MÓDULO 1: EL ENFADO: CON QUIÉN Y POR QUÉ ME ENFADO · 2016. 1. 18. · El enfado: Con quién y...

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MÓDULO 1: EL ENFADO: CON QUIÉN Y POR QUÉ ME ENFADO

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MÓDULO 1:

EL ENFADO: CON QUIÉ N Y

POR QUÉ ME ENFADO

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El enfado: Con quién y por qué me enfado

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TEMA 2:

¿QUÉ HACEMOS CUANDO

ESTAMOS ENFADADOS?

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1. ¿QUE HACEMOS CUANDO ESTAMOS ENFADADOS?

Normalmente cuando nos enfadamos acabamos gritando, refunfuñando e

incluso podemos entrar en ira, llegando a tener comportamientos agresivos,

empujando o pegando a la persona que tenemos en frente.

A veces, nuestros hijos, cuando les gritamos y hablamos desde el enfado,

acaban haciendo lo que le pedimos, pero lo hacen porque se ven obligados

y presionados a ello y muchas veces desde el miedo.

Pero el enfado no es duradero y lo que antes hacían movido por nuestro

enfado, gritos, etc., no significa que lo hayan aprendido e interiorizado, sino

más bien todo lo contrario, ya que lo hacían desde la presión o el miedo.

Hay que distinguir cuando estamos enfadados y cuando algo nos ha

sentado mal, o cuando queremos marcar un límite, o expresar que no

estamos de acuerdo en algo.

Dejar de enfadarse no significa estar de acuerdo en todo, si no simplemente

es una forma diferente de expresar y sentir aquello que te ha sentado mal, o

que no estás de acuerdo en algo, o incluso de marcar los limites, o de cubrir

una necesidad.

No hace falta llegar a enfadarse para que algo suceda, o para que haya un

cambio, o para expresar que algo no te ha gustado, o no te ha sentado bien,

o para expresar una necesidad que necesitas cubrir. Nos enfadamos porque

ya tenemos el programa instalado y es a lo que tendemos, pues es la

respuesta que hemos aprendido.

A veces, el enfado y los gritos dan fruto y los dem ás “obedecen”.

Además el enfado nos lleva después a un estado de t risteza,

decepción y frustración propia que hemos de asumir y superar.

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Se puede desinstalar el programa, para ello hay que estar muy atento a

nosotros mismos y conocernos muy bien, saber:

Por qué nos enfadamos.

Con quién nos enfadamos.

Qué es lo que nos hace enfadar.

Qué pensamientos tengo que hacen que me enfade con mayor

facilidad, etc.

Es importante atender también a que hacemos cuando nos estamos

enfadando.

FACTORES A TENER EN CUENTA CUANDO NOS ENFADAMOS:

1. Atender al papel o al personaje que adoptamos:

Es interesante observarnos donde nos posicionamos, si como víctimas o

como verdugos.

Adoptar el papel de víctima es muy fácil y común, cuando algo no sucede

como nos gusta o cuando nos sentimos defraudados por algo o por alguien

es muy común ponerse en el papel de víctima.

Cuando nos posicionamos en el papel de víctima, nos sentimos victimas de

algo o de alguna situación o de alguna persona. Existen multitud de

situaciones por la que adoptamos el papel de víctima.

Por ejemplo:

Cuando no has podido acudir a una cena muy importante porque

estabas con gripe.

Cuando tu jefe te ha hecho ir a trabajar un sábado.

Cuando tus hijos quieres que juegues con ellos y tú tenías planificado

leer un libro esa tarde.

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Lo que nos lleva a sentirnos desgraciados por “culpa” de algo externo a

nosotros: de una circunstancia, de una persona o de lo que sea.

Es importante asumir que somos dueños de nuestras vidas, de lo que

hacemos y de sus consecuencias.

Para que exista una víctima debe haber un verdugo, papel que también

hemos de evitar. El verdugo es aquel que acomete los hechos para que el

otro se sitúe en el papel de víctima.

Cuando nos enfadamos nos podemos poner tanto en el papel de víctima o

en el de verdugo.

Nos podemos reconocer en el papel de víctima cuando empezamos a tener

este tipo de diálogo:

“Es que no me ayudáis”.

“No me escucháis”.

“Por vuestra culpa siempre llegamos tarde”, etc.

También nos podemos reconocer en el papel de verdugo cuando gritamos,

hacemos que las cosas se hagan a la fuerza, desde la coacción o el miedo.

2. Atender al tono de voz:

Muchas veces cuando nos enfadamos alzamos la voz, de forma que

aunque no digamos nada ofensivo, la forma de expresarlo si lo es, ya que a

nadie le gusta que le alcen la voz, ni le griten.

Cuando adoptamos el papel de víctima dejas de ser r esponsable de

tu vida para darle la responsabilidad a otro.

No es lo que se dice, sino en el tono en el que se dice.

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Cuando mostramos un tono de voz agresivo, decimos lo mismo, pero el

tono denota un ataque hacia la otra persona, lo cual nos sitúa en la posición

de verdugo. O un tono de voz depresivo, mostrando la queja y

posicionándote como víctima.

Ejemplo:

No es lo mismo decir a nuestro hijo:

“Ponte el cinturón” con un tono de voz suave pero contundente.

Que:

“¡Ponte el cinturón!”, alzándole la voz o gritándole.

En ambos casos dices lo mismo pero expresan realidades diferentes.

Además cuando hablamos a nuestros hijos gritándoles o alzándole la voz,

ellos nos acaban devolviendo gritos y subidas de voz. Por lo tanto si no

quieres que tu hijo te grite o te levante la voz, empieza desde bien pequeño

a no gritarle o alzarle la voz.

También está el tono de voz irónico , que dependiendo del contexto puede

llegar a faltar el respeto de la otra persona. Además dependiendo de la

edad de tu hijo, puede que no entienda la ironía como tal y tome lo que le

dices al pie de la letra. Mucho cuidado con las ironías.

3. Atender a las palabras que usamos:

Muchas veces hablamos, como si las palabras se olvidasen con el tiempo,

como si lo que decimos no tiene importancia o no tiene consecuencias, la

mayoría de las veces, somos completamente inconscientes de lo que

decimos y esto es porque no le estamos dando importancia a la palabra, al

poder creador y destructor de la palabra.

Es importante atender a nuestro tono de voz, a la h ora de poder

gestionar el enfado .

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La palabra crea nuestra realidad y la de nuestros hijos, por lo tanto es

fundamental que cuidemos la forma en la que nos hablamos (dialogo

interno) y en la que hablamos a la familia, a nuestra pareja, a los hijos, a los

amigos, a los alumnos, etc.

Cuando nos enfadamos, muchas veces, insultamos e injuriamos a la otra

persona, llevándonos por la emoción del enfado, sin saber, ni tan siquiera,

en ese momento lo que estamos diciendo.

También tendemos a exagerar, utilizando palabras como “siempre” o

“nunca”, “todo” o “nada”, transformando el problema en un drama,

haciéndolo mayor de lo que en realidad es.

No describimos el problema tal cual es, sino que a través de nuestro

vocabulario lo tergiversamos y lo cambiamos, por lo que lo acabamos

viendo y haciéndoselo ver a los demás tal cual lo describimos.

Por lo tanto acabamos creyéndonos lo que decimos o lo que nos decimos

interiormente, ya que nuestras palabras crean nuestra realidad. Lo mismo

pasa con el que recibe el mensaje.