Mi conjura literaria

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12 | REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE MÉXICO Hace poco más de veintiséis años, Carlos Fuentes era embajador en Francia, y el 20 de noviembre recibió una llamada de un colega del cuerpo diplomático. Carlos pensó que lo llamaba para felicitarlo en fecha tan se- ñalada para la historia de México, pero para su sorpresa el embajador le preguntó —palabras más, palabras me - nos— que si no le parecía una exageración haber izado la bandera porque se había muerto el general Franco. Fuentes le contestó que no era por la muerte del dicta- dor español (que efectivamente había acaecido ese día) por lo que había puesto a ondear la bandera, sino por- que estaba celebrando el sexagésimo quinto aniversario del inicio de la Revolución Mexicana. Más allá del chus- co incidente, me parece que es un buen ejemplo para mostrar de qué manera historia, política, humor invo- luntario están entreverados en nuestra realidad. Para mu- chos, los mexicanos llevamos historia en vez de sangre corriéndonos por las venas; y, para otros, ésa es la razón por la que nos ponemos solemnes cada vez que creemos “estar haciendo historia”. Ésta, llamémosle tendencia conductual, ha provocado que en lo que se refiere a “fra- ses célebres” hayamos roto varios récords de la Guiness. Sin embargo, esta misma tendencia ha ido palideciendo, y para las nuevas generaciones la Revolución Mexicana parece tan poco significativa como para aquel embaja- dor que llamó a Carlos Fuentes. Nuestra Revolución da la impresión de ser un hecho lejano e incierto. Fue la primera del siglo pasado, y transformó el país no sólo por su cauda de violencia, sino porque revirtió todas las formas de la vida nacio- nal, desde las sociales y económicas, hasta las culturales y políticas. Fue, más que un movimiento armado, la to- ma de conciencia de una nación que se debatía entre la pobreza, la ignorancia, y una dictadura que duraba más de treinta años. Nos guste o no, nada fue igual después del 20 de noviembre de 1910. Quizá la suerte, o la mala suerte, como ustedes quie- ran, hizo que el movimiento estuviera a punto de abor- tarse porque se descubrió la conspiración que actuaba en la ciudad de Puebla, y el ejército federal atacó la que entonces era la casa de mi familia (hoy Museo de la Re- volución). Ahí perdieron la vida mis tíos, Aquiles y Máxi- mo Serdán Alatriste, pero Carmen, la hermana que los sobrevivió, dio un grito de advertencia que, sin haberlo escuchado, me ha acompañado a lo largo de mi vida. Di- cen que cuando los militares rodearon su casa y apunta- ron sus rifles contra la fachada, Carmen Serdán apareció en un balcón y gritó: “Mexicanos, no vivan de rodillas”. Los soldados, sorprendidos por su valentía, no atina- ron a disparar sino hasta que el medio cuerpo de mi tía había desaparecido tras la cortina. Después comenzó un zafarrancho. Cuando los hermanos Serdán fueron de- rrotados el país se había levantado en armas. Entre todos los instantes de la Revolución, no sola- mente por lo que familiarmente me toca, sino por su trascendencia para las futuras generaciones de mexica- nos, ése es el momento que me parece más significativo. Hubo muchos otros, el país se debatió cerca de veinte años en inacabables guerras entre facciones encontra- das, grupos guerrilleros, caudillos que se aferraban al po- der, y hombres de buena voluntad que lucharon por sacar a México de la postración en la que vivía, pero yo seguiría rescatando ese primer instante —primigenio e inspirado— en que Carmen Serdán nos ordenó con un perfecto endecasílabo que no viviéramos de rodillas. Ha pasado casi un siglo desde entonces y a muchos debe parecerles un tanto trasnochado que me acuerde con tal intensidad de aquel movimiento armado. El mundo ha cambiado, me dirán, la economía es otra, las sociedades se han globalizado, los valores que nos sos- tienen no tienen nada que ver con aquel pasado y, aun, George W. Bush ha inventado un cruel oxímoron: li- berar a un país matando a sus ciudadanos. ¿Qué tienen que hacer ahora los valores de una revolución de hace un siglo? Recuerdo que en el México de los años ochenta leí una pinta en una barda que decía: Mi conjura literaria Sealtiel Alatriste

