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    Sal Terrae 95 (2007) 665-676

    Crecer en madurez

    en la Vida ReligiosaPatxi LVAREZ DE LOS MOZOS SJ*

    Todo tiene su tiempo y sazn..., dice el Eclesiasts (3,1). Losreligiosos y religiosas aspiramos a alcanzar esa sazn. La vidareligiosa es un anhelo de crecimiento en cercana al Seor y a loshermanos. En ella habita un deseo profundo de dejarnos coger cada

    da ms por Jess y su Reino. Contiene un impulso por precipitar la justicia y la fraternidad que, estamos seguros, algn da llegar. Assucede desde la entrada en nuestros noviciados: hay un afn por llegara ms, inseparable de la propia vocacin. Slo las decepciones, queunas veces proceden de los acontecimientos de la vida, y otras dedescubrir nuestras propias limitaciones, nos hacen desistir de laspretensiones de un ideal elevado.

    Cuando comparto con compaeros los inicios de nuestra vocacin,siempre solemos aludir a uno u otro jesuita que, por su modo de ser yvivir, nos atrajo. Claro que Jess y su Reino se haban adueado denosotros, pero existen otras maneras igualmente buenas de seguirlo,aparte de la vida religiosa. Por eso, habitualmente hay algn religioso

    o religiosa cuyo estilo de vida nos sedujo. Es decir, que tambin precisamos modelos. En esa persona encontrbamos fuera porproyeccin o por realidad lo que ansibamos vivir. Suele repetirse loque decimos haber hallado en esas personas: cercana, compasin,libertad, entrega generosa, sencillez, esperanza, alegra, confianza enlas personas y en el mundo, capacidad de amistad... No ser algo deesto la madurez de la vida religiosa de la que tratamos de hablar aqu?

    Slo religiosos y religiosas maduros pueden atraer y contagiar unestilo de vida que, en s mismo, provoca resistencias interiores.Cuando brilla en l lo mejor de lo humano, entonces se abren vas deacceso a nuestro corazn a travs de las cuales puede entrar el Seor yhacer audible su llamada.

    En este artculo nos centraremos primero en dos vas tentadoras yen alguna medida peligrosas de enfocar la madurez en la vidareligiosa. En segundo lugar, reflexionaremos sobre la dimensincolectiva de la madurez, que no es slo un ideal individual de vida,sino una aspiracin a que la vida religiosa, ms all de los religiosos yreligiosas concretos, sea significativa y valiosa en nuestra Iglesia y ennuestro mundo.

    Dos vas tentadoras de enfocar la madurez religiosa

    Creo que tendemos a considerar que la madurez de los religiososdepende, por un lado, de la edad y, por otro, de la madurez psicolgica. Es decir, sera cuestin de tiempo y de integracin

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    a) El enfoque de la edad

    Parecera que slo podemos ser maduros cuando avanzamos en edad.Nos damos cuenta de la verdad que encierra esta afirmacin cuandonos encontramos con personas a las que no hemos visto en bastantesaos y, despus de hablar con ellas durante un rato, percibimos quetienen otra hondura. Seran necesarias, por tanto, paciencia y espera.La madurez se dibuja aqu, pues, como horizonte final de la vida.

    En realidad, cada momento de la vida tiene su propia sazn: en l,la madurez adquiere un significado distinto. En el noviciado suponeilusin y alegra por esta vida, cierto grado de ceguera, afecto por elSeor, corazn abierto. En la formacin, paciencia y espera, capacidad para hacer frente a los vacos afectivos, fidelidad en la oracin,

