Serer, Vicente Renovacion de La Vida Religiosa

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V X \ ^ i J

SERER VICENSXC

Renovación de la vida religiosa

•r resortes ps ico pedagógicos

STVDIVM

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VICENTE SERER, T. C.

RENOVACIÓN DE LA

VIDA RELIGIOSA RESORTES PSICOPEDAGOGICOS

Prólogo del

R. P. JOSÉ MIGUEL MIRANDA ARRAIZA, O.C.D.

STVDIVM, ediciones Bailen, 19

MADRID-13

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© JULIO GUERRERO CARRASCO STVDIVM, ediciones

IMPRESO EN ESPAÑA

1968

NIHII . OBSTAT: F R . ALBERTO CAS-TRILLON R., Censor.—IMPRIMÍ PO-TBST: F E . JESÚS RAMOS CAPELLA, Superior Generalis,—NIHIL OBSTAT: D. VICENTE SERRANO, Censor.—NIHIL OBSTAT: DR. RICARDO BLANCO, Vica­rio General. — Madrid, septiembre

de 1968.

D e p ó s i t o l e g a l : M. 19OO0.—1968

Gráficas Halar, S, L.—Andrés de la Cuerda, 4.—Madrid-15.—1968

PRESENTACIÓN

Tengo el gusto de presentarte, lector amable, la obra RENOVACIÓN DE LA VIDA RELIGIOSA —Resortes psicopedagógicos—, del R. P. Vicente Serer, terciario capuchino.

Aunque la frase sea muy manida, se rae antoja comenzar con ella: He aquí un libro diferente so­bre un tema riquísimo e inexplotado suficientemen­te. Y conste que no digo esto como un recurso lite­rario. Es de verdad.

Sobre la vida religiosa han aparecido muchos li­bros y ensayos, unos de cortos alcances, otros bas­tante felices. Pero sobre Psicología y Pedagogía en la Vida Religiosa, la literatura ha sido muy escasa. Apenas hay unas pocas obras.

La que tratamos de reseñar tiene este inmenso valor: Contarse entre esas pocas y tratar el tema de una manera distinta a como lo tratan los demás. El mérito está, pues, ganado.

El método es sencillo y muy actual: escoge válo-rei humanos para analizarlos y darles un barniz so­brenatural. No hay uno solo que no pase por la mente y la pluma del autor sin que logre ese obje­tivo. Esto tiene su dificultad. No se puede olvidar que hasta nuestros días los valores humanos han

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estado desprestigiados. Se nos enseñó que se podía ser santo sin ser hombres y tratamos de construir una santidad mediatizada y enfermiza. Hoy vamos comprendiendo las cosas y estamos tratando de dar a cada realidad su valor: no se puede ser buen cris­tiano, y consecuentemente religioso perfecto, si no se es hombre cabal. Aclaro: solamente cuando bus­quemos formar al cristiano somo hombre tendremos la base para formar al hombre como cristiano. Es decir, cuanto más hombre sea el hombre, logrará ser mejor cristiano, y cuanto más cristiano, será más hombre.

Esto lo entendía muy bien aquella gran mujer que se llamó Santa Teresa de Avila, cuando repetía a sus monjas: "Hijas mías, cuanto más santas, más conversables con sus Hermanas." Tan cierto es que ella supo llevar a la práctica este "slogan", que Ga­briel y Galán, el exquisito poeta extremeño, quiso destacar este mérito teresiano en uno de sus sone­tos dedicado a la Santa:

Mujer de inteligencia peregrina y corazón sublime de cristiana, fue más humana cuanto más divina y más divina cuanto más humana.

Para mí, éste es uno de los mejores valores de la obra. Sin duda porque hace tiempo que ando refle­xionando sobre estos mismos conceptos. Y lo sub­rayo, porque todavía "estos valores humanos'' no han sido admitidos por la puerta ancha en las Co­munidades religiosas. Hay avances, pero faltan mu­chos kilómetros para llegar a la meta deseada. El autor • no menosprecia en ningún momento los va­lores de la vida religiosa, pero no los concibe des­carnados, como si fuésemos ángeles y no hombres. Por eso aquilata conceptos que a menudo se con­funden, como humano con mundano, firmeza con terquedad, santidad verdadera con beatería, comu­nidad con comunismo... Es decir, oro, con oropel.

Naturalmente que a lo largo de estas exquisitas páginas hay enfoques de otros ternas importantes y variados, siempre en torno a la problemática de la vida religiosa. De ellos, unos que se están revisando

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a conciencia dentro de la era posconciliar; otros que todavía están oscuros, otros que son discutibles... Y eso es precisamente lo encantador de esta obra; que da para todo. Es riquísima en temas. Por este motivo, tanto los subditos, como los que los gobier­nan, encontrarán aquí abundante material para es­tudiar, para dialogar, y sobre todo para llevar ade­lante una sana renovación religiosa a la luz de la Constitución "Perfectae Caritatis". Porque eso sí, no hay pensamiento en el libro que no esté escudado en éste y en otros documentos conciliares.

El autor dice que estas páginas son un mosaico de pensamientos sobre la vida religiosa. Sí, es cier­to. Pero un mosaico de pensamientos vivos, profun­dos, actuales, serenos, valientes. Son verdades en punta, banderillazos bien logrados y a menudo es­toques definitivos. No quiero llamarlo "Manual" im­prescindible dentro de la renovación posconciliar, pues esta expresión me es poco simpática, o "vade­mécum", palabra que tampoco me gusta. Digamos más bien que es un libro que requiere estudio, ma­nejo constante, reflexión para toda Comunidad Re­ligiosa. Está escrito para ser rumiado, digerido y hasta manchado de tanto usarlo. No es una obra para adornar estantes de biblioteca. Es para tener­lo abierto en el escritorio de cada religioso.

Sobre el autor, no sé ciertamente qué se puede decir que no se sepa, al menos aquí en Colombia. Porque, ¿quién no conoce en esta República sud­americana al P. Vicente Serer? Quizá a los que no son ni han vivido aquí les diría: Imaginaos un, hom­bre que ha pasado toda su vida escribiendo, diri­giendo revistas, dando charlas y conferencias y tro­tando por todos los lugares de esta patria colombia­na. Literariamente se estrenó en la Revista Albo­rada, que él la dirigió más tarde, la elevó ?¡ le dio categoría, hasta el punto que actualmente está con­siderada como una de las mejores de esta, tierra, y en su género—psicopedagógico—, la única. Basta ho­jear sus páginas y le veremos al P. Serer disfrazado con un montón de nombres. Pedagógicamente brilló en la Escuela Psicopedagógica de Meiellín, que él la instituyó y que hoy es gloria de aquella ciudad. En el ámbito cultural religioso, digamos, no ha ha­bido congresos, reuniones o encuentros, cerno de-

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timos ahora, donde no salga a relucir el nombre del P. Serer con su charla amena y serena. Por eso tie­ne entre los religiosos—especialmente entre ellas— tanta "hinchada". Incluso estas páginas se han es­crito con experiencias recogidas en esas interven­ciones, como él mismo apunta.

Sobre otras actividades del autor podrían hablar mejor sus "hijos", los Terciarios Capuchinos; y digo sus hijos porque él ha merecido ser escogido para Provincial de la provincia colombiana de su Insti­tuto, cargo aue en la actualidad desempeña.

Por lo demás, hablar en Colombia del P. Vicente Serer es hablar de simpatía, sencillez, sinceridad, cordialidad, en fin, de todos esos valores divinos-humanos que él tan bellamente los explica. Esto lo conocen muy bien los Cursillistas de Cristiandad, a cuyo Movimiento está entregado y donde lo conocí.

En resumidas cuentas: la obra RENOVACIÓN DE LA VIDA RELIGIOSA—Resortes psicopedagógi-cos—, que es también Pedagogía de la Vida Religio­sa, escrita por pluma tan competente y llena de ex-

» periencias, es algo que merece la pena. Abre mu­chos caminos, brinda orientaciones nuevas, resalta valores humanos y divinos que andaban perdidos y, en definitiva, enseña a construir Comunidades re­ligiosas posconciliares, sacando formas nuevas del riquísimo tesoro del Evangelio, de la Iglesia y del espíritu de los Fundadores.

Creo que en esta preocupación urgente se encuen­tran todos los Institutos religiosos hoy en día. Pues en ese camino, no Ubre de dificultades y de som­bras, el libro del P. Serer es contribución excelente, es luz- orientadora. Estoy seguro de ello.

Bogotá, Colombia, julio de 1968, año del XXXIX Congreso Eucarístico Internacional.

P. JOSÉ MIGUEL MIRANDA ARRAIZA, OCD.

Párroco de la iglesia de Santa Teresita.

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PRELIMINAR

Muchos buscan la adecuada renovación de la vida religiosa a la luz del Vaticano II, pero no todos son capaces de realizarla. Hay que sacar formas nuevas del riquísimo tesoro del Evangelio, de la Iglesia y del espíritu de los Fundadores.

El Concilio da para todo. Cada uno lo interpreta a su manera y le hace decir lo que desea. Si las solu­ciones concretas no son ponderadas, hay peligro de caer en graves errores, porque el peor momento de establecer una reforma es cuando no hay posibilidad de diferirla.

Son demasiadas las cosas que se confunden: comu­nidad cristiana con comunismo, libertad con liberti­naje, auténtico con instintivo, apostolado con prose-litismo, caridad con condescendencia, personalidad con machismo, sensibilidad con sensualidad, justicia con intolerancia, firmeza con terquedad, obediencia con conformismo, humano con mundano, compren­sión con aceptación, diálogo con discusión...; todos ellos términos que tienen que ver con la íntima ma­nera del ser humano. Ha de humanizarse lo sobre­natural, es verdad, pero a fin de sobrenaturalizar lo humano.

El hombre cambia sin cesar y cambia el ambiente general de la vida, permaneciendo idéntico en la

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esencia. No nos podemos aislar en un mundo de año­ranzas, pero tampoco podemos considerar cada tradi­ción como una rut ina. Hemos de enseñar hoy a vivir la totalidad del Evangelio; la Pastoral es una ciencia de evolución. E l hombre actual, con su angustia exis-tencial, ni es tan malo como nos lo presentan los pesimistas, ni tan distinto como algunos pre tenden; ha cambiado, y nosotros debemos cambiar, pues en toda postura inflexible y extremada se encuentran dos pecados escondidos: soberbia y pereza mental.

Con los jóvenes de hoy y su peculiar manera de ver, juzgar y actuar, hemos de construir la Iglesia del futuro. Pero ellos necesitan nuestro testimonió y nues t ra clara y firme orientación. Tenemos plena confianza en que la juventud de nuestro siglo no será menos generosa en responder al l lamamiento del Maestro que la de los tiempos pasados; siempre y cuando en sus familias y en nosotros encuentren el ejemplo y la ilusión como cosa normal y espon­tánea.

Se constata una disminución en el número de candidatos a la vida religiosa y un aumento en el número de los que la abandonan. Nuevos métodos de pastoral vocacional, que hagan sentir la conciencia eclesial de toda la comunidad cristiana, se imponen cada día para que todos se responsabilicen del pro­blema vocacional.

La perseverancia depende de muchos factores indi­viduales, de la correspondencia a la gracia, pero también de una serie de logros que las comunidades deben in ten ta r : consagración plena, comunión fra­ternal , espíri tu de servicio, autenticidad dinámica...

Es tas páginas se escribieron para ayudar a los religiosos y religiosas. A pesar del título, aquí no se habla propiamente de psicología; sin embargo, psi­cológico y pedagógico quiere ser su enfoque funda­mental de la problemática religiosa, con un lenguaje al alcance de todos.

La palabra viva, con el calor de la persona y el énfasis de la dicción, mueve y conmueve más que la simple le t ra muerta. Es te mosaico de pensamien­tos fue antes motivo de innumerables conferencias,

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pláticas y convivencias. Muchos religiosos y religio­sas me manifestaron el deseo de poseerlos para me­ditarlos y profundizarlos. Darles forma no fue difícil, pues nunca hablo sin un esquema de ideas precon­cebido y asimilado.

Este opúsculo quizá carezca de la unión y lógica de un libro de tesis; sin duda alguna no pretende agotar los temas que trata . Se encontrarán frases repetidas y pensamientos casi iguales, pues uno cuando habla se repite en aquello que cree de ma­yor importancia. Su único y modesto objetivo es ofrecer a las almas consagradas una serie de refle­xiones prácticas que las mentalicen y eleven.

Por la acogida que le dispensen, muchas gracias.

VICENTE SERER VICÉNS, T. C.

Bogotá, 15 de mayo de 1968. XXXIX Congreso Eucarístico Internacional. Vínculo de Amor.

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1 CRITERIOS Y RENOVACIÓN

Sin la cooperación de todos los miem­bros del Instituto, no puede conseguirse la renovación eficaz, ni la recta acomoda­ción de la vida religiosa.

(P. C. n. 4.)

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1. Vuelta a las fuentes y cooperación. 2. Criterios de renovación. 3. Crisis de vida honda. 4. Psicosis de ausencia. 5. Vuelta al Evangelio y al espíritu propio. 6. Comunidad, verdadera familia. 7. El fenómeno de la masa. 8. Revisión de tradiciones. 9. Vivencia de una amistad pura.

10. Consagración a Dios. 11. Teología de la vida religiosa. 12. Vida religiosa con imagen renovada. 13. Religiosos, arreligiosos. 14. Fidelidad y adaptación. 15. La disciplina regular. 16. Fidelidad y no rigor. 17. Castidad, mortificación y buena educación 18. Santidad de la regla. 19. Culto interno de la regla. 20. Riesgo de la inobservancia. 21. Confusión de términos. 22. Dilemas. 23. Saber y ser. 24. Caridad es verdad. 25. Generosidad y santidad. 26. Testimonio cristiano. 27. Humano, sí; pero no mundano. 28. Génesis de la sabiduría. 29. Eco de Dios. 30. Psicología de los placeres. 31. Virtud y falso placer. 32. Psicología del triunfador. 33. Creerse capaz y ser constante. 34. Vivir con ilusión, no vivir de ilusiones 35. Pesimismo, suicidio del espíritu.

1. Vuelta a las fuentes y cooperación

«La renovación adecuada de la vida religiosa abar­ca a un tiempo, por una parte, la vuelta a las fuentes de toda vida cristiana y a la primitiva inspiración de los Institutos; y, por otra parte, una adaptación de los mismos a las diversas condiciones de los tiempos. Renovación que hay que promover bajo el impulso del Espíritu Santo y la dirección de la Iglesia» (1).

«Sin la cooperación de todos los miembros del Ins­tituto no puede conseguirse la renovación eficaz, ni la recta acomodación. Pero piensen todos que la esperanza de la renovación hay que ponerla, prefe­rentemente, en la observancia más fiel de las Cons­tituciones, que en la multiplicación de las leyes» (2).

2. Criterios de renovación

El criterio, según el Concilio, que debe presidir y guiar la reforma, debe ser el de lo fundamental; abarca la vuelta a las fuentes de toda la vida cristia­na y a la primitiva inspiración de los Institutos. Lo fundamental, dice, es doble: lo fundamental cristiano y lo fundamental del Instituto. Lo fundamental del Instituto tiene dos vertientes: lo fundamental de la

(1) P. C. 2. (2) P. C. 4.

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vida religiosa en general y lo fundamental de TAL Instituto. Esto supone un estudio y conocimiento de lo que es fundamental y lo que es accidental en la vida cristiana, en la vida religiosa y en la misión es­pecífica y modo de vivir de cada Instituto. Lo funda­mental es esencial, inmutable, de siempre. Lo acci­dental es accesorio, mutable, susceptible de revisión.

La norma de vida debe estar en consonancia con las condiciones físicas y psíquicas actuales de los miembros (3), y con las necesidades del apostolado y circunstancias sociales y económicas de los pro­pios tiempos. El estudio de todas estas cosas, res­petando la jerarquía de valores, se acoge a una serie de principios: En lo necesario, unidad; en lo dudoso, libertad; en lo fundamental, fidelidad; en lo acci­dental, adaptación; en todo, caridad.

3. Crisis de vida honda

Necesitamos para los diversos tiempos una encar­nación del mundo que tenemos que evangelizar; si no usamos su lenguaje no seremos entendidos. La falta de adaptación implica una crisis de vida hon­da ; el organismo fuerte y sano se adapta, con cierta facilidad a los diversos climas y circunstancias; pero cuando envejece, falto de vitalidad, ya no reaccio­na ni se adapta; entonces está próximo a la muerte.

La Iglesia, llena de vida, se adapta perpetuamen­te y pide la adaptación de sus estructuras. La vida religiosa ha de ser lo mismo; si no se adapta, muere; la incapacidad de adaptación de algunas Ordenes y Congregaciones—dice Martínez Cano—(por más pa­liativos que se le quieran poner), es señal de obras trascendidas, carentes de vitalidad (4).

Comunidad que le falte el ambiente respirable de espontaneidad, o la elasticidad equilibrada de adap­tación, tiene dirigentes que no funcionan o que per­tenecen a épocas ya superadas. Los Superiores que no leen, pierden la flexibilidad de espíritu para adap-

(3) P. C. 4. (4) MARTÍNEZ CANO, Promoción espiñfual de los religiosos,

ed. Desclée, Bilbao, 1966.

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tarse, se petrifican en determinadas actitudes que tal vez no son las más adecuadas a la época presente. Las medicinas son para los enfermos, las Constitu­ciones para la santificación de los miembros actuales, los apostolados para la cristiandad en marcha y los Sacramentos para los hombres.

Eviten el choque de generaciones que se produce cuando el conjunto de los que gobiernan es de edad demasiado madura.

4. Psicosis de ausencia

Diálogo y comprensión son dos palabras de moda que todos pronunciamos con frecuencia y que senti­mos la psicosis de su ausencia. Nos cuesta compren­der la juventud, como cuesta comprender lo que nos desborda, aquello que nuestras categorías mentales no pueden ya asimilar.

¿ No son acaso—dice Juan Fernández Martínez—mu­chas de nuestras prudencias, de nuestras reticencias, muchos de los frenazos que damos a los impulsos ju­veniles, el fruto non sancto de un amor propio quizá disimulado, inconfesable, pero no por ello menos real?... ¡Qué mal nos cae que las generaciones nuevas se sientan incómodas en los moldes prefabricados a que queremos someterlas! De ahí que cuando, valien­temente nos exteriorizan su inconformidad, echemos mano del recurso poco honrado de rasgarnos las ves­tiduras. Suspiros e improperios, huida del diálogo, es toda respuesta (5).

5. Vuelta al Evangelio y al espíritu propio

La vida interior, a la luz del Evangelio y del espí­ritu del propio Instituto, criterio supremo de renova­ción y aggiornamento. Al mundo se le salva por el mismo camino que Cristo le redimió: con el misterio

(5) FERNANDEZ MARTÍNEZ, JUAN, «Superiores de Seminarios y nueva ola», Incunable, 198, enero 1966.

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de la Cruz, que aparece en su anonadamiento, hecho obediente hasta la muerte.

Nosotros explicamos eficazmente la redención y logramos la auténtica renovación en obediencia ren­dida y respeto profundo al misterio de la Iglesia; en humildad evangélica; en pobreza real y no jurídica, en oración encendida y contacto continuo con Cristo, en castidad perpetua que rehuye las evasiones dis­persivas, y todo esto levantado sobre una humanidad cultivada y exquisita, adiestrada para un fecundo apostolado en el mundo de hoy, que pide testigos vi­vos del Evangelio.

Busquemos pronta y paciente solución de la crisis en la vida religiosa, a la luz de principios ciertos y por personas autorizadas, que capten el sentir de to­dos los buenos religiosos, sin dejar la iniciativa de las adaptaciones a quienes por falta de espíritu y de criterios sobrenaturales y llevados del instinto, ex­pondrían la buena marcha de los Institutos.

6. Comunidad, verdadera familia

«La Comunidad como una familia verdadera, reuni­da en el nombre del Señor, disfruta de su presen­cia (6); porque el amor de Dios se ha derramado en los corazones por virtud del Espíritu Santo (7). Pero el amor es el cumplimiento de la ley (8). Más aún, la unión de los hermanos manifiesta la venida de Cris­to (9) y de ella deriva un gran vigor apostólico (10).

Con estas palabras el Concilio resalta el valor de la vida común, y añade que hay que procurar que se llegue a una categoría solamente, salvo lo que deriva del orden sagrado. La vida común es el medio más apto para formar o deformar las conciencias.

(6) Mateo, 18, 20. (7) Juan , 13, 35. (8) Rom., 5, 5. (9) Rom., 13, 10. (10) P. C , c. 15.

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7. El fenómeno de la masa

Toda reunión un poco numerosa, unidos por ideales y motivos psicológicos, tiene su manera específica de reaccionar, que no es la de cada uno de los indivi­duos, ni su suma, y en muchos casos es contrario al modo de ser de muchos.

Dentro de la masa el individuo queda psicológica­mente afectado, tanto más cuanto que la carga afec­tiva de la masa es mayor y el individuo más suges­tionable.

En medio de la colectividad el YO pierde en gran parte su capacidad psíquica, tomando el modo flo­tante de la colectividad. Esto constituye la crisis de identidad de no pocos religiosos y sobre todo de religiosas. El sujeto pierde su propio estilo cayendo en cierta pasividad gregaria de seguir al que va de­lante o simplemente lo que está escrito. Se pierde en parte el espíritu de iniciativa, se llega al infanti­lismo (11).

8. Revisión de tradiciones

De aquí la necesidad urgente de revisar las tradi­ciones y costumbres de las comunidades religiosas, especialmente femeninas, confrontadas con los cin­co principios de renovación:

— Seguimiento de Cristo en el Evangelio. — índole y misión propia del instituto. — Iniciativas e intenciones de la Iglesia. — Necesidades de la Iglesia actual. — Condiciones humanas y psicológicas de la épo­

ca (12)

9. Vivencia de una amistad pura

Lo esencial de la caridad en la vida religiosa reside en la vivencia de una amistad auténtica y madura

(11) MARTÍNEZ CANO, O. C , 116. (12) Conferencia de Religiosos, Brasil, 2, C.L.A.R.

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entre sus miembros, vinculados por un compromiso común, informada por la caridad que lleva a una pro­funda «Koinonía», penetrada por la presencia de Cris­to, fecunda en actitudes de servicio hacia los hom­bres (13).

La Comunidad, así entendida, se presenta como el signo principal de los valores evangélicos que la vida religiosa ofrece a la Iglesia y al mundo de hoy (14).

A los Superiores corresponde, con la ayuda de todos, examinar la manera de entablar un auténtico diálogo fraterno, con u n mejor conocimiento mutuo, disponibilidad para perdonar, disposición para co­laborar; una maduración más completa, conscientes de nues t ra responsabilidad, capaces de iniciativa, y decisión, penetrados de la verdadera humildad y deseosos de ver toda la verdad para comprometerse con ella.

10. Consagración a Dios

«Pero la Iglesia no sólo eleva con su sanción la profesión religiosa a la dignidad de estado canónico, sino que la presenta, mediante la acción litúrgica, como un estado de consagración a Dios» (15).

Además del valor subjetivo con las disposiciones interiores y la entrega personal del religioso, la Igle­sia con su consagración y su oración pública le de­dica al servicio de Dios, le asegura las correspon­dientes gracias, de tal manera que todas sus activi­dades entran en el orden sacro y cultural (16).

Por eso Santo Tomás definía la vida religiosa como el estado por el cual el hombre es consagrado total­mente, él mismo y todas sus cosas, al culto y al servi­cio de Dios (17).

He aquí el amor, he aquí la dignidad.

(13) C.L.A.K., 2-1 (14) P. C. (15) GS, 45. (16) TIMOTEO URIQUIRI, Acción litúrgica de la Iglesia en la

profesión religiosa, pág. 296. (17) S. T H „ I I I , q. 63, a. 6.

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11. Teología de la vida religiosa

Los consejos evangélicos de castidad consagrada, de pobreza y obediencia fueron siempre recomendados por los Apóstoles y Padres, por los Decretos y Pasto­res de la Iglesia, como un don divino que la Iglesia recibió del Señor y que con su gracia conserva siem­pre. La autoridad de la Iglesia, bajo la guía del Espíri­tu Santo, se preocupa de interpretar estos consejos, de regular su práctica e incluso de fijar formas esta­bles de vivirlos.

Por la profesión religiosa el religioso hace una total consagración de sí mismo a Dios, amado sobre todas las cosas, de manera que se ordena al servicio de Dios y a su gloria, por un tí tulo nuevo y especial, extrayendo de la gracia bautismal un fruto más co­pioso. Su vida espiritual se consagra también al pro­vecho de la Iglesia, según la índole propia de cada Inst i tuto. Aparece como un símbolo que puede y debe a t raer eficazmente a todos los miembros de la Iglesia a cumplir sin desfallecimiento los deberes de la vida cristiana. Presenta perennemente en la Iglesia el gé­nero de vida que el Hijo de Dios tomó cuando vino a este mundo para cumplir la voluntad del Padre y que propuso a los discípulos que le seguían. Finalmente, proclama de modo especial la elevación del reino de Dios sobre todo lo ter reno y sus exigencias supre­mas (18).

El Concilio aprecia sobremanera la vida virginal, pobre y obediente de los inst i tutos religiosos trazada sobre el modelo de Cristo, y los exhorta a todos a di­fundir por todo el mundo la Buena Nueva, glorifican­do al Padre, que está en los cielos. Es frecuente la in­sistencia en el valor teológico de la vida religiosa, en la vida comunitaria de fraternidad, en el testimo­nio de vida evangélica en caridad, en el símbolo y re­clamo de una vida ulterior y eterna; como también en el apostolado eficiente dentro de una pastoral de conjunto, exacto conocimiento de los tiempos.

(18) L. G. 44.

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12. Vida religiosa con imagen renovada

La vida religiosa ha de presentar una imagen re­novada a los ojos del mundo, destacando los siguien­tes valores:

— Vida comunitaria que expresa más auténtica co­munión fraternal, que relaciones meramente jurídicas (19).

— Consagración plena y total a Dios, a nivel de las experiencias más profundas de la vida humana (pobreza, castidad y obediencia) que implica un riesgo, señal y testimonio encarnado de la tras­cendencia del Reino de Dios (20).

— Servicio a la Iglesia en el mundo, que en Améri­ca Latina debe caracterizarse por la promoción humana (21) tendiendo al desarrollo y a la in­tegración.

— Autenticidad dinámica, despojada de formas muertas y creadora de expresiones actualizadas a la luz del Evangelio y según los signos de los tiempos (22).

— Eficiencia que respete y valorice la capacidad y los carismas personales proyectándolos a la cons­trucción de la Iglesia y el mundo (23).

— No nos fijemos en cuatro hechos que nos agitan sin llegar a la nueva mentalidad: INSTITUCIO-NALIZACION DEL CAMBIO, con criterios cla­ros y permanentes y compromiso personal con la responsabilidad de hombres conscientes y personas consagradas.

(19) P . C. 15. (20) L. G. 44. (21) P . C. 8. (22) P . C. 22. (23) P . C. 14.

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13. Religiosos, arreligiosos

Admitimos que el siglo xix puso casi exclusivamen­te su acento en los deberes para con Dios. Los religio­sos se concretaban a acusarse de su falta de piedad, omisiones en la oración, incumplimiento en sus de­beres religiosos contemplados en la regla (24).

Pero hoy hemos de denunciar con honda pena, todo lo contrario: el énfasis se pone en el amor al próji­mo olvidando casi por completo el amor a Dios. En­contramos religiosos sabios, economistas, buenos pro­fesores, activos apóstoles, apasionados en cuestiones sociales...; pero pocos con profunda fe, contacto con Dios, vida íntima, confianza en la virtualidad de los Sacramentos y de la palabra de Dios.

Una vida religiosa mutilada en su dimensión divina es una caricatura de religión. Un cristianismo redu­cido a una solidaridad humana, perdería su interés esencial. Un religioso arreligioso no interesa a nadie.

Ciertamente el amor al prójimo es la mitad del cristianismo: «En eso conocerán que sois mis discí­pulos»; pero antes había dicho el Señor: «Amarás a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todas tus fuerzas.»

14. Fidelidad y adaptación

He aquí los dos polos de acción con relación a la adecuada renovación de la vida religiosa. Debemos armonizar estas dos actitudes sin excluir ninguna de las dos. La fidelidad no debe ser perezosa y estéril conservación; pero la adaptación debe precaverse del peligro de un relativismo que llegue a afectar la esencia, el fin o la estructura de cada uno de los ins­titutos.

De la búsqueda de este equilibrio entre la solicitud por la fidelidad y el deseo de adaptación, nacerá nues-

(24) JEAN DANIÉLOU, «El complejo del antitriunfalismo», Eccle-sla, 1.384.

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tra posición armónica en bien de las diversas obras de la Iglesia a nosotros confiadas.

Ni tanta fidelidad que sea un freno para nuevas rea­lizaciones en un mundo de constantes cambios, ni tanta adaptación que caigamos en un relativismo con­tinuado e inconstante cambiando simplemente por cambiar con el afán de siempre nuevas experiencias que nunca llegan a madurar.

15. La disciplina regular

Hay que apreciar la disciplina regular, no sólo como auxiliar eficaz de la vida común, sino como elemento necesario de toda formación para adquirir el domi­nio de sí mismo; para procurar la sólida madurez de la persona y formar las demás disposiciones del alma que ayudan decididamente a la labor ordenada y fructuosa de la Iglesia (25).

El Concilio admite, en primer lugar, que la disci­plina es el mejor auxiliar de la vida común. Sin ella la vida comunitaria se resiente; sólo cuando todos cumplen sus obligaciones se garantizan los derechos de los demás. Armonía, puntualidad, orden, caridad dependen, en parte, de la disciplina, fielmente obser­vada con amorosa delicadeza.

El segundo objetivo no es menos importante que el primero: adquirir el dominio de sí mismo. El instinto y el capricho, las tendencias incontroladas, los desequilibrios y nerviosismos e incluso los com­plejos, son patrimonio de quienes no logran el domi­nio de sí mismo.

La sólida madurez de la persona, tan necesaria para los religiosos; ese paso gradual, con plena nor­malidad, en cada una de las etapas de la vida, tiene en la disciplina un apoyo singular.

Por último, la disciplina forma aquellas disposi­ciones del alma, que ayudan decididamente a esa Iglesia en actitud de servicio constante, cosa que re­

tas) O. T. 11.

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quiere (como la fidelidad en la disciplina) permanen­te generosidad.

16. Fidelidad y no rigor

Debe haber clara conciencia que la disciplina re­gular, siendo algo normal y necesario, no constituye, sin embargo, lo más importante de la vida religiosa.

El rigor causa tensión de espíritu, logra un cum­plimiento servil, no conduce a ningún fruto bueno, engendra angustia. La inobservancia nos lleva al caos, encuentra en las normas obstáculos y no rieles que paralizan los pasos al fin, es causa de innume­rables faltas de caridad. La fidelidad es una garan­tía, una observancia vital, íntima, flexible, razonada; sólo el amor puede vivificar una vida.

Procure el Superior, por una parte, buscar con exquisito cuidado las diversas manifestaciones de la Voluntad de Dios, estableciendo un auténtico diá­logo con los subditos; y por otra parte, él, con su autoridad, es quien ha de decir la última palabra, determinando lo que conviene hacer (26). De esta manera la vida de obediencia será un testimonio del «sacramento de unidad» de la Iglesia.

Piensen, sin embargo, los Religiosos, que las prin­cipales causas de los desequilibrios suelen ser per­sonales, por falta de alguna de estas cosas: castidad, mortificación, conciencia recta, buena educación.

17. Castidad, mortificación y buena educación

La castidad perfecta asegura el equilibrio interior, da transparencia de espíritu, supone dominio cons­tante y personalidad decidida; nos torna en carrete­ras secas que garantizan la fertilidad del Pueblo de

(26) P. C. 14.

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Dios; ofrece la bienaventuranza a los limpios de co­razón. Cuando, en cambio, la castidad falla, la confu­sión llega, involucrando lo auténtico con lo instintivo, la sensibilidad con la sensualidad, la caridad con la simple simpatía, la felicidad con el placer.

La mortificación, templanza, orden, disposición de servicio, son medios aptos para controlarse. Las pa­siones mal dominadas complican la vida, nos desequi­libran. La virtud la clarifica y simplifica. Cuando uno se complica debe pensar que lo están dominando sus propias pasiones.

Buena educación, con esas relaciones frescas de gentes que se estiman, requisito indispensable para vivir unidos en sociedad; cortesía sincera que es la flor de la caridad, afecto mutuo para los que viven bajo un mismo techo.

18. Santidad de la Regla

Si la fe en Dios constituye la esencia de la vida cristiana, la fe en la Regla y las Constituciones cons­tituye el nervio de la vida religiosa.

Quien cree en la santidad de la Regla, la venera; quien cree en su autoridad, la observa. Las Reglas no son obstáculos ni barreras que nos impiden correr, sino rieles que nos facilitan y encauzan la marcha segura por el camino de la perfección (27).

No limitan, sino garantizan el éxito; no son código penal y los Superiores gendarmes para hacerlas cum­plir, sino detalles exquisitos para conocer la Voluntad de Dios.

Tienen SANTIDAD DE ORIGEN y su existencia indica la vitalidad de la Iglesia y la inspiración cons­tante del Espíritu Santo que nos asiste a los hombres durante el transcurso de los siglos.

Las Reglas tienen Santidad de Naturaleza, pues son:

— El compendio del Evangelio.

(27) COLLIN, P. . Culto a la Regla, Editorial Luz, Madrid, 1965.

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— Tras las Reglas se oculta el Evangelio como tras el pan Cristo.

— Quintaesencia del Evangelio en granitos de per­fección.

— Manifestación clara de la Voluntad de Dios.

— Llave del cielo y nudo de una alianza eterna.

19. Culto interno de la Regla

Debemos dar primacía al Culto interno, pues nada vale una fachada magnífica con un interior derruido. Portada externa de una mausoleo: así es la observan­cia externa sin la interna. Mis Superiores y mis Re­glas podrán encuadrar mi vida exterior, pero sólo yo puedo hacerlo vitalmente como Dios quiere que lo haga.

La fidelidad supone un martirio a fuego lento por el derroche de generosidad que constantemente está exigiendo al individuo. Las falsas observancias están condenadas a la esterilidad.

Las Reglas y Constituciones son la herencia espi­ritual del Fundador, su testamento. Estremecido tem­blor de un hijo ante la madre abofeteada es lo que siente el buen Religioso ante las Reglas despre­ciadas.

20. Riesgos de la inobservancia

— La vulgaridad de vida: Dios trata a las almas como ellas lo han tratado antes. Salirse de la Provi­dencia de Dios. Sustraerse al influjo divino. Caminar por la mediocridad.

— Tibieza: Triunfo de la sosera moral. Un «stop» en el camino parando a los Hermanos. Lenta pero real apostasía de Dios. Oscurecimiento de la fe; in­sensibilidad de conciencia.

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— Pecado mortal: Catástrofe del alma consagrada; anemia interior; desprecio de Dios.

— Pérdida de la vocación: Que es un don, un mimo de Dios para nosotros; y con ello tal vez poner en riesgo nuestra perseverancia final.

Todos éstos son los riesgos de la inobservancia, que se notan palpables en muchos religiosos, desorienta­dos, bajo el título de modernismo.

21. Confusión de términos

Muchas cosas se confunden con frecuencia:

1. Auténtico con instintivo. 2. Apostolado con proselitismo. 3. Caridad con condescendencia. 4. Iniciativa con improvisación. 5. Justicia con intolerancia. 6. Humildad con apocamiento. 7. Humano con mundano. 8. Mensaje con propaganda. 9. Firmeza de voluntad con terquedad.

10. Obediencia con conformismo. 11. Libertad con libertinaje. 12. Personalidad con machismo. 13. Sensibilidad con sensualidad. 14. Comprensión con admisión.

Cada una de estas confusiones puede ser causa de honda reflexión.

22. Dilemas

— Hay quienes hacen porque son. — Hay quienes parecen porque hacen. — Hay quienes hacen por parecer.

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— Hay quienes sufren la deshonra. — Hay quienes aman el honor. —• Hoy quienes buscan los honores.

— Hay quienes desagradan porque temen. — Hay quienes temen porque desagradan. — Hay quienes temen desagradar.

23. Saber y ser

Los libros te darán el SABER; tu contacto con Cristo te dará el SER.

Es mucho mejor ser puro que saber normas sobre la castidad; ser humilde, que saber los grados de humildad; ser caritativo, que saber los capítulos sobre la caridad.

Lo esencial cristiano no es lo que nosotros apren­demos y hacemos, sino lo que Cristo hace en nos­otros mediante su divina gracia.

El cristianismo es una religión vital, donde la vida íntima de Cristo en nosotros lo informa todo: para poco sirven los teólogos sin fe; para nada los após­toles sin unión con Dios.

Rebuznos de teólogos los de aquellos que, bajo capa de modernismo, siembran la duda y opacan la fe. Anuncios de propaganda las actitudes de los «apóstoles activos», muy fiados de sus técnicas, que olvidan ser meros instrumentos de Dios.

24. Caridad es verdad

Cristo nos ha dicho: «No sepa la mano derecha lo que hace la izquierda»; pero también nos ha man­dado: «Así luzca vuestra luz ante los hombres, que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.»

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«No es tan malo no ser bueno y parecerlo, como serlo y no mostrarlo.»

(CALDERÓN.)

— ¿Por qué hay comunidades en donde las virtu­des hay que tenerlas calladas porque causan re­vuelo?

— ¿Por qué se murmura más de lo que se aplaude?

Porque muchos en la bondad del hermano ven un reto a su pesimismo; en la virtud de la buena religiosa, una afrenta a su mediocridad.

25. Generosidad y santidad

El salto de la mediocridad a la grandeza, de la rutina a la santidad, del simple cumplimiento al apos­tolado, está reservado, en no pocas ocasiones, a la generosidad.

La generosidad es la vía más segura para llegar a Dios; y, en llegando a El, penetrarlo y amarlo.

Hay ciertas cosas que para saberlas bien no basta haberlas aprendido; es necesario practicarlas con amor y constancia, patrimonio de las almas gene­rosas.

Cristo es vida; las virtudes cristianas son vitales; nos movemos en el terreno de las vivencias que comprometen la vida y experimentan la existencia.

Pobreza, castidad y obediencia no son tratados pa­ra estudiar, sino lazos sagrados que nos unen a Dios y nos permiten ser testigos del Reino.

Testimonio lo da aquel cuya vida no se entiende sin captar la vivencia íntima de Dios. Y para todo esto hay una palabra clave: generosidad.

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26. Testimonio cristiano

Testimonio—lo hemos dicho—lo da aquel cuya vida no se entiende ni se explica sin la posesión de un Dios vivo.

Cuando se ven actitudes heroicas, virtudes sólidas, caridad perfecta, alegría fundamental... el mundo recibe su impacto y no entiende... No entiende por­que en medio se interpuso Dios, a quien él no ve.

Cuando el mundo no entiende razones, cuando la sociedad dude metódicamente de las verdades reve­ladas, cuando los vicios se impongan y cual telarañas no dejen ver el bien... la Hermanita amable al pie de un enfermo pobre y leproso, el religioso sacrifi­cado ante un grupo de jóvenes delincuentes, el mi­sionero olvidado en el corazón de la selva..., demos­trarán, con su actitud, que Dios existe y está vivo.

El amor lo llevaron a bautizar y le pusieron por nombre Caridad, síntesis de Dios.

27. Humano, sí; pero no mundano

La cristiandad desea a sus sacerdotes humanos sí,. pero no mundanos.

Con una simpatía no prefabricada de político en víspera de elecciones, sino aquella que es la expre­sión de la caridad, una cortesía que sea el vestido del alma, y una sonrisa que sea el uniforme de la alegría interior.

En el sacerdote y la religiosa cierta modestia es muy bien vista, conquista hijos espirituales; cierta desenvoltura no convence, apenas consigue amigotes.

Lo único que puede acallar en las almas consa­gradas el grito de paternidad o maternidad es el ser padres y madres de almas, con el gozo de la fecun­didad que Dios da en sus cosas a los auténticos após­toles.

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28. Génesis de la sabiduría

Rabindranath Tagore nos describe bellamente la génesis de la sabiduría, y después de habernos de­mostrado que el polvo sucio de la vida no se quita sino con la fuerte restregadura del dolor, añade: «Los grandes dolores conducen hacia la sabiduría, porque son los dolores del parto, mediante los cuales él espíritu se libra de la envoltura y nace libremente y desnudo en brazos de la realidad. La sabiduría es un niño cuya inteligencia y sentimiento han llegado a la completa madurez.»

Santidad con desprecio y fuga del dolor, es una quimera. Personalidad sin capacidad de esfuerzo, sin violencia y dominio, es un mito.

29. Eco de Dios

El eco de Dios no resuena sino donde se produce el vacío, el vacío de las creaturas; las almas llenas de egoísmo hacia los demás difícilmente devuelven el eco de Dios.

La virginidad como liberación de las concupiscen­cias posibilita el proyectarse hacia Dios, le da ca­pacidad de asombro ante lo sobrenatural, inspira la confianza por su transparencia de espíritu, facilita el amor sobrenatural, sublima los sentimientos, nos hace libres con la libertad de los hijos de Dios.

La pobreza con su dosis de sencillez, con su rup­tura, con el egoísmo, capacita para el encuentro con Dios, que se revela a los humildes, y con los hombres que buscan a los que se prestan.

La obediencia, con el vencimiento del propio yo, rotas las barreras propias, facilita el ser instrumento <le Dios y servidor del prójimo en programas orga­nizados y eficientes.

Los votos garantizan en el buen religioso el eco de Dios.

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30. Psicología de los placeres

Es muy aleccionadora la célebre comparación que hace San Gregorio entre los placeres espirituales y corporales:

— LOS CORPORALES engendran deseo antes que se obtengan, y después de obtenidos, desagrado.

— LOS ESPIRITUALES, por el contrario, no sus­citan cuidado cuando no se tienen, pero son muy deseados cuando se obtiennen.

Por eso caminar por los placeres de la carne es caminar con desagrado y desesperación. Lograr los placeres del espíritu es llegar a la paz, la plenitud y la auténtica felicidad.

Muchos deleites afeminan el espíritu, minan la voluntad, obnubilan la inteligencia, excitan la sen­sualidad. «No puede tener asiento la templanza en la liviandad, ni la virtud en el deleite» (BOSSUET).

Si las penas, cuando no se sufren bien, destruyen; la comodidad, cual detergente potente, descompone la personalidad.

El primer escollo para nuestra conciencia es el deleite, el placer sensual, la comodona indolencia; sólo los placeres inocentes dejan alegría pura en el alma.

31. Virtud y falso placer

Un instante de gozo del corazón vale más que horas de placer en los sentidos.

