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LAS TRISTES OVIDIO

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  • L A S T R I S T E S

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    Diego Ruiz

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    LIBRO PRIMEROELEGIA 1

    Pequeo libro, irs, sin que te lo prohiba ni teacompae, a Roma, donde, ay de m!, no puedepenetrar tu autor. Parte sin ornato, como convieneal hijo de un desterrado, y viste en tu infelicidad eltraje que te imponen los tiempos. Que el jacinto note hermosee con su tinte de prpura: tal color esimpropio de los duelos; que tu ttulo no se trace conbermelln, ni el aceite de cedro brille en tus hojas,ni los extremos de marfil se destaquen de la negrapgina. Luzcan estos primores en los libros ventu-rosos; t debes recordar mi adversa fortuna. Que lafrgil piedra pmez no pula tu doble frente, paraque aparezcas erizado con los pelos dispersos. Note avergences de los borrones; el que los vea, nota-r que los han producido mis lgrimas. Marcha, li-

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    bro mo; saluda de mi parte aquellos gratos lugares,y al menos los visitar del nico modo que se mepermite.

    Si entre la turba hay quien se acuerda de mi, ypregunta acaso en qu me ocupo, dile que vivo, masno afirmes que estoy sano y salvo; pues gozo laexistencia gracias al beneficio de un Dios. Entregacon prudencia tus pginas a la curiosidad indiscreta,y no hables ms de lo necesario. Al punto que tevea el lector, recordar mi crimen, y la voz generalme declarar enemigo del bien pblico. No salgas ami defensa, aunque las acusaciones me despedacen;una causa mala se empeora si la defienden. Tal vezencuentres alguno que se lastime de mi destierro, yno lea tus versos sin humedecer sus mejillas, y te-meroso de que le sorprenda cualquier malvado, ha-ga mudos votos por que la clemencia de Csar meimponga castigo de menos rigor. Quienquiera quesea, yo a la vez ruego mil prosperidades para el quepretende aplacar a los dioses en pro de un desvali-do. Ojal consiga lo que impetra, y calmada la cleradel Prncipe, se me permita morir en el seno de lapatria. Aun cumpliendo fiel mis rdenes, tal vez,libro mo, seas criticado y puesto por debajo de lareputacin que se labr mi ingenio. Es deber del

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    juez pesar tanto las circunstancias del hecho comoel hecho mismo; si as fueres juzgado, no temas lospeligros. Los cantos son partos de un nimo sereno,y sbitas desgracias ennegrecen mis das; los cantosreclaman el sosiego y la soledad del escritor, y yosoy juguete del mar, los vientos y las sombras tem-pestades. El vate necesita hallarse libre de temores,y mi perdicin me representa una espada que ame-naza a todas horas clavrseme en el pecho. Un crti-co benvolo admirar mi labor actual, y leer conindulgencia mis versos desmayados.

    Pon en mi lugar a Homero asediado de infortu-nios, y su ingenio sobresaliente caer abatido portantos males. En fin, libro mo, corre sin que tepreocupe la fama, y no te sonrojes si desagradas allector. La fortuna no se nos muestra tan propiciaque hagamos caso de la gloria. En mis prsperostiempos amaba la celebridad y me afanaba con ar-dor por conquistar alto renombre; hoy hago bas-tante si no aborrezco la poesa para m tan funesta,porque mi destierro lo debo a los frutos de mi inge-nio. No obstante, ya que te es lcito, ve en mi lugar ycontempla a Roma. As permitiesen los dioses queyo me convirtiera en mi libro.

    Mas no porque te presentes como extranjero en

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    la gran ciudad vayas a creer que pasars inadvertidodel pblico; te delatar tu sombro color, bien queno lleves ttulo y quieras disimular que me pertene-ces; sin embargo, penetra a la callada, no sea que teperjudiquen mis anteriores poemas, que hoy no go-zan como en otros das la plenitud del favor. Si tro-piezas alguno que por haberte yo compuestorenuncia a leerte y te arroja con displicencia, dileque se fije en el ttulo, que no eres el maestro delAmor, obra que ya pag la merecida pena. Tal vezquieras saber s te mando subir la colina donde seabre el palacio que habita Csar. Perdonadme, au-gustos lugares y dioses que presids en ellos: devuestra altura descendi el rayo sobre mi cabeza;reconozco la clemencia de los nmenes que habitantales mansiones, pero temo la clera que me ha cas-tigado. Al menor ruido de alas se asusta la palomaherida por las uas del gaviln, y la oveja arrancadaa la boca de hambriento lobo no se atreve a apartar-se lejos del redil. Si resucitara Faetn huira del cie-lo, y se negara a regir los corceles que pretendi suarrogancia. Yo mismo, lo reconozco, temo las ar-mas de Jove que experiment en mi dao, y cuandotruena me creo amenazado por un rayo vengador.El piloto de la escuadra de Argos que escap a los

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    escollos de Cafarea, aparta siempre su nave de losbordes de la Eubea, y mi barca, ya una vez maltre-cha por horrorosa tempestad, rehuye la visita de lossitios en que estuvo a pique de naufragar. As, pues,libro mo, encgete con cierta timidez, y que tebaste ser ledo entre gentes de modesta condicin.Icaro, por haberse lanzado con alas poco firmes alas regiones areas, dio su nombre al mar Icario.

    Difcil me es aconsejarte si debes valerte de losremos o las velas; consulta en esto el lugar y la oca-sin. Si puedes introducirte cuando se halle desocu-pado; si ves todas las circunstancias favorables; si laclera agot ya su violencia; si algn protector,vindote perplejo y temeroso, te presenta y hablacuatro palabras en tu abono, pasa adelante, y ojal,ms dichoso que tu dueo, llegues all en buenahora y ayudes al alivio de sus males; pues nadie sinoel que caus las heridas puede, como Aquiles, apli-carles el remedio. Mas cuida no me perjudiquesqueriendo favorecerme; en mi alma alienta menos laesperanza que el temor. Evita atizar de nuevo laclera que reposaba; no seas la ocasin de un se-gundo castigo. Cuando vuelvas a penetrar en elsantuario de mis estudios y ocupes la caja redondaque destino a tu residencia, contemplars all pues-

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    tos en orden a tus hermanos, producto de misconstantes vigilias. Todos llevarn ostensiblementesus ttulos respectivos y publicarn sus nombres contodas las letras; tres vers que se ocultan aparte enun rincn obscuro y ensean lo que nadie ignora: ElArte de amar. Huye su contacto y condnalos conlos dictados de Edipo o Telegn. Te aconsejo que,por respeto a tu padre, no ames a ninguno de estostres libros, despreciando sus lecciones. Hallarstambin quince volmenes de Metamorfosis, poe-sas que escaparon a mis funerales; diles que el sem-blante de mi varia fortuna podra aadir una nuevatransformacin a las ya celebradas; pues de sbitotom aspecto tan diferente del anterior, que hoyarranca lgrimas el que ayer rebosaba de alborozo.Tena, si quieres saberlo, otras muchas cosas queencomendarte; pero temo haber dado motivo alretraso de tu viaje, y si hubieses de llevar contigo,libro mo, cuanto se me ocurre, llegaras a conver-tirte en un fardo de difcil transporte. Apresura lospasos, el camino es largo; yo habitar el ltimo con-fn del orbe, tierra bien apartada de aquella en quenac.