    alimentarse interiormente con lo poco sin ansiar continuamentegrandes fervores. Cuando, ms tarde, el trabajo agota, madurezsignifica reposar en Jess, dejarse guiar por sus preferencias, apostar yarriesgar, acercamiento a los pobres, compaerismo, sostenerse en lascrisis con fortaleza de nimo, nunca desesperar, celebrar lo pequeo,estar siempre disponible para los dems. Y en el, hoy por hoy, largoatardecer de la vida, la madurez implica mirar atrs conagradecimiento, saber desprenderse de lo construido, apostar por lonuevo que personas ms jvenes llevarn, amar la pobreza que profesamos, crecer en esperanza... En todos los casos requieregenerosidad y entrega, salida de uno mismo1. As, cada etapa de lavida tiene su propia forma de madurez; no se tratara tanto de un

    horizonte de llegada cuanto de una profundidad a alcanzar en cadaestadio de nuestra biografa. La vida religiosa necesita todos losingredientes: la ilusin de los jvenes, la entrega silenciosa de los demedia edad, la esperanza de los mayores... Slo as podemos afirmarcabalmente que hay madurez en la vida religiosa.

    Hoy, en nuestras congregaciones, sucede que nos reunimos bajoun mismo techo personas de distintas generaciones y diferentessocializaciones2. A lo largo de las ltimas dcadas hemos pasado, deuna vida religiosa de la observancia, a otra liberal, para llegar ahora auna ms postmoderna. En la primera, se trataba fundamentalmentede cumplir con lo establecido: las comunidades se regan por un ordenapoyado en la autoridad del superior, en el que todo tena su sitio. Lasrelaciones eran ms bien jerrquicas y verticales. Exista unaseparacin del mundo secular. La obediencia jugaba un papelimportante para las grandes y las pequeas decisiones. Haba unmodelo de perfeccin imitable, y la Iglesia y dentro de ella lascongregaciones religiosas se senta una sociedad perfecta y aparte.

    Posteriormente, pasamos a una forma de vida religiosa msmoderna y liberal. El Concilio alent una presencia secular de losreligiosos, ellos y ellas. Desaparecieron los hbitos, se mezclaron conla gente y prefirieron ser sal a ser luz. El trabajo aunque muchasveces realizado sin medida era el nuevo modo de acercarse al ideal:el mundo sera transformado con el esfuerzo. Surgen nuevas amistades

    y alianzas con las personas del trabajo; se busca la insercin, no lasegregacin; y lo ms especficamente religioso se guarda para lapropia habitacin o la capilla.

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    Finalmente, las nuevas generaciones buscan ms bien larealizacin personal, saben celebrar mejor la vida, saborean loselementos estticos, tienen dificultades para asumir compromisos yrevisan continuamente sus opciones.

    Tal vez en la actualidad hay en nuestras congregaciones unatendencia a mirar con desconfianza a los jvenes, como si carecierande la madurez que los religiosos de otros tiempos tuvieron. Quiz susprocesos personales sean ms lentos, y tal vez su proyecto vital no seclarifique en los primeros aos...: habra que ver cada caso. Lo que es preciso comprender es que la identidad es hoy para ellos msproyectiva que nunca una aventura en la que crear el propio yo y quees ineludible en la actualidad para todos los jvenes, religiosos o no,y la plausibilidad de la vida religiosa muy poco convincente. Se tratade dos elementos que ellos y ellas no pueden soslayar, porque en elcrecimiento humano no hay atajos. A cada generacin le tocaresponder a sus propios interrogantes epocales. Lo que s es cierto esque a travs de sus ojos podemos mirar ms adecuadamente el nuevo

    mundo que surge, y que esto es algo que deberamos hacer ms de loque acostumbramos.Obviamente, estas diferencias influyen a la hora de valorarnos

    unos a otros. A todas las personas que nos encontramos en la mismacomunidad nos inspira el mismo Espritu de Jess, pero,llamativamente, no nos configura del mismo modo. No podemosjuzgar a los dems con nuestras propias lentes: tenemos que abrirnos ala verdad de los dems y a lo que ese Espritu nos dice a travs deellos. Este momento nos pide acompaarnos con cario unos a otros,mirarnos con confianza y compasin y mantener viva la esperanza.