El placer verdadero es como la flor que nace sobre el tallo de la virtud (EDWARD YOUNG). En cambio, el placer vano mata el alma de la ilusión y pervierte el acertado juicio de la razón y de la prudencia.

Por eso Campoamor asegura que siempre los (fal-

— 33 — RENOVACIÓN DE LA VIDA RELIGIOSA. 3

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sos) placeres son cuna de los grandes pesares, con­virtiéndose el placer en verdugo de sí mismo.

La furia con que el mundo actual busca el placer, es prueba evidente que carece de él.

El hombre persigue el placer como el niño al pá­jaro: nunca lo alcanza y siempre lo ve (POPE).

El falso placer para muchos causa un traumatismo en su personalidad: dejan el pudor de la conciencia para caer en manos del capricho de los instintos.

Pitágoras aconseja: El perro de las riberas del Nilo bebe corriendo por temor a los cocodrilos; haz lo mismo con la copa de los placeres.

San Agustín concluye: «Señor, nos has hecho para Ti, y nuestro corazón permanece inquieto hasta que descanse en Ti.»

32. Psicología del triunfador

Todo santo, aun en el aspecto de persona humana, es un triunfador que supo realizarse, convivir, ser discreto, cauto, caritativo.

El carácter brusco, la sequedad de corazón, las actitudes airadas, la falta de cordialidad en el trato no abren puertas y hacen perder muchas oportuni­dades ; la hipocresía no es la manera conveniente de llegar a la realidad; no se conquista el mundo a base de sonrisas forzadas y frases que no corres­ponden a nuestro modo de pensar.

El hombre discreto, en cambio, sabe hablar en el tiempo oportuno, y controla lo que quiere decir, dado que tiene la propiedad de comprender dónde empiezan y dónde terminan sus derechos. Ser consi­derado, cauto y cordial no es sinónimo de debilidad; la persona discreta sabe enojarse si es necesario, pero no confunde el genio con el mal gusto; lo cor­tés no quita lo valiente. Que vuestro lenguaje sea sincero, dulce, natural y fiel, nos advierte San Fran­cisco de Sales.

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El triunfador sabe ser justo y objetivo. Las crí­ticas que le hacen neutralizan las adulaciones; sabe disminuir el número de sus adversarios, aumentan­do sus sinceros amigos. La caridad es la síntesis del programa de todo santo, triunfador, que según expresión de San Pablo, en su epístola a los Corin­tios: es benigna, paciente; no es envidiosa, no es jactanciosa, no se hincha; no es interesada, no se irrita, no piensa mal; no se alegra de la injusticia, se complace en la verdad; todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo tolera. Por eso los san­tos, eminentes en caridad, fueron verdaderos triunfa­dores.

El triunfador está cerca del don de mando y posee el don de gentes, la simpatía, la influencia personal y el equilibrio psíquico, y sobre todo la modestia de la cual dice bellamente La Bruyére: «La modestia es al mérito lo que la sombra a las figuras de un cuadro, a las que dan fuerza y relieve. Un exterior sencillo es lo corriente en los hombres vulgares, está cortado para ellos y a su medida; pero es un adorno para los que han llenado su vida con grandes acciones; los comparo a una belleza, a la que el des­cuido en su adorno presta mayor atractivo.»

33. Creerse capaz y ser constante

«Creerse capaz es casi serlo para aquel que es activo», dijo con acierto Buxton. Ser capaz de deci­dirse, he aquí la primera operación para triunfar en la vida. Ahora bien, podemos decidirnos si estamos seguros de dónde ponemos los pies, si gozamos del clima espiritual de creernos capaces; en dos pala­bras: si somos conscientes. Para esto no valen las simples imitaciones; de nada nos sirve el imitar si no somos conscientes de nuestra propia realidad; imitar la vida de un santo sin estudiar las causas profundas de su triunfo, es como querer ser concer­tista y aprender piano por correspondencia. No se puede triunfar valorando mal la personalidad, pero menos si falta la conveniente decisión.

En la vida religiosa, la decisión de la primera profesión es de singular importancia; quienes la

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hacen con total entrega y completa decisión, tienen media vida resuelta; casi nunca vuelven a dudar durante su vida; los que, en cambio, la hacen por simple prueba, siguen dudando y casi nunca triun­fan. Hay un contraste peligroso: para usar de liber­tades todos están prontos y maduros; para compro­meterse y decidirse muchos piden más tiempo, más consideración... no se encuentran maduros. Vivir con dudas metódicas no deja llegar a la correspon­diente madurez, la cual se logra viviendo cada mo­mento con la plena entrega y decisión, según las condiciones de edad, lugar y tiempo.

El triunfo en la vocación no se improvisa: exige constancia, práctica, entusiasmo, tiempo y esfuerzo, paciencia y tacto. Es muy desmoralizador el com­probar que uno se ha equivocado de camino, después de haber invertido tiempo y esfuerzo siguiendo una ruta; la elección del propio estado es base esencial para triunfar en la vida; pero en su consecución es absolutamente necesario decisión y constancia, que fortalecen el carácter, centran los objetivos y dan seguridad. Muchos pasan la vida jugando a ser algo, como los niños juegan a ser soldados, sin lograr la plenitud por falta de acierto, decisión y constancia.

34. Vivir con ilusión, no vivir de ilusiones

La vida sin ilusiones es como la comida sin sal. De aquí que la ilusión sea una de las características principales de esos grandes triunfadores que lla­mamos santos.

EL automóvil, el avión o la televisión fueron en su origen otras tantas ilusiones; ilusiones que alen­taban al puñado de sabios que lograron llevar la empresa a feliz término. Cada Congregación tiene unos cuantos héroes, apóstoles incansables, que ha­cen posible lo que humanamente hablando no lo parece; su ilusión apostólica, su fervor, es eco de la inspiración y aliento constante que les da el divino Espíritu. SI el mundo sólo lo poblasen los escépticos, estaríamos todavía en la época de las cavernas.

Sin embargo, lo negativo de la ilusión es el narcó-

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tico de lo ilusorio. La ilusión es como ciertos medi­camentos que en proporciones bien reguladas nos salvan la vida, pero en grado abusivo pueden cau­sarnos la muerte: la clave está en graduar su dosis exacta.

Frenemos lo ilusorio, pero no matemos la ilusión; matar la ilusión es cortarle las alas a la vida; es caer en el trivial aburrimiento. Entre lo ilusorio y el aburrimiento, la verdad está en el justo medio: la ilusión; sin embargo, mal por mal, son preferibles los sueños de lo ilusorio a la somnolencia del abu­rrimiento.

Este fervor renovado será siempre óptimo criterio para la adecuada renovación de la vida religiosa. Grande mal hacen los que siembran pesimismos en la vida religiosa, y ahogan la creencia firme en la Providencia de nuestro Padre Dios. Las instituciones y las obras necesitan espíritu fresco de religiosos fervorosos, pues el que cree y espera en Dios, pisa duro en la vida y mira con optimismo el futuro.

35. Pesimismo, suicidio del espíritu

La serenidad, término medio entre el optimismo y el pesimismo, da a cada una de las preocupaciones su valor real; profundiza los conocimientos; no malgasta energías en círculos viciosos; no reflexiona inútilmente en momentos de desaliento; llega a la objetiva apreciación de los hechos. Cierto optimismo moderado que nos indique las posibilidades de re­solver los problemas con éxito, es propiedad cons­tante del santo.

No pocas personas, bajo la acción del pesimismo, alteran su juicio y toman decisiones precipitadas. Tomar actitudes resueltas en los momentos de gran pesimismo es tener mentalidad suicida, es el suici­dio del espíritu. El amor propio tiene el poder de desvirtuar la realidad; nos hace creer lo blanco, negro, y lo negro, blanco; es el mejor aliado del pe­simismo. Los santos y los triunfadores son personas capaces de juzgar y juzgarse sin la voz engañosa del

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amor propio, sin la desorientación de la vanidad, sin la indulgencia de la comodidad. ¡Cuántas vocaciones buenas encuentran su sepultura en un arranque de pesimismo!

Los fracasados, para justificarse, han creado el mito de la suerte. Con frecuencia se oye decir: yo no he tenido suerte... qué suerte ha tenido fulano... la buena suerte. En igualdad de condiciones físicas, intelectuales y morales no puede existir una perso­na con suerte y otra persona sin suerte; muchas veces la tan mentada suerte es el principio del fra­caso; la suerte, la fortuna y la riqueza embrutecen a no pocos. La eficiencia de la acción personal sobre la suerte, supuesta la gracia de Dios, está en rela­ción directa con la intensidad y habilidad del esfuer­zo de cada uno. Para los fuertes la adversidad tiene mucho de lección, les hace sentirse más humanos, pulimenta su sentido de realidad, los hace más res­ponsables, les prueba como el oro en el crisol; las dificultades los empinan a mayores realizaciones.

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2 VOCACIÓN Y FORMACIÓN

La mayor valía de la vida y el pináculo de la fortuna de un hombre es haber na­cido con vocación hacia un estado cuyo logro colme su dicha.

(EMERSON.)

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36. La palabra vocación. 37. Sembrando vocaciones. 38. En el mundo de los niños. 39. Las vocaciones y la familia. 40. Contra berrinche, dominio. 41. El despertar de la adolescencia. 42. Fracaso, contrición y culpabilidad. 43. La pureza y el amor. 44. Trabajo con vocaciones juveniles. 45. Camino de infelicidad. 46. Juventud y sexo. 47. Sensibilidad y sensualidad. 48. Caritas bonitas y caritas bonitas. 49. Las vocaciones y los superiores. 50. Tactores de perseverancia. 51. Crisis actual de vocaciones. 52. Intentos de solución. 53. ¿Crisis de vocaciones o de formadores? 54. Un novicio modelo. 55. Honor, poesía del deber. 56. Discreta alabanza y felicitación. 57. Necesidad de la reprensión. 58. El valor del líder. 59. Almas fieles. 60. Una ascensión y un ideal. 61. Experiencia y años. 62. La ley de la no intervención. 63. Unidad de criterios. 64. Estudio-noticia. 65. Pobres estudiantes. 66. Decálogo-programa. 67. Costumbres y convicciones. 68. El misterioso subconsciente. 69. Cortesía y virtud. 70. El dolor y el pojimo.

36. La palabra vocación

Varios son los conceptos y bastante diferentes sobre la palabra VOCACIÓN:

— En sentido amplio y frecuente es la inclinación espontánea o reflexiva, supuestas las aptitudes ne­cesarias, hacia una profesión, un arte, un estudio o determinada actividad. V. g.: vocación de aviador, de músico.

— Un segundo sentido es la vocación-estado. Es el lugar particular asignado por la Providencia a cada uno de los hombres dentro del plan divino universal, así decimos que determinada persona tiene vocación al matrimonio.

— Por último, está la VOCACIÓN con mayúscula, con un sentido cristiano, precisado por el uso bíblico y teológico, por el cual se significa una elección par­ticular y una invitación a un don de sí en la vida de perfección. En sentido activo se entiende el acto por el cual Dios llama; en sentido pasivo: la función que se asigna a un hombre en el pueblo de Dios (1).

La primera vocación de todo hombre es la de ser hombre, es decir, la de aceptarse y desarrollarse si­guiendo las leyes propias de la naturaleza humana. Viene, después, la vocación fundamental a la vida cristiana, pues sólo partiendo de ella es posible corn­

i l ) Pastoral de vocaciones, Directorio, Centro Diocesano de Vocaciones de Lille, núm. 6, ediciones Sigúeme, Salamanca, 1961.

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prender la naturaleza, el objetivo y el desarrollo de toda vocación particular. Por último, determinadas personas son llamadas a la vocación religiosa o sacer­dotal, llamada personal de Dios, que es a la vez una acción del Espíritu Santo en la Iglesia. Los pasos son claros: hombre, o mejor persona humana, cristiano y religioso.

En el caso de vocación propiamente tal aparece, a la vez, la llamada de Dios, manifestada por las apti­tudes y la intención, y la llamada de la Iglesia. Sólo el Espíritu Santo conoce la acción de Dios en las al­mas ; pero la Iglesia, según promesa del Espíritu, tie­ne competencia para juzgarla.

37. Sembrando vocaciones

Su Santidad Juan XXIII decía: «El problema de las vocaciones eclesiásticas y religiosas es la diaria preocupación del Papa..., es el suspiro de su oración y la aspiración ardiente de su alma» (2).

En el Decreto sobre Formación sacerdotal leemos: «El deber de fomentar las vocaciones pertenece a toda la comunidad de los fieles, que debe procurarlo, ante todo, con una vida totalmente cristiana; ayudan sobre todo a esto las familias que llenas de espíritu de fe, de caridad, de piedad, son como el primer seminario, y las parroquias de cuya vida fecunda participan los mismos adolescentes. Los maestros y todos los que de alguna manera se consagran a la educación de los jóvenes, y, sobre todo, las asociaciones católicas, pro­curen cultivar a los adolescentes que se les han con­fiado, de tal modo, que éstos puedan sentir y seguir con buen ánimo la vocación divina.»

Es un deber de los religiosos y sacerdotes, en am­bientes suficientemente formados, hablar del sacer­docio y de la vida religiosa aprovechando todas las oportunidades: primeras misas, jubileos sacerdotales, profesiones religiosas, visitas de religiosos y religio­sas ilustres, funerales de los que mueren en olor de santidad... Así como en catequesis, círculos de estu­dio, sermones, pláticas, conferencias.

(2) JUAN XXIII, A los estados de perfección, XXI, 61.

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Sería un grave error dejar pasar tales ocasiones para no llamar la atención sobre sí mismo, o para que no digan que hacemos proselitismo. Vocaciones las hay y buenas, pero falta descubrirlas. Si no se hace, por discreción o timidez, por falta de fe, por humildad mal entendida, o por temor a no respetar suficiente­mente la libertad de los demás..., nos haríamos res­ponsables de las vocaciones que se pierden por no tener quien las cultive, mientras la Iglesia sufre por­que la mies es mucha y los operarios son pocos.

38. En el mundo de los niños

Para crear en el mundo del niño un clima favorable al nacimiento de la vocación, importa no separar nunca la enseñanza de la educación del sentido reli­gioso. La palabra de Dios, los relatos escriturísticos, llegando a educar la docilidad en la fe; no es sufi­ciente saber que Dios habla, hay que aceptar su Pa­labra, y reconocer la luz que proyecta sobre nuestra vida y ponerla por obra día tras día.

Hay que hacer de su adoración a Dios una entrega de sí mismos y que los niños no se limiten a pedirle cosas a Dios. La oración es medio óptimo para que los niños descubran la manera de hacer el bien a otras personas, de preocuparse por la salvación de los hom­bres, como apostolado posible para ellos.

La vida sacramental de los niños ha de ocupar lugar primordial en el cultivo de sus vocaciones. Hay que dejar actuar la gracia propia de los sacramentos de la iniciación cristiana: bautismo, confirmación, eu­caristía. El sacramento de la penitencia tiene, ade­más, un valor pedogógico para purificarse, vencerse y tomar contacto con el sacerdote. La confesión fre­cuente con el mismo sacerdote es modo práctico de iniciar una dirección espiritual, indispensable más tarde en la adolescencia.

La liturgia, con toda su plasticidad, con todo su contenido religioso, su gusto estético-religioso, su serie de ritos y ceremonias, su participación activa y atenta, su sentido doctrinal; el canto y la música, encantan a los niños, les facilitan la atención y cul-

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tivan la fe. ¡Cuántos niños perdieron el gusto por las cosas piadosas, porque se encontraron con cele­braciones sin reverencia ni atención!

En la pastoral vocacional de los niños se experi­mentan con acierto varias técnicas: Centros voca-cionales, reunión en vacaciones, visita a los hogares, reunión de los padres, visita a los colegios, encues­tas, cartas a los padres, excursiones y reuniones mensuales, informes de los párrocos y maestros, en­trevistas personales.

39. Las vocaciones y la familia

Hay una propagación espontánea de las vocacio­nes. La fuerza atractiva de la misión, la santidad de sus miembros y la proyección de los religiosos su­periores e instituciones hacia las familias en el con­cepto sobrenatural que de nosotros tengan.

Por eso estamos empeñados en una mejor cone­xión con los familiares de los Religiosos, los más grandes bienhechores de nuestras Congregaciones, evitando (claro está) todo cuanto comprometa los pos­tulados de la vida religiosa y el desapego a los fami­liares de quienes se entregaron totalmente a Dios.

El problema más grave que tienen que afrontar nuestros promotores vocacionales, es la desconfianza de las respectivas familias en entregar a sus hijos a una comunidad, cuyos miembros no conocen. Por esto se impone la necesidad de dar a conocer las Congre­gaciones y sus obras, y que todos los religiosos apro­vechen sus relaciones, y se presten para contactos en función vocacional.

Es indudable que la vocación está condicionada por el clima familiar en que se desarrolla. Como determi­nantes de este clima familiar se pueden señalar las siguientes condiciones necesarias:

— El ambiente cristiano donde se conjuguen la se­renidad y la alegría del vivir de los hijos con la armonía del amor de los esposos, una vida pia­dosa, limpia y sencilla, que tenga como base la rectitud, la honradez y la pureza.

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El ejemplo de los padres en su conducta habitual y en la práctica de la vida religiosa, frecuencia de sacramentos, obediencia y respeto de las leyes de la Iglesia.

— La educación religiosa de los hijos, conducida suave y fuertemente por el amor de los padres a una vida de piedad, de sacrificio, de trabajo y de obediencia, como preparación al don que de sí mismos han de hacer a Dios.

— El amor al prójimo y la actitud de servicio al mismo, cimentados en el Evangelio de Cristo, lo cual es una reparación al sacrificio personal y a la renuncia propia en bien de los demás.

— El conocimiento y estima de la Iglesia y sus mi­nistros, y el respeto a los lugares y personas sa­grados.

— La oración en familia que forma a sus miembros en un ambiente sobrenatural y sereno.

40. Contra berrinche, dominio

Hay una pedagogía de la abstención—miope, inac­tiva, muelle—muy generalizada: ¡ Pobrecillo! ¡ Déja­le, no le contradigas! El ya sabe... muy en consonan­cia con la flojedad de carácter imperante.

Hay otra pedagogía que es la de la corrección: in­teligente, laboriosa, sacrificada, que se preocupa de enderezar al alumno con amor, pero con constancia.

Son dos pedagogías distintas: la cómoda, de la to­lerancia y del capricho. La incómoda, de la amable exigencia del deber. La primera tiene como reacción el berrinche; y no es pedagogía, sino ausencia de pe­dagogía. La segunda tiene como reacción el venci­miento y la superación virtuosa.

Dos técnicas y dos resultados.

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41. El despertar de la adolescencia

La pubertad constituye un período crítico, tanto desde el punto de vista físico como del intelectual, psicológico y moral. Es la época de la vida en que empieza a manifestarse la aptitud generativa; a afir­marse la personalidad, pero a la vez sufren la inesta­bilidad; a querer ser responsables, pero con descon­fianza en sí mismos, con un mundo interior rico pero a ratos complicado.

La admiración que siente el adolescente por los adultos puede contribuir grandemente a despertar en él la idea de la vocación. ¡Cuántas vocaciones se pierden porque en la sacudida de la adolescencia no encontraron, entre los profesores que los rodeaban, un modelo a quien imitar, un líder a quien seguir, un ideal que les arrastre! Si el Seminario menor es capaz de conseguir esto, la perseverancia mejo­rará; pero si los adolescentes son manejados por gente sin ilusión, cansada de tal misión, los frutos serán reducidos.

Los adolescentes durante su crisis de adolescen­cia se refugian en un idealismo excesivo e hiper-sensible, motivado por el deseo de lo absoluto, ca­yendo en un moralismo intransigente y un ascetis­mo indiscreto. Los educadores deben tomar estas ac­titudes como pasajeras y no querer solucionar los problemas de un día para otro. El es así: tan pron­to rehuye el esfuerzo y se muestra infantil en sus actitudes como lucha con tesón y total entrega para conseguir sus objetivos, o descontento de sí mismo rechaza violentamente los valores que le proponen. Tiene un remedio: tiempo, paciencia y discreción en los • educadores.

El deseo de autonomía afirmando su personalidad, el racionalismo naciente con inquietud intelectual, la etapa voluntarista en realizarse a sí mismo, el deseo de interioridad que le da vitalidad, son tal vez los rasgos más interesantes a cultivar para el des­arrollo de su vocación.

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42. Fracaso, contrición y culpabilidad

El adolescentes chocará necesariamente con el fra­caso, porque su vitalidad y su deseo de crecer se enfrentarán con las fuerzas exteriores y lucharán con las solicitudes internas de la concupiscencia. Seguramente se replegará sobre sí mismo y necesi­tará una mano amiga. Presentarle las dificultades no sólo como pequeños sacrificios de las personas fuer­tes, sino como adhesión al sacrificio de Cristo en la Cruz. Cristo, su modelo, le dará la fuerza sobrenatu­ral indispensable, y el sacerdote, su amigo, el aliento oportuno.

Ante las primeras caídas, el adolescente es víctima de un mórbido sentimiento de culpabilidad, que pue­de hacerse muy intenso, sin corresponder objetiva­mente a un grave pecado; sobre todo en materia de castidad. Es el momento oportuno para que el sacer­dote, confesor o director espiritual lo ayuden y edu­quen: la noción cristiana de ley y de pecado, el por­qué de las exigencias amorosas de los Mandamien­tos, la debilidad de la naturaleza humana, las exi­gencias del vencimiento, la ruptura con nuestro Pa­dre Dios, diferencia entre tentación y pecado..., son nociones para determinar y esclarecer, para asimilar y profundizar, cimentando la belleza de la vocación.

La parábola del Hijo Pródigo sirve a perfección para ilustrar claramente la oposición existente entre sentimiento de culpabilidad y contrición cristiana, que no aplasta al pecador bajo el recuerdo y la ver­güenza de su falta, sino que le libra positivamente y le ayuda a proseguir su camino con la alegría de los hijos de Dios. El valor del Sacramento de la Pe­nitencia surge entonces como un gran alivio del alma y una gran necesidad de la persona humana. El sacerdote y el sacerdocio y la vida religiosa se vis­lumbran como un gran don.

43. La pureza y el amor

En el amor humano, realidad compleja, normal­mente el sentimiento y el instinto van unidos al don

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de sí mismo voluntario, libre, gozoso y afectivo. El deseo amoroso de darse a otro es el aspecto más elevado del amor; debe valorarse por sí mismo e integra a los otros dos elementos, elevándolos al nivel humano conforme a la voluntad del Creador. El adolescente debe ser preparado para que realice esta síntesis, pues si no lo logra se presentan muchas dificultades y desórdenes. La castidad consagrada a Dios agrupa en un todo indisoluble el don libre de la voluntad, el impulso afectivo del corazón y la movilización de todas las energías humanas al ser­vicio de la caridad (3).

La educación de la pureza se impone. Cuanto di­remos en el capítulo séptimo sobre el dolor, el placer y la castidad se debe tener en cuenta para la edu­cación positiva de la pureza. Gran parte de las vo­caciones fracasan por resolver mal el problema de la castidad en la adolescencia; si los seminarios me­nores logran este cometido habrá perseverancia, de otra forma, escasearán las vocaciones o nos tendre­mos que resignar a recibir personas sacudidas por mil derrotas y experiencias sexuales, que pueden comprometer su futura castidad. Es verdad que en familias bien escogidas y con un sistema de ayuda espiritual se podrán lograr éxitos y ahorrar fati­gas, llegando los seminaristas en años más adelanta­dos al seminario; pero también lo es que, hasta el presente, muchos de los que se han aventurado a precipitados sistemas han logrado una sola cosa: vaciar los seminarios.

Una caridad realista, proporcionada, suficiente­mente libre; la oración asidua y los sacramentos, la amistad con Cristo y la devoción a María, la afec­tividad religiosa e integración litúrgica, la caridad sobrenatural y el hábito de dominio siguen siendo medios aptos para conservar la pureza y, en conse­cuencia, afianzar la vocación.

44. Trabajo con vocaciones juveniles

Estamos persuadidos de que los seminarios meno­res son de suma importancia y para muchos la fuen-

(AI Pastoral de vocaciones, o. c.

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te casi única, casi exclusiva de vocaciones. Sin em­bargo, debemos observar las señales de los nuevos tiempos y estar prontos para aprovechar las opor­tunidades que las actuales circunstancias nos pro­porcionan sobre las vocaciones en jóvenes de ense­ñanza secundaria. He aquí el plan que se debe se­guir, ya experimentado con éxito en muchas na­ciones :

— Visita a planteles donde cursen los últimos años de bachillerato, toma de contacto con directores y capellanes.

— Ofrecimiento de cooperación espiritual, confe­siones, dirección espiritual, conferencia mensual so­bre orientación cristiana de la vida.

— Encuesta, según el centro interamericano de vo­caciones, para una formación especial como líderes cristianos.

— Ayuda y dirección espiritual sembrando el ger­men de la vocación en los mejor dispuestos durante los años cuarto, quinto y sexto de bachillerato.

— Aquellos cuyo ambiente sea muy pesado, ofre­cerles hospedaje en uno de nuestros establecimien­tos.

— Sensibilización de ambientes a través de con­ferencias, jornadas, grupos de reflexión, cursillos, retiros, donde se presente la vocación fundamental cristiana.

— Asesoramiento del candidato por un guía ex­perimentado para que se clarifique y madure la vo­cación.

— Integración de los candidatos en movimientos apostólicos y que profundicen la Iglesia como miste­rio de salvación, ejercitando la caridad.

— Formación de equipos para que los candidatos, a través de convivencias regulares, ahonden en su vocación.

— En consecuencia de esta pastoral, un nuevo ti­po de seminarios o de casas de formación y una nueva imagen del sacerdote, religioso o religiosa.

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45. Camino de infelicidad

Los jóvenes que reciben todo cuanto ellos quie­ren, de manos de sus educadores, serán en el fu­turo imagen del orgullo, la codicia, el libertinaje y la indolencia.

Hay que enseñar a los religiosos en formación a merecer el pan de cada día y a entender que la vida exige sacrificios sin los cuales el alma no puede en­noblecerse y alcanzar los grandes ideales.

Todos aquellos que lo reciben todo inspiran com­pasión, lo mismo que sus educadores, porque unos y otros, sin darse cuenta de ello, recorren el camino de la infelicidad.

Niño mimado, adolescente caprichoso y joven di­soluto : tres eslabones de una misma cadena casi siempre unidos en la vida y de trágicas consecuen­cias.

El no ser capaz de esfuerzo es ir a la mayor de las catástrofes. Quienes durante la niñez se dieron gusto en todo llegan a la época de la adolescencia con las exigencias del sexo y con su propia tenta­ción, y en las ansias de independencia de la juventud serán los rebeldes incontrolables.

46. Juventud y sexo

La excitación continua del sexo que en el ambien­te actual de sensualidad cultivada se produce, es para la juventud de máxima gravedad porque contribu­ye al desprecio de todos los valores espirituales.

No pidáis—dice César Vacca—nunca a ese joven para quien el amor no pasa de ser una sensación fi­siológica (sin apenas vibración ni contenido espiri­tual), no le pidáis una visión elevada de la vida, sen­timientos patrióticos, sentido noble del trabajo, afec­tos de compañerismo, de espíritu colaborador..., to­do esto pertenece al mundo del espíritu.

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La juventud de nuestros seminarios y juniorados perderá su entusiasmo religioso y su fe profunda a medida que lo sexual invada sus vidas, y el fracaso no se hará esperar.

47. Sensibilidad y sensualidad

La sensibilidad es uno de los primeros bienes de la vida y el más bello ornato del hombre. Es la her­mosa intuición del alma, propiedad de los espíritus nobles.

El miserable temor de exteriorizar los sentimien­tos es el más vil de los temores modernos, residuo de un falso «machismo» de sociedades en formación o en decadencia.

Sensibilidad y sensualidad se compensan en in­dividuos y sociedades; cuando la primera se elimi­na, se apaga el espíritu y triunfa la carne; se im­pone brutalmente la segunda.

La vida religiosa no puede apagar la noble sen­sibilidad, bajo pena de excitar la innoble sensua­lidad.

Es todo un programa de formación.

48. Caritas bonitas y no caritas bonitas

La vida es cuestión de acentos: los unos se dejan guiar por la caritas bonitas y los otros por las ca­ritas bonitas.

En los primeros la caridad de Cristo los urge, la bondad de las gentes los entusiasma y su espíritu claro los hace seguir la verdad y respetar la justicia.

En los otros un juego de antipatías y simpatías los agita constantemente y no les permite justipreciar las personas y los acontecimientos; para ellos nada es verdad ni mentira, depende todo de la simpatía con que se mira.

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49. Las vocaciones y los superiores

El superior y su comunidad deben cooperar en la preparación de centros vocacionales en sus respec­tivas casas, y aunque no sean ellos los que direc­tamente atiendan a los candidatos, permitan y fa­ciliten a los promotores vocacionales todos los me­dios que estén a su alcance: locales, instalaciones deportivas, etc.; como también en las reuniones que en sus casas tengan, dirigirles la palabra para ha­cerles atractiva nuestra misión y nuestra congrega­ción.

Promover entre sus religiosos el deseo de traba­jar en el cultivo de jóvenes para la vida religiosa y no apagar en los que se despierte esta iniciativa el fuego del celo; por el contrario, apoyarlos con tal que a la par no descuiden los trabajos y preocupaciones que tengan encomendados.

En todo caso, no sentirse desvinculados de las casas de formación, que tienen directamente este cometido del cultivo de las vocaciones. Siempre que se pre­senten candidatos que a primera vista se prevea son aptos, conectarlos en seguida con los religiosos que tienen a su cuidado este oficio. Instar a los precan­didatos a que visiten nuestras instituciones para que con el trato frecuente se les vaya conociendo mejor, animándoles si se les ven aptitudes para la vida reli­giosa, como también para orientarlos a otro género de vida cuando se comprenda que van mal intenciona­dos o que no son capacitados para la vida religiosa.

En la Encíclica «Mentí Nostrae», Su Santidad Pío XII claramente exhorta a los Superiores Mayo­res, Ordinarios, sacerdotes todos y religiosos, a que como hijos de un mismo Padre y moradores bajo un mismo techo, trabajen por buscar buenos hijos y guías aptos para la Iglesia de Dios, cifrando en ellos el porvenir de la misma.

«El que haya encargados de reclutar vocaciones no dispensa a los demás religiosos de la solicitud que todos deben tener en procurar muchas y buenas vo­caciones a nuestra Congregación. No es explicable

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que haya un buen religioso que no deje un sucesor, o mejor, sucesores suyos en el apostolado» (4).

50. Factores de perseverancia

Estadísticas y estudios se han ocupado del grave problema que se afronta con la poca perseverancia en los seminarios, y principia a preocupar también las decepciones en los juniorados de religiosos.

Las causas, según encuestas entre Superiores y seminaristas, podrían ser las siguientes:

—• Dificultades inherentes a la pubertad y crisis de la adolescencia con el problema de la castidad no bien resuelto.

—• Falta de interés y atractivo por el ideal religio­so y sacerdotal.

— Dificultades en los estudios, desinterés, incapa­cidad, ineptitud.

— Falta de personalidad: poca constancia, des­equilibrio personal, incapacidad de someterse, inten­ciones torcidas.

— Influencia negativa de la familia: invitaciones a salirse cuando ya está más formado, burlas y poco aprecio de la vocación, enfrentamiento con los su­periores del seminario o casa religiosa, intereses creados.

— Vida espiritual en decadencia: poca o ninguna convicción, formalismo, despreocupación por la pie­dad, poco contacto con directores espirituales.

— Taras familiares o dificultades de salud.

— Por parte de los seminarios, escogencia regular de los candidatos con relación a sus cualidades es­pirituales y morales.

(4) Sedes Sapientiae, ar t . 55.

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— Por parte de los equipos de las casas de forma­ción, poca unión, poco entusiasmo y consagración a los alumnos, poca preparación de clases.

— En los seminarios mayores, falta de criterios claros y unánimes, de reformas serias y bien medita­das, de comprensión con los jóvenes, de trabajo en equipo, de espiritualidad bien acendrada (que dé una auténtica imagen del sacerdote, religioso o religiosa), ausentismo de educadores bajo título de respetar la dignidad de la persona humana.

51. Crisis actual de vocaciones

Se constata cada día una disminución en el nú­mero de candidatos a la vida religiosa y un aumen­to del número que la abandonan (5). Se enumeran una serie de causas que deben tenerse en cuenta;

—• La nueva presentación de la eclesiología mues­tra mejor la posibilidad de realizar una vida de santidad y de apostolado fuera de la vida religiosa.

— El desarrollo de la teología del matrimonio la presenta como un atrayente camino de santidad.

— La separación del mundo se considera hoy como una alienación de la profunda solidaridad con lo humano.

— Aparentemente existen valores que aparecen con mayor significación cristiana en el mundo que en la vida religiosa, como son el riesgo de la vida seglar y la promoción social.

— La promoción de la mujer y la facilidad de abrirse campo en la vida.

— El progreso con su cohorte de comodidades y vida fácil, que dificultan la vida sacrificada.

— Y sobre todo la desintegración de la familia y la crisis de fe y sentido sobrenatural de la existencia.

(5) C.L.A.R., 6.1.1.

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— La pastoral de reclutamiento más preocupada del número que de la calidad.

52. Intentos de solución

Estudiosos de América Latina apuntan las siguien­tes cosas como intento de solución a problema de tanta trascendencia:

— Actualizar la pastoral vocacional insertándola en una pastoral de conjunto, que despierte la concien­cia eclesial y haga sentirse responsable del problema vocacional a toda la comunidad cristiana.

— Una mayor atención a la familia y a los mo­vimientos y grupos apostólicos juveniles, como tam­bién a los seminarios menores, con el servicio de orientación vocacional que ayude a los jóvenes a en­contrar su propio lugar en la Iglesia.

— La presentación de una imagen renovada de la vida religiosa en la que se destaquen la vida comu­nitaria, la consagración plena y total a Dios, el ser­vicio a la Iglesia en el mundo, su autenticidad diná­mica y su eficiencia apostólica.

— Selección de candidatos con gran madurez psi­cológica y afectiva capaces de integrarse en grupos humanos en un ambiente de libertad siendo fermen­to de la masa.

— Una esmerada preparación de los formadores y formadoras, en la línea teórica (teológica, sociológica, psicológica) y práctico-pastoral.

— Propiciar estudios sobre las características psi­cológicas de nuestra juventud y los criterios más acertados para su recta formación.

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53. ¿Crisis de vocaciones o de formadores?

Al examinar los resultados de diversas casas de formación nos hemos dado cuenta que los resultados están casi siempre de acuerdo no con el método se­guido, sino con las personas que lo realizaron. Don­de hay gerente, dicen los antioqueños, hay empresa; donde se logra unos cuantos formadores buenos, los resultados no se hacen esperar, las principales crisis son crisis de formadores.

La simple enumeración de las cualidades y ca­racterísticas es un programa al cual tender para todos los que deseen el éxito. He aquí algunas cuali­dades de los formadores, dignas de tener en cuenta:

— Virtudes teologales, piedad intensa y amor a su vocación. Sólo así la vitalidad religiosa de su exis­tencia atraerá a los formandos.

— Personas de virtud. La gran ley de que nadie da lo que no tiene se impone y la educación e¡3 una ascensión, un ideal y el educador un líder.

— Autoridad y carácter, que implica constancia, serenidad, tacto, equidad, buen ejemplo, firmeza, bon­dad, autoconfianza, sentido de orden, calma, equili­brio...

— Amable, exigiendo el deber: combinación ma­ravillosa de la firmeza y de la bondad para formar cumplidores del deber.

— Capacidad de dirección, con dignidad, simpa­tía, entusiasmo, sinceridad, orden, paciencia y sen­tido del buen humor.

— Comprensión y detalles, con espíritu de obser­vación, que a las veces será interés personal deta­llista; otras, reflexión en el consejo, vigilancia en los peligros, represión justa en las faltas, compren­sión en las dificultades.

Podríamos seguir enumerando cualidades, y al­gunas se tratarán en particular a través de estas pá-

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ginas. Una cosa hay cierta y queremos repetir: los métodos no sustituyen nunca a los pedagogos, ni los sistemas a las personas.

54. Un noviciado modelo

He aquí un programa digno de tenerse en cuenta en el año de noviciado:

Señor: dame un novicio modelo:

— Un novicio cuyo corazón sea claro, con esa transparencia que da la pureza de conciencia, la guarda de la castidad y la nobleza de espíritu.

— Un novicio cuyos ideales sean altos y fuertes, tan altos que se confundan con tu caridad, tan fuertes que lo muevan a hacer siempre el bien.

— Un novicio que no doble la espalda cuando de­ba erguir el pecho, que sepa decir «no» a la tentación y evite la complicidad con sus pa­siones.

—• Un novicio que no escoja el camino fácil y có­modo, sino el áspero, aguijoneado por las di­ficultades de nuestra misión específica, que sepa sentirse fuerte en la tempestad y sentir com­pasión de los que fallan.

— Un novicio que sepa conocerte a Ti y conocer­se a sí mismo, que es la piedra fundamental de todo conocimiento, con más evangelio que teo­logía, con más conocimiento de su tiempo que de las humanidades, más avance hacia el futuro sin olvidar el pasado.

— Un novicio tan humilde que sepa cuándo es dé­bil, tan libre que sepa ser obediente, tan pobre que nada desee sino servir a los pobres, tan callado que sepa hablar contigo y dialogar con los Superiores.

— Un novicio que aprenda a reír, pero que tam­bién sepa llorar; que tenga suficiente sentido

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del humor para que, siendo serio, no se tome a sí mismo demasiado en serio.

— Un novicio con espíritu franciscano, con la sen­cillez de la verdadera grandeza, la imparciali­dad de la verdadera sabiduría, la mansedumbre de la verdadera fuerza y la impaciencia del ver­dadero progreso.

— Un novicio convencido de que los libros le da­rán el saber, pero sólo el contacto con Cristo le dará el ser ...y es mucho mejor ser bueno que saber de bondad; ser humilde, puro y obedien­te, que saber el compendio de estas virtudes.

— Un novicio, en fin, que con el amor a la Virgen (faro del cristianismo), el auxilio de los sacra­mentos (Cristo actualizado entre nosotros) viva en gracia y la difunda con ilusión, sacrificio y espíritu de entrega;

entonces, ...y sólo entonces..., Señor, no habre­mos vivido en vano.

55. Honor, poesía del deber

El honor es el primer sentimiento de la vida; ad­mite todo lo que es grande y rechaza todo lo que es bajo. El honor—dice bellamente Alfredo de Vigny— es la poesía del deber. El honor siempre ha sido resorte maravilloso para la buena conducta humana. Un grito de «nobleza obliga», arranca desde lo pro­fundo del corazón bien educado y pulsa las almas de aquellos que tuvieron la dicha de vibrar desde la niñez y estimar su dignidad.

La vergüenza es uno de los grandes dolores del alma, generalmente más poderoso que el dolor fí­sico, a no ser que se trate de almas degradadas. Principalmente desde la juventud donde un ins­tinto interno de superación empuja la persona hacia un estado definitivo de madurez. Degenerado es aquel en cuya conciencia para nada pulsa el honor, que ante el mal no se sonroja y comete el pecado con naturalidad.

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No es fácil educar bien el honor. Cualquier dis­tinción puede ser un premio y lo contrario, un cas­tigo de grande valor. Hay, sin embargo, un peligro: puede degenerar en orgullo y soberbia, vicio capital de nuestra naturaleza caída. He visto manejar grupos explotando inicuamente el amor propio, no como aliado de una digna educación, sino como compla­cencia de una pasión; he visto, con el propósito de formar la humildad, llegar a la indiferencia anodi­na y a la insensibilidad atrofiada. Confieso que no es fácil para el educador y formador, ni menos para el superior.

56. Discreta alabanza y felicitación

La discreta alabanza y felicitación, siempre cuando no mimen la personalidad, abren horizontes y en­sanchan el alma. Expresan lo que de bueno senti­mos como recibido de Dios; es sentirnos sus instru­mentos. Ver lo bueno que tiene mi hermano, es leer a Dios en sus criaturas y brindarles su honor y su gloria.

La insinuación y reprensión, llenas de amabili­dad unas veces, seria y austera las otras, es medio eficaz de formación. Reprendamos con dolor para saber que hemos corregido amando, es la expresión de la gran educadora Gabriela Mistral.

Muchos educadores desconocen el maravilloso efec­to de la buena reprensión: serena, apacible, justa, ra­zonada, con todo el dolor de nuestra alma, como si nosotros mismos hubiéramos faltado al deber. Des­conocen también el estímulo: que es voz de aliento, felicitación honrada por el bien realizado, alegría propia por el bien ajeno. Aquí se cumple aquello de sufrir con el que sufre y gozar con el que goza.

La palabra sigue al testimonio. La palabra sin tes­timonio es rechazada, el testimonio sin palabra es desatendido; ambos se complementan. Sin educar el honor, queda difícil el testimonio. No siempre el amar el hábito religioso es puro respeto del honor, tras él pueden esconderse no pocas limitaciones.

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El clericalismo como casta es algo que debe haber trascendido, nuestras dignidades no son para ser­virnos de ellas, sino para ponerlas al servicio de Dios y de la Iglesia. Ciertas poses oligarcas desacre­ditan a la Iglesia y la tornan menos evangélica. Dan testimonio aquellos religiosos cuya conducta hace creer, cuya conducta manifiesta la presencia de Dios.

Honor, testimonio, ideal, tres palabras de profun­do significado psicológico que merecen tenerse en cuenta en la época del «A go-gó», para la recta for­mación de nuevas generaciones.

57. Necesidad de la reprensión

¡Corregid con dolor, para saber que habéis re­prendido amando!

Cuando la corrección es un desahogo de la ira mal controlada, sabe a venganza, a insulto y ultraje; sus efectos son el rechazo, la postración, la barrera de separación entre el educador y educando, entre su­perior y subdito. Cuando, en cambio, en la corrección hay amor y el que más sufre es el que reprende, se acepta la corrección y se endereza el camino y la persona humana.

Es utópico el creer que nunca en la vida tendremos la penosa obligación de corregir y reprender, sería tanto como olvidar el pecado de origen, el mundo de pasiones que hay que vencer y controlar para llegar a ser virtuoso y claro. Cuántos se pierden y no se forman, porque carecieron, a su debido tiempo, de la corrección oportuna, clara y serena.

La serenidad es la primera cualidad de la correc­ción para lograr que sea justa y equitativa. El hie­rro se suelda cuando se rompe, la escritura se borra y enmienda cuando hay un error, la planta se afian­za con una estaca cuando se tuerce; soldadura, en­mienda y estaca es la corrección serena y amorosa para la persona humana. Termínese siempre la co­rrección con una voz de aliento que eleve y no con un «no sirves para nada» que hunde.

