personas que había en ella, y distinguió en sus miradas el asombro que su presencia les causaba.

‒Buenas tardes señoras y señores, todos saben quién soy, y no creo que hagan falta más presentaciones. No soy un superhombre, no soy Spiderman ni Superman ni ningún superhéroe de la televisión. Digamos más bien que soy fruto de un accidente, soy al igual que todos ustedes, el mejor en mi trabajo. Por eso estoy hoy en esta sala de juntas. Tal y como ha dicho el agente Rindler, ustedes son agentes de una unidad especial, la NSU. Sabemos que son los mejores, por eso fueron seleccionados. Tenemos una misión que cumplir, esta misión lleva el nombre de “uncontaminated”, somos los encargados de descontaminar el país de las plagas que lo azotan. Nos enfrentaremos a terroristas, bandas callejeras, narcotraficantes, asesinos, y a todo aquel que infrinja la ley.

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Cobalto: Un héroe diferente

‒Sabemos que no será fácil ‒interrumpió Rindler‒, pero por otra parte no estamos limitados como lo puede estar la policía o el mismo FBI. Somos una unidad invisible, oficialmente no existimos. Sin embargo podemos usar todos los recursos de la nación, incluido el ejército, si fuera necesario.

‒Gracias, señor Rindler, de ustedes vamos a exigir el cien por ciento, y no quiero errores, de hecho es un lujo que no podemos permitirnos. Para todos ustedes yo soy Cobalto y por el momento es lo único que sabrán de mí. Esperamos de ustedes que aprendan a trabajar unos con otros como un equipo bien engrasado, si hubiese algún roce entre ustedes, espero que nos lo comuniquen antes de que nosotros tengamos que intervenir. Si esto llegara a pasar, tendríamos que suprimir su contrato. Cualquier orden recibida del señor Rindler o de mí será ejecutada de inmediato y sin hacer preguntas.

Rindler pidió permiso para tomar la palabra.‒Como se les prometió cuando me entrevisté con ustedes, se les

consiguió todo el equipo que solicitaron, ahora espero, que manejen dicho equipo y hagan su magia. Esperamos mucho de ustedes, no nos defrauden. Sólo una cosa más, la señorita Ronda Miller está con nosotros por su probada experiencia en medidas de seguridad. Les pido que colaboren con ella y le faciliten los medios para que pueda tener bajo control este edificio y al personal que trabaja en él.

‒Si el señor Rindler no tiene nada más que añadir, por mi parte doy por inaugurado este edificio y espero que el NSU cumpla con los objetivos para los que ha sido creado. Ahora señores y señoras, a trabajar. Gracias por su asistencia.

‒Un momento por favor ‒dijo Ronda Miller‒, necesito que me faciliten todos ustedes una muestra de sangre, y que bajen conmigo al laboratorio para poder insertarles bajo la piel un chip que los identificará cuando accedan al centro.

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‒¿Eso es realmente necesario? No me hace mucha gracia eso de tener cosas extrañas en el cuerpo ‒dijo Henry.

‒Si quiere venir a su trabajo y evitar que el sistema de seguridad lo mate, creo que sí sería bueno que lo llevara. Señores, esto no es un juego, si les pido que se inserten el chip háganlo, y no pregunten. ¿Señor Cobalto? ¿Puedo hablar con usted a solas?

‒Reúnase conmigo en mi despacho. Ronda entró en el despacho de Cobalto, llevaba en la mano una

especie de pistola. Con un líquido transparente.‒¿Hay posibilidad de que le pueda insertar un chip bajo su piel?‒¿Puede ser detectado fuera de este edificio?‒No, sólo será reconocido por el sistema de seguridad del propio

edificio.‒Sé que las balas no le perforan la piel así que esta pequeña aguja

tampoco. Debo pedirle que confie en mí.‒¿Me está pidiendo que le muestre mi verdadera identidad? ¿Sabe

realmente lo que me está pidiendo? Si alguien supiera quién soy, mi familia estaría en peligro de muerte.

‒Lo sé y lo siento mucho, pero insisto, debo pedírselo, es necesario. Por mi parte puede sentirse seguro, a fin de cuentas la vida de todo el personal de esta base está en mis manos, si ahora no confía en mí, jamás podrá confiar. Joseph adoptó su apariencia humana y un segundo después el chip estaba alojado en su piel.

‒Si alguna vez mi familia estuviera en peligro por ser yo Cobalto, sabré que fue usted quien me traicionó.

‒Prefiero morir mil veces antes que traicionar su confianza, señor Cobalto.

‒Espero que así sea, por su bien y por el de mi familia. Sonaron unos golpes en la puerta del despacho y un instante

después entro Rindler.

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Cobalto: Un héroe diferente

‒Ronda, te están esperando en el laboratorio.‒Si ya voy, por cierto, remángate la camisa, por favor. Ronda colocó otra botellita con el líquido transparente, y al igual

que hiciera con Joseph, se la inyecto a él. Volvió a cambiar de nuevo el recipiente vacío por uno lleno, y se lo inoculó ella misma. Después abandonó el despacho.

‒¿Tú también lo tienes ya insertado?‒Sí, Creo que he sido el primero.‒¿Y cómo pudo atravesar tu piel con una aguja tan pequeñita?

A no ser que…‒Sí, ella ya sabe quién soy, espero que no tenga que arrepentirme.

Rindler convocó a todos en la sala de juntas para su primera reunión.‒Sobre esta mesa hay varias carpetas con los expedientes que nos

ha mandado la policía de los principales narcotraficantes. Quiero que esa información sea cargada en el ordenador central y esté disponible para que todos podamos usarla.

‒Todos los que aparecen en esos expedientes han sido denunciados y enjuiciados en varias ocasiones pero no se les pudo probar nada, unas veces porque las pruebas desaparecían, en otras, los testigos sufrían un accidente fortuito y por lo tanto no podían testificar. Y las mayoría de las veces, sus abogados basándose en tecnicismos legales, conseguían que quedaran absueltos.

‒Nuestro sistema judicial, al igual que el de otros muchos países, tiene muchos agujeros que son usados por los abogados para que sus clientes parezcan hermanitas de la caridad. Pero todos sabemos que son culpables.

Se escucharon algunas risitas en la sala.‒Esta unidad ha sido creada para que esta situación no se repita.

Tenemos que conseguir pruebas suficientes para que, de una vez por todas cumplan condena.

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‒Así que no perdamos el tiempo. Empezaremos con Fred Silverman. Según su expediente tiene varios negocios legales que usa como tapadera para el blanqueo del dinero que obtiene de sus negocios ilegales. Está metido en todos los asuntos que huelen mal. Tráfico de drogas, trata de blancas, casinos ilegales, contrabando de armas, pornografía infantil, en fin... un verdadero angelito. Tiene en nomina a policías y jueces, aunque esto aun no se ha podido demostrar. Henry, quiero que uses tus habilidades para que podamos vigilar su residencia con el satélite. Quiero saber quién entra y quién sale, si alguien sale al jardín a fumar un cigarrillo, quiero saberlo, si le visita su tía para llevarle un pastel, quiero saberlo, ¿me has entendido? Y quiero que investigues sus cuentas en los bancos, las legales y las ilegales.

‒Perfectamente, dentro de una hora podremos ver hasta la marca de los cigarrillos que fumen.

Henry salió de la sala y se dirigió a su oficina para cumplir la orden de Rindler.

‒Aarón, te pedí que me fabricaras unos transmisores en miniatura. ¿Los tienes?

‒Están listos, pero además les he incorporado una videocámara, y un sistema para evitar que sean descubiertos en un barrido de frecuencias. Sólo queda comprobar si el software reconoce los dispositivos.

Todos miraron a John esperando una respuesta por su parte.‒El software está listo, pero sólo lo he probado en distancias cortas.

No sé si funcionará bien cuando estén instalados los dispositivos en el interior de una casa y a tanta distancia. No he tenido tiempo para probarlos.

‒Tendremos que hacer esas pruebas entonces. Instalaremos los dispositivos en alguna granja o en algún edificio abandonado. Encárgate tú de hacerlo, Aarón. Mañana quiero los resultados de la prueba, o mejor aún si puedo tenerlos para esta tarde.

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Cobalto: Un héroe diferente

Henry entró de nuevo en la sala, todos interrumpieron lo que estaban haciendo.

‒Ya tengo conexión con el satélite y la casa del tal Fred en el punto de mira.

‒Que se encargue Ronda de mantener la vigilancia, mientras tú dedícate a buscar en los bancos.

Mientras todo esto sucedía en el edificio, Joseph se había dirigido directamente a la casa de Fred Silverman, para estudiar in situ el terreno.

Aparcó su auto a cierta distancia de la residencia y, sentándose en un banco desde donde podía ver la entrada principal, se puso tranquilamente a leer un periódico.

Disimuladamente sacó de su bolsillo el proyector laser que Aarón había diseñado. Y simulando un picor en una pierna lo dejo caer al suelo y activó el mecanismo. Después continuó su camino alejándose de la casa. Unos minutos después se accionó creando una proyección del banco donde había estado sentado instantes antes, después volvió para situarse detrás de esta pantalla y así quedar oculto de cualquier cámara que estuviera instalada en el exterior de la casa.

Estuvo vigilando la casa durante un par de horas, sin que en ese tiempo entrara o saliera nadie de la residencia. Después advirtió movimiento en el camino de grava, y observó que un vehículo deportivo de color anaranjado abandonaba la casa.

‒Ahora sabremos si este dispositivo realmente funciona ‒pensó. El vehículo llegó a la reja y quedo justo frente a él mientras que esta

se abría electrónicamente. El chofer no dio señales de haber descubierto su presencia, se limitó a pasarse la mano por el pelo y a ajustarse bien sus gafas de sol.

‒Aarón, en verdad eres un genio, gracias a dios el sistema funciona perfectamente.

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Joseph pulsó un botón para que el aparto se desconectara después de unos minutos y se retiró de su puesto de observación protegido por la barrera.

Un poco más tarde regresó al banco con el periódico bajo el brazo, simuló que éste se le caía al suelo y al agacharse a recogerlo, también recogió el proyector y prosiguió su paseo hasta llegar a su auto.

‒Aarón, ¿me escuchas? ¿Recibes bien la señal del micro?‒Le escucho perfectamente, Cobalto, fuerte y claro.‒Comunícale a Rindler que el proyector ha sido todo un éxito.

Felicidades.‒El agente Rindler está aquí conmigo, Le está escuchando.‒Tenemos la residencia de Fred vigilada por satélite. Ronda se está

ocupando de eso, ¿ya regresas para la base?‒Estaré ahí en una hora aproximadamente. Desconectó el micrófono y se dirigió a la base del NSU, satisfecho

por el buen resultado de su misión. Se introdujo en el parking y aparcó el auto, se transformó en

Cobalto y se dirigió a la puerta de acceso al edifico. El sistema reconoció el chip y la puerta se abrió silenciosamente,

recorrió el pequeño trecho que había hasta la segunda puerta, mientras la primera se cerraba tan silenciosamente como se había abierto, colocó su mano en el detector de huellas digitales y su ojo en el dispositivo que reconocía su iris.

La segunda puerta se abrió dándole acceso directo al interior del edificio.

Ronda sabía hacer su trabajo perfectamente, todo funcionaba tal y como estaba proyectado.

Se dirigió a la sala de vigilancia donde un agente de seguridad, uniformado, miraba atentamente al monitor que mostraba las imágenes que enviaba el satélite.

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Cobalto: Un héroe diferente

‒¿Estáis grabando desde que Henry enfocó el satélite en la residencia de Fred?

‒Sí señor, minuto a minuto, los grabadores digitales están registrando desde el principio, pueden grabar cada uno veinticuatro horas consecutivas sin interrupción.

‒¿Puedo ver lo que está ya grabado?‒Sí, sólo deme un momento para cambiar de grabador y se lo

paso a esa pantalla.‒¿Puedes pasarlo a mi despacho? Prefiero verlo desde allí.‒Ya lo tiene en su monitor, puede verlo cuando usted quiera,

también puede ver la emisión en directo. Joseph se dirigió a su despacho, y efectivamente, en un monitor

recibía la señal grabada, y en el otro, la señal en tiempo real. Estaba codificada en un CD, por lo que pudo verlo desde el

principio. Pulso la tecla play en su consola y comenzó a ver las imágenes. Le interesaba, más que nada, el momento en que entraba en escena

él mismo. Pudo verse en la pantalla con la peluca rubia de cabello largo, su bigote falso y sus gafas de montura gruesa. Después se vio activando el proyector. En las siguientes escenas ya no se le veía, había desaparecido, siguió viendo la grabación hasta el momento en el que salía el deportivo. Él seguía sin aparecer. Sólo volvió a verse cuando se le cayó el periódico y se agachó para recogerlo, para después continuar su camino.