    b) El enfoque psicolgico

    Otra forma de observar la madurez consiste en fijarnos en el grado deevolucin psicolgica. El religioso sera tanto ms maduro cuanto msintegrado psicolgicamente se encontrara. Por una parte, se trata caside una tautologa; pero, por otra, encierra ciertas paradojas. Nuestrocarcter incluye tendencias poco sanas de las que no nos libramosnunca. A veces nos sentimos ms libres de ellas, otras menos; perosiempre nos acompaan. El servicio del Reino lo realizamos desdeah: desde nuestro barro agrietado, desde la herida que no sana. Quererdesprendernos de esas grietas y heridas es desear desentendernos denuestra condicin humana. Y, sin embargo, sabemos por experienciaque nuestra sencillez y nuestra entrega brotan del hecho de sentirnoscriaturas de Dios, pequeas y agraciadas.

    El ejemplo de los grandes santos tambin nos habla de estarealidad. San Ignacio un hombre que a travs de su autobiografa, dellibro de los Ejercicios y de sus innumerables cartas nos ha dejado unretrato muy completo de su interior, fue genio y figura toda su vida.El secreto de su seguimiento de Jess no estuvo en su capacidad deevolucionar psicolgicamente aunque lo hiciera, sino en elreordenamiento que sus afectos experimentaron en su corazn. Cercaestuvo en ocasiones de caer en la locura e incluso en el suicidio, comole sucedi en Manresa; lo que no le abandonaba era el deseo profundode encuentro con Jess. Como consecuencia, aquel seguimiento le

    ayud a serenarse cada vez ms, a confiar ms, a darse ms a losdems..., en definitiva, a crecer humanamente. La misma basepsicolgica y las mismas tentaciones le acompaaron a lo largo de su

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    itinerario personal. Lo que cambi en su vida no fue esto, sino elobjeto de deseo de su corazn: de la grandeza del mundo, al serviciode Dios. De esta manera fue adquiriendo una hondura humana noexenta de altibajos.

    Lo hasta aqu comentado no quiere decir que nuestro mundopsicolgico no requiera una atencin, sino que por delante de l est lode Dios en nuestra vida. Cuando hacemos as, podemos examinarnuestro comportamiento con ocasin del seguimiento, observarnuestras motivaciones ltimas, dolernos de nuestras obsesiones, gozarcon nuestros avances. Al pedir perdn por aquello en lo que una vezms nos equivocamos, al solicitar la ayuda del Seor porque nossentimos incapaces, y al agradecer su vida que atraviesa toda lanuestra, vamos avanzando y madurando. De este modo, el crecimientopsicolgico queda inserto en el seguimiento, no genera autosuficienciay es cierta expresin de una vida acompasada a la de Cristo.

    As, salvo cuando hay obstculos psicolgicos importantes quenecesitan un apoyo especfico, es ms importante centrar nuestra

    atencin en el amor

    3

    entrega al Seor, a lo suyo y a los suyos queandar pendientes del propio crecimiento psicolgico.

    La madurez de la vida religiosa, una tarea colectiva

    Es cierto que tenemos un reto personal en la madurez de la vidareligiosa que cada uno de nosotros ha de abordar de la mejor manera posible. Pero no es menos real que tenemos el desafo de ayudarnosunos a otros, en comunidades y congregaciones, a alcanzar una nuevamadurez personal y mostrar un rostro renovado de la vida religiosa. Ami modo de ver, la madurez de la vida religiosa es una tarea colectiva

    que necesita algunos acentos4

    . En lo que sigue recorrer tres centrosde atencin que son clave: anunciar al Invisible, vincular lo humano alo divino y sostener viva la utopa.