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La corrección ha de ser breve y suave. Si es des­medida y brusca, hiela, paraliza el ánimo, provoca la desconfianza y la rebelión. Pero esto no significa que no ha de ser clara, con tanta claridad que nos entiendan, con tanta delicadeza que no se ofendan ni escandalicen. En problemas morales hay que ser aún más parcos, sin afrentar al que ha faltado: en vez de decirle, ¿por qué has hecho esto?..., es mejor ad­vertirle: si no te cuidas vas a incurrir en estas fal­tas (se enumeran las que estamos ciertos que ya se han cometido), y eso sería muy penoso para ti y para mí; así la dignidad se empina y la confianza brota.

Sea también la corrección oportuna, donde y cuan­do convenga.

58. El valor del líder

Para juzgar la virtud hace falta ser virtuoso, para penetrar la santidad hace falta caminar por ella, para inspirar dignidad hace falta vivir con rectitud y jus­ticia, por eso ha sido, es y será siempre difícil ser buen sacerdote y religioso, dar TESTIMONIO DE CRISTO. Para construir la cristiandad debemos prac­ticar la admiración de los santos, imitarlos y tomar­los como nuestros líderes.

Dos mil años de testimonio indican que Cristo es el mejor Líder. La actividad psíquica superior sólo es posible a condición de movilizar para su servicio el máximo de energía afectiva. Todos los hombres, para su desarrollo perfecto, han necesitado de la poderosa influencia que ha ejercido sobre ellos otra persona más poderosa y rica en personalidad.

El fracaso de muchos seminarios y casas de forma­ción es que los jóvenes no encuentran a quién esco­ger para imitar como líder. El Concilio nos advierte que necesitamos estos líderes y que el primero es Cristo, persona viva, que nos ama, nos conoce y nos ayuda; su aparición en la tierra partió la historia en dos, como parte la vida de todo el que se convierte a El.

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59. Almas fieles

El hombre tiende por fuerza de gravedad hacia la felicidad, como la piedra por fuerza de atracción ha­cia la tierra. Todos deseamos ser felices, el misterio está en acertar en la auténtica felicidad. Los más felices serán siempre los más santos, porque la ma­yor felicidad es poseer la gracia de Dios.

La gracia perfecciona la naturaleza y las almas fieles poseen a Dios casi conocido y amado por ex­periencia.

Aunque en el mar haya tormenta, en el fondo siempre hay quietud; aunque en el cielo haya nubes, más arriba siempre brilla el sol. Así las almas fie­les, aunque sientan dificultades, en el fondo poseen la paz de Dios; aunque las asalten dudas, en la con­ciencia siempre conservan la luz de la verdad.

Estas almas son el sostén de las comunidades, la solidez de su espíritu y la seguridad de su porvenir. ¡Dichoso el Instituto que en cada comunidad en­cuentra almas de este calibre, capaces de dar testi­monio como cosa normal y espontánea!

Muchos religiosos son infelices porque buscan, con egoísmo, una falsa felicidad, pasarlo bien. El cora­zón humano busca siempre la felicidad, las pasiones humanas mal dominadas complican la vida, la virtud la simplifica; nuestro contacto con Cristo la vivi­fica. ¡Señor!, nos has hecho para Ti y nuestro cora­zón permanece inseguro hasta que te encontremos a Ti.

60. Una ascensión y un ideal

La formación es una ascensión, los superiores son los primeros guías. El guía no es para quedar en el llano y decir: «por ahí se sube». Ha de subir él en cabeza.

Toda formación es un arte de elevación, de con-

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quista de nuevas cimas. El ejemplo exige a todos franqueza, honradez y fidelidad.

El buen ejemplo de los mayores imprime forta­leza a las virtudes dóbiles de los más jóvenes, ha de brotar el buen ejemplo como cosa normal y espon­tánea. Es inútil y peligroso disimular entre personas que conviven bajo un mismo techo.

El hombre vale lo que vale su ideal. El ideal es la medida del hombre. Los hombres durante un gran período de nuestra vida somos portadores de ideas, llega un momento en que esas ideas nos penetran, nos arrastran; son las ideas que se convierten en ideal. Sin grandes ideales las almas generosas se abu­rren. Los religiosos necesitan avivar continuamente su ideal para conquistar y perseverar en actitud de enamorados y no de peones cansados. Dirigir una co­munidad es ser capaz de sembrar ilusiones, conser­var el fervor y alentar los ideales sobrenaturales de una vida consagrada.

61. Experiencia y años

«La experiencia es hija de los años», es un refrán incompleto. Debe añadirse: «vividos con reflexión».

No son pocos los que mueren de viejos sin expe­riencia de la vida. Mejor dicho: llenan su vida de malas experiencias que van creando complejos en su existencia, llenos de amarguras, prevenciones y sin­sabores injustificados.

Sólo para los que reflexionan seriamente es cierta la frase de Píndaro: «El día que precede es maestro del posterior.»

Los años de prácticas pedagógicas para los jóvenes religiosos y júniores deben estar organizados y diri­gidos por personas competentes, pues no se va a probar la vocación, sino a formarla con buenas ex­periencias de consagración y responsabilidad.

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62. La ley de la no intervención

Educar la libertad, gritan muchos y apelan bona-chonamente a la autoeducación, a la no intervención, sin pensar que la libertad sin freno se ve azotada por la desgracia, y que educar no es solamente aconsejar el deber, sino facilitarlo y exigirlo con constancia y amabilidad.

No puede establecerse el reinado de la libertad sin el de las buenas costumbres, ni fundar éstas sin las convicciones.

La vida en Comunidad ayuda poderosamente a lo­grar en sus miembros buenas costumbres, modos per­manentes y fáciles de obrar el bien y permanecer en actitud de servicio.

Es de lamentar el ausentismo de muchos formado-res, que bajo diversos títulos, se evaden de su labor principal, que es: con mano de artista, con delicadeza y detalles, con prudencia y bondad, con dedicación y esmero, ayudar a los religiosos jóvenes, por lo menos, a los que se dejan ayudar.

€3. Unidad de criterios

Los educadores desunidos, por una u otra causa, estropean la tarea educativa y todos los días aléjanse más, aunque no se lo propongan, del espíritu de sus alumnos y de la oportunidad de cultivarlos y enno­blecerlos.

La unidad de criterios en la casa de formación, en cuanto hace relación a exigencias y distinciones, per­misos y consejos, actitudes y criterios, es absoluta­mente necesaria para la recta formación de los can­didatos a la vida religiosa.

De los educadores que avanzan rítmicamente, uni­tariamente, dentro de la vida colegial, la educación espera los mejores frutos y el porvenir sus más claros habitantes.

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64. Estudio-noticia

La mejor manera de no aprender nada es estudiar muchas cosas a la vez. Enciclopedismo, estudio-no­ticia; nos informamos de todo y no profundizamos nada.

Cuántos, por desgracia, tienen una cultura estilo revista «Selecciones»; capaces de alternar sobre cual­quier tema o problema, pero difíciles en pensar y de­finirse sobre los mismos.

Cultura es la manera de ser, juzgar y actuar que nos queda cuando nos olvidamos de cuanto nos ense­ñaron. Y ¿qué les queda a los enciclopedistas cuando olvidan nombres y fechas?

Por desgracia, los programas oficiales han sido im­puestos en todas las casas de formación y acaban el Bachillerato con una superficialidad alarmante, sin saber pensar ni comprender, pues ni en las matemá­ticas y ciencias tuvieron tiempo para discurrir, ni en la literatura para saborear, ni en la filosofía para profundizar, ni en la religión para asimilar. No hubo tiempo sino para informarse.

Marañón dice que el enciclopedismo fue una dege­neración que ocurrió al ignorar que saber es en ver­dad una actitud y no un hecho; que saber es entender, descubrir la verdad, y no querer saberlo todo.

65. Pobres estudiantes

¡ Pobres estudiantes!, parecéis cariátides aplastadas por un mundo de libros. Cada curso de Bachillerato es una enciclopedia de plomo que lleváis sobre los hombros, como otros Atlantes.

En la pura adolescencia, época de la eclosión y de la alegría, de la música y de la poesía, de la amistad y del arte, de la generosidad religiosa y patriótica... os encontráis con un mundo de tareas por hacer, con un mundo de libros que estudiar, sin un corazón es-

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ponjado, sin calor ni gozo de hogar... mientras los mayores os llamamos... Rebeldes sin causa...

Cuando el padre acaba la jornada llega,a casa a des­cansar, a ver televisión. Cuando el alumno regresa al hogar ha de enfrentarse con sus tareas que dañan el rato de agradable contacto en el seno de la familia.

¡Educadores! ¡Religiosos y religiosas: sed limita­dos en las tareas; no os venguéis imponiendo largas tareas como si vuestra asignatura fuera la única y la más importante!

Alumno que perdió el gusto del Colegio, ya no es receptivo en la educación. Menos cosas mejor exigidas y llevadas a cabo con perfección.

66. Decálogo-programa

Contemplando los programas escolares, manumi­sión de adolescentes esclavos a los libros, propondría, con gracia, este decálogo-programa:

1. Ningún libro puede ser gordo. 2. Ninguna página puede ser flaca. 3. Ninguna letra puede ser pequeña. 4. Toda página tendrá tres buenos grabados, ni uno

menos. 5. Todo curso tendrá tres asignaturas fundamen­

tales, ni una más. 6. Todo período lectivo tendrá tres meses, ni un

día más; y será seguido de un mes de vacacio­nes, ni un día menos.

7. Se estará cada día tres horas en clase, ni un mi­nuto más.

8. Se tendrá diariamente tres horas de estudio di­rigido, ni un minuto menos.

9. Se tendrán cada día tres recreos, ni uno menos. 10. La clase no se puede parecer a un entierro de

tercera, ni el recreo a gimnasia de presos. Para los seminarios menores, que educan adoles­

centes, tiene mucha filosofía este programa entresa­cado de un interesante artículo de Mons. Marcelino

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Olaechea, que puede servir también para tantos reli­giosos educadores.

67. Costumbres y convicciones

Costumbres sin convicciones, son rutinas y auto­matismos insustanciales.

Convicciones sin costumbres, son ideas clavadas en el aire.

Costumbres y convicciones son carne y espíritu, cuerpo y alma, hombre total.

Así las costumbres son «el resultado del hábito convertido en carácter», según frase afortunada de Hobbes.

Las convicciones nos llegan con ideas asimiladas, profundas, vivenciales. Las costumbres con la repe­tición constante y racionalmente voluntaria de actos buenos.

Es de lamentar tantos seminarios y casas de forma­ción donde reina la indisciplina, el abandono y la to­lerancia, casi excesiva de educadores deseosos de dejar los formandos para dedicarse a sus personales quehaceres. No son capaces de exigir porque son in­capaces de cumplir.

Seamos sinceros: —¿Fallan los métodos o las per­sonas?

La naturaleza es la primera costumbre, como la costumbre es una segunda naturaleza.

Las costumbres dan facilidad y gusto; penetran en todo el ser, como las convicciones en el alma.

«Si nos faltan las costumbres, ¿para qué sirven las leyes?»

(HORACIO.)

Costumbres no siempre son rutinas. Cuando en la vida hay ideal, amor, convicción y generosidad, lss

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buenas costumbres se convierten en sólidas virtudes que dan seguridad a la personalidad, firmeza a la vo­luntad y quietud al espíritu.

Sólo cuando las costumbres se reducen a un mero formulismo exterior se convierten en simples rutinas ineficaces.

68. El misterioso subconsciente

Hasta hace poco, educar era instruir el consciente; ahora nos hemos dado cuenta que es también propor­cionar material al subconsciente.

Ese hijo vuestro no conoce códigos morales, no paladea el gusto de lo religioso, no tiene ansia de cul­tura, no distingue entre modales finos y toscos. Pero lo religioso, lo moral, la cultura y la corrección van tomando la forma que le imprime el ejemplo de los que le rodean.

¡ Padres! ¡ Educadores!, rodead a los niños de todo aquello que queráis que surja espontaneo desde la intimidad de su ser.

Problema grave en la moderna sociedad es la lucha íntima en cada persona, por una parte de lo que se enseña al consciente, y por otra lo que absorbe el subconsciente de un ambiente malsano y corrompido. Muchas veces se impone la carga de imágenes del subconsciente sobre las razones del consciente.

Mucho hacemos cuando ayudamos a formar un buen ambiente. El buen espíritu en una Comunidad o en un religioso es difícil de definir, pero todos no­tamos cuándo falta.

69. Cortesía y virtud

Las buenas maneras embellecen la vida.de los pue­blos,-estrechan los lazos de la solidaridad humana y fortalecen los sentimientos del amor y la paz.

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Pero es necesario entender que la cortesía debe tener sus raíces en la virtud y los buenos sentimien­tos, para que en realidad sea auténtico brillo de la persona humana.

La cortesía que no traspone el límite de las cosas exteriores y convencionales, no pasa de ser una si­mulación y no contribuye, ciertamente, a ennoblecer y aclarar la existencia.

La cortesía es la flor exquisita de la caridad, nece­saria para todos, indispensable para religiosos de vida comunitaria y de apostolado activo.

70. El dolor y el prójimo

Quien gime por sus desgracias, bueno es que mire las ajenas, pues viendo lo mucho que otros sufren, se quejaría menos de sus males.

No os quejéis de sufrir porque así comprenderéis lo que es el dolor y aprenderéis a socorrer.

Muchas Comunidades se sienten poco unidas por­que nunca han sufrido juntas; siempre han tratado de gozar.

Recordemos la sentencia de Lamartine: «El dolor tiene lazos más estrechos que la felicidad para ligar los corazones.»

A veces Dios permite contratiempos para que nos unamos más.

Remedio para muchas quejas y exigencias de jóve­nes religiosos y religiosas, durante su período de for­mación, es el contacto con los que sufren, así se ol­vidan un poco de sí mismos.

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AMOR FRATERNIDAD DIALOGO

El hombre no puede por sí solo sino muy poca cosa: es un Robinson abando­nado; sólo en comunidad con los demás es poderoso.

SCHOPENHAUER.

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71. Amor auténtico. 72. Amar es comprender. 73. Carencia afectiva y poco cultivo del corazón 74. Reprender bien no es fácil. 75. Radiografía y fotografía. 76. Lógica femenina y masculina. 77. Humor de la mujer. 78. Urbanidad es virtud. 79. Simpatía y servicio mutuos. 80. Dificultades de la vida en comunidad. 81. Familia y comunidad. 82. Crisis de convivencia. 83. Disposición para perdonar. 84. Revisión de vida y reunión de grupo. 85. Los votos y la vida en fraternidad. 86. Diálogo contra angustiosa soledad. 87. Cualidades del coloquio. 88. Diálogo y profundo respeto. 89. El diálogo es holocausto y comunión. 90. Diálogo colectivo.

71. Amor auténtico

Lo único que convence a los subditos es el amor auténtico de sus superiores y formadores, que no sólo dan, sino se dan; viven con ellos y se desviven por ellos.

Nada hay más difícil que ocultar o aparentar el amor. Si existe—dice John Dryden—quema el cora­zón ; si no, la frialdad hace al fin traición.

Los jóvenes tienen necesidad de amor y quieren ser amados por ellos mismos. Hay subditos tolerados, consentidos y hasta mimados, pero en realidad no son amados; no hay más que actos de egoísmo de los propios educadores (sobre todo educadoras) que cons­ciente o inconscientemente buscan su propia satis­facción : ser amados y adorados de sus subditos.

Amor sin exigencia disminuye al amado; se torna poco palpitante, se malogra el interés. Exigencia sin amor subleva e irrita, tiraniza las mutuas relaciones. El amor exigente engrandece y une, dignifica y hace respetables.

72. Amar es comprender

Comprender no es aprobar o aceptar lo que no está según conciencia.

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No es simplemente tolerar o soportar con paciencia. Es ayudar a los hermanos a descifrar la vida den­

tro del término del amor, comprendiendo con caridad sus angustias, sin desconfianzas habituales, ni con­formismos suicidas.

Su signo inequívoco: la confianza. La confianza no se compra, se inspira; es hija de una serie de virtu­des humanas y divinas entre las cuales se encuen­tran : transparencia de espíritu, equilibrio, actitud de servicio, humildad, respeto a la verdad y a la persona, espíritu sobrenatural.

Sólo el amor verdadero capacita a superiores y edu­cadores a rodear a los educandos de alegría, optimis­mo y confianza. El amor les enseña a perder el sueño, a estar en todas partes, a estimular, aconsejar, re­prender. La bondad reúne todo esto y algo más: interés, sacrificio, admiración, comprensión.

73. Carencia afectiva y poco cultivo del corazón

La carencia afectiva torna cada día a la juventud más instintiva, menos respetuosa con la autoridad y más propensa a buscar la seguridad con sus cámara-das y amigos.

Nada es sin sentimiento el amor, y menos aún, sin amor el sentimiento.

La superprotección material y pobreza espiritual permiten un traslado artificial de responsabilidades y acaban por dejar a los adolescentes y jóvenes sin el apoyo moral solicitado. Cuántos niños, a fuer de no sentir la presencia moral de sus padres y educadores, acaban por despreciarla.

En muchos hogares la educación se limita a una tabla dietética de alimentos apta para engordar pollos, pero insuficiente para educar hijos.

Se requieren prontas y fundamentales transforma­ciones en el enfoque de nuestra educación, que dedica largos años y metodologías al cultivo de la inteligen­cia y poco o ningún esfuerzo, método y tiempo al

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cultivo del corazón, parte esencial de nuestra perso­nalidad y base de la auténtica autoridad.

74. Reprender bien no es fácil

Reprender bien no es fácil, requiere tacto, amor, profundo sentimiento de lo que se está haciendo, pre­paración del ánimo de quien recibe la amarga re­flexión.

Reprender, en cierta manera, es hacer sentir el des­honor de una acción mala, de una actuación no con­veniente.

Procure ser en todo lo posible, el que ha de repren­der, irreprensible; y guiar sus actuaciones por la caridad, la prudencia y la justicia.

Cuando en la reprensión hay amor no se malogra ni la fraternidad, ni se rompe el diálogo. Para llegar al verdadero amor hace falta dar muerte a muchos fal­sos amores, para llegar a la auténtica fraternidad, es necesario vencer falsas cortesías y buscar el bien total, no sólo el estar bien con todos.

75. Radiografía y fotografía

El hombre reflexiona, calcula, proyecta, prevé los obstáculos, deduce conclusiones, tiene una visión de conjunto, saca la radiografía de las cosas (1).

La mujer, por el contrario, intuye, tiene un cono­cimiento espontáneo, cálido, lleno de colorido y de­talles, fotografía en colores todo lo que se presenta a su mirada.

Se ha dicho que el hombre se equivoca cuando no reflexiona, y la mujer cuando reflexiona demasiado. Esto es cierto: hombre sin reflexión, barco sin brú­jula, hogar sin jefe, comunidad sin superior; mujer que reflexiona demasiado pierde la intuición, la es­pontaneidad de su alma clara, se angustia por dentó y se anuló la madre o la superiora... nada más inútil

(1) Curso de preparación al matrimonio, «Psicología del hom­bre y de la mujer», Madrid, 1967.

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que una mujer angustiada. Recordar esto, ayuda a dialogar y entenderse.

76. Lógica femenina y masculina

El hombre tiene la lógica de las ideas; la mujer la de los hechos.

La del hombre es más profunda con el inconvenien­te de lo imprevisto.

La mujer no tiene plan determinado, se amolda a las circunstancias, le vibra la vida.

Un ramo de flores convence más a una mujer que cuarenta y cuatro argumentos sólidos.

El hombre dice lo que siente; la mujer insinúa lo que quiere decir. La mujer debe aceptar como tal lo que el hombre dice, el hombre debe interpretar lo que la mujer quiere decir.

Ambos son verídicos, cada quien a su manera; pero la mujer goza cuando adivinan sus deseos, y el hom­bre cuando se entienden sus razones.

Todo esto hay que tenerlo en cuenta, pues la fra­ternidad es resultado de muchos factores.

77. Humor de la mujer

La delicadeza del sistema nervioso y de sus órga­nos genitales y los fenómenos orgánicos que perió­dicamente en la mujer se producen (ovulación, mens­truación, parto y lactancia) hacen que la parte física repercuta constantemente sobre su humor.

El hombre debe tener esto presente, ya que, libre él de estas molestias, fácilmente puede ser incompren-sivo con las quesicosas pasajeras de la mujer.

El hombre, con su visión de conjunto, se ocupa de las cosas más trascendentales; la mujer, detallista, de los mil quehaceres diarios.

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En las comunidades religiosas masculinas la vida en fratenidad puede sufrir por falta de detalles y de­licadezas; en las femeninas por falta de ecuánime continuidad, pues todos siguen siendo hombres y mujeres.

78. Urbanidad es virtud

Urbanidad, hábito virtuoso que dirige al hombre en acciones en orden a hacer suave y grato su trato con los demás hombres.

«La urbanidad forma parte de la probidad, como la ortografía del estilo (TROUBAT) (2).

Las palabras corteses son las ganzúas de los cora­zones, porque todos los que son corteses con nosotros nos comprometen a servirlos.

«Con la costumbre y el trato suele en un buen na­tural, trocarse en seda el sayal» (TIRSO DE MOLINA).

Sólo las almas nobles y correctas logran que su diálogo sea el camino que conduce a una fraternidad evangélica, digna de los Hijos de Dios.

79. Simpatía y servicio mutuos

«Es la simpatía uno de los prodigios sellados de la Naturaleza» (GRACIÁN), que se convierte en la piedra imán de la vida y mueve dos energías en una sola alma.

Puede ser el impulso más noble que facilite la auténtica amistad, o la tendencia más opaca que arrastre a la depravación.

Cualquiera puede simpatizar con las penas de un amigo. Simpatizar con sus éxitos requiere una natu­raleza delicadísima.

Todo esto es necesario para el gran bien de la fra-

(2) BORRXS, TOMAS, Diccionario de Sabiduría, Agullar, Madrid, 1965.

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ternidad, que se basa en la renuncia, en el mutuo aprecio, en la constante actitud de servicio que tanto repite el Concilio.

La imagen clara de la actitud de servicio que nos inculca la Iglesia la encontramos en la expresión paulina del cuerpo místico: Una comunidad es eso, una célula viva de la Iglesia; la cabeza, el superior; la comunidad, los distintos miembros según sus cargos y posiciones; por todos discurriendo la misma savia vital; la cabeza sirve a los demás miembros, pero una mano es capaz de dejarse aporrear para conservar ilesa la cabeza; el servicio es mutuo y constante; la cabeza sirve, pero es servida, defendida y apreciada en lo que vale. No nos quedemos con una visión par­cial de servicio.

80. Dificultades en la vida de comunidad

Deberemos, con esfuerzo común, ir venciendo las dificultades que empecen esta vida en fraternidad y que en la reunión de Río de Janeiro se sintetiza de la siguiente manera (3):

Comunidades que difícilmente van más allá de la simple yuxtaposición de individuos o de meras for­mas «sacrales», y rara vez logran llegar a la unión y caridad fraterna.

Comunidades que se constituyen como grupo se­cundario, en el que predomina la unión de las per­sonas.

Comunidades... con una fuerza niveladora de la co­lectividad, que produce un clima de hostilidad o de indiferencia para cualquier miembro que sobresalga.

Problemas y tensiones causados por las diferen­cias de nacionalidades, generaciones, actividades, ca­racterología de los miembros de una misma comu­nidad.

Falso angelismo, forma solapada de egoísmo; dis­frutar las alegrías de la paz, sin aportar los propios

(3) C. P. , o. c, pág. 13.

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sacrificios y renuncias que la vida común exige; pen­sando más en gozar de la vida, que en hacerla agra­dable a los demás hombres; y digna de Dios; más en desconocer los problemas que en aplicarle lógicas soluciones.

81. Familia y cumunidad

Lo que es una buena familia para sus hijos debe ser una buena comunidad para sus Religiosos. Como los peces en el agua, el Religioso se desenvuelve en su Instituto como en su propio hogar. Toda Comuni­dad bien constituida debe ser capaz, no sólo de pro­bar, sino y principalmente de formar, influir en bien, comunicar optimismo y celo apostólico. Donde esto no ocurra se impone una revisión profunda de la vida a la luz del Evangelio, sin acudir al fácil subterfugio de dar la culpa a las estructuras; sino cayendo en la cuenta de que quienes debían ser locomotoras, han pasado a ser vagones; quienes (y en ellos Dios con­fiaba) debían aportar mucho, lo esperan todo de otros.

La maldición persigue a los hijos rebeldes, y la des­dicha a los religiosos que quitan la paz a su comuni­dad, y siembran la discordia entre sus hermanos. Comportaos de tal manera que los Superiores mejo­res no se cansen de gobernaros.

Desconfiad de quien duda encontrar la paz con sus mejores hermanos. La comunidad virtuosa es una nave que en la tempestad está sujeta por dos anclas: unión con Dios y unión con los hermanos; religión y costumbres..

Que en nuestras comunidades, como en las buenas familias, reine la paz y la confianza, el amor y el res­peto, la caridad y el diálogo, la servicialidad y la mu­tua ayuda..., así seremos testigos del Reino.

82. Crisis de convivencia

Hay una crisis de convivencia, transferencia de la que hoy se da en el mundo, aun en la misma familia.

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Hay crisis por la creciente socialización. La vida re­ligiosa va perdiendo ese tono de hogar en que todos se sentían una familia alrededor del padre o de la madre, superiores en la comunidad.

Nuestras relaciones, aun donde ganaron en since­ridad, perdieron en espíritu sobrenatural de fraterna delicadeza, intimidad y transparencia. Son demasia­dos los Religiosos que viven desalentados, frenados, incómprendidos, sin rendir lo que son capaces, már­tires, sin expresar lo que de noble sienten, víctimas de un ambiente donde las virtudes hay que ocultarlas como si ¡fueran vicios, por la cantidad de críticas y murmuraciones que levantan!

Los neurasténicos y raros, los desequilibrados y los muy nerviosos, no sirven para la vida religiosa. Son de difícil convivencia. Como también los de afectivi­dad descontrolada.

He aquí un nuevo criterio, poco tenido en cuenta, para la selección de vocaciones.

83. Disposición para perdonar

La Vida Religiosa con tensiones se torna a ratos insoportable. Son faltas de caridad: no dirigir la pa­labra, mostrarse por mucho tiempo serio y ofendido, no olvidar las ofensas recibidas, ser seco y huraño con los hermanos y afectuoso con la gente de fuera, sobre todo si es del sexo opuesto. Todo esto indica desequilibrio.

El buen religioso ha de tener siempre disponibilidad para perdonar y deseos de vivir en concordia y paz.

No hay cosa que haga al hombre más semejante a Dios que el perdón. Cristo para demostrar que era Dios perdonó y excusó al perdonado, pendiente de la Cruz: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.»

El que perdona vence más que el que se venga; pues el que perdona una injuria, obliga al injuriado a injuriarse a sí mismo. Se perdona, tanto como se

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ama: religioso que no sabe perdonar, es porque no sabe amar.

Ser virtuoso es perdonar siempre a los demás y nunca a uno mismo. No perdonar es señal de debili­dad; un débil puede combatir, puede incluso vencer, pero difícilmente sabe perdonar.

La fraternidad exige perdonarnos mutua y cons­tantemente nuestros pequeños y grandes defectos, para que tengan sentido las palabras del Padrenues­tro : «Perdona nuestras ofensas, como nosotros per­donamos a los que nos ofenden.»

84. Revisión de vida y reunión de grupo

La revisión de vida, la reunión de grupo de los Cursillos de Cristiandad son métodos prácticos, psico­lógicamente bien montados, para el diálogo comuni­tario, que podrían suplir con creces los anacrónicos Capítulos de culpas de nuestras Comunidades y lograr el espíritu sobrenatural de la obediencia, la autenti­cidad de expresión y actuación, y la formación de la personalidad.

Ellos se basan en la sinceridad; y, a la luz del Evangelio, insisten en el compromiso propio y la apor­tación personal para el mejoramiento de la comu­nidad.

Si vivimos en comunidad, nos hemos de santificar en la Comunidad. No vivimos simplemente unidos para cumplir una misión, sino para la mayor gloria de Dios y bien del Instituto. Si para el cumplimiento de toda misión trabajamos en equipo, sería falta de caridad y de justicia no utilizar los medios comuni­tarios para la propia santificación:

La revisión de vida se base en cuatro puntos:

El grupo: Máximo de 10. Si la comunidad es nu­merosa puede formar varios grupos que, animados de buen espíritu, buscan unidos la voluntad de Dios.

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El tema: Un hecho o situación de la vida ordina­ria, apto para la revisión de vida. Estos temas se sugieren y acuerdan con anticipación para ir meditando sobre ellos.

La reunión: La preside cada vez un hermano, que expone el tema. Cada uno va diciendo lo que juzga y siente a la luz del Evangelio: ¿Qué ha­ría Cristo? ¿Cómo se comportaría en situación semejante? Y ésta será nuestra respuesta.

Compromiso: Lo hacen los componentes del gru­po, y lo hacen porque a través de un hecho se encontró la Voluntad de Dios, en bien siempre de la comunidad.

85. Los votos y la vida en fraternidad

Los votos no son un fin, sino un medio para con­sagrarse a Dios y obviar los obstáculos que impiden la vida en caridad:

— La pobreza nos quita el egoísmo y la ambición; nos hace sencillos con la actitud interior de los humildes.

— La castidad subyuga nuestros caprichos, equi­libra nuestro espíritu, da transparencia al alma y facilita la confianza.

— La obediencia garantiza nuestra vida comuni­taria orienta nuestro apostolado, manifiesta la voluntad de Dios, nos torna sociedad con vínculo de acción comunitaria.

86. Diálogo contra angustiosa soledad

Es triste constatar tantos religiosos y religiosas que viven en angustiosa soledad. No siempre la char-

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la insustancial de un recreo arranca el aislamiento interior. Muchos viven yuxtapuestos, colegas de una misma profesión, camaradas de un mismo ideal, amigotes de unos mismos gustos, pero... sin llegar al diálogo sustancial de la verdadera amistad (4).

Da Dirección espiritual bien llevada y el diálogo con los Superiores (contemplado como cosa normal dentro de las organizaciones y metodizado con mo­tivo de nuestros apostolados colectivos) es un ele­mento de renovación que merece urgente revisión.

Enseñar desde jóvenes que en este diálogo se bus­que, no solamente el consuelo, sino sobre todo la verdad. Facilitarle a directores espirituales, supe­riores y formadores, la técnica del coloquio, su valor formativo y emotivo, y responsabilizar sobre el pecado de omisión que se está cometiendo con frecuencia.

87. Cualidades del coloquio

El coloquio, como arte de comunicación espiritual, según la Eclesian Suam núm. 47, tiene las siguientes características, que sintetizamos:

— CLARIDAD: El diálogo supone y exige la in­teligibilidad; es un intercambio de pensamiento, es una invitación al ejercicio de las facultades superio­res del hombre; es un índice de actividad y de cul­tura-humana.

— AFABILIDAD: El coloquio no es orgulloso, no es hiriente, no es ofensivo; su autoridad es intríseca por la verdad que expone, por la caridad que difun­de, por el ejemplo que propone.

— CONFIANZA: Tanto en el valor de la propia palabra, como en la disponibilidad para acogerla por parte del interlocutor: promueve la amistad, entre­laza los espíritus en una mutua adhesión a un bien que excluye todo fin egoísta.

(4) LEPP, IGNACE, Psicoanálisis de la amistad, ed. Carlos Lohé, Buenos Aires, 1966.

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— PRUDENCIA: Que tiene muy en cuenta las condiciones psicológicas y morales del que oye. Cuan­do el coloquio se conduce cumpliendo estas cualida­des y condiciones, se realiza la unión de la verdad con la caridad, de la inteligencia con el amor.

88. Diálogo y profundo respeto

Todo diálogo descansa en un profundo respeto del otro y en una disponibilidad que es ya amor ini­cial. Ha de manifestar en todos un propósito de co­rrección, de estima, de simpatía y de bondad.

No hay diálogo sin ofrecimiento de sí mismo. Quien habla ha de escuchar tan atentamente cuando habla, que disponga a la confianza al que debe dar una res­puesta; y, recíprocamente, el que escucha debe ma­nifestar tal atención y simpatía que disponga al que habla para escuchar al otro.

Sólo es posible el diálogo tal, cuando se consiente de antemano en ser modificado, corregido, interrum­pido o reanudado, cuando las pasiones, especialmente el interés y la voluntad de sobreponerse, están domi­nadas; cuando, por último, todos entran con magna­nimidad en los caminos de la verdad ofrecida y re­conocida (5).

Sin embargo, el respeto por el criterio de los de­más no debe traducirse en una atenuación o disminu­ción de la verdad, ya que el irenismo y el sincretis­mo son, en el fondo, formas de escepticismo respecto a la fuerza y al contenido de la verdad y del bien.

89. El diálogo es holocausto y comunión

La mayor tentación del diálogo es el monólogo con que se quiere dominar al otro, o el rechazar todo diá-

(5) RENE L»ATOURELLE, Teología de la revelación, ed. Sigúeme. Salamanca, 1967.

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logo para eliminar al otro. El diálogo verdadero im­plica siempre la pasibilidad de una muerte, de un he-locausto; por ello no puede mantenerse sin caridad (J. LACKOIX, La filosofía del diálogo, 596).

Únicamente por la caridad puede el diálogo culmi­nar en una comunión en que el hombre, renunciando a ser centro autosuficiente, sale de sí mismo para hacerse el otro, sin dejar de ser él mismo.

Tenemos que educarnos en el diálogo. Cuando nos cuesta mucho es porque hay mucha soberbia. Cuando no se saca ningún fruto es porque se convierte en mera charla, sin el deseo de comprometerse a la luz del Evangelio.

90. Diálogo colectivo

De dos maneras se puede entender el diálogo co­lectivo: una recta, ortodoxa, de modo que ayude al bien común; otra incorrecta, heterodoxa, de modo que destruya la misma naturaleza de la obediencia.

Si en las reuniones de la Comunidad se pesan las razones y los votos, y el peso de la balanza impone lo que hay que hacer, de tal forma que el Superior tenga que tomar esa determinación, poco a poco se anula la obediencia y su sentido sobrenatural.

Con tal de que la última palabra la tenga el Supe­rior, si la comunidad es madura, capaz de ver las cosas a la luz del Evangelio, cuanto más se dialogue fraternalmente, mejor.

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Page 44: Serer, Vicente Renovacion de La Vida Religiosa

4 ORACIÓN CARIDAD

APOSTOLADO

El gran milagro de Jesucristo, es, sin cVfítfaWccióh, él reinado de la caridad.

(NAPOLEÓN.)

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91. Espíritu de oración. 92. Sagrada Escritura y Liturgia. 93. Virtudes teologales. 94. La fe, sexto sentido del religioso. 95. Los efectos de la fe. 96. Nobleza obliga, somos hijos de Dios. 97. Caridad, vínculo de amor. 98. Vida en caridad. 99. Esperanza y eternidad.

100. Dualidad nefasta. 101. Por la vida purgativa a la contemplativa 102. El naturalismo es una herejía. 103. Revisión de vida espiritual. 104.. Hombres de Dios. 105. Espíritu apostólico. 106. Tenemos madre. 107. Espíritu del Fundador. 108. Tomar altura. 109. La pobreza y nuestro apostolado. 110. Cuidado con los espejismos. 111. Podemos hacer más. 112. Gracia consciente y difundida. 113. Ser puros, humildes y pobres. 114. Podemos hacer feliz a nuestro hermano 115. Prepararnos y hacernos útiles.

91. Espíritu de oración

Los miembros de los Institutos han de practicar asiduamente el espíritu de oración, e incluso la mis­ma oración, bebiendo en las límpidas fuentes de la espiritualidad cristiana. La oración es la palanca del apóstol. Religioso sin oración, soldado sin armas.

La oración da sentido, plenitud y alegría a la vida consagrada y es el alma de todo auténtico apostolado, pues somos instrumentos en las manos de Dios. Pro­cure cada uno el modo personal de oración que más le una a Dios, sin contentarse con la mera asistencia. Foméntese la oración comunitaria, alimentada espe­cialmente con la Sagrada Escritura y la Liturgia (1).

92. Sagrada Escritura y Liturgia

En la Sagrada Escritura hemos de buscar el subli­me conocimiento de Cristo y del Padre en el Espíritu Santo. Con la lectura asidua de la palabra de Dios que casi como un sacramento obra nuestra santifica­ción y opera nuestra conversión, de modo que toda nuestra vida espiritual, quede impregnada de la Pa­labra de Dios.

La participación activa en la Liturgia, por medio de la cual se ejerce la obra de nuestra redención, so-

(1) P. C. 6.

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bre todo en el divino sacrificio de la Eucaristía. Tomar conciencia del valor pastoral de nuestra participa­ción, hacer que los alumnos participen en ella, preocu­parnos por entender y penetrar el sentido profundo de cada una de las ceremonias.

93. Virtudes teologales

Para el que ama—dice Evely—mil objeciones np llegan a formar una duda. Para el que no ama mil pruebas no llegan a constituir una evidencia (2).

Nuestra época no cree, pero sufre por no creer. Toma las cosas en serio, se agita porque se encuen­tra vacía y eso es ya una semilla de fe.

Nuestra época no espera, pero sufre por no espe­rar y eso es ya una semilla de esperanza.

Nuestra época todavía no ha llegado al amor, pero sufre porque no ama, y eso es una maravillosa se­milla de amor. ¡Sufrir porque no se ama!

¿Sí seremos capaces, los apóstoles de hoy, de com­prender esta crisis de nuestra juventud y aprovechar ese sufrimiento para llegar a la posesión de las tres virtudes teologales?

94. La fe: sexto sentido del religioso

La profesión de la fe nos lleva a caminar con paso triunfal en nuestra vida. La fe es el sexto sentido para el religioso; ella le lleva hasta donde la razón no puede llegar ni el mundo puede entender. La fe es el comienzo de la salvación, según San Pedro, que nos dice: «Estáis custodiados por la fe para la salva­ción.» Por la fe se tornan presentes todos en la His­toria de la Salvación; nos tornamos muy cerca del corazón de Cristo; vivificamos nuestras obras.

La fe exige de nosotros: Confesar a Dios, Uno y

(2) EVELY, L., Una religión pura nuestro tiempo, ed. Hinneni, Salamanca, 1966.

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Trino; confesar al Hijo de Dios encarnado; confesar al Hijo de Dios, Redentor y Señor nuestro. Creer en la inteligencia y la voluntad de Cristo, en su palabra, en su Persona, en su misión salvadora, en el Cristo Mediador y consumador de la revelación.

Los hombres son capaces de obrar milagros cuando tienen fe. Quien tiene fe ha de estar preparado, no sólo a ser mártir, sino también un loco: la locura de los amados por Dios, que el mundo no logrará en­tender.

El religioso de fe es eterno en su esperanza y celo­so en su caridad. Se cree fácil, lo que se cree con ansia. Esa fe abarca, con un sentido sobrenatural de la vida, toda su existencia, su instituto, sus superiores, sus ocupaciones y apostolados, sus alegrías y amar­guras.

Seamos firmes en la fe y eficaces en las obras.

95. Los efectos de la fe

Por la fe el hombre se entrega entera y libremente a Dios, le ofrece el homenaje total de su entendimien­to y de su voluntad, asistiendo libremente a lo que Dios revela. Para dar esa respuesta de fe es necesaria la gracia de Dios, que se adelanta y nos ayuda, junto con el auxilio del Espíritu Santo, que mueve el cora­zón, lo dirige a Dios, abre los ojos del espíritu y con­cede a todos gusto en aceptar y creer la verdad.

Para el religioso es absolutamente necesario tener FE EN EL LLAMADO DE DIOS, que constituye el misterio de su vocación, que acepta libremente y tes­timonia con su total adhesión y el obsequio voluntario y racional de todo su ser. Es una adhesión no sólo teórica, sino hecha vida hasta en los mínimos deta­lles. Este es el distintivo del religioso, este el impacto que, de su vida espera el mundo, éste el valor primor­dial de su existencia y el eficaz ennoblecimiento de todos sus actos hasta los más sencillos, convertidos en Religión por sus votos.

La fe tiene y obtiene los siguientes efectos en el buen religioso:

— Engendrar la esperanza viviendo como peregri-

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nos, que ven con claridad la posesión completa del futuro Reino.

— Actuar la caridad, que se hace fecunda viendo en todos sus prójimos a Cristo, con la actitud de servicio generosa y constante.

—- Reconocer siempre y en todo lugar la presencia de Dios en todos los acontecimientos.

— Ver en la obediencia la Voluntad de Dios, mani­festada hasta en los más mínimos detalles.

— Juzgar rectamente sobre el sentido y el valor de las cosas materiales.

¡Señor, auméntanos ese don inaprecable de la fe! ¡Fecúndalo con tu Gracia y los Dones del Espír i tu Santo!

96. Nobleza obliga, somos hijos de Dios

La gracia de Dios es un don sobrenatural , in ter ior y permanente que El nos concede para santificarnos, divinizarnos y hacernos familiares suyos.

Dios nos SANTIFICA, purificándonos (nada hay de pecado en quien t iene la gracia), haciéndonos agra­dables a Dios (y a El sólo agrada lo que es bueno), y haciéndonos sus amigos (ya no os llamaré siervos, sino amigos).

La gracia nos DIVINIZA al hacernos partícipes de la Divina Naturaleza, templos del Espíri tu Santo y miembros del Cuerpo Místico de Cristo.

La gracia nos hace FAMILIARES SUYOS porque nos torna hijos de Dios, hermanos de Cristo, y como tales, herederos del Cielo, que es la Patria.

Tomar conciencia del valor de la gracia, aumentar la y difundirla es la síntesis de la vida consagrada del Religioso. Si esto falla, nunca se llega a la plenitud. Si esto se consigue, el alma exclama: NOBLEZA OBLIGA, soy HIJO DE DIOS.

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97. Caridad, vínculo de perfección

La caridad con que amamos a Dios y al prójimo es el don principal y más necesario, el vínculo de la perfección y plenitud de la ley, que gobierna todos los medios de santificación, los informa y los conduce al fin (3).

El religioso ha de vivir esta caridad entregando toda su vida al servicio de Dios con una consagración pecu­liar, que se funda en la consagración del bautismo y la expresa con mayor plenitud en los votos religiosos, siguiendo a Aquél, que virgen y pobre, redimió y santificó a los hombres por la obediencia hasta la muer te de Cruz (4).

