Les dijo una parábola para mostrar que es preciso orar en todo tiempo y no desfallecer, diciendo:...

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Les dijo una parábola para mostrar que es preciso orar en todo tiempo y no desfallecer, diciendo:

“Había en una ciudad un juez que ni temía a Dios ni respetaba a los hombres.

Había asimismo en aquella ciudad una viuda que vino a él diciendo:

‘Hazme justicia contra mi adversario’.

Por mucho tiempo no le hizo caso; pero luego se dijo para sí: ‘Aunque, a la verdad,

yo no tengo temor de Dios ni respeto a los hombres, más, porque esta viuda me está cargando,

le haré justicia, para que no acabe por molerme’.

Dijo el Señor: Oíd lo que dice este juez inicuo.

¿Y Dios no hará justicia a sus elegidos, que claman a El día y noche, aun cuando los haga esperar?

Os digo que hará justicia prontamente.

Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?”

Lucas 18, 1-8

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El juez es impío, proverbialmente malo, «no temía a Dios ni tenía consideración alguna con los hombres». Desempeñaba su función judicial a su arbitrio, como si no hubiera Dios a quien tuviera que rendir cuentas,

y se comporta exactamente como no debe. El encargo de Dios al juez reza era hacer justicia al pobre y al huérfano, amparar a la viuda, tratar justamente al desvalido y al menesteroso.

Librar al pobre y al necesitado, sacadle de las garras del impío (Sal 82,3s; Is 1,17; Sant 1,27).

El juez es impío

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En la antigua sociedad judía las mujeres quedaban viudas porque solían desposarse muy jóvenes o porque sus maridos morían en las guerras que eran muy frecuentes en la antigüedad.

Las viudas, junto con los huérfanos y los pobres, eran las personas más desprotegidas de la sociedad (Am 5,7.10-13; Is 1,23; 5,7-23; Jer 5,28; Is 1,17; Jer 22,3).

La Viuda

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La viuda perdió no sólo al esposo sino también y especialmente el soporte financiero de algún miembro masculino de su familia y necesita, por tanto, protección legal. Su condición era considerada incluso

como un oprobio. La viuda era la imagen más viva del dolor y de las lágrimas.

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La viuda de la parábola no tenía cómo “comprar” al juez corrupto, un hombre cínico que no temía a Dios ni respetaba a los hombres. Por más que la causa de esta viuda fuera justa, al juez no le interesaba

Perder el tiempo con ella, solo le queda, volver una y otra vez, presentar su solicitud insistentemente y con perseverancia. Así lo hace, hasta que el juez acaba por hastiarse.

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En la antigua sociedad judía las mujeres quedaban viudas porque solían desposarse muy jóvenes o porque sus maridos morían en las guerras que eran muy frecuentes en la antigüedad.

Las viudas, junto con los huérfanos y los pobres, eran las personas más desprotegidas de la sociedad (Am 5,7.10-13; Is 1,23; 5,7-23; Jer 5,28; Is 1,17; Jer 22,3).

Insistencia de la Viuda pidiendo justicia

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"Hacer justicia" se repite en cuatro ocasiones. La expresión presupone dos personas enfrentadas.Hazme justicia frente a mi adversario, dice la viuda. La atención a este enfrentamiento es importante

para precisar el contenido de la oración, de cuya necesidad se trata.

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Lo que le mueve a hacer justicia a la viuda es que lo deje en paz, estar tranquilo. Comprende que la mujer no tiene intención de ceder y al fin se harta de verse molestado continuamente.

No es la actitud perseverante de la viuda lo más importante, sino la certeza de ser escuchada.

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La conclusión no puede ser otra que la seguridad y confianza en que la oración será siempre escuchada. Si un hombre tan impío y tan sin consideraciones como este juez, por puro egoísmo,

para que lo dejen en paz, se deja mover a hacer justicia por los ruegos de la viuda, ¿cuánto más escuchará el Señor los gritos de socorro de sus elegidos? Al fin y al cabo Dios es muy distinto del juez impío.

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Ya en la introducción de la parábola se dejaba oír este motivo: Hay que orar siempre sin cansarse nunca.

Dios hace justicia a sus elegidos que día y noche claman a él.

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La intención del Señor es explicarles «a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse». La oración ha de ser ininterrumpida. Esto implica rezar todos los días, tener momentos fuertes

de diálogo con Dios. En este sentido, no deja de rezar quien vive en presencia de Dios, y quien inmerso en esa presencia, busca dar gloria a Dios con sus acciones.

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El discípulo ha de perseverar en la oración aún cuando su oración parezca no tener el resultado esperado, a pesar de las dificultades y obstáculos que puedan aparecer en el camino

y que suelen desanimar y desalentar a tantos.

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Una vida de oración sólo es posible cuando hay fe porque sin fe la oración no tiene sentido, no se entiende. De la fe brota el amor, la confianza y la oración. Jesús nos anima para que mantengamos la fe

hasta el último día. Entonces, en el día del Señor, comprenderemos que Dios no es un sordomudo ante los gritos de los justos que le piden justicia, comprenderemos que si ahora calla es tan sólo

porque nos escucha y espera darnos al fin la respuesta definitiva.

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Creer que la justicia de Dios es la verdadera justicia y la única solución definitiva a los problemas del hombre, y creer que es posible esa justicia.

Rezar es confesar y confirmar nuestra fe.

Rezar es creer

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Pero no con los brazos cruzados, sino empujando con toda nuestra fuerza para que se abrevie la espera. Rezar es decirle al Padre que nos ha contagiado su urgencia.

Rezar es esperar

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Agradecer a Dios la vida que nos ofrece y el amor que nos muestra, decirle que aceptamos esa vida y que queremos corresponder a su amor trabajando por la felicidad de toda la humanidad.

La oración es respuesta de amor y de solidaridad a un Dios solidario de los hombres.

Rezar es amar

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