    a) Anunciar al Invisible

    Hace ya tiempo que el mundo se desencant, y Dios desapareci de laescena5. Hace dcadas, la organizacin religiosa de la sociedad dejde tener peso. Lo religioso se transfiri a la esfera privada. De igualmanera, las explicaciones cientficas de la realidad han idodesplazando a una religin que pretenda dar cuenta desde Dios delconjunto de lo que existe. As, la religin qued marginada en elmbito de las pasiones y los sentimientos pre-racionales. Asimismo, lapretensin de autonoma del individuo vio en la autoridad religiosa yderivadamente en la heteronoma divina una cortapisa a su voluntady a sus deseos. La tica religiosa se concibi como imposicin de unalite. Con este conjunto de percepciones, el discurso sobre Dios se nosantoja hoy anticuado, irrelevante por gratuito e interesado. De talmanera que las generaciones ms jvenes maduran hacia laincreencia: el lenguaje religioso vendra a ser un bonito cuento paralos nios, insostenible en la moderna vida adulta.

    En una sociedad como la nuestra nos corresponde, en primerlugar, dar cuenta de la existencia del Invisible6. Se trata aqu de dejar

    espacios libres para escucharle, tiempos para hablar de l y conversarentre nosotros qu significa en nuestra existencia. Tambin consiste endejar que nuestra vida cuestione e interpele. Si la llevamos con

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    autenticidad, es difcil que no lo haga. Hoy a nuestros semejantes seles hace muy difcil comprender que sea posible una vida sencilla ycercana a los pobres, disponible y casta. Cuando ven esto en alguienque no queda por ello destruido, sino que vive sereno y alegre,espontneamente se preguntan qu habr detrs que sostiene esa vida.Nosotros sabemos que la nica respuesta es: Jess y su Reino. De talmanera que dar cuenta de la existencia del Invisible supone cultivarnuestro interior para que no se seque y, a la vez, reflejar exteriormenteese mpetu que nos anima.

    En segundo lugar, hoy tambin nos corresponde dar cuenta de larelevancia de Dios. En la actualidad, todo parece discurrir al margende Dios y, gracias a ello, sin cortapisas. Al entender de muchos, Dioses un pegote gratuito a la vida o una autoridad impertinente. Porgratuito, innecesario; por impertinente, excluible. Nosotros y nosotrascreemos que en el mundo Dios es lo ms necesario y pertinente, lo queltimamente mueve a la justicia, a trabajar por la dignidad de las personas, a entregarnos por la solidaridad. En Dios encontramos la

    fuente de nuevos valores, la fuerza para vivirlos y la esperanza parasostenernos en ellos. Por tal motivo, el lenguaje de la justicia y lasolidaridad es posiblemente el ms elocuente para hablar a nuestroscoetneos de Dios y de su importancia. No hay otro al que la gente denuestro tiempo sea ms sensible7.

    Por ltimo, tambin tenemos la tarea de reflejar cmo el Invisibletransforma a las personas y las hace ms humanas y fecundas. De ahla necesidad de potenciarnos unos a otros, favorecer nuestra entrega ysoar otros horizontes vitales para los dems. El Reino tiene muchasexpresiones, pero una de las ms importantes es precisamente cmogenera nuevas personas: hijos, hermanos, amigos, apstoles, ellos yellas... En esto podemos ayudarnos mucho unas personas a otras.

    Somos responsables del crecimiento de los dems.As que una congregacin o una comunidad cuyos miembros soncapaces de anunciar al Invisible tiene uno de los rasgos de madurezque hoy se nos pide a los religiosos. Alcanzar a hacerlo es una tareaque merece atencin y esfuerzos.

    b) Unir lo divino y lo humano

    La cultura de nuestro tiempo ha relegado las motivaciones religiosas ylas cuestiones de sentido al mbito privado. Mencionarlas en elespacio pblico resulta obsceno y poco correcto; de hecho, seconsidera censurable: All cada cual con lo que piense en su fuerointerno y de qu se nutra para vivir como lo hace...! A nadie leinteresa. Tambin los religiosos, especialmente los de vidaapostlica, hemos quedado muy afectados por esta manera de pensar.

