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Actas XIV Congreso AIH (Vol. IV). Antonio R. ESTEVES. Las utopías latinoamericanas en «Dai... - Las utopías latinoamericanas en Daimón, de Abel Posse Antonio R. Esteves UNESP- ASSIS BRASIL EN 1978, EL ESCRITOR y diplomático argentino A bel Posse publica Daimón 1 , novela que tiene como protagonista a Lope de Aguirre. En una vigilia sin fin, entre ensueños y delirios, el viejo conquistador español vaga sin destino, con un grupo de seguidores, por el subcontinente sudamericano. Tiempo y espacio se barajan como en un juego de naipes, en el que arcanos del tarot abren cada uno de los diez capítulos que componen la novela. Imágenes de la conquista, de la colonización, de la independencia y de las dictaduras y guerrillas contemporáneas se mezclan en un espacio que intenta abarcar todo el continente. En tal laberinto, vivos y muertos bailan juntos la danza de la vida. Lope de Aguirre, el personaje histórico que se rebeló contra el todopoderoso Felipe 11 en el siglo XVI, se transforma en personaje literario. Se levanta del mundo de los muertos y sale en búsqueda de una identidad posible, agobiado entre sus fuertes raíces ibéricas y su larga e intensa vivencia americana. Se rompe la temporalidad convencional: el tiempo cíclico mítico toma el lugar del tiempo cronológico del calendario. En el vasto espacio físico del continente, los personajes vagan como si fueran eternos espectros, cambiando su papel de acuerdo con la mudanza del tiempo. La acción de la novela abarca prácticamente los cinco siglos de la historia de América después de la llegada de los europeos. La figura de Lope de Aguirre, con sus andanzas y aventuras, es el hilo que conduce la trama narrativa, guiando al lector en el vasto entramado de intertextualidades que compone la novela y que tiene la intención de mostrar la compleja realidad americana. Allí, un agónico Lope de Aguirre intenta encontrar su identidad en cada uno de los infinitos fragmentos de un espejo destrozado. Tales imágenes, tan pronto se juntan, vuelven a separarse como en el frenético movimiento de un caleidoscopio. El foco narrativo asimila, así, innúmeras voces, algunas anónimas y calladas durante siglos y produce una narración fragmentada, resultado de la yuxtaposición de muchas historias, llenas de lagunas que tienen como hilo conductor la propia historia de las utopías americanas. Se alternan con las voces colectivas y populares las voces tradiciona- les de historiadores y cronistas oficiales y también las voces de la literatura. 1 Abe! Posse. Daimón, Buenos Aires: Emecé, 1989. 169 -1 .. Centro Virtual Cervantes

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Las utopías latinoamericanas en Daimón, de Abel Posse

Antonio R. Esteves UNESP- ASSIS BRASIL

EN 1978, EL ESCRITOR y diplomático argentino A bel Posse publica Daimón1, novela que

tiene como protagonista a Lope de Aguirre. En una vigilia sin fin, entre ensueños y delirios, el viejo conquistador español vaga sin destino, con un grupo de seguidores, por el subcontinente sudamericano. Tiempo y espacio se barajan como en un juego de naipes, en el que arcanos del tarot abren cada uno de los diez capítulos que componen la novela. Imágenes de la conquista, de la colonización, de la independencia y de las dictaduras y guerrillas contemporáneas se mezclan en un espacio que intenta abarcar todo el continente.

En tal laberinto, vivos y muertos bailan juntos la danza de la vida. Lope de Aguirre, el personaje histórico que se rebeló contra el todopoderoso Felipe 11 en el siglo XVI, se transforma en personaje literario. Se levanta del mundo de los muertos y sale en búsqueda de una identidad posible, agobiado entre sus fuertes raíces ibéricas y su larga e intensa vivencia americana. Se rompe la temporalidad convencional: el tiempo cíclico mítico toma el lugar del tiempo cronológico del calendario. En el vasto espacio físico del continente, los personajes vagan como si fueran eternos espectros, cambiando su papel de acuerdo con la mudanza del tiempo. La acción de la novela abarca prácticamente los cinco siglos de la historia de América después de la llegada de los europeos.