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    Dioses de mar y cielo, qu me resta sino acudira los votos? No acabis de destrozar mi nave que-brantada, ni confirmis, os lo suplico, la clera delgran Csar. Contra la persecucin de un Dios, otronos presta muchas veces auxilio. Vulcano se declarcontra Troya, y Apolo la defenda. Venus era favo-rable a los Teucros, y Minerva su enemiga. La hijade Saturno aborreca a Encas y fue la defensora deTurno; pero aqul viva inclume gracias a la pro-teccin de Venus. Neptuno, furibundo, acometicien veces al cauto Ulises, y otras tantas Minervasalv al hermano de su padre. Aunque a larga dis-tancia de la grandeza de estos hroes, quin impe-dir que una divinidad nos defienda de las iras deotra? Ay msero!, pirdense en el vaco mis intilesplegarias, y olas imponentes cierran la boca del quelas profiere. El airado Noto dispersa las palabras yno permite que mis preces lleguen a los dioses aquienes van dirigidas; as los mismos vientos, comosi un suplicio no bastase a destruirme, se llevan, yono s adnde, mis velas y mis votos.

    Oh trance fatal, cuntos montes de agua se le-vantan contra m! Dirase que amenazan a los astros

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    del cielo. Qu profundos valles entre las ondas quese rompen y hienden! Creyrase que van a descubrirlos abismos del Trtaro. Adondequiera que vuelvaslos ojos no vers sino mar y cielo: el uno hinchadocon las olas, el otro amenazador con las nubes, yentre mar y cielo se desencadenan los vientos hura-canados, y las ondas no saben a qu dueo obede-cer; porque ya el Euro se precipita impetuoso desdeel purpreo Oriente, ya sopla el blando Cfiro de laparte occidental, ya el helado Breas desciende delrido Septentrin, ya el Noto le sale al encuentropor la parte contraria. El piloto, indeciso, no sabequ rumbo seguir o evitar, y su arte vacila, recelandopeligros por doquier. No hay duda, aqu perecemos,es vana la esperanza de salvacin; mientras hablo,un golpe de mar me inunda el semblante, me quitael aliento y recibo por la boca, que implora al cieloen vano, las espumas salobres que pretenden aho-garme. Mi fiel esposa no se conduele ms que deverme desterrado; es el nico de mis trabajos queconoce y llora. No sabe que me veo perdido en lainmensidad del Ponto, que soy juguete de los vien-tos y que veo prxima la muerte. Los dioses meaconsejaron bien no permitiendo que se embarcaraconmigo: hubiese pasado la amargura de sufrir dos

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    veces la muerte; mas ahora, si yo perezco, como ellano peligra, sobrevivir a lo menos en la mitad de miser. Ay de mi!, cmo se encienden las nubes enrpidas llamas!; qu espantoso fragor resuena en lasbvedas celestes! Las ondas azotan los costados demi nave, con la fuerza de la pesada balista que rom-pe las murallas. La ola que en este momento nosataca sobrepuja a todas las anteriores; es la que siguea la novena y precede a la undcima. No temo lamuerte, sino este espantoso modo de morir; supri-mido el naufragio, la muerte sera para m una mer-ced.

    Sirve de gran consuelo al que cae por la enfer-medad o por el hierro, rendir el cuerpo exnime enla tierra donde ha vivido, esperar de sus deudos elsepulcro que se les orden levantar, y no servir depasto a los peces marinos. Suponed que merezcomuerte tan cruel; no soy el nico pasajero de la na-ve. Por qu infligir mi castigo a hombres inocen-tes? Nmenes supremos, dioses que reinis en losmares azulados, cesad unos y otros en vuestrasamenazas. Permitid a un desgraciado arrastrar lavida que le concedi la clera harto clemente deCsar en el punto que se le asigna. Si queris quepague la pena merecida, mi culpa no es digna de la

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    muerte, segn el propio juez. Si Csar me hubiesequerido enviar a las riberas de la Estigia, no necesi-taba para esto vuestra ayuda: l no tiene empeo enque se vierta mi sangre; cuando quiera puede qui-tarme la vida que me perdon. Vosotros, contraquienes no me reprocho haber cometido ningncrimen, oh dioses!, aplacaos al fin con las cuitas quepadezco. Mas aunque todos os esforzarais por sal-var a un desdichado, no podrais volver a la existen-cia al que yace herido de muerte. Que el mar reposeen calma, que los vientos me favorezcan, que consi-ga vuestro perdn, no por eso dejar de ser el deste-rrado. Y no es la codicia insaciable de riquezasganadas con el trfico de mercancas la que me im-pele a surcar los vastos mares; no voy, como enotro tiempo, a completar mis estudios en Atenas o alas ciudades de Asia y los sitios que antes visit; nonavego hacia la insigne ciudad de Alejandra paraasistir, oh Nilo!, regocijado al espectculo de tusfiestas. Si deseo vientos favorables, quin osarcreerlo?, es porque anhelan mis votos llegar a la tie-rra de Sarmacia; con ellos me atrevo a pisar las br-baras playas del Ponto occidental, y aun me quejode retrasar tanto la fuga de mi patria y me esfuerzoen abreviar la ruta con mis preces para visitar a los

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    habitantes de Tomos, ciudad situada en no s qurincn del orbe.

    Si os soy querido, calmad la rabia de las olas yque vuestra divinidad se manifieste propicia a miviaje; si os soy odioso, dejadme llegar a la reginque se me ha sealado: la mitad de mi suplicio radi-ca en la naturaleza de este pas. Ya qu hago aqu?Vientos, empujad rpidos mis velas; por qu sedistinguen todava desde las playas de Ausonia? ElCsar os lo prohibe. Por qu detenis al msero queha desterrado? Vean luego mis ojos la comarca delPonto; lo dispuso y lo merec, y estimo injusto ypoco piadoso defender los delitos que l condena.

    Si nunca las acciones humanas escapan a la pe-netracin de los dioses, vosotros sabis que fui cul-pable, pero no criminal; es ms: si me dej impulsardel error, debiose a la ofuscacin del entendimiento,no a la maldad. Si con mi escaso prestigio sostuvesiempre la casa de Augusto; si sus rdenes tuvieronpara m el valor de pblicos decretos; si llam siglofeliz al de su imperio y mi piedad quem el inciensoen honor de Csar y los suyos; si tales fueron missentimientos, dioses, dignaos perdonarme; si locontrario, que me arrebate la ola suspendida sobremi cabeza. Es ilusin, o comienzan a desvanecerse

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    las nubes tormentosas y se quebranta la agitacindel mar que muda de aspecto? No es debido al azar;sois vosotros, a quienes condicionalmente invoqu,a quienes nadie consigue engaar, los que vens enmi auxilio.