Rindler entró en su despacho tras golpear un par de veces en la puerta.

‒Es fantástico el proyector laser que invento Aarón. Estoy viendo las imágenes que grabó el satélite y realmente quedas totalmente oculto a plena vista.

‒Lo sé, estuve viendo tu actuación en directo, estabas realmente guapo con la melena rubia y las gafas de pasta.

‒Muy gracioso, sí señor, pero que muy gracioso.

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‒¿Están listos los transmisores para colocarlos en el interior de la residencia?

‒Están listos, pero se están haciendo pruebas del software. Esta tarde sabremos si funcionan realmente.

‒Tan pronto tengas los resultados de las pruebas avísame, quiero colocarlos esta noche.

‒¿Esta noche? Por qué tan pronto, es mejor esperar un poco y concluir todas las pruebas, si cometemos un solo error pondremos a Fred en guardia y será muy difícil obtener pruebas contra él.

‒Tal vez tengas razón, debemos ser prudentes, aunque sí me corre prisa, porque cada minuto que pasa, muere gente inocente por culpa de los manejos de este criminal.

‒Lo sé, pero es mejor hacer las cosas bien, dentro de poco no podrá hacer más daño a nadie.

Joseph advirtió en el monitor que la reja de entrada a la residencia de Fred Silverman se estaba abriendo, y los dos fijaron su atención en la pantalla.

Un Jaguar gris plateado acababa de entrar y se dirigía a la entrada principal de la vivienda. Deteniéndose delante de esta, Fred, se bajó del vehículo seguido de una mujer rubia muy llamativa y acto seguido un tercer personaje abandonó también el auto. Estuvieron un momento detenidos en las escaleras mientras el jaguar se alejaba y un instante después entraban en la residencia.

‒¿Te fijaste quién era el que se bajó del auto?‒Por supuesto que me fijé, era el senador Larry Masterson. Parece

que este asunto empieza a ponerse interesante.‒Pues yo creo que mañana voy a tener mucho trabajo. Descolgó el teléfono y marcó el número interior que lo comunicaba

con el taller de Aarón.‒¿Puedes venir un momento a mi despacho por favor?

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Cobalto: Un héroe diferente

‒¿Querían verme? ¿Hubo algún problema con el proyector?‒No, funcionó perfectamente, te felicito, sólo quería preguntarte

algo. ¿No estabas trabajando enun proyecto para poder pinchar un teléfono sin tener que

manipular el aparato?‒Sí, pero aún no lo tengo perfeccionado, estuve trabajando en los

transmisores y no tuve tiempo.‒Si no se presentan problemas en las pruebas, quiero que te

dediques de lleno a ese proyecto, es urgente.‒Sí señor, en un par de días estará listo para someterlo a las pruebas

definitivas.‒Está bien Aarón, gracias por todo. Cuando se quedaron de nuevo solos en el despacho, Joseph

aprovechó para hablar con Rindler.‒¿Sabes lo que me tiene muy intrigado?‒No, pero estoy seguro de que me lo vas a decir, ¿verdad?‒Fíjate que, por más vueltas que le doy al asunto, no entiendo qué

papel juega, en la organización tu amigo Randy. Mr. Despiste, como ya le dice el resto del grupo.

‒Tú sabes que por muchos traficantes que eliminemos de la circulación, siempre aparecerán mas, hay demasiado dinero en juego. Pero si hacemos que la planta de donde se obtiene la cocaína, desaparezca del planeta, también desaparecerán los traficantes. Randy lleva bastante tiempo trabajando con diferentes insectos comedores de plantas, manipula su ADN para que sólo devoren un tipo de planta específico. En el caso de la Erythroxylum coca que es el nombre científico de la planta de la cocaína, los insectos empleados en las pruebas morían por sobredosis y acababan por no tener descendencia.

‒¿Por eso ahora está probando con los escarabajos?

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‒Sí, parece que esos escarabajos son resistentes a la intoxicación que produce la planta y está obteniendo buenos resultados con las nuevas generaciones. Cuando estén listos los llevaremos a los países donde sabemos que hay cultivos, y los liberaremos. Si obtenemos buenos resultados en estos países, después los distribuiremos en Colombia.

‒El proyecto es bastante ambicioso, pero merece la pena intentarlo. Hiciste bien al incluirlo en el grupo.

Joseph llegó temprano y después de pasar el control de seguridad se dirigió directamente a la sala de vigilancia.

‒Buenos días, ¿alguna novedad durante la noche?‒No señor, el senador abandonó la residencia en el Jaguar a las

catorce treinta horas del día de ayer. El señor Fred Silverman salió del domicilio a las siete horas de hoy, también solo, en un Mercedes negro deportivo.

‒¿La rubia que vimos ayer, continúa en la casa? ¿Pudieron identificarla?

‒La señorita rubia es agente del FBI. Se llama Raquel Hillman, suponemos que trabaja en cubierto, pero no podemos confirmar este dato. Permanece aún en el edificio.

‒Es una agente entonces, eso puede facilitarme las cosas un poco. Muchas gracias por la información.

A las nueve llego Rindler, pasó por su despacho para dejar unas carpetas y después fue al despacho de Joseph.

‒Adivina de dónde vengo ahora mismo.‒A ver si adivino… bien, vienes del FBI, ¿verdad?‒Entonces supongo que ya sabes lo de Raquel Hillman.‒Acaban de comunicármelo, lo que no sé es si está actuando como

agente encubierto o si está en la nómina de Fred.‒He estado hablando con su superior, y me ha confirmado que

es un agente encubierto.

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Cobalto: Un héroe diferente

‒¿Así? ¿Tan fácil te lo ha confirmado? ¿Sin hacer preguntas ni nada?‒Recuerda que yo soy Ministro de Defensa del presidente, no

puede negarme esa información. Soy su superior. Joseph iba a contestarle, pero en ese momento sonaron unos golpes

en la puerta y entró al despacho John.‒Buenos días señores, ya están preparados los transmisores y el

nuevo software. ¿Quieren ver las pruebas?‒Por supuesto, John, no me las perdería por nada del mundo. Se dirigieron los tres al taller de Aarón, la terminal de ordenador

estaba encendida, el escritorio estaba dividido en pequeñas pantallas.‒Los transmisores están situados en un local vacío, situado a unos

cincuenta kilómetros. Aarón está ahora mismo allí. Esperando mi llamada.‒Las imágenes se reciben perfectamente, llámele para comprobar

el sonido. John marco el número del móvil de Aarón para indicarle el

comienzo de la prueba. Un instante después aparecía en una de las pequeñas pantallas.‒Buenos días, no sé si me estarán escuchando bien, espero que la

señal de audio-vídeo llegue perfectamente nítida a mi ordenador. Voy a probar los ocho dispositivos.

Fue moviéndose por todo el local activando todos los transmisores. Y sin dejar de hablar. La prueba salió perfectamente.

‒Todo perfecto, ya puede indicarle que recoja los equipos y que regrese a la base.

‒Sí señor, en seguida marco de nuevo.‒¿Para qué sirve exactamente el programa de control de los trans-

misores?‒Sirve para controlar el zoom de la cámara y el micrófono. Podemos

acercar la imagen pero también podemos dirigir el audio, amplificarlo y aislarlo. Podremos escuchar cualquier sonido por muy débil que sea la señal.

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‒¿Quiere decir que aunque hablen en voz muy baja o haya otros sonidos en una habitación podemos escucharlos?

‒Eso es, siempre recibiremos la señal de audio perfectamente clara. El software también se encarga de activar el transmisor cuando se produce un movimiento, o un sonido en su radio de acción, de esta manera las baterías duraran mucho más tiempo.

‒Esperaremos a que llegue Aarón, y saldré para colocar todos los transmisores en la casa de Fred y en el despacho del senador Larry. Le felicito John, ha hecho un buen trabajo.

‒Muchas gracias señor, para eso me pagan. Pasaban cinco minutos de las nueve de la noche cuando Joseph

llegaba a la vivienda de Fred. Saltó el muro que bordeaba el jardín y activó el proyector laser,

ocultándose después detrás de la pantalla virtual; dos minutos después aparecía uno de los guardaespaldas armados.

‒Deben de tener alarmas activadas por infrarrojos ‒pensó Joseph. Aguardó a que el vigilante se fuera de nuevo al interior de la

vivienda para poder comunicarse con la base.‒Henry, ¿me escuchas?‒Alto y claro, que pasa ahí, ¿hay problemas?‒Creo que tienen algún dispositivo de infrarrojos en el jardín, creo

que activé alguna alarma al saltar el muro, ¿puedes eliminarla durante unos minutos?

‒Veré qué puedo hacer, necesito un poco de tiempo.‒Tómate el tiempo que necesites, no podré moverme de aquí

mientras no se desactive. John le había preparado un programa que localizaba las señales

que emitían los equipos de alarmas convencionales. Por eso localizó rápidamente el emisor dentro de la casa.

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Cobalto: Un héroe diferente

El ordenador estaba bien protegido, pero no lo suficiente para el rey de los hackers. En cinco

minutos había desconectado el sistema de seguridad neutralizando el avisador de avería.

‒Luz verde, ya tienes el camino despejado al menos durante los próximos diez minutos.

‒Entendido, diez minutos y se activará de nuevo todo el sistema, ¿es correcto?

‒Exactamente eso, diez minutos, después la casa podría convertirse en una feria.

Desconectó el proyector y lo guardó en una pequeña mochila que llevaba sujeta a su espalda, en otro compartimento llevaba los transmisores, alcanzó el primer muro y se fundió con él, permitiéndole ver todo el interior de la habitación. Buscó un buen lugar para situar uno de los equipos.

Después repitió la misma operación con los demás transmisores. Habían transcurrido ocho minutos y medio, sólo le quedaba uno y medio para abandonar la residencia. Atravesó todo el jardín aprovechando la oscuridad y trepó el muro, el sistema de alarma se activó de nuevo, todo había salido a la perfección.

‒Ya están colocados todos los equipos. ¿Tenéis buena recepción?‒Sí ya tenemos la señal de todos, perfectamente nítida.‒Ok, me dirijo ahora al despacho del senador Larry. Henry, No

quiero más sorpresas, comprueba qué alarmas protegen ese despacho, y desconéctalas.

‒A la orden jefe, desconectando alarmas. Tardo más o menos una hora y media en llegar al edificio donde

el senador tenía su despacho. Pero por desgracia estaba orientado hacia una avenida muy transitada en aquel momento.

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Podía llegar por el tejado, pero corría el riego de que pudieran verlo desde abajo.

‒Aarón, ¿qué tamaño puede conseguir la pantalla virtual del proyector?

‒En las pruebas que realicé con él, conseguí una pantalla de cuatro metros de alta por cuatro de ancho Pero eso agotará la batería del proyector en unos quince minutos más o menos.

Dio la vuelta al edificio buscando la manera de llegar al techo y poder descolgarse hasta la ventana del despacho. Por la parte de atrás descubrió unas escaleras de incendio que daban a un callejón mal iluminado.

Aparcó el auto y sacó del maletero dos rollos de cuerda. Con un poco de alambre improvisó un soporte para el proyector

y lo ató a una de las cuerdas. Lo metió todo en una mochila, se la echó a la espalda y se dirigió a la escalera de incendios.

Estaba en el tejado, justo encima de la ventana del despacho.‒¿Henry, preparado para desconectar la alarma?‒Sólo estoy esperando la orden para hacerlo, tendrás que ser muy

rápido porque tengo que anular todas las alarmas del edificio y sólo podre mantenerlas durante cinco minutos, es lo mejor que puedo ofrecerte.

‒Dame dos minutos y desconéctalo todo. Rápidamente descolgó el proyector en su soporte, y cuando la

pantalla se abrió, se deslizó rápidamente por la otra cuerda. Se fundió con la pared exterior y colocó los cuatro transmisores que le quedaban. Después subió de nuevo al tejado, esperó a que se agotaran las baterías y recuperó de nuevo el proyector.

‒Misión realizada con éxito, ¿recibís bien la señal de los equipos del despacho?

‒Sí, se recibe perfectamente, los catorce equipos están funcionado y emitiendo.