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Alatriste

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  • 12 | REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE MXICO

    Hace poco ms de veintisis aos, Carlos Fuentes eraembajador en Francia, y el 20 de noviembre recibi unallamada de un colega del cuerpo diplomtico. Carlospen s que lo llamaba para felicitarlo en fecha tan se -alada para la historia de Mxico, pero para su sorpresael embajador le pregunt palabras ms, palabras me -nos que si no le pareca una exageracin haber izadola bandera porque se haba muerto el ge neral Franco.Fuentes le contest que no era por la muerte del dicta-dor espaol (que efectivamente ha ba acaecido ese da)por lo que haba puesto a ondear la bandera, sino por-que estaba celebrando el sexagsimo quinto aniversariodel inicio de la Revolucin Me xicana. Ms all del chus - co incidente, me parece que es un buen ejemplo paramostrar de qu manera historia, poltica, humor invo-luntario estn entreverados en nuestra realidad. Para mu - chos, los mexicanos llevamos historia en vez de sangrecorrindonos por las venas; y, para otros, sa es la raznpor la que nos po nemos solemnes cada vez que creemosestar haciendo historia. sta, llammosle tenden ciacon ductual, ha provocado que en lo que se refiere a fra -ses clebres hayamos roto varios rcords de la Guiness.Sin em bar go, esta misma tendencia ha ido palideciendo,y pa ra las nuevas generaciones la Revolucin Mexicanapa rece tan poco significativa como para aquel em ba ja -dor que llam a Carlos Fuentes.

    Nuestra Revolucin da la impresin de ser un hecholejano e incierto. Fue la primera del siglo pasado, ytransform el pas no slo por su cauda de violencia,sino porque revirti todas las formas de la vida nacio-nal, desde las sociales y econmicas, hasta las culturalesy polticas. Fue, ms que un movimiento armado, la to -ma de conciencia de una nacin que se debata entre lapobreza, la ignorancia, y una dictadura que duraba msde treinta aos. Nos guste o no, nada fue igual despusdel 20 de noviembre de 1910.

    Quiz la suerte, o la mala suerte, como ustedes quie -ran, hizo que el movimiento estuviera a punto de abor-

    tarse porque se descubri la conspiracin que actuabaen la ciudad de Puebla, y el ejrcito federal atac la queentonces era la casa de mi familia (hoy Museo de la Re -volucin). Ah perdieron la vida mis tos, Aquiles y Mxi -mo Serdn Alatriste, pero Carmen, la hermana que lossobrevivi, dio un grito de advertencia que, sin haberloescuchado, me ha acompaado a lo largo de mi vida. Di -cen que cuando los militares rodearon su casa y apunta -ron sus rifles contra la fachada, Carmen Serdn aparecien un balcn y grit: Mexicanos, no vivan de rodillas.Los soldados, sorprendidos por su valenta, no atina-ron a disparar sino hasta que el medio cuerpo de mi tahaba desaparecido tras la cortina. Despus comenz unzafarrancho. Cuando los hermanos Serdn fueron de -rrotados el pas se haba levantado en armas.

    Entre todos los instantes de la Revolucin, no sola-mente por lo que familiarmente me toca, sino por sutrascendencia para las futuras generaciones de mexica-nos, se es el momento que me parece ms significativo.Hubo muchos otros, el pas se debati cerca de veinteaos en inacabables guerras entre facciones encontra-das, grupos guerrilleros, caudillos que se aferraban al po -der, y hombres de buena voluntad que lucharon porsacar a Mxico de la postracin en la que viva, pero yoseguira rescatando ese primer instante primigenio einspirado en que Carmen Serdn nos orden con unperfecto endecaslabo que no viviramos de rodillas.

    Ha pasado casi un siglo desde entonces y a mu chosdebe parecerles un tanto trasnochado que me acuerdecon tal intensidad de aquel movimiento armado. Elmun do ha cambiado, me dirn, la economa es otra, lassociedades se han globalizado, los valores que nos sos-tienen no tienen nada que ver con aquel pasado y, aun,George W. Bush ha inventado un cruel oxmoron: li -berar a un pas matando a sus ciudadanos. Qu tienenque hacer ahora los valores de una revolucin de hace unsiglo? Recuerdo que en el Mxico de los aos ochentale una pinta en una barda que deca:

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  • Si alguien ha encontrado a la Revolucin Mexicana, que

    la regrese a sus dueos.

