Meditación Primera (1)

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Meditación primera De las cosas que pueden ponerse en duda El autor comienza diciendo que había dado por ciertas muchas opiniones falsas y se propone deshacerse de esas opiniones a las que había dado crédito y empezar de nuevo desde los fundamentos. Para todo lo cual creía que ya había alcanzado la edad suficiente. El autor se propone entonces destruir en general todas sus antiguas opiniones, y para tal empresa no considera necesario probar que son todas falsas, sino que encontrar en cada una el más pequeño motivo de duda, ya que la razón lo persuade desde el principio para que no dé más crédito a las cosas no enteramente ciertas e indudables que a las manifiestamente falsas. Y tampoco pretende examinar todas y cada una de las opiniones en particular sino que pretende dirigirse hacia los fundamentos en que se apoyaban sus antiguas opiniones, pensando que así se tambalea todo el edificio que las sustentaba. El autor comienza a dudar de sus sentidos, a través de los cuales había aprendido lo que había admitido como más seguro y verdadero, ya que había experimentado que a veces sus sentidos lo engañaban. Sin embargo el autor no va tan lejos como para negar su propia presencia física o que tenga en sus manos el papel en el que escribe, ya que negar eso sería ponerse a la altura de esos insensatos que se autoengañan y aseguran ser reyes siendo muy pobres o ir vestidos de oro y púrpura estando desnudos. Pero, en otra vuelta de tuerca, el autor afirma que en sus sueños se ha representado las mismas cosas o cosas menos verosímiles que

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Meditación primera

De las cosas que pueden ponerse en duda

El autor comienza diciendo que había dado por ciertas muchas opiniones falsas y se propone deshacerse de esas opiniones a las que había dado crédito y empezar de nuevo desde los fundamentos. Para todo lo cual creía que ya había alcanzado la edad suficiente.

El autor se propone entonces destruir en general todas sus antiguas opiniones, y para tal empresa no considera necesario probar que son todas falsas, sino que encontrar en cada una el más pequeño motivo de duda, ya que la razón lo persuade desde el principio para que no dé más crédito a las cosas no enteramente ciertas e indudables que a las manifiestamente falsas. Y tampoco pretende examinar todas y cada una de las opiniones en particular sino que pretende dirigirse hacia los fundamentos en que se apoyaban sus antiguas opiniones, pensando que así se tambalea todo el edificio que las sustentaba.

El autor comienza a dudar de sus sentidos, a través de los cuales había aprendido lo que había admitido como más seguro y verdadero, ya que había experimentado que a veces sus sentidos lo engañaban.

Sin embargo el autor no va tan lejos como para negar su propia presencia física o que tenga en sus manos el papel en el que escribe, ya que negar eso sería ponerse a la altura de esos insensatos que se autoengañan y aseguran ser reyes siendo muy pobres o ir vestidos de oro y púrpura estando desnudos.

Pero, en otra vuelta de tuerca, el autor afirma que en sus sueños se ha representado las mismas cosas o cosas menos verosímiles que los insensatos cuando están despiertos. Entonces comienza a dudar incluso de que esté despierto y de que sus sentidos realmente estén percibiendo lo que perciben, por lo que no ve indicios concluyentes ni señales que basten para distinguir si es que está despierto o soñando dormido.

Entonces el autor comienza a suponer que está dormido y que todo lo que percibe a través de sus sentidos no son sino mentirosas ilusiones. Luego concede que las representaciones en los sueños deben formarse a semejanza de algo real y verdadero, por lo que ciertas cosas generales que se perciben a través de los sentidos no son imaginarias sino que en verdad existen. E incluso los pintores cuando imaginan alguna representación que nunca haya sido vista, al menos deben usar colores verdaderos.

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Pero incluso si esas cosas generales fueran imaginarias, hay cosas más simples y universales realmente existentes, a saber, algunos colores verdaderos, que al mezclarlas se forman todas las imágenes de las cosas que residen en nuestro pensamiento, ya sean verdaderas y reales o fingidas y fantásticas. De ese género son las formas de los cuerpos, su cantidad o magnitud, su número, el lugar en que están o el tiempo de su duración.

Por lo tanto dice el autor que las ciencias naturales, que dependen de la consideración de cosas compuestas, son muy dudosas e inciertas; pero que las ciencias formales como la aritmética o la geometría contienen algo de cierto e indudable ya que tratan de cosas muy simples y generales, existan o no en la naturaleza. Esta es una forma de atacar al empirismo inglés.

Luego el autor se pregunta si es que acaso Dios, su creador, procedió de tal forma de que él tuviera la impresión de que existe eso que percibe a través de sus sentidos y esas cosas más simples y universales, en circunstancias de que Dios no las creó. O sea, si es que Dios procedió para que su impresión fuera falsa. Concede finalmente que Dios ha permitido que él se engañe alguna vez, pero no siempre.

A quienes niegan la existencia de Dios, el autor no tiene nada que oponer, pero manifiesta que su actitud actual es la duda sobre las opiniones que tenía por verdaderas, y no por descuido o ligereza, sino en virtud de argumentos muy fuertes y maduramente meditados. Por lo tanto el autor dice suspender su juicio sobre esos pensamientos y no darle más crédito del que daría a cosas falsas.