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Cobalto: Un héroe diferente

‒Ok, regreso a la base. Cuando llegó a la escalera de incendios vio a unos pandilleros

junto a su auto. Él sabía lo que iba a pasar.‒Avisad a la policía, tengo a cuatro tipos intentando robar mi

coche.‒No te preocupes por eso, los estamos viendo. Se van a llevar una

buena sorpresa, y tú también. En ese momento surgió de los bajos del coche una especie de

humo blanco, los cuatro tipos cayeron al suelo sin cocimiento.‒¿Otro de tus inventos, Aarón?‒Sí, ¿le gusta? Dentro de unos treinta minutos se despertarán.

Pero llegara antes la policía. Bajó hasta su coche, cargó a los muchachos y los arrojó a un

contenedor de basura.‒Cada uno en el lugar que les corresponde. Media hora después regresaba a su despacho.‒A ver, explícame eso de que estabais viendo a esos tipos que me

querían robar el coche, ¿acaso siempre estáis viendo el lugar donde está mi auto?

‒Ronda instaló en nuestros coches el mismo detector del chip que tiene la puerta de entrada. Si alguien extraño se acerca a cualquiera de nuestros autos, como ha pasado esta noche, se activan unas microcámaras y de ser necesario se detonan unas pequeñas cápsulas que desprenden gas narcótico. Ya viste el resultado.

‒¿Y se puede saber a qué esperabais para decírmelo?‒Yo debería de habértelo dicho ‒comentó Rindler pero con tanto

ajetreo se me pasó completamente.‒¿Alguna sorpresa más que deba de saber y que por casualidad

“se os haya pasado por alto”? Por cierto, buen invento lo del coche, ya me veía volviendo en taxi.

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Miguel Ángel Díaz Gutiérrez

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‒Señores, creo que hoy ha sido un día muy largo. Ya es hora de volver a casa, ¿no creen?

Aún no había salido el sol cuando el móvil de Joseph empezó a sonar.

‒Sí, soy yo, ¿hay algún problema?‒Señor, creo que debería de venir lo más pronto posible a la base.‒En veinticinco minutos estaré ahí, necesito ducharme y vestirme. Cuando entró en la sala de vigilancia, ya se encontraba allí Rindler.‒Deberías echarle un vistazo a esto, se grabó ayer a las once de la

noche. Después de marcharse Raquel. En la escena grabada, se veía a uno de los guardaespaldas que

cargaba a una niña de unos doce años con las manos y los pies atados con unas cuerdas. Sin muchos miramientos la arrojó al suelo y la desató, la niña al verse libre, intentó huir pero Fred la frenó en seco de una sonora bofetada que hizo que la sangre le brotara de los labios.

Totalmente asustada, se acurrucó en un rincón pero agarrándola por un tobillo tiró de ella y la dejó en mitad del salón sobre la alfombra.

Se arrodilló delante de ella y sacó una navaja del bolsillo con la que empezó a cortarle la ropa, cada parte del cuerpo que quedaba al descubierto la acariciaba con verdadera lujuria. Le descubrió los pequeños pechos apenas abultados y empezó a chupárselos y a tocarlos, la niña estaba aterrada, cuando la tuvo totalmente desnuda le empezó a acariciar su sexo, se puso de pie y también él se desnudó por completo.

Agarró a la niña por el pelo y la hizo incorporarse hasta que estuvo de rodillas. Después le metió su miembro en la boca.

Las lágrimas se deslizaban por las mejillas de la niña. La tumbó de nuevo en el suelo, con la intención de violarla pero el teléfono sonó en ese momento, soltó una maldición y atendió la llamada.

Al parecer, le pareció más interesante que el placer que pudiera sentir con la violación.

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Cobalto: Un héroe diferente

Tapó el micro del teléfono y le indicó a su guardaespaldas, señalando a la niña, que se deshiciera de ella. Ya sabía lo que tenía que hacer.

‒Maldito hijo de puta, es un asqueroso pederasta. ¿Qué paso con la niña? ¿Dónde está ahora?

‒La niña se encuentra bien, está en el hospital, está muy traumatizada, pero se encuentra fuera de peligro.

‒¿Y el guardaespaldas? ¿A dónde lo habéis llevado?‒Lo tengo encerrado en el edificio donde está mi oficina de la

inmobiliaria, tengo un pequeño calabozo instalado allí.‒Vamos ahora mismo, quiero hablar con él.‒Yo también sentí ganas de matarlo, pero el hijo de perra también

tiene derechos, procura mantener la calma.‒Lo intentaré, no te prometo nada, pero lo intentaré.‒¿Llevas el disco con la grabación? Creo que lo vamos a necesitar.‒Ya lo tengo en mi oficina, en la caja fuerte, lo llevé cuando fui

a encerrar al sujeto. Media hora más tarde, llegaban a la oficina de Rindler.‒¿Dónde está ese calabozo?‒Está en el sótano, pero antes de que bajemos, quiero que te

tranquilices, estas muy alterado.‒No te preocupes, no tengo intención de matarlo, de eso se

encargaran en la cárcel, sólo quiero interrogarlo. Joseph se transformó en Cobalto y bajó al sótano seguido por

Rindler. El hombre lo vio entrar y se le quedó mirando.‒¿No te atrevías tu solo conmigo y has ido a buscar al fantoche

azul?‒¿Puedes abrir la puerta por favor? ‒pidió Joseph.‒Adelante payaso, entra para que te dé tu merecido. Entró en la celda y de inmediato el tipejo se arrojo contra él, de

un empujón lo lanzó contra la pared, lo golpeó con mucha fuerza, pero

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el hombre era fuerte y soportó el impacto. Lo cogió con una sola mano por el cuello y lo levantó en el aire.

‒Escúchame, pedazo de escoria, te voy a mostrar un vídeo muy interesante, que seguro te va a encantar.

Lo dejó en el suelo pero lo sujetó por la parte de atrás del cuello de su chaqueta. Al salir de la celta le golpeó la cara con los barrotes, la sangre empezó a manar de sus labios y de la nariz, que se empezaban a hinchar rápidamente.

‒Vaya, qué torpe estoy hoy, discúlpame por ese golpe. Cuando atravesaban la puerta para subir al despacho, volvió a

levantarlo del suelo, golpeándole la cabeza con el marco de la puerta.‒Por favor, discúlpame de nuevo, será que las ratas como tú me

vuelven tremendamente torpe. Entraron en el despacho, lo arrojó contra la pared y allí se quedo

tirado, agazapado como un conejo. Después cogió una silla y la colocó delante del ordenador.

‒Puedes sentarte tú solo, o si lo prefieres puedo sentarte yo. Se levantó del suelo y sin mirarlo siquiera ocupó la silla. El vídeo

comenzó a reproducirse en la pantalla, y el tipo se quedo totalmente pálido.

‒Tal como yo lo veo, tienes dos posibilidades, me dices cuándo recibirá tu jefe el próximo envío de droga y te permito vivir para que te pudras en la cárcel, o bien no me lo dices y te mato como a un perro aquí mismo. Bien, qué decides.

‒Mañana, llega un envío. Lo traen en un hidroavión, y lo dejan caer al lago Michigan, ahí lo recogen unos buzos y lo levan con un mini submarino hasta una cueva que está debajo de la casa de verano del señor Fred. Lo juro.

‒¿A qué hora llegara el hidroavión? ¿Estará tu jefe allí para recoger ese envío?

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Cobalto: Un héroe diferente

‒Llegará a las dos de la tarde, él siempre está para recibir y comprobar el envío, tiene cámaras instaladas en la cueva, si no ve llegar al mini submarino, o ve a la policía hundirá la cueva, tiene explosivos suficientes para hacerlo.

‒Quita a esta rata asquerosa de mi vista, llévalo a la policía y que lo encierren acusado de secuestro e intento de asesinato.

Llamó a la policía desde su despacho y les pidió que fuera a recoger un regalo que les tenía preparado.

‒¿Te encargas tu de él? A mí me está dando demasiado asco. Entrégales el vídeo pero que no intenten nada contra Fred. De ese me encargaré yo.

Sacó sus esposas, le puso las manos a la espalda y lo esposó al radiador.

‒Qué piensas hacer con Fred, recuerda que tendrá que ser juzgado.‒Tranquilo, sólo quiero invitarlo a dar un paseo en submarino.

Te lo traeré de una pieza, no te preocupes.‒¿Sigue Fred en su casa?‒Sí, ahí sigue, pero se le ve nervioso porque su guardaespaldas

aun no ha regresado.‒Si por casualidad abandonara la casa, comunícamelo

inmediatamente.‒Así lo haré, señor, puede confiar en mí, no lo perderé de vista. Después empezó a conducir dirigiéndose al lago Michigan. Le

resulto fácil localizar la casa de verano, pues Fred era muy conocido por allí.

Después de comprobar que no había nadie en la vivienda, se acercó a la orilla del lago, se desnudó y se sumergió en él, localizó fácilmente la cueva, y desactivó los explosivos.

De regreso en la base, llamó a Rindler.‒¿Ya entregaste el “paquete” a la policía?

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‒Sí, de hecho estoy todavía en el cuartel, lo están interrogando en este momento. Ni te imaginas lo que está declarando. Pero mejor te lo cuento en la base.

Cuando Rindler llegó, todos estaban esperándolo. Se veía que estaban impacientes por escucharlo.

‒El fulano, entró en la sala de interrogatorios y, cuando se vio perdido, quiso hacer un trato.

‒Qué tipo de trato, ¿ir a una cárcel de mujeres?‒No, pidió que lo condenaran a cadena perpetua, por qué él sabía

que acabaríamos descubriendo los cuerpos de cinco niñas que el mató y enterró en un bosque a unos cien kilómetros de la residencia de Fred.

‒Qué ofreció a cambio, para poder pedir ese trato.‒Se ofreció de testigo para declarar contra el senador Larry, por lo

visto Fred y el senador se lo pasaban en grande con niñas de entre diez y doce años y él era el que limpiaba todo.

‒Habrá que concederle el trato. De todas maneras no durará mucho en la cárcel, está condenado. Me arrepiento de no haberlo matado con mis propias manos.

‒Si lo hubieras matado no podríamos acusar al senador.‒¿Tenemos el teléfono de la rubia esa? ¿Cómo se llamaba, Raquel?‒Sí, me lo facilitaron desde el FBI, ¿para qué lo quieres?‒Necesito que la llames, tiene que mantener a Fred tranquilo hasta

mañana, no debe de enterarse del arresto de su encargado de limpieza. La policía llegó a las inmediaciones de la residencia de verano

de Fred, y discretamente adoptaron posiciones en una furgoneta de la compañía eléctrica, supuestamente reparaban un transformador, mientras que en la orilla del lago varias parejas disfrutaban de un día de sol y de unas cervezas. Varias mujeres estaban sentadas en los bancos de un parque, aparentando tener una conversación muy animada. Eran las dos menos diez, el envío estaba a punto de llegar a la cueva. A las dos menos

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Cobalto: Un héroe diferente

cinco, Fred abrió la puerta disimulada detrás de un mueble librero y vio emerger al mini submarino. Descendió tres o cuatro escalones, y de pronto vio a Cobalto que salía fuera del agua, volvió a toda prisa a la casa para accionar el detonador que haría estallar toda la cueva, lo pulsó pero no pasó nada. Un minuto después estaba rodeado por los agentes del FBI.

‒¿Sabes Fred? Tengo un buen amigo en la cárcel, mide como dos metros y pesa unos ciento treinta kilos. Le encantan los pederastas como tú y tu amigo Larry. Ayer mismo hablé con él y me dijo que tendrá mucho gusto en conoceros. Ah, se me olvidaba. Mi amigo es gay.

‒De todo corazón, espero que os lo paséis muy bien con mi amigo, al menos igual de bien que lo pasaron las cinco niñas que ordenaste matar.

‒Puedes llamar a tus flamantes abogados, de nada te van a servir. No llegaras vivo al juicio.

Todos los periodistas querían conseguir acercarse a Cobalto, buscaban una entrevista con él después de la detención del narcotraficante Fred Silverman, se había convertido en una celebridad a nivel mundial.

‒Por favor, señores, concederé una rueda de prensa en televisión, y estarán invitados todos los que se acrediten como periodistas. Ahora si me disculpan, tengo algo urgente que hacer.

Entró en el hospital y se dirigió directamente al cuarto de Lindsay. Cuando la madre lo vio entrar en la habitación lo abrazó y empezó a llorar.

‒Dios lo bendiga, señor, jamás podre agradecerle todo lo que ha hecho por mi niña, Dios lo bendiga.