    III

    Cuando se me representa la imagen de aquellatristsima noche que fue la ltima de mi permanen-cia en Roma, cuando de nuevo recuerdo la noche enque hube de abandonar tantas prendas queridas, aunahora mis ojos se deshacen en raudales de llanto. Yaestaba a punto de amanecer el da en que Csar meordenaba traspasar las fronteras de Ausonia; ni ladisposicin del espritu ni el tiempo consentan lospreparativos del viaje, y un profundo estupor parali-zaba mis energas. No me cuid de escoger los sier-vos, los acompaantes, los vestidos y lo quenecesita quien parte al destierro; estaba tan atnitocomo el hombre que, herido por el rayo de Jove,vive y no se da cuenta de su vida. As que el excesodel dolor disip las nubes que ofuscaban mi mentey comenc a recobrar los sentidos, resuelto a partir,dirijo las ltimas palabras a mis inconsolables ami-

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    gos, que de muchos slo me acompaaba algunoque otro: mi esposa, mezclando su llanto con elmo, me sujetaba en los tiernos brazos y anegaba enros de lgrimas las inocentes mejillas. Mi hija, au-sente en la tierra lejana de Libia, no poda conocermi suerte fatal. Adondequiera que volvieses los ojosno veras ms que llantos y gemidos; todo presenta-ba el cuadro de un luctuoso funeral. Mujeres, hom-bres y nios me lloran como muerto, y no hayrincn en la casa que no se vea anegado de lgrimas.Si es lcito comparar los grandes sucesos con lospequeos accidentes, tal era el aspecto de Troya enel momento de su cada. Ya cesaban de orse lasvoces de los hombres y los ladridos de los perros, yla luna rega en lo alto del cielo los nocturnos caba-llos; yo, contemplndola, y distinguiendo a su luz elCapitolio, cuya proximidad de nada aprovech amis Lares, exclam: Nmenes habitadores de estasmansiones vecinas, templos que ya nunca volverna ver mis ojos, dioses que abandono y que resids enla noble ciudad de Quirmo, recibid para siempre mipostrer salutacin. Aunque embrazo tarde el escudodespus de recibir la herida, no obstante libertad nidestierro del odio que me persigue, y decid al varncelestial el error de que fui vctima, no vaya a juzgar

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    mi falta un odioso crimen. Lo que vosotros sabis,spalo asimismo el autor de mi castigo; porqueaplacando a este dios, ya no puedo llamarme desdi-chado." Tal plegaria dirig a los dioses; mi esposaestuvo ms insistente y entrecortaba con los sollo-zos sus palabras. Postrada ante los Lares y los cabe-llos en desorden, bes con sus trmulos labios losfuegos extintos y elev a los adversos Penates ciensplicas que no haban de reportar ningn provechoa su desventurado esposo. Ya la noche precipitandolos pasos me negaba toda dilacin, y la Osa de Pa-rrasio haba vuelto su carro. Qu hacer? El dulceamor de la patria me retena, mas esta noche era laltima de mi estancia en Roma. Ah!, cuntas vecesviendo el apresuramiento de algn compaero ledije Por qu te apresuras? Piensa en el lugar queabandonas y en aquel adonde corres precipitado.Cuntas veces, engandome a m mismo,seal otra hora ms favorable a mi partida! Tresveces pis el umbral, y otras tantas volv los pasosatrs, y mis tardos pies revelaban la indecisin delnimo. Con frecuencia, despus de las despedidas,reanudaba de nuevo la conversacin, y como si yame alejase, di los ltimos besos, reiter los mismosmandatos y procur engaarme contemplando las

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    prendas queridas de mi corazn. Por fin exclam:A qu tal premura? La Escitia es adonde me des-tierran, y tengo que abandonar a Roma; una y otrajustifican la demora. Vivo an, me arrancan porsiempre de los brazos de mi esposa, de mi casa y delos miembros fieles a la misma. Oh dulces compa-eros a quienes am con amor fraternal, oh corazo-nes unidos al mo con la fidelidad de Teseo!, osestrechar con efusin, ya que se me permite; puesacaso no vuelva a hacerlo jams: quiero lucrarme dela hora que se me concede. Llega el momento, dejosin concluir las palabras y abrazo a los seres queri-dos del alma. Mientras que hablo y lloramos, el lu-cero de la maana, estrella funesta para m,resplandeci en el alto firmamento. Me separo conesfuerzo como si me arrancasen los miembros y micuerpo se rompiese en dos partes; de tal modo sedoli Metio cuando los caballos vueltos en sentidocontrario le despedazaron en castigo de su traicin.Resuenan entonces los clamores y gemidos de todoslos mos y se golpean los pechos con violentas ma-nos. Entonces mi esposa, arrojndose a los hom-bros del que parta, mezcl con sus lgrimas estastristes palabras: No puedes separarte de m; parti-remos, ah!, partiremos los dos juntos; te seguir, y

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    mujer de un desterrado, me desterrar igualmente.Tu camino se abre para m, los ltimos confines merecibirn y no ser pesada carga en tu nave pronta azarpar. La clera del Csar te ordena salir de la pa-tria, el amor que te profeso, s, el amor ser mi C-sar. Bregaba en tal empeo que ya habamanifestado antes, y apenas se dej persuadir por laconsideracin de nuestro mutuo inters.

    Parto al fin, si aquello no era conducirme dere-cho al sepulcro, desaliado y con el cabello revueltosobre el hirsuto rostro. Ella, angustiada por mi pe-na, sinti obscurecrsele la vista, y supe despus quese desplom sobre el suelo desmayada. As que re-cobr el sentido y con el cabello manchado de suciopolvo levant el cuerpo del fro pavimento, deplorsu suerte y sus Penates abandonados, y llam por sunombre cien veces al esposo que le arrebataban,gimiendo con no menos duelo que si viese en laalzada pira el cuerpo de su hija o el mo. Deseabamorir y con la muerte poner trmino al sufrimiento,y slo consinti vivir para serme til en adelante.Que viva, pues as lo dispusieron los hados; que vi-va y preste continua ayuda a su desterrado esposo.

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    El guardin de la Osa de Erimanto se sumergeen el Ocano, y con su influjo alborota las aguasmarinas; nosotros, sin embargo, rompemos las olasdel Jonio a la fuerza y el temor alienta nuestra auda-cia.

    Ay, msero, qu rfagas tan impetuosas encres-pan el pilago y cmo hierve la arena removida en elhondo abismo! Una ola, cual montaa, asalta la proay la encorvada popa y azota las imgenes de los dio-ses. Los costados de pino retumban; los cables sa-cudidos rechinan y la misma nave parece gemir connuestros quebrantos. El piloto declara su terror enla palidez del rostro y djase llevar por la nave queno acierta a dirigir, como el jinete de escaso vigorabandona las riendas impotentes a detener el potrorebelde; as veo al piloto disponer las velas, no haciadonde se dirige, sino adonde le arrebata la impetuo-sidad de las ondas, y a no enviar Eolo vientos con-trarios, pronto nos veremos arrastrados a lugaresque nos estn entredichos; pues dejando a la iz-quierda lejos la Iliria, nos hallamos a la vista de Ita-lia, que se nos impide pisar. Cesad, vientos, os losuplico, de empujarme a tierras prohibidas, y obe-

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    deced conmigo a un Dios poderoso. Mientras habloy deseo y temo a la vez alejarme, con qu violencialas ondas se estrellan en el costado de mi embarca-cin! Perdonadme, s, perdonadme, nmenes delcerleo Ponto, ya me basta con el odio de Jove. Sal-vad de la muerte cruel a un hombre aniquilado, siquien pereci puede aun volver a la vida.

