Los desafíos de la transición. socialismo desde abajo y poder popular.

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Los desafíos de la transición

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Los desafíos dela transición

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Aldo CasasLos desafíos de la transición : socialismo desde abajo

y poder popular . - 1a ed. - Buenos Aires : El Colectivo;Herramienta, 2011.

112 p. ; 20x14 cm.ISBN 978-987-1497-43-0

1. Teorías Políticas. 2. Socialismo. I. Título.CDD 320.5

Los desafíos de la transiciónSocialismo desde abajo y poder popularAldo Casas

Colección CascotazosEditorial El Colectivo y Ediciones Herramienta, Buenos Aires, Argentina

Arte de tapa: Florencia Vespignani - Alejandra AndreoneDiseño de interior: Gráfica del ParqueCorrección: Miguel Vedda

Editorial El [email protected] - www.editorialelcolectivo.org

Ediciones HerramientaAv. Rivadavia 3772 – 1/B – (C1204AAP), Buenos Aires, ArgentinaTel. (+5411) 4982-4146. [email protected] /www.herramienta.com.ar

ISBN: 978-987-1497-43-0Printed in ArgentinaImpreso en la Argentina, agosto de 201

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Fecha de catalogación: 26/07/2011

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ALDO CASAS

Los desafíos dela transiciónSocialismo desde abajo y

poder popular

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Índice

Prólogo 9

Capítulo 1La crisis actual y el desafíode la transición 13

Capítulo 2Transición en las ideas y la teoría:desarrollar un pensamiento críticoy plebeyo 21

Capítulo 3Transición en política: otra políticay otra manera de hacer política 35

Capítulo 4Transición socialista y autoemancipación 67

Bibliografía 91

Epílogo de Miguel Vedda 95

Epílogo de Omar Acha 103

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Este texto intenta trasmitir experiencias, saberesy opiniones que exceden lo personal, porque surgende luchas compartidas con muchas y muchos. Despuésde un breve pasaje por la juventud comunista, a prin-cipios de los años sesenta, ingresé en 1965 al PartidoRevolucionario de los Trabajadores y viví logros, frus-traciones e invalorables experiencias de millares deluchadores anticapitalistas y antiburocráticos: en elPRT-La Verdad, luego en el Partido Socialista de losTrabajadores y en el Movimiento Al Socialismo. Lamilitancia internacionalista me llevó a compartiresfuerzos con compañeros de otros países y latitudes:en Venezuela (1973), en Portugal (1975), en España(1977), en Francia (1981) e incluso en Polonia (1989) yparticipé en innumerables reuniones y debates delmovimiento trotskista internacional. Las experienciasacumuladas en ese trayecto relativamente extenso nofueron pocas y creo apreciarlas más y mejor desdeque, autocríticamente, asumí errores e insuficienciasteóricas en esa larga marcha.

9Presentación �

Prólogo

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La implosión del “campo socialista” y la restaura-ción capitalista en lo que desde el trotskismoconsiderábamos “Estados Obreros”, el acelerado ago-tamiento de los movimientos de liberación nacional enel llamado “Tercer Mundo”, las sucesivas derrotas delmovimiento obrero organizado y los partidos deizquierda tanto en los países centrales como en la peri-feria y, más directamente, la crisis que en los añosnoventa estalló y desmanteló al MAS en el momentomismo en que aparecía como la organización másfuerte y dinámica de la izquierda argentina, fueron unaseguidilla de acontecimientos imposibles de interpre-tar sin recuperar una capacidad autocrítica a la que seoponía la inercia de estructuras partidarias incapacesde autocuestionarse. Luego, la irrupción popular del 19y 20 de diciembre de 2001, la crisis orgánica abierta enel país y la necesidad de participar activamente en elnuevo ciclo que se iniciaba me alejaron definitiva-mente1 de lo que había pasado a denominarse “nuevoMAS” al tiempo que impostaba una ortodoxia paradóji-camente reñida con lo mejor de la tradición trotskista.

Más en general, diría que la rebelión popular meempujó a alejarme de la forma Partido (especial-mente de su variante más difundida en la extremaizquierda, la sectaria)2 y también de ese “marxismode derecha” que “se caracteriza por su adoración del

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1 En 2002, junto a otros compañeros me reagrupé transito-riamente en el colectivo “Cimientos”, exploramos la posibilidadde confluencia con otras organizaciones en el “Encuentro de laMilitancia” y en el año 2007 nos sumamos al Frente Popular DaríoSantillán.

2 Una aguda crítica al partido-secta puede leerse en “Haciaun nuevo comienzo... por otro camino. La alternativa a la micro-secta” (Draper, 2001b)

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pasado, considera a la teoría marxista completa yautoreferente, su actitud es defensiva antes que cre-ativa y propositiva y, finalmente, es intransigente”(Acha, 2008: 144).

Vuelvo a decir: lo que escribo no es fruto de una elu-cubración en solitario. Menos ahora, cuando mis opinio-nes son las de un militante más del Frente Popular Da-río Santillán (lo que no hace al FPDS responsable de loserrores y limitaciones que el texto contenga). Esta mi-litancia compartida que me lleva a rechazar prejuiciosy formulaciones dogmáticas, reafirma en cambio unaarraigada convicción: para cambiar el mundo o, mejoraún, “tomar el cielo por asalto”, es imprescindible re-valorar y potenciar el impulso del “socialismo desdeabajo”. Se ha escrito, con mucha razón, que

El corazón del socialismo desde abajo es su afirma-ción de que el socialismo solamente puede ser rea-lizado a través de la autoemancipación de las masasactivas en movimiento, llegando a él, libremente consus propias manos, movilizadas “desde abajo” en unalucha para hacerse cargo de su propio destino, comoactores (no simplemente como sujetos pacientes) deesta etapa de la historia (Draper, 2001a).

Cabe agregar que ese corazón ha latido en losincontables luchadores muchas veces anónimos que,impulsando el combate autoemancipatorio, nos hanenseñado tanto o más que los libros. A todos ellosevoco mencionando a Darío Santillán y a CarlosFuentealba. A su memoria está dedicado este libro.

Esta presentación restaría incompleta si no anun-ciara, finalmente, que la obra que se deja en manosdel lector incluye dos epílogos que debo agradecer alos compañeros y amigos Miguel Vedda y Omar Acha.

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Comenzaré con algunas consideraciones sobre laactual crisis del sistema capitalista, porque avizorarsu naturaleza y magnitud ayuda a percibir que, ade-más de enfrentarnos con desafíos y problemas nuevoso imprevistos, han sido conmovidos o trastocados algu-nos de los puntos de referencia (materiales, organi-zativos y conceptuales) que orientaron el combate porla emancipación social durante el período histórico queva quedando atrás.

Desde la década de los 80 del siglo pasado, unaofensiva general del capital rompió las antiguas barre-ras estatales de regulación social de la producción yla distribución, buscando imponer su dominio de unmodo más directo a escala planetaria, al mismotiempo que se reforzaba el carácter de clase de losEstados, que viraron de “benefactores” a gendarmes ygarantes de la valorización del capital y el disciplina-miento del trabajo. El mercado mundial llegó a serloefectivamente, con la inclusión de lo que había sidola Unión Soviética y su esfera de influencia, y lapotente irrupción de India y especialmente de China,

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La crisis actual y eldesafío de la transición

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todo lo cual determina nuevos desequilibrios, reglas yformas de competencia que agudizan la disputa por laplusvalía entre las diversas fracciones más o menostransnacionales del gran capital. A otro nivel, el arro-gante “unilateralismo” asumido por los Estados Unidostras la implosión del bloque soviético, generó explosi-vas tensiones, una creciente militarización y lareformulación de la estrategia norteamericana hastaincluir la guerra global “contra el terrorismo” comoinstrumento de política internacional.

Al comenzar este ciclo, Margaret Thatcher habíaproclamado el triunfo irreversible del capitalismo conuna frase célebre: “No hay alternativa”; y un ideólogodel Norte, con aires de filósofo, dictaminó que se ha-bía llegado al “fin de la Historia”. Pero casi al mismotiempo, colocándose en las antípodas de semejantesvaticinios, István Mészáros escribió Más allá del capi-tal,1 una obra a la que me referiré repetidas veces. Eneste libro se sostenía ya entonces, documentada y ex-haustivamente, que lo que estaba comenzando era enrealidad “la crisis estructural del capital” que, en sudespliegue, amenazaría las posibilidades de supervi-vencia de la humanidad. Esto es lo que está ocu-rriendo y a lo cual nos enfrentamos. Precisamente porello, la discusión sobre la naturaleza, alcance y posi-bles desarrollos de una crisis ahora inocultable se re-fracta en múltiples debates, atendiendo a sus muchas

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1 Más allá del Capital. Hacia una teoría de la transición esun voluminoso tratado que en su versión en castellano tiene 1.154páginas. En 1995 fue publicado en idioma inglés (en Gran Bretañay en los Estados Unidos), luego fue traducido y editado en Brasilpor Editorial Boitempo, una traducción al castellano fue lanzadaen Venezuela por Vadell Hermanos editores en el año 2001, y acabade editarse una nueva versión en Bolivia.

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facetas: crisis financiera, crisis de sobreproducción ysobreacumulación mundial, crisis alimentaria, crisisenergética, crisis geopolítico-militar, crisis tecnoló-gica, crisis ambiental y urbana, crisis de hegemonía enel sistema-mundo capitalista, crisis civilizatoria... Alos efectos de esta introducción, me permito agrupartal diversidad de cuestiones en tres grandes grupos overtientes: la crisis económica sistémica, la crisis eco-lógico-ambiental y la crisis civilizatoria. En realidad,más que tres caras de un objeto único, son tres crisisque, en su despliegue planetario, convergen y se en-trelazan: cada una tiene características y ritmos pro-pios, pero que al mismo tiempo se potencian y modi-fican mutuamente.

Con respecto a la crisis económica, lo primero quese debe decir es que no se trata (solo) de una más delas “crisis cíclicas” con que el capitalismo periódica-mente enfrenta sus contradicciones para recobrarfuerza y dinamismo, incrementando la concentracióndel capital, intensificando la explotación y extendién-dolas a nuevas regiones del planeta y nuevas áreasde la actividad social. Estamos ahora ante una cri-sis sistémica (tal vez la tercera gran crisis sistémi-ca en la historia del capitalismo mundial): afectatodos los niveles del orden del capital y, por prime-ra vez, a una escala efectivamente planetaria. Setrata de una crisis de larga duración y en pleno desa-rrollo, como lo evidencian la desocupación en losEstados Unidos y especialmente el brutal agravamien-to de la crisis en la Unión Europea. Pero el marco essiempre la economía mundializada. La sobreacumu-lación de capacidades de producción está acompaña-da por una inmensa acumulación de capital ficticio,con el cual una fracción muy poderosa del gran capital

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quiere hacer valer su derecho a succionar parte signi-ficativa del valor y plusvalor generados en el mundo.La crisis comenzó en la esfera financiera y, en este sen-tido, podemos decir que es la crisis del régimen de acu-mulación de preeminencia financiera montado desdefines de la década del 80 en respuesta a las falenciasde los sistemas estatales de control y regulación quehabían operado con relativa eficacia luego de laSegunda Guerra Mundial. Y con el resquebrajamientode los mitos, discursos y políticas neoliberales, comien-za también el fin de la hegemonía mundial no com-partida de los Estados Unidos de América, queconserva sin embargo una abrumadora superioridadmilitar, todo lo cual genera condiciones para imprede-cibles transformaciones geopolíticas. Nadie está encondiciones de vaticinar cómo y cuándo terminará estacrisis. El discurso de los grandes medios se reduce endefinitiva a sostener que “estamos mal, pero vamosbien”. En realidad, debería decirse: estamos muy mal,pero estaremos mucho peor. Y esto vale también paranuestro país, puesto que, si bien es cierto que elimpacto de la crisis ha sido mucho menor gracias a losaltos precios de las exportaciones agropecuarias, laotra cara de esto es la profundización de un perfil pro-ductivo extractivo-agroexportador que lo hace cadavez más dependiente del mercado mundial y sus fluc-tuaciones incontrolables. Lo más importante es lo quemás se oculta: asistimos al despliegue del potencialautodestructivo del capitalismo, en una fase caracte-rizada por la producción destructiva, la superfluidad,el desperdicio, la corrosión del trabajo por el desem-pleo estructural y la precarización, así como por la des-trucción a escala planetaria de bienes comunes yequilibrios ecológicos.

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Esto nos lleva a considerar otra crisis con tempo-ralidades y cursos aún más imprevisibles que los de laeconomía: la crisis ecológica y ambiental, que soca-va ya las condiciones que posibilitan la reproducciónsocial de algunos de los pueblos más vulnerables delplaneta y constituye una amenaza inminente a las con-diciones necesarias para la supervivencia de la huma-nidad. Isabelle Stengers, historiadora de la ciencia yepistemóloga, nos advierte que debemos enfrentar loque llama “una verdad que perturba”:

La “verdad que perturba” es que la “naturaleza” hasido maltratada hasta tal punto, de manera tan extre-ma, que ella ha comenzado a hacer “intrusión” a unaescala que va a ir en aumento. La cuestión no essaber que haremos en los tiempos futuros y más pro-picios del socialismo. Estamos frente a un problemainmediato. Esta cuestión es profundamente política,en el sentido de que la vida de centenares de millo-nes de personas será directamente afectada y muchasveces amenazada. Porque “la intrusión de Gaia”2 seproduce en el marco de un sistema de explotacióneconómica y de dominación social, en que el cam-bio climático es visto por los dominantes por un ladocomo fuente de inversiones y ganancias, por el otrocomo un problema de mantenimiento del orden,junto a muchos otros (Chesnais, 2009: 20-21)

Un síntoma de esto es que al terremoto en Haití,que provocara más de 200.000 muertos y una destruc-ción material incalculable, los Estados Unidos respon-dieron desembarcando 15.000 marines (con la venia

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2 Según afirma Stengers, extendiendo trabajos anteriores deJames Lovelock y Lynn Margulis “Gaia, ‘planeta viviente’, debeser reconocido como un ‘ser’ y no como una sumatoria de proce-sos” (citado en Chesnais, 2009: 21).

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de la ONU y la colaboración de militares brasileños yargentinos). Se hizo del país desvastado un campo deentrenamiento militar para la contención y manejo demasas empobrecidas hasta lo inimaginable. Se entre-nan en el territorio más pauperizado del continente,porque se preparan para manejarnos con tales méto-dos en toda Nuestra América y en el resto del mundo.3

Crisis económica y crisis ecológico-ambiental seentrelazan y potencian constituyendo un cóctel explo-sivo que apenas ha comenzado a ser investigado enprofundidad. Pero lo que ya sabemos permite adver-tir que, con ellas y más allá de ellas, estamos anteuna verdadera crisis civilizatoria. Es la crisis del deve-nir-mundo del capitalismo y su sistema mundial deEstados, con la particularidad de que la decadenciadel centro hegemónico (Estados Unidos) coincide oconverge con la declinación más general de toda unafase civilizatoria occidental-capitalista, impregnadapor el fetichismo de la mercancía y otras fantasma-gorías (el “crecimiento”, el “progreso”, etcétera). Esla crisis de modelos de urbanización que amontonanen condiciones cada vez más insoportables a millonesde hambrientos en megalópolis hostiles a la sociabi-lidad. Es la catástrofe simbólica y de valores, gene-radora de una pandemia de padecimientos mentalesy ruptura de los lazos sociales. Crisis que evidenciay profundiza el carácter sustancialmente depredadory destructivo de un metabolismo social-económicomodelado por el capital, orientado a la búsqueda ili-

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3 Un ejemplo elocuente de lo que afirmamos es que la ocu-pación militar de las favelas de Río de Janeiro ordenada por Lula,fue realizada por una fuerza de choque adiestrada precisamenteen Haití.

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mitada del “crecimiento”, de la ganancia, de la valo-rización del valor.

Con una notable capacidad de anticipación teóri-ca, Marx apuntó en 1857: “El mercado mundial cons-tituye a la vez que el supuesto, el soporte delconjunto. Las crisis representan entonces el síntomageneral de la superación de [ese] supuesto y el impul-so a la asunción de una nueva forma histórica” (Marx,1971b: 163).

Un siglo y medio después, lo que Marx anticipabateóricamente se nos presenta como un desafío presen-te. Todo lo escrito en esta introducción nos lleva a pen-sar que se está ingresando en una época de transicióno en una transición épocal. Esto implica diversas tran-siciones o, dicho de otro modo, procesos transiciona-les en distintos terrenos: a nivel de nuestro bagajeteórico y conceptual, en el terreno de la lucha y lasconstrucciones políticas y, sobre todo, en el comple-jo asunto de la revolución y la transición socialistas.Como ha dicho recientemente el geógrafo y antropó-logo marxista David Harvey:

las incertidumbres respecto a las posibles salidas seacentúan en períodos de crisis. Se abren paso todotipo de posibilidades locales, tanto para capitalistasemergentes en uno u otro nuevo espacio donde pue-den encontrar la ocasión de enfrentarse a las viejashegemonías de clase y de territorio […] como para lospropios movimientos radicales a la hora de confron-tarse a un poder de clase ya desestabilizado. Decirque la clase capitalista y el capitalismo puedensobrevivir no significa que están predestinados aello, ni que esté resuelta la cuestión de su forma futu-ra. Las crisis son momentos de paradojas y de posi-bilidades. […] Podría ser que no hubiera soluciones

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capitalistas efectivas a largo plazo a esta crisis del capi-talismo (aparte de una vuelta a las manipulaciones delcapital ficticio). En este estadio, los cambios cuanti-tativos llevan a deslizamientos cualitativos y hay quetomarse en serio la idea de que podríamos estar pre-cisamente en ese punto de inflexión en la historia delcapitalismo. Cuestionar el futuro del capitalismocomo sistema social viable debería estar por tanto enel centro del debate actual (Harvey, 2010).

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Si a los avatares de la crisis mundial que hemosvenido considerando se suma un repaso de la carto-grafía del cambio en Nuestra América, es fácil adver-tir que estamos ante un inmenso rompecabezas paraarmar, un nuevo desafío al que la vieja izquierda noestá en condiciones de responder porque es incapazincluso de reconocerlo. Para ayudar a construir ofabricar respuestas nuevas, es preciso que una nuevaizquierda independizada de moldes partidocráticos seatreva a desarrollar un pensamiento crítico que, talcomo lo reclamara el peruano José Carlos Mariáteguipara nuestro socialismo, no sea “ni calco ni copia”.Nuestros recursos teóricos y conceptuales no sonherramientas dadas: debemos concebirlos como instru-mentos siempre en construcción. Y en discusión.