La figura de Lope de Aguirre, con sus andanzas y aventuras, es el hilo que conduce la trama narrativa, guiando al lector en el vasto entramado de intertextualidades que compone la novela y que tiene la intención de mostrar la compleja realidad americana. Allí, un agónico Lope de Aguirre intenta encontrar su identidad en cada uno de los infinitos fragmentos de un espejo destrozado. Tales imágenes, tan pronto se juntan, vuelven a separarse como en el frenético movimiento de un caleidoscopio.

El foco narrativo asimila, así, innúmeras voces, algunas anónimas y calladas durante siglos y produce una narración fragmentada, resultado de la yuxtaposición de muchas historias, llenas de lagunas que tienen como hilo conductor la propia historia de las utopías americanas. Se alternan con las voces colectivas y populares las voces tradiciona-les de historiadores y cronistas oficiales y también las voces de la literatura.

1 Abe! Posse. Daimón, Buenos Aires: Emecé, 1989.

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La novela se divide en dos partes, cada una dividida a su vez en cinco capítulos. En la primera, que se refiere al período colonial, se analiza el ejercicio del poder: «necesaria y callada crueldad» 2. Es el intento de desacralizar la conquista. Lo pe, sin embargo, como cualquier americano, no puede negar su origen europeo. Para superar el trauma, entonces, se vale del ritual de la ayawasca. En la segunda parte de la novela, que empieza en la época de la independencia de los países latinoamericanos, se trata de la vida personal del protagonista. Es la búsqueda del amor y de la experiencia personal y mística en un ritual que pretende hacer que el protagonista acceda a su autoconocimiento. El lugar elegido es Machu Pichu y el gurú es Huamán, el antiguo cronista del incario. Al final del proceso, Lope de Aguirre puede sentirse plenamente latinoamericano y se propone, a partir de entonces, luchar contra la destrucción de una América hundida en el fango del neocolonialismo y de feroces dictaduras.

La trayectoria del protagonista, sin embargo, también se puede leer como jornada arquetípica de un héroe guiado por las cartas del tarot. Cada uno de los diez capítulos se introduce por un arcano, como ya se dijo. De esa forma, en el primer capítulo, bajo la protección de El juicio de los muertos, el protagonista renace para un nuevo ciclo, en el cual se suceden pruebas rituales que culminan en el último capítulo, que trae como arcano protector El Sol, carta cuya simbología de iluminación es bastante evidente y que marca, también, el fin de una etapa y el inicio de otra. Se cierra un ciclo y empieza otro siguiendo a girar de la rueda de la fortuna.

Al seguir los pasos del viejo conquistador/rebelde/peregrino español por la historia del continente, se puede encontrar la mayor parte de las utopías que, de una forma o de otra, estuvieron asociadas a su historia. Desde sus orígenes, América, primero a los ojos de los europeos, después a los ojos de los propios americanos, contó con los ingredientes básicos de la utopía: un territorio desconocido en donde se podría construir algo totalmente nuevo y una historia con un pasado desconocido, que podría ser recuperado, o un futuro que se proyectaba con facilidad 3

. Un verdadero vivero de utopías, muchas veces se ve la historia de América como un capítulo más de la historia de la utopías europeas.