Llevaba una muñeca envuelta en papel de regalo.‒Hola, preciosa, ¿cómo estás? Te traje un regalo, no sé si te gustan

las muñecas, no entiendo mucho de niños. La niña lo abrazó muy fuerte y le dio un beso en la mejilla.‒Gracias Lindsay, esta es la mejor recompensa que podría recibir.

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Ahora sí se sentía con fuerzas para acudir a televisión. En la base de la NSU todos celebraban el doble arresto de Fred y

de Larry.‒Señores, les felicitamos a todos ustedes por el gran trabajo que

han realizado. Pero tenemos que reconocer que hemos tenido mucha suerte. Antes de empezar un nuevo día de trabajo, quería presentarles a una nueva compañera, la señorita Raquel Hirman, ella nos ayudará a planificar nuestras misiones con su gran experiencia en el FBI. Tenemos, mucho trabajo que hacer todavía y no hay tiempo que perder. Henry, enfoca nuestro satélite sobre la residencia de Mikel Gordon. Aarón, ¿están preparados los transmisores? ¿Y los proyectores?

‒Todos están preparados y revisados, a los proyectores les he incluido nuevas baterías para aumentar su autonomía y he modificado las pantallas para que cubran una superficie mucho mayor.

‒Todo perfecto. ¿Señorita Raquel? ¿Podría hablar con usted en mi despacho?

‒¿Qué me puede usted decir de Mikel Gordon?‒Puedo decirle que es un mal bicho, pero es muy listo. Nunca opera

en Chicago, todas sus operaciones las realiza en Miami. Llevamos detrás de él más de cuatro años, sabemos que trafica con armas, y últimamente sospechamos que está metido en asuntos de prostitución. Pero hasta el momento no hemos conseguido ninguna prueba para condenarle.

En cuatro ocasiones ha sido juzgado, pero sus abogados echaron por tierra todas las pruebas en el primer juicio, en los dos siguientes los miembros del jurado le declararon inocente, estaban claramente ame-drentados y en el cuarto, nuestro testigo estrella sufrió un accidente mortal.

‒Supongo que se habrán hecho registros en su casa.‒En sus casas, tiene dos, una aquí en Chicago y otra en Miami,

no se encontró nada que sirviera para incriminarlo.

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Cobalto: Un héroe diferente

‒Tiene su oficina en el centro de la ciudad en un decimoctavo piso. Está casado y tiene un hijo de veintitrés años. Se llama igual que su padre, le ayuda en los “negocios” familiares. Su esposa se llama Nancy Rodríguez, es mexicana y quince años más joven que él.

‒Parece que lo conoce bastante bien, ¿fue usted el agente encargado del caso?

‒Sí, lo estuve investigando durante casi cuatro años. Después el caso se lo asignaron a un compañero, Cesar Peniche.

‒Por el nombre, parece que es mexicano también.‒Él es americano de padre mexicano, la madre es de Arkansas.‒¿Qué me puedes contar de él? ¿Cómo va con el caso de nuestro

amigo Mikel?‒Pues parece que tampoco está progresando mucho, tampoco ha

podido encontrar nada que lo pueda incriminar. Como le dije antes, es un hombre muy listo.

‒Nuestro “amigo” tiene un yate de lujo y viaja mucho a Cuba. Creemos que tiene otra residencia allá, pero no lo hemos podido comprobar.

‒Tal vez sea en Cuba donde realiza sus negocios, y por eso no habéis podido probarle nada.

‒Tal vez, pero no lo creo. Sabemos que las armas se venden en Estados Unidos. Si entrara un cargamento de armas en Cuba, todo el mundo lo sabría. En el dosier hay varias fotografías. Esas personas han sido vistas en la casa de Mikel en Miami.

‒¿Quiénes son? Supongo que sabréis sus nombres.‒El rubio de las gafas en la boca se llama Romí Taylor, es inglés

y vive en Londres. Pedimos a la Interpol que lo investigara. También lo tienes en el expediente.

‒El hombre mayor de barba y bigote, es Mijaíl Tachenlo, es ruso y reside en Moscú. Este tiene un largo expediente delictivo en Rusia pero como tiene dinero, puede pagarse su libertad.

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‒El de pelo moreno y muy corto, es Charley Tenna, es americano y vive en Miami esta fichado por delitos pequeños. Creemos que hace de intermediario. Y el último es Abdulá Sheriff, es marroquí y vive en Tánger. No tenemos ningún dato más de él. Sabemos que después de reunirse con Mikel empezó el negocio de la prostitución

‒Muy bien, por lo que veo si lo queremos atrapar tendremos que vigilarlos a todos al mismo tiempo. Confiemos en que en algún momento cometa un error y entonces lo atraparemos.

‒¿Vigilarlos a todos?, eso es imposible. ¿De cuántos hombres dispone para semejante operativo?

‒Sólo los que ves aquí, pero descuida, ya verás lo que podemos hacer.

‒Quisiera preguntarle una cosa, ¿cuál es mi misión aquí?‒Serás nuestro enlace con el FBI, Salieron del despacho y se dirigió a la sala de juntas, donde convoco

una reunión.‒Aarón, ¿qué alcance tienen los transmisores? ¿Crees que

podríamos usarlos en Europa?‒Podríamos usarlos mediante un satélite de comunicaciones, pero

tendría que amplificar su señal.‒No necesariamente ‒interrumpió John‒, podemos usar un

servidor que reciba la señal y crear una red con los ordenadores de la base.‒No entiendo mucho de ordenadores ‒terció Aarón‒, pero

podemos correr el riesgo de que pirateén el servidor.‒Si el servidor es nuestro puedo blindarlo, y codificar la señal.‒Henry, lo que comenta John, ¿puede hacerse?‒Se puede hacer, pero nunca se puede blindar totalmente un

servidor, podemos correr ciertos riesgos, pero para eso me pagan a mí ¿no? Puedo crear varios firewall que detectarán cualquier intento de ataque, de algún hacker.

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Cobalto: Un héroe diferente

‒¿Quién se encargaría de manejar los servidores? Porque son tres los que tenemos que usar.

‒Se pueden manejar desde aquí, solo sería necesario que alguien los pusiera en marcha y activara el software en Europa, del resto me encargaría yo.

‒John viajará a Europa para conseguir los servidores, e instalar el software. ¿Estás de acuerdo?

‒Necesitaré dos o tres días para tener a punto todo lo necesario para codificar la señal. ‒Si pueden ser dos días en vez de cuatro, mucho mejor.

‒Haré lo que pueda, pero es preferible perder un día que tener que lamentarnos después.

‒Tienes razón, tómate tu tiempo, pero no demasiado. Aarón, ¿con cuántos transmisores, contamos en este momento?

‒Tendré más o menos unos veinte operativos, y otros diez casi terminados.

‒Necesitaremos al menos el doble para cubrir toda la operación.‒¿Cuando podrías tenerlos todos listos?‒Si recibo el material hoy los podré tener listos en tres o cuatro

días.‒Tendrás que recibir el material hoy, no hay más remedio. Rindler

se encargará de pedirlo. Ronda levantó su mano pidiendo la palabra.‒Por lo que estoy viendo, debemos de vigilar al menos seis objetivos

distintos, son demasiados para controlarlos, con el material que tengo, necesitaré mas monitores, más grabadores y más personal.

‒Cuando termine esta reunión ‒intervino por primera vez Rindler‒, les espero en mi despacho para que me informen de todo lo que necesiten.

‒Raquel, necesito que me consigas toda la información posible de los objetivos, los informes están bien, pero creo que faltan muchos datos.

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‒Veré qué puedo hacer, llamaré a Cesar y le pediré que me envíe todo lo que tenga, no creo que esté muy dispuesto, pero lo intentaré.

‒Si se negara a darte esos informes, coméntaselo a Rindler, él tiene sus métodos para convencerlo. Si te preguntara qué motivo tienes para pedírselos, invéntate cualquier cosa, no nos menciones a nosotros. No conozco de nada a tu compañero, pero tengo un mal presentimiento con él.

‒¿Crees que es corrupto? ¿Tienes algún motivo para creer eso?‒No, no tengo ningún motivo, te digo que sólo es un

presentimiento, ¿podrías vigilarlo tú discretamente?‒Puedo pedírselo a Asuntos Internos, pero creo que necesitaré

algo más que un presentimiento.‒Lo dejo en tus manos, haz lo que puedas.‒Tenemos mucho trabajo que hacer, así que empecemos cuanto

antes. La reunión se dio por terminada, Joseph acompaño a Aarón a su

taller, para recoger los transmisores y un par de proyectores.‒Aarón, eres el más joven del grupo, pero has demostrado que

estás a la altura de los demás, creo que tienes algo más que talento, tienes un don. Quería decirte que estamos muy contentos con tu trabajo, y que hemos pagado las patentes de tus inventos. Todas están a tu nombre pero no se pueden hacer públicas todavía, por razones obvias. Rindler se reunió con el presidente y con el ministro de defensa hace unos días para mostrarle tu proyector laser.

‒¿Y qué ocurrió? ¿No les gustó? Porque si no les gustó podría conseguirle mejoras.

Joseph sacó de su bolsillo un sobre blanco y se lo entregó.‒Esto es sólo una oferta, puedes aceptarla o puedes solicitar una

mejor, eso sólo tú puedes decidirlo. Decidas lo que decidas te diré que la cifra tienes muchos ceros, y entenderé que quieras irte de la base de NSU.

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Aarón abrió el sobre y extrajo un folio doblado por la mitad. Vio el membrete del ejército. Leyó el contenido de la carta que a fin de cuentas era una propuesta para comprarle la patente de su invento por treinta y dos millones de dólares Volvió a doblar el folio y lo introdujo de nuevo en su sobre.

‒Ya lo leeré con más atención más tarde, ahora tengo mucho trabajo que hacer y poco tiempo para hacerlo.

Metió los transmisores y los proyectores en una mochila y se la entregó a Joseph.

‒Estos son los que tengo preparados, en unos días más tendré los demás listos.

Joseph cogió la mochila que le ofrecía, lo miró a los ojos y sin decir nada, salió del taller. Sintió un gran orgullo y respeto por aquel muchacho.

Como hiciera en la casa de Fred, aparcó su auto alejado de la residencia de Mikel y fue dando un paseo para estudiar el terreno,

La vivienda estaba situada en una zona residencial, muy lujosa, todas las casas estaban distanciadas unas de otras unos trescientos metros.

La que a él le interesaba estaba protegida por cámaras situadas en la entrada principal y unos muros de cuatro metros de alto. Imagino que habría más cámaras en el interior vigilando todos los ángulos del jardín que rodeaba la casa. No tenía rejas, en su lugar había una puerta lo suficiente-mente grande para permitir el paso de dos vehículos, fabricada en hierro.

La distancia que separaba las viviendas entre sí le facilitaba el acceso, pero también le hacía más vulnerable. Cualquier vecino podría verlo. Y eso no le convenía en absoluto.

‒Henry, ¿cómo podemos saber si hay personas en la casa? ‒dijo usando la radio.

‒Creo que el satélite está provisto de una cámara de infrarrojos, lo compruebo y en un momento te lo confirmo.

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Diez minutos más tarde volvía a escuchar la voz de Henry.‒En la casa, hay cuatro personas, dos en el interior y dos en el

exterior.‒He visto cámaras de vigilancia en la entrada y supongo que

también tendrán cámaras dentro, ¿puedes hacer algo con ellas?‒Intentaré cortarles el suministro eléctrico, eso te dará unos

quince minutos, después se restablecerá automáticamente. Espero que no dispongan de un maldito generador.

‒Indícame cuando estés listo para cortar el suministro. Si tienen generador podré escuchar el ruido al ponerse en marcha.

‒Marchando un corte eléctrico en veinte, quince, diez, cinco, ahora. Ya está cortado.

Joseph esperó dos minutos pero no se escuchó ningún ruido de un motor que se pusiera en marcha.

Programó el proyector y escaló el muro, tuvo suerte, por aquel lado de la casa no se veía a nadie. Saltó al interior y colocó el proyector en el suelo, la pantalla se abrió justo a tiempo pues uno de los guardias apareció en aquel momento.

Esperó a que el vigilante desapareciera y se acercó al muro de la casa, habían trascurrido cinco minutos, se fundió con el muro y rápidamente empezó a colocar los transmisores.

Todo iba saliendo muy bien pero cuando colocaba el último, entró en la habitación una mujer de cabellos negros y piel muy morena La reconoció inmediatamente por las fotos que había visto en el expediente, era Nancy Rodríguez, la esposa de Mikel. Se quedó parada en mitad de la habitación, sin moverse, en su rostro se dibujó una sonrisa, y salió del cuarto.