Para el desarrollo de este pensamiento crítico con-tinúa siendo imprescindible el aporte del marxismo,pero es preciso advertir que existen muchos “marxis-mos”, y que las pretensiones de quienes se creen due-ños de la verdad porque son capaces de citar Elcapital, son ridículas: el propio Marx desautorizó ese

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Transición en las ideas yla teoría: desarrollar un

pensamiento crítico y plebeyo

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tipo de pose declarando muchas veces: “no soy mar-xista”. Ocurre que Marx mismo fue polémico y poli-fónico, discutió con todos y consigo mismo, y lo quenos legó es en gran medida un lenguaje: no un idio-ma muerto, sino una lengua viva que se sigue cons-truyendo con la critica radical, anticapitalista,feminista, ecosocialista: un combate en desarrollo,un horizonte emancipatorio. El marxismo existe comouna multiplicidad de interpretaciones, muchas vecesencontradas. Y entre todas ellas, “mi” interpretación(una interpretación colectiva, como es obvio) recu-pera y destaca los trazos gruesos de un marxismo queno es liberticida sino, más bien, libertario. Y por aña-didura, “situado”: nuestro marxismo es inequívoca-mente anticapitalista pero también y al mismotiempo está dirigido contra el eurocentrismo y lacolonialidad del poder y del saber1. Incluso autocrí-ticamente.

El proyecto inconcluso de Marx

El trabajo de Marx fue colosal, se desplegó duran-te más de cuarenta años, a lo largo de los cuales susteorías experimentaron alteraciones y enriquecimien-tos, en buena medida por la confrontación con las cir-cunstancias históricas, las experiencias de la lucha declases y su íntima convicción de que era inconcebiblela teorización revolucionaria sin un continuado ejer-

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1 Ver “Colonialidad del poder, eurocentrismo y América La-tina” de Aníbal Quijano, en Edgardo Lander (comp.), La colonia-lidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociale. Perspectivas la-tinoamericanas. Buenos aires, CLACSO, 2000.

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cicio crítico y autocrítico, acorde al “objeto de estu-dio”, puesto que

Las revoluciones proletarias [...] se critican constan-temente a sí mismas, se interrumpen continuamenteen su propia marcha, vuelven sobre lo que parecía ter-minado para comenzarlo de nuevo desde el principio,se burlan concienzuda y cruelmente de las indecisio-nes, de los lados flojos y de la mezquindad de los pri-meros intentos (Marx, 1972: 20).

En todo caso, su monumental labor teórica y polí-tica no culminó en una “obra” que pudiera ser consi-derada más o menos definitiva. Sus libros, los artículosperiodísticos y sobre todo sus anotaciones volcadas encuadernos “borradores” que parecen inagotables,2deben ser considerados más bien como un “obrador”,una inmensa obra en construcción, con partes termi-nadas, otras a medio construir y muchas apenas insi-nuadas, con planos llenos de tachaduras y enmiendas,con instrumentos conceptuales sólidos y sofisticadosmezclados con otros de dudosa utilidad. Su audaz pro-yecto crítico quedó inconcluso. Esto implica hacernoscargo de que la obra de Marx exige una lectura diná-mica y atenta al hecho de que el mismo tomo I de Elcapital (único volumen publicado con la supervisióndel autor), constituye el “avance” de un trabajo en

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2 De hecho, aún hoy se está lejos de haber publicado la tota-lidad de la obra marxiana. Para que se tenga una idea, vale men-cionar que la Internationale Marx-Engels Stiftung (IMES, FundaciónInternacional Marx-Engels), formada por instituciones de Holanda,Alemania y Rusia, que se ha fijado el objetivo de completar la edi-ción crítica de las Obras Completas de Marx y Engels (MEGA, enalemán), estiman lograrlo... en el año 2025.

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marcha. Mucho más vale esa advertencia para lostomos II y III de El capital, o para la Historia críticade la teoría de la plusvalía, que son libros armados(por Friedrich Engels y Karl Kautsky respectivamente)tras la muerte de Marx y a partir de sus manuscritos.Manuscritos que eran borradores no solo en el senti-do de no estar listos para ser enviados a la imprenta,sino también y sobre todo porque el mismo autoradvirtió expresamente que “En esta abstracción,todas estas tesis son correctas para la proporción solodesde el punto de vista que ahora asumimos. Se agre-garán otras relaciones, que la modificarán conside-rablemente” (Marx, 1971b: 284).

Este era un de sus principios metodológicos: revi-sar constantemente las formulaciones y modificarlas“considerablemente” a medida que la mayor compren-sión de los cambiantes conjuntos de relaciones per-mitiera determinar esos conceptos y enriquecer susconnotaciones. El programa de investigación de Marxpreveía trabajar sobre una multiplicidad de cuestio-nes que, culminada la labor, serían presentadas encinco secciones... Tres de las cuales no llegó a desa-rrollar: las referidas al Estado, a la división interna-cional del trabajo y el comercio, y a la conformacióndel mercado mundial y las crisis. Esto tiene una tre-menda importancia, puesto que “Se suponía que estaúltima ‘quinta sección’ analizaría el mercado mundialcomo el marco dentro del cual la ‘totalidad de losmomentos’ se torna visible junto con la ‘totalidad delas contradicciones’, por cuanto entran en juego bajola forma de crisis en una escala global” (Mészáros,2001: 491).

Cuestiones teóricas y políticas tan importantescomo la relación entre el antagonismo de clase y las

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luchas políticas, o del principio de autoemancipaciónen tensión con las limitaciones y contradicciones delas organizaciones obreras existentes, entre otras, fue-ron abordadas muchas veces y siempre con conoci-mientos, agudeza y profundidad, pero de manerafragmentaria o tangencial. Como escribiera hace yatiempo Mészáros:

La consecuencia de todo esto es que, por una parte,un cierto número de proposiciones paradójicas y másbien ambiguas debieron cerrar la brecha entre lasituación prevaleciente y las anticipaciones históricasa largo plazo y que, por la otra, en la perspectiva mar-xista no pudo darse el debido peso a ciertas caracte-rísticas importantes de la existencia (fragmentada) dela clase trabajadora (Mészáros, 1985: 83).

Cabe agregar que ni siquiera un genio puede esca-par completamente al condicionamiento del escena-rio histórico en que vive; y que, como el mismo Marxlo advirtiera, incluso en la más radical de las críticasexiste cierta dependencia de lo que se niega. Esto setradujo, por ejemplo, en una valoración en granmedida acrítica del “desarrollo de las fuerzas produc-tivas” así como en la concepción unilateral de que esacreciente “productividad” incrementaba las “condicio-nes materiales de la emancipación”. Finalmente, estáel hecho de que el horizonte político de las previsio-nes marxianas estaba dominado por la esperanza deque la expansión del capitalismo desde Europa al con-junto del mundo a fines del siglo XIX (“el segundo sigloXVI de la sociedad burguesa”, escribió Marx) termina-ría con el capitalismo en la tumba, como resultado delas revoluciones socialistas triunfantes del proletaria-do en los países desarrollados de Europa. Pero esa

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perspectiva política resultó rotundamente superadacuando los nuevos desarrollos del capital y sus formasestatales, alcanzando la “fase imperialista” e impo-niendo a la humanidad el pesado costo de dos guerrasmundiales, dieron al capital una inesperada capacidadde supervivencia, logrando incluso, además de profun-dizar la fragmentación y diferenciación de los traba-jadores a escala internacional, extender e intensificarsu “doble explotación”: ya no solo como productores,sino también en cuanto consumidores.

El archipiélago de los mil (y un) marxismos

Lo cierto fue que, contra las previsiones de Marx(y posteriormente las del mismo Lenin), el sistemacapitalista mundial dio muestras de tal flexibilidad yresiliencia3 que, a lo largo del siglo XX , fue capaz deimpulsar la expansión global del capital y de asimilarlos desafíos planteados por las rupturas parciales quese produjeron en los “eslabones débiles” del capita-lismo imperialista, y que dieron lugar a la Rusia sovié-tica tras la Primera Guerra Mundial y, al salir de laSegunda Guerra, el llamado glacis4 de la Europa del

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3 La resiliencia es un término que proviene de la física y serefiere a la capacidad de un material para recobrar su forma des-pués de haber estado sometido a altas presiones. Fue tomado porla psicología y otras ciencias para indicar la capacidad de una per-sona u organismo de superar presiones y dificultades o, incluso,convertir esos obstáculos en factores dinamizadores de nuevosdesarrollos.

4 Glacis es un término que originalmente designa un terrenodescubierto y levemente inclinado que, rodeando una fortificación,no ofrece refugio a posibles agresores. Por extensión, el término

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Este, y en Asia, la China Popular, seguida por Coreadel Norte y Vietnam del Norte.

Esta capacidad de supervivencia y expansión delcapitalismo, completamente imprevista, tuvo efectosdestructivos en las organizaciones obreras, en el movi-miento socialista internacional y en los procesos de libe-ración nacional del mundo colonial. Lo que comenzócomo reparto del mundo en zonas de influencia y “coe-xistencia pacífica”, derivó en derrotas, descomposicióny capitulación. Y su correlato, en el terreno de las ideas:un generalizado repudio “al marxismo” tal y como habíasido asumido por parte de amplísimas franjas de la inte-lectualidad y la izquierda institucionales. Los renega-dos proliferaron y actúan todavía como censores yceladores que pontifican, desde un discurso “posibilis-ta”, sobre lo “políticamente correcto”.

Felizmente, esa deriva liquidacionista comenzó aser desafiada hacia fines del siglo XX por nuevos apor-tes y discusiones, conformando lo que el recientemen-te fallecido marxista francés Daniel Bensaïd denominó“el archipiélago de los mil (y un) marxismos”, dicien-do que podría “constituir el tronco común de un pro-grama de investigación” pero advirtiendo también queeste “solamente tiene realmente futuro si, en lugarde encerrarse en el ámbito universitario, logra esta-blecer una relación orgánica con la práctica renova-da de los movimientos sociales, en particular, con lasresistencias a la mundialización imperialista” (Bensaïd,2003: 16)

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se utilizó para designar el espacio-tampón conformado y dirigidopor la URSS (las llamadas “Democracias Populares” de la Europadel Este y el Pacto de Varsovia) tras la Segunda Guerra, a fin deoptimizar la defensa del territorio y el régimen.

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En este archipiélago se puede inscribir, con rasgosoriginales, nuestro propio intento de asumir los desa-fíos de la transición en el terreno de las ideas, remo-viendo anacrónicas ortodoxias y desgarrando elconformismo posmoderno. Aunque tal vez convengaaclarar, antes de seguir, que sostener la necesidad deuna renovación y desarrollo del pensamiento crítico nosignifica añorar la adormecedora “certidumbre” de lavieja y adocenada “ortodoxia” marxista, ni puedeentenderse como una búsqueda narcisista de “origi-nalidad” intelectual o el cultivo de alguna “intransi-gencia” doctrinaria. Se trata de reconocer y superarun problema, y con respecto a como hacerlo estoy deacuerdo con Michael Löwy cuando escribe:

¿Cómo corregir [...] las numerosas lagunas, limitacio-nes e insuficiencias de Marx y de la tradición mar-xista? Por medio de un comportamiento abierto, unadisposición a aprender y enriquecerse con las críti-cas y los aportes provenientes de otros sectores —y,en primer lugar, de los movimientos sociales, “clá-sicos”, como los movimientos obreros y campesinos,o nuevos, como la ecología, el feminismo, los movi-miento para la defensa de los derechos del hombreo para la liberación de los pueblos oprimidos, el indi-genismo, la teología de la liberación—. Pero tambiénes necesario que los marxistas aprendan a “revisitar”las otras corrientes socialistas y emancipadoras —inclu-yendo las que Marx y Engels ya habían “refutado”—cuyas intuiciones, ausentes o poco desarrolladas enel “socialismo científico”, a menudo se revelaronfecundas: los socialismos y feminismos “utópicos” delsiglo XIX [...], los socialismos libertarios (anarquis-tas o anarcosindicalista) y, en particular, lo que yollamaría los socialistas románticos, los más críticos

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en relación con las ilusiones del progreso [...] final-mente, la renovación crítica del marxismo exige tam-bién su enriquecimiento por medio de las formas másavanzadas y más productivas del pensamiento nomarxista [...], así como la consideración de losresultados limitados pero a menudo útiles de lasdiversas ramas de la ciencia social universitaria(Löwy, 2010: 16-17).

Teoría revolucionaria, no doctrinaria

Creo que el desarrollo del pensamiento crítico nodebe ser concebido como tarea de una “escuela” máso menos exclusiva. Crecerá con opiniones diversas ymuchas veces encontradas. Un modesto ejemplo deque es posible hacerlo lo da la trayectoria de unapublicación en la que tengo el privilegio de participardesde su fundación: Herramienta. Revista de debatey crítica marxista. En 1996, la presentamos como “unarevista abierta a diversos aportes del pensamientomarxista o que aun sin provenir del marxismo propon-ga respuestas fundadas a los problemas que enfrenta-mos” (Herramienta 1, 2006: 4). Y diez años despuéspude escribir:

el colectivo que de hecho se viene conformando condecenas de colaboradores argentinos, latinoamerica-nos, estadounidenses y europeos que —desde muydiversas disciplinas y tradiciones teórico políticas—convergen en Herramienta es, tal vez, el resultadomás promisorio del camino recorrido. Representa unaplataforma para pensar y asumir nuevos y más auda-ces proyectos, buscando en todo caso conservar eincrementar la diversidad temática, la riqueza de

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enfoques y la convergencia de trabajo con distintos“registros” en esta revista un tanto insólita, que sediferencia de la chatura dogmática y consignista detantas publicaciones de izquierda, y simultáneamen-te rompe los límites políticos y cánones ‘disciplina-rios’ de las producciones académicas [...] hemos idotejiendo una red de relaciones teóricas, políticas yhumanas que existe y se extiende porque, indepen-dientemente de discrepancias y discusiones más omenos fuertes, se valora la comunidad del esfuerzodigno, solidario y comprometido con todas las expe-riencias emancipatorias colectivas. Es una construc-ción que nos supera y desborda, en la medida mismaen que, así, nuestro colectivo se articula e integra conotras publicaciones y múltiples emprendimientos teó-rico-político-culturales, tratando en todos los casosde aprender y aportar (Casas, 2006: 9, 11).

Quiero destacar ahora que esa necesidad de uncomportamiento abierto que recomienda Löwy yejemplifico apelando a la experiencia de un colecti-vo editorial teórico-político, es asumida y practicadaen términos aún más audaces por el Frente PopularDarío Santillán. A partir de la convicción de que “lasideas políticas correctas no se deducen lógicamentede premisas generales sino que se construyen en eltiempo”, en uno de sus documentos de trabajo seexplicita que

el FPDS se construye desde una definición movimien-tista en lo ideológico. Esto significaba que se constru-ye desde definiciones básicas como el anticapitalismo,el antiimperialismo y su apuesta al socialismo.Posteriormente agregará el antipatriarcado. Pero noasume una identidad ideológica cerrada sino que con-

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tiene militantes de diversas procedencias ideológi-cas (marxistas de distintas líneas, anarquistas, cris-tianos de la teología de la liberación, peronistas deizquierda, feministas, autonomistas) que van proce-sando la nueva síntesis sin asumirse como tenden-cias (FPDS, 2010)

Allí se explica además que los tiempos de debaterelativamente extensos que esto implica no fueronparalizantes:

en una misma organización han convivido posturasdivergentes y se pudieron desarrollar prácticas con-juntas sin generar divisiones, ni rupturas. Y duranteun [relativamente] largo lapso de tiempo ningunaposición convirtió en cuestiones de principios estosdebates. Las prácticas no se paralizaron y fueronorientadas de acuerdo a lo que consensuaba la mayo-ría. La posibilidad de avanzar hacia una síntesis polí-tica supone descartar la idea de que algún grupo esportador de las ideas correctas, justificadas desdedistintos criterios de autoridad. Las ideas correctasestán en el horizonte, en consecuencia presuponencontemplar las diferencias, aceptar ensayos en unsentido u otro, y tener mucha paciencia.

Semejante perspectiva es tan necesaria comopolémica, en la medida que refuta la dañina preten-sión de que, disponiendo del adecuado manejo de unateoría “científica” podría o debería orientarse la luchapolítica, concepción que, de hecho, ha sido una de lasmás extendidas y dañinas desviaciones propagadas ennombre del marxismo. Lo que no deja de ser una nota-ble paradoja, porque desde sus primeros textos “comu-nistas” Marx había prevenido contra semejante

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concepción, condenando la idea de que el cambio socialpodía ser impulsado por “educadores” colocados porencima del resto de la sociedad y sosteniendo que, porel contrario: “la coincidencia del cambio de las circuns-tancias y de la actividad humana o auto cambio solopuede concebirse y entenderse racionalmente comopráctica revolucionaria” (Marx, 1975: 665-666).5

Marx fue un teórico y polemista implacable, perode ninguna manera un “doctrinario”, y por eso en elfamoso Manifiesto escribió que los comunistas “no sos-tienen principios particulares, de acuerdo con los cua-les se proponen modelar el movimiento proletario”. Ypara que no quedaran dudas acerca de lo que preten-día decir agregó poco más adelante:

Las consignas teóricas de los comunistas no se basande ningún modo en ideas, en principios que hayansido inventados o descubiertos por tal o cual refor-mador del mundo. Son solo expresiones generales delas circunstancias concretas de una lucha de clasesexistente, de un movimiento histórico que se desplie-ga ante nuestros ojos (Marx, 2008: 41-42)

Por otra parte, precisamente porque Marx no eraun doctrinario y prestaba el máximo de atención a la“lucha de clases existente”, advertía también que larevolución contra el orden del capital proponía un paso

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5 Son muchas y diversas las versiones de las Tesis sobreFeuerbach entre otras cosas porque a las dificultades de la tra-ducción se suma la existencia de distintos “originales”: el de Marxy el de Marx retocado por Engels. En relación a la tesis 3, opta-mos utilizar la redacción de Marx y mantener el término clave deautocambio o autotransformación —Selbstveränderung escribeMarx—, entendiendo que la supresión del mismo modifica sensi-blemente el contenido.

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histórico sin precedentes: “La existencia de una claseoprimida es la condición vital de toda sociedad fun-dada en la contradicción de clases. La emancipaciónde la clase oprimida implica, pues, necesariamente lacreación de una sociedad nueva [...] una revolucióntotal” (Marx, 1987: 137).