En el primer capítulo de la novela, el narrador desmitifica aquella que tal vez fue la utopía más fuerte del período colonial: la asociación del Nuevo Mundo con el paraíso. Las navegaciones y la expansión mercantil del período de transición entre las mentalidades medieval y renacentista mercantil hicieron que los europeos proyectaran en las nuevas tierras descubiertas una serie de mitos, leyendas y fantasías originarios tanto de la mentalidad cristiana medieval como del imaginario grecolatino. El mismo Colón hizo la asociación del nuevo continente con el paraíso referido en los textos bíblicos. De una forma ya no tan ingenua como la de Colón, diversas órdenes religiosas, movidas por ideales de renovación de la iglesia católica y de la fe cristiana, de origen milenarista o pregonados en la contrarreforma, principalmente franciscanos y jesuitas, vieron en las nuevas tierras la posibilidad de construir una sociedad cristiana perfecta. Una especie de

~id. p.25. Femando Aínsa. De la edad de Oro a El Dorado: Génesis del discurso utópico americano,

México: FCE, 1992,p.10.

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cristianismo primitivo igualitario que haría revivir el paraíso perdido. Durante los dos primeros siglos de la colonización, estos religiosos trataron de poner en práctica estas utopías e intentaron construir en América una sociedad que ya no era posible en Europa. Algunas de estas experiencias, escritas, o puestas en práctica se hicieron famosas, como la República de los Guaraníes, sobre la que mucho se ha escrito y de la cual aparecen referencias en la novela.

En el Nuevo Mundo, el deseo de los europeos se confundía con una realidad exótica y desconocida y, así, una serie de mitos que trajeron los conquistadores, encontraron aquí terreno fértil y originaron muchos otros, siempre reforzados por relatos de los nativos. De esa forma, surgieron varias utopías en el período colonial. Hasta la misma Utopía de Moro, pude decirse que nació de este contexto histórico favorable. Dos de estos paraísos proyectados por los conquistadores en algún recinto desconocido de la selva amazónica son el país de la amazonas y el reino de El Dorado. A ambos está asociada la expedición de Lope de Aguirre en el siglo XVI y aparecen desacralizados en la novela de Posse.

En el tercer capítulo de la primera parte, el grupo guiado por Lope llega al reino de la amazonas. El foco narrativo se alterna, pasando de Lope y sus seguidores, que representan la visión cristiana y occidental, a Cuñan, la reina de las amazonas, que representa el contrapunto de esa forma de ver el mundo. El tema básico es la relación del hombre con su cuerpo y con el sexo. Se oponen, en todo instante, las visiones matriarcal y patriarcal del universo. Las mujeres guerreras, además de presentar una sociedad perfecta, sin sufrimientos y plena de placeres, ofrecen otro tipo de sexualidad. Los extranjeros, sin embargo, ciegos por la codicia del oro y por la culpa cristiana, no se adaptan a la libertad total que ellas les proponen, en su vida de perfecto equilibrio con la naturaleza. La saciedad sexual sin culpa no puede ser asimilada por los conquistadores. Todo el capítulo es un intento carnavalizado de desnudar el sistema moral asociado a la culpa sobre el cual se fundamenta la cultura cristiana occidental.

Con esa visión camavalizada del contacto entre los hombres de Aguirre y las amazonas, Posse destroza, de un solo golpe, dos importantes utopías europeas. La primera, común en el siglo XVI, de inspiración bíblica mezclada con ancestrales mitos grecolatinos, idealizaba la sociedad perfecta en la imagen del paraíso terrenal. La segunda, creada principalmente a partir de las ideas de Freud, recrea una sociedad, igualmente perfecta, basada en la libertad sexual y que quizás sea una de las utopías más importante del siglo XX, contando hasta el presente con innumerables seguidores.