Sólo tenía dos minutos para poder abandonar el lugar, el vigilante apareció de nuevo por aquella parte de la casa, pero se limitó a echar un vistazo. Después reanudo su ronda. Atravesó el jardín hacia el lugar

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donde estaba el proyector. Lo apagó y rápidamente escaló el muro. Antes de saltar vio a la mujer en la ventana mirándolo fijamente.

‒Creo que me han descubierto ‒dijo por su radio‒, esa mujer mexicana, Nancy Rodríguez me vio colocar uno de los transmisores y después me vio escalar el muro.

‒¿Los guardias no intentaron detenerte? ‒escuchó que le decía Rindler.

‒No, no vi a nadie que lo intentara, sólo la vi a ella.‒Yo estoy recibiendo las señales de todos los equipos, no han

inutilizado ninguno ‒le dijo Ronda‒, ¿Estás seguro de que te ha visto?‒Completamente seguro, si yo la vi a ella, ella también me vio a

mí. Cometí el error de no abrir más la pantalla del proyector.‒Espera un momento, la mujer está en una de la habitaciones y

tiene algo en las manos, parece una hoja de papel. Sí, es una hoja con algo escrito. Te lo leo. No sé si me están viendo, pero quiero hablar con el hombre azul, creo que es eso lo que te dice.

‒John, ¿puedes ampliar las imágenes para ver bien el mensaje?‒Ya estoy en eso, sí, efectivamente eso es lo que dice. Quiere verte a ti.‒Estoy camino de la base, si Rindler está ahí dile que me espere.‒Te estoy escuchando, qué quieres que haga.‒Necesito un sitio seguro para una reunión y la forma de hacerle

llegar un mensaje a esa mujer.‒Podemos usar la cabaña y tendremos que esperar que salga de la

casa para hacerle llegar el mensaje. De regreso en la base fue directamente a la sala de seguridad, para

poder ver la grabación.‒No entiendo por qué no dio la alarma cuando me vio, ni qué

pretende esta mujer con ese mensaje pero tendremos que averiguarlo. Quería salir hoy para Miami, pero tendré que esperar, si avisa a su esposo tendremos que dar la misión por perdida.

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‒Henry, como ya tenemos los dispositivos funcionando en el interior, podemos situar el ojo del satélite en Miami.

‒Cambiando posición del ojo hacia Miami, ¿puedo pasar un momento por la playa?

Las miradas que recibió de los demás, especialmente de las mujeres, fueron más que suficiente, se quedaría sin ver las “playas”.

‒¿Cómo podéis manejar un satélite? Eso es totalmente ilegal ‒inquirió Raquel.

‒Es ilegal, en efecto, pero sólo si no tienes permiso.‒¿Y vosotros lo tenéis?‒Tanto como tenerlo, no, pero hacen la vista gorda y no nos

molestan. Además tenemos a Henry, ¿qué mas queremos?‒Objetivo localizado, tenemos el ojo sobre la residencia de Miami

‒anunció Henry.‒Gracias Henry, vamos a verlo. Como me imaginaba está muy

cerca de la playa y será difícil entrar ahí sin que alguien me vea.‒Puedes usar el alcantarillado para acercarte, puedo obtener un

plano y sobreponerlo.‒También puedes sobreponer los conductos de gas y de agua, así

podremos trazar una ruta segura para entrar en la residencia. En ese momento un guardia de seguridad dio la alarma.‒La mujer de Mikel está saliendo de la casa, en un Porsche modelo

Boxster Spider, descapotable de color blanco.‒¿Cómo sabes que la mujer salió? No tenemos cámaras fuera de

la residencia.‒Uno de los transmisores está enfocado a las pantallas de seguridad.‒¿Y tuviste tiempo para ver el auto, el color y el modelo?‒Podría reconocer ese auto con los ojos cerrados escuchando

solamente el motor.

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Cobalto: Un héroe diferente

‒Ya alerté a la policía para que detengan el auto y le den el mensaje ‒interrumpió Rindler.

‒Dentro de poco sabremos qué trama la señora Nancy Rodríguez.‒¿Cómo vamos con lo de Miami? ¿Habéis trazado alguna ruta?‒Sí, hay un conducto de unos setenta centímetros de diámetro

que pasa frente a la vivienda, por debajo de la carretera, se puede acceder por una boca que está a unos cien metros y si te fijas, aquí se conecta con otro conducto que lleva a la fosa séptica de la casa de Mikel.

‒¿Qué posición ocupa esa fosa con respecto a la vivienda?‒Coincide con su jardín trasero, sólo hay un pequeño problema. El

conducto que llega hasta la fosa es de unos cuarenta y cinco centímetros de diámetro. Es demasiado estrecho para que pase un hombre.

‒Para un hombre normal, sí pero no para mí. ¿Ese conducto no pasa por debajo de las habitaciones, verdad?

‒Sigue el trazado exterior de la casa y se curva dos veces en ángulo recto.

‒Ahí tienen que estar las arquetas. Y con un tubo tan ancho deben de tener al menos un metro de profundidad.

‒¿Puedes ver cuántas cámaras de vigilancia hay?‒En total distingo ocho cámaras, pero sólo hay dos que pueden

detectarte.‒Tendremos que inutilizarlas, qué me sugieres.‒Si consigo meterme en su ordenador, podre manipular esas

cámaras…‒Pues adelante, inténtalo. El agente Friman localizó el Porsche blanco en la autopista, y

situándose detrás le dio el alto, indicándole que detuviera el vehículo a la derecha de la calzada.

‒Buenos días, señora. ¿Me permite su documentación y la del vehículo?

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Miguel Ángel Díaz Gutiérrez

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‒¿Qué sucede, agente? No iría muy rápido, ¿verdad?‒¿Es usted Nancy Rodríguez?‒Sí, pero aún no me ha dicho por qué me ha detenido.‒Nos dieron la orden de localizarla para darle un número de

teléfono. ¿Tiene donde apuntar?‒¿Me tiene que dar un número de teléfono a mí? Disculpe pero

no entiendo nada.‒Créame señora, yo tampoco lo entiendo, pero son las órdenes

que tengo. Aquí tiene el número. Que tenga una bonita tarde. El teléfono móvil empezó a sonar.‒¿Dígame?‒Un agente de policía me dio este número, ¿con quién hablo?‒Si usted es Nancy Rodríguez debe de saber con quién habla, creo

que quiere usted verme.‒¿Dónde podemos vernos? Es urgente que la vea.‒¿Conoce la vieja fábrica abandonada en la autopista 309?‒Dentro de dos horas, y no me gusta que me hagan esperar. Colgó el teléfono. Todos estaban esperando.‒Era la mujer de Mikel, nos veremos en dos horas en la vieja

fábrica de la 309. La base estaba a unos treinta minutos de la fábrica. Llegó mucho

antes de la hora de la cita para comprobar que ella llegara sola. Escogió un lugar desde donde podía ver la salida de la autopista y se dispuso a esperar.

Ella llegó diez minutos antes de lo previsto, cuando vio el coche puso en marcha el proyector y se ocultó tras la pantalla.

‒¿Hay alguien? ¡hola! ¿No hay nadie? Cobalto salió a través de la pantalla, dando la impresión de

aparecer de repente.‒Aquí estoy, gracias por ser puntual. ¿Qué desea usted de mí?

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Cobalto: Un héroe diferente

‒Sé que estuvo usted en mi casa esta mañana. Y que de alguna manera nos está vigilando.

‒Si sabe todo eso, por qué no me denunció a sus guardaespaldas.‒Porque quiero que encierren a mi marido y a su hijo.‒¿Mikel junior no es su hijo?‒Es mi hijastro, pero es tan malo como el padre.‒¿Por qué quiere que arrestemos a su marido y a su hijastro? Por

lo que se ve no le va tan mal, dos residencias millonarias, buenos coches, un yate.

‒Son malos, traen mexicanas y cubanas para prostituirlas. Les he visto darles unas palizas terribles, una de las muchachas no lo aguanto y murió.

‒¿Si presenció el asesinato de esa chica por qué no los denunció?‒Porque me matarían a mí también, tienen a muchos hombres.

Por eso cuando le vi hoy en mi casa no le denuncié. Usted es el único que puede ayudarme.

‒¿Cómo entran esas mujeres en Miami? Sé que se hicieron registros en el barco y no se encontró nunca nada.

‒A mí nunca me cuenta nada, pero sé que las trae en el yate.‒Si nunca le cuenta nada, ¿cómo pudo ver cuando mataron a la

chica?‒Porque iba en el coche con mi esposo cuando le llamaron a su

móvil y me llevó con él. Después me amenazó con matarme si le contaba algo a la policía. Créame. Estoy muerta de miedo.

‒¿Dónde está su esposo ahora? ¿Aquí en Chicago?‒Está en Cuba, creo que van a traer más chicas. Pero no podría

asegurarlo.‒¿En la casa de Miami hay alguien viviendo?‒No, esa casa sólo la usamos en verano y algunos fines de semana,

el resto del tiempo está vacía.

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Miguel Ángel Díaz Gutiérrez

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‒¿Tienen alguna vivienda en Cuba?‒Sí, es de su hijo, allí es donde pasan semanas enteras haciendo

sus negocios. Pero yo no he estado nunca.‒Necesitaré su ayuda, quiero que me comunique cualquier cosa

que le cuente su esposo por insignificante que pueda parecerle. ¿Cuál es el segundo apellido de su hijastro?

‒Densy, lo recuerdo porque recibimos por error una carta para él.‒¿La entrada del muro tiene algún código para abrirla desde fuera?‒Sí, pero lo marcamos desde los coches, es 9483, pero todas las

semanas lo cambian.‒Cuando esté sola en su cuarto escriba el código nuevo en la palma

de su mano y muéstresela a la chimenea. Después bórrelo.‒Regrese a su casa y continúe su vida normal, estamos vigilándola,

tendré a un hombre cerca para ayudarla si su vida corriera peligro.‒Gracias por ayudarme,‒Váyase ahora y recuerde todo lo que le he dicho. Se dio la vuelta y se dirigió de nuevo a la pantalla del proyector,

desapareciendo de la vista de Nancy. Cuando la vio alejarse del aquel edificio ruinoso, lo apagó y regresó

a la base.‒Necesito una dirección en Cuba. La casa está a nombre de Mikel

Gordon Densy. Cuando la tengáis sitúa el ojo sobre esa casa.‒¿Y la residencia de Miami? ¿Queda sin vigilancia?‒Esa casa está vacía pero de todas maneras mandaremos a alguien

para comprobarlo.‒A ver cuéntame qué te digo la mujercita de Mikel.‒Me contó que vio a su marido y a su hijastro matar a una chica

mexicana a golpes. Sabe que las traen de Cuba en el yate, pero no sabe cómo lo hacen. Las introducen por Miami.

‒Me parece que vas a tener que viajar a Cuba.

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Cobalto: Un héroe diferente

‒Objetivo localizado, la nueva situación del ojo: Cuba.‒¿Ya tienes la dirección?‒Estás hablando con Henry, ¿acaso lo dudabas?‒Ni por un segundo dudé de que lo consiguieras.‒John, prepara tus maletas, te vas de vacaciones a Cuba. Henry

¿puedes conseguir un boleto de avión?‒Marchando un viaje con todos los gastos pagados en primera

clase a nombre de John Spark.‒Para mañana a las diez de la mañana, por favor embarque su

equipaje con dos horas de antelación. Todos en la base rieron la ocurrencia de Henry.‒John, llévate dos o tres trasmisores e intenta colocarlos en el muro

que rodea esa casa. Ten mucho cuidado.‒Echémosle un vistazo a la guarida del león en Cuba. En la pantalla se veía una casa enorme pintada de blanco, tan cerca

del mar que si te tropezabas caías directamente al agua.‒Rindler, ¿no notas algo extraño con el barco? No lo tiene flotando

en la playa.‒Muchas personas tienen los barcos en una cochera sobre un

remolque o en un dique para evitar que la marea pueda arrastrarlos mar adentro.

‒Pero cuántas personas elevan el barco hasta la primera planta de su casa. ¿Tú construirías un dique tan alto en tu casa?

‒Tienes razón, es extraño que tenga un dique tan alto. Puede ser una extravagancia de ricos.

‒Creo que ya sé cómo llegan esas chicas a Miami. Raquel, ¿tienes alguna foto de ese yate amarrado en el puerto de Miami?

‒Sí, las tienes en el expediente que te mandé, hay un par de ellas.‒¿Y estaba amarrado en el puerto como cualquier otro barco?

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‒Cuando fuimos a registrarlo sí estaba amarrado en el puerto. En el embarcadero particular de Mikel.