    Haca alusin a la larga, largusima, y prolongadaestancia del PRI en el gobierno, y pona de ma nifiestoque los postulados reivindicativos de la Revolucin te -nan que adecuarse a la actualidad. Para qu seguir,entonces, duro que dale con la misma cantaleta?

    Con la llamada novela de la Revolucin pasa lo mis -mo: para casi todos es un gnero superado y hasta cursi.Pero yo sigo, duro que dale, con que aquel movimientosignific mucho para Mxico, y no puedo evitar que lapiel se me ponga de gallina cada vez que pienso en Car-men Serdn. Ay, qu ganas, me digo, de escribir unanovela de la Revolucin! Qu ganas de escuchar a mi tagritando su endecaslabo en las pginas de un relato!.

    Cmo y para qu, me preguntarn ustedes, vuelvola mirada a un gnero que ha agotado sus recursos? Paraqu leer, para qu escribir novelas sobre una revolu-cin caduca? De Mariano Azuela a Martn Luis Guz-mn; de las memorias de Vasconcelos a las del generalJos Guadalupe Arroyo (que Jorge Ibargengoitia pu -blic con el ttulo soez de Los relmpagos de agosto); deSe llevaron el can para Bachimba a Gringo viejo, se hanabarcado todos los registros, se han novelado todas lasbatallas, y se han inventado todos los personajes. Noes insistir demasiado en la vigencia que la historia tienepara los mexicanos? Tchenme de trasnochado, repito,pero yo seguir insistiendo que me gustara narrar laverdadera naturaleza la actual, la que todava rige elanhelo democrtico del Mxico del da de hoy quese inici con el grito de una mujer, quien, con su spli-ca, con su inacabado soneto, hizo que este pas cambia-ra. Mexicanos, no vivan de rodillas.

    Con este grito de guerra resonando en la cabeza,hace algunos aos escuch un relato que don AntonioCarrillo Flores contaba a sus amigos. La moderna po -ltica exterior mexicana, dijo don Antonio para abrirboca, fue inventada por Luis Cabrera y don VenustianoCarranza, cuando el presidente Wilson amenaz con in -vadirnos. Se refera a la amenaza que sigui al secues-tro, o falso secuestro, de William Jenkins, el Cnsul Ho -norario de los Estados Unidos en la ciudad de Puebla.Nadie saba qu haba pasado pero un da los peridi-cos anunciaron que la tropa zapatista (o lo que queda-ba de ella despus del asesinato de Emiliano) habaraptado al cnsul gringo radicado en Puebla de losn geles. Y sin decir agua va, Carranza recibi un tele-grama: Liberen al cnsul o los invadimos, amenaza-ba el presidente Wilson. El Primer Jefe llam a LuisCabrera, su fiel consejero, agreg don Antonio Carri-llo Flores, y le pregunt qu podan hacer. Don Luisapenas dud un instante. Mire, don Venus aconse-j, escrbales a estos malandrines un telegrama que

    no entiendan, que ledo de una forma les haga pensarque pide perdn, pero que ledo de otra les haga suponerque est declarndoles la guerra. Carranza solt una car-cajada y dijo que mejor iba a escribir dos telegramas,uno de perdn y otro beli coso. As lo hizo, pero antesde mandarlo a Washington altern sus frases en unosolo. Los gringos se quedaron tu rulatos cuando lo leye-ron y no tuvieron la menor idea de lo que el Primer Jefede la Revolucin Cons titu cio na lista quera decirles.se fue el principio, concluy don An tonio, de nues-tra sabia poltica exterior.

    Durante los ltimos doce aos he estado tratandode escribir una novela que narre este doble origen denuestra manera de ser: la marrullera contenida en elcon sejo de Luis Cabrera, y la dignidad que nos heredel endecaslabo de Carmen Serdn. Por qu me importatanto la historia, me he preguntado multitud de veces,para qu quiero inventar un pasado si lo que necesitamoses hacernos de un futuro. O no tengo respuesta, o noquiero responderme, da igual, pero he querido escribir,averiguar, poner en palabras ese pasado para que, por lamagia de la literatura, pueda creer en otro futuro.