La emperatriz, arcano de este capítulo, simboliza la gran madre, las fuerzas primitivas del ser, en cuyo vientre se generará y se transformará el espíritu. Ella gobierna el reino mundano de las pasiones y establece la unión del cielo con la tierra, del espíritu con la came4

. Su simbología concuerda perfectamente con lo que representa el mítico reino de las mujeres guerreras. A esa forma primitiva inconsciente se opone una fuerza represora consciente, cuyo arquetipo es, en el tarot, El emperador, el padre de la civilización, que rige el capítulo siguiente de la novela. En el Lope de Aguirre, una vez abandonado el

4 Sallie Nicho Is. Junge o Taró: umajornada arquetípica, Trad. Octávio M. Cajado, 6.ed., Sao Paulo: Cultrix, 1993.

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reino de las amazonas, llega a Cartagena de Indias, en donde se pone en contacto con el siglo XVIII y la ilustración. El advenimiento de El emperador marca la superación del reino no verbal, matriarcal, de La emperatriz, con sus ciclos naturales que presuponen nacimiento, crecimiento y decadencia. Surge el mundo patriarcal de la palabra creativa que instala el dominio masculino del principio racional sobre la naturaleza. El hecho de que Lope y sus seguidores abandonen el reino de las amazonas significa la derrota de la utopía del paraíso natural. La utopía de la sociedad hedonista es derrotada por la moral y las culpas. El sexo que causa placer, en la visión irónica del narrador, es incapaz de garantizar la supervivencia de la especie y la mayoría de los aventureros parte sin dejar, en el reino de la amazonas ni siquiera un heredero. Siguen en búsqueda de oro y no llevan consigo ni el muiraquitan, el amuleto del amor. En la sociedad capitalista inaugurada por el siglo XVIII, no hay lugar ni para el sexo ni para el amor.

Cuña, la reina de la mujeres guerreras, se queda triste por no haber podido sacar de los visitantes los secretos de la pólvora y del hierro, que tanta utilidad podían tener en su reino. Su tristeza, sin embargo, es más honda: ella presiente que estos hombrecillos, feroces guardianes de su propia infelicidad, acabarían por dominar los grandes ríos, los lagos, los montes, la selva. Les pertenecería el mundo porque no les costaba nada negar la vida. Otra vez, la crítica ácida del narrador recae sobre una utopía bastante generalizada en el siglo XX: el equilibrio entre naturaleza y hombre, defendido principalmente por los ecologistas del llamado primer mundo. Se trata de la utopía que quiere mantener la región amazónica como una especie de santuario de lo que las sociedades industriales ya no pueden tener. La vida del hombre local, en medio de esa naturaleza, muchas veces bastante hostil, poco importa. Tampoco interesa que ese hombre no tenga acceso a los utópicos beneficios de la revolución industrial y del capitalismo global.

El quinto capítulo de la novela tiene como arcano protector El As de Oros. El tema es el oro, como riqueza material y también como elemento síntesis de la perfección. En este capítulo termina la epopeya del guerrero abriendo espacio para la etapa siguiente, la vida personal. Aquí se desmitifica otro de los grandes reinos utópicos coloniales: El Dorado. Desde el principio, las relaciones con el Nuevo Mundo fueron marcadas por la ambigüedad: de un lado la busca desenfrenada de riquezas materiales, principalmente el oro y otros metales preciosos y de otro un ideal místico y religioso que buscaba un lugar en el paraíso, la expansión del cristianismo o un lugar en donde se pudiera recrear una sociedad sin los vicios de aquel cansado viejo mundo. Así se mezclan la búsqueda de la Edad de Oro, del paraíso edénico, de la escatología cristiana y la búsqueda de El Dorado, lugar que unía no solamente la felicidad plena pero también la abundancia del metal precioso. Varios mitos y leyendas de diversos orígenes ayudaron a plasmar dicha utopía. Y la fantasía se encargó de crear una serie de reinos perdidos en los confines de la geografia americana en los que brillaban a la luz del sol los techos dorados de los palacios.

El último de esos reinos quizás haya sido El Dorado, en el lago de Paititi, cuyo señor se vestía con fina capa de oro en polvo, esparcido sobre su cuerpo ungido por finos óleos, que lavaba todos los días en el lago. Innumerables expediciones se perdieron en la selva en busca de tal reino, durante los siglos. Entre ellas la que trajo el nombre de Lope de Aguirre para los anales de la historia. Este mito acabó tragado por la historia pero, hasta hoy, se muestra capaz de hacer revivir la utopía de la riqueza fácil.