    V

    Oh t, a quien siempre recordar como el me-jor de mis amigos, el primero que identific susuerte con la ma, el primero, bien lo recuerdo, quevindome consternado os alentarme con sus per-suasiones y me aconsej dulcemente conservar lavida cuando en mi destrozado pecho se abrigaba elansia de la muerte, ya sabes a quin aludo en las se-ales que indican tu nombre, y no es posible que teequivoques sobre la gratitud a que me obligan tusfavores, que quedarn por siempre grabados en elfondo de mi alma, sindote deudor perpetuo de laexistencia; el hlito que me anima se perder en elvaco del aire, y abandonar mis despojos a la llamade la pira antes que me olvide de tu generosa con-ducta, y en tiempo alguno deje de corresponderte

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    con mi ternura. Que los dioses te sean propicios y teconcedan fortuna en todo diferente de la ma, queno necesite la asistencia de nadie. Si un viento favo-rable impulsara mi nave, tal vez quedase ignorada tufiel abnegacin. Piritoo no habra conocido laconstancia de Teseo, a no descender vivo an a lasriberas infernales. Desventurado Orestes, las furiasque te perseguan hicieron que Plades se revelasecomo el modelo de una acendrada fidelidad. Si Eu-ralo no hubiera cado en las manos enemigas de losRtulos, ninguna gloria hubiera conquistado Niso,el hijo de Hrtaco; que as como el oro se pruebasometido al fuego, as en la desgracia se acrisola laamistad verdadera. Cuando la fortuna nos ayuda ysonre con benvola faz, todos siguen al esplendorde las riquezas; pero as que truena la tormenta, to-dos huyen y desconocen al mortal poco antes ase-diado por una turba de aduladores. Esta verdad queconoc en los ejemplos de los antepasados, ahorame la confirma la experiencia de mi propia desven-tura. De tantos amigos, apenas me quedasteis dos otres; los dems eran secuaces de la fortuna, no fielesamigos. Cuanto ms reducido vuestro nmero, contanto mayor ahnco debis socorrer al desvalido ydar a su naufragio un seguro puerto. No os dejis

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    embargar de falso miedo, temerosos de que un Diosse ofenda de vuestra compasin. Mil veces Csaralab la fidelidad en los mismos adversarios; amaesta virtud en los suyos y la aprueba en los enemi-gos. Mi causa tiene mejor defensa; no fomentcontra l disensiones y merec el destierro por inad-vertencia; as, te suplico que vivas atento a mi gravesituacin, por si consigues calmar un tanto la clerade este numen.

    Si alguien deseara conocer todas mis calamida-des pretendera ms de lo que me es posible decir.He padecido tantos males como estrellas rutilan enel cielo, como en la rida playa se revuelven menu-dos tomos de arena; he soportado contrariedadesque parecen increbles, y aunque harto verdaderas,no encontrar quien las crea; parte de ellas debemorir conmigo, y ojal mi silencio las sepultase en elolvido. Si tuviera una voz incansable, un pecho msduro que el bronce y aadiese cien bocas con cienlenguas, aun as el asunto agotara mis fuerzas, antesque llegase a abarcarlo por completo. Famosospoetas, escribid sobre mis infortunios olvidando alrey de Nerito. l anduvo errante muchos aos porel breve espacio que media entre Duliquio y las ca-sas de Ilin; a m la suerte me ha lanzado a las cos-

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    tas de los Getas y los Srmatas, atravesando maresmuy alejados del cielo que conoca; l tuvo unahueste devota de fieles compaeros, y los mos meabandonaron en el momento de partir al destierro;l, regocijado y victorioso, volvi a la patria, y yo,vencido y desterrado me alejo de la ma, y no radi-caba mi casa en Duliquio, Itaca o Samos, lugaresque sin mucho sentimiento pueden abandonarse,sino, en Roma, la ciudad que desde sus siete colinasvela sobre todo el universo, la sede del Imperio y lamorada de los dioses. El cuerpo de Ulises era recioy endurecido en las fatigas, mis fuerzas son dbiles ymi complexin delicada; l se haba hecho robustoen los trances duros de la guerra, yo me entregusiempre a estudios apacibles. Un dios me abrum,sin que ningn otro aliviase mi desventura, y la dio-sa de los combates prestaba al rey de Itaca cons-tante ayuda. Siendo inferior a Jove el numen quereina en las hinchadas olas, l se vio perseguido porla venganza de Neptuno, yo por la de Jove. Adaseque la mayor parte de sus trabajos es una pura fic-cin, lo que no sucede en mis tristes sucesos. l porfin encontr sus Penates deseados, y pis los cam-pos que por tanto tiempo le fuera imposible visitar,y yo tengo que carecer de la patria a perpetuidad, si

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    no se calma la clera del dios a quien he agraviado.

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    Lide no fue tan amada del poeta de Claros, niBatis del nacido en Cos, como t, cara esposa, cuyaimagen llevo grabada en el fondo del corazn, dignade marido ms feliz, ya que no ms consecuente. Tfuiste el puntal que impidi mi completa ruina, y sialgo soy todava, a ti lo debo todo. T conseguisteque no fuera el despojo y la presa de aquellos quecodiciaban los restos de mi naufragio. Como el loborapaz incitado por el hambre y la sed de matanzaespa el instante de sorprender un redil indefenso;como el buitre voraz revuelve a todas partes la vista,ansioso de descubrir un cadver insepulto, as unsujeto que desconozco, envalentonado por mi fatalproscripcin, intent apoderarse de mis bienes, si tlo hubieras consentido; mas le detuvo tu valor, quealentaron esforzados amigos, para los cuales sersiempre poca mi inmensa gratitud. Un testigo tanveraz como desdichado ensalza tu proceder, si tienealgn peso testimonio como el mo. Tu abnegacinsobrepuja a la de la esposa de Hctor y de Laoda-mia, que acompa en la muerte a su marido. Si

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    hubieses alcanzado la suerte de hallar un Hornero,tu fama eclipsara la de Penlope, ya debas tantavirtud a ti sola, sin que ninguna maestra te inculcaraesa piedad, y tus nobles cualidades te adornen desdeel da que naciste; ya sea que una mujer principal,por la que siempre has sentido veneracin, te ense-ase a ser el modelo de las buenas esposas, y el tratocontinuo te hiciese su semejante, si cabe similitudentre los destinos grandes y los humildes. Ay de m!Por qu mis versos no revelan ms bro? Por qumis cantos quedan debajo de tus mritos? Por quel escaso vigor con que escrib en otro tiempo yaceaniquilado por la pesadumbre de mis desdichas? Tocuparas el primer puesto entre las santas heronasy brillaras la primera por las virtudes del nimo. Noobstante, por menguado valor que alcancen miselogios, vivirs eternamente en mis versos.