Lo que Marx decía es que, dado que el capitalis-mo nos expropia, nos explota y desvaloriza y tiende aconvertirnos en nada, debemos cambiar todo, y nadiequerrá o podrá hacerlo por nosotros. Y así fue escri-to en los Estatutos de la Asociación Internacional delos Trabajadores: “la emancipación de la clase obre-ra debe ser obra de la clase obrera misma”.

Mutatis mutandis, también en nuestros días la teo-ría no debe ser doctrinaria sino revolucionaria y estoimplica, especialmente en Nuestra América, prestar elmáximo de atención a la vital irrupción de las clasessubalternas con movimientos y prácticas sociales ypolíticas portadoras de una potencia creativa que, másallá de ambigüedades y contradicciones, contrasta conla continuada y repetitiva descomposición de los polí-ticos del sistema, de las izquierdas “institucionales”y de los “sabihondos” sectarios. Sin idealizar estasdiversificadas experiencias y construcciones, debemosasumirlas como propias por algo que salta a la vista,pero resulta invisible para quienes siguen aferrados ala idea de que la revolución debe ser dirigida “desdearriba”: no han resuelto los problemas de fondo, perohan transformado el terreno y los términos en quedichos problemas se plantean. Constituyen genuinasaproximaciones a la práctica revolucionaria concebi-da como “coincidencia del cambio de las circunstan-cias y de la actividad humana o autocambio” (Marx,1975: 666).

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El pensamiento crítico debe fusionarse con estapráctica revolucionaria, si quiere ser capaz de anali-zar el mundo social con sus prácticas y la manera (alie-nada) en que los seres humanos se insertan en ellas,sin conformarse con oponer a la realidad una conde-na moral abstracta e impotente. No puede haber pro-cesos de liberación y emancipación sin la construcciónde relaciones sociales que en sí mismas los contengany debemos ayudar a la forja de instrumentos intelec-tuales para una práctica que contribuya a que ese tipode nuevas relaciones emerja o se desarrolle. Al mismotiempo, es necesario un esfuerzo sistemático apunta-do a reconocer las limitaciones y aun los obstáculosque nuestras mismas ideas pueden llegar a represen-tar para la transformación de la sociedad. Como noqueremos proponer teorías que dominen las prácticassociales, nuestra crítica debe ayudar a liberarlas, bus-cando para establecer con ellas nuevas relaciones.Debemos aspirar a que el mismo proceso de conoci-miento se afirme como una relación social que tien-de a superar el aislamiento, la competencia y laviolencia de las relaciones interindividuales que sonpropias del orden del capital.

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El historiador y ensayista Omar Acha, uno de losque apuesta y aporta al nacimiento de una nueva gene-ración intelectual en la Argentina, ha escrito que “Elsubdesarrollo del pensamiento político marxista per-mitió que se introdujeran subrepticiamente elemen-tos de derecha en su seno. Como no había nocionessólidas para detectarlos, pasaron desapercibidos”. Yagrega que cuando Kautsky y Lenin “situaron la estra-tegia socialista en el terreno político” lo hicieron detal modo que

Instituyeron una visión vertical de la política revolu-cionaria [...] Al depositar la claridad marxista en elpartido, naturalmente con importantes diferenciasentre ambos, sentaron las bases de una expropiaciónde la voluntad política de la clase obrera. Instalaronla noción de un credo marxista que no debía ser“revisado”. El costo de la ortodoxia marxista [...] fuealto (Acha, 2008: 137-138).

Creo compartir la crítica formulada por Acha, y yavolveré sobre las expresiones y consecuencias de ese

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CCaappííttuulloo 33

Transición en política:otra política y otra manera

de hacer política

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“subdesarrollo del pensamiento político marxista”.Pero pienso que para superar esa falencia sigue sien-do necesario partir de la misma crítica marxiana, entanto devela los meandros a través de los cuales elcapital (relación social en virtud de la cual el objetoproducido deviene sujeto y comando sobre el produc-tor) implica la incontrolabilidad de la vida social yrepresenta una escisión antagónica que produce yreproduce continuamente la alienación y el fetichismo:de la mercancía, del dinero, del Estado. Ocupándosede las cuestiones “económicas” pero escudriñando másallá de las apariencias, supo advertir que la igualdadpolítica de los ciudadanos encubría las desigualdadessustanciales que existen en la sociedad capitalista“pues el poder político es precisamente la expresiónoficial de la contradicción de clase dentro de la socie-dad civil” (Marx, 1987: 137). De allí, finalmente, sucomprensión de que la emancipación humana reque-ría quebrar esa dominación del capital, revolucionan-do tanto la esfera socioeconómica como el poderpolítico que, disueltos los antiguos lazos de dependen-cia personal del feudalismo, se construyó (y se recreapermanentemente) sobre la base del moderno anta-gonismo. Partidario de la revolución social, Marx asu-mió la necesidad de la lucha política sin dejar deplantear una crítica sustancial a esta. A la idealiza-ción de la política como supuesto terreno de comuni-cación y realización humanas, opuso la sólidaconvicción de que constituía en realidad una “malamediación”: no superación, sino más bien expresiónde limitaciones que, materialmente ancladas en elantagonismo social, impiden a los hombres realizarseplenamente como tales. Su teoría de la revolucióncomo autoemancipación de los explotados en marcha

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hacia una nueva sociedad (o forma histórica) siguesiendo un punto de partida ineludible para superar elsubdesarrollo señalado al inicio de este capítulo (yguarda relación con lo dicho en el anterior capítulosobre el carácter inconcluso del proyecto de Marx). Situviera entonces que señalar lo que considero elnúcleo duro (y válido) de la concepción marxista, diríaque la política socialista consiste, siempre y en cadamomento, en asumir y llevar adelante la tarea de res-tituir o devolverle al cuerpo social los poderes usur-pados por la política burgués-estatalista: “La políticasocialista o sigue la senda que le fijó Marx —del sus-titucionismo a la restitución— o deja de ser políticasocialista y, en vez de ‘autoabolirse’ a su debido tiem-po, se convierte en autoperpetuación autoritaria”(Meszáros, 2001: 539).

Hay que rescatar también la concepción de quela revolución no resulta ni de un determinismo eco-nómico, ni de un puro voluntarismo político. Es un pro-ceso que adviene sobre la base de determinadascondiciones o prerrequisitos objetivos y la acción deun sujeto colectivo que, con su práctica revoluciona-ria, apuesta e intenta la transformación revoluciona-ria tanto de las circunstancias como de la misma genteque lucha por el cambio.

Insuficiencias y anacronismos

Y sin embargo, como ya se dijo, la teoría de larevolución y de la política que nos legara Marx resul-ta en algunos aspectos insuficiente o anacrónica. Y nosolo por los inmensos cambios que se han acumuladoa lo largo de un siglo y medio, sino porque existían en

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esa elaboración “puntos ciegos”, ambigüedades y expec-tativas refutadas por la realidad. Me limitaré a señalardos, que tuvieron significativas consecuencias políticas.

El primero, tiene que ver con el desarrollo de laorganización y conciencia de los trabajadores. Marxhabía advertido ya en el Manifiesto Comunista que laclase trabajadora, sometida a la explotación de unamultiplicidad de capitales, estaba necesariamentefragmentada y que las condiciones materiales empu-jaban a que los trabajadores compitieran entre sí.Posteriormente, en el curso de su investigación críti-ca de la economía política, se refirió con más detalley profundidad a estas cuestiones y otras estrechamen-te relacionadas, como la subsunción real del trabajo,la producción del trabajo abstracto, etcétera.Paradójicamente, estos progresos teóricos no tuvieronun correlato en el terreno político. De hecho, se subes-timó el impacto que el desarrollo de estos mecanis-mos cada vez más sofisticados tendría a largo plazoen el desarrollo de la organización (sindical y políti-ca) de la clase obrera y de su conciencia. Peor aún,se alentó la confianza en que la creciente concentra-ción y combinación del capital y el desarrollo de lagran industria acarreaban, como contrapartida, la ace-lerada multiplicación de la fuerza, la organizacióncolectiva y la conciencia de la clase obrera. No ocu-rrió así. La fragmentación y las desigualdades de lostrabajadores se mantuvieron y agravaron, alentandoasí, directa o indirectamente, recurrentes esperanzasy confianza en el rol “correctivo” del Estado.

Otro error que tuvo consecuencias políticas nega-tivas fue la caracterización de que el “bonapartismo”,al estilo de la Segunda República en Francia, consti-tuía para la clase dominante “la única forma de gobier-

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no posible” y “la forma última” del poder estatal bur-gués (Marx, 2003: 63-64). La correlativa suposición fueque el “parlamentarismo” estaba liquidado. Ocurrióalgo completamente diferente. A fin del siglo XIX y alo largo del siglo XX se sucedieron cambios estructu-rales y en las superestructuras políticas del capitalis-mo, incluyendo profundas transformaciones del Estadoy del sistema mundial de Estados. En cuanto al parla-mentarismo, pronto se reveló capaz de apresar entresus redes a los partidos obreros de Europa, incluso alPartido Obrero Socialdemócrata Alemán, el más fuer-te del Viejo Continente y supuesto custodio del mar-xismo. En lugar de sentarse sobre las bayonetas delejército y confiar la salvaguarda de sus intereses declase al “Estado gendarme”, la burguesía supo afirmar-se como clase dominante desplegándose tambiéncomo clase dirigente, utilizando la cohesión y el con-senso, desde un Estado que, además de reprimir, edu-caba y “moralizaba” con sus valores a las clasessubalternas, montando “casamatas” en la sociedadcivil e incluso entre los trabajadores. Pero esto no loadvirtió Marx, sino el italiano Antonio Gramsci, ymuchos años después. Así pues, Marx señaló objetivosgenerales y principios válidos estratégicamente que,sin embargo, resultan actualmente insuficientes.

Redefinir lo político y las políticas contra hegemónicas

Urgen desarrollos teóricos y prácticos para preci-sar aquellas tareas políticas y las mediaciones que per-mitan afrontar los problemas de la transición.Felizmente, a pesar y en contra de la revolución con-

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servadora, existen aportes y discusiones en las quepodemos y debemos apoyarnos. La mexicana RhinaRoux ha sintetizado muchos debates en un artículo queconsidero digno de mención. Sobre las relacionesentre Estado y política precisa que:

El Estado no es una cosa ni se reduce a los gober-nantes. No es una sustancia, un sujeto o un enteexterno a la sociedad. El Estado es un proceso rela-cional: un proceso activo, dinámico, fluido, que seteje en interacciones recíprocas entre los sereshumanos, que se realiza en el conflicto y en cuya con-figuración participan también las clases subalternas[…]. Este momento político del que “brota” la forma-Estado no es producto del arbitrio ni de un engañocolectivo. Está anclado, por un lado, en la política:actividad humana que relaciona a los hombres entanto copartícipes de una forma organizada de suvida en común, de su vida pública (res publica). Estácontenido, por el otro, en la propia dialéctica de ladominación que, para ser tal, supone al mismo tiem-po un proceso de negación y reconocimiento deldominado […]. El Estado es en realidad un procesoinestable. En su existencia y modo de manifestación,la forma-Estado expresa el permanente intento deunificar una sociedad, de suspender el conflicto, deinstitucionalizar y domesticar la política. Pero nuncaese proceso queda fijado, cristalizado. Porque setrata de un vínculo dinámico entre seres humanos,la estatización de la vida social está siempre atrave-sada por el conflicto y desbordada por la políticaautónoma de las clases subalternas (Roux, 2002: s/n)

Así, dejando de lado los tan frecuentes abordajes“metafísicos” del Estado, puede intentarse una rede-finición radical de lo político. Escribe Roux:

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La política es un concepto que desborda lo estatal.La política refiere a esa cualidad específicamentehumana -no presente en ningún otro ser vivo sobrela tierra: el atributo de la libertad, de la acciónhumana orientada a la construcción de las normasque regulan la convivencia. En contraste con las acti-vidades orientadas a la reproducción material de lavida, a la satisfacción de necesidades (producción,intercambio), la política es el ámbito de la confron-tación en el que se decide el cómo organizamos,nosotros —no ellos— nuestra vida colectiva (íd.).

Asumiendo esta perspectiva, es posible dejar delado la falsa opción entre los partidarios del politicis-mo estatalista y aquellos que sostienen una posturaradicalmente antipolítica. Esta superación consiste enpasar a pensar y proyectar la confrontación política entérminos de otra política:

La lucha contra el capital es una confrontación polí-tica que, para ser efectiva, debe realizarse conmedios políticos. Ello no significa reducir la activi-dad política a la participación en elecciones o a laocupación de puestos en el aparato estatal (espaciospropios de la política estatal que, por lo demás, sontambién utilizados por las clases subalternas paraexpresar inconformidad y rebeldía). Significa que lalucha contra el capital es, sobre todo, una lucha porconstruir nuevas reglas de organización de la vidasocial: por redefinir las normas que ordenan la con-vivencia, lo que compete a todos, lo relativo a la respublica. Esta lucha es, necesariamente, una confron-tación política […] La lucha contra el nuevo poderincontrolable del capital global pasa no por una nega-ción de la política, ni por una apuesta a la pasividad,sino por una recuperación de la política (íd.).

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La importancia de esto va mucho más allá de loteórico, por cuanto habilita asumir construcciones polí-ticas de y para los de abajo:

supone también volver la mirada a las múltiples for-mas que adopta la política autónoma de las clasessubalternas: esa que nutrida en agravios y humilla-ciones, se construye cotidianamente en la experien-cia y está anclada en la memoria de luchas, victoriasy derrotas pasadas. […] Esa lucha supone, sí, una dis-puta por la soberanía: una confrontación en la quelo que se juega no es la ocupación del aparato admi-nistrativo del Estado, sino quién decide —y desde quéprincipios y con qué fines— las reglas que ordenan lavida de todos […] Si la lucha contra el capital es unalucha por la construcción de una nueva forma de rela-cionalidad social y por la recuperación de la condi-ción humana, entonces esa lucha es también,necesariamente, una que supone trascender la poli-ticidad enajenada: la expropiación por el capital a losseres humanos [...] del derecho a organizar, contro-lar y decidir libremente la forma de organización desu vida social. Es la lucha por la construcción de aque-llo que Marx, frente a la comunidad ilusoria estatal,visualizaba como una comunidad real y verdadera:una asociación política fundada en la libertad, en laplena realización de la individualidad concreta y enel reconocimiento recíproco como personas (íd.)

Desafíos para la nueva izquierda

Llegado a este punto, trataré de aportar algunasconsideraciones referidas a la posible construcción deuna nueva izquierda en nuestro país y en el particu-lar contexto de Nuestra América. Sin perjuicio de esto,

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cabe comenzar por advertir y asumir que la crisis dela izquierda viene de lejos y va mucho más allá de lasdebilidades y condicionamientos “históricos” de laizquierda argentina, en sus diversas vertientes. Dichode otra manera, los problemas de nuestra izquierdano pueden ser considerados al margen de los proble-mas y desafíos más o menos comunes a los que seenfrentan el conjunto de los trabajadores y sectorespopulares, a escala mundial. No se trata solamente deuna relación de fuerzas globalmente desfavorableque se deriva de una sucesión de pasadas derrotas, sinode algo característico de esta época transicional: porun lado, la urgencia de frenar el incremento de la bar-barie que se deriva de la crisis estructural del capi-tal; por el otro, la insuficiente preparación política yteórica de “los de abajo” para combatir al capitalis-mo de manera efectiva y sostenida.

En nuestro país, como en todo el mundo, las polí-ticas neoliberales abrieron una brecha inmensa entrela creciente riqueza acaparada por los explotadores ylas miserias (no solo pobreza) impuestas a la inmensamayoría del pueblo. Y si bien a partir del año 2003 lamasa de “desocupados estructurales” se redujo, eldesmantelamiento de las antiguas estructuraciones delos asalariados (tareas, categorizaciones, convenios,etcétera) y el salto cualitativo en la degeneración delas grandes organizaciones sindicales (cuyas cúpulas yaparatos, por lo demás, ya habían dejado de ser inde-pendientes mucho antes) han dejado marcas duraderasen el pueblo trabajador. Además, operan deliberada ysistemáticamente mecanismos de asimilación y/o dis-gregación de los movimientos y agrupamientos socialesconformados en la resistencia al neoliberalismo y/o enlas luchas para enfrentar la crisis de 2001. Continua-

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mente se tropieza con la arraigada práctica de lasdirecciones políticas y sindicales tradicionales apuntadaa desalentar movilizaciones y acciones directas, a afe-rrarse a reivindicaciones autolimitadas y objetivossectoriales, insistiendo en una orientación puramentedefensiva que se reveló ineficaz en el pasado y resultamás inútil en este momento histórico. Los avances ypretensiones del capital, en todos los terrenos, gene-ran múltiples y continuados conflictos; de tal modo quesi, por un lado, se fragmenta a los sectores populares,por el otro se “socializa” el conflicto despertando resis-tencias que podrían ser, de conjunto, antagónicas alcapitalismo. Claro que esto no es automático, puesreclamos sectoriales parcialmente contradictorios pue-den neutralizarse mutuamente, e incluso, en muchoscasos, ser manipulados para enfrentar a “pobres con-tra pobres”; pero lo cierto es, en todo caso, quedebemos asumir la generalizada conflictividad socialcomo terreno complejo en que la reconstrucción deuna identidad popular y de clase es necesaria y posi-ble, en la medida que colectivamente se recupere ofortalezca la capacidad de “hacer juntos” de los tra-bajadores, se rompan las formas fetichizadas de lasrelaciones sociales cotidianas y un genuino movi-miento popular recoja y proyecte las mejorestradiciones de lucha de nuestro pueblo, estrechandolos márgenes de maniobra de la colaboración de cla-ses y del populismo.

Apostar a una construcción que, sobre la marcha,vaya definiendo un camino superador de sendas yarecorridas, requiere voluntad, elaboración política,audacia comunicativa y flexibilidad organizativa. Solocon esta vocación e impulso será posible acercar fuer-zas y experiencias militantes diversas (a veces incluso

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conflictivas) y alentar a la convergencia de diversastradiciones para proyectarse conjunta y creativamen-te en una nueva perspectiva emancipatoria construi-da colectivamente. No hay recetas, ni sendaspreestablecidas para hacerlo. Pero creo que ayudaadvertir que nos enfrentamos con un enemigo multi-facético, lo que el filósofo cubano Gilberto ValdezGutiérrez ha denominado “el sistema de dominaciónmúltiple del capital”.1 Frente a semejante dominaciónmúltiple

Lo antisistémico actúa como horizonte de sentido delas resistencias y las luchas del presente (aunque te-niendo los pies y las mentes puestos en las contradic-ciones que deben ser resueltas en el plano social-po-pular, nacional y regional) que adelantan, desde lacotidianidad de esas luchas, procesos económicos,políticos y culturales en franco desafío a la lógica delcapital en todos los planos. Dicha perspectiva, enconsecuencia, va más allá de la mera sustitución deun régimen de propiedad por otro, ya que contieneun desafío integral a las formas de dominación múl-tiple del capital y a la civilización que este engen-dró a nivel planetario. Se trata de un potente es-fuerzo de ruptura radical con la lógica de dominacióny sujeción del capital en todas sus modalidades,desde lo económico productivo hasta lo simbólico cul-tural. Lo antisistémico se resignifica como subver-sión/superación no solo política, económica y socialdel capitalismo, sino civilizatoria y cultural, mediado

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1 Categoría formulada por el filósofo cubano Gilberto ValdezGutiérrez en su tesis de doctorado publicada en 2002 y enriqueci-da en los Talleres Internacionales sobre Paradigmas Emancipatoriosorganizados en La Habana por el grupo GALFISA y organizacionescomo el Centro Memorial Dr. Martin Luther King, Jr.