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En la novela, al encontrar El Dorado, después de extenuante viaje, Lope de Aguirre comprende que el oro es inútil, pues las arenas auríferas del reino impiden el crecimiento de vegetales, haciendo imposible la vida de los seres. Después de pasar algún tiempo acariciando el oro y haciendo planes grandiosos para el futuro, los hombres acaban profundamente aburridos. Inesperada, la solución para el dilema viene de fuera. Llegan los emisarios del Nuevo Inca Refundador del Imperio, Tupac Amaru y le piden a Lope que no toque aquel oro para que no vaya a terminar en las manos de los españoles como todo el oro sacado de América.

Lope toma, entonces, la decisión más dificil de su vida: abandona el oro y pone sus subordinados a disposición de Tupac Amaru. Se trata de nueva utopía superada: la riqueza capitalista sucumbe ante los ideales revolucionarios. Históricamente, a partir del siglo XVIII, América que hasta entonces había sido suelo fértil de utopías ajenas, empieza a proyectar sus propias utopías. La presencia de Tupac Amaru en la narrativa es bastante significativa pues marca el surgimiento de la utopías americanas. La negación, por parte de Lope, de los ideales de la Revolución Francesa significan la búsqueda de nuevos caminos para América y se introduce en la novela una de las llaves de su lectura: la búsqueda de soluciones locales para el problema.

Para intentar resolver la cuestión de su identidad, Lope se vale de un ritual americano ancestral: la ayawasca. Toda la segunda parte de la novela se concentra en el proceso de americanización de Lope, principalmente a partir de su entrada en Machu Pichu, al mismo tiempo que las nuevas naciones americanas intentan fijar su identidad a partir de los ideales de la Revolución Francesa y del Romanticismo europeo.

El ideal utópico adoptado por el narrador, sin embargo, está asentado en las culturas andinas. El aprendizaje de Lope ocurre en Machu Pichu, ciudad emblemática de la cultura incaica, importante centro mágico del imperio, mitad cielo, mitad tierra, en la que realidad y fantasía se juntan, en una cópula armónica de dos universos. Ubicada en las alturas de la cordillera andina, cerca del Cuzco, se mantuvo apartada de los ojos de los europeos hasta hace menos de un siglo. Núcleo energético privilegiado, Machu Pichu se transformó en símbolo de la resistencia callada de la cultura andina frente a la europea. Este es el sitio elegido por Lope para la realización del amor. Al vencer la barrera del amor individual y del deseo, él está preparado para la fusión completa con la naturaleza y la búsqueda de la esencia del ser humano, lograda a través de la ayawuasca. El guía del proceso es Huamán, una especie de alter ego del cronista Felipe Guamán Poma de Ayala, vocero del incario y primer autor del ciclo del Inkarri5

. Bastante significativa es la elección de estos dos tópicos de la cultura incaica por

parte del narrador: Machu Pi ch u y Guamán Poma, ambos desconocidos hasta hace menos de un siglo. La utopía andina, sin embargo, se explica a través del mito del Inkarri: la superación del sol negro con el regreso del Inca para reconstruir un mundo nuevo. No se sabe exactamente ni dónde ni cuándo ha surgido el mito que da origen a esa utopía. Sin embargo, parece que existe, en forma oral desde pocos años después de la ejecución del

5 Mercedes López-Baralt. Guamán Poma: autor y artista, Lima: Ed. Pontificia Universidad Católica, 1993, pp. 29-47.

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último Inca por los españoles. El relato cuenta que, habiendo sido el Inca decapitado por los españoles (y las versiones varían, algunas presentan a Atahualpa como el Inca, cambiando la historia; otras lo presentan como el primer Tupac Amaru, muerto en 1572), le enterraron la cabeza separada del cuerpo. Éste, debajo de la tierra, se va reconstituyendo para poder regresar y recrear el Imperio. En un proceso híbrido, el mito, que a veces también retoma Manco Capac, el primer Inca según la cosmogonía andina, recibe además elementos mesiánicos y milenaristas de la tradición cristiana europea. Se transforma después en una utopía que promete restaurar la sociedad incaica, ya idealizada como una sociedad perfecta y justa. Es lo que Vargas Llosa llama de utopía arcaica6.