    Para escribir esa novela me encontr, sin querer, conlas memorias de un to abuelo del que no saba nadafuera de que fue amigo de Salvador Novo y Julio Torri:Uriel Eduardo Alatriste. Fue una especie de Zahir, diraBorges, que me ayud a descifrar mis dudas. Mi to Urielfue hijo del primer Rafael Alatriste que hubo en Pue-bla. Este Rafael fue un hombre bragado, charro, juga-

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    HISTORIA Y FICCIN

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  • dor y gallero, que muri del balazo que le dieron en lafrente en una trifulca que hubo en un palenque. Segnme contaron cuando averiguaba su historia, un tipo sela haba jurado porque sedujo a la ms pequea de sushijas. Muy a pesar de que estuviera enamorado de la cha -maca, Rafael sali corriendo noms de pensar que unpadre encabronado pudiera acabar con su vida de cr-pula, y anduvo a salto de mata por la sierra, sin pensaren volver a poner un pie en Puebla. Pero un da consi-gui un gallo que le sorbi el seso, le hizo olvidar lasamenazas del padre celoso y, creyndose poseedor deun salvoconducto contra los malos ageros que pesa-ban sobre su cabeza, se present en la feria del barrio deSanta Clara alardeando de que traa un gallazo. Rafaelno supo calcular el dolor que le haba infligido al padreburlado, pero cuando ste escuch la noticia de que Ala -triste andaba merodeando el palenque, se fue a la can-tina y encontr a su enemigo bebindose un tequila enla barra. Te acuerdas de lo que te promet, Rafita?, fuelo nico que le pregunt desde la puerta. Al pobre de Ra -fael no le dio tiempo ms que de volverse, ver al animalque lo apuntaba con un pistoln, y recibir en medio delos ojos el balazo que se lo llev de este mundo.

    Esta escena, que parece de spaghetti western, fue elorigen trgico-cmico de la vida de Uriel Eduardo: dosmeses despus de aquella muerte malhadada, una mu -jercita enclenque se present en casa de la familia Ala-triste con un nio en brazos. Tendra apenas dieciochoaos, y segn escribi mi ta Carmen en su diario, lucabajo una frente amplia los ojos negros que Uriel Eduardohabra de heredarle. Cuando le abrieron el zagun ni si -

    quiera salud, y moqueando le entreg su beb a la seo -rita Serdn, que entonces era una adolescente y no sos-pechaba lo que la Historia de Mxico le tena deparado.Su primo Rafael me embaraz de este chilpayate y yode plano no me lo puedo quedar, le dijo. Mi padre meha despreciado y no tengo dnde vivir. Ah se lo encar-go porque usted lo podr educar mejor que yo, patron-cita. Le avent el infante a los brazos y se ech a correr.Mi ta Carmen no dijo ni po. A Carmen Serdn, hayque reconocerlo, el destino siempre la tom por asalto.

    Encontr la memoria y herencia de mi to, contenidaen unas cartas que le envi a don Horacio Labastida almediar la dcada de los sesenta, y que me sirvieron deinspiracin cuando don Horacio me las regal. Desdela primera lnea supe que l sera el narrador del relatoen que novelara el secuestro de William Jenkins y dieracuenta del destino de Carmen Serdn; donde narrarael arreglo poltico que sirvi para evitar las secuelas deaquel secuestro, y desvelara quines fueron los benefi-ciarios de los convenios que hizo el gobierno mexicanopara que los gringos no nos invadieran.

    Durante doce aos escrib esa novela, doce aos enque me he preguntado por qu la historia de mi ta Car -men me tiene marcado, doce aos en que he pergeadolo que yo llamo mis mitos chabacanos, doce aos deelaborar una novela que he llamado Conjura en La Ar -cadia, doce aos para narrar cmo me encontr con laRevolucin Mexicana e intent devolvrsela a los quecreo son sus verdaderos dueos, los lectores de la len-gua espaola. Doce aos, para decirlo en breve, en queelabor mi conjura literaria.

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    Carmen Serdn Aquiles Serdn

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