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por ejes transversales, cuyo centro es la diversidad(de género, étnico-racial, cultural, identitaria, etcé-tera). La referencia de los valores antisistémicos (an-ticapitalistas, antipatriarcales, por relaciones de pro-ducción no depredadora con el medio ambiente, endefensa de la diversidad natural, de la diversidad so-cial-humana) es clave para asumir esos valores en lacotidianeidad y fundar las acciones de transformaciónen esa ética y no desligar fines y medios” (Valdés Gu-tiérrez, 2009: s/n).

Las experiencias históricas y presentes, tanto aescala nacional como al nivel de Nuestra América, indi-can que existe entre los explotados y oprimidos unaheterogeneidad o variabilidad que difícilmente unPartido pueda ignorar, y menos aún subsumir. Son nece-sarios, entonces, tanto la capacidad de reconocer yrespetar diferencias, como un sistemático empeño deconvergencia, de autovaloración y formación que con-tribuya a unir lo diferente en luchas (y perspectivaspolíticas) comunes. Estas mismas experiencias nacio-nales y continentales sugieren la posibilidad y conve-niencia estratégicas de intervenir en todos los ámbitosde la sociedad, integrando a activistas y movimientossociales que son también políticos, y aglutinando losintereses de las distintas franjas populares en la cons-trucción de un proyecto político contrahegemónico. ElFrente Popular Darío Santillán habla en este sentidode “multisectorialidad”, y la asume como uno de susrasgos constitutivos. Pero esto, aun siendo valioso,representa tan solo un comienzo: se trata ahora de quela conquista metodológica y organizativa que es la“multisectorialidad” demuestre su “productividad”contribuyendo a la generación de políticas con las quepueda forjarse una voluntad colectiva por el cambio

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social capaz de ofrecer un proyecto emancipatorio aescala nacional y regional.

Cambiar, para cambiar el mundo

Desde la izquierda, hemos dicho y seguimos dicien-do con justa razón que es hora de terminar con el ver-ticalismo burocrático, el imperio de “los cuerposorgánicos” y los aparatos con que el peronismo pre-tende “controlar la calle”. Pero también la izquierdadebe dejar de lado todas las concepciones que, en unau otra forma, recrean la idea del Partido (o la Orga)“dirigente”, y viejos hábitos como la pretensión demimetizarse en organizaciones supuestamente ampliasque resultan ser “correas de transmisión” de directi-vas partidarias. Son concepciones y prácticas quereproducen relaciones jerárquicas derivadas de ladivisión social del trabajo. Es preciso repetir, tantasveces como sea necesario, que el instrumento políti-co que se requiere debe ser concebido como unmedio, una construcción en movimiento capaz de cam-biar al compás de los procesos en que se interviene yacomodándose a la praxis de sus componentes. Enotras palabras, una organización política que, enlugar de sustituir o imponer directivas desde afueradel movimiento real, sea parte del mismo y como talse construya, articulando diversas formas de organi-zación, acordes a las experiencias, necesidades e inte-reses de quienes las integran y del sector social en queluchan, desarrollando una praxis transformadora quetransforme la misma organización, promoviendo tantola capacidad autónoma de cada militante como unavoluntad común del colectivo.

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La batalla por el cambio social se articula con unareivindicación de la libertad que, desbordando el enfo-que liberal de la libertad individual contingente,potencia la tendencia de los hombres a liberarse dela necesidad para reapropiarse de una libertad verda-dera y socialmente compartible. Se trata de comba-tir y superar arraigadas deformaciones introducidas enlas grandes organizaciones obreras de masas por laburocratización y la presión del capital, recuperandovaliosas tradiciones que fueron siendo abandonadas enel camino: recordemos, por ejemplo, que el Manifiestodefinía al comunismo como “una asociación en que ellibre desarrollo de cada uno es la condición para el libredesarrollo de todos” (Marx-Engels 2008: 52). La liber-tad concebida como tendencia o movimiento tienediversos niveles: libertad, como conciencia y manejode la necesidad, con la mediación dialéctica del tra-bajo; libertad, como conquistada libertad común delos individuos asociados. Y constituye un progreso teó-rico y político advertir que la libre voluntad se verifi-ca también y sobre todo con el reconocimiento, no yade la necesidad, sino de los posibles.

A Gramsci se debe la indicación de que la volun-tad política deja de ser un registro de supuestas nece-sidades unívocas, para convertirse ella misma en unode los llamados “factores objetivos”, elevándose alnivel de una voluntad capaz de hacer una síntesis entreella misma y el conjunto de los condicionamientosobjetivos. Afirmando que la libertad es la dialécticade toda la historia humana, pero que en determinadomomento histórico se hace también “libertad conscien-te de serlo” (Gramsci, 2001: 130), sugiere que, a ladialéctica entre necesidad y libertad, se suma una dia-léctica superior entre libertad “objetiva” y concien-

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cia “subjetiva” de la libertad. Debemos luchar por unaampliación cualitativa de las libertades formales,conjugando las “libertades menores” en una libertadmayor que es el libre aporte a la construcción de una“voluntad general” capaz de revolucionar el injustoordenamiento social. Y la fracasada experiencia de lossocialismos estatal-policíacos nos enseña que semejan-te construcción colectiva no es posible sin un genui-no pluralismo socialista, por cuanto

la condición elemental para la puesta en practica dede los principios de una transformación socialista […]es la producción de una conciencia de masas socia-lista como única forma factible del auto desarrollode la acción en común. Y esta última, claro está, tansolo puede surgir de los constituyentes verdadera-mente autónomos y coordinados (no dominados ymanipulados jerárquicamente) de un movimientoinherentemente pluralista (Mészáros, 2001:799).

Poder popular y organizaciones revolucionarias

No postulo una nueva teoría de la organización, porla sencilla razón de que no la tengo. Pero esto nopuede ser un impedimento para sostener que debemosorganizarnos y luchar políticamente, dando pasosque, utilizando los métodos de prueba y error, la crí-tica y la autocrítica, se ajusten a las condiciones enque debemos actuar y a las experiencias y capacidadmilitantes acumuladas, incluyendo en esto la disposi-ción y capacidad de relación con los más amplios sec-tores del pueblo trabajador. Creo firmemente en lanecesidad de asumir la construcción de un “instrumen-to” o movimiento político-social revolucionario, sin

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hacer de esta necesidad un objetivo en sí misma, por-que siempre debe estar subordinada al reconocimien-to y la potenciación de la autoactividad de la clasetrabajadora, concebida esta con el criterio que pro-pone el sociólogo (y compañero) Ricardo Antunes:

concepción inclusiva y ampliada de trabajo, que con-templa tanto su dimensión colectiva como subjeti-va, tanto sea en la esfera del trabajo productivocomo en la del improductivo [de plusvalía], ya seamaterial o inmaterial, así como en las formas asumi-das por la división sexual del trabajo debido a lanueva configuración de la clase trabajadora (Antunes,2005: 38).

La convicción de que “la emancipación de los tra-bajadores será obra de los trabajadores mismos” noimplica despreciar la organización y acción políticas.Por el contrario, para impulsar el “socialismo desdeabajo” es bueno dejar de lado las simplificacionesingenuas y el “autonomismo” mal entendido. Toda lahistoria de la lucha de clase nos advierte que la auto-actividad de las clases subalternas es una resultante—siempre frágil y reversible— de relaciones de fuerzay de luchas en las que los trabajadores se enfrentancon el enemigo de clase (y consigo mismos, en la medi-da que el antagonismo de clase no deja de penetrar-los). Son necesarias ciertas formas de organizaciónamplias y flexibles que contengan la diversidad delmovimiento y permitan avanzar experiencias de poderpopular, pero también se requiere de la acción y delaporte ideal y militante de fuerzas políticas anticapi-talistas organizadas, e incluso de la disputa construc-tiva entre las mismas, porque la actividad autónomade los explotados implica una ruptura, al menos par-

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cial, con los comportamientos, valores e ideas que ladominación de los explotadores y su Estado inducencotidianamente.

La autoemancipación es una construcción de largoaliento, con avances, retrocesos e inevitables disputas,que se desarrolla tanto a escala nacional como inter-nacional. Un siglo y medio de luchas del movimientoobrero y revolucionario (incluyendo desviaciones yderrotas) impone la necesidad de recuperar conceptoscomo “actualidad de la revolución”, “socialismo”,“comunismo”, “autoactividad”, “autodeterminación”.Esta recuperación implica asimismo repensarlos y ajus-tarlos a la luz de las experiencias del pasado, las con-diciones del presente y el desafío de un inciertofuturo. Y aunque no lo he tratado específicamente,espero que de lo escrito a lo largo del libro surja la con-vicción de que nuestras luchas y organizaciones debe-rán no solo reafirmar, sino también repensar elcombate por la autoemancipación de los explotados entérminos de un nuevo y concreto internacionalismo, unantiimperialismo consecuente asumido en primer lugardesde la nación y Nuestra América, pero comprometi-do con los combates de los explotados en cualquierlugar del mundo.

El “socialismo desde abajo” debe ser impulsado conplena autonomía de las llamadas políticas de Estado.Incluso si los gobiernos de algunos de estos Estados, comoocurre en el caso de los que conforman el ALBA, apor-tan a la conformación de una plataforma regionalprogresiva en la medida que pone barreras a las pre-tensiones imperiales del Norte, las razones de Estadochocan una y otra vez con las necesidades emancipa-torias de los pueblos. Reconocer los aportes del lide-razgo carismático de Chávez a la revolución bolivariana

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no puede ser un obstáculo para criticar y aun enfren-tar limitaciones, inconsecuencias o políticas equivo-cadas: es inadmisible defender a un multimillonariocorrupto y asociado a los imperialistas como Ghadafypor razones de amistad personal; no se puede salu-dar como revolucionario al régimen iraní, cuando setrata de una dictadura teocrática y ferozmenteantiobrera; así como no es admisible entregar gue-rrilleros de las FARC o el ELN al régimen reacciona-rio y represivo que hoy preside Santos. Cuando elgobierno que preside Evo Morales decreta un brutalaumento en el precio de los combustibles, hay queestar con el pueblo insumiso que se expresa en lascalles. Así como, para terminar dando otro ejemplosensible, apoyar la Revolución Cubana hoy significa,también, conservar independencia y capacidad críti-ca frente a una reforma económica que aparece plan-teada en términos de “ajuste” a los sectores popularese impuesta desde arriba, y disposición a una fraternacolaboración con quienes, en el entrañable “territo-rio libre de América”, aspiran a una profundización quelleve a la revolución cubana, irreversiblemente, másallá del capital.

Una nueva situación... con tendencias en disputa y final abierto

La crisis de 2001 y la irrupción de millones quedurante meses ocuparon calles y plazas reclamando“que se vayan todos” constituyeron una impugnaciónradical del régimen y su institucionalidad política. Perola movilización y los ensayos de autoactividad de losde abajo no maduraron políticamente y no se proyec-

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taron en un gran movimiento alternativo de alcancesy significación nacionales. Como escribí hace ya algu-nos años

La crisis no alcanzaba solo a la burguesía y el parla-mento: ella era también una crisis de las clases subal-ternas, que no conseguían forjar una voluntad comúne imponer su proyecto hegemónico aunque hubiesendesarticulado la hegemonía de las clases dominan-tes (Casas, 2004: 143).

La impotencia y frustraciones que de allí se deri-varon posibilitaron la salida electoral encuadrada porDuhalde y una (inicialmente) muy titubeante recom-posición del sistema. Luego, la sostenida ofensiva polí-tica impulsada por Néstor Kirchner y continuada hoypor Cristina Fernández de Kirchner, aprovechando uncontexto económico relativamente favorable, ha con-ducido a una nueva situación o coyuntura política,marcada indudablemente por el fortalecimiento delllamado “proyecto” kirchnerista, pero cuya dinámicay desenlace continúan abiertos, en disputa. No creoque las clases dominantes hayan alcanzado esa esta-bilidad político-institucional tan deseada, tanto desdeel gobierno como desde la fragmentada oposición quelo critica colocándose a su derecha. Lo que ellos lla-man “capitalismo normal”, con una conflictividadmínima y sometida a la regulación estatal, no pareceestar a la vuelta de la esquina.

Tenemos entonces por un lado la dinámica decooptación e instrumentación políticas impulsada porun gobierno que, siendo declaradamente procapitalis-ta y defensor del núcleo del agronegocio y el perfilextractivo-exportador, supo tomar nota del aviso de

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incendio que fue la crisis de 2001, y se diferenció delas fracciones burguesas partidarias del “neoliberalis-mo de guerra” asumiendo un proyecto neodesarrollis-ta y de integración regional, un sesgo populista y undiscurso “nacional y popular”. Su construcción políti-ca trabajosamente se apoya en la construcción de fuer-za propia, alianzas transversales, el pejotismo y porúltimo, pero no en importancia, la asociación con laburocracia sindical; siempre apuntando a la fragmen-tación de organizaciones y luchas populares autónomasy a la captación de una amplia franja de la juventudque se acerca a la vida política. Existe también, por elotro lado, una minoritaria pero sostenida experienciade movilizaciones, articulaciones de lucha y organiza-ciones con militancia de base, activistas presentes entodo el país y en múltiples frentes de intervención, cuyaprincipal debilidad continúa siendo la carencia de unaperspectiva convocante y aglutinadora.

Cabe destacar y valorar que, en este proceso dedisputada politización y de recambio generacional,existe una franja o vertiente de izquierda, minorita-ria sin duda pero aguerrida, consecuente y dinámica,con expresa vocación de escapar a los guetos ideolo-gizados. Esta izquierda independiente trabajosamen-te ha venido acumulando un patrimonio común (conformas y desarrollos ciertamente diferentes) y recha-za las viejas formas de hacer política: la de lo viejosaparatos políticos del régimen, desde ya, pero tam-bién las políticas puramente reactivas y subordinadasa las cadencias electorales de “partidos” de izquier-da, activos en el conflicto social pero encerrados enuna autorreferencialidad sectaria e interminables dis-putas fraccionales. Esta “nueva nueva izquierda”,según la feliz expresión de Miguel Mazzeo, de la cual

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el Frente Popular Darío Santillán y las restantes orga-nizaciones que conforman la Coordinadora deMovimientos Populares de Argentina (COMPA) son uncomponente significativo, enfrenta ahora un desafíoque no puede ni debe eludir: empeñarse en la cons-trucción de un proyecto y un movimiento político-sociales dispuestos a enfrentar al sistema y al gobiernocon vocación de poder; esto es, formulando proyec-tos, políticas y prácticas gestados desde abajo, peropara batallar por abajo y por arriba, con el atrevimien-to y la plebeya desfachatez que se requieren parainterpelar e interpretar a la juventud en busca de algodistinto y, sobre todo, a los trabajadores y los inmen-sos sectores populares desposeídos, humillados... yexpectantes.

Hay en suma incertidumbres y confusiones, perotambién luchas y construcciones políticas en desarro-llo, que buscan aportar a una perspectiva emancipa-toria “desde abajo y a la izquierda”. Está eloportunismo de quienes se acercan al oficialismokirchnerista para presentarse como su ala izquierda“nacional y popular”, aunque para ello deban dejarde lado la lucha por el cambio social. También el sus-titucionismo sectario, arraigado en organizacionesque, por declararse “marxista-leninista” o “trotskis-tas”, se creen las portadoras de la línea correcta. Yno falta el variopinto autonomismo, que llega, en algu-nos casos, al rechazo de toda forma de organizacióno estrategia colectivas, y en otros a rebuscadas dia-lécticas discursivas que apuestan a una confluencia“desde abajo” con el oficialismo. En todos estoscasos, lo que se deja de lado es lo fundamental: lanecesidad de asumir un nuevo tipo de construcciónpolítico-social con militancia, formas de intervención

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y objetivos que, desde los primeros pasos, aporten nosolo a la convergencia de luchas y movimientos políti-co-sociales más o menos incipientes y localizados, for-taleciendo sus reclamos y enfrentando las embestidasderechistas sin caer en la trampa de “defender el malmenor”, sino también y sobre todo a proyectarsecomo alternativa política capaz de canalizar y cons-truir poder popular, impulsando un proceso de cam-bio emancipatorio construido desde abajo, sin moldessectarios y/o localistas. O dicho de otra manera: ayu-dando desde el vamos a la autodeterminación de losde abajo y a la construcción de poder popular con polí-ticas y proyectos de alcance nacional y americanista.

Libertad sindical, democracia obrera, clasismo

En un país de tan fuerte tradición sindical comoArgentina, contribuir a la radical renovación de orga-nización, métodos y objetivos de lucha del movimien-to obrero debe ser una de las principales tareaspolíticas de la nueva izquierda. Para no remontarmemás atrás, basta con recordar lo ocurrido en 2001-2002: las cúpulas sindicales se “borraron” en losmomentos decisivos de la lucha de clases. Activamenteo por omisión, acompañaron las febriles disputas pala-ciegas que pusieron y sacaron presidentes de la CasaRosada hasta instalar a Eduardo Duhalde: un presiden-te que nadie había votado. La parálisis y el colabora-cionismo de la dirigencia sindical, cuando el régimense hundía en el descrédito y la clase dominante en unatotal confusión, ilustran la impotencia y decadenciapolíticas de la conducción del movimiento obrero. Perolo que termina de descalificarla es la mansa acepta-

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ción del brutal ajuste antiobrero con que Duhalde salióde la convertibilidad, vía devaluación.