Luego afirma que esas opiniones son en cierto modo dudosas y con todo muy probables, por lo que hay más razones para creen en ellas que para negarlas. Y a continuación se propone proceder engañándose como si todas esas opiniones fueran falsas e imaginarias, para así equilibrar el peso de sus prejuicios, y no halla peligro ni error en ese modo de proceder, ya que no se trata de obrar, sino de meditar y conocer. He ahí el porqué de la duda absoluta.

Enseguida el autor supone que, a falta de Dios, hay un genio maligno que lo ha engañado de la misma forma que Dios, y dispone su espíritu contra las malas artes de ese engañador para que no le imponga nada.

Pero ese designio es tan arduo y penoso que recae insensiblemente en sus antiguas opiniones y teme salir de su modorra, por miedo a que sus vigilias en vez de mostrarle la luz, no alcancen a iluminar las tinieblas de las dificultades que acaba de promover.

Meditación segunda

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De la naturaleza del espíritu humano; y que es más fácil de conocer que el cuerpo

El autor comienza esta parte relatando como la meditación lo ha llenado de dudas que ya no está en su mano olvidar y no ve como resolverlas. Entonces pretende alejarse de todo aquello que lo haga dudar y seguir por ese camino hasta encontrar algo cierto, o al menos saber que nada cierto hay en el mundo al no poder encontrar algo cierto.

Asi entonces el autor supone que todo es falso, que las cosas simples y universales no son sino quimeras de su espíritu. Y luego tiene por verdadero solo esto: que nada cierto hay en el mundo.

Pero entonces se pregunta si habrá algo distinto y que sea absolutamente indudable, y se pregunta por el origen de sus pensamientos, que abarcan aquello que duda, las cosas simples y universales, etc. Comienza luego a hacer una serie de disquisiciones y preguntas acerca del origen de sus pensamientos, para concluir en su famoso cogito ergo sum: si pienso algo, es porque yo soy (yo existo). Y eso incluso da cuenta de aquel que trata de engañarlo, porque si lo engaña es porque él es, y no puede hacer que sea nada mientras esté pensando.

Pero inmediatamente el autor cae en cuenta de que es pero no sabe exactamente qué es él, por lo que toma cuidado en no confundirse con otra cosa.

Empieza entonces a preguntarse qué creía ser él, para despejar sus antiguas opiniones y dejar solo lo indudable. Esto lo lleva a preguntarse por sus pensamientos, Pensaba sobre su cuerpo y los movimientos de este, los cuales refería a su alma, pero no pensaba en qué era su alma. Respecto a su cuerpo, explicaba su naturaleza de acuerdo a atributos percibidos a través de los sentidos, y por el movimiento provocado por alguna otra cosa que lo toca y cuya impresión recibe, pues no creía que su cuerpo se moviera por sí mismo.

Y entonces el autor comienza a preguntarse qúe es él. Se pregunta si acaso posee alguna de los atributos de los cuerpos, y no encuentra que posea ninguna. Luego se pregunta por los atributos del alma, y concluye que solo pensar es el único atributo que le pertenece y que no puede separarse de él. Yo soy, yo existo, por el tiempo que esté pensando. Si deja de pensar deja de existir. Entonces concluye que no es más que una cosa que piensa. No es un cuerpo.

¿Y qué es una cosa que piensa? Una cosa que duda, que entiende, que afirma, que niega, que quiere, que no quiere, que imagina, y que siente. Luego de algunas disquisiciones y preguntas concluye que es él quien duda, entiende y desea. Y es él

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también quien imagina porque imaginar es parte de su pensamiento, y quien siente porque sentir no es otra cosa que “pensar”.

Luego el autor constata que su espíritu no es tan bien conocido como los cuerpos que imagina, que son cosas dudosas y alejadas de él, a diferencia de su espíritu que es verdadero, cierto y perteneciente a su propia naturaleza. Y se debe a que su espíritu se complace en extraviarse, por lo que hay que dejarlo suelto una vez más para luego contenerlo y guiarlo con más facilidad.

Usando un ejemplo de un pedazo de cera que se derrite el autor conviene en que no puede concebir lo que es esa cera por medio de la imaginación, y sí solo por medio del entendimiento. ¿Y qué es esa cera solo concebible por medio del entendimiento? El autor rechaza una vez más el empirismo inglés según el cual la impresión de la cera que él recibe sería una visión, un tacto o una imaginación, y en cambio dice que no es sino solo una inspección del espíritu, que puede ser imperfecta y confusa o clara y distinta.

Luego usa otro ejemplo de unos hombres vestidos con sombreros y capas para volver a rechazar el empirismo inglés que ya había rechazado en el ejemplo de la cera. Y para rematar vuelve a rechazar el empirismo inglés por tercera vez dejando claro que la concepción de la cera no puede darse sino en el espíritu humano, porque los sentidos solo perciben las formas externas.

Haciendo un paralelo con el conocimiento de la cera el autor se pregunta por el conocimiento de sí mismo, ya que las mismas razones que sirven para conocer y concebir la cera, prueban la naturaleza de su espíritu. Y concluye que como los cuerpos no son propiamente concebidos sino por el entendimiento y en el pensamiento, entonces sabe con plena claridad que nada le es más fácil de conocer que su espíritu.