Legítima indefensión

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5 5 5 5 E l nivel de descomposición social en México es crítico. La presen- cia desvergonzada del crimen y la delincuencia organizada como elementos casi propios de la vida cotidiana en el país no sólo demuestra que el camino emprendido por las últimas administracio- nes gubernamentales en el combate a la violencia y la procuración de la justicia, ha sido el equivocado, también revela la inverosímil facilidad de asimilación del miedo y la corrupción en todos los niveles sociales que no genera sino desconfianza entre conciudadanos. El hecho de que algunos grupos socia- les, principalmente de las zonas margi- nadas, indígenas y rurales, opten por la organización de la defensa comunitaria y el enjuiciamiento mediante ordenan- zas tradicionales parece no recibir graves cuestionamientos excepto desde la propia autoridad pública -instancia legítima de la fuerza- y de los apasionados del llamado ‘Estado de Derecho’ que apelan a él para exigirle el control de lo que lastima sus intereses. Sin embargo, la crisis de seguridad no es exclusiva de los sectores olvidados; la vive lo mismo el empresario o el político que el ciudadano común, pero sus herramientas para hacerle frente son muchas veces dife- renciadas solo por la capacidad económica para armar cuerpos de seguridad a modo, privatizar la protección. Nadie pareció alarmarse cuando los cuer- pos de seguridad privada comenzaron a ser uno de los negocios más rentables en el país. El miedo al próji- mo en la sociedad mexica- na es una oportunidad de oro para vender. En 1983 solo existía una empresa dedicada a la seguridad y protección privada, hoy son más de 6,600 empresas de- dicadas a este rubro. El sentimiento de inde- fensión no lo experimentan exclusivamente los pueblos pobres, lo comparten con el puñado de magnates nacionales que también custodian sus bienes a través de muy modernas instancias de seguridad; y también con líderes políticos que temen el descontento social generalizado. Más triste aún es que el miedo y la des- confianza se vive incluso en las institucio- nes dedicadas precisamente a salvaguardar la paz y mantener el orden público. La caza de chivos expiatorios en la Defensa Nacional, el debilitamiento de la soberanía nacional en materia de seguridad con la cada vez mayor presencia de la CIA en el territorio mexicano o la persecución entre funcionarios presuntamente vinculados a grupos crimi- nales son ejemplos de esta angustia que vive el Estado. En el fondo, el miedo a la autodefensa no es por el derecho que podría tener cualquiera de vivir en paz y seguro sino a la posibilidad de que esta defensa sea co- rrompida por intereses de grupo, negocio y crimen. Por mucho tiempo se pen- só que el sentimiento de in- seguridad era mayor que la criminalidad en sí; pero esta sensación aunada a una cultura de corrup- ción en el país ha provocado espirales de violencia nunca antes vistas. La corrupción se ha insertado en el aparato del Estado, en el desarrollo social, en la educación, la economía, la seguridad, la procuración de justicia, las organizaciones sociales. Con miedo, es precisamente el hombre el que se encuentra en legítima indefensión. EDITORIAL Legítima indefensión El miedo al prójimo es una oportunidad para vender, en 30 años la seguridad privada ha pasado de una a 6,600 empresas E n un tiempo en el que descien- den los fieles en la Iglesia, tradi- cional eje de la fe en Occidente, contrasta el fuerte aumento de prácticas esotéricas ligadas a la llamada “espiritualidad sin Dios”. Disciplinas, prácticas o conceptos surgidos en torno a la New Age y sus variables han remontado con éxito económico y popular sus sesiones de terapias, de sanación física y mental, que apelan a una difusa energía uni- versal que todos podrían alcanzar desde su propio conocimiento, como el reiki. Sin embargo, su adhesión y práctica son contrarias a los conceptos del cristianis- mo y a todo lo que éste representa. El cristianismo tiene como fin el encuentro personal con el Dios creador. La Iglesia es consciente de que el auge de esta pseudoreligión estriba en que apela a valores “fáciles”, como el sim- ple bienestar. Frente a ello, el mensaje cristiano implica un esfuerzo que parte de la idea de fraternidad (al contrario del individualismo de la Nueva Era). A finales del mes de abril, estuvieron en México dos hermanos representantes de la Comunidad Ecuménica Taizé para comenzar los enlaces de la “Peregrina- ción de la Confianza 2014”; un ejemplo de fraternidad y vida comunitaria, así como la oración abierta y franca entre todos los creyentes. La búsqueda de caminos de unidad, de solidaridad, son los ejes de esta espiritualidad fundada en Francia durante tiempos aciagos. ¿Cómo fomentar el sentido testimonial en las comunidades cristianas a la hora de ganarse la confianza de quienes caen en los brazos de una espiritualidad in- genua? ¿Qué fortalezas de la fraternidad nos contagian una espiritualidad de encuentro, de esperanza? La respuesta eclesial ha de basarse en recalcar la fuerza de los auténticos testigos de la fe. Porque el primer mandamiento es el amor. Espiritualidad y fraternidad

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La crisis de seguridad no es exclusiva de los sectores olvidados; la vive lo mismo el empresario o el político que el ciudadano común...