    Los religiosos de vida apostlica transitamos entre esos dosespacios, privado y pblico8. Nuestras comunidades conforman elprivado, mientras nuestras instituciones se alojan en el pblico. En lasltimas dcadas hemos experimentado un fuerte impulso a no permitirque la fe invadiera nuestras instituciones. As, por un lado, quedabanlas prcticas piadosas (la oracin, la Eucarista, nuestros retiros, labendicin de la mesa...) y, por otro, nuestra actividad laboral, muchoms profesional, fra y asptica.

    Las motivaciones para esta forma de situarnos han sido mltiplesy, en conjunto, muy slidas: era necesario salir delnacionalcatolicismo agobiante en que se viva y que tambin invada

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    nuestros espacios; convena abrir nuestras instituciones a personasque, aunque no tuvieran fe, podan aportar su buen hacer y a las que sequera acoger tal como eran. En ese sentido, queramos decir quetodos tenan sitio. Consideramos que no era necesario explicitarnuestras motivaciones cristianas en nuestro trabajo, porque, si eranreales, su autenticidad se reflejara con suavidad en nuestrasdecisiones. De esta manera podramos colaborar con otras gentes que,desde perspectivas humanistas, tambin trabajaban por el Reino,aunque lo caracterizaran con categoras seculares.

    En algunos lugares quedaba la pastoral. A veces, sencillamente,como un aadido que estaba deslindado del resto de la actividad de lasinstituciones. En ocasiones se ha considerado la pastoral como la justificacin de la existencia de una obra, cuando en realidad, o laactividad de la obra tiene sentido apostlico, o no deberainstrumentalizarse al servicio del anuncio de la fe. Este modelo slodesvaloriza al mismo tiempo la obra y la pastoral, que quedadesprestigiada a los ojos de las personas menos identificadas con la

    eclesialidad de la institucin.Las consecuencias de esta actitud son preocupantes. Quedan dosmundos separados: de un lado, lo secular; de otro, la fe, como si stano aconteciera en la vida y para la vida y pudiera desarrollarse almargen de aqulla. Por ese motivo, el lenguaje religioso resulta tanajeno al mundo de hoy, puesto que, efectivamente, lo hemos alejadode l. As tambin, cada vez sentimos ms reparo en hablar en pblicode las cuestiones de Dios. Hace ya tiempo que renunciamos a ello, enun momento en que la sociedad era mucho ms catlica que hoy.Cmo hacerlo ahora, cuando nuestro mundo es mucho msdescredo? Cmo justificar que adoptemos un lenguaje religioso ennuestras instituciones, despus de haber convocado a muchas personas

    sin explicitarles esta necesidad de hablar de las cosas de Dios enningn momento anterior? De ah, tambin, la enorme incapacidadpara incluir dinmicas creyentes en las obras. Las decisiones se tomandesde criterios de gestin, no tanto desde la consideracin de valoresevanglicos. El proceso se acelera cuando disminuyen los religiososde las obras y pasan a ocupar su puesto los laicos. stos no podrnhacer lo que los religiosos en principio mucho ms sensibles noquisieron hacer. Incluso, a veces, surge la sorpresa cuando ya unequipo directivo est dominado por gente no creyente, paradjicamente presente en una institucin que desea ser de laIglesia. De esta manera, llega un momento en que se percibe que ladimensin de fe se ha separado de la vida, es un aadido adosado en

    otro espacio diferente y que, en ltimo trmino, resulta prescindible.Por suerte, no siempre sucedi de esta manera. Ahora bien, donde

    s lo hizo, nos podemos preguntar qu futuro espera a aquellasinstituciones que adoptaron este modelo. Estando bien gestionadas, podrn seguir adelante, posiblemente con cierto xito y con lacredibilidad que suelen tener las instituciones de Iglesia, debido a suseriedad y buena administracin. Pero dejarn de ser lugares desde losque la Iglesia pueda anunciar el mensaje del Evangelio y susimplicaciones en la historia, porque hace ya tiempo que desistieron deello9.