    VII

    Seas quien seas, t que conservas la imagen fielde mi persona, quita de mis cabellos la guirnalda dehiedra consagrada a Baco; esos felices distintivosconvienen a los poetas dichosos, y no sienta bien lacorona a mi triste situacin. Caro amigo, afectas en

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    vano el disimulo, sabiendo que me dirijo a ti, queme llevas a todas lloras en el anillo del dedo. Engar-zaste mi efigie en oro de ley, para ver del nico mo-do que se te consenta la faz de un desterrado; acasocuantas veces la contemplas te ocurre exclamar:Qu lejos vive de aqu el amigo Nasn!. Te agra-dezco de veras el piadoso recuerdo, pero mi imagense reproduce ms exacta en los versos que te envo;lelos, a pesar de su escaso mrito. Canto en elloslas transformaciones de los mortales, obra inte-rrumpida por el funesto destierro del autor, quienantes de partir los arroj por su misma mano al fue-go, con otros muchos poemas, en el arrebato de ladesesperacin. Como la hija de Testas abras, segncuentan, a su hijo con un tizn, revelndose mejorhermana que madre, as yo conden a morir conmi-go mis inocentes libros, y arroj mis propias entra-as a las llamas devoradoras, o en aborrecimientode las Musas culpables de mi condenacin, o por-que mi libro sin terminar semejaba todava un esbo-zo informe. Mas puesto que no fue enteramentedestruido, y aun vive, as lo creo, porque existanvarios ejemplares, hoy les deseo prspera vida, quedeleiten los ocios del lector y conserven mi recuer-do. Sin embargo, no podr sostener con paciencia

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    su lectura quien ignore que me ha sido imposibledarles la ltima mano. Me los arrebataron cuandoaun estaban en el yunque, y falta a sus pginas lapostrer lima. No pido alabanzas, sino indulgencia;harto alabado me estimar si consigo, lector, que nome desprecies. Al frente del primer libro he puestoseis versos; helos aqu, si los juzgas dignos de figu-rar en la portada: Seas quienquiera, t, que tomasen las manos esta obra hurfana de padre, conc-dele al menos un asilo en Roma, tu patria, y paraque la favorezcas ms, ten presente que no fue lan-zada a la publicidad por el autor, sino casi arrancadade sus funerales. A ser posible, hubiranse corregi-do las imperfecciones que descubren versos tan po-co limados.

    VIII

    Los ros caudalosos retrocedern desde la de-sembocadura hacia sus fuentes; el sol volver atrslos pasos de sus fogosos corceles; la tierra se cubrirde estrellas; el arado abrir surcos en el cielo, brota-rn las llamas del seno de las ondas y saltar el aguadel fuego; se trastornarn, en fin, todas las leyes dela Naturaleza, y ningn cuerpo seguir la ruta que se

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    le traz, se realizarn los fenmenos juzgados msimposibles y no habr nada tan asombroso a que noprestemos crdula fe. Hago estos vaticinios despusde verme burlado por quien deba constituir el apo-yo ms firme de mi desgracia. Prfido, a tal puntolleg tu falta de memoria, tanto miedo sentiste desocorrer a un desdichado, que ni osabas mirarlecompasivo, ni sentir su afliccin, ni acompaarlesiquiera a sus funerales? Te atreves a pisotear comouna cosa vil el santo y venerable nombre de laamistad? Tanto te costaba visitar al amigo postradobajo el peso de la desventura y levantar su nimocon el lenitivo de tus palabras? Y ya que no te cos-tase una lgrima su infortunio, no pudiste acompa-arle en sus quejas, aun siendo fingido tu dolor, ydarle el ltimo adis, lo que no niegan los extraos,y unir tu voz y tus gritos a los del pueblo, y, en fin,contemplar, pues que te era lcito, en el da supremode la partida aquel semblante angustiado que nuncavolveras a ver, y por una vez sola en el curso de lavida recibir y devolverle con voz afectuosa el pos-trer adis? As lo hicieron otros no obligados porlos lazos de la amistad, que con las lgrimas patenti-zaron sus ntimos sentimientos. Cmo te hubierasconducido si relaciones habituales, causas poderosas

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    y una amistad de larga fecha no me uniesen conti-go? Qu habras hecho a no conocer todos misplaceres y ocupaciones, como yo conoca tus ocu-paciones y placeres? Qu si te hubiese tratado sloen medio de Roma, cuando tantas veces fuiste reci-bido en los mismos lugares que yo? Y todo esto vi-no a ser juguete de los vientos del mar, todo esto selo llevaron en su corriente las olas del Leteo. Ah!No te considero nacido en la grata ciudad de Quiri-no, donde jams he de poner las plantas, sino entrelos pefiascos que erizan la ribera izquierda delPonto, en los montes salvajes de los Escitas y Sr-matas. Tus entraas son de roca, tu corazn de in-sensible hierro, y sin duda una tigre ofreci comonodriza sus hinchadas ubres a tu boca infantil; deotro modo asistieras a mi desgracia ms conmovido,y no seras de mi parte fustigado por tu crueldad.Mas puesto que a mis daos fatales se une la prdi-da del afecto que antes me acreditabas, haz por queme olvide de tus faltas, y con el mismo labio quehoy te acuso pueda ensalzar pronto tu fidelidad.

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    IX

    As logres arribar sin percances al trmino de lacarrera, t que lees mi obra sin enemiga prevencin,y ojal queden cumplidos en tu favor mis votos, queno consiguieron en el mo vencer a los dioses im-placables. Mientras seas feliz contars numerososamigos; si el cielo de tu dicha se anubla, te quedarssolo. Mira cmo acuden las palomas a las blancasmoradas, mientras que la torre ennegrecida por losaos no recibe a ningn husped alado. Nunca lashormigas se dirigen a los graneros vacos, y nadiesolicita la amistad del que perdi sus riquezas. Co-mo a los rayos del sol sigue la sombra a nuestrocuerpo, y huye al momento que las nubes obscure-cen su disco, as el vulgo inconsecuente sigue el bri-llo de la fortuna y se aparta al instante que laenvuelve un nublado amenazador. Quisiera que es-tas verdades te pareciesen siempre errneas, peromis propios sucesos obligan a confesar que no loson.

    Cuando permaneca firme mi casa, si no confausto, con cierta celebridad, vise visitada por unaturba suficiente de amigos; mas a la primer sacudidatodos temieron la ruina, todos con espanto se die-

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    ron de concierto a la fuga, y no me asombra queteman los rayos crueles, los que ven cmo destru-yen cuanto encuentran a su alrededor. Sin embargo,Csar, aun en el aborrecido contrario, aplaude alque permanece leal en el infortunio, y no suele irri-tarse, porque ninguno iguala su moderacin contrael que ama en la adversidad al que am en la fortu-na. Dcese que Toas aprob la conducta de Pladescuando reconoci al compaero de Orestes el deArgos; la boca de Hctor sola ensalzar el hondoafecto que al hijo de Actor profes siempre el in-victo Aquiles; cuando el piadoso Tesco descendi ala regin de los Manes por acompaar a su amigo,cuntase que el mismo dios del Trtaro se sinticonmovido, y es creble, Turno, que las lgrimashumedecieron tus mejillas al saber la heroica abne-gacin de Niso y Euralo. Tambin para los desgra-ciados existe la piedad, sentimiento que se encomiahasta en el enemigo. Ay de m! A cun pocos mue-ven mis reflexiones, y eso que mi situacin y las vi-cisitudes de mi existencia debieran arrancarcopiosos raudales de llanto. Mas aunque las angus-tias laceren mi alma con los propios sucesos, se haserenado al considerar los tiempos felices; caro,amigo, ya haba previsto tu xito cuando un tiempo