Es indudable que la situación de los asalariadostuvo un vuelco positivo: a partir de 2004, se registranmayor nivel de empleo, recuperación salarial, resta-blecimiento de paritarias y convenios colectivos eincluso cambios en la legislación y jurisprudencialaboral que morigeran la contrarreforma conservado-ra de las últimas décadas. La mejora relativa no fueuna dádiva del gobierno, fue una conquista, porque losasalariados, pasado lo peor de 2003 y aprovechandoun contexto todavía marcado por cotidianos cortes decalles, manifestaciones y acciones directas, tambiéncomenzaron plantear sus reclamos con petitorios,asambleas, suspensión de actividades e incluso paros,acciones de protesta y luchas parciales e inconexas,pero muy extendidas. Mastodontes sindicales quehacía décadas no salían a la calle (por ejemplo, laUnión Obrera Metalúrgica) debieron sacudirse la modo-rra y combinar la negociación por arriba con algunahuelga y con manifestaciones sectoriales, en una gim-nasia que, aun siendo controlada, posibilita algunaexpresión de base. No debe ignorarse, por otra parte,la influencia de los conflictos “duros” (“huelgas sal-vajes” según los medios), que más o menos cíclicamen-te desbordaron el control burocrático, logrando aveces conquistas significativas y, en todos los casos,ejemplificando una potencialidad de lucha que laspatronales, el gobierno y los burócratas temen y com-baten, pero no pueden erradicar.

El balance del período es complejo. La dinámicade mejorías en el nivel de empleo y salarios parecehaberse estancado o ralentizado desde 2008. Pero lomás contradictorio reside en el hecho de que incluso

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esa mejoría que un sector de la clase sintió, estuvoacompañada por el incremento invisibilizado de la pre-carización, el trabajo en negro (que alcanza a casi un40% de la fuerza laboral), los tercerizados y el traba-jo esclavo. Las diferencias en el seno de la clase sehan incrementado: los trabajadores no registradoscobran, en promedio, la mitad de lo que perciben losque están en blanco. Un 20% de los salarios son recor-tados “por arriba” pues debe tributar impuesto a las“ganancias” (sic), y en la otra punta se encuentran losnuevos “pobres por ingreso”, como se clasifica aquienes trabajan en blanco por un salario que no cubreel valor de la canasta familiar. Esta fragmentaciónobjetiva, consentida y alentada por el modelo sindi-cal burocrático-peronista, tiene consecuencias subje-tivas: la conciencia e identidad de clase siguendesarticuladas, la solidaridad y la defensa de intere-ses comunes son desacreditadas y se promueve la bús-queda de “ventajas” corporativas. En definitiva, juntocon la bonanza económica han crecido la desigualdady la miseria social. El discurso de los dirigentes cege-tistas, que afirman que el movimiento obrero se for-taleció cualitativamente y recuperó protagonismopolítico, es engañoso. Kirchner reivindicó a la burocra-cia, le restituyó un lugar dentro del peronismo quehacía tiempo había perdido, dio al “modelo sindical”el blindaje del Estado y, por último, pero no en impor-tancia, se impulsó como nunca ese perfil de “sindica-lismo empresarial”2 adoptado por la burocracia,

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2 Lo de “sindicalismo empresarial” tiene múltiples connota-ciones: en lugar de organizar la lucha, “ofrecer servicios al afilia-do”; gerenciar el sindicato y la obra social con criterios derentabilidad, hacer inversiones, al límite devenir accionistas de

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asegurándole, no solo el discrecional manejo de losfondos sindicales y de las obras sociales con millona-rios subsidios, sino también la posibilidad de manejarotras partidas extraordinarias, así como contactos y“facilidades” para que los aparatos sindicales y suspopes acumulen recursos y fuentes de financiamien-to, con sesgos mafiosos. Quid pro quo: la burocraciadevolvió los favores, negociando “con responsabilidady moderación” ante las patronales y convirtiéndose enpilar fundamental del gobierno: contra la oposiciónburguesa, en el momento en que hizo falta, pero tam-bién y sobre todo como factor orgánico de contenciónde la clase trabajadora: aceptando los techos salaria-les y bloqueando la confluencia de las reivindicacio-nes y luchas del pueblo trabajador.

Pese a las exhibiciones de fuerza de la CGT y delos camioneros, sigo pensando que está en crisis elmodelo de unicidad y dictadura de los “cuerpos orgá-nicos” que la CGT pretende eternizar. Al sindicalismoempresarial de manejos mafiosos y patotas multiuso,se opone el desarticulado y soterrado repudio de lamayoría de los trabajadores, para quienes la burocra-cia constituye un cuerpo extraño y muchas veces peli-groso. Esta experiencia de clase otorga relevancia alas experiencias de conflictos y organizaciones encua-dradas en el sindicalismo de base. Así como la tomade fábricas y las empresas recuperadas por los traba-jadores se han incorporado al repertorio de la luchade clases, algo similar ocurre con el reclamo de liber-tad sindical o de que las asambleas decidan. No debe

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empresas capitalistas, etcétera. En el caso argentino, ha signifi-cado también la acelerada conversión personal de los burócratasy sus familiares en empresarios multimillonarios.

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perderse de vista que, a pesar de conservar índices deafiliación sindical superiores a la media internacional,la mitad de los trabajadores en la Argentina está ennegro o en condiciones de completa precariedad. Y queen la abrumadora mayoría de los lugares de trabajo noexiste ningún tipo organización sindical. De allí la urgen-cia de una intervención sindical y política alternativa.Cabe reclamar libertad sindical, también y más aúndemocracia obrera; esto es, discusión y resolución detodos los problemas desde la base. Y junto con la liber-tad sindical y el ejercicio de la democracia obrera, laclave estará en ganar la capacidad de impulsar y con-tribuir a la lucha del pueblo trabajador en toda su diver-sidad (de género, etaria, de registración, originarios deotros países, etcétera). Apoyar la autoactividad y auto-organización de los asalariados, procurando su confluen-cia con otras vertientes del movimiento popular:organizaciones de trabajadores desocupados, movi-mientos populares territoriales, asambleas ambienta-listas, movimientos de campesinos y pueblos originarios,el nuevo movimiento estudiantil.

Para asumir este desafío debemos atrevernos a opo-ner a la tradición que esgrime y cultiva la burocracia,la memoria de las luchas y de los combatientes que lahistoria oficial enterró, pero nosotros podemos y debe-mos rescatar o redimir. Repasando la historia a con-trapelo, podremos saltar sobre un abismo de sangre yolvido para reencontrarnos con los vencidos de ayerque, a pesar de la derrota o precisamente porque fue-ron derrotados, siguen denunciando a los traidores,advirtiéndonos sobre el peligro que nos acecha, recor-dándonos en definitiva que la única lucha que se pier-de es la que se abandona. Aquellas “constelaciones”o “relámpagos” subversivos que podemos extraer de la

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“resistencia peronista”, del Cordobazo, de las coordi-nadoras interfabriles o, mucho más cerca aún, de DaríoSantillán en la estación que bautizó con su gesto soli-dario y con su sangre, nos orientan, nos iluminan, nosdan fuerza; como escribió Michael Löwy: “La relaciónentre el hoy y el ayer no es unilateral: en un procesoeminentemente dialéctico, el presente aclara el pasa-do y el pasado iluminado se convierte en una fuerzaen el presente” (Löwy, 2005: 71).

Desbordar el “economicismo”

Urge también la reconsideración del contenidomismo de las luchas, combatiendo pedagógicamen-te pero con firmeza el economicismo y la estrechezcorporativa. Un marxista libertario que ha estudian-do en profundidad la crisis del movimiento obreroorganizado señala:

No es solamente el poder que la clase dominantetiene sobre las fuerzas productivas lo que el movi-miento obrero debe cuestionar para luchar por sureapropiación. De modo mucho más amplio y con másrazón, debe ejercer el poder sobre el conjunto de lascondiciones sociales de existencia. Allí está la cues-tión decisiva de la crisis de la sociabilidad. Es preci-samente el economicismo (que alimentó la mayorparte de los objetivos y reivindicaciones del movi-miento obrero durante la fase fordista) lo que se hallaobsoleto […] es preciso que luche contra el conjun-to de la dominación capitalista, fuera del trabajo,como también dentro de él. Sin abandonar eviden-temente ninguno de sus objetivos en términos denivel de vida, debe hoy colocar en el centro de su

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lucha y de su proyecto la cuestión del modo de vida,es decir, la manera como la propia sociedad se pro-duce, la manera como ella produce las relaciones quemedian entre sus miembros, y, a través de ellas, asus propios miembros (Bihr, 2000: 65).

La búsqueda de una nueva política pasa, en esteterreno, por ayudar a superar la separación entre lasesferas productiva y reproductiva, ya fundidas de hechopor el capital, superando también la alienante escisiónentre trabajador y ciudadano; separación y escisióndecisivas en la sociedad capitalista. Las luchas contrala intensificación de la explotación, la precarización yla exclusión del empleo, así como contra otras múlti-ples formas de exclusión, pauperización y miseria, sonnecesarias e irrenunciables, pero no bastan: por ejem-plo, la “explotación” capitalista del ambiente, exten-diendo la que se ejerce sobre el trabajo, constituye unaconcreta amenaza a la vida en general que no debe que-dar sin respuesta. Y estas respuestas no podrán ser lasque dieron los grandes partidos y centrales sindicalesdel siglo pasado, siguiendo un libreto y una división detareas anacrónicos. Las condiciones del antagonismosocial en nuestra época obligan a superar

la brecha mistificadora entre metas inmediatas yobjetivos estratégicos generales que llevó al movi-miento obrero a entrar en el callejón sin salida refor-mista. Como resultado, ahora aparece en la agendahistórica la cuestión del auténtico control de unorden social metabólico alternativo, por desfavora-bles que sean, por ahora, las condiciones para con-cretarlo (Mészáros, 2007: 91).

La superación de los interminables debates sobreel sujeto revolucionario no se logrará reiterando la pro-

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fesión de fe en el “rol histórico de la clase obrera”,sino removiendo el lastre de organizaciones, concep-ciones y métodos inservibles. Se trata de ayudar a quelos trabajadores seamos capaces de intervenir (en lavida real y no solo en el discurso de los marxistas) comoclase general, que enfrenta al capitalismo teniendoconciencia que los ataques a sus condiciones de tra-bajo y de vida están inscriptos en una lógica sistémi-ca que representa una amenaza a la comunidadhumana y a su necesario equilibrio con la naturaleza.

Para lograrlo se requerirá creatividad, perseveran-cia y duras batallas políticas. Incluso en nuestraLatinoamérica insumisa, donde se han desarrolladomultiformes y ricas experiencias político-organizativas,las clases trabajadoras están lejos de contar conorganizaciones en condiciones de afrontar las luchasque impone esta fase del capitalismo. Con el agrega-do de que los gobiernos “progresistas” que se decla-ran antineoliberales, alientan sistemáticamente laengañosa ilusión del retorno de algún tipo de Estadobenefactor. Contra estas políticas burguesas no valenlos clisés y estrategias copiadas (generalmente, mal)de pasadas revoluciones. Un genuino proyecto de cam-bio social y la construcción de una estrategia capaz decontribuir a su realización poco tienen que ver con elconsignismo repetitivo y la mera afirmación de que sequiere el socialismo. Por el contrario, es digna de aten-ción la hipótesis que Harvey llama teoría correvolu-cionaria. Veamos en primer lugar el panorama analíticoque nos presenta este autor:

El cambio social se lleva a cabo en un despliegue dia-léctico de relaciones entre siete momentos internosen el cuerpo político del capitalismo entendido como

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conjunto, o ensamblaje, de actividades y de prácti-cas: (a) las formas tecnológicas y organizativas de pro-ducción, intercambio y consumo; (b) las relacionescon la naturaleza; (c) las relaciones sociales entre laspersonas; (d) las concepciones mentales del mundo,reagrupando saberes y niveles de interpretaciones cul-turales y de creencias; (e) procesos de trabajo y deproducción de bienes específicos, geografías, servi-cios o afectos; (f) agencias institucionales, legales ygubernamentales; (g) el encuadramiento de la vidacotidiana que sostiene la reproducción social (Harvey,2010: s/p).

Recuperando y actualizando con este análisis elmarxiano concepto de totalidad, se pasa a reflexionar,dialécticamente, sobre lo que debería proponerse unapolítica anticapitalista:

Cada uno de estos momentos tiene su propia diná-mica y es portador de tensiones y contradiccionesinternas (basta con pensar en las representacionesmentales del mundo), pero todos son co-dependien-tes y co-evolucionan en interacción los unos sobre losotros […] Un movimiento político anticapitalistapuede comenzar dondequiera, en el proceso de tra-bajo, en las concepciones mentales, en la relacióncon la naturaleza, en las relaciones sociales, en laelaboración de tecnologías y de formas organizativasrevolucionarias, partiendo de la vida cotidiana o enlos intentos de reformar estructuras institucionalesy administrativas, incluyendo la reconfiguración delos poderes del Estado. Lo importante es asegurar queel movimiento político circule de un momento al otroen una dinámica de reforzamiento mutuo […] El cam-bio se produce, desde luego, a partir de determina-dos estados de cosas y hay que saber utilizar las

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posibilidades inmanentes a la situación existente […]las más diversas experimentaciones de cambiosocial, en distintos lugares y a distintas escalas geo-gráficas, representan maneras posibles y a la vezpotencialmente instructivas de crear (o no) otromundo posible. Y en cada caso podrá parecer que unou otro aspecto de la situación existente representa laclave de un futuro político distinto. Pero la primeraregla de un movimiento anticapitalista global debe ser:no contar nunca con el despliegue dinámico de unmomento determinado (a, b, c, ...) sin medir cuida-dosamente la manera como se adapta y resuena lainteracción con todos los demás (íd.).

Yo diría que las agudas indicaciones de DavidHarvey constituyen una bienvenida incitación a reivin-dicar y recuperar la capacidad política de pensar y deactuar estratégicamente: a escala nacional, sin duda,pero también en el más amplio terreno de la lucha declases que se despliega en Nuestra América, e inter-nacionalmente.

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Luego de dos o tres décadas durante las cualesla reflexión política y teórica sobre el socialismo lan-guideció hasta casi desaparecer, existe un renovadointerés por la cuestión, como lo atestiguan las publi-caciones y libros que dedican muchas páginas altema. Pero lo más significativo e importante es que,al menos en nuestro continente, la militancia de losmovimientos sociales y políticos que chocan contra elorden establecido discute cómo articular luchas coti-dianas con el desafío radical al sistema imperante. Ysi bien algunos de los gobiernos que se dicen o son lla-mados progresistas han roto, no solo en los hechos,sino también en sus discursos con el socialismo,1 lasenfáticas y repetidas declaraciones en las que el pre-sidente Hugo Chávez sostiene que, con el capitalismo,ninguno de nuestros problemas tendrá solución, y es

67Transición socialista y autoemancipación �

CCaappííttuulloo 44

Transición socialista yautoemancipación

1 Es lo ocurrido con los gobiernos del PT y los del FrenteAmplio, para no hablar ya de la Concertación chilena o losKirchner, que asumieron declarándose partidarios de un capitalis-mo “productivo” y “normal”.

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imperioso pensar y luchar por el socialismo del sigloXXI, han instalado esta cuestión a nivel de masas, yno solo en Venezuela.

Repensando el socialismo

Para avanzar en esta elaboración, el recurso a loslibros clásicos y el estudio atento de la experiencia his-tórica son imprescindibles, pero de ninguna manerasuficientes, porque las condiciones son marcadamen-te diferentes. En los albores del siglo XX, los marxis-tas más agudos e innovadores (Rosa Luxemburg,Vladimir Lenin, León Trotsky, para mencionar tres nom-bres canónicos) supieron reconocer la actualidad dela revolución y hacer aportes políticos y teóricos a par-tir de este reconocimiento. La ola revolucionaria quesiguió a la Primera Guerra Mundial, y el jalón históri-co que representó la victoria de los soviets o conse-jos obreros en Rusia, daban el marco para que elcongreso de fundación de la Tercera InternacionalComunista afirmara que

la revolución internacional mundial comienza y creceen todos los países […] todo esto prueba que la formarevolucionaria de la dictadura proletaria ha sidohallada y que el proletariado está en camino de ejer-cer su dominación en los hechos […] la victoria de larevolución proletaria está asegurada en todo elmundo: la constitución de la República soviéticainternacional está en marcha (Lenin 1973: 65, 119).

En aquel entonces, sin demasiada precisión, lapalabra socialismo se aplicaba al período que seextendería desde el derrocamiento político del capi-

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tal y su Estado hasta llegar al comunismo, y fue porello que el nuevo poder terminó adoptando el nom-bre de Unión de Repúblicas Socialistas. Pero la reali-dad planteó muy pronto problemas imprevistos ycomplejos. Por eso, ya en 1922 decía Lenin que, si bienRusia podía ser llamada socialista porque ese era elobjetivo del poder soviético, estaba muy lejos dehaber llegado al socialismo, y advirtió:

No, aún no hemos puesto los fundamentos socialistas.Los comunistas que imaginan que disponemos de esasbases están profundamente equivocados. La esenciadel problema consiste en saber separar de manerafirme, clara y serena lo que constituye el merito his-tórico de la revolución rusa, de lo que hacemos muymal, de lo que aún no está creado y de lo que habráque rehacer muchas veces todavía (Lenin, 1960: 276).

De hecho, en el curso de muy pocos años el diri-gente bolchevique debió modificar sustancial y radi-calmente muchas de sus concepciones. Quien en 1919había proclamado desafiante y confiado que

la organización soviética del Estado puede cortar deun golpe y destruir definitivamente el viejo aparatoburgués, administrativo y judicial que se ha conser-vado y que debía conservarse inevitablemente bajoel capitalismo […] llamando a las organizaciones delas masas trabajadoras a participar real y obligato-riamente en el gobierno, comienza desde entoncesa preparar la desaparición completa de todo gobier-no (Lenin, 1973:74),

apenas dos años después, reconoció con preocupaciónque “el vehículo [el Estado soviético] no marcha en la

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dirección que supone quien está sentado al volante,y muy a menudo [lo hace] en otra completamente dife-rente” (Lenin, 1960: 256). Por eso, en búsqueda desoluciones prácticas, no solo propuso explorar otrasformas económicas (“fortalecer un intercambio basa-do en la cooperación, en el cual deben participar enforma efectiva las auténticas masas de la población”)sino que escribió con estremecedora sinceridad:

nos vemos obligados a reconocer que se ha produci-do un cambio radical en todos nuestros puntos devista sobre el socialismo. Este cambio radical consis-te en que antes nuestro objetivo fundamental era yasí debía ser, la lucha política, la revolución, la con-quista del poder, etc. Mientras que ahora el centrode gravedad cambia hasta desplazarse hacia la orga-nización pacífica del trabajo ‘cultural’ [...] en rea-lidad el centro de gravedad del trabajo se reduce hoya la labor de educación (Lenin 1960b: 436).