‒Quieres decir que no lo amarra en un puerto deportivo entre los demás barcos.

‒No. Él tiene su propio amarradero en el espigón, ese barco es demasiado hondo para el puerto deportivo.

‒¿Qué profundidad puede tener el puerto deportivo de Miami? ¿Digamos que unos siete metros?

‒Tiene de media entre siete y ocho metros de calado.‒Gracias Henry, muy amable. ¿Vosotros creéis que ese barco

tocaría fondo si entrara en el puerto deportivo? Yo no lo creo, algo hay en el amarradero de nuestro amigo Mikel.

‒¿Cuándo puedo salir para Miami, Henry?‒Tienes vuelos cada hora, ¿quieres que te reserve uno?‒No, yo me encargo de reservarlo, gracias, Aarón. ¿Se puede recibir

la señal de los transmisores desde Miami?‒Sí, los tengo preparado para que emitan a más de mil kilómetros.‒Tengo mucha curiosidad por saber qué hay en ese embarcadero. Dos horas después estaba en el avión. Sabía que Mikel no tenía

ese amarradero por placer.Cuando llegó a Miami compró un par de cañas de pescar, una

silla de playa y algunos aparejos, que metió en una caja de herramientas. Después alquiló un auto y se fue conduciendo hasta el espigón

donde amarraba el barco Mikel. Antes de bajarse del auto se puso una peluca de color castaño,

unas gafas de sol muy oscuras y se caló un sombrero de tela, muy usado por los pescadores de la zona. Sacó del maletero las cañas, se echó al hombro la silla y con la otra mano cargó la caja de herramientas y sin más se fue andando, recorriendo el malecón buscando un buen sitio para pescar.

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Cobalto: Un héroe diferente

Apenas había recorrido unos cien metros cuando un hombre que vestía bermudas y una horrible camisa hawaiana se interpuso en su camino.

‒Aquí no es buen sitio para pescar, hay mucho aceite en el agua y no hay peces.

‒Es verdad que hay mucho aceite, pero seguro que al final del espigón no hay y el mar estará limpio.

‒Si te digo que no es buen sitio para pescar es que no es buen sitio para pescar, ¿entiendes?

La actitud de aquel hombre se había vuelto agresiva, eso le indicó que sus sospechan no eran infundadas

‒Está bien, si no quieres que pesque aquí pues me buscare otro sitio, no hay que enfadarse por tan poca cosa.

Dio media vuelta y se dirigió de nuevo al auto, sabía que el tipo no lo perdía de vista. Arrancó el coche y se alejo del malecón.

Avanzo unos ochocientos metros y aparcó de nuevo. Se quitó la camisa y se dirigió a la playa.

Cuando llego al malecón se sumergió en el agua y se transformó en Cobalto.

Sabía que el yate tenía un calado de unos cinco metros, buceó hasta alcanzar esa profundidad y como había imaginado, distinguió un hueco en la pared tan grande como el barco. En las paredes se veían unos brazos metálicos similares a los de los camiones de recogida de basura pero mucho más grandes. En el suelo, un elevador hidráulico y a la derecha distinguió unas escaleras. Empezó a subir por ellas hasta una puerta de madera muy corroída por la humedad, la abrió y entró en una habitación donde el moho cubría todas las paredes, distinguió en el suelo, amontonados en un rincón, excrementos humanos.

Colocó un par de transmisores y abandonó aquella inmunda habitación. Ya había encontrado lo que había ido a buscar.

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Llegó a tiempo para coger un vuelo nocturno y regresar a Chicago. Cuando entró en su casa, encontró a Jenny despierta en el salón

esperándole.‒¿Qué haces despierta, cariño? Deberías de estar en la cama.‒Creo que esta es la única manera que tengo de poder verte, me

siento muy sola, tú te pasas demasiado tiempo en tu trabajo y yo aquí no tengo nada que hacer. He pensado en volver a trabajar.

‒¿Trabajar en tu estado? ¿Para qué necesitas trabajar?‒Estoy embarazada, no inválida. Si quiero trabajar es porque

quiero tener algo que hacer y no aburrirme tanto.‒¿Y qué tipo de trabajo quieres hacer?‒Quiero abrir un negocio de importación y exportación de

equipos electrónicos.‒¿Y tú entiendes algo de importaciones y exportaciones?‒A qué crees que me dedicaba antes de conocerte, la única

diferencia es que ahora yo seré la jefa.‒Muy bien, mañana buscaremos un buen lugar para instalarlo.

Pero eso será mañana, qué te parece si ahora nos vamos a la cama, yo estoy muy cansado y tú necesitas descansar.

‒Hoy fui a ver al ginecólogo y me dijo que probablemente no llegue a cumplir los nueve meses de embarazo.

‒¿Por qué? ¿Es que algo va mal con el bebé?‒Todo va muy bien, el caso es que no es un bebé, son dos.‒¿Gemelos? ¿Vamos a tener gemelos?‒¿Qué prefieres tú, niños o niñas?‒Me da igual si son niños o son niñas, lo importante es que

nazcan bien.‒Me alegro de que digas eso, porque son niño y niña Besó a su mujer en los labios, la cogió en brazos y la llevó hasta la

cama.

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Cobalto: Un héroe diferente

‒Te quiero.‒Yo también te quiero.‒John ya se encuentra en Cuba para instalar el servidor. Encontró

una casa en alquiler a tres manzanas de la casa del hijo de Mikel, ya pagó tres meses por adelantado. Mañana lo tendrá todo listo para probar los trasmisores.

‒Comunícate con él, que regrese a la base tan pronto como esté todo listo.

‒¿Alguna novedad en la casa?‒Ayer parecía que iban a dar una fiestecita, el primero en llegar

fue el ruso, después llego el árabe, y el último en llegar fue el inglés, sólo falto nuestro amigo Charley.

‒¿Siguen todos en la residencia?‒Todos pasaron allí la noche, pero hoy en la mañana, salió Romí

Taylor, los otros dos no abandonaron la casa.Recibimos la señal de los dos equipos que colocaste en Miami,

pero es todo muy oscuro. Seguramente la señal llegue muy débil y no recibamos ninguna imagen.

Los puso al corriente de lo que había averiguado en su visita a Miami.

‒Creo que están preparándose para traer a otro grupo de mujeres, y va a ser muy pronto.

‒Aarón, necesito que me prepares unos localizadores, lo más pequeño posible, que se puedan rastrear por satélite. Y los necesito para ayer. ¿Puedes conseguirlo?

‒¿Quieres que diseñe unos emisores en miniatura que se puedan ocultar detrás de una oreja y puedan rastrearse como si fueran unos GPS? ¿Y que además lo quieres tener ya?

‒Sí, eso mismo es lo que quiero. ¿Podrás hacerlo? Necesitare unos veinte.

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Sacó una cajita del bolsillo de su bata de trabajo, dentro había lo que parecían ser pilas de las que se usan en los relojes de pulsera, cada una en una bolsita individual.

‒¿Eso son pilas de reloj? Abrió la caja, sacó una de las pilas y se la puso a Joseph en su mano.‒Henry, ya podemos hacer la prueba que te pedí ayer.‒Muy bien Aarón, vamos allá. Rastreando señal de GPS. En pantalla apareció un plano de Chicago, y se encendieron

muchas lucecitas rojas.‒Ampliando imagen de rastreo ‒se escuchó decir a Henry. La imagen del mapa cambió para mostrar el edificio de la base.‒¿Era eso lo que querías que te hiciera para ayer?‒¿Pero cómo sabías que te lo iba a pedir? ¿Acaso puedes leer la

mente?‒Ojalá pudiera, pero no. Estamos tratando con una banda que

prostituye mujeres, en el caso de que pudieras encontrar a las chicas, antes de fueran llevadas a otros países, pensé que podíamos tenerlas localizadas.

‒Creo que sí puedes leer mi pensamiento, con estos localizadores además de protegerlas, podremos detener a los que manejan los burdeles.

‒Ahí puede haber unos treinta. Se fijan detrás de la oreja. Llevan una especie de pegamento, invento de Randy, que se activa con el calor corporal.

‒Buen trabajo, os felicito a los dos. Bueno, a los tres, Dijo mirando a Randy. Si no me equivoco, los vamos a necesitar muy pronto. Tal vez antes de que finalice la semana.

‒He pedido una nueva pantalla para poder seguir las señales de los localizadores. Espero que no te moleste.

‒Randy, cualquier cosa que necesites, lo que sea, pídelo, y nunca me vuelvas a preguntar si me molesta, me molestaría si no lo pidieras, ¿te quedó claro?

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Cobalto: Un héroe diferente

‒Raquel, necesitaré una intérprete de español porque estas chicas vienen de México y de Cuba y no podré comunicarme con ellas.

‒Para qué quieres una intérprete si ya tienes una, yo hablo perfectamente el español.

‒Te redactaré una nota para que puedas traducírselo a las chicas por radio.

‒¿Estás seguro de que esas chicas llegarán esta semana?‒Tan seguro como que mañana volverá a lucir el sol, ahora ya sé

cómo lo hacen y pienso desmontar toda la red.‒Quería preguntarte algo, ¿cómo hacen estas mujeres para estar

en América más de tres meses sin que las deporten por ilegales?‒Les consiguen pasaportes falsos y lo pagan con su trabajo, algunas

veces están años trabajando para pagar sus documentos.‒¿Pero alguien debe de conseguir esos pasaportes falsos no?‒Sí, claro que sí, hay gente que se dedica a eso, los hacen tan

perfectos que es muy difícil distinguirlos de los auténticos.‒¿Quién se encarga de imprimir y distribuir los pasaportes legales?‒Se imprimen en la casa de la moneda, el FBI se encarga de

registrar los números y de su distribución.‒Si se produce un error de impresión digamos por ejemplo, que

se duplican los números, ¿qué hacen con los que no sirven?‒Se mandan también al FBI para anularlos y después son

destruidos.‒¿Podrías preguntar quién se ocupa de los pasaportes defectuosos?‒Voy a averiguarlo, posiblemente tenga la información esta tarde.‒Gracias, Raquel, sabía que nos serías muy útil en el equipo.‒Henry, ¿podrías obtenerme una lista con los números de los

pasaportes emitidos, digamos en los dos últimos años? Y si es posible, también con los números de los que se han destruido por cualquier causa.

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‒Tendría que meterme en el sistema del FBI y están demasiado protegidos, puede llevarme mucho tiempo.

‒¿Y si te doy una clave de acceso? ‒le dijo Raquel.‒Tendría esas listas en quince minutos, después borraría todos los

rastros, y nadie se enteraría de nada.‒Entonces usa mi clave, aquí la tienes anotada, destruye ese papel

después,. Joseph revisaba las dos listas en la pantalla de su ordenador.‒¿Qué estas buscando en esas listas? ‒le preguntó Henry.‒Busco números que estén repetidos o alguna coincidencia, pero

son demasiados. Henry se puso al teclado, pulsó varias teclas y un instante después

tenía el resultado.‒Guau, hay más de mil pasaportes con números repetidos,

demasiados errores, ¿no crees?‒Sí, demasiados, no es normal que haya tantos, algo huele muy

mal en este asunto y pronto sabremos el porqué de tantos “errores”.‒Recibo la señal de varios transmisores desde Cuba, John ya tiene

preparado el servidor y yo tengo el control.‒Entonces que regrese en el primer vuelo. Lo necesitamos aquí.‒¿Alguna novedad con los invitados de Mikel?‒Siguen en la casa, y me parece que ahora sí que empezó la fiesta,

hace unos minutos entraron en la casa seis autos y se bajaron de ellos más de veinte chicas. Un ratito después llegó un repartidor de pizzas, y tras él regresó Rony.

‒No es un repartidor, es un mensajero que llevaba los pasaportes falsos. Esas chicas son las que van a venir a Miami. Debo de regresar a Miami y tenerlo todo preparado.

‒Salgo de viaje a Miami, si ese barco zarpa de Cuba, comunicádmelo inmediatamente.

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Cobalto: Un héroe diferente

Se registró en el hotel Luxury Miami Beach y le pidió al gerente que le consiguiera un auto.

En el hall del hotel encontró una tienda donde vendían equipo de buceo y compró varias bolsas impermeables que podían ajustarse a la cintura, subió de nuevo a su habitación y colocó los pequeños localizadores dentro de una de las bolsas, también llevaba un proyector laser que Aarón había construido a prueba de agua, porque no sabía si tendría que usarlo Lo puso en otra de las bolsas y después sacó un pequeño aparato emisor de radio no más grande que un móvil. Lo puso en marcha y llamó a la base.