La caridad verdadera carece de ostentación; seme­jan te al rocío del cielo, cae sin ruido. Cuántos religio­sos llenos de caridad para con sus hermanos, infla­mados de amor a Dios, pasan por la vida pregonando con sus obras que todo el cristianismo se reduce a caridad, siempre la caridad. Ama y haz lo que quieras. Silenciosos, de vida interior, y con pront i tud de servi­cio, inspiran a los escritores para perfilar sus pen­samientos.

El amor anuda las almas, las perfecciona entre sí y las une a Dios, hasta exclamar con Santa Teresa:

Esta divina prisión del amor en que yo vivo ha hecho a Dios mi cautivo, y libre mi corazón; y causa en mi tal pasión ver a mi Dios prisionero que muero porque no muero.

98. Vida en caridad

Por lo tanto, conviene que los religiosos, en sus criterios y en su vida práctica, aprecien la caridad por encima de todas las vir tudes y la pongan como principio y fin de todas las actividades ascéticas y

(3) L. G. 42. (4) P. C. 5, P. C 1.

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apostólicas, manifestándose principalmente en la vida de amistad entre los miembros de la Comunidad, de modo que sea un auténtico testimonio evangélico.

La caridad cubre con un velo los defectos de los hermanos. La caridad es perdonar, no transigir. El que tiene caridad siempre tiene algo que dar a su hermano, por lo menos se tiene a sí mismo. La cari­dad es el camino que nos conduce a la equidad y se complementa con la justicia; por lo que decía bella­mente Fernán Caballero: «Sé justo antes de ser cari­tativo, y sé humano antes de ser justo.»

La cordialidad y la mutua ayuda son hijos de la caridad y fuentes de la amistad. Un amigo es un hermano, que elegimos o que Dios nos proporciona para hacernos la vida agradable, porque la amistad es bálsamo en la vida.

99. Esperanza y eternidad

Dios Nuestro Señor, que instituyó el Reino del amor, cuya síntesis doctrinal es la candad, primera virtud teologal, y cuyos mandamientos a nosotros mismos prescribió, no dudó en ponernos como vir­tud teologal la ESPERANZA que tiene como objeto inmediato al Deum mihi, el interés de poseer y go­zar de Dios, y nos dijo por boca del Espíritu Santo: «Pensad en las postrimerías y no pecaréis.» Y Dios nos conoce bien.

La idea de Dios siempre ha estado unida a lo ab­soluto, trascendente, ETERNO, infinito, inmutable, justo, premiador y castigador; y todo esto enmar­cado psicológicamente en un profundo respeto, un santo temor de Dios, que no aparta, sino que nace acercarse reverente y conduce a la confianza y al auténtico amor.

Lejos de nosotros el pensar en una religión nega­tiva; lejos el no comprender que el AMOR es Dios, hecho gracia para los hombres, Eucaristía para nues­tro alimento y sagrario para nuestra confianza; bien sabemos que se hizo hombre para redimirnos y sin­tonizar con nosotros como dechado incluso de virtu­des humanas. Pero, no por eso la esperanza deja de ser virtud teologal.

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100. Dualidad nefasta

Psicológicamente hay una dualidad nefasta, una personalidad en declive, una tergiversación de prin­cipios, una actitud casi blasfema en algunos de los que nos hablan sólo de la CONFIANZA y EL AMOR DE DIOS. De Dios nadie se ríe, como de alguien sin principios ni criterios, a quien todo da la mismo y podemos manejarlo a nuestro gusto y antojo, ésa no es, no puede ser, la auténtica confianza de los hijos de Dios, ni menos de las almas consagradas. La auto­ridad de Dios no está en crisis.

La Iglesia ha condenado siempre las sensiblerías amorosas que no tengan como fundamento las ver­dades eternas; lo mismo que a los teólogos que han querido definir la esperanza como una virtud vacía de propio interés. Cuando el hombre se compenetra de las verdades eternas, de esas que pueden susten­tarse a la hora de la muerte, se fortifica su voluntad, se hace capaz de heroicos sacrificios, de abnegación completa. En nuestra época se teme demasiado lo eterno; eliminan bonitamente la eternidad mediante multitud de puros momentos.

101. Por la vida purgativa a la contemplativa

Por la vida purgativa se llega a la contemplativa. El dominio de las pasiones y de instintos nos conduce a la paz interior y en ella al encuentro con el Dios que Es Amor y Confianza. La psique del hombre an­sia lo infinito, busca lo absoluto, tiene un optimismo que no se satisface en la insuficiencia de lo tangible y concreto, experimenta una culpa radical, y, a la par, una esperanza persistente.

La santidad a la cual tiende el religioso por estado, es un sentido sobrenatural y profundo de la vida, una toma de conciencia de la gracia, que por la profesión religiosa se eleva a estado de consagración a Dios asociando su oblación de sacrificio eucarístico (5).

(5) 64 (De Ecclesia, o. c. 45).

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102. El natural ismo es u n a herejía

El natural ismo es una herejía de las más sutiles y polivalentes, que lo t rastrueca todo sin dejarse con­cretar de una manera escueta y clara: es una here­jía de vida, una desviación de enfoque de vida, más que de proporciones doctrinales (6). E l natural ismo ideativo se manifiesta en la lucha entre los criterios naturales que favorecen los instintos y los criterios que se les oponen.

E l natural ismo operativo, por su parte, impele a guiarse ordinariamente en la acción por motivos te­rrenos poco elevados. Y el natural ismo afectivo, en fin, logra a veces que el religioso viva en sequedad dentro del mundo sobrenatural , sin que le impresio­nen sus verdades, mientras que s imultáneamente vibra sin apenas quererlo, con todo lo que asalta los sentidos (7).

103. Revisión de vida espiritual

Se impone, por consiguiente, una revisión de nues­t ra vida espiritual y de piedad:

— Que ayude a tomar conciencia de la gracia y la consagración religiosa, como base de una vida interior y un contacto con Cristo frecuente.

— Que vivifique la meditación reflexiva, sus méto­dos y sus maneras para lograr una valoración teológica de la vida religiosa.

— Que nos alcance el respeto profundo a Dios. A una madre porque se le ama mucho, se le res­peta más. El respeto a Dios nos lleva al amor, al absoluto.

— Que los actos de piedad sigan la línea bíblico-litúrgica postconciliar, evitando la saturación por la multiplicidad de ejercicios.

(6) CÉSAR VACA, Carne y espíritu, pag. 37. (7) ROLDAN, Crisis en la vida religiosa, pág . 135.

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— Que se tengan en cuenta los valores humanos, base segura de una espiritualidad sana y las condiciones prácticas de la psicología evolu­tiva (8).

104. Hombres de Dios

«Os pedimos—dice Jean Guitton, dirigiéndose a los sacerdotes jóvenes y religiosos—, os pedimos que seáis los hombres de Dios ish elohim, como los pro­fetas, los portadores de la palabra intemporal, los distribuidores del Pan de Vida, los representantes del Eterno entre nosotros, los embajadores del Ab­soluto.

Nosotros estamos dentro de lo negativo, tenemos necesidad de ver en vosotros el Absoluto. ¡Oh! te­niendo hambre y sed del absoluto y no encontrán­dolo en ninguna par te en estado puro, nosotros ne­cesitamos tener cerca de nosotros seres semejantes a nosotros (Religiosos y Sacerdotes) que, incluso dentro de su mediocridad y miseria, encarnen la idea del Absoluto y nos demuestren con su presencia que puede existir, que está más cerca de nosotros de lo que podemos imaginarnos» (9).

Vivamos intensamente nuestra vida sacerdotal y religiosa, con la gracia de Dios conscientemente mantenida como base interior, cuidadosamente acre­centada como tendencia a la perfección, celosamente difundida por el ejercicio de nuestro apostolado. Seamos verdaderos ministros del Señor y directores de almas, cumpliendo nues t ro deber sacerdotal en esa misión de santidad bidimensional en la doble sublime vert iente del culto, que rinde a Dios la ado­ración que el hombre le debe y da al hombre la santidad que Dios le exige.

(8) Conferencia Religiosos Brasil, 1, C.L.A.R., 7, 3. (9) JEAN GUITTON. Seminarios «La Croix des...», 14-IV-66.

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RENOVACIÓN DE LA VIDA RELIGIOSA. 7

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105. Espíritu apostólico

La vida cristiana es una participación de la visión salvífica de Cristo operante en el Pueblo de Dios, en favor de toda la Humanidad. Se debe, por consi­guiente, entender la vida religiosa como una forma concreta y peculiar de esta vida cristiana, una for­ma de vivir en caridad el misterio de la Iglesia en el mundo de hoy, en la cual se unen en síntesis vital la contemplación y el amor apostólico.

Cristo ama a los religiosos; les quiere santos para que ayuden a la santificación de los hermanos. Nadie se salva ni se condena solo; nos salvamos o conde­namos en racimo; todos somos responsables de la salvación de nuestros hermanos los hombres, porque Dios ha vinculado muchas almas a nuestra genero­sidad, y si nosotros fallamos, su sangre caerá en balde. Dios nos hubiera podido salvar El solo; pero creó un mundo libre y nos quiere sus ins t rumentos : necesita nuestras manos para obrar, nuestros pies para caminar, nuestros labios para hablar, nuestra cabeza para pensar y nues t ro corazón para amar.

Miembro que no se ejercita se atrofia. Los antiguos galeotes que remaban en las galeras con los pies en­cadenados, adquirían una g ran fuerza en los brazos y se les entumecían las piernas. Así los religiosos que no hacen apostolado, se entumecen, desaniman y atro­fian ; los que sienten constantemente la necesidad de comunicar a Dios, consiguen la amistad humana, ga­rant izada con la amistad divina.

Para q u e nuestro apostolado sea eficaz debemos usar de la cabeza, el corazón y las rodillas para llevar a Cristo a todos y encarnar lo en todo. No digas no puedo; si eres amigo de Cristo, por pequeño que seas, muchos se calentarán en t u fuego y participarán de tu luz. Cristo convirtió al mundo con doce simples pescadores; tú también puedes ser apóstol si amas a Dios, pues todos sabemos hablar bien de lo que rea lmente amamos.

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106. Tenemos Madre

La separación del religioso y de la religiosa de su propia familia por amor de Dios y en beneficio de las almas es violenta y difícil y causa con frecuencia t raumatismos. Pero la fe nos dice que, también en la vida religiosa, tenemos Madre; nos la dio Cristo pendiente de una cruz y gran número de Inst i tutos la t ienen por título propio como su Patrona. Amor de la Madre del cielo que nada resta al amor de la madre de la tierra, sino que lo purifica y eleva, lo engrandece y dignifica. Así es Dios de bueno para con nosotros, nos dio a su propia Madre; así com­probó que es una religión-vida, con plenitud de sen­timiento : Madre de Cristo, Madre de la Divina Gra­cia, Madre de la Iglesia, Madre nuestra.

Preservada de la culpa original, Virgen e Inmacu­lada, digna Madre de Dios, humilde llena de gracia en el fíat de la Anunciación, sencilla y abnegada en el nacimiento del Hijo de Dios, oculta en la vida íntima de trabajo de Nazaret, intercesora y educada en las bodas de Cana, fuerte y dolorosa al pie de la cruz, protectora de la Iglesia en el día de Pente­costés, asumpta al cielo por manos angélicas, donde intercede por todos nosotros, es un dechado de per­fección, digno ejemplo que imitar, protectora y Ma­dre de la Iglesia, centro de nuestro cristianismo y de nuestra devoción.

Por eso exclama bellamente el poeta Gabriel y Galán:

¿Qué más decirse podría, en tu alabanza y loor, después de decir que un día fuiste sin mancha, ¡oh María!, la Madre del Redentor?

Corazón que a n t e tu planta no adore grandeza tanta, muerto o podrido ha de estar, garganta que no t e canta, muda debiera quedar.

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Ser buen religioso es muchas cosas, pero una de las importantes es tener un tierno amor y una devo­ción clara y firme a la Madre de Dios. ¡ Cuántos pro­blemas difíciles hemos visto resolver con un rato de oración implorando la protección de María! ¡Cuán­tas crisis resueltas, cuántas tentaciones vencidas, cuántos desalientos superados, cuánta fe recuperada, cuánto fervor acrecentado, cuánta ilusión encendida en almas consagradas, que aprendieron a amar a Cristo y servir a sus hermanos al amparo y protec­ción de María!

Esto, sin fe, no puede entenderse... pero ¡TENE­MOS MADRE!

107. Espíritu del Fundador

Una Congregación prospera mientras está anima­da del espíritu del Fundador; desde el momento en que quede vacía del alma del Padre o Madre, perderá al mismo tiempo que su razón de ser, su principio de vida, y perecerá. Por eso es misión constante de los superiores despertar incesantemen­te en los subditos el espíritu del Fundador, el amor a su fin apostólico, a su fin específico. Velar para que nada ni nadie nos logre apartar del fin.

Habrá que superar dificultades de inteligencia e inconsideraciones en las casas que dependen del Es­tado; habremos de afrontar los problemas económi­cos de las casas propias y solucionarlos, para no tener que exigir pensiones imposibles para las clases menos. favorecidas; tendremos que continuar y me­jorar los métodos de formación a fin de que nuestros religiosos, sacerdotes y hermanos coadjutores sigan como hasta el presente al pie del cañón, amando a sus niños como padres de su sección; pero la mayor gloria para nosotros es poder responder al llamado de la Iglesia sin habernos apartado un ápice de la misión y espíritu del Fundador.

Casi todos los Institutos fueron fundados para fines benéficos en favor de los pobres y necesitados, pero con el correr de los tiempos, por dificultades

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diversas, fueron dejando, en parte, su apostolado específico. La Iglesia hoy nos insiste con urgencia que actualicemos nuestros apostolados y los acomo­demos a las necesidades del Pueblo de Dios, dentro del espíritu de nuestros fundadores.

No olvidemos que Cristo, en su testamento, dejó expresamente dicho: «Venid, benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber...»

108. Tomar altura

Cuando el avión toma altura a treinta mil pies, vuela suave, sin baches ni peligros. Cuando, en cam­bio, pierde altura, corren los vientos, se atraviesan las nubes, se encuentran los vacíos y el vuelo se hace peligroso. Volar bajo cuando hay nubes es exponerse a un accidente, atentar contra la vida.

Cuando el religioso toma altura, se eleva, es fer­voroso, camina suave, vence fácilmente las dificul­tades, supera las pasiones, se entusiasma con su apostolado, la vida fraternal se le hace agradable, quema en el fuego de su corazón las pajas de las imperfecciones propias y ajenas. Cuando, en cambio, pierde altura, mengua el fervor, las dificultades se atraviesan, las tentaciones son violentas, la convi­vencia heroica, la vida insoportable, el apostolado aburrido. ¡Peligroso perder altura en tiempos de tantas nubes como son los actuales! ¡Cuántos avio­nes chocados, cuántos religiosos carbonizados, por perder altura!

Dirigir una comunidad no es cosa fácil. No es ser simple guardián de la regla y constituciones, es co­municar entusiasmo, fervor, alegría, disposición de ánimo, vida sobrenatural; en una palabra, lograr que la comunidad tome altura.

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109. La pobreza y nuestro apostolado

Se hacen esfuerzos para enseñar a vivir el espí­ritu de pobreza evangélica franciscana, pero si se intentara suprimir o disminuir peaueños detalles de comodidad sobrevendrían murmuraciones y males­tar. Para evitar esto, tratemos de educar sin que se creen necesidades, en la sencillez franciscana. Quie­nes desde pequeño están acostumbrados a recibirlo todo, sin esfuerzo personal, sin angustia solidaria, instalados en una psicología de seguridad, no logra­rán superar todo ese lastre para vivir el sentido evangélico de la pobreza evangélica, franciscana.

Inculcar en las almas filial confianza en la Provi­dencia, superando el miedo a los percances de la vida moderna, arrostrando valientemente la insegu­ridad. Ser pobre en el mundo moderno es sentir en la propia vida la angustia del futuro y la insegu­ridad del porvenir, y para entender la psicología de los pobres se requiere sufrir en propia carne los problemas. Sólo así se puede ejercer con ellos un auténtico apostolado.

Buscar la subsistencia en nuestro trabajo de cada día, y en no pocas ocasiones en el trabajo manual, sin desligar a los miembros de ocupaciones manuales y humildes tan propias del espíritu religioso y que garantizan nuestra sencillez y humildad.

El mejor ejemplo de pobreza para el mundo actual es el apostolado entre los pobres; es irrefutable en todo momento porque va unido a virtudes básicas de nuestro cristianismo: desprendimiento, sencillez, humildad, espontaneidad.

110. Cuidado con los espejismos

El religioso y la religiosa de hoy, con ilusión angélica o con espejismo fatuo, pueden creer que en el matrimonio se encuentra la paz, la compren­sión y el amor, como también la posibilidad de ejer­cer un óptimo apostolado; entusiasmarse con esto y

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envidiar parejas amigas y conocidas. ¡Qué felices parecen! ¡Qué padre tan inteligente y tan bueno! ¡Qué madre tan tierna y esmerada! ¡Cuánto bien hacen!

Y muchas veces—casi siempre, iba a decir—, con ocasión de confidencias, nuestros amigos nos des­cubren la amarga realidad de su familia, sus dramas, sus debilidades, sus vergüenzas, y el mundo de difi­cultades que hay que soportar para lograr una paz pasajera o hacer un poquito de apostolado.

Cada persona ha de llevar su cruz; sólo los vir­tuosos prueban algo de la auténtica felicidad y logran eficiente apostolado. Resulta totalmente ingenuo y de una superficialidad absoluta creer que existen seres indemnes, protegidos, privilegiados. Seguirá siendo siempre cierto que el más feliz será el más santo.

Mucho temo que cuantos abandonan la vida con­sagrada esperando hallar la plenitud en el matri­monio, se encuentren pronto con la dura decepción de su realidad; angustiados de sí mismos, derro­tados en sus vidas, confesando silenciosamente que la plenitud de espíritu se encuentra en la intimidad del alma generosa que logra realizar en la vida el plan de Dios.

111. Podemos hacer más

Este fue el lema que repitieron con insistencia sesenta religiosos Terciarios Capuchinos, pletóricos de alegría, auténtica felicidad; llenos de entusiasmo, de aquel que comunica la vivencia del Cursillo de Cristiandad; con la ilusión, el espíritu de caridad y entrega, tan propio de nuestra juventud cuando pe­netra verdades y criterios. Nuestra alegría fue in­mensa porque os veíamos como cristianos del si­glo xx con espíritu de catacumbas... ¡PODEMOS HACER MAS!

Hay técnicas modernas, como los Cursillos de Cris­tiandad, que pueden adaptarse con grandes frutos para la vida religiosa. ¡Así lo hago público por ha-

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berlo experimentado con muchos religiosos y reli­giosas !

Me busqué a mí mismo y no me encontré; busqué a Dios, y no lo hallé; me acerqué después al pró­jimo, y entonces nos encontramos los t res (10).

En el Cursillo de Cristiandad se realizan los t res encuentros : un encuentro consigo mismo, por la reflexión y la sinceridad; otro encuentro con Cristo mediante la gracia y su profundización, y el en­cuentro con los hermanos, a t ravés de la amistad.

112. Gracia consciente y difundida

Podemos vivir más conscientemente la gracia, que es participación de la divina naturaleza, Dios vivido por el hombre, Encarnación prolongada en nosotros que nos santifica y purifica, nos hace familiares de Dios y templos del Espír i tu Santo. Verdaderamente la gracia es el punto de Dios; por ella nos juzgará y en ella el religioso estructura su vida interior. Lo esencial cristiano no es lo que nosotros hacemos, sino lo que Cristo con su gracia realiza en nosotros.

Podemos tender a la perfección, aspirar a la san­tidad, acrecentar en nosotros la gracia, peregrinando hacia el Padre a impulsos del Espír i tu Santo; como la vida es movimiento; la gracia es un valor vital, todo lo que vive o crece o se deforma o muere. Tampoco la vida de la gracia puede pararse. En la vida religiosa quien no adelanta, retrocede; quien no se adelanta, se detiene, y quien se detiene, cae. E n la perfección, como en la bicicleta, es más fácil guardar el equi­librio con la velocidad.

Podemos difundir la gracia, i rradiar a Cristo en las almas. Para encender velas es necesario tener fuego; pa ra comunicar lo sobrenatural , es necesario ser fervoroso; para i r radiar a Cristo h a y que vivirlo, hay que amarlo, hay que sentirlo. Cuántos mucha­chos que alborean en delincuentes, dar ían en santos si topasen en su vida con religiosos fervorosos del

(10) PUJADAS, JOSÉ MARÍA, Vltreya, ed. Stvdivm, Madrid, 1966.

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estilo de los que hemos visto, de la autenticidad que nos hemos propuesto.

113. Ser puros, humildes y pobres

Podemos ser tan humildes que sepamos cuándo somos débiles, tan libres que sepamos ser obedientes. Con la sencillez de la verdadera grandeza y la man­sedumbre de la verdadera fuerza. Podemos aunar la obediencia con la iniciativa; la obediencia, que es el sentido profundamente sobrenatural de que somos células del Cuerpo Místico de Cristo. La iniciativa de células inteligentes y libres, conscientes de su función y prontas a cumplir el programa que Dios espera de cada una de sus criaturas.

Podemos ser cada día más puros y castos, trans­parentes como el cristal, para que en nosotros se refleje la luz de Dios y el calor de su caridad. Eunu­cos, no por impotencia, sino por amor de Dios y de las almas. Inspirando confianza por nuestra nobleza de espíritu y por el equilibrio delicado de nuestro afecto al servicio de la misión propia, en niños trau­matizados por una sociedad que les exigió mucho sin haberles dado nada.

Podemos ser más pobres, entregando con orgullo nuestras vidas a los pobres niños pecadores; sin­tiendo los afanes de ellos sin contagiarnos de sus angust ias; educándonos sin necesidades, soportando con alegría las privaciones.

Podemos t rabajar con ricos y pobres, educar y en­señar, servir enfermos o dirigir movimientos, predi­car o confesar; pero siempre con la alegría en los labios y la caridad en el corazón, con la mente llena de buenas ideas y el corazón lleno de fuego.

114. Podemos hacer feliz a nuestro hermano

Podemos tomar conciencia de que en la búsqueda y en la aceptación de la voluntad de Dios está com-

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prometida la comunidad entera, y no solamente, de una parte, los superiores que proponen, y de otra, los subditos que aceptan. Por eso propiciemos el DIALOGO con clima e ins t rumento de obediencia digna.

Que los superiores sepamos ser vuestros siervos; pero que vuestro profundo respeto os los hagan sen­t i r padres, y como tal , actuemos todos en los de­talles de cada día.

Podemos aportar un poco de felicidad a nuestro hermano y a nuestra comunidad con la caridad fra­terna, con la espontaneidad en el obrar, con la sin­ceridad en el decir, con la ayuda mutua constante como dedos de una misma mano. Las alegrías comu­nicadas se aumentan ; las tristezas, en cambio, se disminuyen. Que nadie viva aislado ni indiferente por nues t ras cosas, manera poco noble de mani­festar el odio y de ahogar la caridad. Fáciles s iempre en perdonar y olvidar como fieles discípulos del Maestro.

115. Prepararnos y hacernos útiles

Podemos interesarnos más por las cosas nuestras , no en sentido egoísta, sino en sentido eclesial. ¡Voca­ciones ! Que cada uno se proponga buscar una nueva. ¡ Revistas! ¡ Que cada uno se empeñe en propagarlas, leerlas y hacer alguna suscripción! Boletines inter­nos, que todos los leamos y contemos sus ideas, y nos alegremos o condolamos con las respectivas no­ticias, haciendo «palanca» cuando haga falta por el éxito de nuestros apostolados a fin de que Dios ayude e inspire los que deberíamos tener.

Podemos prepararnos en aquello que nos ha rá úti­les a la Congregación, a nues t ras casas y a nues t ros apostolados, según las cualidades que Dios nos ha dado y cada uno en el puesto que Dios le destine, sin angust ias ni aspiraciones que con frecuencia dic­ta la soberbia, pero con el amor y entusiasmo que Dios y sus obras merecen. Todo esto y algo más im­plica la caridad.

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5 PERSONALIDAD

OBEDIENCIA LIBERTAD

La diferencia entre libertad y liberti­naje es tan grande como la de Dios y los ídolos.

(LUDWIG BORNE.)

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116. Temperamento, carácter y personalidad. 117. Temperamento y virtud. 118. El carácter y sus elementos. 119. Quisicosas del carácter. 120. Importancia de la caracterología. 121. La oración del borracho. 122. Verdadera personalidad. 123. Falsas personalidades. 124. Fomento de la dignidad personal. 125. La obediencia religiosa y su fundamento 126. Iniciativa y sumisión. 127. Obediencia y personalidad. 128. La obediencia en la vida comunitaria. 129. El valor del reglamento. 130. Frente a la rebelión de los jóvenes. 131. Evangelio y libertad. 132. Libertad y responsabilidad. 133. Educar la libertad. 134. Ser auténtico y ser instintivo. 135. El sufrimiento, Dios y la libertad.

116. Temperamento, carácter y personalidad

En un edificio encontramos: la obra en negro, su material, estructura—una serie de cualidades de esta obra en negro, que surgen de lo material, pero que lo trascienden: sonido, humedad, temperatura, trans­parencia, recepción de pinturas—y luego el embe­llecimiento y acabado del edificio, que lo hace habi­table, digno, acogedor, bello.

El temperamento en la persona humana es esa obra en negro, heredada de nuestros propios padres; gordo o flaco, con nariz grande o pequeña, grande o chiquito, negro o blanco; sanguíneo o atlético... es la base del carácter y el fundamento de la perso­nalidad. ¡Pobres niños que nacen tarados, en su fundamental estructura, por los vicios de sus pa­dres!

El carácter es ese fluir de cualidades y disposi­ciones que emergen del temperamento y forman la estructura espiritual del hombre: emotivo o no emo­tivo, activo o no activo, primario o secundario, con resonancia de la vida o sin ella. Puede haber cuerpos feos con almas fuertes, como edificios bellos con poco hierro en las columnas.

La personalidad es nuestro propio edificio con temperamento y carácter, pero con el acabado de nuestra educación, del ambiente en que vivimos, de

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la cultura conseguida, del esfuerzo personal y la formación, de las virtudes que embellecen y hacen la vida amable y acogedora.

117. Temperamento y virtud

Hay hombres que carecen de vicios, sólo porque carecen de pasiones. Hace en ellos el temperamento lo que en los demás la virtud.

El virtuoso que es de genio impetuoso, fuerte y desabrido, puesto en el mando, fácilmente cree que la prudencia aconseja el rigor. El de genio excesi­vamente blando y amoroso nunca juzga que llega el caso de usar de la fuerza.

Uno y otro salvan su conciencia, y de uno y de otro paga los errores el público. Siempre es bueno penetrar la caracterología para no sufrir «santida­des».

En muchos de los hombres el temperamento fluc­túa según la edad de la vida: son de jóvenes, ama­bles; en su madurez, enérgicos; en la vejez, dulces y llenos de calma, como el remanso de un río. No es que cambie el temperamento, sino que éste tiene algo de juvenil, viril y senil, en armonía con su edad correspondiente.

Como cada virtud está colocada entre dos extremos viciosos, muchos de éstos toman el color de aquélla, impulsados por el propio temperamento y aliñados con el propio carácter; luces y sombras que hay que descubrir, conociéndose a sí mismo, descubriendo el propio mundo.

118. El carácter y sus elementos

Cuando decimos «es una persona de carácter», pensamos inmediatamente en las cualidades que adornan la personalidad a base de educación y expe­riencia personal.

Pero nosotros entendemos aquí por carácter «el

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conjunto de disposiciones congénitas que forman el esqueleto mental del hombre» (1).

Lo integran el temperamento estrictamente fisio­lógico, y algo psicológico que proviene de la heren­cia. Es el sistema invariable del obrar humano, tal cual surge de la esencia del ser.

Tres son los elementos constitutivos del carácter: emotividad, actividad y resonancia de impresiones.

Emotividad: colorido de la personalidad, capacidad de reacción ante los estímulos.

Actividad: motor de la personalidad, tendencia ín­tima, congénita y asidua a obrar.

Resonancia: adaptación de la personalidad; reac­ción más o menos prolongada después de la im­presión.

Como los elementos del rostro humano son en to­dos los mismos, pero de tal modo combinados que a cada uno conocemos por sus rasgos; así con estos tres elementos distintamente fusionados, se forman diversidad de caracteres.

119. Quisicosas del carácter

— Genio y figura hasta la sepultura, aunque dice también Young que todos nacemos originales y mo­rimos copias.

— Un carácter bien necio es no tener ninguno, pero también es verdad que precisamente en las co­sas pequeñas en que no se piensa contenerse, des­cubre el hombre su carácter. Cuando queremos saber de dónde sopla el viento, no tiramos al aire un guijarro, sino una pluma; cuando queremos descu­brir nuestro propio carácter miremos su fortaleza en acomodarse y ser fiel a las cosas pequeñas.

— Nunca es mezquino—dice Juvenal—el carácter de un hombre que siempre es bueno; pues la velei­dad y la incertidumbre fueron siempre el carácter del malo.

(1) LE GALL. ANDBÉ, Caracterología de la Infancia y de la adolescencia, ed. Luis Miracle, Par í s , 1958.

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— Nada refleja tanto el carácter de una persona como su comportamiento con los tontos (AMIEL); y el carácter de los hombres se descubre en el trato con las mujeres (CICERÓN).

— El carácter es relativamente al alma, lo que la fisonomía y la diversidad de facciones son respecto del rostro (DUELOS).

— El carácter es la esperanza del temperamento (P. AZAIS).

—• El carácter del hombre es una manera habitual de proceder en la caza de la felicidad (STENDHAL).

— Los caracteres, que por naturaleza son eternos impugnadores de todo, obran como las balas de ca­ñón: derriban una fuerte muralla y pierden fuerza encontrando colchones (BALMES).

120. Importancia de la caracterología

Es necesario conocer las personas para lograr una sinceridad sin recovecos y una amistad sin conven­cionalismos. Sondear es inquirir la verdad con cau­tela; si no se hace así, se corre el riesgo de no conseguir la verdad. Al apóstol le interesa conocer la disposición de las almas y las zonas claves de la personalidad: sus inquietudes, su capacidad de asombro, su postura ante la verdad y la belleza, su noción de felicidad y de justicia y, sobre todo, su capacidad de reaccionar.

El diálogo, la influencia, no pueden montarse con­venientemente con el desconocimiento completo del modo propio de reaccionar de cada uno de los hom­bres, según su peculiar manera de ser, que nos descubre la caracterología. Santificarse es realizarse plenamente, y para ello observarse para conocerse, conocerse para comprometerse, comprometerse para santificarse; todo ello con métodos comprobados y eficientes.

No todos servimos para todo, pero todos servimos para algo. El éxito consiste en que cada quien ocupe su puesto; cada tuerca a su tornillo, cumpliendo todos los planes de la Divina Providencia en nues-

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tros respectivos Institutos religiosos. No es fácil conocer el cometido de cada uno, sus facilidades y disposiciones, sus capacidades y posibilidades, y en ello nos puede dar luz la caracterología.

La convivencia: es indispensable para santificarse. Pero cada persona tiene su modo de ser caracte­rístico; no somos ladrillos hechos con la misma medida y patrón; aun con los esfuerzos indispensa­bles, genio y figura hasta la sepultura; a pesar de ser tan distintos debemos comprendernos y compe­netrarnos. Hay caracterologías que la virtud les hace no chocar y la santidad amarse mutuamente..., pero por su modo de ser se repelen y difícilmente con­viven. En la caracterología de Le Senne la armonía natural de caracteres es la siguiente: MUY BUENA, entre los que tienen la misma fórmula base; BUE­NA, entre los que difieren solamente en la retentiva; DIFÍCIL, entre los de fórmulas opuestas.

121. La oración del borracho

El carácter del hombre es una manera habitual de proceder, de reaccionar ante la vida. Una manera de ser permanente, un combinarse en nosotros de los tres elementos fundamentales: emotividad, acti­vidad, resonancia, que hacen que yo sea yo y no otra persona.

Santificarse no es cambiarse; es aprovechar las tendencias buenas de nuestro carácter, asimilarlas, desarrollarlas, cultivarlas para convertirlas en vir­tudes; es refrenar nuestras tendencias malas, con­trolarlas, superarlas, no dejarlas tomar auge en la vi­da, pra que no se conviertan en reprochables vicios.

Por eso se impone la ascética diferencial, por eso es tan difícil ser buen director de almas; por eso me parece hermosa la oración de los alcohólicos anónimos: S E Ñ O R , dadme: SERENIDAD para aguantar las cosas que no puedo cambiar; VALOR para cambiar las que puedo y SABIDURÍA para discernirlas.

— 113 — RENOVACIÓN DE LA VIDA RELIGIOSA. 8

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122. Verdadera personalidad

La familia religiosa ofrece a sus miembros una libertad mejorada por la obediencia, una personali­dad acrisolada por la vida común, para conseguir un fruto más abudante de la gracia, liberándose, por la profesión de los consejos evangélicos, de los impe­dimentos que anulan el fervor (2).

Una personalidad estructurada es la de aquel que tiene las pasiones sujetas a la razón y la razón a Dios, pues las pasiones mal dominadas complican la vida, tornan los hombres al revés, imperando los vicios y caprichos en vez de la conciencia y la razón.

Temperamento, carácter, educación, cultura, am­biente logran formar los tres elementos que cons­tituyen la personalidad:

— Inteligencia perspicaz, brillante, aguda, vuelta conciencia por la fidelidad, convertida en norma y regla de vida.

— Voluntad firme y fuerte, forjada con profundas convicciones, con la constancia diaria en el obrar, con la superación generosa de las dificultades, con las costumbres que dan facilidad y gusto.

— Sensibilidad exquisita, intuición del alma noble, colorido de la personalidad, toma de contacto con la vida, palpitación de quien sabe amar, sublimación de lo sensual.

123. Falsas personalidades

Por personalidad se entiende, con demasiada fre­cuencia, la personificación de dos vicios capitales: soberbia y lujuria. Esto causa un traumatismo, un desequilibrio interior, pues se trastruecan los va­lores.

El falso machismo, que se manifiesta en actitudes soberbias: «Yo no me dejo»..., «no ha nacido el que me mande»..., «conmigo que vayan con cuidado»...; o también en atrevimientos sexuales: «hay que te­

ca G. S. 44.

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ner experiencias sexuales», «yo también soy hom­bre», «hay que promover el contacto con el sexo opuesto», «se deben calmar ciertos apetitos que exi­ge la naturaleza»... Son todo perfectas falsedades de la personalidad que malogran vocaciones.

No podemos aislarnos totalmente del mundo. Nues­tros jóvenes llegan respirando el aire exterior y nosotros nos contagiamos también de sus posturas. Para formar una auténtica personalidad, principie­mos por desmontar las falsas posturas: de soberbia: las grandes personalidades son sencillas y humildes; la independencia forma la personalidad, la soberbia la destruye. La lujuria: el instinto nos torna más animales, la sexualidad controlada nos da equilibrio y es signo de madurez.

124. Fomento de la dignidad personal en la vida religiosa

Es notable le insistencia del fomento de libertad, autenticidad y personalidad que tiene la vida del religioso, no sólo en cuanto es libre la vocación, sino en cuanto los votos a su estado constituyen la ex­presión misma de una vida libre en el Señor; «la familia religiosa ofrece a sus miembros... una liber­tad mejorada por la obediencia... para conseguir un fruto más abundante de la gracia bautismal, trata de liberarse, por la profesión de los consejos evan­gélicos de la Iglesia, de los impedimentos que po­drían apartarle del fervor» (3).

Autenticidad evangélica, sencillez de los hijos de Dios, continuidad entre sus sentimientos nobles in­teriores y la realidad de sus formas y presencia externa. Personalidad compacta, de forma que su acción se vea dimanar del manantial viviente de su vida interior, todo ello ajustado a los consejos evan­gélicos, liberación permanente de la naturaleza caí­da, en libertades de santos que se asemejan a la de Dios, infinitamente libre e infinitamente inmu­table, porque siempre quiere libremente (y con todas las ganas) lo que ama y lo que desea, y nunca podrá encontrar motivo para cambiar de parecer, ni pa-

(3) G. S. 44.

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sión que lo desvíe de él. He aquí los hombres de personalidad, cada día más inmutables en sus deci­siones, pero cada día más libres en ellas, porque ven claro, aman fuerte, quieren con constancia y ninguna pasión los desorienta.

El Decreto conciliar, en su § 14, nos pone de ma­nifiesto el fundamento teológico de la obediencia religiosa y nos advierte que lejos de aminorar la dignidad de la persona humana, lleva a una plena madurez, con la ampliada libertad de los hijos de Dios. Los Superiores, por su parte (que han de dar cuenta a Dios de las almas que se les ha confiado), dóciles a la voluntad de Dios en el desempeño de su cargo, ejerzan la autoridad con espíritu de servi­cio a los hermanos, déjenles libertad en la dirección de conciencia, hagan que los subditos cooperen con obediencia activa y responsable, escuchen gustosos, promuevan anhelos comunes y logren que los Con­sejos y Capítulos cumplan fielmente su función en el Gobierno.

125. La obediencia religiosa y su fundamento

Por la obediencia, el religioso pretende unirse más firme y constantemente a la voluntad salvífica de Dios (4).

El Padre tiene voluntad de salvar y santificar a todos y cada uno de los hombres.

Jesucristo, enviado al mundo, es la encarnación de la voluntad salvífica del Padre; El inició en su vida la redención de los hombres, pero habiendo de vol­ver al Padre, Jesucristo formó la Iglesia para que fuera la continuadora de la obra de salvación y quedó como encarnada en ella la voluntad salvífica de Dios.

El Papa, como Pastor de toda la Iglesia, tiene la potestad plena, suprema y universal (5) para regir con su autoridad a los fieles en la obtención de

(4) P. C. 14. (3) L. G. 22.

— 116 — á u .

este fin sobrenatural. Haciendo uso de su poder, el Papa aprueba a un determinado Instituto religioso, como camino apto de perfección y de salvación, y transmite a los superiores de dicho Instituto la auto­ridad para regir a sus subditos en nombre de Dios (6).

Así la Voluntad salvífica del Padre, en la obedien­cia religiosa se comunica a los subditos a través de Cristo, de la Iglesia, del Papa y de los legítimos superiores.

126. Iniciativa y sumisión

En la búsqueda de la voluntad de Dios está com­prometida la comunidad entera, y no solamente, por una parte, los superiores que proponen, y, de otra, los subditos que aceptan.

Para que la obediencia sea psicológicamente com­pleta, ha de unir la iniciativa con la sumisión, la colaboración con la responsabilidad personal.

Iniciativa y sumisión, qué buena clave. Cuando la iniciativa es descontrolada, anárquica, individualista, destruye la obediencia. Cuando la sumisión es tan grande que la persona se torna un ente de ejecución y no un cerebro pensante, un corazón palpitante y una voluntad en acción, se anula la personalidad; no siempre el que mejor obedece es quien no hace sino lo que le mandan; es mejor la obediencia con iniciativa sumisa.

Es necesario que desde temprano acostumbremos a los jóvenes a investigar el misterio de la Iglesia, por las constituciones religiosas y el espíritu del Fundador, por los signos de los tiempos, las varia­ciones concretas de la vida de comunidad y por el don del Espíritu Santo repartido a cada uno (7).

(6) L. G. 45. <7) C.L.A.R., pág. 4.

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127. Obediencia y personalidad

La obediencia religiosa, lejos de aminorar la dig­nidad de la persona humana, la lleva a una plena madurez con la ampliada libertad de los hijos de Dios (8).

La voluntad de Dios, la eficiencia en los aposto­lados, la vida en fraternidad, la armonía, la forma­ción de la voluntad, la misión específica y la buena marcha de las casas dependen en gran parte del sentido de la OBEDIENCIA. Nuestros antepasados se distinguieron por su fidelidad y obediencia, por eso eran hombres rectos y constantes.

Es más libre el que obedece a las Constituciones y a las órdenes de los superiores, que el que se deja dominar por sus caprichos y pasiones. Estos últi­mos se llenan de rarezas y complejos.

128. La obediencia en la vida comunitaria

El papel de la obediencia debe comprenderse a partir de la necesidad que le incumbe a toda comu­nidad cristiana de buscar la voluntad de Dios vivo para abrazarla sin atenuaciones. En esta búsqueda debe participar normalmente la comunidad en espí­ritu de fraternidad, con conciencia de que la luz puede dársela Dios al más pequeño (SAN BENITO).

El diálogo en que se busca la voluntad de Dios debe estar iluminado por el Evangelio, el espíritu original del Instituto, las circunstancias considera­das como «signos de los tiempos», bajo la dirección de una autoridad visible—el Superior—, que dice la última palabra y debe ser obedecido, dentro de las Constituciones, como expresión concreta de la voluntad de Dios.

La participación de la comunidad en la respon­sabilidad de la vida religiosa implica una verdadera

(8) Hebreos, 13, 17.

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conversión de la mentalidad en superiores y subdi­tos: los superiores deben promover la capacitación de los religiosos, dándoles responsabilidades reales, y los subditos deben saber enfrentar la responsabi­lidad de su participación en la orientación de la comunidad y en el desempeño de los cargos (9).

129. £1 valor del reglamento

El Concilio nos advierte (10) que debemos apre­ciar la disciplina regular, no sólo como auxiliar efi­caz de la vida común, sino como elemento necesario de formación; para adquirir el dominio de sí mismo, la educación voluptuosa no produce sino esclavos, el capricho conduce a la pasión y ésta al desenfreno; para procurar la sólida madurez de la persona, que implica voluntad decidida, responsabilidad asimila­da, vencimiento continuado, reflexión profunda; para formar las disposiciones del alma que ayuden decididamente a una labor ordenada y eficiente, en un mundo de estructuras rígidas, de horarios fijos, no podemos los religiosos comportarnos como gente floja, incapaz de seguir el ritmo actual; para asi­milar nuestra actitud de servicio, en un apostolado que implica darnos constantemente a nuestros her­manos los hombres, que quieren ver en nosotros sus amigos y servidores.

Estas normas y reglamentos son indispensables para nuestra formación, no constituyen, sin embar­go, lo más importante de la vida religiosa; cumplir­los de una manera formalista y servil es empequeñe­cer y desvirtuar su auténtico sentido; son medios, no fines; son caminos, no obstáculos; son ayudas, no impedimentos...; por consiguiente deben ser funcio­nales, simplificadas, subordinadas a los valores má­ximos y flexibles a la interpretación de los supe­riores.

Son demasiados los que por no hacer caso a los reglamentos y normas encontraron el caos: no pue­de haber eficiencia donde hay desorden, no puede

(9) C.L.A.R., 4, 2, 1. (100 O. T. 11.

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haber caridad donde hay egoísmo propio, no puede haber virtud donde impera el capricho.