Pero las advertencias de Lenin fueron desoídas ysilenciadas. La burocracia encaramada en el poderconsolidó sus posiciones, recurriendo tanto a la repre-sión desenfrenada como al voluntarismo y al más irres-ponsable exitismo. Pocos años después, Stalin seatrevió a decretar “la victoria completa del sistemasocialista en todas las esferas de la economía nacio-nal” (Stalin: s/n) en la URSS e impuso a todo el movi-miento comunista internacional la “teoría” del“socialismo en un solo país”. Fue Trotsky quien mássistemáticamente la refutó reafirmando (en plenoacuerdo con la concepción marxiana, compartida tam-bién por Lenin y Rosa Luxemburg) el carácter necesa-riamente internacional de la revolución socialista. Ysi bien puede criticarse al antiguo conductor del

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Ejército Rojo cierta tendencia a identificar el legadode la Revolución de Octubre con la subsistencia de laeconomía estatizada, es justo reconocerle la valentíay lucidez de advertir que aquello no era socialismo.Tuvo también el mérito de recuperar la categoría detransición para interpretar lo que ocurría en la URSS:

Calificar de transitorio o intermediario al régimensoviético, es descartar las categorías sociales acaba-das como el capitalismo (incluyendo al “capitalismode Estado”) y el socialismo. Pero esta definición es,en sí misma, insuficiente y susceptible de sugerir laidea falsa de que la única transición posible al régi-men soviético conduce al socialismo. Sin embargo,un retroceso al capitalismo sigue siendo perfecta-mente posible (Trotsky, s/f: 223).

El socialismo que no fue

Hoy resulta evidente que, en aquellos Estados quese presentaban como el socialismo realmente existen-te, lo que en realidad existía no era socialismo. Trasrepasar las discusiones que se dieron sobre esta cues-tión, Claudio Katz se inclina por descartar definicio-nes como las de “capitalismo de Estado” o la de“Estados obreros burocratizados”. Propone en su lugarel término de “formaciones económico-sociales buro-cráticas”, al analizar que en ellas hubo relaciones deexplotación, la burocracia adquirió “el estatus de capaexplotadora” y aquellos Estados (a los cuales lostrotskistas insistíamos en denominar obreros) sirvie-ron a las burocracias incluso cuando se lanzaron aimpulsar abiertamente la restauración del capitalismo(cf. Katz, 2004: 51-100). Coincido en líneas generales

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con este enfoque, y no creo que el tema de la natu-raleza de clase de tales Estados dé para mucho más.2Lo que importa en todo caso es que, para compren-der los conflictos y antagonismos sociales que se desa-rrollaron en el llamado “mundo comunista”, nobastan las referencias al totalitarismo del régimenpolítico, a las “normas burguesas de distribución”agravadas por la corrupción, o al estatuto sui gene-ris logrado por la burocracia gobernante. En una obracasi desconocida en castellano e injustamente silen-ciada,3 Pierre Naville había demostrado la inconsis-tencia teórica y empírica de los economistas que seplegaban a la difundida idea de que, con la confor-mación de la URSS y el “campo socialista”, habíanpasado a existir dos sistemas económicos mundiales

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2 Hace ya varios años, cuando escribía con el pseudónimoAndrés Romero, utilicé la expresión “Estados burocráticos” carac-terizándolos como un “subsistema burocrático-explotador, integra-do (no sin conflictos) en la economía mundial capitalista, que norepresentaba una plataforma para la transformación socialista yque había agotado sus posibilidades de reproducción” (Romero,1996: 94), pero la cuestión terminológica resulta secundaria: loque importa es avanzar en un riguroso balance crítico de las polí-ticas implementadas por los regímenes de tipo soviético.

3 A lo largo de varios años y bajo el título general Le NouveauLeviathan se publicaron De l’alienation à la jouissance. La ge-nèse de la sociologie du travail chez Marx et Engels (1970), Lesalaire socialiste. Les rapports de production (1970), Le salai-re socialiste. Sur l’histoire moderne des theories de la valeuret de la plus-value (1970), Les échanges socialistes (1974),Bureaucratie et révolution (1972). Finalmente, Sociologie etlogique. Esquisse d’une théorie des relations (1982), fue presen-tado por el autor como conclusión de los análisis desarrolladosen Le Nouveau Leviathan y apertura de un nuevo campo de inves-tigaciones.

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con “leyes” básicamente inconmensurables.4 Y esgri-mía como argumento incontrastable la subsistenciadel trabajo asalariado, que no cambiaba de natura-leza porque las autoridades pasaran a denominarlo“salario socialista”. Marcando cambios y continuida-des escribió:

La mercancía en la economía de los capitalistasdevino fetiche: se la reverencia como materializa-ción de relaciones sociales de intercambio. En elsocialismo de Estado, trabajo y salario pasan a sera su vez un verdadero fetiche con la forma etéreade una función, una función-fetiche institucionali-zada. No surge espontáneamente de las relacionessociales de intercambio de valores materializada enla circulación de mercancías, tal como en las rela-ciones capitalistas. Crece como dogma de una filo-sofía de Estado, difundida e impuesta por unaclerecía burocrática: la religión del trabajo. El ciu-dadano adorador de la mercancía, es decir del tra-bajo de los otros, es sustituido por el trabajador quese arrodilla ante su propio trabajo. La burguesíaoculta la explotación del trabajo tras el destello fas-cinante de los productos mercantiles y la fantásti-ca danza de los precios. La burocracia de laplanificación estatal, por su parte, disimula las rela-ciones de explotación mutua y parasitismo propiasdel socialismo de Estado detrás de los fantasmas delsalario “socialista”: recompensa del trabajo, honorsocial, orgullo patriótico, galardón de los buenos

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4 Eso fue lo que “teorizó” Stalin y repitieron los Manuales delos economistas soviéticos. Pero confusiones similares están pre-sentes en la obra de marxistas influyentes como Bettelheim, Barano Sweezy. Incluso Ernest Mandel sostuvo la visión dualista en sudifundido Tratado de Economía Marxista.

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servidores. El trabajo deja constitucionalmente deser una carga. No encierra ningún antagonismo. Sepresenta con la pureza de un principio organizadorde la justicia social, un símbolo de la armonía eco-nómica; pasó a ser un fetiche racionalista. […] Alfetichizar el trabajo puro, Stalin y su escuela hicie-ron lo mismo que la burguesía: con golpes de nagai-ka alejaron a los trabajadores soviéticos de lacrítica de las relaciones sociales en que viven. Ellosmistificaron al trabajo tal como la burguesía habíamistificado al capital, y por las mismas razones: por-que el trabajo vivo es la fuente real del valor (decambio y de utilización) y el trabajador, inclusosometido a la explotación mutua en un Estado sincapitalistas privados, no debía aprender a criticarel modo de producción en el seno del cual produ-cía y seguía siendo explotado (Naville, 1970: 34, 42).

István Mészáros, en una obra bastante posterior ala del sociólogo francés, dio continuidad y enriquecióa la crítica radical del orden del capital, integrando ala misma no solamente el examen crítico del “socia-lismo en un solo país”, de matriz stalinista, sino tam-bién la inconsistencia de la desestalinizaciónburocrática y de las “reformas” impulsadas porGorbachov, y del colapso del “socialismo real”. Su con-clusión es inequívoca: la expropiación de las antiguasclases poseedoras no basta para eliminar la improntadel orden del capital con el que se pretende romper.La remoción de los capitalistas (personificación delcapital, según dijera Marx) no fue acompañada por unarevolución de “la dinámica interna del proceso dereproducción social”, los trabajadores no recuperaron“el comando sobre el trabajo” y, por lo tanto, surgie-ron “nuevas formas de personificación necesaria para

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mantener al trabajo renuente bajo el control de una‘voluntad ajena’” (Mészáros, 2001: 711).

Lo que —más allá de diferencias— las investigacio-nes de Naville y Mészáros sostienen es, en síntesis, queen estas sociedades (que algunos llaman poscapitalis-tas y otros preferimos denominar posrevolucionarias),se mantuvo y desarrolló la explotación (bajo nuevasformas) porque, pese a que las expropiaciones y laestatización de las palancas fundamentales de la eco-nomía eliminaran el poder de los antiguos poseedoresprivados, faltó una orientación política que articula-ra firmeza estratégica y mediaciones prácticas enfo-cadas a la superación de la relación-capital heredaday reproducida incluso en la industria estatizada, demodo tal que el trabajo siguió sometido al comandode una voluntad ajena. Se terminó con los capitalis-tas privados en cuanto personificaciones del capital,pero la subsistencia de la división social jerárquica deltrabajo y del complejo sistema de metabolismo socialheredado impulsó una nueva personificación burocrá-tica del capital. Esa es una de las principales razonespor las cuales en las sociedades del “socialismo real”subsistieron o reaparecieron, bajo formas imprevistas,el fetichismo, la división social jerárquica del traba-jo y el salario.

Una teoría de la transición

De todo esto se desprenden lecciones que es pre-ciso asimilar, para estar en mejores condiciones delograr que el socialismo del siglo XXI supere los frus-trados ensayos del pasado. Pero la tarea no es senci-lla, por cuanto hay lecciones difíciles de compatibilizar

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entre sí. La experiencia mostró, por un lado, que elpasaje a una sociedad liberada de toda forma de explo-tación no es instantáneo, ni es posible esperar que seaacometido al mismo tiempo por los trabajadores de losdiversos países. Por otro lado, el fracaso absoluto dela teoría del socialismo en un solo país confirma la con-cepción marxiana de que la transformación socialistaimplica subvertir los tres pilares del viejo sistema(capital, trabajo y Estado), lo que solo puede culmi-nar a nivel internacional y con el aporte activo de lostrabajadores del mundo.

Atendiendo a esta doble lección y a las dificulta-des que plantea compatibilizarlas, István Mézsárossostiene que, para estar a la altura de los desafíosque implica luchar por el socialismo del siglo XXI, esimpostergable desarrollar una teoría de la transición.Más aún, afirma que “para convertir al proyectosocialista en una realidad irreversible tenemos queefectuar muchas ‘transiciones dentro de la transi-ción’, al igual que, bajo otro aspecto el socialismose define como una constante auto-renovación de‘revoluciones dentro de la revolución’” (Mészáros,2001: 563).

El punto tiene su importancia, porque la críticaal capitalismo y la batalla por el socialismo nadaganan con cierto tipo de pensamiento mágico que,recientemente, se ha dedicado a difundir la idea dealgo así como un “comunismo al alcance de la mano”.Lo que es una pura expresión de deseos o, peor aún,una peligrosa recaída en la ilusión de que la marchamisma del capitalismo nos acercará al momento dela alternativa comunista. Se requiere de una teoríade la transición, también, para despejar otros equí-vocos de aparición (o reaparición) reciente, tanto los

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que proponen “mejorar” al capitalismo adoptando talo cual modelo de “economía mixta” con mayoresmecanismos redistributivos, como los que insisten enla supuesta panacea del “socialismo de mercado” yreaparecen ahora, no solo como el oxímoron con quela burocracia “comunista” denomina la plena reinser-ción de China en el capitalismo mundial, sino comomodelo que algunos recomiendan también para Cuba.Por todo esto es imperioso discutir el problema de latransición.

Marx y Engels se burlaron muchas veces de las pre-tensiones de anticipar detalles de lo que podrían ser,en un futuro más o menos lejano, el socialismo o elcomunismo. Y no se preocuparon tampoco por defi-nirlos. Lo que importaba para ellos, ante todo, erala negación del capitalismo; o sea, el movimientopráctico de lucha de clases que, suponían, afirmaríasu propia identidad comunista a través de un com-plejo proceso revolucionario en el que los trabajado-res transformarían radicalmente la sociedad,rehaciéndose a sí mismos. Pero fueron poco explíci-tos, por lo que dieron lugar a diversas interpretacio-nes. Por ejemplo:

El programa comunista propugna disolver lentamen-te el mercado para diluir en este mismo proceso losefectos fetichistas de la dominación clasista. Elsocialismo comenzaría socavando los pilares inmedia-tos de esta opresión (propiedad capitalista y apara-to burgués del Estado), mientras que el comunismopermitiría eliminar por completo esos cimientos, alerradicar la división social del trabajo y anular pau-latinamente todos los dispositivos de la alineaciónmercantil que sofocan la libertad de los individuos(Katz, 1974: 40)

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En cuanto a la cuestión de la “transición al socia-lismo”, el mismo Claudio Katz dice que

Esa etapa resulta indispensable para lograr el plafondmínimo de desenvolvimiento productivo que requie-re el debut del socialismo […]. La función de esaetapa sería crear las premisas económicas (produc-tividad, eficiencia, integración sectorial) y sociales(disponibilidad de bienes de consumo, alivio laboral,mejora educativa) indispensables para el inicio de unrumbo socialista. Durante esa fase hay que comple-tar la inacabada modernización de las nacionessemiindustrializadas sin dar la espalda al mercadomundial, promoviendo a las fuerzas sociales que pue-den instrumentar estos cambios (ibíd.: 43).

El problema de las “etapas”

Coincidiendo, no solo con el diagnóstico acercade la importancia y urgencia que posee, segúnClaudio Katz, abordar estas cuestiones, sino tambiéncon gran parte de los análisis y valoraciones de sulibro, quiero aportar algunas observaciones de formay de contenido. Estimo que la concepción de que elsocialismo constituiría una etapa más o menos cla-ramente delimitada en el camino hacia el comunis-mo, no deja de plantear problemas. El término“etapa” remite a la idea de períodos históricos deli-mitados y caracterizados por una determinada com-binación de tareas y relaciones sociales. Por tanto,la proyección de una “etapa socialista” sugiere que,luego del capitalismo, pero antes del comunismo, seinsertaría el socialismo concebido como una formasocioeconómica relativamente autónoma y estable.

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Quien así lo teorizó fue Kautsky, tal vez sin advertirque, pasando a considerar el socialismo como unmodo de producción, introducía un corte radical y unpresupuesto ordenamiento en aquello que la refle-xión marxiana habían pensado, más bien, como untumultuoso pasaje desde el capitalismo hasta lasociedad sin clases. Pasar a pensar la marcha haciala sociedad sin clases en términos de “modo de pro-ducción socialista” conlleva la acotada idea de socia-lización divorciada del comunismo, de una etapaorientada a la satisfacción de un conjunto de nece-sidades sociales más o menos bien definidas (¿cuan-do y por quién?), que relega el comunismo al lugarde “objetivo final”. Así, Kaustky inaugura una pers-pectiva estratégica que concibe la socialización delas fuerzas productivas, a través de su traspaso a ins-tituciones estatales, en paralelo a una reorganizaciónpolítica que se supone la socialización de la fuerzade trabajo (Kautsky, 1976a y 1976b).

Por una vía imprevista, algunos aspectos de estarevisión fueron retomados y aplicados con el puño dehierro de Stalin. La “teoría” del “socialismo en unsolo país” y la vulgata “marxista-leninista” difundi-da con todo el peso del aparato del “movimiento comu-nista internacional” impusieron durante décadas laconcepción de que socialismo era estatización de losmedios de producción, desarrollo a toda costa de laindustria pesada y las fuerzas productivas en gene-ral, fortalecimiento del Estado y fetichismo del “tra-bajo socialista”, con los nefastos resultados que sehan visto.

Me parece asimismo que los inconvenientes delconcepto de etapa socialista se multiplican cuando seagregan subdivisiones que distinguen entre una etapa

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inferior del socialismo y una etapa superior delsocialismo, precedidas ambas por la que sería la etapade transición al socialismo. Esto plantea una dificul-tad que, en lógica, se denomina riesgo de regresiónal infinito: a cada etapa puede anteponérsele otra,y otra más, hasta nunca acabar. Pero la regresión eta-pista no plantea tanto un problema lógico como unadificultad política, en tanto que el afán por definir ydelimitar etapas o subetapas aleja la atención de lorealmente importante: instituir procesos y mecanis-mos que, a lo largo de todo un período de continuastransformaciones, contribuyan a preservar e impul-sar la permanencia del proceso revolucionario. Meparece que recurrir a una concepción etapista parateorizar la transformación de las sociedades posrevo-lucionarias resulta aún más artificial que aquel mode-lo de revolución por etapas que, durante décadas,propusieron y pregonaron, con nefastos resultados, losPartidos Comunistas. León Trotsky no se equivocabacuando escribió que

La conquista del poder por el proletariado no signi-fica el coronamiento de la revolución, sino simple-mente su iniciación. La edificación socialista solo seconcibe sobre la base de la lucha de clases a nivelnacional e internacional […]. En esto consiste elcarácter permanente de la revolución socialistacomo tal, independientemente de que se trate de unpaís atrasado, que haya realizado ayer todavía surevolución democrática, o de un viejo país capitalis-ta que haya pasado por una larga época de demo-cracia y parlamentarismo (Trotsky, 1972:131).

Por todo lo dicho, creo que nos ahorraríamos con-fusiones y disputas terminológicas considerando todo

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el período que se extiende desde la revolución anti-capitalista hasta el comunismo, bajo la denominacióncomún de transición socialista o transición a secas,sin que ello impida analizar casos y momentos espe-cíficos, introduciendo las relaciones histórico-concre-tas que los determinan y condicionan. Más quesimplificar un embrollo terminológico, se trata desubrayar el carácter procesual, permanente o ininte-rrumpido de la revolución, destacando en particularque, por diversos que sean sus puntos de partida ydesarrollo, los distintos casos, momentos y condicio-nes de la transición socialista están articulados por lanecesidad de ir más allá del capital, y mantener unaperspectiva internacionalista.