‒Ronda, ¿me recibes?‒Sí, te recibo perfectamente. Esta aquí Raquel, quiere hablar

contigo.‒Estuve investigando en el FBI lo que me pediste y adivina qué.‒Cesar Peniche, ¿verdad? ‒la interrumpió Joseph.‒Sí, ¿cómo sabías que era un corrupto?‒No lo sabía, pero ya te dije que no me gustaba, sabía que mis

presentimientos no eran infundados. ¿No le habrás dicho nada, verdad?‒No, primero quería comentártelo a ti, ahora iba a llamar a

Asuntos Internos.‒Ni se te ocurra, quiero cogerlo con las manos en la masa. Salió del hotel y se dirigió a la residencia de Mikel Gordon. Si Nancy Rodríguez no le había mentido, la casa debería de

encontrase vacía, pero de todas maneras no quiso correr riesgos, decidió acercarse por la playa, para ver si se producía algún movimiento en el interior. Pasó dos o tres veces y no vio nada que lo hiciera sospechar que hubiera alguien dentro.

Saltó el pequeño muro que evitaba que la arena de la playa invadiera el jardín y se acercó a la casa, no apareció nadie para detenerlo. Probó con las puertas de cristal y todas estaban cerradas.

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Estuvo esperando a que la gente dejara de pasar por la playa para transformarse y fundirse con el muro. Colocó rápidamente los transmisores, y abandonó la vivienda.

Regresó a su habitación del hotel y conectó de nuevo el pequeño emisor-receptor de radio.

‒Ronda, ya están conectados lo equipos en la casa de Miami. ¿Recibes bien las señales?

‒Las estoy recibiendo y las estamos grabando.‒¿Alguna novedad con respecto al barco?‒No, sigue en mismo sitio que estaba cuando saliste de viaje.‒Es muy importante que me avises en el momento justo que el

barco toque el agua.‒Yo misma estoy controlándolo, te avisaré en cuando ese yate se

mueva siquiera un milímetro de donde está.‒Gracias Ronda, confío en ti. Encendió el aparato de televisión con la intención de distraerse

un rato, pero no lograba concentrarse y terminó por apagarlo. En su cabeza no dejaba de darle vueltas al plan que había trazado

para acabar con aquel tráfico de personas. Para él, era el peor de los delitos que se podían cometer, trataban a sus semejantes como si fueran animales, sólo para conseguir cada vez más dinero, un dinero que no podrían gastarse por mucho tiempo que vivieran.

Por eso repasaba una y otra vez todos los pasos que tenía que dar. No podía cometer errores.

Escuchó la voz de Ronda por el pequeño aparato de radio.‒Cobalto, ¿me recibes? ¿Estás ahí?‒Te recibo Ronda, fuerte y claro. ¿Hay alguna novedad?‒Los tres hombres que aún estaban en la casa acaban de salir cada

uno en un vehículo distinto.‒¿Las mujeres continúan en la casa? ¿O también han salido?

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Cobalto: Un héroe diferente

‒Las mujeres continúan en la casa, pero hace tiempo que no veo a ninguna.

‒Seguramente ya estén en el yate preparadas para salir.‒Estuve todo el tiempo viendo ese barco y no vi subir a ninguna

de ellas a bordo.‒Si las quieren sacar de Cuba no querrán que la gente las vea subir,

¿no crees? Pero sé que ya están en el barco.‒Un momento, parece que el barco se esté hundiendo en la

cochera, no sé cómo explicártelo.‒Lo están bajando hasta el remolque para llevarlo al mar. Calculo

que más o menos en una hora se pondrán a navegar. Si todo sale bien los tendré aquí en unas cuatro horas. Volveré a comunicarme contigo cuando el yate atraque en Miami.

Comprobó que todo el equipo estuviera en perfecto estado y terminó de guardarlo en las bolsas impermeables. Salió del hotel llevando en la mano una bolsa de las que se usan para ir a la playa, dentro iban las bolsas impermeables. Lo guardó todo en el maletero del auto y se dirigió hacia la playa que estaba cerca al espigón donde atracaría el yate, llegó con dos horas de antelación, se sentó en una terraza de un bar, desde donde podía ver el malecón, y se pidió una cerveza.

El barco llegó un poco antes de lo previsto, sacó su teléfono móvil y llamó a la base.

‒Ya tenemos aquí al capitán Mikel, dentro de un momento veréis movimiento en los dos transmisores que deje aquí en mi anterior viaje, así que preparaos para grabarlo todo.

‒Ya estamos preparados. Raquel también está aquí para cuando necesites que te traduzca al español.

‒Llamaré por la radio cuando la necesite. Ahora voy a ver si me doy un baño.

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Se dirigió a la playa, se ajustó las bolsas impermeables a la cintura y se metió en el mar.

Vio a varios hombres sobre la cubierta y a dos más en el muelle, estos se afanaban por atar las amarras lo más fuerte posible a fin de evitar que el barco se moviera mucho con el oleaje.

Una hora más tarde, todos los que estaban en el barco bajaron a tierra y se dirigieron a la ciudad. En el muelle sólo quedo uno de vigilancia.

Empezó a nadar en dirección al barco, estaría a unos doscientos metros cuando se transformó en Cobalto y se sumergió para entrar en el hueco de la pared.

Llegó hasta la escalera y probó a abrir la puerta, esta vez estaba cerrada. Sin mucho esfuerzo forzó la cerradura y entró en la habitación.

Treinta caras, totalmente asustadas lo estaban mirando, con su dedo les indicó que guardaran silencio.

Sacó de una de las bolsas unas barras de color verde, las partió por la mitad, y una luz verdosa ilumino la habitación. Después encendió la radio.

‒Ronda, ¿me recibes? ¿Me recibes?‒Te recibimos, te escuchamos muy bajo, pero te escuchamos,

también te vemos en pantalla. ¿Tú me recibes bien?‒Yo te recibo bien, dile a Raquel que lea lo que le dejé escrito. Estuvo en aquella habitación el tiempo necesario para asegurarse

de que las mujeres lo habían entendido todo después abandono aquel sitio mugroso y regresó a la playa.

Una hora más tarde estaba en un avión de regreso a Chicago. Aquella noche, nadie abandonó la base. Cuando Joseph entró los encontró a todos muy ocupados, cada

uno en su puesto.‒¿Qué estáis haciendo todos aquí? ¿No es un poco tarde ya?

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Cobalto: Un héroe diferente

‒¿Tú crees que podríamos irnos a dormir? ‒e respondió Ronda‒, Yo no podría.

‒Nadie podría, esto es demasiado grande para perder el tiempo en dormir.

‒Os necesito despiertos mañana, esta noche sólo las llevarán a sus puestos de trabajo.

‒Pues tomaremos litros de café, pero aquí nos quedamos.‒¿De qué manera conseguían que las chicas llegaran a esa

habitación sin que nadie viera nada? ‒le preguntó Rindler.‒¿Recuerdas cuando te comenté que se me hacía muy raro que el

barco tuviera un dique tan alto? Pues bien, necesitaban que estuviera a esa altura para poder bajar un contenedor que lleva en la bodega. Cuando las chicas llegan a la casa las encierran en ese contenedor y con ayuda de unas poleas vuelven a meterlo en su sitio.

‒Eso lo entiendo, pero cuando llegan al muelle, ¿cómo meten el contenedor en el hueco de la pared? El barco está en el agua y al abrir la bodega para sacar el contenedor se inundaría.

‒Cuando abren la bodega el contenedor bloquea el hueco e impide el paso del agua, funciona como los túneles que acoplan a las puertas de los aviones un superficie de goma impide el paso del agua mientras bajan el contenedor, antes de de que esté completamente fuera, unos motores hidráulicos empujan una compuerta que cierra definitivamente la bodega. El resto es sencillo, enganchan el contenedor con unos brazos de acero, y lo meten en el hueco. Ya sólo queda levantarlo para que las chicas puedan salir.

‒Por cierto hay algo que quería que vieras, a lo mejor te resulta interesante ‒le dijo Raquel.

‒Si es tan interesante, tendré que verlo, ¿no? Ronda activó una pantalla y enseguida surgieron las imágenes.‒¿Lo conoces? Es mi querido compañero César, con nuestro amigo

Mikel, y parece que está cobrando su seguro de vejez.

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‒Mándaselo a los de Asuntos Internos y encárgate también de los de la incineradora. Averigua también quién es el impresor que comete tantos “errores”, también se llevará su buena tajada del asunto.

‒Será un auténtico placer, sólo quería pedirte un favor. Quiero detenerlo yo.

‒Rindler, ¿tú qué opinas? ¿Se lo dejamos a ella?‒Haré una llamada y será todo tuyo. No quiero privarte de ese

gusto.‒Aprovechando que vas a usar ese teléfono tuyo que hace milagros,

intenta conseguirme que los periódicos no publiquen nada por lo menos en setenta y dos horas.

‒Hare lo que pueda. A las cuatro y media de la madrugada sacaron a las mujeres de

aquel asqueroso cuartucho, y las llevaron medio a rastras, hasta unas furgonetas negras de las utilizadas para carga, rápidamente desaparecieron perdiéndose en el interior de Miami.

La mayoría de las mujeres se quedaron en Estados Unidos, en diferentes estados, y seis de ellas salieron en avión con destino a Europa.

César llegó a su oficina y al entrar vio en su ordenador la grabación en la que aceptaba el soborno y a Raquel que lo apuntaba con su arma.

En un intento desesperado, trató de huir y se abalanzó contra la puerta, pero Cobalto estaba allí para impedírselo.

‒Creo que la señorita Raquel quiere decirte algo. Gracias a los localizadores alertaron a los policías en los diferentes

estados para que procedieran a detener a los implicados en la trata de blancas.

En Chicago se encargó él mismo de detenerlos. Las veinticuatros mujeres fueron llevadas a diferentes albergues,

a la espera de que el gobierno tomara una decisión.

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Cobalto: Un héroe diferente

Aquella misión aún no había terminado, tenía que viajar de nuevo a Miami, quería darle una sorpresita a Mikel.

La casa quedó totalmente rodeada por la policía, llegaron sin hacer sonar las sirenas ni activar las luces. Cobalto se dirigió a la puerta de hierro y la forzó para abrirla. El ruido fue horrible. Varios hombres armados corrían por jardín en dirección a la puerta.

Al verlo entrar, dispararon sobre él, pero de nada sirvió. De un golpe derribó al primero que cayó sobre el césped y quedó inmóvil, el segundo corrió la misma suerte. Y los demás retrocedieron hasta la casa intentando proteger a su jefe. Cobalto entró en la casa, siendo recibido a tiros, un instante después los cuatro hombres estaban en el suelo, ya no volverían a usar sus armas. Mikel estaba escondido detrás de un sillón. Se puso de pie cuando dejaron de sonar disparos.

‒No sé quién eres, pero voy a denunciarte por allanamiento de morada, intimidación y violencia.

‒¿Violencia? Creo que tú entiendes mucho de eso, ¿verdad? Sueles practicarla mucho con las chicas que se ponen un poco rebeldes, pero a veces se te va la mano y una chica muere.

‒De qué estás hablando, yo no he matado a nadie, ni sé de qué chicas hablas.

‒Tu esposa no dice precisamente eso, y la policía te explicara lo de las chicas. Por cierto, ¿dónde está tu querido hijo? Sabemos que esta vez te acompañó, vino contigo desde Cuba.

Sintió que le apoyaban el cañón de una pistola en la cabeza.‒Aquí estoy, cabrón, ¿querías verme? Pues aquí me tienes.‒Sí que quería verte para detenerte, acusado de asesinato, trata de

blancas y ya veremos qué otras cosas más se me ocurren. Agarró el cañón de la pistola con la mano, y apretó. El hierro se

deformó como si fuera de plastilina.‒¿Me acompañáis por las buenas? O yo os saco de aquí por las malas.

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Padre e hijo intentaron huir pero agarró a los dos por la ropa, los levantó en vilo y los sacó de la casa.

‒¿Quién se encarga de recoger la basura aquí en Miami?‒Nosotros nos encargaremos de recogerla por esta vez.‒Todavía me queda Europa. Y no tengo tiempo que perder. Ese mismo día tomó un avión con destino a Rusia. En su maleta

llevaba un rastreador, para localizar las señales de los localizadores. La señal le condujo hasta un edificio enorme situado en el

extrarradio de Moscú. No vio carteles luminosos ni nada que hiciera pensar que aquello era un enorme burdel. Pero no había duda de la finalidad de aquel edificio.