A lo largo de la historia del Perú, hay una serie de rebeliones indígenas contra los españoles, de las cuales la más conocida quizás sea la de Tupac Amaru II, de 1780, a la que se refiere Posse en el episodio de El Dorado, en la novela. La civilización incaica, conquistada por los españoles sólo quince años después de la publicación de la Utopía de Moro, ha sido, desde entonces, considerada como un paradigma de sociedad organizada de forma igualitaria y tomada por varia generaciones de socialistas utópicos.

En el caso de Daimón, el que regresa no es el Inca, sino el propio Lope que viene en su lugar. Dicha identificación se puede establecer a partir del ritual llevado a cabo en Machu Pichu en la segunda parte de la novela. Históricamente, Lope de Aguirre no tuvo tumba ya que después de muerto fue decapitado y su cuerpo descuartizado, siendo cada una de las partes enviada a un lugar distinto para que su ejemplo no pudiera ser seguido. Como en el mito andino, el cuerpo y la cabeza del famoso rebelde muerto por los españoles, se juntan otra vez y él se levanta del mundo de los muertos para poder, después de vagar por la oscura selva del período colonial, después de pasar por el aprendizado andino, salir por el continente para luchar por la construcción de su utopía.

La novela termina bruscamente, de forma ambigua pero simbólica. Después de vagar sin destino por el continente, Lope presencia otro sangriento golpe militar y sufre, una vez más, tortura. Regresa, entonces al Cuzco, el ombligo del mundo, antigua capital incaica. Allí reencuentra un amor antiguo, que hace parte del movimiento guerrillero al cual Lope decide engancharse para poder seguir su lucha. Reencarnando la utopía del buen revolucionario, encuentra la muerte al tragarse un hueso, durante una comida con la amada. Sin embargo, no se puede garantizar nada sobre su muerte. Sus seguidores creen que él va resurgir en cualquier instante para retomar su lucha. Por la simbología presente en la obra, su muerte también debe leerse de manera simbólica. Así él renace en la forma de un daimón que mantiene viva la llama de la lucha revolucionaria para construir una utopía latinoamericana. En dicha lucha no pretende seguir el modelo de la Revolución Cubana, ni los manuales de Che Guevara, referido en ese episodio. Tampoco pretende seguir los modelos del socialismo europeo, mal aclimatados en el continente americano por los partidos comunistas, ni el de los trotskistas. El modelo que se sugiere es más autóctono, híbrido, pero con sólida base en la realidad precolombina.

Muerto, Aguirre renace y su renacimiento, pleno y libre, simboliza el surgimiento de

6 Mario Vargas Llosa. La utopía arcaica: José María Arguedas y las ficciones del indigenismo, México: FCE, 1996.

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una América nueva, también plena y libre. Utópica. Es el resultado de la tensión entre una visión esperanzada de su idealidad futura, plena de posibilidades, y un presente oscuro, pleno de desigualdades, injusticias y frustraciones. Se cierra un ciclo y se inicia otro, mientras sigue girando la rueda de la historia. Esa visión cíclica de la historia, donde todo se repite pero, al mismo tiempo, puede ser imprevisible, es una de las marcas de un nuevo tipo de novela histórica que prolifera desde hace algunos años en la literatura hispanoame-ricana, según Seymour Menton7