Principios, estrategia y mediaciones

Teniendo muy presente la crítica que Marx hicie-ra a los dirigentes del Partido Socialista Obrero deAlemania por haber olvidado que “no se admitía nin-gún chalaneo con los principios” (Marx, 1971a: 10), hetratado de recuperar, a lo largo de estas páginas, algu-nas de las indicaciones que pueden considerarse deprincipios. Quiero detenerme ahora en una de ellas,tan decisiva como ignorada, apuntada a la necesidadde superar la regulación de la economía mediante lallamada ley del valor. Marx pensaba que, en una socie-dad emancipada o sistema comunal, la economía deltiempo de trabajo operaría bajo formas cualitativa-mente diferentes, independizándose del valor de cam-bio. En los Grundrisse, destacó la sustancial diferenciaque existiría entre la economía capitalista, reguladapor el dinero y la ley del valor, y lo que podría ser la

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nueva forma social, y escribió algunos párrafos que noson de no fácil lectura (recordemos que los escribíapara él mismo, no para su publicación), pero que, apesar de ello, por su importancia, merecen ser cita-dos in extenso:

El carácter colectivo de la producción convertiría alproducto desde un principio en un producto colecti-vo, universal. El cambio que se realiza originariamen-te en la producción —el cual no sería un cambio devalores de cambio, sino de actividades determinadaspor necesidades colectivas, por fines colectivos—incluiría desde el principio la participación del indi-viduo en el mundo colectivo de los productos. […]Sobre esta base el trabajo sería puesto como tal ante-riormente al cambio; o sea el cambio de los produc-tos no seria en general el medium que mediaría laparticipación del individuo en la producción general.[…] El trabajo del individuo es puesto desde el ini-cio como trabajo social. […] Su producto no es unvalor de cambio. […] En lugar de una división del tra-bajo, que se genera necesariamente en el cambio devalores de cambio, se tendrá una organización deltrabajo que tiene como consecuencia la porción quecorresponde al individuo en el consumo colectivo. […]el carácter social de la producción es presupuesto ,y la participación en el mundo de los productos, enel consumo, no es mediada por el cambio de produc-tos de trabajo o de trabajos recíprocamente indepen-diente. Es mediado por las condiciones sociales dela producción dentro de las cuales acciona el indivi-duo. […] Una vez supuesta la producción comunal,5

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5 Donde Pedro Scaron tradujo “producción colectiva”, tantoNaville como Mészáros prefirieron “producción comunal”, expli-cando que Marx no alude a una Produktion genéricamente ge-

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la determinación del tiempo, como es obvio, pasa aser esencial. […] Economía del tiempo y reparticiónplanificada del tiempo del trabajo entre las distin-tas ramas de la producción resultan siempre la pri-mera ley económica sobre la base de la produccióncomunal. Incluso vale como ley en mucho más altogrado. Sin embargo, esto es esencialmente distintode la medida de los valores de cambio (trabajos oproductos del trabajo) mediante el tiempo de traba-jo. Los trabajos de los individuos en una misma ramay los diferentes tipos de trabajo varían no solo cuan-titativamente sino también cualitativamente (Marx,1971a: 99-101).

La cita nos recuerda que la regulación cuantitati-va de la producción y distribución mediante la ley delvalor no es eterna ni insuperable, y que para termi-nar con el orden del capital es preciso avanzar haciaun nuevo modo histórico de mediación, tanto en elintercambio metabólico de la humanidad con la natu-raleza, como en las actividades productivas autode-terminadas por los individuos sociales. Tenemos aquí,entiendo, un principio u orientación principista impres-cindible para ir más allá del capital.

István Mészáros destaca que

Naturalmente, todo esto no constituye materia deinterés puramente teórico abstracto. Por el contrario,lo que aquí está sobre el tapete constituye el princi-pio orientador prácticamente vital de las estrategias

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sellschaftliche, sino gemeinschaftliche vale decir, específi-ca/cooperativamente social. De igual modo, “consumo comunal”(gemeinschaftliche Komsuntion) sugiere que no es ni abstractamen-te colectivista ni individualistamente orientada por el valor.

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que apuntan a una reestructuración radical del pro-ceso del trabajo establecido y sus relaciones de inter-cambio. El punto central en discusión concierne a lasnecesarias formas de mediación a través de las cua-les la división estructural del trabajo podría ceder pasoal modo de producción directamente social de la“forma histórica nueva”. En otras palabras, le intere-sa fijar los parámetros y la dirección en que la acti-vidad de vida conscientemente autocontrolada de losindividuos sociales “en lugar de una división del tra-bajo” (cuyos imperativos materiales les son impues-tos sin más ni más a los sujetos trabajadoresparticulares), pudiese ser integrada en una totalidada la vez productivamente viable y humanamentesatisfactoria (Mészáros, 2001: 864, 886)

Rescatado así el valor general de los jalones y prin-cipios orientadores poblados por Marx, el estudiosohúngaro agrega que establecido esto

Lo que se necesita es una indicación precisa de almenos el tipo de acción —expresada con toda clari-dad en el nivel de las prácticas productivas mate-riales pertinentes y con respecto a las formasinstitucionales/organizacionales del intercambiohumano— mediante la cual el modo comunal dereproducción social puede realmente demostrar suviabilidad como alternativa práctica al existente.Dicho de otro modo, los principios orientadores nopueden simplemente proclamar (en forma de unanegación categórica) las previstas condiciones futu-ras de la producción y el consumo comunales comola contraimagen ideal del presente, independiente-mente de lo agudas que resulten ser las contradic-ciones y los síntomas de crisis de este. Porque el otrolado de esta ecuación —es decir, la esencia positiva

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de la negación socialista de la socialidad “post fes-tum”— solo puede volverse creíble si se le hace tan-gible en términos de las mediaciones materialesrealmente factibles entre las construcciones delpresente y las potencialidades del futuro.Mediaciones materiales, es decir, lo bastante concre-tas y adaptables como para ser utilizadas por lasagencias emancipatorio sociales como el marcoestratégico reglamentado pero flexible para la ela-boración de su programa de acción históricamenteespecíficos (ibíd.: 867).

Otra cuestión planteada es la del tempo y las espe-cificidades que puede tener el proceso del cambiosocial en Nuestra América. Claudio Katz sostiene quees conveniente prepararse para lo que llama “transi-ción larga”, especialmente en la periferia subdesarro-llada: “Mantener la hipótesis de una “breve transiciónde 40 o 50 años” equivale a cerrar los ojos frente alrumbo que siguieron los acontecimientos en el últimosiglo y medio […]. Partiendo de esta perspectiva setorna importante reflexionar sobre la “transiciónlarga” en estas zonas” (Katz, 2004:128).

Coincido plenamente con Claudio Katz en la impor-tancia de advertir que la revolución no será un acto,sino un proceso prolongado y complejo, tal y comoadvirtieran con especial empeño Rosa Luxemburg yAntonio Gramsci. Pero creo que este reconocimientodel carácter procesual de la revolución debe integrartambién la caracterización de que hemos ingresado aun período en que el capitalismo plantea amenazasinmediatas y crecientes a las posibilidades de super-vivencia de la humanidad y la naturaleza. Creo sen-sato reiterar aquí la advertencia de que lareproducción expansiva y destructiva del capital nos

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ha sumergido en una crisis sistémica que es tambiénuna crisis sin precedentes de la humanidad, al puntoque enfrentar esta crisis es parte decisiva del com-bate por el socialismo y el comunismo. Esto hace a laactualidad de la revolución y no se puede pensar elporvenir del socialismo fuera de ella. Y es válido paracualquier punto del planeta:

El fracaso de la “modernización” en el “TercerMundo”, la reaparición del espectro de antagonis-mos explosivos en el “Primer Mundo” junto con laalta probabilidad de que algún enorme desastreparalice las arterias financieras del “capitalismoavanzado” dentro de no demasiado tiempo, y el des-plome de casi todas las sociedades poscapitalistas;todas esas circunstancias sacan a luz la desengaña-dora verdad de que no existen soluciones por sepa-rado para los problemas [y, por lo tanto, debemos]atacar los problemas y contradicciones de los tressistemas, en el espíritu del proyecto socialista ori-ginal […] cuya validez no está atada a una coyuntu-ra sociohistórica limitada. Por eso en principio escompletamente irrelevante establecer si llevará untiempo muy largo recorrer el necesario pasaje haciael socialismo —y no en un solo país, ni siquiera enuna docena o mas, sino irreversiblemente paratoda la humanidad— o solo unas pocas décadas(Mészáros, 2001: 866-867).

Evidentemente, el atraso relativo y el contextointernacional en que un determinado país emprendala transición socialista son factores que no puedenignorarse; pero abordar las dificultades derivadas delsubdesarrollo como si constituyeran un momento ocapítulo que deba ser tratado como algo diferencia-do del desafío que implica la transición en general no

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deja de tener inconvenientes. Como apunta el autorque venimos citando:

El atraso económico constituye solo uno de losmuchos obstáculos que se deben superar en el cami-no hacia la “nueva sociedad”, y de ninguna maneraes el mayor […]. Resultaría tranquilizador pensar,como algunos por cierto han sugerido, que cuando lospaíses del capitalismo avanzado tomen el rumbo dela transformación socialista el viaje será fácil. Sinembargo, esas proyecciones optimistas en generalolvidan que lo que está en juego es un fenomenalsalto desde el dominio del capital hasta un modo decontrol metabólico social cualitativamente diferen-te. Y en este sentido el hecho de estar atados a lasprácticas reproductivas y distributivas del “capitalis-mo avanzado” por una red de determinacionesestructurales más perfeccionada constituye una muydudosa ventaja (Mészáros, 2010: 564).

Por otra parte, cuando se trata de pensar los desa-fíos específicos de la transición en Nuestra América,conviene precaverse de formulaciones de tinte desa-rrollista o modernizante. Viene al caso recordar estaadvertencia del Che:

Se corre el peligro de que los árboles impidan ver elbosque. Persiguiendo la quimera de realizar el socia-lismo con la ayuda de las armas melladas que noslegara el capitalismo (la mercancía como célula eco-nómica, la rentabilidad, el interés material individualcomo palanca, etcétera), se puede llegar a un calle-jón sin salida. Y se arriba allí tras de recorrer una largadistancia en la que los caminos se entrecruzan muchasveces y donde es difícil percibir el momento en quese equivocó la ruta. Entre tanto, la base económica

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adaptada ha hecho su trabajo de zapa sobre el desa-rrollo de la conciencia. Para construir el comunismo,simultáneamente con la base material hay que haceral hombre nuevo (Guevara, 1977: 7)

Conviene tener presente, por otra parte, que elenfoque centrado en el desarrollo tiene puntos ciegosque invisibilizan aspectos de la realidad. Los movimien-tos ambientalistas y los pueblos originarios denunciancon mucha fuerza que algunos de los puntos ciegos deldesarrollismo son la ignorancia o subestimación de lasrestricciones ambientales, el desdén por la defensa delos bienes comunes y la negativa a pensar la economíaen términos de sustentabilidad y economización derecursos. También se invisibilizan o distorsionan losantagonismos y conflictos sociales cuando unilateral-mente se carga contra la herencia del subdesarrollo,ignorando que la misma está ligada a otra más pesadaaún: la herencia de la división social jerárquica del tra-bajo. Dicho de otra manera, considero que las “urgen-cias” y “prioridades” económicas de la transición enla región no deben ser planteadas de tal manera quese deje de lado o se relegue al dudoso estatus de “obje-tivo final” toda la problemática relativa al cambiosocial y la superación de la división social jerárquicadel trabajo. Resultaría equivocado postular un ordende prioridades según el cual primero habría que aumen-tar la producción, mejorar luego la distribución y reciénal final discutir qué cosas y cómo se producen. Por elcontrario: desde el comienzo debemos empeñarnos enproducir de otro modo, producir otras cosas y encon-trar las mediaciones que permitan a los productoresmismos articular su trabajo con las necesidades socia-les. Existen sin duda infinidad de problemas específi-

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cos que no sabemos cómo resolver, pero esto es inevi-table en la medida que las respuestas “correctas” noexisten a priori. Como bien lo afirma François Chesnais,glosando una frase de Isabelle Stengers:

Frente a un determinado problema [...] será lacapacidad de fabricar colectivamente respuestas loque determinará su calidad. “Una respuesta no esreductible a la simple expresión de una convicción.Debe ser fabricada”. Esta es precisamente la tarea.Se trata de liberar el potencial de experimentacióncolectiva de los asalariados-ciudadanos, sea cualfuere la estructura (asociación, agrupamiento aúnmás informal o partido) en los cuales hayan decidi-do comprometerse y a ayudar en “la fabricación deuna convicción colectiva” referidos a la necesidad ya la posible realización de objetivos cuya concreciónplanteará efectivamente la cuestión del poder, queno puede ser evitada (Chesnais, 2009: 29).

En un sentido análogo otro investigador-militanteha sostenido que

En cualquier movimiento de transición debe haber unconjunto de objetivos comunes que vayan creandoconsenso. Pueden enunciarse algunas normas direc-trices. Podrían incluir (avanzo estas propuestas a títu-lo de contribución a la discusión) el respeto a lanaturaleza, el igualitarismo radical en las relacionessociales, configuraciones institucionales basadas enun principio de intereses comunes y de propiedadcomún, procedimientos administrativos democráticos(por oposición a las imposturas monetizadas que hoydía tienen curso legal), procesos de trabajo gestio-nados por los propios productores directos, una vidacotidiana como exploración libre de nuevos tipos de

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relaciones sociales y de la forma de disponer de lapropia vida, concepciones mentales centradas en larealización de uno mismo al servicio de los demás,e innovaciones tecnológicas y organizativas orienta-das a la consecución del bien común y no al apoyoal poder militarizado, a la vigilancia y a la rapacidadempresarial. Estos podrían ser los ejes co-revolucio-narios en torno a los cuales podría converger y arti-cularse la intervención social. Es utópico, porsupuesto. ¿Y qué? Nosotros no podemos permitirnosno serlo (Harvey, 2010: s/p)

Efectivamente, no podemos dejar de ser utópi-cos. Tampoco debemos dejar de ser realistas. Porquecreo, y con esto termino, que el socialismo desdeabajo —entendido como una perspectiva o realidaden devenir y no como un modelo social a imponer—nos compromete en una “larga marcha” durante lacual deberemos empeñarnos en articular utopía yrealismo de una manera doblemente original. Un rea-lismo que —en las antípodas del posibilismo y el“inmediatismo”— pueda orientarnos estratégicamen-te en el prolongado combate que será necesariolibrar hasta imponer un cambio general en la corre-lación de fuerzas y obtener victorias irreversiblescontra el capital. Y una utopía que no es tanto la pro-mesa de una futura e indeterminada felicidad, sinola esperanza imprescindible para afrontar cotidiana-mente las tareas inmediatas con la capacidad de“soñar con los ojos abiertos” y aprovechar cada fisu-ra o grieta del sistema para contribuir a la autoac-tividad y autotransformación de los desposeídos,apostando con ellos, siempre, a cambiar la vida y atomar el cielo por asalto.

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SEs bien conocida la tesis según la cual en el origende la reflexión filosófica se encuentran la curiosidado el asombro, entendidos como una disposición primor-dial del hombre para acercarse al mundo natural ysocial, al que pertenece desde el vamos, como a unmisterio que demanda ser resuelto. Comprendida,pues, como actividad, la acción de pensar supone, deacuerdo con esta definición, el abandono de cualquierposicionamiento indiferente, indolente frente almundo, y la adopción de una práctica exploratoria,siempre atraída hacia lo desconocido e incluso haciala aventura. Podríamos decir con toda legitimidad quelos aportes de Marx, como también los de los másvaliosos filósofos de la praxis que se inspiraron en él,se han mantenido fieles a este concepto de reflexión,al subrayar el carácter eminentemente activo que

95Comentario a modo de epílogo �

Comentario a modo de epílogo

Sobre el marxismocomo práctica exploratoria

Miguel Vedda*

* Profesor titular de la cátedra de Literatura Alemana(Facultad de Filosofía y Letras, UBA) y coordinador, en esa mismafacultad, de la cátedra libre “Teoría Crítica y MarxismoOccidental”. Investigador del Conicet. Miembro del consejo deredacción de Herramienta.

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debería tener el acto de pensar, y al condenar aque-llas teorías que renuncian a los inestimables riesgosde la exploración para apostarse plácidamente en lasprácticas heredadas y los saberes dogmáticos.Experimentum mundi es el título elegido por Blochpara su último libro, y esa fórmula podría colocarsetambién al comienzo de toda investigación auténtica-mente inspirada en Marx, en la medida en que esteentendió su propia obra en términos experimentales:como un exhaustivo intento para examinar el mundosin prejuicios, apartándose de todas aquellas modali-dades de conocimiento teórico que se orientan a legi-timar el statu quo. Querríamos insistir aún más en estareivindicación de la exploración y el ensayo, y en esterechazo de la inercia teórica y práctica, como patri-monios irrenunciables del materialismo histórico; enun escrito que Aldo Casas cita aprobatoriamente en suestudio, Walter Benjamin advierte sobre el peligro quela tradición corre de prestarse a ser instrumento dela clase dominante, y agrega: “En toda época ha deintentarse arrancar la tradición al respectivo confor-mismo que está a punto de subyugarla”.1 Al formularesta frase, Benjamin tenía en mente, como referentemás inmediato, a la socialdemocracia alemana —por lodemás, acertadamente cuestionada por Aldo Casas enel libro que precede a nuestro comentario—, que habíadespojado el pensamiento de Marx de su audacia revo-lucionaria y lo había convertido en un corpus de prin-cipios mecánicos; concretamente: en un autómata,que solo podrá recuperar la perdida eficacia merced

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1 Benjamin, W., Discursos interrumpidos I. Filosofía del artey de la historia, pról., trad. y notas de Jesús Aguirre. Taurus:Madrid, 1987, p. 180.

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a la intervención de una práctica de pensamientorebelde y saturada de subjetividad, coincidente conla práctica incesantemente cuestionadora (y autocues-tionadora) de aquella clase que está sometida y quelucha. Que estas tesis benjaminianas coinciden con losprincipios de Marx lo demuestra ya el hecho de queeste, en El dieciocho brumario de Luis Bonaparte,subrayara la naturaleza eminentemente crítica y auto-crítica de la revolución proletaria. En tanto las revo-luciones burguesas son aparatosas y efímeras —demodo que, una vez alcanzado el clímax revoluciona-rio, una prolongada modorra domina a la sociedad—,las revoluciones proletarias

constantemente se someten a sí mismas a crítica, seinterrumpen continuamente durante su mismo trans-curso, regresan a lo parecía consumado a fin deemprenderlo de nuevo, se burlan cruel y profundamen-te de las insuficiencias, debilidades y mezquindades desus tentativas iniciales […], todo el tiempo vuelven aretroceder, aterradas, ante la indeterminada enormi-dad de sus propios fines, hasta que se encuentra cre-ada la situación que hace imposible todo retorno.2

Nos es preciso que insistamos aquí sobre la impor-tancia que posee en Marx la palabra crítica; sí tal vezque recordemos que el énfasis sobre la necesidad deuna crítica y una autocrítica permanentes ha distingui-do a lo mejor del marxismo posterior a su fundador. Enrelación con el contexto de comienzos del siglo XX,

97Comentario a modo de epílogo �

2 Marx, Karl, Der Achtzehnte Brumaire des Louis Bonaparte.En: Marx/Engels, Werke. Herausgegeben vom Institut für Marxis-mus-Leninismus beim ZK der SED, Bd. 1-43. Dietz-Verlag: Berlín,1956ss., vol. 8, pp. 111-207; aquí, p. 118. La traducción es mía.