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El nivel de descomposición social en México es crítico. La presen-cia desvergonzada del crimen y la delincuencia organizada como

elementos casi propios de la vida cotidiana en el país no sólo demuestra que el camino emprendido por las últimas administracio-nes gubernamentales en el combate a la violencia y la procuración de la justicia, ha sido el equivocado, también revela la inverosímil facilidad de asimilación del miedo y la corrupción en todos los niveles sociales que no genera sino desconfianza entre conciudadanos.

El hecho de que algunos grupos socia-les, principalmente de las zonas margi-nadas, indígenas y rurales, opten por la organización de la defensa comunitaria y el enjuiciamiento mediante ordenan-zas tradicionales parece no recibir graves cuestionamientos excepto desde la propia autoridad pública -instancia legítima de la fuerza- y de los apasionados del llamado ‘Estado de Derecho’ que apelan a él para exigirle el control de lo que lastima sus intereses.

Sin embargo, la crisis de seguridad no es exclusiva de los sectores olvidados; la vive lo mismo el empresario o el político que el ciudadano común, pero sus herramientas

para hacerle frente son muchas veces dife-renciadas solo por la capacidad económica para armar cuerpos de seguridad a modo, privatizar la protección.

Nadie pareció alarmarse cuando los cuer-pos de seguridad privada comenzaron a ser uno de los negocios más rentables en el país. El miedo al próji-mo en la sociedad mexica-na es una oportunidad de oro para vender. En 1983 solo existía una empresa dedicada a la seguridad y protección privada, hoy son más de 6,600 empresas de-dicadas a este rubro.

El sentimiento de inde-fensión no lo experimentan exclusivamente los pueblos pobres, lo comparten con el puñado de magnates nacionales que también custodian sus bienes a través de muy modernas instancias de seguridad; y también con líderes políticos que temen el descontento social generalizado.

Más triste aún es que el miedo y la des-confianza se vive incluso en las institucio-nes dedicadas precisamente a salvaguardar la paz y mantener el orden público. La

caza de chivos expiatorios en la Defensa Nacional, el debilitamiento de la soberanía nacional en materia de seguridad con la cada vez mayor presencia de la CIA en el territorio mexicano o la persecución entre

funcionarios presuntamente vinculados a grupos crimi-nales son ejemplos de esta angustia que vive el Estado.

En el fondo, el miedo a la autodefensa no es por el derecho que podría tener cualquiera de vivir en paz y seguro sino a la posibilidad de que esta defensa sea co-rrompida por intereses de grupo, negocio y crimen.

Por mucho tiempo se pen-só que el sentimiento de in-seguridad era mayor que la criminalidad en sí; pero esta

sensación aunada a una cultura de corrup-ción en el país ha provocado espirales de violencia nunca antes vistas. La corrupción se ha insertado en el aparato del Estado, en el desarrollo social, en la educación, la economía, la seguridad, la procuración de justicia, las organizaciones sociales. Con miedo, es precisamente el hombre el que se encuentra en legítima indefensión.

▶EDITORIAL

Legítima indefensión

El miedo al prójimo es una oportunidad para vender, en 30 años la seguridad privada ha pasado de una a 6,600 empresas

En un tiempo en el que descien-den los fieles en la Iglesia, tradi-cional eje de la fe en Occidente, contrasta el fuerte aumento de

prácticas esotéricas ligadas a la llamada “espiritualidad sin Dios”.

Disciplinas, prácticas o conceptos surgidos en torno a la New Age y sus variables han remontado con éxito económico y popular sus sesiones de terapias, de sanación física y mental, que apelan a una difusa energía uni-versal que todos podrían alcanzar desde su propio conocimiento, como el reiki. Sin embargo, su adhesión y práctica son contrarias a los conceptos del cristianis-

mo y a todo lo que éste representa. El cristianismo tiene como fin el encuentro personal con el Dios creador.

La Iglesia es consciente de que el auge de esta pseudoreligión estriba en que apela a valores “fáciles”, como el sim-ple bienestar. Frente a ello, el mensaje cristiano implica un esfuerzo que parte de la idea de fraternidad (al contrario del individualismo de la Nueva Era).

A finales del mes de abril, estuvieron en México dos hermanos representantes de la Comunidad Ecuménica Taizé para comenzar los enlaces de la “Peregrina-ción de la Confianza 2014”; un ejemplo de fraternidad y vida comunitaria, así

como la oración abierta y franca entre todos los creyentes. La búsqueda de caminos de unidad, de solidaridad, son los ejes de esta espiritualidad fundada en Francia durante tiempos aciagos. ¿Cómo fomentar el sentido testimonial en las comunidades cristianas a la hora de ganarse la confianza de quienes caen en los brazos de una espiritualidad in-genua? ¿Qué fortalezas de la fraternidad nos contagian una espiritualidad de encuentro, de esperanza? La respuesta eclesial ha de basarse en recalcar la fuerza de los auténticos testigos de la fe. Porque el primer mandamiento es el amor.

Espiritualidad y fraternidad

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