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    menos favorable impulsaba tu barca. Si tienen algnvalor las buenas costumbres y una vida irreprocha-ble, nadie ser ms estimado que t. Si alguien seaventaja en el estudio de las artes liberales, eres t,cuya elocuencia triunfa en todas las causas Yo,conmovido por ella, te dije desde el primer da,buen amigo, que un vasto escenario se abra a tusdotes sobresalientes, y no me lo revelaron las entra-as de las ovejas, o el trueno que retumbaba a laizquierda, o el canto y vuelo de las aves. Mi augurfue la razn, que presenta lo futuro; por ella adiviny expuse lo que saba, y puesto que el xito ha con-firmado mi prediccin, me felicito y te felicito detodas veras, porque tu ingenio no qued sepultadoen la obscuridad. Ojal el nuestro se hubiese hundi-do en profundas tinieblas; me convena que misestudios no viesen nunca la luz. Como se beneficiatu elocuencia con las serias artes, as me perjudica-ron otras distintas de las que cultivas. Sin embargo,conoces mi vida, sabes que mis costumbres no tie-nen parentesco con aquel Arte de que soy autor,que este poema fue una diversin de mi juventud, ybien que digno de censura, al fin un simple juego. Siningn argumento es capaz de colorar mi falta, creoa lo menos que podra disculparse. Disclpala en lo

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    posible, no hagas traicin a la causa de la amistad.Diste un primer paso afortunado; sigue, pues, lamisma ruta.

    X

    Voy a bordo, y as prosiga, de una nave puestabajo la proteccin de la sabia Minerva, que debe sunombre al casco de la de diosa en ella pintado.Cuando iza las velas, boga presta al menor soplo delviento; cuando se vale del remo, avanza dcil al es-fuerzo del remador. No satisfecha con vencer lavelocidad de las que parten a su lado, si quiere dja-se atrs a las que abandonaron antes el puerto.Afronta las corrientes, resiste el choque de las olasque de lejos la asaltan, y sus costados no se hiendenal furor de las aguas tempestuosas. Desde Cencrea,prxima a Corinto, donde la conoc por vez prime-ra, ha sido el gua y fiel compaero de mi fuga pre-cipitada, y navego indemne a travs de cienvicisitudes y borrascas, concitadas por los indmitosvientos, gracias a la proteccin de Palas. Ojal fran-quee sin riesgo ahora la entrada del vasto Ponto ypenetre en las aguas del litoral Gtico, trmino demi viaje.

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    As que me llev al mar de Helle, nieta de Eolo,y recorri tan largo trayecto por un estrecho surco,nos dirigimos a la izquierda, y dejando la ciudad deHctor, arribamos al puerto de Imbros; de all unviento fresco nos impuls a las playas de Cerinto, yfatigados anclamos, por fin, en Samotracia, de laque dista Tempira una breve travesa.

    Hasta aqu hice mi viaje a bordo, pero quise re-correr a pie los campos Bistonios, mientras mi navevolva a las aguas del Hellesponto, encaminndose aDardania, as llamada del nombre de su fundador; aLampsaco, defendida por el dios de los jardines, y alestrecho canal que separa las ciudades de Sestos yAbidos, donde pereci la virgen, mal conducida porel ureo carnero; luego dirigi el rumbo a Cicico,situada en las costas de la Propntida, noble funda-cin del pueblo de Hemonia, y posteriormente a lascostas de Bizancio, que seorea la entrada del Pon-to, como ancha puerta que pone en comunicacindos mares. As venza todos los escollos, y alentadapor el impulso del Austro, atraviese inclume losmontes inestables de Cianea, el golfo de Tynios, ydesde l, por la ciudad de Apolonia, siga su rutaante los muros elevados de Anquiale, y se deje atrsel puerto de Mesembria, Odesa, la ciudad, oh Ba-

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    co!, que lleva tu nombre, y aquella en que los fugiti-vos de Alcatoe establecieron sus lares errantes, des-de la cual arribe sin dao a la colonia de Mileto,adonde me releg la clera de un numen ofendido.

    Si llego a pisar esta tierra, ofrecer a Minerva elsacrificio bien merecido de una oveja; vctima ma-yor, est por encima de mis recursos. Vosotros, hi-jos de Tndaro, reverenciados en esta isla, os loruego, sed propicios a mi doble travesa. La una demis naves se arriesga a pasar el estrecho de las Sim-plgadas; la otra se abre camino por las aguas Bisto-nias. Haced que los vientos favorezcan por igual alas dos, aunque siguen vas tan distintas.

    XI

    Todas las epstolas del libro que acabas de leerhan sido compuestas durante mi penosa navega-cin. Las aguas del Adritico vironme escribir, launa estremecido por los fros de diciembre, la otrase compuso despus de haber cruzado el istmo quedivide dos mares, en el momento de tomar la se-gunda nave que haba de conducirme al destierro.Imagino que las Ccladas del Egeo se llenaron deestupor vindome componer poesas entre las fieras

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    amenazas del mar embravecido. Yo mismo measombro ahora de que no se abatiese mi ingenio enmedio de tantas turbaciones del nimo y las olas. Yase d a esta mana el nombre de estolidez o de locu-ra, gracias a ella mi espritu se sinti libre de todainquietud. Con frecuencia era el juguete de las nu-bes tormentosas que aglomeraban las Cabrillas; confrecuencia el pilago ruga amenazador por el influjode Estrope; ya el guardin de la osa de Erimantoenlutaba el da, ya el Austro, al ocultarse las Hadas,amontonaba las nubes. A veces una ola invada mibarco, y, no obstante, mi mano temblorosa seguatrazando versos buenos o malos. Ahora oigo rechi-nar los cables, sacudidos por el Aquiln, y la ondasurge y se dobla a manera de un monte. El mismopiloto tiende las manos al cielo, se olvida de su artee impetra la ayuda de los dioses. Adondequiera quevuelo los ojos descubro la imagen de la muerte, eltemor amilana mi bro, y deseo lo que temo, porquesi arribo al puerto, el puerto mismo es para m unmotivo de terror. La tierra adonde voy me inspirams espanto que las olas enemigas; persguenme aun tiempo las perfidias de los hombres y del mar; laespada y el oleaje doblan mis temores; recelo que launa se disponga a lucrarse con mi sangre y que el

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    otro ambicione el honor de mi muerte. La gente dela izquierda del Ponto es brbara y siempre dis-puesta a la rapia; entre ella reinan constantementela sangre, la guerra y la carnicera.

    Aunque el mar se subleve alborotado por las bo-rrascas del invierno, mi alma se halla ms alteradaque sus olas; por esta razn debes ser indulgente,lector benvolo, con mis poemas, si los encuentras,cual son, inferiores a lo que esperabas. No los escri-bo como en otros das en mis jardines, ni mi cuerporeposa sobre el blando lecho en que sola tenderse.Vome acometido por el abismo indomable en unda cubierto de nubarrones, y las tablillas en queescribo se mojan con las cerleas aguas. La tem-pestad lucha encarnizada y se indigna contra mporque me atrevo a componer, despreciando suspavorosas amenazas. Venza la tempestad al hombre;mas al mismo tiempo que pongo fin a mis versos,ponga ella tambin trmino a sus furores.