    Tambin para las personas que podemos vivir de ese modo, lasconsecuencias son nefastas. Nuestro mundo de fe lo cultivamos en losespacios privados de la comunidad, pero sin que traspase las paredesdel convento. Habitamos dos mbitos separados (lo divino y lo

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    humano, la fe y la misin, la liturgia y la vida, la piedad y losproblemas reales, el sentido y la gestin...) que nunca se encuentran.De ah se deriva una gran inmadurez y una fra infecundidad. Es ms,al final la fe se puede vivir como un contenido ms de la vida religiosay no como lo que la nutre y vigoriza. De hecho, esa vida se secularizatanto que, finalmente, se puede vivir igual fuera, slo que con menoslimitaciones.

    Sinceramente, creo que la fecundidad de lo que hacemos brota desu imbricacin con nuestra fe. Por este motivo nuestra vida esreligiosa. Si no, se queda en vida por un lado, y en religiosa por otro.Cuando la fe y la misin se unen, y esa ligazn se explicita, sereflexiona a partir de ella y se obra en consecuencia, entonces surgennuevas ilusiones, se abren nuevos horizontes apostlicos, hay msentrega a los ltimos, ms sensibilidad hacia la injusticia. No slo eso,sino que la fe es ms viva, llena ms, nos agarra mucho ms pordentro. Y, al mismo tiempo, la vida se torna ms profunda, se ve conotro encanto y pide cada vez ms confianza y espritu. De todo esto,

    nada es nuevo. Se trata de nuestra fe en Jesucristo, verdadero Dios yverdadero hombre, en quien lo divino y lo humano se encontraban, aun tiempo, sin confusin y sin separacin. Hoy no pecamos porconfusin, pero corremos el riesgo de hacerlo por separacin.

    La madurez aqu es precisamente integracin de fe y misin; enclave ignaciana, compenetracin de fe y justicia, para que la justiciasea ms evanglica y la fe ms compasiva y autntica10. Esta madurezno podemos alcanzarla solos; tenemos que ayudarnos mucho unos aotros, en nuestras comunidades e instituciones, para que pueda brillary alimentarnos.

    c) Sostener viva la utopa

    Una vida religiosa madura es la que anuncia que esta realidad tienesalvacin y que, por lo tanto, hay puertas abiertas a otro mundo posible. Este planeta roto en el dolor de sus gentes y atrapado porredes de pecado estructural tiene vas abiertas a la justicia y la vidadigna. Vivimos cerca de un tiempo de mucho sufrimiento humano yde lucha por la dignidad. Lo experimentamos como gracia. Vemoscada da muchas flores que brotan del barro, sabemos que el grano quemuere da fruto, y celebramos con pasin el gran acontecimiento delmuerto viviente.

    Frente a tantas personas que creen que este mundo no tiene futuroy que esta vida consiste en un slvese quien pueda a costa de quienno lo consigue, nosotros estamos convencidos de que el futuro es precioso, porque est en manos de Dios, y que lo entrevemosalumbrado por pequeos acontecimientos.

    Eso es sostener la utopa: comunicar que hay una realidad quellega, indita y posible. La madurez consiste precisamente en vivirlaya, vida alternativa ya, en la historia: en nuestras comunidades ycongregaciones, en nuestros encuentros y trabajos. Se trata del Reinoque Jess gritaba que estaba cerca y que describa con parbolas ymetforas, porque lo vea patente a su lado.