, y al que pertenece Daimón. La literatura, como lo muestra la novela de Posse, tiene la fuerza de ofrecer al hombre

latinoamericano la posibilidad de la creación de nuevas utopías justo en el instante en que se pregona por el mundo su fin. Utopías latinoamericanas que puedan sustituir a aquellas decrépitas utopías del cansado viejo mundo. La utopía de la tercera vía mantiene viva a América Latina y renueva su literatura. La transformación del pasado incaico en una imagen utópica, en esa novela de Posse, se lleva a cabo con la resolución simbólica de todos los conflictos y contradicciones de la sociedad, legitimándose a través de la narrativa. En ese sentido, Posse no trae ninguna innovación, ya que, según Aínsa8

(1992:24), la narrativa latinoamericana puede leerse como una constante búsqueda de la utopía.

Sólo el hombre puede restablecer el orden primitivo que él mismo violó. Por eso la necesidad de nueva intervención suya a través de la construcción de la utopía. Con ella se puede recuperar la paz y la armonía perdidas y asegurar una intervención profunda y radical en el mundo en la historia. Esencialmente organizativo, el proyecto utópico le permite al hombre poder hacerlo todo y principalmente organizar una nueva realidad o, cuando menos, hacer una relectura crítica de la historia.

Hablando a jóvenes estudiantes en 1922, Henríquez Ureña9, uno de los grandes

intelectuales latinoamericanos del siglo XX, decía que cuando el hombre descubre que puede ser mejor de lo que es y puede socialmente vivir mejor de lo que vive, no descansará mientras no consiga el secreto de ello. Para él, la utopía es el motor de la historia y en el caso de Latinoamérica, donde el caos y el desconcierto predominan, sólo una luz puede indicar el camino de la esperanza a los espíritus cansados. Hay que devolver a la utopía sus características plenamente humanas e impulsar las reformas sociales y económicas más allá de sus metas inmediatas, realizando una emancipación económica de acuerdo con la libertad perfecta del hombre, tanto en lo individual como en lo social. Las utopías, según Henríquez Ureña, además de representar una forma de oposición a la realidad carcomida y corrompida, deben tener una función crítica, cumpliendo la tarea de desenmascarar la realidad.

Como consta fácilmente, desde entonces, la realidad latinoamericana poco ha cambiado y se puede decir que el ideal de sociedad reivindicado por el pensador dominicano es el mismo defendido por el protagonista de la novela del escritor argentino que acabamos de analizar. Al trazar una génesis del discurso utópico americano, el ya citado crítico uruguayo Femando Aínsa afirma que,

~ Seymour Menton. La novela histórica en la América latina, 1979-1992, México: FCE, 1993. 9 Aínsa, op. cit. p. 24.

Pedro Henríquez Ureña. La utopía de América, Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1978. pp. 617.

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... en el marco de los sucesivos modelos ideológicos, políticos o simplemente estéticos, la función utópica acompaña, pues, la historia de América Latina corno su contrapunto dialéctico y da la medida de la tensión existente entre el ser de la realidad y el deber ser al que aspira, al punto de que la propia identidad latinoamericana se define a partir de las antinomias generadas por esta tensión10

.

La génesis del discurso utópico latinoamericano comenzó en la empresa del descubrimiento y de la colonización, en cuyo seno ya se ofrecían alternativas y se inauguró un diálogo y una polémica que llegan hasta los días actuales. La novela de Posse, al navegar por la historia de Latinoamérica y sus utopías, ofrece un claro ejemplo de ello.

Para terminar, se puede afirmar, con Aínsa11, que, al contrario de lo que parece, hay

un contexto favorable que se superpone al ya cantado y decantado fin de la utopía. Parece que su archianunciada muerte trae consigo, corno ocurre con el personaje de Abe! Posse, su resurrección, al menos en lo que le toca a Latinoamérica. Y con ella, la apertura de una ventana por la cual, corno a Emst Bloch le gustaba afirmar, empieza a dibujarse un paisaje por entre las brumas de lo que todavía no-es.

IOA. . 23 11 msa, op. cit. p. .

id. p. 27.

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