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    LIBRO SEGUNDOELEGIA UNICA

    Qu tengo que ver con vosotros, escritosmalhadados, frutos de mis vigilias, yo que sucumbde modo miserable por culpa de mi ingenio? Porqu reanudo el trato con las Musas, que constituyemi delito y motiv mi falta y mi condenacin? Aca-so no me basta haber atrado una vez el castigo?.Mis poemas, de infausto sino, hicieron que hombresy mujeres se apresurasen a conocerme, y que elmismo Csar notase mi persona y costumbres, des-pus de poner los ojos en El Arte de amar. Qutamela mana de componer versos, y borrars todos loserrores de mi vida. Reconozco que slo en ellos soyculpable. He aqu el fruto que he recogido de minumen, mis afanes y mis laboriosas vigilias: el des-tierro.

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    A ser ms prudente, habra odiado con razn alas doctas hermanas, divinidades perniciosas al queles rinde culto; mas ahora, tan extremada es la locu-ra de mi pasin, que vuelvo a poner mi planta en laroca que la hiri, de igual manera que el gladiadorvencido vuelve a pisar la arena, y la nave que unavez naufrag afronta de nuevo las encrespadas olas.Acaso, como aconteci en otros tiempos al rey deTentras, el mismo hierro que me produjo la heridame brinde la curacin y mi Musa desarme la cleraque ha provocado; con frecuencia la poesa calma alos potentes nmenes, y el mismo Csar orden alas madres y nueras de Ausonia cantar la majestadde la diosa coronada de torres, y ensalzar a Apoloen los das de sus juegos, que cada siglo contemplauna sola vez. Al ejemplo de estos nmenes te supli-co, oh clementsimo Csar!, que leyendo mis versosdepongas tu rencor. Confieso que es legtimo; noniego que lo merec; el pudor no huy hasta esepunto de mis labios; pero sin mi falta, qu mercedpodras otorgarme? Mi culpa te ha dado motivo pa-ra el perdn. Si Jpiter vibrase los rayos a cada yerroque cometen los hombres, cun presto se quedaradesarmado! Mas apenas acaba de espantar al orbecon el ronco estrpito del trueno, disipa los nubla-

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    dos y serena el da. Por eso se le llama con justicia elpadre y soberano de los dioses, y en el vasto mundono hay quien supere a Jove. T tambin, pues eresllamado el padre y soberano de la patria, revlatesemejante al dios que lleva el mismo nombre; peroya lo haces, y nadie empu jams las riendas delImperio con ms moderacin. Cien veces conce-diste al contrario vencido un perdn que l te hu-biera rehusado de salir vencedor. Yo te vi prodigartambin honores y riquezas a muchos que tomaronlas armas para derribarte; el mismo da que terminla guerra acab la clera que en ti haba provocado,y vencido y vencedor confundieron en los templossus ofrendas. Como tus soldados se regocijaban porla derrota del enemigo, as el enemigo senta rego-cijo por tu triunfo.

    Mi causa es mejor; no se me reproch habertomado contra ti las armas ni seguido las enseasdel enemigo. Lo juro por el mar, la tierra, los nme-nes celestes y por la divinidad protectora que res-plandece a nuestros ojos. Siempre favorec tusempresas, prncipe insigne, y siempre fui tuyo en elfondo del alma, ya que no pude de otra manera.Siempre rogu que penetrases tarde en las celestesmoradas; uniendo mi dbil splica a la del pueblo,

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    quem en tu honor el piadoso incienso y confundmis votos con los de todos los ciudadanos.

    A qu recordar aquellos libros que constituyenmi delito, en mil lugares realzados por tu nombre?Fija tu atencin en el poema ms importante, quedej sin concluir, sobre las metamorfosis increblesde los mortales; encontrars all preconizada tu ex-celsitud, y a la par cien prendas de mis leales senti-mientos. Mis cantos no realzan tu gloria, porque losencomios son incapaces de acrecentarla. La fama deJpiter es superior; no obstante, gzase oyendo re-ferir sus altos hechos y en prestar asuntos a las can-ciones de los vates; y cuando se rememoran lasbatallas que sostuvo con los Gigantes, a no dudarlo,se deleita en sus alabanzas. Otros te celebran enpoemas dignos de ti, y entonan tus elogios con mselevado ingenio; pero si Jpiter se cautiva con lasangre derramada en una hecatombe, es igualmentesensible a la ofrenda de los menudos granos de in-cienso.

    Ah, qu fiero, qu encarnizado contra m elenemigo desconocido que te ley mis frvolas poe-sas, para que no vieses con espritu benvolo tuselogios estampados en otros libros! Si te enconascontra m, quien podr ser mi amigo? Difcil me

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    ser no odiarme yo a m mismo. Cuando una casaquebrantada comienza a agrietarse, todo el peso dela misma carga sobre la parte ms ruinosa, el edifi-cio entero se resquebraja si los muros se hienden, ylos techos se derrumban por su propio peso. Asmis poesas me han concitado el odio pblico, y lamuchedumbre, como deba, se acomod a imitar tusemblante. Recuerdo que aprobabas mi vida y cos-tumbres cuando pas revista ante ti en aquel caballoque me regalaste. Enhorabuena que esto no me sir-va de nada, porque nada merece el que cumple sudeber, pero al menos tampoco di lugar a censuras.Jams malvers la hacienda de los acusados que seme confiara en los pleitos que juzgaba el tribunal delos centurriviros. Como juez intachable resolv so-bre los pleitos civiles, y la parte condenada declarmi rectitud. Msero de m, si los hechos recientes nome condenasen; pude vivir seguro bajo tu protec-cin, ms de una vez acreditada. Los ltimos mo-mentos me perdieron; una sola tormenta sepult enel hondo abismo mi barca, tantas veces inclume; yno me combatieron unas olas aisladas, sino que selanzaron contra mi cabeza las del Ocano entero.

    Por qu vi lo que vi? Por qu hice delincuen-tes mis ojos? Por qu conoc mi culpa despus de

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    cometer la imprudencia? Acten por descuido vio aDiana despojada de sus vestiduras, y no por ellodej de ser la presa de sus perros. Sin duda con res-pecto a los dioses deben expiarse los crmenes for-tuitos, y el acaso que los ofende no alcanza superdn; pues desde el da en que me ofusc unaciega temeridad acarre la prdida de mi casa, mo-desta, pero sin tacha, y aunque modesta, esclarecidadesde la antigedad, tanto que a ninguna cede ennobleza. Cierto que no gozaba cuantiosas rentas,mas tampoco padeci la estrechez, y un caballero dela misma no llamaba la atencin por ninguno deestos extremos. Pero admitiendo su modestia por elcaudal y el origen, no qued sepultada en la obscu-ridad gracias a mi ingenio, y si he abusado del mis-mo en mis escarceos juveniles, eso no me impidiconquistar un nombre clebre en todo el universo.La turba de los inteligentes conoce a Nasn y seatreve a contarle entre sus autores favoritos. As seha desmoronado esta casa querida de las Musas; unasola falta, bien que grave, precipit su ruina, cayen-do de modo que pueda levantarse, si un da se tem-pla la clera del Csar ofendido, cuya clemencia fuetanta en la imposicin de la pena, que mi miedo larecelaba menos benigna. Me concediste la vida; tu