Llevaba puesto un gorro de piel, una bufanda muy gruesa, gafas de sol, guantes y un abrigo que le llegaba hasta las rodillas.

En la entrada del edificio lo detuvo un portero que mediría unos dos metros y pesaría ciento treinta kilos de puro músculo, le habló en ruso, pero se dio cuenta de que no le entendía y comenzó a hablarle en inglés.

‒¿Buscas compañía? ¿Tienes dinero?‒Realmente vengo a cerrar este burdel, la gentuza como tú no

me cae bien. El matón levantó su brazo con la intención de golpearle la cara, y

recibió un golpe tan fuerte que chocó contra la pared y quedó tendido en el suelo.

Al escuchar el ruido aparecieron varios matones más. Todos corrieron la misma suerte que su compañero.

A su paso iba abriendo puertas, muchos cuartos estaba vacíos, por suerte esa noche no había muchos clientes. Reconoció a una de las chicas, que le habló en inglés.

‒Gracias por venir a buscarnos, Cobalto.‒Reúne a todas las chicas que puedas y llévalas a la terraza del

edificio. Rápido.

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Cobalto: Un héroe diferente

La chica no perdió tiempo. En unos minutos todas estaban subiendo las escaleras.

De uno de los cuartos apareció un tipo vestido de negro, con una pistola en la mano. Disparó contra él con una indiferencia que helaba la sangre pero eso no detuvo a Cobalto. Hizo varios disparos más con el mismo resultado, lo último que vio en vida fueron unos ojos azules fríos como el hielo.

Los escasos clientes que había huían en todas direcciones, presas del pánico.

Unos de los matones sujetó por el cuello a un hombre en calzoncillos y le apuntó con una pistola a la cabeza.

‒Si te acercas lo mato, juro que lo mato.‒¿Crees que me interesa la vida de ese gusano? Puedes matarlo

si quieres.Rápido como un rayo sacó del bolsillo del abrigo una pistola y

abrió fuego. El matón cayó al suelo sin vida y el hombre salió huyendo como un ratón asustado.

Siguió recorriendo todos los cuartos de aquel antro, buscando a Mijaíl. Pero sólo aparecían payasos vestidos de negro que intentaban detenerlo.

Todavía derribó a tres o cuatro hombres más hasta que el burdel quedó vacío por completo.

Subió las escaleras que conducían a la terraza para reunirse con las chicas, y allí encontró al ruso que estaba buscando. Estaba con dos de sus hombres, que apuntaban a las chicas con subfusiles de asalto.

‒¿Quién eres, maldito cabrón? Muestra tu cara o las mato a todas. Lentamente, se quitó el abrigo, se sacó los guantes y después hizo

lo mismo con la bufanda y las gafas.‒Yo soy Cobalto y he venido a detenerte, deja que las chicas se

vayan y te dejaré vivir.

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‒Aquí el único que da órdenes soy yo, ¿entiendes, bicho raro? De sus manos salieron dos cuchillos que se clavaron en las frentes

de los dos sujetos que amenazaban a las chicas.‒Ahora las órdenes las doy yo, Mr. Mijaíl. El ruso se abalanzó contra él intentando en vano derribarlo. Cobalto levantó su pierna y le dio una patada en la cara que lo

lanzó a varios metros de distancia. Después lo cogió por el cuello, lo levantó en alto y lo llevó al borde de la terraza.

‒¿Sabes volar?‒No me sueltes, por favor no me sueltes.‒¿Creías que tu dinero iba a protegerte siempre? No mereces que

me manche las manos. Con un movimiento, lo arrojó contra el suelo.‒Este cerdo, ya no volverá a abusar de vosotras, la policía está

abajo, os llevaran a algún sitio seguro. Cuando caminaba hacia la puerta, Mijaíl, en un intento

desesperado intentó arrojarlo por elborde de la terraza, rechazó el ataque golpeándolo en la cara, con

tanta violencia que el ruso se precipitó al vacío. Cayó sobre la nieve recién caída que empezó a teñirse de rojo.

Bajó las escaleras y se perdió en la noche. El siguiente vuelo lo llevó hasta Londres, en el aeropuerto pidió

un taxi que lo llevó hasta su hotel. De allí llamo a Scotland Yard y se comunicó con el teniente Mark Storey.

‒¿El teniente Mark Storey? Soy Cobalto.‒Lo estábamos esperando, ¿en qué hotel se hospeda?‒En el May Fair.‒Enseguida paso a por usted. El teniente lo recogió en su hotel y se subieron a su auto.‒¿A dónde vamos señor?

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Cobalto: Un héroe diferente

Sacó su localizador del bolsillo y este empezó a emitir una señal.‒Hacia la derecha, ya le iré indicando. El paseo duró media hora y al final se detuvieron en un

establecimiento muy lujoso ubicado en los bajos de un hotel de la ciudad.‒Rodeen todas las salidas, yo entraré a por Rony Taylor. Entró en el local, y al igual que en Rusia, el portero intento

detenerlo. De un solo golpe se libró de él. De una de las habitaciones salieron otros dos armados con

pistolas y al verlo abrieron fuego. Los dos quedaron sin vida en el suelo. Los clientes empezaron a salir de las habitaciones intentando huir del local, siendo detenidos por la policía, las chicas se refugiaron en una habitación.

Al fondo del local se veía una puerta tapizada en cuero rojo, se dirigió hacia ella, en el camino derribó a dos sicarios más del inglés.

Romí Taylor estaba en aquella habitación, sentado en su butaca, fumando un puro.

‒Adelante, pase, ¿quiere un puro?‒He venido a detenerle,‒De qué se me acusa.‒De trata de blancas y prostitución‒No tienen pruebas para acusarme, este es un establecimiento

legal.‒Estaba en Cuba cuando visitó a su amigo Mikel y tenemos su

visita grabada. Al verse acorralado, sacó una pequeña pistola de su cajón y se pegó

un tiro en la cabeza. Cobalto abandono el edificio.‒¿Donde está Rony Taylor?‒Lo siento, llegué tarde y no pude evitar que se suicidara.‒El resto es para usted teniente, gracias por su colaboración.

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Se fue caminando hasta que se perdió en la niebla eterna de Londres.

Sólo le quedaba Marruecos. La señal de su localizador le guió hasta el desierto que rodeaba Tánger. El lugar estaba oculto entre las dunas, pero era un oasis… fuentes

de agua en todos los rincones, palmeras, y hermosos jardines, pero por muy hermoso que fuera seguía siendo un burdel y él había ido a destruirlo.

‒Cobalto, si das un paso más mataré a todas las chicas, y créeme que no bromeo.

Como si hubieran recibido una orden, los hombres de Abdulá se asomaron por las terrazas de los edificios, tenían a las chicas sujetas por el cuello y las amenazaban con una pistola.

‒Está bien, tú ganas, pero si lastimas a una sola te mataré.‒Sólo quiero irme de aquí, deja que me vaya y nadie sufrirá daño. Abdulá creía tener dominada la situación y se sentó en un banco

que estaba empotrado en una pared. Cobalto se dio la vuelta y se encaminó hacia la puerta, sabía que

tenía que acercarse a la pared. Y la mejor opción era la puerta, se detuvo junto al muro y se volvió hacia Abdulá. En ese momento desapareció como si se lo hubiera tragado la pared.

Unos brazos azules le sujetaron el cuello.‒Ordena que suelten a las chicas y arrojen las armas, o te mato

como a un perro. Los hombres tiraron sus armas al suelo y salieron huyendo.‒¿Ya viste qué valientes son tus hombres? Te dejaron solo, pero

no te preocupes, ahora te reunirás con ellos. Lo arrastró como si fuera un saco y al salir se lo entregó a la policía,

que ya había detenido a los demás hombres.‒Cuiden de las chicas, por favor, ellas son inocentes.

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Cobalto: Un héroe diferente

‒No hay problema, yo me encargaré personalmente.‒¿Qué pasará con Abdulá?‒Con las pruebas que tenemos, será condenado a muerte.‒Eso espero, porque si no volveré para cumplir la condena. Se alejó entre las dunas. Y desapareció. En Chicago reinaba lo que dieron en denominar la cobalmanía.

No había un solo periódico que no tuviera a Cobalto en la portada, y no sólo en Chicago, en todos los estados ocurría lo mismo, todos los noticieros hablaban de él, en todas las emisoras de radio hablaban de la enorme operación realizada por Cobalto para desarticular una red internacional de trata de esclavas.

Paseaba por la calle y veía a los niños con caretas azules que copiaban sus facciones sin nariz ni boca, y a otros muchos con la cara pintada por completo de azul. Era una verdadera locura.

Llegó a la base y todos lo recibieron con aplausos y sonrisas.‒¿Qué ocurre aquí? ¿Acaso aquí nadie trabaja ya?‒Hoy no creo que podamos hacerlo, nos han prohibido trabajar.‒¿Prohibido? ¿Y quién ha dado esa orden?‒Yo, hoy no podrán trabajar, ni ellos ni usted.‒Señor presidente, discúlpeme, no sabía que estaba usted aquí,

no vi su escolta ni nada.‒¿Mi escolta? ¿Para qué la necesito? Estoy en el lugar más seguro

de América. Sólo vine a felicitarle por la gran labor que ha realizado.‒Con todos mis respetos señor, esas felicitaciones déselas a ellos,

ellos son los verdaderos héroes de esta historia, nadie podría soñar con tener un equipo mejor.

‒También vine invitarle a la Casa Blanca.‒Señor, me encantaría poder ir a la Casa Blanca pero debo declinar

su invitación. Aquí queda mucho trabajo por hacer y la delincuencia nunca para.

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‒Entonces no insistiré más, pero queda la invitación pendiente para cuando tenga tiempo.

‒Le prometo que acudiré a la cita cuando la delincuencia haya desaparecido, entonces sí tendré tiempo para visitarle.

Cuando el presidente se marchó, todo el equipo empezó a aplaudirle y por mucho que les pidiera que parasen, no dejaron de hacerlo.

Esos aplausos os los merecéis vosotros, nunca hubiera podido hacerlo sin un equipo tan magnífico.

En ese momento sonó su teléfono móvil.‒¿Sí? ¿Quién es? ¿Qué? ¿Ahora? Sí, voy en seguida.‒Mi mujer esta de parto, voy a ser padre. Tengo que irme al

hospital. Y sin más salió corriendo. Cuando llegó al hospital pregunto por Jennifer, y le dijeron que

estaba en quirófano y que no podía pasar.‒Intente detenerme. Se puso una bata verde y un gorro y entró en el quirófano.‒Ya estoy aquí cariño lamento llegar tarde.‒Tú no llegaste tarde, ellos se adelantaron, ¿dónde estabas?‒Estaba en África, ya sabes, trabajando como siempre.‒¿Estás nervioso? ¿Tú estás nervioso? No puedo creerlo.‒Cariño, esto es lo más difícil que he hecho en mi vida, y ¿no se

supone que deberías de estar gritándome o insultándome? Al menos así es en las películas.

‒Me han puesto anestesia epidural, no puedo soportar el dolor. No soy como Cobalto.

Una hora después tenía en sus brazos a sus dos hijos, pero sólo los tuvo un momento. Se los entregó a la madre.

‒Son tan pequeñitos que siento miedo de lastimarlos.

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Cobalto: Un héroe diferente

‒Tu jamás podrías lastimarlos, de eso sí estoy muy segura. Una enfermera se llevó a los dos pequeños y los metió en una

incubadora. Instantes después Jennifer se quedaba dormida. Se fue a la base con varias cajas de champán y por primera vez

entró con su verdadera apariencia.‒¿Ernesto? ¿Usted es Cobalto? ‒preguntó Ronda.‒Sí, yo soy Cobalto, creo que ya es momento de que realmente

sepáis quién soy. Hoy quería celebrar con mis amigos el nacimiento de mis hijos. Procurad no emborracharos, pues tenemos que seguir trabajando. Henry, ¿cuál es nuestro siguiente objetivo?

‒Tu hijo está llorando y va a despertar a su hermana. ¿Puedes darle el biberón?

Se acercó a las cunitas y cogió a sus hijos en brazos. Los niños sonrieron.

Qué feliz se sentía cuando sonreían y lo miraban. Pudo ver en sus ojos unos anillos de color azul cobalto. Se sentía el hombre más dichoso del mundo.

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Un accidente fortuito mantiene a Joseph William en comaprofundo durante dos años, mientras, una supuestaenfermedad va trasformando su piel dándole una tonalidadazul. Al despertar, su vida, su pasado, y su identidad handesaparecido; nace COBALTO.