130. Frente a la rebelión de los jóvenes

Es indispensable afrontar el tan mentado «conflic­to de generaciones», que hoy causa tantos dolores de cabeza en un mundo en continuo cambio: conflicto entre sistemas de normas y valores; entre sistemas de valores antes absolutos y hoy casi relativos.

Cuántos conflictos se aumentan porque los jóvenes no ven seguridad en sus mayores, porque falta cla­ridad en distinguir lo esencial de lo accidental, lo absoluto de lo relativo, lo cierto de lo probable; li­bertad, autoridad, autenticidad, moralidad, perso­nalidad son vocablos caóticos de múltiples sentidos a veces contradictorios.

Los jóvenes llegan a los institutos con sus pun­tos de vista deformados, mezclados de elementos im­puros y artificiales; pero constituyen una mirada fresca que detecta lo anacrónico de un instituto y son eco, digno de oírse, de lo que se piensa de la vida religiosa en los ambientes cristianos. La solución no está en enfrentarse; esto causa tensiones y producé rupturas; sino en admitir la parte de verdad que ellos tengan, y aprovechar su generosidad para for­marlos en la verdad aunque cueste. Con todo no te­nemos otros jóvenes a nuestro gusto, con éstos tene­mos que edificar la Iglesia del futuro.

131. Evangelio y libertad

«No hay ley humana que pueda garantizar la dig­nidad personal y la libertad del hombre con la se­guridad que comunica el Evangelio de Cristo, con­fiado a la Iglesia. El Evangelio anuncia y proclama la libertad de los hijos de Dios, rechaza todas las

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esclavitudes (11) que derivan en última instancia del pecado, respeta santamente la dignidad de la con­ciencia y su libre decisión» (12).

Donde está el Espíritu del Señor—dice San Pa­blo—está la libertad. La ley de Dios garantiza, bien cumplida, la libertad psicológica de la persona hu­mana, libertad en el orden, en el equilibrio, en el dictamen de la conciencia.

Los consejos evangélicos bien cumplidos propician la libertad de los hijos de Dios y tienen ellos su fi­losofía en el Sermón de las Bienaventuranzas, que se ordenan a las obras de consumada perfección e incrementan la autonomía de las cosas terrenas y el sabor de las eternas.

132. Libertad y personalidad

La independencia es característica de los jóvenes de nuestro tiempo y la libertad el bien más aprecia­do de los individuos y de la sociedad. Tan importan­te es la libertad en los actos morales que sin ella no puede haber ni mal ni bien. Pero no podemos olvidar que la libertad tiene un límite, pasado el cual se con­vierte en libertinaje, y ese límite es la responsabili­dad. Dios es a la libertad como el libertinaje a los ídolos: alabar a Dios es lo más noble que pueda exis­tir, adorar a los ídolos lo más abyecto; amar la li­bertad, lo más noble y humano; amar el libertinaje, lo más degenerado y salvaje.

Formar la responsabilidad es compromiso adqui­rido de todo educador: la medida de la moralidad la da la libertad, y la medida de la libertad es la responsabilidad. Reflexión, mediante el análisis de los acontecimientos con el sistema de ver, juzgar y actuar; compromiso, según la edad y circunstancias, consigo mismo y sus cosas, con relación a la co­munidad, con relación a sus graduales trabajos y apostolados; exigencia de los educadores, conven­cidos de la gran virtud: hacer extraordinariamente

(11) Rom., 8, 14-17. (12) G. S. 41.

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bien hechas las cosas ordinarias; sufrir las conse­cuencias de la irresponsabilidad, para tomar concien­cia de la vida...; estos y otros muchos medios deben emplearse en la formación de la responsabilidad.

133. Educar la libertad

Educar la libertad, gritan no pocos de épocas ya pasadas y bajo este título llegan al autoritarismo y a la supresión de libertades normales: carecer de liber­tad no es enseñar a ejercitarla bien; se puede carecer del peligro y desearlo intensamente con una libertad pecaminosa; no está todo en prohibir y mandar.

Educar la libertad responden otros y apelan bona-chonamente a la autoeducación, al dejar hacer, a la no intervención, sin pensar que la libertad sin freno se ve azotada por la desgracia, y que educar no es solamente aconsejar el deber, sino facilitarlo y exi­girlo con constancia y amabilidad.

Educar la libertad: gritamos nosotros: la verda­dera libertad que es la facultad de hacer todo lo que es justo, legítimo y conforme a las leyes; la libertad hay que proporcionarla a medida que se sepa usar bien de ella, porque la libertad mal empleada de­genera en libertinaje; más libertad a más años, más libertad a mejor conducta, más libertad a más selec­ción, más libertad a más cultivo espiritual, más li­bertad a más experiencia de su buen uso, más liber­tad a más virtud.

134. Ser auténtico no es ser instintivo

Debemos ser más auténticos, arguyen las nuevas generaciones, y por ello se entiende la expresión de lo que sienten, la manifestación de lo que les pro­voca, la supresión de lo que no les gusta. Auténtico no es lo instintivo: «En ti hay un esclavo noble —dice Ritcher— a quien tienes que poner en liber-

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tad»; existe el pecado original, la vida impulsiva se impone si no hay frenos inhibitorios.

La verdadera autenticidad es la noble expresión de la personalidad organizada, con las pasiones sujetas a la razón y la razón sujeta a Dios. Ser auténtico es vivir y expresar la verdad en el amor.

Realmente es una confusión lamentable, pero muy frecuente el descontrolarse a merced de los instin­tos más bajos y responder: «Yo soy así, debo expre­sarme a mí mismo; no puedo ser hipócrita.»

Para ser paciente se ejercita la paciencia, se aguan­ta la ira, se cierran los dientes; para ser constante se vencen las ansias, se repiten las acciones, se fuer­za la voluntad; para ser casto se controlan los pen­samientos, se subliman las intenciones, se mortifi­can los apetitos...; todo esto no malogra la autenti­cidad, sino que la garantiza a fin de realmente vivir y expresar la verdad en el amor.

135. El sufrimiento y la libertad

Lo mismo que las tinieblas de la noche permiten ver los astros, así los dolores de la vida permiten ver a Dios.

Cuando uno sale de la oscuridad, distingue más vivamente los objetos a la luz. Cuando salimos del sufrimiento podemos ver con mayor realismo las cosas de la vida, con sus verdaderas dimensiones, y apreciar en todas ellas a Dios. Podemos ser más libres.

Todo religioso, profesión de vida sacrificada, ha de amar la cruz que la vida le impone, con la mi­rada fija y la seguridad plena en la Providencia de su Padre Dios. Pero convencido de que ésto no !o esclaviza, sino que lo hace más libre, con la libertad de los hijos de Dios.

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6 POBREZA

HUMILDAD TRABAJO

Mejor es ración de legumbre donde hay cariño, que toro cebado donde hay odio.

(L. Proverbios.)

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136. Pobreza voluntaria. 137. El pobre evangélico. 138. Los proverbios y la probleza. 139. Pobres de espíritu. 140. La pobreza no es situación. 141. Emparentada con la humildad. 142. La pobreza es apertura. 143. Interés cuánto vales. 144. El valor del trabajo. 145. Valor de la actividad humana. 146. Dichos sobre el trabajo. 147. Pobreza y crimen. 148. La mejor salsa. 149. El trabajo y los pobres. 150. Amar a los pobres. 151. Actitud de pobres. 152. Pobreza gustosa y acogedora. 153. La pobreza en nuestra formación 154. Economía hogareña. 155. Solidaridad y contrastes.

136. Pobreza voluntaria

La pobreza voluntaria en el seguimiento de Cristo, distintivo hoy muy apreciado, ha de ser cultivada di­ligentemente por los religiosos, y si fuera necesario, ha de manifestarse en formas nuevas. Acordándonos de la pobreza de Cristo, que, siendo rico, se hizo po­bre por amor nuestro para que fuésemos ricos en su pobreza (1).

No basta someterse a los superiores en el uso de los bienes, sino que es necesario que los religiosos sean pobres de hecho y de espíritu, teniendo sus te­soros en el cielo (2).

Cada uno en su oficio siéntase obligado a la ley común del trabajo, y al procurarse así lo necesario pa­ra su sustento y sus obras, aleje de sí toda solicitud indebida y póngase en manos de la providencia del Padre Celestial (3).

Los institutos mismos, teniendo en cuenta las cir­cunstancias de cada lugar, esfuércense por dar tes­timonio colectivo de pobreza y contribuyan de buen grado con sus propios bienes a otras necesidades de la Iglesia y al sustento de los menesterosos a los que todos los religiosos han de amar en las entrañas de Jesucristo (4).

<1> Cor., 8, 9. (2) Mateo, 6, 20. (3) Mateo, 6, 25. (4) P. C. 13.

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137. El pobre evangélico

El pobre evangélico vive pendiente de los intere­ses sobrenaturales y goza de total libertad para en­focar, con entereza, los problemas de este mundo y enderezarlos según los intereses del reino.

Nuevas formas de pobreza pide el Concilio a los re­ligiosos, que podríamos así concretarlas: Educarse sin necesidades; por el voto entregamos a Dios nues­tro posible capital y nuestro consciente trabajo; tra­bajo con los pobres, practicando sus privaciones sin contagiarnos de sus angustias; que los capitales cum­plan sus funciones.

Hablaremos en próximos números sobre las distin­tas formas de pobreza; queremos, sin embargo, des­tacar ahora la primera: educarse sin necesidades. So­mos animales de costumbres, que dan facilidad o se imponen y esclavizan; quien desde joven no desarrai­ga su corazón de las cosas y se crea necesidades tro­pas, libros, viajes, instrumentos, utensilios, alimentos exquisitos) después difícilmente renuncia a ellos. Quien se esclaviza a estas cosas, tarde o temprano, las consigue a su gusto, aun con peligro de faltar al voto. Sin embargo, los que se educan en la sencillez, sin necesidades, no sufren por estas cosas y las usan cuando hace falta con moderación y equidad.

138. Los proverbios y la pobreza

— Más vale poco con temor de Yahveh, que tesoro copioso con inquietud.

— Mejor es ración de legumbres donde hay cari-riño, que toro cebado donde hay odio.

— El justo conoce la causa de los pobres, el per­verso no entiende de comprensión.

— Vale más pobre que camina en su integridad, que quien tuerce sus caminos y es rico.

— El hombre fiel será muy bendecido, el que de prisa se enriquece no lo hará sin culpa.

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El que cierra sus oídos al clamor del pobre, tampoco cuando él clame hallará respuesta. El de mirada bondadosa es bendecido, porque da al pobre de su pan.

— El que con usura y crecido interés aumenta sus caudales, para el que se apiada de los pobres lo allega.

¡ Qué sabiduría en tan pocas palabras!, y que nadie nos diga que rectifiquemos, pues es... Palabra de Dios.

139. Pobres de espíritu

¡Bienaventurado^ ls pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos!

Pobres de espíritu, según el Evangelio, no son los cortos de capacidad, sino los que, desasidos de las cosas terrenas, aman con espíritu el Reino.

La pobreza está emparentada con la abnegación y la humildad; donde ella entra por la puerta, la co­modidad y los honores salen por las ventanas.

El fuego prueba al oro y la pobreza a los fuertes varones. Porque, aunque la pobreza en sí no es vir­tud, lo es el saberla soportar dignamente.

Fenelon decía: «Es una gran riqueza saber ser pobre.»

Oigamos a Séneca, que dice:

«¿Quieres cultivar tu alma? Vive pobre o como si lo fueras. La pobreza debe ser amada, orque te hace demostración de los que te aman. Acomodarse con la pobreza es ser rico. Se es pobre, no por tener poco, sino por desear mucho. Se tiene todo lo quo se quiere, cuando no se quiere sino lo que puede bas­tar.»

— 129 — RENOVACIÓN DE LA VIDA RELIGIOSA. 9

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140. La pobreza no es situación, sino estado

La pobreza no es sólo una situación económica, una cuestión de cartera, sino de corazón. El hecho de no tener un centavo no es ninguna virtud. Se puede carecer de dinero y tener espíritu de rico. Se puede también (pero es bastante raro) poseer bienes y tener alma de pobres.

La pobreza es un estado de alma al que todo cris­tiano está invitado. Es una especie de experiencia de los límites humanos, que hace que nos abramos a Dios, que perdamos la esperanza de la ambición de bastarnos a nosotros mismos, y que nos volvamos hacia El en actitud de confianza.

Los que sufren—dice Claudel—son «invitados a la atención», ellos están ya orientados, avisados, in­formados del verdadero carácter pasajero y doloro­so de este mundo. Ellos pueden ser verdaderos pobres.

141. Emparentado con la humildad

Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el Reino de los Cielos. Dios a los humil­des da su gracia y a los soberbios resiste. Los pobres de espíritu no son los tontos, sino aquellos que po­nen a disposición de Dios y de sus hermanos sus muchas o pocas cualidades o posibilidades.

San Francisco emparentaba la pobreza con la hu­mildad y la sencillez, propia del que nada posee, ni siquiera a sí mismo porque todo lo pone al servi­cio de Dios y está siempre dispuesto a desposeerse de' sí mismo y renunciar al tesoro del propio yo, como se renuncia a los bienes, fuera de nuestra per­sona.

142. La pobreza es apertura

La riqueza de los que se sienten intolerablem^i; e suficientes, seguros de sí mismos, con la certeza de poseer toda la verdad y de tener siempre la razón

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a pesar de todo. Nos gusta canonizarnos a nosotros mismos en nuestros títulos, en nuestras posturas.

La riqueza que malogra parte de la Iglesia no es sólo material, es la experiencia de una religión que no es una Iglesia, una comunidad de creyentes, si­no un bote salvavidas individual: cada uno para sí y Dios para todos. Presumimos de un Padre co­mún, pero no compartimos nada con los demás. La mejor cara que nuestros institutos podrían ofrecer al mundo actual para convertirlo sería esta apertura y fraternidad.

La pobreza de espíritu es eso también: la ad­misión de la razón que puedan tener los demás, la apertura amistosa con nuestros hermanos los hom­bres. Con los pobres de espíritu se dialoga fácil­mente como con las gentes sencillas..., es decir, con los pobres.

143. Interés: ¿cuánto vales?

Existe un refrán popular que dice: «Interés: ¡cuánto vales!» No cabe la menor duda que el mó­vil de un interés pecuniario es un resorte podero­sísimo para el cumplimiento del deber en la socie­dad. Si los religiosos fuéramos capaces de imponer­nos por caridad los sacrificios que muchos se impo­nen por interés pecuniario, el cielo estaría lleno de santos.

El interés como base de una digna subsistencia es una gran virtud; como principio de cosas super-fluas es vicio que conduce al egoísmo. Los religio­sos somos hombres socializados, y a veces lo que es de todos nadie lo cuida. Debemos ser desprendidos de las cosas, pero no indiferentes con la abulia de los oligarcas que para nada se interesan en las cosas de la vida porque el papá tiene plata. Tomar con­ciencia de que la vida cuesta y hay que ganarla, es una gran virtud.

144. El valor del trabajo

El Concilio nos advierte que busquemos FORMAS NUEVAS de pobreza. Una de ellas, de suma impor-

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tancia, es sentirnos sujetos a la ley del trabajo. A nadie debe parecer heroico lo que es común y co­r r i en te : una jornada bien establecida de ocho horas de trabajo. El trabajo es el patrimonio del pobre para ganarse el propio sustento. . . y el religioso ha de ser pobre.

Por el voto de pobreza no sólo renunciamos a cuanto podríamos lícitamente poseer, sino, princi­palmente, ofrecemos a Dios nuestro propio valer, que actúa mediante el trabajo. Emplear mal un ca­pital es faltar a la pobreza; no rendir en el traba­jo, no poner a disposición las propias cualidades (in­natas o adquiridas) es un robo a Dios, a la congrega­ción y a las almas, porque el religioso no se perte­nece. Guardar los talentos siempre ha sido pecado evangélico.

145. Valor de la actividad h u m a n a

Una cosa hay cierta para los creyentes: la acti­vidad humana individual y colectiva o el conjunto ingente de esfuerzos realizados por el hombre a lo largo de los siglos para lograr mejores condiciones de vida, considerado en sí mismo, responde a la vo­luntad de Dios. Creado el hombre a imagen de Dios, recibió el mandato de gobernar al mundo en justicia y santidad, sometiendo a sí la t ierra y cuanto en ella se contiene, orientando a Dios la propia per­sona y el universo entero.

Esta enseñanza vale igualmente para los quehace­res más ordinarios. Porque los hombres y mujeres que, mientras procuran el sustento para sí y para su familia, realizan su trabajo de forma que resulte pro­vechoso y en servicio de la sociedad, con razón pue­den pensar que con su trabajo desarrollan la obra del Creador, sirven al bien de los hermanos y con­tr ibuyen de modo personal a que se cumplan los de­signios de Dios en la historia (5).

Los cristianos, lejos de pensar que las conquistas logradas por el hombre se oponen al poder de Dios

(5) G. E. 34.

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y que la criatura racional pretende rivalizar con el Creador, están, por el contrario, persuadidos de que las victorias del hombre son signo de la grandeza de Dios y consecuencia de su inefable designio (6).

También los religiosos y religiosas deben escuchar estas palabras del Concilio, para entender cuál es el mundo malo y cuál el mundo bueno, para saber que el progreso es el complemento de la obra creadora de Dios, para apreciar el trabajo (incluso el manual y de servicio) como dentro de los planes santifica-dores de Dios.

146. Dichos sobre el trabajo

— Dios ha puesto el trabajo como centinela de la virtud (HOMERO).

— El trabajo es el único capital no sujeto a quie­bra (LA FONTAINE).

— El trabajo es el padre de la gloria y de la feli­cidad (EURÍPIDES).

— El trabajo produce el dinero; el buen sentido lo conserva (PERSICHETTI).

— Bendito sea el Señor que al darnos el trabajo como castigo, nos dio con él abundancia, paz, holgura, salud y vir tudes (APARISI Y GUIJARRO).

— La felicidad de la vida es el trabajo, l ibremente aceptado como un deber (RENÁN).

-— Dichoso el que gusta las dulzuras del trabajo, sin ser su esclavo (PÉREZ GALDÓS).

— Yo no he comido el pan ajeno, sino el que me he ganado con mis fatigas y trabajo (SAN PABLOI.

— Mejor se guarda lo que con trabajo se gana. (SÉNECA).

(6) G. S. 34.

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El industrioso no tiene que temer a la miseria, Pues la actividad es madre de la fortuna (FBANKT.TM' I •f ' -"ro LH c (FRANKXIN),

El hambre mira la puerta del hombre laborio­so, pero no se atreve a en t ra r (FBANKLIN).

14v. Pobreza y cr imen

t„,<(Si la pobreza es la madre del crimen, la falta de d i en to es el padre» (P. CHARLES).

¡Cuántas lágrimas hay en los ojos de los pobres y cuanta desesperación en su corazón, cuando la di­ficultad y el hambre los a tormenta!

Como las gotas de agua, caídas del cielo, levantan y reaniman la planta que ya se marchita y seca, así también el socorro de las gentes generosas aleja del entendimiento del pobre el pensamiento culpable, y de su voluntad la decisión criminal.

. E s verdad que lucharemos por una sociedad más Justa, pero también lo es que los pobres los tendre­mos siempre con nosotros, como tesoros de eter­nidad.

148. La m e j o r s a l s a

La mejor salsa del mundo—dice Cervantes—es el hambre, y como ésta no falta en la casa de los po­bres, siempre comen a gusto.

El hombre es rico cuando se h a familiarizado con la escasez; y quien no sabe s e r pobre nació para esclavo.

Cuántos problemas educativos en las tablas dieté­ticas de las casas ricas, y qué sencillez en los po­bres. ¡ Por desgracia: unos t ienen mucho que co-

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mer y poca hambre, y otros mucha hambre y poco que comer!

Cuando las comunidades religiosas dejan de sen­t ir los efectos de la pobreza, no tardan en sentir dificultades de todo orden. Es una bendición para los religiosos su contacto directo con los pobres, ex­perimentando sus angust ias ; así, y sólo así, el reli­gioso se olvida de sí mismo y comparte con el que sufre. Difícilmente se logra la santidad rodando so­bre sí mismo como el trompo.

149. El trabajo y los pobres

Un manifiesto comunista daba como consigna a los jefes de célula, explotar los planteamientos siguien­tes, que si bien son calumniosos, hacen pensar se­r iamente :

— «Las escuelitas para pobres al lado de grandes colegios para ricos, son otra manera de acallar la conciencia; en ellos uno o dos frailes o mon­jas mal preparados, para que los pobres no griten.. . al lado de los suntuosos colegios para los oligarcas con abundancia de profesores.»

— «Cada comunidad le quedan apenas las obras benéficas que necesita para dar trabajo a su personal inútil (atacarlo como tal)... a medida que las religiosas se promuevan dejarán las obras de los pobres, que quedarán íntegras en nuestras manos.»

— «Hay que obstaculizar las obras de las religio­sas en los hospitales de pueblo; intrigar con los médicos, hacerles la vida imposible. Lo mismo con los colegios parroquiales, para que

• todos los religiosos se reduzcan a la ciudad; entonces podremos realizar la revolución del campesino.»

— «Entre los médicos hay que correr la voz de que las religiosas enfermeras graduadas no sir­ven, perdieron la acti tud de servicio; ya no trabajan sólo dirigen; cada una necesita cinco

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sirvientas; se aburgesaron; complican la ad­ministración; acusan... También hay que ex­plotar las pensiones caras de gran negocio de los colegios.»

Como ven, les duele a los enemigos de la Iglesia que trabajemos con los pobres, que nos dediquemos a ellos, incluso que compartamos los trabajos sen­cillos y manuales, dando ejemplo solidario y expe­rimentando en la propia carne la dificultad de ser pobres. Sus acusaciones calumniosas hacen pensar, y en algunos casos revisar métodos del personal que se dedica a los pobres.

150. Amor a los pobres

El mejor testimonio de pobreza para el mundo ac­tual, es trabajar con los pobres; el que se entiende con más facilidad. Trabajar, a imitación de Cristo, con los pobres niños abandonados, delincuentes, marginados de la sociedad. Que también los hijos de nadie son hijos de Dios.

Interesarse con los pobres, vivir su mundo, palpar sus problemas y compartirlos sin llenarnos de su pesimismo y de su angustia. Conformarse con las relaciones de gentes sencillas, moverse en ese mun­do espontáneo y claro como en nuestro propio mun­do... sin pretensiones, ni falsos anhelos, es TESTI­MONIO DE POBREZA.

Educarnos sin necesidades, con amor a lo parco y austero, y lograr esta actitud en todas nuestras cosas, es ser hijos del Evangelio.

151. Actitud de pobres

No basta que los religiosos estén supeditados a los Superiores en el uso de las cosas, sino que es preciso que los miembros sean realmente pobres, poniendo

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sus tesoros en el cielo (7). Más que considerar en la vida de Cristo unos rasgos aislados de pobreza, hay que comprender su actitud de pobre: su vida ente­ramente sometida a Dios en quien confía totalmen­te; el desprendimiento de las cosas temporales en su vida personal y las vidas de sus colaborado­res (8). El alma del pobre se entrega totalmente a Dios, pertenece a su Dueño. El auténtico pobre vive preocupado solamente por los intereses sobrenatu­rales y goza así de total libertad para enfocar con entereza los problemas de este mundo y orientarlos según los intereses del Reino. El pobre es un testi­monio vivo de la presencia del Pueblo de Dios en el mundo.

152. Pobreza gustosa y acogedora

Pobre es aquel con quien todos se sienten a gusto. Que saben recibir, que siente gusto en que lo visiten y es acogedor; a quien todo el mundo es capaz de echar una mano, de hacerlo reflexionar, instruir y ayudar; en una palabra, que sabe darse y recibir.

Una congregación pobre en la cual todos los miembros se sientan a gusto, dispuestos a recibir y a dar, a influir y dejarse influir, donde los supe­riores son fáciles de abordar y los subditos sencillos y respetuosos; donde la conformidad con las cosas sencillas reina..., es algo que todos debemos desear y ayudar a construir.

Lo que Cristo echa en cara a los hombres es el dinero, que divide y destroza la comunidad huma­na. Cuando los institutos tienen muchas riquezas, se dedican a defenderlas y con frecuencia alejan a los pobres y se confabulan con los ricos.

(7) Mateo, 6, 20. (S) GARCÍA, SANTIAGO, Obediencia y pobreza, imitación de Cris­

to, pág. 151.

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153. La pobreza en nuestra formación

Se hacen esfuerzos para enseñar a vivir el espí­r i tu de pobreza evangélica franciscana, pero si se intentara supr imir o disminuir pequeños detalles de comodidad, sobrevendrían murmuraciones y males­tar. Para evitar esto, t ratemos de educar sin que se creen necesidades, en la sencillez franciscana. Quie­nes desde pequeños están acostumbrados a recibirlo todo, sin esfuerzo personal, sin angustia solidaria, instalados en una psicología de seguridad, no logra­rán superar todo ese lastre para vivir en sentido evangélico la verdadera pobreza.

— Inculcar en las almas filial confianza en la providencia, superando el miedo a los percances de la vida moderna, arrostrando valientemente la inse­guridad. Ser pobre en el mundo moderno es sentir en la propia vida la angustia del futuro y la insegu­ridad del porvenir ; y para entender la psicología de los pobres se requiere sufrir en carne propia los problemas.

— Buscar la subsistencia en nuestro trabajo de cada día, y en no pocas ocasiones en el trabajo ma­nual, sin desligar a los mismos de ocupaciones ma­nuales y humildes tan propias del espíritu francis­cano y que garantizan nuestra sencillez y humildad.

— Buscar la transparencia de espíritu en la cla­ridad de conciencia, en la humildad, en la alegría de vida, en el sentido de paz íntima, para ser capa­ces de amar sin reservas ni violencias. Nunca el co­razón humano fue tan sensible al amor como ahora cuando la tecnificación ha multiplicado los contactos físicos, pero ha vaciado los afectos sinceros.

— Insistir en la responsabilidad. Que no ignoren durante la adolescencia y juventud los religiosos y religiosas los esfuerzos por la lucha diaria de la vida. La mayor parte de los pobres estudian, traba­jan y, si los nuestros profesan pobreza, ¿será lícito que estudien como los ricos, dedicados exclusiva­mente al cultivo de sus propias personalidades? No se puede admitir que un estudiante rinda menos en Religión, con más medios para formarse.

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— Los hombres de hoy reclaman el testimonio de los Hijos del Evangelio que encarnan y representan a Cristo, necesitan su testimonio y no darlo es de­fraudarles (9).

Quieren ver en nosotros más amor que prudencia, más conocimiento del tiempo presente que de las humanidades, más Evangelio que Teología, más sen­cillez que sutileza.

154. Economía hogareña

Dice el refrán chino: «La pobreza llama algunas veces a la puer ta del hombre laborioso, pero nunca entra.»

Hogar donde hay responsabilidad en el trabajo y criterio en gastar lo que se gana, tiene el funda­mento de una buena economía.

Es rico aquel que recibe más de lo que consume, y es pobre aquel cuyos gastos exceden a su recau­dación... y de esta manera todos podemos y debemos ser ricos.

Con esta economía hogareña bien montada, cuánta plata se ahorraría en las comunidades religiosas para atender a los pobres de Dios.

155. Solidaridad y contrastes

Los mismos Institutos, según la condición de los lugares, han de esforzarse en dar testimonio colec­t ivo de pobreza, y destinen gustosos algo de sus pro­pios bienes para otras necesidades de la Iglesia y pa ra sustento de los necesitados, a quienes todos los religiosos han de amar en las entrañas de Cristo (10).

(9) ESCUDERO, JOSÉ MARÍA, ¿Cómo ve usted al sacerdote? ¿Qué espera de él?, ed. Sigúeme, Salamanca, 1960.

(10) Mateo, 19, 2 1 ; 25, 34-36; Juan , 3, 17.

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Las Provincias y las casas de los Institutos co­muniquen unos con otros sus bienes temporales, de forma que las que abundan ayuden a las que tienen necesidad (11).

Así expresa el Concilio la palabra SOLIDARIDAD, que merece un comentario. El capital debe cumplir su función, y mucho más el capital de las comuni­dades religiosas.

Para que el capital rinda, ha de estar sujeto a una cierta administración y a sus correspondientes con­troles. Y esto que es admitido en toda empresa, aún no se ha logrado, por desgracia, en muchas comuni­dades. El Derecho Canónico es explícito en señalar que los administradores sean controlados por el Su­perior y sus respectivos consejeros. A nadie se ofen­de, pidiéndole cuentas; el no darlas o demorarlas es abuso de confianza y nueva manera de faltar a la pobreza. Nadie puede obrar como dueño; todos como funcionarios de los bienes de Dios... y un funciona­rio siempre acude oportunamente a las respectivas juntas superiores. Faltan contra el voto de pobreza, cuantos no someten sus inversiones a los respectivos Consejos y a las debidas y requeridas licencias.

Con contabilidades técnicas el capital cumpliría mejor su cometido, sobraría plata para los pobres y se invertiría en los lugares y necesidades más urgentes de nuestro apostolado. La independencia es una manera de sentirse dueños, de faltar a la po­breza e impedir la SOLIDARIDAD que nos pide el Concilio.

(11) P. C. 13.

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7 DOLOR PLACER

CASTIDAD

El placer es como una flor, que nace sobre el tallo de la virtud.

(EDWARD YOUNG.)

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156. El dolor es ley, misterio y sacramento. 157. Psicología del dolor. 158. Las cruces del monte Gólgota. 159. Dolor, bien sobrenatural. 160. Somos como piedrecitas. 161. Diálogo de naranjas. 162. La vida religiosa y las cruces. 163. El cáliz del corazón humano. 164. La ley de las compensaciones. 165. Simpatía y antipatía. 166. Mis tres personajes. 167. Terrible dialéctica. 168. Buscando la felicidad. 169. Amor y lujuria. 170. Placer brutal y filosófico. 171. Amor platónico. 172. Educar es apaciguar. 173. Educar es sublimar. 174. Derivativo social. 175. Derivativo religioso. 176. Derivativo estético. 177. Derivativo sentimental. 178. Carreteras secas, pero no inútiles. 179. Fecunda virginidad. 180. Revisión de criterios.

156. El dolor es ley, misterio y sacramento

Quiere Dios con voluntad prescriptiva o permisiva que suframos. Sufrimientos que se presentan a nues­tros ojos bajo la forma de ley, misterio y sacramento.

LEY universal, promulgada en el origen del mun­do y a la que nadie escapa sea justo o pecador; el dolor es patrimonio común de la humanidad.

Es el dolor un MISTERIO emparentado con el problema del mal; nacido de la culpa de Adán, el pecado lo explica y lo justifica; escándalo para los judíos, locura para los gentiles, fue necesario que Cristo con su enseñanza y su vida revelase al mun­do la belleza, fecundidad, grandeza y necesidad de la Cruz. «Toda la vida de Cristo fue Cruz y martirio.» «No es un discípulo mayor que el Maestro» (1).

En Cristo el sufrimiento se convirtió en SACRA­MENTO, en fuente de sacramentos y manantial de Gracia, la justificación nos llega por la Cruz.

157. Psicología del dolor

— La pena no acaba la vida, la costumbre de pa­decerla la hace fácil (CERVANTES).

(1) Mateo, 10, 24.

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— El dolor físico es el grito lastimero de los órga­nos enfermos, como el remordimiento es el gri­to acusador de las heridas del alma.

— No puede ofender la queja que procede del do­lor, porque es efecto natural, como sonido del golpe (QUEVEDO).

— El dolor que se sufre sin testigos es mayor pero más agradable a Dios, único testigo de tantas almas grandes.

— Los dolores, como las espinas, duelen más cuan­do se pisan, que cuando se besan.

— Quizá se cure la herida con el tiempo, pero re­pugna que la toquen cuando es reciente (OVIDIO).

— Dad la palabra al dolor: el dolor que no hable, gime en el corazón, hasta que lo rompe (SHA­KESPEARE).

158. Las cruces del monte Gólgota

Pretender amar el dolor por el dolor o la peni­tencia por la penitencia, y reconocer a Cristo sólo por lo que ha sufrido, resultaría algo tan inhumano como desesperante (2).

La ascesis cristiana nos enseña a ir del dolor al amor, de la penitencia al perdón, por la Cuares­ma a la Pascua, por la muerte a la resurrección, por la cruz a la luz.

Las cruces del monte Gólgota siguen siendo muy significativas: Cristo, al dolor unió el amor convír-tiéndolo en holocausto, en Misa con proyecciones de eternidad; el buen ladrón supo unir sus dolores a los de Cristo, sufrió menos y escuchó de boca del Señor: «Hoy estarás conmigo en el Paraíso»; el mal ladrón renegó, se desesperó, sufrió el doble y no quedó justificado.

Esa sigue siendo la vida. Sin la educación en el dolor, no es posible la perfección religiosa, ni tan siquiera la vida cristiana.

<2) PUJADAS, JOSÉ MARÍA, Fermentas de cristiandad, segunda edición. STVDIVM, Madrid,

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159. Dolor, bien sobrenatural

El dolor es para el alma un fecundo alimento cuando se sabe sufrir. El mayor alivio al padecer es pensar que lo podemos convertir en fuente de un mayor bien. ¡Oh dolor, llave de los cielos!, excla­maba Víctor Hugo.

Somos tan pequeños como nuestra dicha, tan grandes como nuestro dolor.

«Del mal de la persona siempre nace el bien del alma; de la fatiga, la palma; del martirio, la corona.»

(T. NAVARRO.)

¡Qué manantial más fecundo de (hermosas) esperanzas

es amor! ¡Qué doctor es tan profundo en útiles enseñanzas

es dolor! (CAMPOAMOR.)

160. Somos como piedrecitas

Somos cual piedrecitas que salen informes de la cúspide de la montaña; las tempestades y golpes del barranco las van sacudiendo, las van arrastrando hasta llegar al cauce del río; perfectas las unas que eran fuertes; vueltas arena y añicos las otras que eran flojas.

Así la vida nos arrastra y el dolor nos sacude a todos; los fuertes, que entienden la lección de la Cruz, pasan del dolor al amor, de la penitencia al perdón, por la Cuaresma a la Pascua, por la muerte a la resurrección, por la Cruz a la luz.

A los flojos, que no entienden el Dolor, los amar­ga, los torna pesimistas, angustiados; los anula, los deshace, los torna añicos...

— 145 — RENOVACIÓN DE LA VIDA RELIGIOSA. 1 0

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161. Diálogo de naranjas

Dos naranjas nos comentan las circunstancias de la vida, para que nosotros aprendamos.

— La una, en el suelo, decía: «Maldito sol que me quemó, maldito aire que me tumbó, maldita agua que me pudrió.»

— La otra, en el árbol, contestaba: «Bendito sol que me maduró, bendito aire que me limpió, bendito agua que me refrescó.»

El sol, el aire, el agua, eran los mismos para la naranja podrida que para la sana.

Para los que aman a Dios todo colabora a su ma­yor salvación. Para los otros habría que recordarles: atentos, por favor, que la fiebre no está en las sá­banas.

162. La vida religiosa y las cruces

La vida religiosa no está exenta de cruces (3) puesto que la enseñanza de la Iglesia y la tradición católica la consideran como holocausto espiritual (Santo Tomás). Imaginar que se puede vivir en con­tacto permanente con hermanos y hermanas, aun en el caso de que todos fueran santos, sin sufrir de na­die ni hacer sufrir a nadie, es una dulce y piadosa ilusión que no resiste ni siquiera unos días de ex­periencia.

La verdad es muy distinta. La práctica generosa de los tres votos, la fidelidad exacta a la regla en comunidad constante de vida, no puede concebirse sin una muchedumbre de renunciamientos y sacri­ficios diarios. Nosotros mismos personalmente cons­tituimos nuestra cruz: carencia de cualidades natu­rales, inteligencia escasa, poca voluntad, carácter débil, penuria de virtudes, limitación en los aposto-

(3) COLLIN, P., Santidad para todos, ed. Luz, pág. 173.

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lados, existencia mediocre, enfermedades, pasiones mal dominadas. La Cruz es un misterio también por­que une en sí cosas al parecer antagónicas: sufri­miento y gozo, fracaso y éxito, pasión y gloria, muer­te y resurrección, no se excluyen mutuamente.

163. El cáliz del corazón humano

El hombre tiende por fuerza de gravedad hacia la felicidad, como la piedra, por fuerza de atracción, hacia la tierra. Todos deseamos ser felices. El mis­terio está en acertar en la auténtica felicidad. Los más felices serán siempre los más santos: no existe mayor felicidad que la vida en gracia, sólo superada por la felicidad de hacer vivir en gracia a los demás mediante el apostolado.

El mundo empieza riendo y acaba llorando; la gracia, en cambio, empieza llorando y acaba riendo: bien reirá el que ría de último; esto es lo definitivo.

Muchos religiosos son infelices porque, con egoís­mo, buscaron una falsa felicidad: pasarlo bien.

El corazón humano es un cáliz que ha de perma­necer siempre lleno de felicidad; o lo llenamos de la felicidad auténtica: amor a Dios, ideal del apos­tolado, intimidad con la comunidad, verdadera amis­tad, espontánea expansión; o se llenará de felicida­des no auténticas, que correrán desde las evasiones de la vida religiosa y de la comunidad, hasta los pla­ceres no santos, incompatibles con los votos.

164. La ley de las compensaciones

Si hay algo cierto en psiquiatría es la LEY DE LAS COMPENSACIONES: toda frustración, todo desequilibrio, toda infelicidad busca su compensa­ción con fuerte violencia. Aquí se forma el gran problema de la castidad para muchas almas consa-

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gradas, que por falta de ideal y total entrega y fer­vor, viven angustiadas.

No creo en la castidad de los pesimistas en ex­tremo, de los malhumorados constantemente, de los angustiados, de los afligidos.

Una religiosa con cara de martirio, quejándose de todo y de todos, convencida de que todos la persi­guen, es como un brazo en carne viva: nada tolera, nada aguanta, todo le estorba e incomoda, se siente infeliz; tarde o temprano, si no sale de su postra­ción, la ley de las compensaciones actuará y el re­fugio seguro serán los complicaciones sexuales en cadena.

Un religioso contrariado, de punta con los supe­riores, huraño con sus hermanos, dictador con sus alumnos, murmurador consuetudinario, sin ilusión por sus trabajos, desesperado en sus cosas, pronto asumirá una actitud contra la Providencia de Dios y se engolfará, por ley de compensaciones, en expe­riencias amorosas, pecados solitarios o caídas se­xuales con otras personas.

165. Simpatía y antipatía

Una manifestación frecuente de DESEQUILI­BRIO es la simpatía natural, que algunos sienten ante determinadas personas, alumnos e incluso ca­sas y acontecimientos. Esto puede llegar a una vi­sión injusta de la vida: nada hay verdad, nada men­tira, depende todo del cristal con que se mira... y ese cristal es la simpatía o la antipatía. Entonces lo que en uno me parece una ofensa, en otro me parece una gracia. SE ES INJUSTO EN LAS APRECIA­CIONES.

Esto lleva también a preferir alumnos con estas funestas consecuencias: el que se dedica mucho a determinados alumnos, descuida a los demás; toda preferencia quita autoridad y desconcierta a los alumnos, que con frecuencia interpretan mal; el pe­ligro para la castidad.

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166. Mis tres personajes

Cada hombre siente en su interior la lucha conti­nua de fuerzas diversas. Siento en mi alma mis tres personajes en pugna: sexus - eros - ágape.

— SEXUS es violento, apasionado, brutal. Usa el verbo querer, es egoísta, no tolera esperas. Una vez satisfecho, desprecia lo que gozó.

— EROS, al contrario, es sereno, es dulce, se com­place en la mirada limpia y es creador de be­lleza. Su verbo apropiado es amar, darse.

— ÁGAPE, es caridad. Cuando llega Eros lo recibe con los brazos abiertos; se sublima y reconoce al infinito en el cual soñó; Sexus, en cambio, se levanta rebelde contra Ágape, o lo expulsa o se retira vencido en espera de desquite.

Religioso auténtico es aquel en quien el sexo fue sublimado por el Eros, y éste sobrenaturalizado por el Ágape en un ascenso continuado y gozoso que continuará en la eternidad de Dios (4).

167. La terrible dialéctica

La vida tiene una terrible dialéctica: o nos tor­namos espirituales hasta en la carne, o nos volvemos carnales hasta en el espíritu. La renuncia de los placeres sensibles en lo que tienen de carnal y ma­terial, la vigilancia del sentimiento, el respeto de la propia persona, condicionan las exigencias más o menos fuertes del instinto, lo mismo que la renun­cia al goce efectivo matrimonial y a la íntima soledad que esto implica.

No se trata sin embargo de dejar de amar, sino de posibilitar otro amor más elevado y de mayores quilates: el amor de Cristo en el cual se encuentra la manera más bella de probar la soledad, el amor

(4) VACCA, CÉSAB, Carne y espíritu, «Religión y Cultura», Ma­drid, 1959.

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sobrenatural a los hombres, objeto de satisfacciones, muy íntimas.

La castidad es también una preciado valor moral, entendida como una disciplina y una moderación de la actividad sexual y del equilibrio del sentimiento, que facilita la natural relación con las personas y que conduce a la justicia en la apreciación de sus actuaciones.

168. Buscando la felicidad

El hombre tiende, por fuerza de atracción, a la fe­licidad, como la piedra por fuerza de gravedad a la tierra.

Todos deseamos ser felices, lo importante es acer­tar en la auténtica felicidad.

Muchos son infelices y viven angustiados porque buscan, con egoísmo, una falsa felicidad: pasarlo bien. Otros, más acertados, buscan ser buenos, y con ello logran la participada felicidad, que en esta vida es posible.

Un instante de gozo del corazón vale más que ho­ras de placer de los sentidos. La felicidad es como la flor que nace sobre el tallo de la virtud.

169. Amor y lujuria

No resisto en traer algunos párrafos de Shake­speare :

«El amor alegra como el rayo de sol después de la tempestad; la lujuria, por el contrario, entristece como la tempestad después del sol...»

«La dulce primavera del amor conserva perenne frescura; el invierno de la lujuria se anticipa mucho al estío. El amor nunca se sacia; la lujuria muere

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de náuseas; el primero es todo verdad, la última un conjunto de pérfidas mentiras.»

¡Abandonar una vida religiosa con plenitud de amor, bajo el espejuelo de un amor, que en el fondo está cargado de lujuria, es un verdadero fracaso del cual no pocos se arrepentirán!

170. Placer brutal y filosófico

Hay dos maneras de entregarse a los placeres: la una brutal y la otra filosófica; la una sensual y la otra razonada, pero con corrupción.