    Al servicio de esa transformacin del mundo tenemos a la Iglesia,que quiere ser sacramento de la vida de Dios. Una Iglesia que hoy

    tambin necesita muchas dosis de utopa, mucha conversin yconfianza, libertad y dilogo. Se nos pide para ello seguir apostandopor las vas abiertas en el Concilio y por todo aquello que el Espritu,

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    que entonces sopl fuerte y decidido y que hoy nos reclama fidelidad,contina inspirando en nuestro corazn.

    As, una vida religiosa madura debe creer que otro mundo y otraIglesia son posibles, y poner sus manos en las manos de Dios para quel, a travs tambin de nosotros, pueda ir transformando la realidad yacercndola ms a s.

    En definitiva, la madurez de la vida religiosa no es una meracuestin de tiempo, ni exclusivamente psicolgica; de hecho, nisiquiera nos incumbe nicamente de forma individual a cada uno denosotros. Se trata de un reto colectivo que tenemos planteado lascongregaciones religiosas y al que debemos ir respondiendo ennuestras comunidades y obras apostlicas. En esa tarea tenemosmucho en lo que ayudarnos, de manera que, como grandes familias,podamos anunciar al Invisible al Padre que habita en la realidad y encada acontecimiento, unir lo divino y lo humano al estilo del Jessdel Evangelio, Cristo para nosotros y sostener viva la utopa de un

    mundo y una Iglesia nuevas tal como nos alienta a hacerlo elEspritu.

    * Trabaja en la ONGD Alboan. Bilbao. .

    1. Como dice san Ignacio recogindolo del Evangelio, aun cuando se trata de unadinmica que tambin contemplan otras muchas tradiciones religiosas, piensecada uno que tanto se aprovechar en todas cosas spirituales, quanto saliere de suproprio amor, querer y interesse (EE 189).

    2. Hay una interesante y bella descripcin de estas diferencias generacionales enGONZLEZ BUELTA, Benjamn, Identidad corporativa: dnde estamos?Adnde queremos ir?: Manresa 76, n. 300 (2004), 213-230 (213s).

    3. De hecho, la vida religiosa es una cuestin afectiva, es cuestin de amor. Es latesis que acompaa al libro de CENCINI, Amedeo, Virginidad y celibato hoy, SalTerrae, Santander 2006, p. 26.

    4. Jos Mara CASTILLO llega a afirmar que lo esencial y determinante de la vidareligiosa es crear las condiciones de posibilidad que hagan realmente factible elque determinadas personas vivan su fe en Jesucristo de tal manera que haganvisible y tangible en el mundo un modo de ser diferentes: El futuro de la vida

    religiosa, Trotta, Madrid 2003, p. 178.5. Es la tesis que atraviesa el libro de GAUCHET, Marcel, El desencantamiento delmundo. Una historia poltica de la religin, Trotta, Madrid 2006, un texto que yaes todo un clsico, con perspectivas que resultan muy interpeladoras.

    6. Se trata de una tarea que la Exhortacin Apostlica Vita Consecrata (1996)contempla como confesin de la Trinidad (nn. 14ss).

    7. Cf. VITORIA, Javier, Cultura democrtica de la solidaridad y fe trinitaria: Iglesia Viva167 (1993), pp. 417-427 (423).

    8. Tal vez el fenmeno de la vida religiosa, desde sus inicios, incidi en laseparacin, y de lo que se tratara, pues, sera de vivir cada vez ms la facetareligiosa de la vida. Sobre este punto reflexiona POTENTE, Antonieta, Entrememoria y presente: ensayo mstico-poltico sobre vida religiosa, Frontera (n.46), Vitoria 2004, pp. 30ss.

    9. Pueden encontrarse algunas orientaciones interesantes para el cambioinstitucional en MARTNEZ, Felicsimo, Situacin actual y desafos de la vidareligiosa, Frontera (n. 44), Vitoria 2004, pp. 75ss.

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    10. En la Compaa de Jess, las ltimas dcadas nos han servido para comprenderesto cada vez mejor: Congregacin General 34, decreto 2, nn. 18-19.