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podríamos citar como ejemplos de oposición radical alconformismo y al automatismo del “marxismo vulgar”—mecanicista, quietista—, no solo al ya mencionadoBenjamin, sino también al Lukács de Táctica y ética eHistoria y conciencia de clase, al Bloch de Espíritu dela utopía y Herencia de esta época, al Gramsci de losCuadernos de la cárcel. También a Siegfried Kracauer,que una y otra vez destacó, en los años veinte y trein-ta, hasta cuál punto era preciso arrancar a los intelec-tuales revolucionarios de la instalación confortable enlos aparatos doctrinarios heredados; lo que de ellosexige Kracauer es que “pongan radicalmente en dudatodas las posiciones dadas. Es decir, deben confrontarsus conceptos heredados, y precisamente los que sonen apariencia inconmovibles, con los resultados de lateoría revolucionaria, y luego dar cuenta de la realidadconcreta que preservan aquellos conceptos”.3 La soli-daridad genuina del intelectual con la causa del socia-lismo no estriba, pues, en la repetición de letanías, sinoen una continua revisión de las herramientas de pen-samiento, en vista de que la “afirmación rígida, adia-léctica de los ideales socialistas enumerados degenerafácilmente en sabotaje del socialismo” y “los intelec-tuales que ceden ante lo dado, deponen sus armas anteuna utopía”.4 Lo que se exige a los intelectuales, en tér-minos que recuerdan al joven Lukács, es aplicar susarmas al desmantelamiento de lo mitológico, a cuyoámbito pertenecen todos los conceptos y opiniones fosi-

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3 Kracauer, Siegfried, “Minimalforderung an die Intellektuellen”[Die Neue Rundschau 2/7, año 42 (julio de 1931), pp. 71-75]. En:—, Schriften 5. Ed. de Karsten Witte. 3 vols. Ed. de Inka Mülder-Bach. Frankfurt a/M: Suhrkamp, 1990, vol. 2, pp. 352-356; aquí, p.354. Esta traducción y la siguiente me pertenecen.

4 Íd.

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lizados. El intelecto es definido por Kracauer como unarma de destrucción de todo elemento mítico en elhombre y en torno a él; los pensadores y artistas queno se abocan a la sustancial tarea de desenmascarar lasideologías y poner a prueba todos los saberes recibidos,quedan atrapados en una irracionalidad natural.

Idéntica voluntad de desmantelar los dogmas reci-bidos, y de propiciar una autocrítica tenaz de las pro-pias perspectivas, encontramos en Los desafíos de latransición; el autor muestra, en su libro, un felizempeño en llevar a cabo una anatomía de la viejaizquierda, poniendo de manifiesto los petrificadosmitos en los que se fundan sus rutinas y denunciandola falta de correspondencia entre sus teorías y la rea-lidad concreta; esa misma realidad que es la encar-gada de poner a prueba la verdad, la terrenalidad desus propuestas. Movido por la curiosidad y el asombro,Aldo Casas prefiere poner en cuestión la validez de unaizquierda basada en “moldes partidocráticos” y ver-dades recibidas, y afirma que nuestros “recursos teó-ricos y conceptuales no son herramientas dadas:debemos concebirlos como instrumentos siempre enconstrucción. Y en discusión”.5 El carácter inconclu-so, dinámico, que Casas le proporciona a su propiareflexión está en consonancia con una realidad en per-petuo movimiento y que, en cuanto tal, se rehúsa aser fijada. Años de pensamiento y práctica revolucio-narios han convencido al autor de este libro de queaquello que ha concedido siempre vitalidad al marxis-mo no es el establecimiento de jerarquías partidariaso sindicales autosuficientes, estáticas y desprovistasde vinculación con las bases, sino justamente la

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5 Supra, p. 21.

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acción autónoma de las masas: único fundamento parauna práctica socialista libertaria que se niegue de mane-ra tajante a hacer las paces con el mundo burgués.

Pero así como se distancia del concepto burocrá-tico de partido, y de sus variantes también estáticase inmovilizadoras, también se aleja Aldo Casas de loque él denomina el variopinto autonomismo, “quellega en algunos casos al rechazo de toda forma deorganización o estrategia colectivas y en otros arebuscadas dialécticas discursivas que apuestan a unaconfluencia ‘desde abajo’”6 con los oficialismos deturno. En coincidencia con Marx, Casas reconoce lanecesidad imperiosa de crear “un nuevo tipo de cons-trucción político-social con militancia, formas deintervención y objetivos”, capaz de presentarse “comoalternativa política capaz de canalizar y construirpoder popular impulsando un proceso de cambioemancipatorio, construido desde abajo, sin moldessectarios y/o localistas”.7 Dicho de otro modo: no setrata simplemente de disolver las formas anquilosadas,sino de crear nuevas instituciones, sustentadas en lacreatividad insurrecta de las masas populares, y aptaspara consolidarse y ampliarse a través del tiempo. Apropósito de esto, no tenemos más que recordar aquíel escepticismo de Marx frente a los experimentos decomunidades utópicas presuntamente situadas —entérminos idealistas— al margen del mundo burgués:como si fuera posible vivir dentro una sociedad y, almismo tiempo, estar fuera o por encima de ella. Deahí que, igualmente distanciado del culto burocráti-co de las formas fosilizadas y de la fe voluntarista, idí-

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6 Supra, p. 55.7 Supra, p. 56.

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lica en una práctica meramente inorgánica, carentede formas, Casas apueste a “la construcción de un pro-yecto y un movimiento político-sociales dispuestos aenfrentar al sistema y al gobierno con vocación depoder; esto es, formulando proyectos, políticas yprácticas gestados desde abajo pero, para batallar porabajo y por arriba”8. Ernst Bloch sostuvo que la teo-ría y la praxis del materialismo dialéctico debían apo-yarse en la confluencia entre lo que él llamabamarxismo frío —el conocimiento objetivo y preciso dela realidad, la desmitificación del mundo burgués y desus mitos, la crítica de la economía política y el estu-dio de las condiciones objetivas para la transforma-ción del mundo— y el marxismo cálido, es decir, laconsideración y aprovechamiento de aquellas poten-cialidades subjetivas que, superando las circunstanciasobjetivas, impulsan en dirección a un mundo libre deexplotación, y apuntan, como decía Marx, a removertodas aquellas relaciones sociales en la que el hom-bre es un ser humillado, esclavizado, abandonado, des-preciable. Hacia una conjunción de estas dostendencias se encuentra enfocado, en forma originaly fructífera el libro que comentamos.

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8 Supra, p. 55.

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El argumento que Aldo Casas lanza al ruedo deldebate socialista abre varios frentes de discusión. Noobstante, de conjunto acomete cuestiones convergen-tes sobre las perspectivas de una transformación radi-cal. Su meta atañe a un tema de nuestro tiempo:¿cómo reconstituir la estrategia socialista?

El concepto de transición ilumina el conjunto de supropuesta. Elaborados por István Mészáros para hacerun balance crítico de la experiencia de los socialismosburocráticos, los “problemas de la transición” sonextendidos a fin de instarlos a dar cuenta de los desa-fíos actuales de la revolución encarnada en la fórmula“socialismo desde abajo y poder popular”.

Casas parte de una definición existencial y políticaque lo sitúa en el campo del socialismo revolucionario.

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Rehacer la estrategiasocialista: un epílogosobre la “transición”

Omar Acha*

* Historiador, docente y ensayista. Facultad de Filosofía yLetras, UBA. Investigador del Conicet. Integrante del Consejode redacción de Herramienta. Ver más en: www.herramienta.com.ar/autores/acha-omar

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Es un punto de partida que no aspira a justificacionesontológicas o históricas sustantivas. De allí que, sin des-medro de su lectura del marxismo, proceda a despren-derse de cualquier doctrina a priori e inmodificable.Antes que defender un dogma que resguarda una sub-jetividad desolada, Casas investiga los dilemas de unapráctica transformadora popular y anticapitalista.

Puesto que comparto esa definición existencial ypolítica, quisiera aprovechar estas pocas líneas paradestacar algunos temas desplegados en este libro yceñir ciertas aperturas que, según creo, requierendesarrollos ulteriores.

El argumento de Casas se puede describir, hastadonde lo entiendo, como el esbozo de una teoría gene-ralizada de la transición. En otras palabras, su pro-puesta extiende los alcances del planteo original queen Mészáros fue pensado para el periodo post revolu-cionario. La noción de transición en Mészáros introdu-ce una temporalidad del proceso de transformaciónsocioeconómica y político-cultural que cuestiona laidea ingenua de una Revolución que modifica lo exis-tente de un solo tajo. Pero Mészáros, en realidad, nosofrece en su libro de 1995, a pesar de sus mil pági-nas, un primer paso teórico que consigue muy parcial-mente su cometido.1 Al hacerla retroceder hacia elperíodo de dominio y hegemonía capitalistas, Casas seve lanzado al clásico tema de qué hacer. Por cierto,el antecedente del filósofo húngaro no es el único:podríamos rastrear elementos importantes en lospareceres políticos del último Trotsky. Pero, en Trotsky,lo transicional estaba ligado estrechamente a una idea

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1 Mészáros, I., Beyond Capital. Towards a Theory of Transition.Monthly Review Press: Nueva York, 1995.

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catastrofista de la situación mundial del capitalismo,por lo que Trotsky estuvo impedido de desarrollar susimplicancias más interesantes. Y el tema es difícil, por-que la noción de transición en modo alguno se diluyeen una perspectiva gradual y reformista de modifica-ciones sucesivas, sino que se entrelaza dialécticamen-te con el proyecto del socialismo revolucionario.

Los desafíos de la transición avanza sobre algunosnúcleos esenciales de la problemática, con lo que pre-senta una nueva mirada sobre la estrategia socialista.Digo que “avanza” sobre “algunos núcleos”, y no quelos explica completamente, porque Casas sabe bienque nos hallamos ante una tarea teórico-políticacolectiva que requiere una diversidad de elaboracio-nes y nuevas conceptualizaciones atizadas por lasluchas de nuestro tiempo.

Casas hace explícita su preferencia por una cons-trucción política plural, bajo la forma de un “movi-miento” donde la autoorganización de una multiplici-dad de militancias nutra la vida de un socialismodemocrático efectivo, esto es, carente de una sustitu-ción institucional o teórica por parte de una corpora-ción de vanguardia (usualmente llamada “el partido”en su versión leninista más tradicional). Casas lo expresacon cierta ambigüedad al señalar que la experiencia de2001-2002 lo impulsó a distanciarse de la “forma par-tido”, aunque agrega que lo hizo “especialmente” de suvariante sectaria. ¿Esto deja entrever que puede haberotras “variantes” de partido “no sectarias”? Por miparte considero, al igual que Casas, que no existe unaIdea de Partido platónica y perfecta, yaciente en laesfera de las formas perfectas, de las cuales las expre-siones terrenales serían versiones degradadas. Nuevasconfiguraciones políticas pueden ser creadas y consti-

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tuidas en dinámicas de orientación política e interac-ción democrática. Puede ser que la noción de “instru-mento político” —iluminado por la reciente experienciaboliviana— sea útil en un contexto de enorme movili-zación social organizada en centros culturales, sindica-tos obreros, grupos ecologistas, agrupaciones feminis-tas, sectores campesinos, organizaciones de pueblosoriginarios. Mas también es concebible la eventualidadde un partido político plural y antiburocrático que con-cilie la claridad de una estrategia, la multiplicidad desus potencias militantes y una capacidad creativa real.

Es probable que Casas pueda acordar la posibilidadde inventar nuevas formas partidarias en la vehemen-cia de una autoorganización de las clases y grupos popu-lares. Pero es contundente en subrayar los estragoscausados por las dialécticas “sectarias”, sea en gruposminúsculos o en conjuntos un poco más numerosos peroigualmente encerrados en credos cristalizados y lideraz-gos lacrados. En esa prevención se aproxima a invectivasplanteadas por Hal Draper y, a través de él, a una ya pro-longada historia de denuesto antisectario en la izquier-da. Como cualquiera sabe, en toda la izquierda selamenta la deriva sectaria. Y si es en toda la izquierda,eso significa que también la izquierda sectaria deploralas prácticas del sectarismo. No sería difícil ofrecer casosde notorios criticismos sectarios por individuos o agru-pamientos que tarde o temprano promueven el escisio-nismo maquinal atribuido al sectarismo. Las explicacionesdel sectarismo son diversas, pero todas convergen ensubrayar su carácter reactivo y defensivo: lo sectarioprosperaría en tiempos de derrota y aislamiento, enmomentos de una soledad que desencadena lógicaautoafirmativas y narcisistas. Habría allí una suerte deregresión de lo real a lo imaginario, lo que explicaría un

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vínculo de larga duración entre el sectarismo religiosoy el sectarismo político. Esto ya estaba presente en lasátira hacia las “sectas” de la Primera Internacional enel propio Marx, para quien toda secta es en el fondo“religiosa”. En segundo lugar, esa reducción a lo religio-so supone la incapacidad para que devengan políticas ymayoritarias.2

Quisiera aprovechar las reflexiones de este libropara poner en cuestión la aceptación universal que enlas izquierdas se hace del concepto de “secta”.Surgida de un diccionario relativo al mundo religiosoe inquisitorial, me pregunto si es válido para dar cuen-ta de ciertas figuras de la política. Me interesa enfa-tizar que la traslación del concepto puede ser más bienun desplazamiento metafórico que imposibilita captaradecuadamente de qué se trata cuando referimos adinámicas de autorreferencia doctrinaria e infinitasparticiones organizacionales. De tal manera, la ape-lación a una explicación “progresista” que acusa unarcaísmo dogmático en el sectarismo obscurecería el

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2 Las referencias al tópico en Marx y en Engels no escasean.Cito aquí algunas de ellas. De la correspondencia de Marx, porejemplo, la carta a Engels el 10 de octubre de 1868, a JohannBaptist von Schwarz el 13 de octubre de 1868. De las cartas deEngels, a Marx el 29 de noviembre de 1867, a Ludwig Kugelmannel 10 de julio de 1869, a Florence Kelley Wischnewetzky el 9 defebrero de 1887, a Karl Kautsky el 12 de agosto de 1892, a LauraLafargue el 10 de mayo de 1890. De textos publicados de Marx,la Crítica del Programa de Gotha; y aun su comunicación confi-dencial sobre Bakunin a la Primera Internacional en 1870. De escri-tos publicados de Engels, su artículo para el The Northern Star deoctubre de 1847, Revolución y contrarrevolución en Alemania(1852), los artículos para The Labour Standard de marzo de 1877,un prefacio al Anti-Dühring (1878), y la introducción a la edicióninglesa de 1892 de Socialismo utópico y socialismo científico.

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entendimiento en lugar de esclarecerlo. Creo más útilconstruir nuevas conceptualizaciones atinentes a fenó-menos propiamente explicables por condiciones, situa-ciones y decisiones políticas, donde la relevancia delo imaginario no sea repudiada como residuo arcaico,premoderno o religioso. Quizá el mismo denuesto delsectarismo esté habitado, en sus enunciaciones con-solidadas en la izquierda, incluso en la entusiastamen-te “antisectaria”, de una lógica soberbia e idealistaque es preciso desmontar. Eso explicaría el casi uni-versal repudio del sectarismo y las recíprocas acusa-ciones entre las organizaciones coaguladas.

Los temas que me ha interesado convocar, del aba-nico de cuestiones trazadas por Casas —esto es, la orga-nización política y el sectarismo— confluyen en unapreocupación respecto del carácter prefigurativo de laestrategia socialista. Por razones que la propia argumen-tación de Aldo Casas pone de relieve, el proyecto socia-lista no puede ya ser pensado como la obra de un núcleoiluminado que somete, para emanciparla, a una multi-tud ignara y conservadora. Casas explica muy bien lanecesidad de construir organizaciones basadas en laautoactividad de los agentes políticos, sociales y cul-turales. Los rasgos decisivos de una democracia socia-lista deben estar en acto en la propia organización ypráctica revolucionarias antes de las tomas de lospoderes. Lo que proponemos como comunidad de laigualdad y la diferencia en la democracia radical de lospoderes y la riqueza, fórmula básica del socialismo,exige su anticipación en la praxis actual. Ningún líderjacobino o aparato estalinista posee el destino de pilo-tear la barca de la revolución y del estado socialista.

El lema prefigurativo de la política socialista nosuprime la obvia inscripción de las prácticas transfor-

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madoras en un contexto de dominio capitalista y hege-monía liberal-capitalista o populista-capitalista. El socia-lismo revolucionario es de ese modo constreñido aextraer agua de la roca plena: actuar de modo socialis-ta en una realidad hostil y usualmente reproductora delo dado, donde el socialismo es antiintuitivo (pues elcapitalismo aparece como lo natural). No obstante, esfalso que las aspiraciones a una vida común diferentesean meros ensueños exclusivos de minorías insignifican-tes. Es aquel mismo marco social, político e ideológicotendiente a la reproducción el que se ve periódicamen-te conmovido por tensiones y contrariedades que frac-turan la aparente solidez de lo existente. Basta con abrirbien los ojos para captar en todos los continentes las fuer-zas que se insubordinan contra la normalidad de la anti-democracia capitalista, contra el racismo y el machismo,contra la homofobia y la xenofobia.

Es esa realidad en la que coexisten los retenes delcapital y el orden establecido con potencias de subver-sión que una gran organización popular con una políti-ca socialista puede prosperar en la convergencia de lasclases y grupos deseantes de otro mundo. La organiza-ción política socialista se alimentará de mil fuentes perono deberá disolverse en el practicismo o el oportunis-mo. La generalización del concepto de transiciónencuentra entonces una significativa utilidad pararepensar la relación entre tiempo e ideología en la polí-tica socialista. Ningún programa está dado de una vezpara siempre ni se agota en una formulación histórica-mente situada. Tampoco debe esperar al crepúsculo deldía en que triunfe la revolución. No es, pues, en las rui-nosas humaredas del orden capitalista, racista y machis-ta, que se inaugurará la estación gloriosa de laconstitución cooperativa y libre de una nueva sociedad.

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La “transición” opera ya mismo en la aspiración a edi-ficar una política socialista de masas, popular, revolu-cionaria y cooperativa. El socialismo está forzado másque nunca, luego del doloroso aprendizaje de un sigloterrible, a rehacerse en una dura dialéctica en que suorganización política está comprometida a ser, a la vezque una proa del cambio revolucionario, una anticipa-ción de una sociedad emancipada. Instarnos a repen-sar estas cuestiones sin invocar ensalmos simplificadoreses uno mayores de los méritos del ensayo de Aldo Casas.

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