La primera muy propia de las caracterologías emo­tivas: placeres que proceden de los sentidos y domi­nan la razón, pero no la ofuscan; a veces la esclare­cen y le dejan ver toda la bajeza de esos mismos placeres.

La segunda propia de los no emotivos: placeres planeados como una idea obsesiva: «gozar en la vida», se convierten no en desahogo sino en fin de una vida. El disgusto que precede al goce enerva el espíritu y puede derrumbar la primera idea, con otras más profundas y ciertas.

Lo uno es malo; lo otro es peor. Lo primero es el animal que ciega; lo segundo es el racional que se animaliza.

171. Amor platónico

Los incautos jovencitos que se enamoran platóni­camente pretendiendo vivir en un mundo de fanta­sía y pureza, se sienten sorprendidos, de inmediato, con la presencia impura del sexo, que, si no les hace caer siempre, les perturba la conciencia, entenebre­ce la sencilla vibración del amor, obligándoles a re­primir expansiones, a mantener reservas y a vio­lentarse.

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Cuando el amor platónico se convierte en muy sensible, degenera en sexo, pues no podemos olvi­dar que el alma se encierra en el cuerpo.

Aconsejar experiencias amorosas a jóvenes reli­giosos y religiosas, bajo pretexto de fortificar su espíritu y saber a qué renuncian, es no entender la psicología del hombre a quien no conviene frecuen­tar lo que no le es lícito desear.

172. Educar es apaciguar

No se educa a un sensual sino apaciguándolo. Cuan­tos reciban confidencias de una persona sensual, lo han de hacer sin dar muestras de extrañeza y menos demostrar cólera o indignación por esa falta de ener­gía, como se cree con demasiada facilidad.

Se enterarán del hecho con toda serenidad, evitan­do preguntas indiscretas o difíciles de confesar.

Si existen lagunas en su formación intelectual, mo­ral o religiosa respecto a su sexualidad, bastará una breve exposición sin alimentar la imaginación sin temor, pero también sin curiosidad.

El primer paso para ayudarles es apaciguar su es­píritu, sin tremendismos que desalienten, con pruden­te naturalidad y efectivo control (6).

173. Educar es sublimar

El apaciguamiento del sensual es, aunque negativo, indispensable para el segundo paso, el trascendental: sublimar.

Empecemos por tener una idea clara del tempera­mento y carácter de la persona, para poder derivar sus instintos hacia determinados fines, según sus pro­pias tendencias innatas o adquiridas.

(8) BUCK DE JUAN MARÍA DE, S. J., Ese hijo vuestro, ed. Desclée de Brouwer, Bilbao, 1957.

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Precisados gustos, tendencias y simpatías, procu­remos satisfacerlas en cuanto tienen de nobles, Due­ñas y generosas.

No podemos olvidar que el arte embellece la vida, la música la alegra, la religión le da sentido, el ser­vicio al prójimo la hace agradable y la intuición del alma le da calor y colorido.

Superar lo sensual, engranado en la materia, con sólo ayudas sobrenaturales, es peligroso y poco acor­de con la verdadera psicología.

174. Derivativo social

El alivio de los que sufren es deber y ocupación de todos, pues si cada uno hiciese el bien que puede, pocos desgraciados habría en el mundo.

Cuántos jóvenes a fuer de quererse cultivar y per-feccionar se llenan de egoísmo y parecen trompos rodando sobre su propio eje y acaban en su propia adoración: el pecado de la carne.

Cuántos religiosos y religiosas, con su abnegación por los demás, con ese sentido universal de la cari­dad cristiana, con esa noble camaradería entre com­pañeros, con la solidaridad social y el contacto con el que sufre... dieron el golpe mortal a su instinto sensual.

175. Derivativo religioso

La religión es la cadena de oro que sujeta la tierra al trono del Eterno, refrena los apetitos del hombre, ofrece el gran código del género humano, une los hombres de Dios y da contenido y plenitud a la vida.

El derivativo religioso es de un poder único, pero no carece de peligros, y para aconsejarlo con éxito hace falta habilidad y buen sentido.

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La recepción de los Sacramentos, principalmente confesión y comunión; la conciencia del valor de la gracia, con el esfuerzo que supone vivir según la con­ciencia ; el fervor e ímpetu del alma, para llegar a una oración y comunicación con Dios profunda; el cum­plimiento del sacrificio y caridad, con sentido sobre­natural... son medios óptimos para sublimar y sentir también su efecto psicológico.

176. Derivativo estético

Es uno de los grandes errores de la pedagogía, el no dar sino importancia reducida a la educación esté­tica, que absorbe todas las potencias, facultades y tendencias del complejo humano para expresar y realizar la propia personalidad.

Si el gusto estético es innato en un adolescente sen­sual, sería un error grande el no intensificar en él la expansión de ese deseo, que sublima el espíritu, y es como una flor que perfuma la vida.

El arte eleva y da satisfacción íntima, pues si el objeto último de la ciencia es la verdad, el objeto último del arte es el gozo.

Cuanto ayude a nuestros jóvenes a sentirse digna­mente felices, afianza la virtud de la castidad y el compromiso del voto.

177. Derivativo sentimental

Derivativo poderoso es la sana amistad que multi­plica los bienes y divide los males. La gran llamada sentimental de las júnioras religiosas y de los novi­cios a quienes apunta el bigote, unifica también la conciencia y puede derivarse a una buena amistad que sea caridad compartida con ilusión.

La dirección de un joven sentimental pide gran fi­nura de intuición, y debe estar rodeada de las corres­pondientes precauciones para no sublimar instintos

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sexuales en vez de combatirlos. Una mano amiga, pero sincera y clara, logra sublimarlos.

La amistad es bálsamo para la vida, única capaz de sublimar al sentimental.

Cuando en las comunidades reina un aire de incom­prensión, se ahoga la espontaneidad, se nota la ten­sión y se secan los buenos sentimientos, muchos jó­venes sufren, ponen en peligro su castidad y pierden su vocación.

178. Carreteras secas, pero no inútiles

Dice el Concilio: «Así no se dejarán conmover por las falsas doctrinas que representan la castidad perfecta como imposible o dañosa para la plenitud humana, y rechacen, como por instinto espiritual, todo lo que pone en peligro la castidad. Recuerden además, todos, señaladamente los superiores, que la castidad se guarda más seguramente cuando entre los hermanos reina verdadera caridad fraterna en la vida común» (7).

Un autor anticlerical llamaba a los religiosos y re­ligiosas carreteras secas e inútiles, incapaces de fertilidad, faltos de plenitud, personas medias sin amor y sin descendencia, aburridos de la vida que se retiraban a la soledad del claustro...

Carreteras secas sí, pero no inútiles. Nuestras fér­tiles tierras del llano son fértiles, pero no ricas; para que sean ricas necesitan carreteras que las crucen, vías por donde se desplacen los vehículos y corra la riqueza; esas carreteras son secas, no fértiles, pero de ninguna manera inútiles, ellas llevan la riqueza a toda una región.

Religiosos y religiosas, carreteras secas por el voto de castidad, sin hijos, es verdad; pero de ninguna ma­nera inútiles, por ellos como por las carreteras secas, se desplazan las riquezas, corren los cristianos a pie

(7) P. C. 12.

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firme hacia Dios, comunican la riqueza de la gracia, garantizan el amor a Dios en el servicio de sus her­manos los hombres, conducen con seguridad hacia el Reino.

179. Fecunda virginidad

La virginidad es una llamada permanente al mun­do para que vuelva sus ojos a una patria ultraterrena.

El eco de Dios no resuena sino donde se produce el vacío de las criaturas; las almas llenas de egoísmo hacia los demás difícilmente devuelven el eco de Dios.

La virginidad, como liberación de las concupiscen­cias, posibilita para proyectarse hacia Dios, le da ca­pacidad de asombro ante lo sobrenatural, inspira la confianza de los fieles por su transparencia de espí­ritu ; facilita el amor sobrenatural y sublima los sen­timientos; nos hace libres con la libertad de los hijos de Dios.

La castidad por el Reino de los Cielos, que profe­san los religiosos, ha de estimarse como don eximio de la gracia, pues libera de un modo singular el co­razón del hombre (8) para que se encienda más en el amor de Dios y de todos los hombres; y por ello es signo especial de los bienes celestes y medio optísimo para que los religiosos se consagren fervorosamente al servicio divino y a las obras de apostolado. De este modo evocan ellos ante todos los fieles aquel maravi­lloso connubio, fundado por Dios y que ha de reve­larse plenamente en el siglo futuro, por el que la Igle­sia tiene por esposo único a Cristo (9).

180. Revisión de criterios

Debemos revisar los criterios pedagógicos para la selección de vocaciones en materia de castidad y para

(8) I Cor., 7, 32-35. <U9 P . C. 12.

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la formación del sentimiento y del amor, del placer y del dolor, en aquellos que tengan que hacer la gene­rosa renuncia en la vida religiosa: ideal, fervor, ale­gría en el bien, educación del sentimiento, compren­sión mutua, austeridad de vida, dominio de lo instin­tivo, confianza en los superiores, sinceridad, pueden ser causa y efectos de una castidad bien llevada.

Es, pues, menester que los religiosos, empeñados en guardar fielmente la vocación, crean en las pala­bras del Señor y, confiados en el auxilio de Dios, no presuman de sus propias fuerzas y practiquen la mor­tificación y la guarda de los sentidos. No omitan tam­poco los medios naturales que favorecen la salud de alma y cuerpo.

Como la observancia de la continencia perfecta afec­ta íntimamente las inclinaciones más profundas de la naturaleza humana, ni los candidatos abracen la profesión de la castidad, ni se admitan sino después de una probación verdaderamente suficiente y con la debida madurez psicológica y afectiva. No sólo ha de avisárseles de los peligros que acechan la castidad, sino que han de ser instruidos de forma que acepten el celibato consagrado de Dios, incluso como un bien de toda la persona (10).

<10) P . C. 12.

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s LA PERSONA: MADUREZ Y EQUILIBRIO

De todos los conocimientos, el más útil es aquel que nos proporciona datos pre­ciosos sobre nosotros mismos, y enseña a dirigirnos.

(SAN AMBROSIO.)

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181. Integración de la personalidad. 182. Saber diferenciar. 183. Equilibrio, normalidad y madurez. 184. Características del adulto. 185. Culto a lo normal. 186. Equilibrio humano. 187. Psicología del pecador. 188. Reflexionar es ser personas. 189. Conócete a ti mismo. 190. El peregrino. 191. Equilibrio cósmico. 192. Objeto, sujeto y prójimo. 193. Equilibrio religioso. 194. Ley fundamental, conocer a Dios. 195. Qué gran Padre es Dios. 196. Influencia de las emociones. 197. Emociones constructivas y negativas. 198. Consejos oportunos. 199. Olvidándonos a nosotros mismos. 200. Vida religiosa y equilibrio. 201. Enfermedades psíquicas. 202. Vida religiosa desequilibrada. 203. Causas en las comunidades. 204. Los complejos están de moda. 205. Que las hay, las hay. 206. Motivos inconscientes de vocación. 207. Inmadurez personal. 208. Exámenes psicológicos y psiquiátricos 209. Remedios de orden profiláctico. 210. Posibles remedios judiciales.

181. Integración de la personalidad

La personalidad es un proceso de integración y de diferenciación.

El niño llega a la vida y pierde esa dependencia ín­tima con la madre, pero su regazo le brinda la pro­tección necesaria. A medida que crece se va inte­grando en sí mismo y diferenciándose de los demás.

El ser humano siente la necesidad de organizarse y autoedificarse. El primer proceso es el de orden in­terior: pasiones sujetas a la razón y razón sujeta a Dios; desarrollo y fortalecimiento del entendimiento, voluntad y sentimiento; dominio de instintos y de­sarrollo de virtudes; equilibrio interior y responsabi­lidad; todo esto lo integra en sí y lo diferencia de los demás.

Viene también un segundo proceso: la integración con lo que le rodea: integración familiar, pertenece a una familia, tiene unos padres y hermanos; inte­gración social con una sociedad que lo reclama, que lo necesita, que lo absorbe; integración de amistad, de personas que le aman y a quienes ama, de espí­ritus que se compenetran y tienen mutua confianza; integración eclesial, de una comunidad de cristianos que exige una diferenciación e integración en una comunidad fundada en la fe, la esperanza y la caridad.

La personalidad es—por lo tanto—el armónico de­sarrollo del yo, que se produce a través de una con-

— 161 — RENOVACIÓN DE LA VIDA RELIGIOSA. 1 1

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tinua fluctuación entre los elementos integrantes y diferenciadores. Una personalidad es tanto más rica y más próxima a la verdadera madurez cuanto más se integra en sí misma y con el ambiente que le rodea, y a la vez cuanto más sabe diferenciarse de los demás y realizarse a sí mismo.

182. Saber diferenciar

En el huevo se encuentran todas las partes de la gallina: plumas, patas, etc., pero sin diferenciación; no se destaca nada, todo tiene el mismo valor, que es el valor de todo (1). Se puede decir la misma cosa de la persona humana: la inmadurez es el estado de la indiferenciación; no hay jerarquía de valores; todo tiene el mismo valor; hay confusión de valores.

Cuando una religiosa pierde la feminidad y deli­cadeza, se bloquea interiormente; deja de dar tes­timonio auténtico de transparencia de espíritu; la vida sacramental no tiene en ella significado y pro­yecciones.

Cuando un religioso pierde la visión de las vir­tudes teologales: la fe en Dios, en la Iglesia, en su vocación, en la Congregación, en sus hermanos, en el prójimo, en la autoridad; la esperanza en el futuro, no sólo escatológicamente hablando, sino en el mañana, en el progreso propio y de los demás; la caridad para con Dios: adoración, gratitud, repa­ración; pena con sus hermanos: comprensión, res­peto, diálogo; cuando un religioso pierde la autén­tica noción de sus votos: obediencia consciente, personal, con iniciativas, con diálogo marcado por la sumisión, el respeto y la leautad; pobreza con criterio, espíritu, desprendimiento; castidad alegre, plena, sublimada, no de frustración, compensación o con amarguras..., cuando se pierde todo esto se encuentra en estado de INDIFERENCIACION.

La diferenciación se hace por la separación y por la interiorización:

— La educación y la formación tienen que ayudar

(1) CASTHO NOHRA, TEHESA, T. C , Esquemas campaña solidari-ilml. llogotá, 1SM8

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a la separación; mejor dicho, a la jerarquización de valores; sólo así se llega a la madurez.

— La interiorización tomando conciencia de los valores como parte de nuestra fe y nuestra vida. Profundizar interiormente, actuando interiormente la persona. Distinguir para unir, eso es Índice de madurez y equilibrio pleno.

«Hay que cultivar—dice el Concilio—también en los alumnos la madurez humana, la cual se com­prueba, sobre todo, en cierta estabilidad de ánimo, en la facultad de tomar decisiones ponderadas y en el recto modo de juzgar sobre los acontecimientos y los hombres.»

183. Equilibrio, normalidad y madurez

El concepto de equilibrio psicológico es un con­cepto dinámico; expresa una situación humana do­ble : en cuanto a la persona y en cuanto al am­biente. Está integrado y reclama otros dos concep­tos: normalidad y madurez.

El concepto de normalidad es muy difuso y com­plejo. No es fácil saber qué es propiamente normal y si nosotros somos normales, totalmente normales. Sin embargo, en sentido clínico, normal se opone a patológico; en sentido estadístico, por normal se en­tiende la manera permanente de proceder ante deter­minadas circunstancias, tiempos y lugares; y anor­mal, lo que se aparta del común y ordinario.

El equilibrio psíquico, que antes hemos señalado, se encuentra en la normalidad en el campo indivi­dual y con relación al prójimo. En el campo indi­vidual se enumeran: la integración, la autonomía y la adaptación, considerándose como normales los que según su edad y condición han logrado relati­vamente estas tres cosas. En el campo social la adaptación del individuo en sí mismo, como persona considerada normal, y con respecto a los demás, en la asimilación de las normas sociales.

(2) ROBERTO ZAVALLONI, Psicopedagogía delle vocazionl, pág. 202.

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La madurez, en cambio, la da el paso gradual por las distintas etapas de la vida, normalmente, hasta llegar a la edad adulta. Para la madurez se requiere también el complemento de la edad. Relativamente, alguien está maduro cuando posee lo concerniente a su edad. Persona madura es una persona bien integrada, adaptada a sí mismo y a su ambiente, que manifiesta un nivel de pensamiento y un género de carácter tal, de realizarse y realizar las cosas a satisfacción (2).

184. Características del adulto

Muchas son las cualidades que se ponen como ca­racterísticas del adulto, parte interesante en la so­lución del problema de la madurez en sentido ple­no (3):

— Autonomía: capacidad de dirigirse y de soltarse de los elementos psíquicos que lo atan y le impiden ser persona autónoma, tanto en sí misma como en relación a los demás.

— Capacidad de razonar: predominio de la razón en el obrar y en la manera de comportarse, ven­ciendo las determinaciones impulsivas, con percep­ción exacta de los demás y del mundo externo.

— Socialización: con la aceptación y cumplimiento de sus correspondientes responsabilidades objetiva­mente y con constancia.

— Sensualidad integrada: venciendo los fenóme­nos de inmadurez como son el narcisismo y el homo­sexualismo, llegando al amor como un don de sí mismo, con las correspondientes renuncias bien sea para el matrimonio, bien para la castidad consa­grada.

— Equilibrio: síntesis de todo lo enunciado porque tiene en cuenta todos los componentes de la perso­nalidad.

Toda esta serie de requisitos, difícilmente encuen-

(3) P . PARIIOT, Maturité afieclive, pág . 309.

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tran la plenitud en cada una de las personas adultas; son, sin embargo, un índice de la verdady cuando fallan varias de estas características es señal segura de que una persona no es adulta.

185. Culto a lo normal

Siendo el complejo una anormalidad, su mejor re­medio será siempre el culto a lo normal; aunque muchos hoy día lo encuentren soso, aburrido, vacío, sin valor, sin expresión ni sentido, suspirando siem­pre por cosas sensacionales o por sacudidas asom­brosas, llenos de inestabilidad, y la indisposición con lo normal.

El estilo de Dios es normal: la normalidad preside los giros de los cielos, los cambios de las estaciones, la fecundidad de la tierra, la multicolor difusión dé la luz, la profusión maravillosa de las flores, la vida y la muerte, como el renacer constante de las co­sas...; la normalidad sirve de alfombra discreta al desarrollo de cada instante, y lo ordinario ocupa la mayor parte de nuestra vida. La naturaleza no actúa a saltos, siempre con armonía acompasada y con un gran sentido de suavidad.

La vida es normalidad. Con una sencillez maia-vi-llosa y normal se produce cada día el prodigio de cada amanecer. La normalidad es fruto de una edu­cación. Los seres más perfectos son los más nor­males y sencillos. La vida religiosa encuentra su santidad en la normalidad y la sencillez. La perfec­ción aumenta a medida que se afirma la simplicidad y la sencillez. Elegir siempre el camino más recto, la expresión más sencilla, huir de toda complicación es uno de los frutos de la santidad, que se acerca al modelo perfecto de simplicidad: Dios.

¡ Normalidad, sencillez, grandes virtudes de la AJÍ-da religiosa, ausentes de no pocos ambientes que cada día se complican más. Solución a no pocos complejos; vía segura de madurez y de equilibric!

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186. Equilibrio humano

Uno de los objetivos de toda comunidad es que sus miembros logren su equilibrio humano. El hom­bre es un compuesto de alma y cuerpo, de carne y espíritu. El presupuesto fundamental del psicoaná­lisis—dice Monseñor González— (4), es la situación de conjunto (neurosis) creada por este antagonismo interno y por ciertas incompatibilidades con el mun­do exterior.

La numerosa galería de religiosos frustrados, des­de los reprimidos y descontentos hasta los exaltados y autosuficientes, es la mejor prueba de este anta­gonismo humano, bellamente descrito por San Pablo con las imágenes plásticas del hombre nuevo y el hombre viejo, del espíritu y la carne, del ángel y la bestia, del revestirse de Cristo.

La antropología humana insinúa la necesidad de mantener una postura equilibrada entre el espíritu puro y el materialismo absurdo. Se nos habla de cuerpo y alma, de caballo y caballero. El primer objetivo de la ascética cristiana y de la mortificación religiosa (hoy tan olvidadas) es el de conseguir este equilibrio psicosomático: domar el potro desbocado de nuestros malos instintos, domeñar las pasiones exigentes que anulan los grandes ideales y compli­can la existencia. ¡De cuánta paz gozarían no pocas comunidades si entendieran y lograran este equili­brio humano!

187. Psicología del pecador

Los nómadas que atraviesan el desierto llenos de sed y de angustia, ven aparecer falsos oasis para calmar sus ansias; cuando se acercan sufren la des­ilusión del engaño. Los pecadores, como el hijo pródigo, se dejan también engañar de falsos oasis de felicidad que les prodiga la vida:

(4) MONS. MAKCEDO GONZÁLEZ MARTÍN, Arzobispo de Barcelona, «Sentido pleno de la Cuaresma», Ecclesia, 1.384.

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— Falsos oasis de libertad, que, al carecer de res­ponsabilidad, se convierten en tirano libertinaje. De libre en la casa paterna, a esclavo cuidando cerdos.

— Ilusión de la falsa amistad, que no se funda­menta en el auténtico amor, sino en el placer, y que dura tanto como dura la plata. ¿Dónde están los amigos a la hora de la verdad? ¡ Qué traumatismo en el alma!

— Alegría de la plata, que es verdadera como base de una digna subsistencia; pero falsa y engañosa como fin de un hombre y seguridad de una exis­tencia. De rico, a cuidar cerdos.

— Felicidad de la carne, que se evapora al ins­tante; deja insatisfecho el corazón y exige con vio­lencia, pues los vicios son exigentes: logró su abu­rrimiento con meretrices.

Vivió entre animales el hijo pródigo, y por eso siente la ruina de aquella vida. La sincera y cruda realidad de nuestra existencia, aunque torturante, nos invita a reaccionar, pero siempre deja en el alma amargas experiencias y semillas de posibles desequilibrios.

188. Reflexionar es ser personas

Reflexionar es pensar hacia dentro, descubrir nuestro propio microcosmos, la multiplicidad de po­tencialidades, capacidades, tendencias espontáneas y vivencias que pueden armonizar nuestras vidas. De­bajo de las cenizas de nuestra vida están las brasas de nuestras grandes posibilidades; sopla para que aparezcan y tu vida cambiará.

Vivir ausente de sí mismo, dejarse llevar del vér­tigo de la acción, poner en peligro nuestra auténtica felicidad, tener miedo de reflexionar por no enfren­tarse con la dura realidad, es el gran defecto de la actual sociedad.

Esa inacción, ese aplatanamiento de espíritu, esa anemia psíquica, esa abulia imbécil tan de moda,

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puede provenir de causas ambientales, temperamen­tales o de herencia...; pero es indudable que la frivolidad, esa frivolidad absurda que constituye el fondo de nuestra sociedad moderna, lo menguado de los caracteres, lo mezquino de las aspiraciones..., y luego la prisa, la sobrexcitación, el ajetreo, el abuso de las emociones fuertes, esa tensión de nervios ex­tremada, ese vivir en expreso, son, en la mayoría de los casos, las verdaderas causas que originan y promueven y acrecientan esas enfermedades (5).

¡Algo anda mal, cuando nos duele reflexionar!

¡Reflexionar es ser más personas!

189. Conócete a ti mismo

Para remedio de tantos complejos, para adquisi­ción de nobles virtudes, para afianzamiento de la personalidad, ningún consejo tan oportuno como el del filósofo griego: «Conécete a ti mismo.» Yo aña­diría: «Cultívate a ti mismo.»

No es fácil conocerse a sí mismo. Muchos hombres caminan con la cabeza para abajo y los pies para arriba, con las pasiones trepadas y la conciencia hun­dida, y así es difícil caminar, y así es difícil com­prender, y más difícil actuar. El hombre huntado de sexo e hinchado de soberbia como un globo, no ve claro, ni logra conocerse.

Cultívate a ti mismo. He aquí un gran programa: la propia superación y excelencia; llegar a ser con toda plenitud; llegar a encontrarse ajustado a sí mismo, a plena luz de su mundo interior, inmerso en la sensación gozosa de su propia posesión, con su radiante riqueza espiritual de ideas y sentimien­tos. Vitalmente dueño de sí, pero dentro de la so­ciedad concreta en la que desarrolla su vida, ensan­chando su espíritu por un movimiento amigable hacia todos y hacia todo, bien situado en la gran familia humana.

(5) Aiuvfo TORRES, Cartas a un seminarista, Salamanca, 1963.

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190. El peregrino

Cuenta una leyenda sueca que un peregrino llegó a una aldea buscando albergue en un nevado y crudo invierno.

Tocó a la primera puerta y el alboroto de una radio a todo volumen no les dejó oír el reclamo del peregrino. Tocó a la segunda, y una voz contestó: «Espera un momento, ahora no puedo.» Esperó un instante y siguió su camino. Tocó a la tercera puerta y tropezó con una casa sucia y maloliente, que dis­gustó al peregrino. Sólo en la cuarta puerta, al abrirse prontamente, la encontró silenciosa y limpia. Y... el misterioso peregrino dejó sus tesoros y des­apareció.

El peregrino es Cristo, que desea las adecuadas disposiciones para permanecer en nosotros, para lo­grar la auténtica felicidad: silencio, paz y reflexión, sin lo cual la persona humana no se encuentra a sí misma. Limpieza de corazón y transparencia de alma, para que tengan eco los valores del espíritu y no triunfen las amarguras. Prontitud a su reclamo y generosidad, características estas de los grandes hombres.

¡Qué eficaces medios para lograr, junto con la gracia de Dios, la serenidad y el equilibrio psicoló­gico, tan necesarios!

191. Equilibrio cósmico

Pero no basta un equilibrio subjetivo. El hombre es un ser social con características y modalidades propias, que deben adaptarse a la realidad objetiva para lograr la normalidad psicológica.

Una mentira deshonra a un particular; una ley o una estructura engañosa deshonra a una comunidad y desequilibra a un pueblo. Por eso la psicología moderna tiende a una mayor apertura del YO egoís­ta. Los grandes maestros de la psicología profunda

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atestiguan que el amor-donación es la clave de la sana conducta humana. Lo mismo la filosofía mo­derna, estableciendo la jerarquía de valores frente al peligro de disolver toda la realidad ontológica en el sentimiento de un psicologismo puramente esti­mativo.

También aquí juega papel importante la mortifi­cación individual y el ascetismo religioso tan en quiebra: para salir de uno mismo movido por el amor del prójimo, para darse a la verdad y al bien, a los demás y a Dios, al religioso le es necesario que salte la barrera del propio YO, lo que no signi­fica destruirlo, sino salvarlo para comunicarse con los demás. El paso del sujeto se efectúa con la caridad generosa y la humildad fecunda, que hacen posible ese otro equilibrio que bien podría llamarse cósmico.

Los pasos son claros: dominio y mortificación, humildad y caridad, para llegar a la auténtica fra­ternidad.

192. Objeto, sujeto y prójimo

Toda tendencia y posibilidad humana, caso de no tenerla en cuenta ni cultivarla, puede producir una insatisfacción, radical, en forma de sentimiento de vacío, de complejo o desasosiego. Cada una de las posibilidades, que el hombre descubre en sí mismo, da origen a una exigencia. Por eso llega a conver­tirse en espiritualista el puro materialista; por eso se siente infeliz el sensual; por eso Dios se abre camino aun en el hombre más rebelde, porque en la intimidad del hombre hay una apetencia de Dios.

La tendencia primordial de sociabilidad, al con­vertirse en actos concretos, se va estructurando. El niño de la relación con los padres (patrón social de primordial importancia en el futuro), viene a rela­cionarse con los demás seres no de una manera determinada, sino libre.

Tenemos tres grados a descubrir en los demás:

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Objeto: el hombre mira a otro hombre como un objeto, en su estructura infrahumana; bien sea en la esclavitud aparentemente superada, bien en la crueldad mecanicista del hombre actual, que le calcu­la como número de rendimiento.

Sujeto: damos como característica del hombre ci­vilizado la de conceder a todos el derecho de hom­bres, el respeto a su dignidad personal. Esto lo ha conseguido la humanidad a través del cristianismo, esto no puede olvidarse en el seno de la vida reli­giosa.

Prójimo: mirar al otro como hermano y amarlo como a mí mismo, es la gran ley del cristianismo. No se desconocen los demás valores, se dignifican y superan. Los límites de este círculo efectivo defi­nen la capacidad de cada hombre.

La vida comunitaria, el amor al prójimo, son la solución más perfecta para acabar con los complejos, que la sociabilidad del hombre reprimida, causa en tantas ocasiones. Vencer el egoísmo es necesario para el cristiano y sustancial en la vida religiosa.

193. Equlibrio religioso

Junto al sosiego humano y al orden cósmico, he­mos de considerar el equilibrio religioso.

¡Señor—exclama Agustín—, nos has hecho para Ti y nuestro corazón permanece insatisfecho hasta descansar en Ti! El hombre, tanto en su estructura como en su dinamismo, está abierto siempre a un Ser trascendente. Por dentro, una voluntad perma­nente de autosuperación, por fuera un proyectil en busca de objetivos muy altos, que escapan a nuestra mirada. Todos los paraísos humanos no bastan para aquietar sus aspiraciones infinitas.

Cuando ahondamos en las profundidades de las almas consagradas, descubrimos la impetuosa an­gustia vital de quienes, por falta de generosidad, se ven frustrados y perdidos en el tenebroso mar de

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sus vanas aspiraciones. Hombres y mujeres que dejaron el mundo para consagrarse a Dios, y des­pués no centraron su vida en el ideal y objetivos propios, cogieron a Dios apenas por la cascara: limi­taron la oración, tuvieron poca renuncia, no vivieron plenamente sus votos, miraron con ojos humanos su vivir en Cristo, perdieron la ilusión fervorosa del apostolado y el sentido íntimo de su vida sacra­mental.

Para evitar esto, viene la mortificación y la ascesis a cumplir su objetivo: conectar a Dios con el reli­gioso, a la creatura con el Creador, su figura se proyecta hacia el santo y no sólo hacia el héroe. Esto sólo se logra con el equilibrio religioso.

194. Ley fundamental, conocer a Dios

San Agustín completó la frase del filósofo y la bautizó: «Señor, que me conozca a mí y te conozca a Tí.» Esta es la gran sabiduría. Es verdad que a Dios se le ama más de lo que se le conoce, porque el amor descansa en el objeto amado y el entendimiento ab­sorbe lo conocido; al ser Dios infinito no cabe den­tro de nuestro entendimiento limitado, pero sí po­demos descansar en El y llenarnos de gozo en su amor. La vivencia de Dios es la mejor vía para su conocimiento.

La religión no es extravial. Es la vida misma le­vantada sobre planos más hermosos y de más rico y saludable contenido. Para construir rectamente la personalidad es preciso recordar las leyes funda­mentales en que se basa el equilibrio del espíritu hu­mano. Muchas de esas leyes coinciden con los más elementales avisos evangélicos. Por eso la forma­ción religiosa católica y la humana coinciden perfec­tamente. Por eso es un absurdo que la vida religiosa establecida para la plenitud de la vida cristiana men­güe la vida humana; cuando así ocurra, algo funcio­na mal, está fallando la vida cristiana.

Hay dos expresiones evangélicas que todo buen psiquiatra aconseja como base de salud mental: «Há­gase el hombre como niño», y, «Niegúese a sí mismo

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el hombre»; ambas son capaces de una total reno­vación. Porque en el fondo de todo complejo hay algo contrario a eso; hay explosiones solapadas de toda concupiscencia del hombre, encubiertas de mil diver­sas maneras.

195. ¡Qué gran Padre es Dios!

Parábola del Hijo Pródigo, trozo palpitante del Co­razón de Cristo, donde esconde su personalidad; re­trato auténtico del Señor con la maestría de sus pin­celes; síntesis maravillosa de un Dios que es ca­ridad y perdón, misericordia y amor.

Mientras el arrepentimiento cabizbajo y taciturno camina, el perdón jadeante y alegre corre. Un fuer­te abrazo, ningún reproche, con ansias de fiesta y alegría de reencuentro. Tertuliano, ante esta escena, exclama: «¡Qué gran Padre es Dios!...» Y en lon­tananza se oye el eco de la Cruz, complemento y rú­brica de que el bálsamo ha sanado la herida y de lo que es Cristo: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen.» Ese es Dios: perdona y olvida.

Entre dos sombras resalta más la figura bondado­sa del Señor: entre el hijo malo, el pródigo, y el equi­vocadamente calificado de bueno, el engreído. Así so­mos los hombres: o pródigos o engreídos.

Dios nos da ejemplo de cómo solucionar todos les conflictos humanos, de cómo curar las nostalgias y las dudas, de cómo volver la paz al espíritu, la se­renidad al rostro y la confianza ante el porvenir. ¡Qué gran psicólogo es Dios! Y la Iglesia perpetúa, mediante la confesión sacramental, la gran pedago­gía del equilibrio.

196. Influencia de las emociones

La conducta del hombre normal se presenta coa un complejo de sentimientos y emociones que se al­ternan y se funden, dando origen a gran diversidad

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de panoramas afectivos sumamente interesantes. Lo normal en la vida emotiva se caracteriza por una calma relativa, de un estado de bienestar psicoló­gico, con dominio y encauce de las emociones cada uno según su temperamento.

No es difícil darse perfecta cuenta de la importan­cia que las emociones tienen en el proceder diario. Los hombres se creen no influenciados por las emo­ciones, y reservan esto como propiedad de las mu­jeres ; lo que cambia es la manera de manifestarse y de reaccionar con respecto a tales emociones. El fal­so machismo hace que muchos hombres las despre­cien, y en el fondo se les convierten por mala orien­tación en una gran carga de sensualidad. Los psicó­logos están convencidos que gran parte de las deter­minaciones de los hombres se emprenden bajo el calor de las emociones; sin ellas las razones no mue­ven, dejan de ser vitales.

Por refrenar constantemente las emociones y su exteriorización en noviciados, por faltar ambiente propicio de espontaneidad afectiva en determinadas comunidades religiosas, se han visto avocados a un sinfín de complejos, de sinsabores y angustias que entorpecen la vida agradable.

El control de las emociones es sin duda indispen­sable, para dar eficiencia a la personalidad, para evi­tar desequilibrios; pero control no significa ni des­precio, ni destrucción; lo que se pretende lograr es la estabilidad de las emociones.

197. Emociones constructivas y negativas

La emoción gobernada no estorba para la vida, sino que añade humanismo a la personalidad, la ca­pacita mejor para vivir y para proyectar sobre ella la radiante caricia de nuestro mundo interior. Vivir es ser capaz de emoción, sentir el aceleramiento del corazón, las pausas precursoras del entusiasmo, la chispa luminosa que brota de las cosas y de nosotros mismos, las inmensas alturas del espíritu, las pro-

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fundidades del amor y el vértigo de la belleza (6)... y en todo esto tiene su gran papel la emoción del sentimiento.

Hay emociones constructivas que alimentan idea­les y mueven la acción hacia un fin positivo y es-peranzador. Realmente construyen la vida o algún mayor bien en la vida. Vienen presididas por el amor en cualquiera de sus matices. La persona sale siem­pre mejorada, más construida en todo orden. Es la zona en la que se comprueba que la virtud es siem­pre una gran ganancia no sólo en el orden sobrena­tural y humano, sino también en el orden psicoló­gico para un mejor equilibrio de la personalidad. Aho­gar, en una comunidad religiosa, este mundo interior afectivo es secarla y desequilibrarla.

Hay, también, emociones negativas que carecen de proyección y se ceban en el propio individuo que las padece. No son constructivas porque de ellas no redunda ningún bien. Son destructivas de la propia personalidad. Están presididas por la tristeza o el odio en cualquiera de sus formas; anulan los esfuer­zos, tornan insoportables los trabajos. Cuando un re­ligioso de vida comunitaria se deja arrastrar de estas falsas emociones ni vive, ni deja vivir a sus herma­nos ; si esto se repite constantemente, es prueba evi­dente de falsa vocación.

198. Consejos oportunos

Para gobernar la emoción, Ortega Gaisán tiene unos bellos capítulos en su obra tan interesante como pedagógica «Los valores humanos» (7). El coraz6n humano necesita una constante proyección y ha le buscar su coneviente colocación. La amistad lo ele­va y tonifica; admirar, amar, darse, crear felicidad y alegría, vibrar... son todo necesidades del coraz<5n. Para sintonizarlo, unos consejos:

— Es la fe la que traslada las montañas, y las

(6) ORTEGA GAISÁN, A., Valores humanos, tomo IV, p&g. 44. (7) ORTEGA GAISÁN, Valores humanos, tomo, I I I , «Con los

demás , por los demás.—Gratitud».

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traslada de veras, aunque las veamos sensiblemente siempre en el mismo lugar.

— Es hermoso ser tan feliz que baste extender la mano para levantar tantos muertos de hastío y amar­gura.

— La lástima de sí mismo y la autocompasión re­secan el espíritu. Hay en el mundo cosas más impor­tantes que uno mismo.

— No es bueno dar vueltas a la noria de tantos problemas personales. Hay, a veces, una sola idea fija, un solo pensamiento mezquino y egoísta. Mu­chos pasan la vida barajándola incesantemente y atormentándose en vano.

— Los corazones penetrados de odio y de vengan­za son los más dignos de compasión. Arrastran du­rante los años una carga sobrehumana: no poder discurrir apaciblemente la vida.

— Dentro de nosotros está el manantial de la dicha o la charca del tedio. Y a nadie podremos culpar de nuestra infelicidad si llegamos alguna vez a sentir­nos desgraciados.

— O se pasa por la vida hermoseándola, o la vida pasa por uno mismo aplastándole de fastidio. No hay alternativa.

199. Olvidándonos de nosotros mismos

No resisto en trascribir los hermosos consejos del P. N. Irala en su hermoso libro, que recomen­damos, titulado: «Control cerebral y emocional» (8).

«Refrena tus pensamientos. No des rienda suelta a tus cavilaciones. Evita sus exageraciones y trans­ferencias. Piensa en otras cosas y, sobre todo, no ¡cambies tus propósitos o tomes resoluciones im­portantes bajo el imperio del sentimiento.

(8) IRALA, NARCISO, S. X, Control cerebral y emocional, ed. Men­sajero, 1962.

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Deja pasar un día. Consúltalo con la almohada, de­jando pasar también una noche y luego de suavi­zada y calmada la afectividad, estarás en disposi­ción de obrar y verás que no es tan fiero el león como lo pintan.

Dejemos también las confidencias inútiles nacidas de la emotividad o del impulso... Tendremos, sí, un alivio momentáneo (al haber cedido al impulso), pero se nos grabarán más las ideas tristes y nos es­clavizarán más. Si lo contamos a amigos, los en­tristeceremos; si a enemigos, los alegraremos.

A nadie interesa mucho, aunque así lo haga creer su caridad o cortesía, los males de otro, y mucho menos los detalles de lo que sufre, siente o teme. En cambio, si—olvidándonos de nosotros mismos—• nos interesamos en las cosas de los demás, al mis­mo tiempo que dominamos nuestra afectividad, aprenderemos algo útil y nos haremos amables y simpáticos.»

¡Qué buen consejo, sobre todo, para religiosas! ¡ Cuántos ambientes tensos se evitarían!

200. Vida religiosa y equilibrio

Cuanto más noble y elevada, más comunitaria y social sea una profesión, tanto mayor debe ser el equilibrio exigido a los candidatos que la pretenden. La carencia de este equilibrio psicológico es de su­ma gravedad para un estado como el religioso, de vida comunitaria, de entrega total a los hombres mediante el apostolado, de testimonio cristiano de vida plena, de influencia directiva en la sociedad cristiana.

En caso de dudas, no hay que tener la menor duda, el candidato no debe ser admitido. La expe­riencia enseña que tarde o temprano uno se arre­piente de no haber procedido con mayor firmeza, de haber usado una caridad falsa, que duele a la Igle­sia, a la cristiandad y a los mismos individuos. Los desequilibrados y raros no sirven para la vida re­ligiosa, aun santificándose hacen sufrir y sufren.

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Son, por otra parte, incapaces de resoluciones fir­mes de por vida, y cuando la dificultad les sacude piensan en abandonar la religión, porque no aguan­tan su angustia.

El valor de la escogencia de la vocación religiosa no puede juzgarse en el momento en que el jo­ven o la joven se encuentran bajo la influencia de su director espiritual; es necesario pensar en las etapas que tiene que superar hasta llegar a la madurez, y hay que prever las posibles dificulta­des para lograr este equilibrio psicológico.

201. Enfermedades psíquicas

Las enfermedades psíquicas y las anomalías ca-racterológicas deben detectarse a su debido tiempo, eliminando oportunamente a los candidatos ineptos y curando a los curables.

Zavalloni, en la obra indicada, enumera los si­guientes casos como dignos de tener en cuenta, y en determinadas ocasiones para pedir la correspondien­te dispensa:

— Estados psicóticos, sobre todo los maníaco-de­presivos, esquizofrénicos y paranoicos.

— Los nerviosos obsesivos graves, sobre todo los de tipo sensual.

— Las formas de depresión, cuando se manifies­tan repetidamente o son de larga duración.

— Las perversiones sexuales, homosexuales, exhi­bicionismo, fetichismo, hipersensualidad absoluta.

— Las formas graves de histeria.

— Las consecuencias de encefalitis o de trauma­tismos cerebrales.

— Una grave inmadurez afectiva.

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202. Vida desequilibrada

Preocupa, en gran manera, la vida desequilibra­da que algunos religiosos llevan y que tiene sus peculiares manifestaciones de acuerdo a la edad, ca­racterología y circunstancias de lugar y apostola­do. Las principales manifestaciones, según estudio de connotados psicólogos, son las siguientes (9):

— Desequilibrio afectivo con simpatías y anti­patías.

— Aislamiento en sus propias cosas y dificultad de acudir a los superiores o dialogar con sus hermanos.

— Tensiones; no dirigir la palabra; mostrarse ofendido.

— Complejos, indecisiones, envidias, amarguras in­justificadas.

— Evasión de la vida religiosa, con salidas inne­cesarias, para suplir el desafecto que se tiene a los hermanos en religión.

— Afectuosidad exagerada con la gente de fuera, sobre todo si es del sexo opuesto; sequedad y brusquedad con los propios religiosos.

— Ausentismo de formadores, bajo título de ma­yor libertad, pero con el miedo a actuar y la comodidad de dejar hacer.

— El vacío, la crítica, la murmuración, la politi­quería.

203. Causas en las comunidades

Toca a cada una de las comunidades examinar con honradez si el ambiente que ellos viven y mutua-

(9) Documentos auxiliares, Río de Janeiro, o. c.

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mente se forman es de espontaneidad, confianza y ayuda, de afectividad delicada y comprensión mu­tua, de fervor y entusiasmo; o, por el contrario, de tensión, aislamiento, desconfianza y falta de cari­dad. Precisar en conjunto las causas y buscar deci­didamente los remedios.

Otras diferentes causas pueden empeorar situa­ciones y ocasionar t raumatismos, pues en sí son pe­ligrosos, aunque a veces los superiores no pueden considerarlas por un bien mayor :

— Muchos religiosos viven aislados, sin posibili­dad de participar a otros sus experiencias y de en­riquecerse con las ajenas.

— Los cambios radicales e imprevistos, que im­plican el abandono total de una serie de actividades a las cuales se estaba habituado, amaba de todo co­razón y se había obtenido cierto éxito.

— La pobreza de la asistencia espiritual de que disfrutan sobre todo las religiosas y que puede poner en crisis el auténtico valor de la vida re­ligiosa.

Evidentemente, en la medida que se logre limitar o reducir esta serie de causas, se obtendrá ese equi­librio tan necesario y se alcanzará la higiene men­tal apetecida.

204. Los complejos están de moda

Es alarmante el gran número de complejos ela­borados, la manía de manías, el afán de rarezas, la extravagancia constante, la l i teratura sensaciona-lista... parece que lo normal no interesa a nadie. . . y, sin embargo, la vida verdadera, feliz y alegre es la vida que se desenvuelve siempre en el plano ri­quísimo de la normalidad.

Un tema psicológico presentado por una película debe desenvolverse en estridencias obstrusas y en los recovecos oscuros de la personalidad. Una no­vela tiene que planearse con disonancias sentimen-

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tales y reacciones absurdas e inesperadas. Se prego­na como realismo en la Prensa lo sucio y vulgar, como si lo noble, lo limpio y lo verdadero carecie­ran de realismo. Así convierten lo que es caso de excepción en una ley general y norma de vida y llegamos a considerar como normal la más grave anormalidad.

También en las congregaciones religiosas están de moda los complejos: se encuentra una religiosa ner­viosa y necesita inmediatamente del psiquiatra. . . ; principia uno a averiguar y resulta que hace tiem­po que perdió la gracia y vive en pecado; se en­cuentra un religioso angustiado, con imposibilida­des de guardar el celibato, con ansias de salir de su estado de postración, acude al psiquiatra y se ve en él un gran deseo de que el médico le autorice pedir su dispensa, estando completamente sano. El hombre, por un íntimo sentimiento de honradez siempre prefiere llamarse enfermo y no sinvergüen­za..., pero a las cosas las debemos llamar por su nombre.

¡Qué pronto se descubre la pobre persona ator­mentada por verdaderos complejos, dignos de nues­t ra ayuda y también de la ayuda del profesional y aquellos que quieren evadirse, bautizar sus vicios con la definición y la descarga de conciencia del psicólogo o psiquiatra!

^ 0 5 . Que las hay, las h a y .

Los complejos son como las brujas: que las hay, las hay, aunque nadie sepa propiamente qué son y dónde están. Fenómenos ocultos, difícilmente pre-cisables, ausentes de la claridad de nuestra lógica, que son en sí mismos confusos y sin razón y blo­quean la intencionalidad y la dirección del actuar humano.

Unos complejos son innatos , nos llegan con la misma vida, descansan en el fondo del temperamen­to en espera de interferir la normalidad humana. Diversidad temperamental , diferentes inclinaciones, distintas originalidades, salud, sangre, nervios, d e

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fectos innatos, armonía hormonal, disposiciones or­gánicas. Todo ello, por la misteriosa unidad del ser humano y la mutua influencia entre cuerpo y alma en el formidable conjunto que es el hombre, t iene importancia en su ulterior actividad.

Otros complejos son adquiridos con el tiempo, la vida y las circunstancias. Vicios, aficiones desorde­nadas, sentimientos alborotados han sido decisivos influyentes en la actuación humana, pues no es fá­cil que el hombre se gobierne siempre por su psiquis-mo superior; claudicó la voluntad, se volteó la con­ciencia y gobernaron las pasiones con sus lamenta­bles consecuencias. Otras veces circunstancias de la vida nos sacudieron, imprevistos nos atormenta­ron y fueron dejando en nuestro interior sus corres­pondientes complejos: preferencias sin motivo ra­cional, temores infundados, esperanzas ilusorias, ale­grías sin ton ni son, tristezas y decaimientos sin causa, complejos de inferioridad, reacciones fuera de control.. . y de t rás el proceder ciego del hombre.

Aquí se nos ofrece una bella tarea para la vida, la educación tiende a eso: adiestrar al hombre en el ejercicio normal de su razón y voluntad aprove­chando todas sus potencialidades. Aquí también la composición de las comunidades, que no deben crear, sino resolver complejos, con el gran medio de la normalidad.

206. Motivos inconscientes de vocación

Muchos y muy variados son los motivos por los cuales se escoge la vida religiosa: santificarse, sal­va r las almas, entregarse totalmente a Dios, ejercer determinada misión, sentirse llamado por El que es Dueño y Señor. . . ; todos ellos forman la gama de auténticos motivos para abrazar la vida religiosa.

Pe ro pueden haber motivos inconscientes, no au­ténticos, difíciles de determinar, que aparecen bajo capa de humanismo, que no siempre son ciertos.

— No pocas veces bajo la noble voluntad del apos­tolado en t re jóvenes se esconde, inculpablemente,

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por inconscientemente, la sublimación de tendencias radicales no percibidas a la homoxesualidad.

— El temor de permanecer solo en la vida, o an­te sus deseos sensuales que quiere dominar, o las dificultades posibles que se quieren evadir para

buscar una seguridad personal, se determinan a la vida religiosa.

—• La huida del mundo con un sentido de refugio, en busca de paz, seguridad, de vida plácida y sere­na, no pensando en la renuncia para llegar a la san­tidad sino en la felicidad que esta santidad propor­ciona, se busca la vida religiosa.

Lejos de nosotros el pensar que éstos son los motivos que inducen a gran par te de sujetos a abra­zar la vida religiosa, como han querido presentar­nos las películas: vocaciones por decepciones amo­rosas ; sabemos que los primeros y auténticos mo­tivos son los que p r iman; pero no podemos dejar de reflexionar en esas minorías que merecen nues­t ra ayuda.

207. Inmadurez personal

Por inmadurez afectiva se entiende la persisten­cia en la edad adulta de reacciones propias de la in­fancia, bien por un retardo debido a las circunstan­cias de la vida, bien por el hecho de determinadas fijaciones o regresiones a estados pasados d é l a evo­lución, con sus correspondientes traumatizaclones de carácter afectivo.

Esta inmadurez personal, que se manifiesta gene­ra lmente en u n modo de proceder en desacuerdo con su edad, s e determina especialmente en la casi total dependencia del ambiente, la soledad afecti­va y la inmadurez sexual. Juega un papel de suma importancia en los candidatos al sacerdocio y a la vida religiosa y se revela con s íntomas neuróticos de carácter infantil: inquietudes, desequilibrios son frecuentes pasada la puber tad en las primeras res­ponsabilidades que afrontan los jóvenes religiosos.

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i i noviciado despierta las crisis más peligrosas de la adolescencia, porque es el príncipe de una nueva identidad que el joven debe establecerse, rompiendo con casi todo lo pasado para adaptarse al nuevo modo de vida. Es verdad que el planteamiento de los actua­les noviciados principia a ser más dentro de la nor­malidad; pero, al pensar seriamente en sí mismo, siempre aparecen los escondidos rasgos de infanti­lismo.

Crisis en religiosas al contacto con la vida son fre­cuentes, y también en sacerdotes jóvenes, si no han tenido experiencias de apostolado antes de su orde­nación. Cuantos tienen buena voluntad superan estas crisis y llegan a la madurez, pero bueno sería, en lo posible, evitarles traumatismos innecesarios.

208. Exámenes psicológicos y psiquiátricos

En los casos difíciles de inmadurez afectiva, se impone un minucioso examen psicológico o psiquiá­trico del sujeto, con aire de caridad y sentido de ayu­da. Sólo este examen puede evaluar la influencia del disturbio psicológico encuadrado en determinada personalidad, y poner en evidencia la raíz de la an­gustia, el motivo del retardo o la necesidad de la dispensa de votos.

Tales profesionales deben ser escogidos con acer­tado criterio y que estén enterados de los problemas de la vida religiosa, sean fieles a los mandatos de la Iglesia, católicos practicantes con aprecio de la vo­cación, interesados en salvar una vocación si es posi­ble, pero con la suficiente personalidad para deter­minarse en cosa de tanta trascendencia. Estamos cansados de ver profesionales que para toda dificul­tad, por pequeña que sea, aconsejan la imposibilidad de guardar La castidad y la conveniencia del matri­monio, como solución radical.

Es verdad que existen casos en que se puede pen­sar que el equilibrio psíquico requerido podrá en­contrarse en la vida conyugal, pero ni aun en estos

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casos puede aconsejarse a ciencia cierta esta solu­ción inmediata. El hecho de liberar a un sujeto del celibato religioso no es capacitarlo para el matrimo­nio. A veces la simple liberación de lo que psicoló­gicamente le tiene angustiado es suficiente para de­volverle la paz y dar seguridad por lo menos a su vida cristiana.

Dejemos, sin embargo, bien claro que se trata de casos difíciles de inmadurez o reales enfermedades psíquicas; de ningún modo de todos aquellos que se crean las angustias y los complejos a su gusto para encontrar razones para tranquilizar su conciencia, abandonando la vida religiosa.

209. Remedios de orden profiláctico

La dificultad de resolver estos problemas judicial­mente, nos impulsa a creer que debemos extremar los remedios de tipo profiláctico y preventivo, en materia tan delicada.

— Centros de consulta de especializados para los candidatos al sacerdocio o a la vida religiosa, como los centros de orientación profesional, pero con las características propias de la vocación sacerdotal reli­giosa; sobre todo para atender los casos difíciles de determinar por los obispos y superiores mayores.

— La demora de la ordenación de los 28 a los 30 años, siendo obligatorio el ejercicio del apostolado por lo menos durante tres años durante el diaconado. Obligando al celibato, con facilidad de reducirlos al estado laical como dispensa o como pena. Esta posi­bilidad la contempla el Concilio en la O. T. sobre la formación sacerdotal, dejándola opcional a los se­ñores obispos.

— Conviene en todo momento asegurarse de que los candidatos tienen una madurez probada y una firmeza de ánimo de poder en realidad observar el celibato. Creo, sin embargo que la formación de los Seminarios debe ser la pauta principal para que den­tro de la ascética cristiana y, no como clérigos vagos,

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adquieran las virtudes necesarias para tales com­promisos.

Los religiosos que vivimos en comunidad tenemos facilitado el grave problema del sacerdote secular, de su vivienda, que ojalá cada día fuera más en gru­pos comunitarios.

210. Posibles remedios judiciales a graves crisis

Notables psicólogos, amantes del bien de la Iglesia y preocupados con los casos de graves (no aparen­tes) crisis, proponen el siguiente modus operandi, sobre todo para el problema más difícil: la dispensa de las obligaciones sacerdotales:

— Que se establezca un proceso semejante al que usa la Iglesia en la defensa del vínculo matri­monial.

— Que la determinación de los consultores distin­ga bien y se pronuncie distintamente entre los siguientes casos:

a) Nulidad de la sagrada ordenación.

b) Anulación de las obligaciones inherentes al sacerdocio.

c) Imposibilidad moral de observar dichas obli­gaciones durante tales circunstancias.

— Que sean ayudados por el informe de los peri­tos en psicología y psiquiatría, designados ex oficio por la competente autoridad, de una lista aprobada por la correspondiente Conferencia Episcopal. Sólo analizando la historia del sujeto, la estructura de su personalidad, se puede dar un diagnóstico moral-mente cierto sobre la incapacidad de un sujeto para recuperar su equilibrio psíquico, único caso en que se debe proceder (por esta causa) a la dispensa.

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9 CONFERENCIA SOLIDARIDAD DESARROLLO

Cuanto mayor es el predominio de la recta conciencia, tanto mayor seguridad tienen las personas y las comunidades.

(G. S. n. 16.)

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211. Conciencia, base de la solidaridad. 212. Conciencia, soplo de Dios. 213. Fidelidad a la conciencia. 214. Concepto de conciencia. 215. Explicando la definición. 216. La conciencia se diferencia. 217. Conciencia antecedente. 218. Conciencia, brújula de la existencia. 219. Columna vertebral del alma, sostén de la per­

sonalidad. 220. Conciencia consiguiente. 221. El aplauso de Dios. 222. El Cristo cadáver. 223. Conciencia verdadera y falsa. 221. Conciencia recta y no recta. 225. Delicada, laxa y cauterizada. 22fi. Ciencia no es conciencia. 227. Ideas no son ideal. 228. Discípulos y no alumnos. 229. La experiencia de Dios. 230. Formación de la conciencia. 231. Dios, reflexión y fidelidad. 232. Verdad, dignidad y constancia. 233. Prudencia, sintonía, amor y diálogo. 234. La vida es vocación a existir. 235. Solidaridad en el Antiguo Testamento. 236. Solidaridad en el Nuevo Testamento. 237. Sociedad en desarrollo. 238. Nuest ro cristianismo en América Latina. 239. La vida religiosa es solidaria. 240. Promoción y desarrollo.

211. Conciencia, base de la solidaridad

El Concilio advierte (1) que la fidelidad a la con­ciencia une a los cristianos con los demás hombres para buscar la verdad y resolver con acierto los nu­merosos problemas morales que se presentan al in­dividuo y a la sociedad. Cuanto mayor es el predo­minio de la recta conciencia, tanto mayor seguridad tienen las personas y las sociedades para apartarse del ciego capricho y someterse a las normas objeti­vas de la moralidad.

E n un t ren viajaba un niño de cuarto elemental con su mamá. Ella estaba brava; le reprendía por haber perdido geografía en sus últimos exámenes; cuando.. . he aquí que aparece en la página de un periódico un mapa de Colombia; la mamá lo rompe en pedazos y le dice: «Diez pesos si arreglas el mapa de Colombia.» El niño inicia su trabajo y al minuto, dice: «Mamá, los diez pesos.» El mapa estaba arre­glado. La mamá le responde: «Por diez pesos eres capaz de saber lo que no supiste en exámenes.» «No, mama—responde el niño—, en el reverso del mapa había un anuncio de periódico con un señor vestido con traje Everfi t ; YO ARREGLE AL HOMBRE Y SE ARREGLO COLOMBIA.»

El cristianismo, signo de amor, no encontrará eco en hombres que no sean humanamente solidarios; porque la gracia perfecciona, pero so suple la natu-

(1) G. S. 16.

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i aiuzu; pero ia solidaridad será imposible en hom­bres que no posean una conciencia clara, delicada y recta; nadie da lo que no tiene; la suma de ceros nunca da cantidad alguna; quien no tiene rectitud y paz, no puede difundirlas; la suma de hombres sin conciencia nunca nos dará una sociedad solidaria. Arreglemos primero al hombre, formando su con­ciencia, y se arreglará la comunidad y el mundo.

212. Conciencia, soplo de Dios

En lo más profundo de su conciencia descubre el hombre la existencia de una ley que él no se dicta a sí mismo, pero a la cual debe obedecer y cuya voz resuena cuando es necesario, en los oídos de su co­razón, advirtiéndole que debe amar y practicar el bien y que debe evitar el mal: haz esto, evita aque­llo (2).

Porque el hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia consiste la digni­dad humana y por la cual será juzgado personal­mente.

La conciencia es el núcleo más secreto y el sagra­rio del hombre, en el que éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de su corazón (3). Es la conciencia, la que de un modo admirable da a conocer al religioso la síntesis de la ley, que consiste en el amor de Dios y del prójimo.

213. Fidelidad a la conciencia

La fidelidad a esta conciencia une los cristianos con los demás hombres para buscar la verdad y re­solver con acierto los numerosos problemas morales que se presentan al individuo y a la sociedad.

Cnanto mayor es el predominio de la recta con-

(2) Rom-, 2 , 15-16. (3; Pío X I I , Mensaje del 23-111-52.

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ciencia tanto mayor seguridad tienen las personas, tanto más equilibrio interior, tanto mayor rectitud en la sociedad para apartarse del ciego capricho, y para someterse a las normas objetivas de la mora­lidad (4).

Con el hábito del pecado la conciencia se va ente­nebreciendo progresivamente, se apaga la luz inte­rior del hombre y predomina el instinto ciego del animal. Educarse es comprometerse a ser fiel con la conciencia.

214. Concepto de conciencia.

Etimológicamente, la palabra conciencia parece provenir del latín «cum scientia», esto es, con cono­cimiento. Cicerón y Santo Tomás le dan el sentido de conciencia común con otros (Unde conscire dici-tur quasi simul scire) (5).

Realmente puede tomarse en dos sentidos princi­pales :

a) Para expresar el conocimiento que el alma tie­ne de sí misma o de sus propios actos. Es la llamada conciencia psicológica. Su función es testificar, e incluye el sentido íntimo y la me­moria.

b) Para designar el juicio del entendimiento prác­tico sobre la bondad o maldad de un acto que hemos realizado o vamos a realizar. Es la conciencia moral, que constituye el objeto de nuestra inquietud.

Naturaleza: la conciencia moral puede definirse: el dictamen o juicio del entendimiento práctico acer­ca de la moralidad del acto que vamos a realizar, o hemos realizado ya, según los principios morales.

(4) G. S. 16. (5) ROYO MARÍN. A., Teología moral del seglar, B.A.C.

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215. Explicando la definición

Hemos dicho que es el dictamen o juicio del en­tendimiento práctico. La conciencia, en efecto, no es una potencia (como el entendimiento), o un hábito (como la ciencia) sino un acto producido por el en­tendimiento a t ravés del hábito de la prudencia ad­quirida o infusa. Consiste este acto en aplicar los principios de la ciencia a algún hecho particular y concreto que vamos a realizar o hemos realizado. Es ta aplicación consiste en el dictamen o juicio del entendimiento práctico. La conciencia no es, pues, un acto del entendimiento teórico o especulativo ni la voluntad.

Acerca de la moralidad del acto: En esto se dis­t ingue de la conciencia meramente psicológica. La conciencia moral es la regla subjetiva de las cos­tumbres. Todo lo que la conciencia juzga como no conforme a las justas leyes es un acto subjetivamen­te malo, aunque acaso no contenga en sí mismo nin­guna inmoralidad objetiva.

Qué vamos a realizar o hemos realizado: El oficio propio y primario de la conciencia es juzgar del acto que vamos a realizar aquí y en este momento; por­que como hemos dicho, es la regla próxima y subje­tiva a la que hemos de ajustar nuestra conducta. Secundariamente pertenece, también, a la concien­cia juzgar del acto realizado. Así la conciencia nos da testimonio (satisfacción o remordimiento) de la bondad o maldad del acto realizado.

Según los principios morales: La conciencia supo­ne verdaderos los principios morales de la fe y de la razón na tura l y los aplica a un caso particular. No juzga en modo alguno los principios de la ley natu­ral o divina, sino únicamente si el acto que vamos a realizar se ajusta o no a aquellos principios. De donde se sigue que la conciencia no es autónoma y que es falsa aquella libertad de conciencia, procla­mada por los racionalistas de ayer y de hoy, que consideran a la propia conciencia como el supremo e independiente arbitro del bien y del mal.

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216. La conciencia se diferencia

1) De la sindéresis que es el hábito de los prime­ros principios morales, cuyo acto propio es dictami­na r en general la obligación de obrar el bien y evi­tar el mal. La conciencia, sin embargo, dicta lo que hay que hacer u omitir en un caso concreto y par­ticular. La sindéresis nunca yer ra ; la conciencia puede equivocarse.

2) Be la ciencia moral que deduce de los princi­pios las conclusiones objetivas. La conciencia, en cambio, es algo puramente subjetivo que puede con­cordar o no con la ciencia moral. Y así se da el caso de un moralista con mucha ciencia y ninguna con­ciencia; y un alma de conciencia muy delicada con poca ciencia moral.

3) De la prudencia que es u n hábito, mientras la conciencia es un acto, aunque el juicio de la pru­dencia coincida con la propia conciencia.

4) De la ley natural que incluye los principios objetivos de la moralidad como participación que es de la ley eterna. Mientras la conciencia aplica esos principios para dictaminar sobre el acto a realizar u omitir.

217. Conciencia antecedente

Como su nombre lo indica es la que recae sobre un acto que no se ha realizado todavía, precisamente para dictaminar sobre su moralidad.

E l dictamen de la conciencia antecedente resulta de un silogismo expreso o tácito en el que la premi­sa mayor es un principio general de moralidad; la m e n o r es la aplicación de ese principio al acto que se va a realizar; y la conclusión es el fallo de la conciencia que manda a hacerlo si es bueno u omi­tirlo si es malo.

Por ejemplo: la ment i ra es ilícita (principio gene­ral de la ley natural) ;

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RENOVACIÓN DE LA VIDA RELIGIOSA. 1 3

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, pero esa respuesta que vas a dar es mentira (apli­cación del principio);

luego esa respuesta es ilícita (dictamen de la con­ciencia).

Se entiende que este juicio, en muchas ocasiones se hace de una manera espontánea y rapidísima; otras, en cambio, con mayor lenti tud y trabajo.

La conciencia antecedente, sobre todo si es recta, verdadera y delicada, se convierte en la ley de Dios escrita en el corazón de cada hombre, en la brújula y guía, en la columna vertebral del alma, en el sos­tén de la personalidad y el juicio próximo práctico.

218. Conciencia, brújula de la existencia

La conciencia es el reflejo divino en nues t ra na­turaleza inteligente, que debemos cultivar como nor­ma segura de conducta intachable. La conciencia es el compendio de la ley, de las costumbres y de la educación, de cuya formación depende nuestro por­venir.

La conciencia es la mejor ley y el mejor guía. La conciencia es LA BRÚJULA DE LA EXISTENCIA. Barco sin brújula va a la deriva, a merced de las tempestades y de las olas, sin rumbo cierto; persona sin conciencia corre a merced de sus caprichos y pa­siones, sin derrotero definido en la vida, como ciego sin guía en la noche tenebrosa de la existencia.

Por eso a tantos les falta la madurez para definir­se, porque no lograron formar conciencia. Un libro es bueno, si sirve de consejero; los directores espi­rituales, maestros y padres son indispensables para formarnos; pero todos ellos desaparecen de noso­tros y nos quedamos solos con nuestra conciencia, que nunca nos abandona y se convierte en la norma y guía constante de nuestras acciones.

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219. Columna vertebral del a lma y sostén de la personalidad

La conciencia es la columna vertebral del alma. Lo mismo que un hombre sin columna vertebral se convertiría en un monigote sin consistencia física, ondulable como la goma; así también una persona sin conciencia pierde la estructura interior, no t iene posición en la vida, le falta vértebra.

La conciencia recta es el SOSTEN DE LA PER­SONALIDAD, porque supone criterio, convicción, fuerza de voluntad, constancia, decisión, compromi­so personal para actos concretos, y todo esto son elementos integrantes de la auténtica personalidad.

La conciencia es el juicio próximo práctico de nuestras acciones. E n ella intervienen entendimien­to y voluntad, criterio y afecto, norma y compromi­so, prudencia y decisión para determinarse a actos vitales.

Cuantas personas no logran asumir una actitud definida en la vida; tener un modo permanente de ver, juzgar y actuar, y en el fondo vemos la infideli­dad constante al dictamen de la buena conciencia, única capaz de estructurar la persona humana y or­ganizaría con las pasiones sujetas a la razón.

220. Conciencia consiguiente

Es la que recae sobre el acto ya realizado, des­empeñando el papel de testigo y juez, causa plena satisfacción o ínt imo remordimiento.

La conciencia consiguiente es el mejor juez y el mejor testigo. Es la voz que gritaba a Caín dónde está tu hermano Abel; y el benedictus que entona­ron los t res jóvenes en el horno de Babilonia. Es la mirada angustiada de Judas, temiendo la presencia de Cristo y sus discípulos hasta llevarlo a la deses­peración; y la mirada complacida del Maestro sobre su discípulo amado, que le da fortaleza para perma-

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necer al pie de la Cruz. Es la evasión del malvado que se cree en todo momento, espiado, delatado, per­seguido, y la tranquilidad t ransparente de la buena persona que nada tiene que temer y se le ve en su sonrisa la presencia de Dios.

Es, como veremos en los siguientes números, el aplauso de Dios, signo de las bienaventuranzas eter­nas, y el Cristo cadáver, signo del «ay de vosotros...»

221. El aplauso de Dios

La conciencia consiguiente es la plena satisfacción del alma. Ser santo es muchas cosas, pero una y bas­tante esencial es sentir el placer del bien realizado, la íntima satisfacción del bien hecho, E L APLAUSO DE DIOS.

El misionero sacrificado que en la intimidad de la selva se mantiene alegre; el apóstol incansable que al pie de su Cristo brota una sonrisa; la religiosa bondadosa que encuentra su felicidad atendiendo a los enfermos; el religioso abnegado que en una cár­cel o reformatorio o en la monotonía de un aula sabe vivir optimista y alegre; como también los padres de familia que se sacrifican por la justicia y el bienestar de sus hijos, sienten en la intimidad de su espíritu E L APLAUSO DE DIOS.

Por eso expresaba bellamente Pemán :

Quiero hacer bien en mi vida: Para sentir en mi pecho esa dulzura escondida

• que engendra la indefinida satisfacción del bien hecho.

Porque es verdad, que aunque haya quien nunca logra entenderlo, hay un goce en hacer bien por sólo el goce de hacerlo.

La comunidad toda, en fraternidad, debe también ser eco de este aplauso divino, no para vanagloriar­se sino para est imularse mutuamente y poder excla-

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mar con el Salmista: Cuan bueno y agradable es ha­bitar todos los hermanos en unión.

222. El Cristo cadáver

El testimonio de una mala conciencia debe cau­sarnos profundo remordimiento. Degenerado es aquel que por sus muchas malas acciones logró aca­llar el grito de la conciencia y peca con naturalidad.

Martín Azcárate en su novela, «El hombre que no sabía pecar», afronta el problema del pecado, pero también de la gracia, que Dios no niega a quienes saben dejar oír la voz de la conciencia de aquel niño inocente que todos llevamos dentro de nosotros mis­mos, como reclamo del Creador. El protagonista, un joven salido del Seminario por el pecado de su ma­dre, plantea y siente las más fuertes batallas del es­píritu, pero no está satisfecho en el pecado. Un día alegando que no tenía fe, se presenta al sacerdote, renegando, pues no sabe por qué ha llegado a su pre­sencia; y el sacerdote le responde: «Que bueno es Dios para con muchos cristianos; mata r a Dios por el pecado es cosa fácil, botar su cadáver a veces re­sulta imposible; ahí se queda Cristo muerto, o ma­loliente con la insatisfacción de tu vida, esperando el día de su resurrección» (6).

Cuántas veces he palpitado inter iormente y he palpado la angustia de muchas almas consagradas, empeñadas en inculpar a las estructuras, superiores y hermanos, de la insatisfacción de sus vidas y el malestar de sus existencias... ha retornado a mi me­moria, viva, la imagen del protagonista de esta no­vela y he deseado gritarles:, resucita a Cristo; no permitas que su sangre caiga en vano en t i ; todos llevamos a un Cristo y debiéramos conservarlo vivo y palpi tante; un Cristo dormido, causa insatisfacción y cansancio; un Cristo muerto, abulia y desespe­ración.

¿Por qué no ves en la mediocridad de tu vida la insatisfacción y el cansancio que te atormenta? ¡ Des­

ea) AZCÁRATE DE MARTÍN, El hombre Que no sabía pecar, edi­ciones Destino, Barcelona, 1961.

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pierta al Cristo y te sentirás feliz! ¡Cristo está dor­mido en tu alma!

223. Conciencia verdadera y falsa

Conciencia verdadera, es aquella que dictamina de acuerdo con los principios objetivos de la moralidad, rectamente aplicados al acto que se va a realizar. Es de suyo la única regla subjetiva y próxima de los actos humanos; sólo ella incluye el auténtico dic­tamen de la ley eterna, origen y fuente de toda mo­ralidad.

El hombre tiene obligación de poner todos los me­dios a su alcance para adquirir una conciencia obje­tivamente verdadera, cuidar diligentemente de las leyes que rigen la moral, aconsejarse de los peritos en los casos arduos y difíciles, orar para que Dios ilumine su mente, remover los impedimentos que dificulten el juicio sereno e imparcial, bien sean pa­siones desordenadas o malas costumbres (7).

Conciencia falsa o errónea es la que no coincide con la verdad objetiva de las cosas. Puede ser inven­cible o venciblemente erróneo. Invencible es aquella cuyo error no puede disiparse en manera alguna, bien porque no hay ni siquiera duda de su licitud, bien porque no hay manera de salir de alguna duda. Vencible, en cambio, es aquella cuyo error no se di­sipó por incuria o negligencia del que lo padecía.

— La conciencia invenciblemente errónea puede ser accidentalmente regla subjetiva de los actos hu­manos,, pues aunque equivocada, es subjetivamente recta y por consiguiente obligante.

— La conciencia venciblemente errónea nunca puede ser regla subjetiva de los actos humanos, sino que es obligatorio disipar el error antes de obrar.

(7) ANTONIO PEINADOR, Moral profesional, B.A.C

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224. Conciencia recta y no recta

Conciencia recta es la que se ajusta al dictamen de la propia razón. La conciencia recta siempre ha de ser obedecida cuando manda o prohibe, y siempre puede seguírsela cuando permite porque el hombre está obligado a seguir en todas sus acciones el dic­tamen de la conciencia.

Conciencia no recta es la que no se ajusta al dic­tamen de la propia razón. No es lícito jamás obrar con conciencia no recta, o sea, contra el dictamen de la propia conciencia. Tampoco es lícito con duda positiva práctica; en esta ocasión hay que seguir la parte más segura.

225. Conciencia delicada, laxa y cauterizada

Conciencia delicada es aquella que juzga recta­mente de la moralidad de los actos humanos, exten­diendo su mirada hasta en los detalles más pequeños.

— Ningún camino más claro para encontrar a Dios y vivirlo profundamente que una conciencia delicada. Esto supone una generosidad constante que agrada a Dios y a los hombres.

— La gracia perfecciona la naturaleza y esas al­mas fieles, poseen a Dios «casi conocido y amado por experiencia» (8). Siempre tienen, como en un sexto sentido, la claridad del bien o del mal.

— Aunque en el mar haya tormenta, en el fondo las aguas siempre están quedas, aunque en el cielo haya nubes, más arriba siempre brilla el sol. Aun­que las conciencias delicadas sientan dificultades, en la intimidad siempre tienen la paz de Dios, la luz de su verdad y la alegría de su unión.

— Conciencia laxa es aquella que, bajo fútiles pre­textos o razones del todo insuficientes, considera lí­cito lo ilícito, o leve lo grave.

(8> TOMÁS DE AQUINO, II a., II ae. , Q. 2, a. 5.

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— La vida muelle y sensual que emhota la sensi­bilidad del alma, la falta absoluta de reflexión, la costumbre de pecar que va disminuyendo el horror al pecado, el ambiente frivolo y t rato con personas superficiales, la lujuria (sobre todo) entenebrece la claridad del juicio y acaba en una conciencia laxa.

— Hay un principio psicológico de sumo in terés : «Quien no obra según cree, acaba por creer según obra». La vida, a la larga, se impone borrando la clara conciencia.

—• Conciencia cauterizada es aquella que, por la costumbre inveterada de pecar, no le concede im­portancia alguna al pecado y se entrega a él con toda tranquilidad y sin remordimiento alguno.

— Por eso decía el Concilio: «La conciencia se va progresivamente entenebreciendo por el hábito del pecado» (9).

— La actitud de Judas se repi te : el décimo peca­do parece más pequeño que el primero, y cuando no se puede vencer una pasión o un vicio, t ra tamos de bautizarlo; buscamos la justificación, el descargo ín­timo del reclamo de la conciencia.

— La sociedad se torna un ovillo cuando abundan las conciencias cauterizadas; tr iunfan el engaño, el fraude, la injusticia, y ponen en peligro la seguridad social.

226. Ciencia no es conciencia

La ciencia se para en los principios, se queda en el entendimiento, forma ideas, las entrelaza con ló­gica. A las veces es pura noticia y entonces ni si­quiera esto logra. La mera instrucción es apenas una partecita de la formación, no siempre la más im­portante.

La ciencia no es conciencia. Podemos tener mu­chas ideas sin adherirnos a ellas, sin convertirlas en normas de conducta. Lo que interesa es que la cien­cia se torne conciencia, la letra en vida, la idea en

(9) G. S. 16.

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ideal. Para que la ciencia se torne conciencia se re­quiere fidelidad, dominio de instintos, personalidad, presencia de Dios, dignidad.

Si el esfuerzo que, en buena hora, están realizando muchas comunidades por adquirir ciencia, no se complementa y dirige a formar conciencia, nos que­daremos a la mitad del camino y tendremos que la­mentar muchas decepciones y fracasos. Personas, untadas de cultura con ínfulas de doctores y preten­siones de políticos, s iempre fueron difíciles de go­bernar.

227. Ideas no son ideal

No siempre las ideas son, forman o constituyen un ideal. Hay personas que toda su vida la pasan, como en la fábula griega, cargando ideas, y el cos­tal de las ideas es tan grande y tan pesado que los aplasta, no las deja caminar. Sólo cuando unas po­cas ideas se asimilan bien, se clavan en la medula del alma, se convierten en IDEAS-FUERZA aparece el IDEAL, palo central de nuestra vida y motor de nuestra existencia. Las simples ideas aplastan; el ideal mueve y arrastra . Una cosa es cargar ideas, y otra, por cierto muy distinta, que las ideas nos car­guen, lleven y empujen a nosotros.

La letra no es vida. Para que la letra se convierta en vida y vivifique el espíritu se requiere un gran esfuerzo, una recta conciencia. Una persona poco docta, pero fiel a su conciencia, recta en su proce­der, mortificada en su actuar, noble en su sentir, tendrá una apreciación de la vida mucho más certera que un doctor vago, orgulloso y poco honrado; la primera tenía vida, el segundo apenas letra.

Personas somos todos, personalidades bien pocos. No siempre tiene más personalidad el que sabe más cosas. En la personalidad entran inteligencia, vo­luntad y sent imiento; todo armónicamente distri­buido y vitalmente equilibrado.

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228. Discípulos y no alumnos

Cristo vino no a formar alumnos sino discípulos. Hombres que convirtieron la letra en vida, la teoría en compromiso. No siempre a una mayor instruc­ción corresponde, por desgracia, una mejor forma­ción. Somos muchos los que añoramos nuestros an­tiguos Religiosos que lograron vivir a Cristo.

Fr. Miguel Soriano es un ejemplo que debe ha­blar claro a muchos, que rehuyen el compromiso de la santidad por lo que cuesta, sin pensar en la autén­tica felicidad que ella proporciona. Toda la ciencia de Fr. Miguel fue convertida en conciencia; pocas ideas, pero bien cimentadas, capaces de ser el móvil de una vida fecunda.

La Iglesia, educadora experimentada, convencida de esta verdad, nunca se ha contentado con simples alumnos que aprendieran unas letras y cursaran unos años. Prefectos, directores de espíritu, maestros de novicios, rectores y superiores, tienen la obliga­ción en conciencia, de asegurarle que los candidatos, en cuanto lo permite la humana fragilidad, son dig­nos de hacer unos votos o de recibir unas ordenacio­nes sagradas. Siguiendo los pasos de Cristo se requie­re que los alumnos encarnen en sus conductas y personas el mensaje del Maestro, es decir, que sean discípulos.

229. La experiencia de Dios

Los santos fueron hombres que experimentaron la presencia actuante de Dios. Santo Tomás dice que los que viven la gracia logran poseer a Dios casi por experiencia, conocido y amado: porque el Señor hace en ellos una morada agradable y se llena de gozo en ser su modelo y guía.

Norma intachable de conducta. Un sentido espe­cial los guía por la vida, un Dios se hace sentir por la existencia.

El sentido común les acompaña siempre, pisan duro porque nunca dudan, hablan con aplomo por-

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que poseen la verdad, aman con equilibrio porque su amor es universal, sirven con prontitud porque el prójimo es Dios, conservan la alegría porque palpan la felicidad, sufren sin estruendo porque saben llevar la cruz, obedecen con criterio porque divisan en la autoridad a Dios, buscan la pobreza porque les en­canta la sencillez, tienen ojos claros por su corazón limpio, son amables y fraternales como un alivio de su amor.

No les preguntéis a esas almas por qué proceden así; ni ellas mismas lo saben. La experiencia de Dios todo lo facilita y simplifica, todo lo ordena y clarifica.

230. Formación de la conciencia

Hemos llegado al punto crucial:

—¿Qué debemos hacer?...

PARA QUE SE TORNE

La ciencia conciencia las ideas » • ideal la letra » vida la persona » personalidad el alumno » discípulo

¿Cuáles son las tablas de puente que unen estos términos tan semejantes, pero tan distintos, de los cuales depende el éxito o el fracaso de toda forma­ción?

SE REQUIERE: — Presencia de Dios — Reflexión profunda — Fidelidad delicada — La verdad como norma de conducta — Dignidad personal — Constancia y fuerza de voluntad — Prudencia — Sintonía interior — Amor y entusiasmo — Dirección y diálogo

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Otras muchas tablas hay para pasar el puente y formar la conciencia; apenas hemos enumerado las principales, que nos permitimos extender en los nú­meros sucesivos. Una cosa es cierta: educar es for­mar la conciencia y no sólo adquirir conocimientos desconexos y anárquicos. La ciencia ocupa apenas una partecita en la formación de la conciencia; hay otras muchas cosas, y muy personales, de cuyo resul­tado depende la buena o mala conciencia. Así es Dios de Sabio; nos hizo a cada uno, responsable pricipal de nuestra propia formación.

Veamos estas diez tablas de puente:

231. Dios, reflexión, fidelidad

1. Dios es el que hace el bien en nosotros. Nos­otros apenas lo permitimos o estorbamos. Tomar con­ciencia de la presencia de Dios será siempre la prime­ra y más grande tabla para la salvación, para la for­mación de la conciencia que es apenas su fiel refle­jo. Las almas que penetran además el gran misterio de la gracia, se dan cuenta que «lo esencial cristiano no es lo que nosotros hacemos, sino lo que Cristo realiza en nosotros mediante su divina gracia».

2. El hombre es más hombre cuando es más capaz de reflexionar, es decir, pensar hacia dentro, rela­cionar la propia persona con cuanto le rodea. El análisis de los propios y ajenos acontecimientos, la experiencia (años vividos con reflexión) y el diálogo con las circunstancia con jerarquía de valores, for­man la conciencia.

3. Toda obra de arte requiere delicadeza, detalles; el artista amolda el arte a su imagen. Si la concien­cia es el reflejo de Dios, ¿cuál no será la delicadeza de artista para amoldarnos a esa imagen? ¡Cuántas virtudes se encierran en estas dos simples palabras: fidelidad delicada!

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232. Verdad, dignidad y constancia

4. La verdad es una virtud básica que lo aclara to­do. La verdad de palabra, de acción, de conducta, como una actitud firme en la vida, como un reflejo de la verdad de Dios. Esto forma la voluntad, logra personalidad y afianza la conciencia.

5. Nobleza obliga; somos hijos de Dios. Cuántos principiaron sus derrotas personales por falta de dignidad y acabaron entenebreciendo la conciencia. Noble se puede llamar aquel que por naturaleza se inclina a la virtud, y el que por honor y dignidad personales es fiel a sus compromisos con Dios y con los hombres.

6. El infierno está lleno de buenos propósitos, la cárcel de hombres sin voluntad. El hombre de recia voluntad moldea el mundo a su gusto y es capaz de seguir fielmente los dictámenes de la conciencia. El que tiene buena y fuerte voluntad encuentra los me­dios para ser firme como una columna y logra bue­nas costumbres por la repetición metódica de actos buenos.

233. Prudencia, sintonía, amor y diálogo

7. Difícilmente podrá tener recta conciencia que es acto próximo práctico, quien no tenga prudencia que es hábito que da equilibrio y sensatez. Sin prudencia es difícil lograr el justo medio y dictaminar el co­rrespondiente juicio necesario para obrar con co­rrección.

8. Cuando un estómago está malo, ni el pollo le sabe bien; todo lo rebota, nada le satisface. Cuando falta la sintonía interior todo sabe mal; se acaba la capacidad de asombro ante las cosas bellas, la acepta­ción agradable de las cosas buenas y la disposición para recibir el mensaje de las cosas y las personas que nos rodean. Entonces lo más corriente es que tampoco se escucha la voz de la propia conciencia.

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9. Las ideas deben estar salpicadas de amor y en­tusiasmo para que muevan y conmuevan. El entu­siasmo hace fáciles las cosas y el amor soportable y dichoso el sacrificio. No es lo mismo vivir con ilu­sión que vivir de ilusiones; lo uno es darle colorido y significado a la vida; lo otro es quitarle reflexión a la existencia.

10. Nadie es buen juez en su propia causa. Necesi­tamos con frecuencia ser dirigidos para clarificar la conciencia y ver la verdad en sus justas proporcio­nes. El diálogo, la apertura interior, ayudan a for­mar la conciencia y deben ser aprovechadas por sacerdotes, padres y educadores.

234. La vida es vocación a existir

La vida es una vocación a existir, en una tierra de los hombres, santificada por la presencia de Dios. 'Todo cuanto existe Dios lo hizo para el hombre y vio que era bueno. La vida marca a cada persona una ruta inconfundible, que exige aprecio y amor a ese don recibido de Dios; que exige respeto pro­fundo, que brota de la misma dignidad personal que todos debemos valorar.

Tanto en el A. T. como en el N. T. aparece claro que el hombre es solidario con los demás por el mis­mo hecho de ser hombre. Cada ser tiene su puesto en la mente de Dios y en la creación. Para vivir, en el sentido pleno de la palabra y con todo lo que el progreso implica, el hombre ha de ser solidario.

Tendencias y aptitudes, y llamado de Dios, deter­minan ' en cada hombre su vocación, es decir, su puesto preciso en el engranaje de la sociedad y en el devenir de la vida. Existir es compartir vida con los demás, convivir con los hermanos, la vida es so- -lidaria.

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235. Solidaridad en el Antiguo Testamento

— Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, capaz de conocer y amar el bien y el mal. Es decir, inteligente (10). Por esta inteligencia y personalidad «la sabiduría que está junto a Dios no encuentra en­tre las obras de la creación sus delicias, sino entre los hijos de los hombres» (11).

— Dios creó al hombre no para vivir aisladamen­te, sino para formar sociedad. Es un ser social: «No es bueno que el hombre esté solo, haréle una ayuda semejante a él» (12). Una creación que se proyecta hacia la posteridad, a una comunidad, a una familia, con conciencia clara y social. «Macho y hembra los creó y los bendijo Dios y díjoles: procread y multi­plicaos; henchid la tierra y sojuzgadla, domi­nad...» (13).

— El pueblo de Dios, depositario de la promesa y de la ley, es solidario y dirigido por sus caudillos. Desde el comienzo de la Historia de la Salvación, Dios ha elegido a los hombres, no solamente en cuanto a individuos, sino en cuanto a miembros de una de­terminada comunidad. A los que eligió, Dios demostró su propósito, denominó Pueblo suyo con el que esta­bleció un pacto en el Sinaí. Moisés, el hombre de la alianza, hace suya y realiza la causa de un pueblo sometido a la esclavitud, y lo constituye en un pueblo libre, realizando el destino de ese pueblo y hacién­dolo solidario (14).

236. Solidaridad en el Nuevo Testamento

— Cristo, en su persona y en su obra, reduce a la unidad a todos los hombres, los hace solidarios. Cristo,

(10) Gen., 1, 27. (11) Prov., 8, 31. (12) Gen., 2, 18. (13) Gen., 1, 27-28. (14) Gen., 13, 3 ; 18, 22.

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principio de unidad, con su muer te ha vencido al pe­cado, principio de desintegración. La encarnación t iene un sentido social. Juan nos dice en su prólo­go (15), que Cristo vino a los suyos (a su pueblo) y se complace en habi tar en t re los hombres, como epi­fanía del Dios escondido que se manifiesta, y convier­te nuest ro humanismo en cristianismo y éste se hace teocéntrico (16).

— Cristo nos hace solidarios por la fe, al ser cabeza del cuerpo místico y unificador de todos los miem­bros. E s la fe que exige una opción, una entrega personal, una unión con Cristo, y una actitud cons­tante de servicio para con nuestros hermanos, los hombres. La fe nos hace renacer a una nueva vida, ser cristianos, otros Cristos, hermanos ent re sí, so­lidarios con El.

— La Iglesia es sacramento de Unidad y la Euca­ristía Vínculo de amor. La Iglesia aparece como un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espír i tu Santo (17). La Iglesia fundada por Cristo para continuar su obra, nos la presenta el Concilio como Sacramento de unidad, basada sobre la unidad de la fe y la universalidad del amor. Para ser auténtico signo entre los pueblos, la Iglesia debe sentirse responsable ante toda la humanidad. Como servidora se siente ínt ima y solidaria del género humano y de su historia.

237. Sociedad en desarrollo

Gran parte del mundo, en especial América Lati­na, es una sociedad en desarrollo que t iene las si­guientes característ icas:

— Sociedad de cambio: Es te cambio social consis­te en el tránsito de una sociedad rural , preindustr ia l y tradicional a una sociedad urbana, industr ial y dinámica. El paso de una civilización a otra implica cambio, no sólo en las formas de vida externa, de

(18) PABLO VI, Discurso 7 diciembre 1965. (17) L. G., s. 4 y 6.

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producción, sino, sobre todo, de mentalidad, de va­lores, de esquemas de conducta, de ideas y valores religiosos.

— Sociedad dualista: E l desarrollo se caracteriza, ante todo, por su estructura dualista, no sólo en eí sector económico, sino en todos los aspectos de la vida social. Este dualismo es el resultado y la yux­taposición de dos sectores que coexisten sin mayor interrelación, agudizando contrastes y diferencias, creando dos mundos antagónicos u opuestos: el sec­tor minoritario incorporado a las estructuras del desarrollo (economía, cultura, actividad pública) y el sector mayoritario marginado con insuficiencia de estructuras e instituciones (económicas, cultura­les, profesionales, sociales...) para responder a las necesidades y aspiraciones crecientes de una colecti­vidad en constante ebullición y expansión demográ­fica.

— Sociedad invertebrada: con una carencia de es­tructuración sana, dinámica y funcional, para que todos los componentes sean agentes de desarrollo En economía un mínimo de población percibe eí máximo de los ingresos; en educación: solamente un pequeño porcentaje logra terminar la primaria • en desempleo; sobre todo en las ciudades; crisis eñ la vivienda, y, por último, el alcoholismo en los hom­bres y la prostitución en las mujeres. Todo esto con la crisis en los conceptos de la vida y su orientación y el sentido del ahorro, obstaculizan la auténtica edu cación del pueblo.

238. Nuestro crist ianismo en América Latina

— Nuestro cristianismo puede sintetizarse en un cristianismo no adulto, sino ambiental y hereditario sobre todo en nuestro pueblo. Un cristianismo ri tualista y desvinculado de la vida temporal no" iñ llena y santifica todo (18).

(18) ROJAS, SOR CECILIA, Esquemas campaña de solida-ri*„¿, Bogotá, 1968. wMzatf,

— 209 — RENOVACIÓN DE LA VIDA RELIGIOSA. 1 4

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E n todos los países sudamericanos, la casi totali­dad de la población es bautizada católica. Ante los gobiernos y las entidades políticas, la Religión cató­lica aparece como la oficial. Todo esto conduce a im­presiones optimistas, con la actitud simplona de con­servar apenas lo que se tiene, sin la conciencia de revisión de si lo que se tiene es, o no es, auténtico.

El aumento de población en las grandes ciudades t rae aumento proporcional de las necesidades religio­sas, dando por resultado la insuficiencia del clero y las limitaciones de su labor pastoral, aumentando la descristianización.

— Se aumenta, por otra parte, la crisis de fe en el sector más cultivado en cuantas partes no esté sufi­cientemente atendido. La par te dirigente no siempre está convencida de su catolicismo, ni t iene la sufi­ciente formación. A ellos no les llenan las formas tra­dicionales, n i se les dan, muchas veces, otras.

Ante estos problemas, ¿cuál será la mejor solución? Por lo menos la más factible es la solidaridad que en la Populorum Progressio se concretiza a promoción y desarrollo.

239. La vida religiosa y solidaria

La consagración a Dios es u n a respuesta de amor, un testimonio de solidaridad, signo de justicia y ca­ridad, una donación total al servicio del Señor, que se extiende hacia los hombres, el Cristo vivo y actual de la historia. Copiar las vir tudes de Cristo, seguir sus enseñanzas. . . para t ransmit i r las , hechas vida, a los hombres.

La caridad fraterna es la expresión más profunda de la vida comunitaria de una comunidad religiosa. Nos lleva a tomar conciencia de los valores humanos, que existen entre los miembros de la comunidad, garantía del aprecio que se t iene de sus miembros, pa ra que sea signo de unión. Nos lleva también a ser conscientes de la responsabilidad conjunta, para lo­g r a r la caridad y la unión.

— 210 —

La actitud de servicio al Pueblo de Dios, es el fruto de esa caridad vivida con intensidad. Así en el plano natural , la caridad se fundamenta en la unión y se ejerce con la solidaridad.

240. Promoción y desarrollo

Formación de la conciencia individual recta y de­licada, caridad fraterna bien asimilada, solidaridad humana noble y generosa, constituyen la solución a la problemática expresada y la contribución nues­t ra para que en realidad la EUCARISTÍA SEA VINCULO DE AMOR.

Esto se sintetiza en las palabras del Papa, que presenta el verdadero rostro del desarrollo en los siguientes seis puntos :

— Es el paso para cada uno y para todos, de con­dición de vida menos humana, a condiciones más humanas.

—• Es integral: «El desarrollo no se reduce al sim­ple crecimiento económico; para ser auténtico debe ser integral, es decir, PROMOVER A TODOS LOS HOMBRES Y A TODO HOMBRE» (19).

—• Es designio de Dios: "En los designios de Dios, cada hombre está llamado a desarrollarse, porque toda vida es una vocación; h a sido dado a todos un conjunto de aptitudes y cualidades para hacerlas fructificar» (20).

— Es deber personal y comunitario: «Este creci­miento no es facultativo... E l crecimiento humano constituye como un resumen de nuestros deberes. Más aún, esta armonía de la naturaleza está llamada a superarse a sí misma. Por su inserción en el Cristo vivo, el hombre t iene el camino abierto hacia un humanismo trascendental» (21).

—• Es obra de cada hombre: «Cada uno permanece!

(19) P. P. 14. (20) P. P. 15. (21) P. P. 17.

— 211 —

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siempre el artífice principal de su éxito o de su fracaso; por sólo el esfuerzo de su inteligencia y de su voluntad, cada hombre puede crecer en huma­nidad, valer más, ser más» (22).

— Exige mantener una escala de valores: «El te­ner más, lo mismo para los pueblos que para las personas, no es el fin último..., la búsqueda exclu­siva del poseer se convierte en un obstáculo para el crecimiento del ser y se opone a su verdadera gran­deza» (23).

Si todo cristiano debe ser solidario, cuanto más el religioso que profese perfección, es decir: plenitud de cristianismo.

10 ESTRUCTURAS

GOBIERNO AUTORIDAD

El gobierno y la cooperación son en to­las las cosas la ley de la vida; la anarquía y la lucha, la ley de la muerte.

(RUSKIN.) (22) (23)

P. P. 15. P. P. 19.

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241. Los religiosos y la Jerarquía . 242. El Gobierno General. 243. Principio de subsidiaridad. 244. Revisar, planificar, impulsar. 245. Una advertencia de la C. L. A. R. 246. Provincia, comunidad real. 247. El amor en el ejercicio del gobierno. 248. El superior, padre de sus religiosos. 249. Secreto y confianza. 250. El superior y las conversaciones con sus reli

giosos. 251. Las palabras del superior. 252. E l superior ante el religioso educador. 253. E l superior y sus pláticas a la comunidad. 254. ¡Ay del engaño! 255. Ser autoridad y tener autoridad. 256. El tr ípode de la autoridad. 257. El valor del buen ejemplo. 258. El buen ejemplo en la infancia y juventud. 259. F i rmes como columnas. 260. Cualidad de la firmeza. 261. La energía enseña. 262. La calma enseña. 263. Firmeza y bondad. 264. Bondad es.. . 265. Amor, de puntillas.

241. Los religiosos y la jerarquía.

E n el Decreto Christus Dominus, el Concilio recuer­da que todos los religiosos deben prestar siempre ab­negada obediencia y reverencia a los obispos, como sucesores que son de los Apóstoles. Además, siempre que sean llamados a obras de apostolado, de tal forma deben cumplir su cometido, que sean auxiliares su­misos de los obispos, a ellos prestar servicios de acuerdo con los propios insti tutos, atendiendo a las urgentes necesidades de las almas.

Esta íntima participación de los religiosos debe realizarse también en el proceso de planificación y en la coordinación de la pastoral de conjunto que exige la presencia de representantes de los religiosos en el consejo pastoral, en el presbiterio y demás ór­ganos de pastoral diocesana. Es absurdo el creer que toda la pastoral se reduce a las parroquias, sobre todo en las grandes ciudades donde tantos ciudadanos de tan diversas actividades, casi no caen bajo las inquie­tudes parroquiales; estudiantes de todos los niveles, obreros, diversas asociaciones especializadas, el pro­blema social y de beneficencia...

Los religiosos, en cierta manera, están sustraídos a la jurisdicción de los obispos, y avocados al Sumo Pontífice (1), a fin de que los institutos logren mejor su perfección y organización, el Papa pueda disponer de ellos en bien de la Iglesia universal, asegurando su catolicidad y se tenga una visión de conjunto de todo el universo. Los religiosos son llamados a con­solidar la unidad de la Iglesia sin fronteras de dióce­sis ni naciones, con una visión universal del mundo.

(1) C. D. 35, 3.

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242. El gobierno general

Las constituciones generales deben ser realmente eso, generales, aplicables en situaciones social, histó­rica o pastoral diversificadas, dejando amplio margen para la flexibilidad, movilidad y creatividad de for­mas nuevas que no deben endurecerse en estructuras jurídicas (2).

Para lograr esa verdadera generalidad en las cons­tituciones, como también en el gobierno central, es indispensable que los Capítulos Generales e incluso en el Consejo haya una verdadera representación de toda la Congregación, con consejeros que se man­tengan en contacto efectivo con la vida real de las regiones que representan, viajando con relativa fre­cuencia a ellas, evitando que se perpetúen en sus cargos y caigan en la «burocratización» correspon­diente.

Se deben promover periódicas reuniones de los diversos provinciales para mantener una visión rea­lista y equilibrada de toda la Congregación, para asegurar una mutua ayuda, una más vital comuni­cación y mantener vivo el carisma del Fundador y del Inst i tuto con la profunda reflexión teológica.

243. Principio de subsidiaridad

Después de concienzudo examen en la reunión de la C. L. A. R. de Río de Janeiro y como resultado de una bien documentada ponencia, se estableció el siguiente principio como norma práctica de gobier­no en los tiempos actuales: según el principio de subsidiaridad, los organismos superiores no deben hacer lo que pueden hacer los básicos; es decir, aquéllos han de tener conciencia de no ser los úni­cos focos de vitalidad religiosa dentro del área que abarcan; su función esencial debe ser la de centros de comunión y de servicio, y su actitud esencial, la de confianza est imulante respecto a los organismos básicos. Nada anima tanto como la confianza, ayu-

(2) C.L.A.K . 7, 3.

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dada con rectos criterios y con oportunos servicios para que, en cada comunidad, se viva intensamente la vida religiosa.

Las funciones, estructuras y normas deben estar subordinadas a la vida. Este principio exige que se las modifique o cambie tan pronto empiecen a en­t rabar la vida o simplemente a no favorecerla. Por entrabar la vida entendemos, dificultar la buena marcha del apostolado, nunca en el sentido humano de dejar rienda suelta a las pasiones y caprichos; las estructuras de la vida religiosa son aceptadas por los que profesan, como medios de santificación, aun­que a ratos estorben a nuestros apetitos y deseos. Esto deben tener en cuenta constantemente los «cua­dros supra-locales», en los que normalmente h a y más elementos funcionales que en las comunidades loca­les, y son los encargados de garantizar la disciplina religiosa para la normalidad en las comunidades y su eficiente labor apostólica.

244. Revisar, planificar, impulsar

El gobierno provincial y general debe estar aseso­rado por peritos que tengan competencia especializa­da en los diversos campos de la actividad apostólica y de otros servicios encomendados a la comunidad. El equipo asesor debe, no sólo elaborar los planes, sino también impulsar y ayudar a su ejecución, para que vean en la práctica las dificultades y evalúen los resultados para posterior revisión (3).

Estos equipos deben ser los órganos de reflexión y revisión al servicio de los gobiernos respectivos, en estrecho contacto con las inquietudes, preocupaciones e ideas creadoras de los miembros de la provincia o instituto, para recogerlas, interpretar las y proponer las viables y convenientes.

A estos equipos les corresponde provocar una ten­sión dinámica y fecunda con la autoridad, la que, por su naturaleza misma, debe ser más cautelosa y pru­dente . No son órganos de rebelión, pero sí de inquie­tudes sanas y reflexivas, capaces de ayudar a la pla­nificación de una pastoral más en consonancia con las necesidades de cada momento y lugar.

(3) C.L.A.R., 7, 1. — 217 —

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245. Una advertencia de la C. L. A. E .

Cuando el personal de una provincia es predomi­nantemente extranjero, los superiores deben procu­r a r la plena aculturacion de la comunidad en cuanto a lengua, costumbres, horarios, etc., y preparar la «nacionalización» del personal directivo.

Cuando el personal es predominantemente nacio­nal, los superiores deben procurar eficazmente la adaptación de los extranjeros, no sólo por medio de una acogida abierta y fraternal, sino también en forma sistemática, mediante cursos de sociología, historia, cultura, etc., que eventualmente podrían ser organizados como un servicio común por la Con­ferencia de Religiosos (4).

Ambas advertencias me parecen de suma impor­tancia y fueron resultado de un amplio análisis de la situación en América Latina. Con esto se podrán obviar nacionalismos absurdos, luchas intestinas, y apóstoles que después de varios años de trabajo, aún se sienten extranjeros.

246. Provincia, comunidad real

La Provincia, a diferencia del Inst i tuto en su to­talidad, constituye para cada religioso una comuni­dad real ; aún más, la comunidad real a la que él tuvo conciencia de en t ra r al hacerse religioso, y en cuyo seno se desenvuelve luego su experiencia re­ligiosa integral.

Esto postula que una de las tareas más esenciales que se imponen al gobierno provincial, es la de pro­mover la vivencia comunitaria de su parcela, con los organismos formales y con las reuniones informales. Retiros, reuniones, semanas de estudio pueden ser va­liosas ocasiones para tales contactos constructivos. La experiencia nos enseña que muchos religiosos, en estos encuentros vitales con sabor de familia, se han reencontrado a sí mismos, ha prendido en ellos la

(4) C.L.A.R., 4, 5.

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ilusión, han confirmado su vocación, se han llenado de optimismo y han seguido fervorosos y bien dis­puestos en la brecha.

Es aconsejable también un boletín informativo de carácter familiar, que mantenga en todos el interés por las personas y obras de la provincia y sea lazo de unión entre todos. Noticias, proyectos, ensayos, crónicas, circulares, traslados, cosas de los jóvenes, y criterios claros y constructivos tienen cabida en sus páginas. Se impone, sin embargo, que todos los supe­riores tomen conciencia de su importancia y le hagan eco en sus respectivas comunidades. Los jóvenes que­dan desedificados, que religiosos antiguos miren con indiferencia las cosas de su propia provincia o ins­tituto.

247. El amor en el ejercicio del gobierno

El corazón juega en el ejercicio del poder un papel que nosotros los hombres estamos expuestos a des­valorizar. E l mismo San Bernardo dice al respecto: «Para ser un perfecto superior basta practicar la dis­creción, madre de todas las virtudes, después de em­briagarse del vino de esa caridad que llega hasta el desprecio de su propia gloria, hasta el olvido de sí mismo, y de sus intereses personales.»

Los psicólogos nos hablan de los t rastornos psíqui­cos que la falta de afectos produce en naturalezas aún no completamente desarrolladas. El corazón se hizo para amar. El Religioso, después de haber sacri­ficado generosamente los afectos familiares y, en la esperanza de llegar un día a una perfecta unión con Dios que le llene las ansias de amor, necesita ser ama­do y que se provea de al imento adecuado a su sensi­bilidad, para que (los menos virtuosos) por la real ley de las compensaciones, n o se sientan impulsados a saciar su sed en manant ia les menos limpios, com­prometiendo su castidad y aun su vocación.

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248. El Superior, padre de sus religiosos

Nuestras Constituciones indican que los Superio­res de las Casas de la Congregación, como Padres y jefes, deben dar buen ejemplo... haciéndose por su paternal caridad todo para todos a fin de ganarlos a todos para Jesucristo. Y aun cuando se vean en la penosa necesidad de corregir, vayan bien hermanadas con la justicia, la dulzura y la humildad.

A t ravés de los siglos, el Salvador permanecerá como ideal soberano, único, divino, al que es necesa­rio referirse siempre si se quiere uno formar idea justa de la autoridad. Ahora b ien: lo primero que llama la atención en las relaciones del Maestro con sus discípulos es su paciencia, su dulzura, su manse­dumbre, su misericordia, su abnegación, su incansa­ble y heroica bondad; en una palabra, SU ACTITUD CONTINUADA DE PADRE. Un jefe no es solamente una voz que habla, que manda; es más todavía: un corazón que ama y se entrega, y que, precisamente amando y entregándose, se hace escuchar y obedecer. «No tenemos la autoridad para tener autoridad, sino para practicar la caridad» (5). El superior debe amar a todos sus subditos, no sólo a los que consti tuyen su alegría, sino también a los que aumentan y vuelven más pesada su cruz.

La caridad se convierte en manos del Superior en el más poderoso ins t rumento de gobierno. No hay duda de que sin bondad, por el vigor del mando, se puede man tener en una comunidad la disciplina exterior; pero es de todo punto de vista imposible llegar a las inteligencias y a los corazones y formar las almas. Sólo saben verdaderamente hacer el bien aquellos que verdaderamente saben amar. Apenas si puede conce­birse una influencia moralizadora de los Superiores para con los subditos que no esté revestida de amor paternal. Para formar una mentalidad sobrenatural , para crear hábitos sólidos de virtud, para atizar la llama del celo, para conseguir la plenitud religiosa, sacerdotal y apostólica, nada más oportuno que esta ACTITUD DE PADRE.

(5) BERULLE, J., Memorial del director para los superiores del Oratorio, cap. XXII.

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249. Secreto y confianza

Un subdito tiene siempre secretos y silencios para con su Superior; un hijo t iene menos para con su padre. Para romper las barreras del mutismo, para que tantos religiosos no vivan en completa soledad, nada mejor que con bondad, ganarse el afecto de los religiosos.

Cuando el afecto de los Superiores llega hasta el sa­crificio de su persona, de su tiempo, de su tranquili­dad, nada los impedirá más tarde a ellos mismos ha­cer un llamamiento a la abnegación y sacrificio de sus subditos, imponerles cargas y ocupaciones dolo-rosas. Es verdad que siempre se encuentran egoístas, pero aun con éstos, a quienes se entregó por comple­to, le está permitido pedir y obtener mucho.

«Y cuando se t rata de valerse de la firmeza para advertir, reprender, corregir, dichosos los Superiores que pueden también apoyarse en su caridad. Con sólo la fortaleza es frecuente rozar, incitar y provocar la rebelión. Acompañada con la bondad, cuando en rea­lidad no es más que una forma y un testimonio de amor, entonces se puede esperar excelentes resulta­dos. De los amigos se reciben amablemente cosas que no se aceptan de u n extraño» (6).

250. El Superior y las conversaciones con sus religiosos

El Superior ha de tener la justa y sobrenatural apreciación de sus religiosos. Un subdito no es una simple rueda de la máquina administrativa, ni un obrero que se estima en la medida exacta de su ren­dimiento. Es, ante todo, una persona moral que vale por sí misma, fuera de toda ganancia material o provecho apostólico para su Comunidad.

Si desde el punto de vista humano no es una «per­sonalidad», por lo menos será siempre, en el plano sobrenatural, un «personaje» de marca, predilecto de Dios.

(6) COLLIN, o. c , 97.

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Como primera condición, antes de hablar y con­versar con sus religiosos, hable con Dios sobre pro­blemas y cosas. Cierta sencillez y dulzura de pensa­miento es esencial para el buen Superior. Prefiero que los subditos nos engañen tres veces a que pen­semos una vez mal sin fundamento. Desechemos los pensamientos de amargura, de dureza, de violencia, de cólera, de rencor, de antipatía, de juicios seve­ros; y añadamos a la bondad de espíritu, la bondad de corazón. Que nuestra misión entre niños desca­rriados no nos haga nunca tomar una actitud preve­nida con ninguno de nuestros Religiosos.

La simpatía es una ramificación de la bondad que ha de florecer en el corazón de los Superiores. Simpa­tizar es saber comulgar con los sufrimientos, lo mis­mo que con las alegrías de todos y cada uno. La indi­ferencia es una forma refinada de egoísmo, que todo Superior debe evitar.

Creamos en la virtud de nuestros religiosos. En el fuero externo aparecen muchas cosas censurables, que cuando se pulsan las almas por dentro no son tan preocupantes. La conversación con los religiosos rom­pe muchas barreras. Ellos esperan la bondad de las palabras del Superior.

251. Las palabras del Superior

— Palabras pacificadoras, las necesarias, cuando no las más bellas, que llevan y engendran la paz en las almas y en la Comunidad la unión de espíritus.

— Palabras de consuelo y aliento. Cuestan tan poco y hacen- tanto bien. Es más: no esperen los superio­res a que se les pida la limosna del consuelo, sepan adivinar y prevenir.

— Palabras de felicitación y estímulo. Una palabra de alabanza dicha a tiempo y sin sombra de lisonja, sostiene y alienta. Hay temperamentos pusilánimes, pero de buena voluntad, a quienes regañarles es hun­dirles.

— Palabras suaves en las advertencias y repren-

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siones. «Vale más callar la verdad, en frase de San Francisco de Sales, que decirla sin gracia.»

— Palabras de luz destinadas a iluminar a los sub­ditos, a formarles una mentalidad religiosa, a forjar sus sólidas convicciones, a ponerles en guardia contra los errores modernos.

—• Palabras de clemencia respecto a subditos tal vez desobedientes, turbulentos, criticadores, irregula­res e indolentes.

— Palabras tristes, dolorosamente tristes, en pre­sencia de ciertas deficiencias y decadencias, pero con una tristeza sin acritud y sin cólera, expresión del amor que se manifiesta en la pena del mal ajeno.

Que nunca se pueda decir de nosotros: imposible hablar con el Superior; nunca está para atendernos, siempre está demasiado ocupado. Con frecuencia se temen estas conversaciones con los subditos, por aquello de que no somos santos; nada más absurdo; también ellos se dan cuenta de que somos hombres y sabrán comprendernos. Que ningún superior trate de llenarse de quehaceres y ocupaciones, que le impidan atender convenientemente a sus religiosos, pues éste es uno de sus deberes primordiales.

252. El Superior ante el religioso educador

El mando ha de hermanar la suavidad con la forta- • leza y la fortaleza con la suavidad: suaviter et for-titer. Suavidad que quita al vigor del mandato lo que podría tener de áspero, de duro, de violento; forta­leza que tonifica la suavidad y viene a ser el correc­tivo de la indolencia. El acero templado en la caridad y no el caucho recubierto de confitura (7).

Se procurará fomentar y animar «colaciones peda­gógicas» con el fin de cambiar impresiones, aclarar ideas, analizar la marcha de la Institución, hacer con

(7) ROSIN, F . X., Gobernar amando, ed. Librería Religiosa, Barcelona, 1951. k

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discreción cualquier advertencia que se crea conve­niente y necesaria, tanto para prevenir como para reprimir cuanto entorpezca la obra educativa. Apro­véchense estos momentos psicológicos que cristalizan los deseos de colaboración.

El superior, con prudencia y mucho tacto, debe delegar la autoridad. En frase de León Harmel, admi­rable manipulador de hombres «la autoridad se acre­cienta y se fortalece en la medida en que se reparte, cuando este reparto se hace siguiendo las leyes de la jerarquía... La centralización es esencialmente revo­lucionaria, ahoga las iniciativas y destruye la liber­tad, arruinando la autoridad... Cuando el sentimiento de la responsabilidad llega a desaparecer, naufraga la dignidad humana y no queda más que el servilismo o la rebelión, que todo es uno y lo mismo» (8).

Los educadores son sus más próximos colaborado­res. Por tanto, de la unión y del espíritu de colabora­ción de unos con otros, resultará el éxito del fin espe­cífico de cada plantel. El superior debe exigir y al mismo tiempo dejar obrar. Mandar es fijar su misión a los subordinados, iluminarlos con todas las luces, poner en ellos toda la confianza y examinar después con serenidad lo que han hecho.

No perdamos nunca de vista que todos los extremos son viciosos. Si peligroso es centralizar, no menos pe­ligrosa es la autoridad delegada en individuos irres­ponsables o en sujetos de criterio independiente: Los irresponsables, en vez de dedicarse a educar, defor­man y obtienen como resultado multitud de actua­ciones, hijas del capricho y causa de grandes injus­ticias, siendo sus víctimas la vida religiosa, la auto­ridad, la caridad, la obediencia y los mismos educan­dos. Los otros anulan la colaboración, destrozan la obediencia, subordinan la voluntad del superior a la suya, son la auténtica expresión de un escondido or­gullo. La autoridad delegada en la vida religiosa, pier­de toda su belleza si no es fiel y está unida a la obe­diencia.

Mucho ayudará a superiores y educadores no dejar pasar semana sin tener entre sí un contacto indivi­dual, repasando uno por uno todos los alumnos a

(8) S. ALFONSO, Tratado XI, pág. 97, B.A.C.

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ellos confiados, analizando calificaciones, reacciones, adelantos, retrocesos y todo lo concerniente a la for­mación ; para, de común acuerdo, después de detenido examen, con la seguridad y unión de criterios, se apliquen los métodos apropiados a cada caso, en la certeza de obtener mejores resultados.

253. El Superior y sus pláticas a la Comunidad

Casi todas las Constituciones señalan, como in­cumbencia primordial del superior, frecuentes exhor­taciones piadosas, charlas teológicas y pláticas a su Comunidad.

La vida moderna un tanto agitada, y nuestras casas con sus preocupaciones disciplinarias, educa­tivas y apostólicas, nos empujan a olvidar este deber esencial y a suplirlo, tal vez, por una serie de adver­tencias, hijas del momento y de las circunstancias, realmente necesarias, pero que no constituyen un plan de doctrina para fomentar y conservar la vida interior de una comunidad.

La misión de un superior no es solamente probar, vigilar y advertir; es también y principalmente caldear los corazones y formar las inteligencias de sus religiosos para que vivan su vocación, dando un sentido sobrenatural a su existencia. La felicidad participada de que somos capaces en la tierra, no la disfrutan sino los que llegan a la plenitud de sus vidas; los mediocres siempre se mantienen insatis­fechos.

En las pláticas a la comunidad ha de elaborarse un plan de esquemas que sirvan para formar y re­cordar los principales puntos de la vida religiosa, conferencias que no serían el fruto de las circuns­tancias, sino medios aptos para acrecentar y fomen­tar el verdadero sentido de la vida religiosa.

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RENOVACIÓN DE LA VIDA RELIGIOSA. 1 5

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254. ¡Ay del engaño!

Si es vergonzoso engañar a aquellos con quienes se vive, mucho más criminal es mentir a la poste­ridad (CHON-KING). Con frecuencia es menos des­gracia el engaño del ser malo, que el desengaño de un falso amor.

Si te hace caricias el que no las acostumbra hacer, o engañar te quiere, o te ha menester (MATEO ALE­MÁN).

La violencia engendra el engaño. Por eso en una comunidad, a superior tirano corresponde subdito falso o infiel.

La verdad, aunque a ratos duela, nos hará libres. No hay mayor mentira que la verdad a medias. ¡ Cuántas injusticias de los superiores mayores (so­bre todo superioras) se fundan en informaciones parciales (verdades a medias) de subditos que, por no comprometerse, fueron capaces de murmurar, pero no de decir llanamente la verdad insinuando los posibles remedios!

255. Ser autoridad y tener autoridad

Una cosa es ser autoridad y otra, por cierto muy distinta, es tener autoridad. Muchos de los que son autoridad la comprometen por no desempeñarla con eficiencia.

JNÍo.siempre,_._cuando,los hijos y alumnos desobe­decen, es por rebeldes; a veces no hemos sabido mandar bien.

No hay autoridad—dice Plinio— como la que se funda en la justicia y se ejerce por virtud.

Autoridad sin responsabilidad compromete la paz de la sociedad y la armonía de la comunidad; suele ser flaco argumento el de la autoridad para disputar con los que tienen la razón de su parte.

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«La razón es la primera autoridad, y la autoridad es la última razón» GJOHN DRAPER).

«La serenidad de la insolencia es la autoridad de los corrompidos» (Ríos ROSAS).

256. El trípode de la autoridad

La autoridad es fruto de muchas virtudes: ale: gría, optimismo, nobleza, sinceridad, fidelidad al de­ber, respeto, honradez, paciencia, abnegación..., pero queremos reducirlas a tres, sostén de la autoridad: buen ejemplo, firmeza y bondad.

La autoridad está montada sobre este trípode: buen ejemplo, firmeza, bondad. Para que el trípode cumpla bien sus funciones ha de estar nivelado, las patas han de tener las mismas dimensiones. Para que la autoridad ejerza bien sus funciones, estas tres virtudes han de caminar a la par, han de estar tam­bién proporcionadas.

No es suficiente con el dar buen ejemplo, aunque esto sea esencial; puede haber muchos que lo inter­preten a su manera y no se muevan a la imitación. No todo está con exigir con firmeza; exigir sin caminar es suscitar la rebelión; caminar sin exigir, es olvidarse del pecado de origen. No todo se al­canza con la bondad; de superiores bonachones son muchos los que abusan; con sólo la bondad pueden tal vez estar contentos, pero ser ineficientes, y a la larga viene el desorden y el caos.

257. Valor del buen ejemplo

Normalmente, la educación más eficaz y duradera es la que se recibe en la familia cristiana bien or­denada y disciplinada, tanto más eficaz cuanto más resplandezca en ella, más claro y constante el buen ejemplo.

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El ejemplo es el primer maestro de la educación; por eso Cristo principió a enseñar con las obras an­tes que las palabras; y el poeta Horacio daba con­sejos al educador: «Si quieres verme llorar, has de llorar tú primero.»

El buen ejemplo ha de presidir todas las etapas de la educación. Es necesario en la infancia porque el niño aprende por imitación; es necesario en la juventud: los jóvenes no son meros receptores, sino jueces inexorables de nuestras acciones.

El buen ejemplo exige un modo de ser. No se acredita adoptando posturas provisionales como quien elige un vestido y quita a petición de las cir­cunstancias.

No basta vigilarse ante el niño para no escanda­lizarle con posturas o actitudes indiscretas. Hay que obrar bien como cosa normal y espontánea. Para ello es necesario ser bueno. Por eso tenía razón Napoleón cuando decía que había que comenzar a educar al hijo cuando nacía la madre.

El niño retiene, mejor que el contenido de las palabras, el contenido de la vida que observa en cada momento y que es la más fiel expresión del alma. Por eso los hijos son siempre un reclamo de santi­ficación para los padres, como los subditos para los superiores responsables.

Cuanto aquí se dice de los hijos y de los padres, tiene total vigencia entre el superior y parte direc­tiva de una comunidad y los demás religiosos, pues toda comunidad debe distinguirse por su auténtico espíritu de familia.

258. El buen ejemplo en la infancia y juventud

En la infancia el primer conocimiento es instintivo e imborrable.

El niño es como un disco que se va grabando,

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como una placa fotográfica que se va imprimiendo; grabamos de niños, reproducimos la grabación de hombres; imprimimos de niños, revelamos de hom­bres; y todo esto se elabora en el gabinete del sub­consciente.

Los jóvenes son jueces inexorables de nuestras acciones. Queremos hechos, no palabras, es el grito de la juventud.

La educación no puede ser un simple cumplimien­to. Palabra compuesta de dos: cumplo y miento.

La vida no puede ser una farsa, ni un juego al escondite, ni una apariencia hipócrita. No basta vigi­larse ante los jóvenes, hay que obrar bien como cosa normal y espontánea.

Las costumbres de quienes nos hablan, nos per­suaden más que sus razones. «Más hombres grandes formó Sócrates con sus ejemplos que con sus lec­ciones» (SÉNECA).

259. Firmes como columnas

La firmeza es la virtud que permite dominar las reacciones y poner en cada momento el tono y el vigor que es debido. Está igualmente alejada de la tiranía (que es inflexibilidad y dureza) y de la ego­latría (que es frialdad por el prójimo y adoración propia).

Será inflexible en aquello que sea sustancial y que ceder pueda ser interpretado como derrota de la autoridad. Será flexible y sabrá transigir en lo accidental cuando con ello gana la autoridad.

Hay hombres firmes; fáciles en las cosas indife­rentes, que reservan su fortaleza para las cosas importantes. Hay también, por desgracia, personas duras en los pequeños intereses, que son blandas en las grandes acciones. Siempre es bueno distinguir con claridad lo que es y no es firmeza.

La autoridad tiene su firmeza en la fe. Lo que

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hace sentirse firmes a los superiores es saberse en­viados de Dios y representantes suyos, desempeñan­do el cometido que Dios les ha confiado y para lo cual cuentan siempre con su asistencia.

260. Cualidades de la firmeza

La firmeza se apoya en dos grandes virtudes: JLa calma y la energía.

La calma es la majestad de la fuerza. Supone un dominio interior que se transparenta en miradas, gestos y palabras comedidas.

La energía es un impulso vital que impele a eje­cutar las obras a su debida tiempo y sin demora.

Si la calma es un freno para no pasarse de la raya, la energía es un motor para no pararse antes de tiempo. Ambas configuran la verdadera firmeza.

Aunque parezca a muchos extraño, la primera cualidad de la firmeza es la calma. Cuando se do­minan las situaciones, cuando se tiene seguridad en lo que se hace, cuando se prevén las reacciones, cuando se ejerce buena influencia en los demás, cuando se poseen dotes de mando y virtudes sustan­ciales..., se obra con aplomo, se conserva la calma; cuando todo esto falta, la persona, insegura, se agita inútilmente y pierde el pulso de la situación. No hablamos de la calma temperamental del amorfo y apático, signo de la incapacidad e indecisión, sino de esa calma, unida a la energía.

261. La energía enseña

— Mandar sin suplicar. No hay que mendigar, ni suplicar la sumisión de los subditos. Está bien que se hable con caridad, pero nadie debe quejarse de lo que se ordena según la ley, dentro de los térmi­nos de la corrección.

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— Mandar con claridad. La continua «canteleta», sobre todo de las religiosas, ni la entienden, ni la atienden nuestros jóvenes. Las verdades y preocu­paciones semimisteriosas, las prevenciones imagina­rias y las prudencias infundadas disgustan a los jó­venes y restan energía y claridad al mandato.

— Mandar sin discutir. La discusión es la escara­muza del hijo para asaltar la fortaleza paterna. Está bien el diálogo, se debe emplear como criterio forma-tivo y respeto a la personalidad, pero no en el mo­mento de mandar, cuando puede volverse discusión en la ejecución, con aires de rebelión.

— Mantener lo mandado. No cambiar órdenes a capricho; ni emplear distinto rigor, según temple y humor de cada día. El gran error moderno es cam­biar órdenes y métodos antes de comprobar su eficacia. Cambio, sí, el necesario para adaptarse a las circunstancias; pero no por debilidad de auto­ridad o inconstancia en el que ejecuta.

262. La calma enseña

Que hablar no es gritar. Los gritos irritan y ofen­den. A veces asustan, nunca educan.

Que reprender no es insultar. Cuando los nervios están de punta, la reprehensión es un desahogo de la ira incontrolada.

Que mandar no es atropellar. El joven no es un adulto a escala reducida, tiene sus irreflexiones y sus precipitaciones propias de la edad.

No olvidemos que los religiosos y religiosas en formación también son jóvenes que merecen nues­tro respeto. Su voto de obediencia no excusa a los superiores de lo que enseña la calma.

Ciertos gritos, irritaciones, mandatos imprevistos, altercados innecesarios, reprensiones inoportunas..., los subditos las aguantan si ven en quien las dirige amor e interés por ellos (apenas las aguantan); pero las interpretan como actos de venganza y desahogo

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de pasiones descontroladas, si falta en la autoridad el amor.

263. Firmeza y bondad

Firmeza sin bondad se convierte en tiranía; el má­ximo derecho se convierte en la más profunda in­juria.

Bondad sin firmeza se torna, a menudo, ineficaz; no ser bueno simplemente por complacer y ser es­timulado; bueno, sí; débil y flojo, no; bueno siem­pre, tonto nunca.

Firmeza y bondad juntas (suaviter et fortiter), dos ruedas que facilitan el éxito en la educación.

La firmeza que no es humana, ni es firmeza ni es justa. No se pueden justipreciar los hechos sin tener en cuenta las circunstancias.

Vivimos una época de entreguismos; la máxima ley es dejar hacer. Con frecuencia los cambios no obedecen a una mejor estructura, a un perfecciona­miento del método, a una razón sólida de un mayor bien, a una bondad consciente; sino a una falta de firmeza, a la ley del mínimo esfuerzo, a torear las circunstancias, a no complicarse la vida, a dejar correr las cosas.

264. Bondad es-

Comprender: comprender al joven es reconocerlo como sujeto que tiene derechos.

Respetar la espontaneidad: el joven penetra en la vida sin dolores y sin desconfianzas.

Respetar la ingenuidad: que se manifiesta en mil preguntas incoherentes, en investigaciones conti­nuas, en inquietudes frecuentes.

— 232 —

Respetar la inestabilidad: no olvidemos con tanta frecuencia que también nosotros fuimos jóvenes.

Las siguientes frases célebres son muy decido­ras:

La Bruyére: «Nada hay que refresque mejor la sangre como una buena acción.»

Saadi: «La prudencia es gozar, la bondad hacer gozar.»

Ui-ki: «Volver bien por mal es atraer todos los corazones a la bondad; volver mal por bien es ar­mar todas las manos de puñales.»

265, Amor de puntillas

Entre esposos desavenidos el amor a los hijos es desequilibrado; tratan de comprar el aprecio de sus hijos, de ganárselos cueste lo que cueste.

El esposo busca, con la adhesión de sus hijos, un argumento sólido para demostrar su razón.

Y la esposa quiere suplir, con el amor de sus hijos, el vacío del amor de su marido, que le falta.

¡Cuidado con este amor, que camina de puntillas!

Por desgracia, esto ocurre con frecuencia en las casas de formación, sobre todo de religiosas. ¡No es lícito comprarse el amor de los subditos y menos suplir al hijo dormido que toda mujer lleva junto a su corazón!

Ceder, complacer, tolerar, ser bondadoso por el simple hecho de sentirse admirado y amado es amar­se a sí mismo, es una caricatura del verdadero amor. Todo educador, todo superior, ha de ser capaz de sufrir el desamor temporal de los suyos por un ma­yor bien y como prueba de su auténtico amor.

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SIGLAS

LG Lumen gentium, sobre la Iglesia.

DV Dei Verbum, sobre la Revelación.

SC Sacrosanctum Concilium, sobre la Litur­gia.

GS Gaudium, et spes, sobre la Iglesia en el mundo.

CD Christus Dominus, sobre el ministerio de los Obispos.

PO Presbyterorum ordinis, sobre el ministe­rio de los Presbíteros.

OT Optatam totius, sobre la formación sacer­dotal.

PC Perfectae caritatis, sobre la vida reli­giosa.

AA Apostolicam actuósitatem, sobre aposto­lado de los laicos.

AG Ad gentes, sobre las misiones.

ES Ecclesiae Sanctae, sobre aplicación de al­gunos decretos conciliares.

CLAR Renovación y adaptación de la vida reli­giosa en América Latina y su proyec­ción apostólica. Confederación Latino­americana de Religiosos.

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Page 119: Serer, Vicente Renovacion de La Vida Religiosa

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Page 121: Serer, Vicente Renovacion de La Vida Religiosa

Í N D I C E

Presentación 5

Prel iminar 9

1. Criterios y renovación 13 2. Vocación y formación 39 3. Amor-Fraternidad-Diálogo 71 4. Oración-Caridad-Apostolado 87 5. Personalidad-Obediencia-Libertad 107 6. Pobreza-Humildad-Trabajo 125 7. Dolor-Placer-Castidad 141 8. La persona: madurez y equilibrio 159 9. Conferencia-Solidaridad-Desarrollo 187 10. Estructuras-Gobierno-Autoridad 213

Siglas 235

Bibliografía 237

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