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    enojo se detuvo ante la muerte, oh prncipe tanmoderado en valerte de tu podero! Adems, comosi el concederme la vida fuese poca merced, no con-fiscaste mi patrimonio, no me condenaste por de-creto del Senado, ni se orden mi extraamientopor un juez especial; pronunciando las palabras fa-tales, as ha de obrar un prncipe, t mismo, comoconvena, dejaste vengada tus ofensas. Adase queel edicto, ciertamente riguroso y amenazador al me-nos en la forma, dulcificaba el nombre de la pena,puesto que por l era relegado, no desterrado, y lasobriedad de los trminos aminoraba en parte miinfortunio. Ningn castigo ms grave para el hom-bre sensato y razonable que haber incurrido en eldesagrado de tan excelso varn; pero la divinidadno siempre se manifiesta implacable: el da sueleresplandecer al ahuyentarse las nubes. Yo vi un ol-mo cargado de pmpanos y racimos despus de he-rirlo el rayo cruel de Jove; aunque me prohibasesperar, nunca perder la esperanza; slo en esopuedo desobedecerte. Cuando pienso en ti, oh elms dulce de los prncipes!, concibo grandes alien-tos; cuando pienso en mi fatal destino, al punto sedesvanecen, y como los vientos que agitan el marno se desencadenan con el mismo mpetu y el mis-

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    mo tenaz furor, sino que a ratos se calman y quedantan silenciosos que parecen haber depuesto su co-raje, as mis temores huyen, vuelven y en incesantesalternativas ya me brindan, ya me niegan el consuelode verte aplacado.

    Por los dioses a quienes ruego te concedan, y tela concedern sin duda, una larga existencia a pocoque amen el nombre romano; por la patria segura ypacfica, gracias a tus desvelos paternales, de la queayer formaba parte entre la muchedumbre, as tusconstantes beneficios y claras virtudes hallen su ga-lardn en el amor y la gratitud de la ciudad recono-cida. As Livia goce como t largos aos; Livia, lasola mujer digna de llamarse tu esposa; Livia, que deno existir, debieras renunciar al lazo del matrimo-nio, por ser la nica de quien podas llamarte mari-do. As vivas mil aos y viva igualmente tu hijo,hasta que entrado en edad ayude a tu vejez en eldesvelo de regir el Imperio, y as tus nietos, astrosjuveniles, sigan las huellas que les sealas t y supadre, y ojal la victoria, siempre ligada a la suertede tus ejrcitos, resplandezca de nuevo siguiendosus favoritas enseas, envuelva con sus alas pro-tectoras al caudillo de Ausonia, y coloque la coronade laurel sobre la frente del hroe, por cuya mano

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    diriges la guerra, por cuyo esfuerzo combates, al quefavoreces con tus auspicios y ayudas con tus dioses;pues con la mitad de tu ser atiendes al gobierno deRoma y con la otra mitad sostienes en lejanas tierrasuna guerra sangrienta. Ojal vuelva pronto a tu ladovencedor del enemigo y se alce triunfante sobre loscorceles coronados de guirnaldas. Perdname, te loruego; depn tus dardos crueles, de este mseroharto conocidos; perdona, padre de la patria, y re-cordando este glorioso nombre, no me quites la es-peranza de verte un da aplacado. No te pido miregreso, aunque es creble que los potentes diosesdispensan a veces beneficios mayores que los impe-trados. Si concedes a mis splicas destierro menosduro y apartado, me sentir libre de gran parte demi condena. Sufro toda suerte de rigores teniendoque vivir entre pueblos hostiles; ningn desterradose vio jams tan lejos de su patria. Solo y relegadocerca de las siete desembocaduras del Danubio, sin-tiendo el influjo de la helada virgen del Parrasia, y lacorriente del ro apenas me separa de los Jcigas, losde Colcos, los Getas y las hordas de Meterca. Bienque otros hayan sido desterrados por culpas mayo-res, a ninguno se confin en tierra tan remota comoa m . Ms all slo reinan los fros y los enemigos, y

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    las ondas del mar convertidas en masas de hielo. Eldominio de Roma concluye aqu, a la izquierda delEuxino; pues las comarcas limtrofes se hallan bajoel poder de los Basternas y Srmatas. Este pas re-cin sometido a la dependencia de Ausonia, toca enlos ltimos lmites del Imperio. Por tales razones tesuplico que me relegues a sitio menos peligroso, yno me quites la seguridad juntamente con la patria;que no me infundan temor las hordas que el sterapenas separa de m, ni se exponga a caer en manosenemigas un sbdito tuyo. Sera oprobioso que, vi-viendo los Csares, un hombre nacido de la sangrelatina arrastrase las cadenas de los brbaros.

    Dos faltas me perdieron: los versos y una ofensapor error; sobre este extremo he de guardar silencio,no valgo tanto que remueva tus heridas, y es dema-siado que las hayas padecido una vez. Queda el se-gundo, la acusacin de un torpe delito, el haberdado impdicas lecciones de adulterio.

    Es fcil algunas veces engaar a los espritus ce-lestes, y son muchas las cosas indignas de tu aten-cin. Como Jove, ocupado en los asuntos del cielo ylos dioses, no tiene espacio para atender a cosas in-significantes, as mientras abarcas con la vista el or-be sometido, los negocios de escaso inters escapan

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    a tus desvelos. Ibas, prncipe, a deponer la cargadel Imperio por entregarte a la lectura de mis poe-sas escritas en dsticos? La grandeza del nombreromano que descansa sobre tus hombros, no es pe-so tan leve que consienta a tu divinidad solazarsecon mis frvolos entretenimientos, ni examinar contus ojos los frutos de mis ocios. Ya tienes que so-meter la Panonia, ya la Iliria; ya las armas de Recia ode Tracia provocan tu sobresalto. Ya el Armeniopide la paz y el caballero Partho entrega los arcos ylos estandartes que nos arrebat. La Germania tesiente rejuvenecido en tu prole, y en vez del granCsar, otro Csar pone fin a la guerra. Por ltimo,en cuerpo tan colosal como jams ha existido, nohay parte alguna donde vacile tu Imperio. Asimismote fatiga el gobierno de la ciudad, el sostenimientode tus leyes y la reforma de las costumbres, quepretendes modelar por las tuyas; no eres dueo depermitirte la tranquilidad que proporcionas al mun-do, y una multitud de guerras te quitan el descanso.Haba de sorprenderme que, abrumado por el pesode negocios tan importantes, no te hubieres fijadoen mis poesas erticas? Mas si, lo que me enorgu-llecer bastante, hubieses tenido tiempo de hojear-las, no habras ledo nada criminal en mi Arte.

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    Confieso que esta obra adolece de falta de gravedady la creo indigna de ser leda por tan alto prncipe;sin embargo, no encierra enseanzas contrarias a lasleyes, ni van dirigidas a las damas romanas. Porqueno dudes, a quienes dicto sus reglas, en uno de lostres libros se estampan estos cuatro versos: Lejosde aqu, cintas graciosas, emblemas del pudor; y vo-sotras, largas tnicas que ocultis los pies de lasmatronas. Slo cantamos los hurtos legtimos ypermitidos del amor, y los versos corren libres detoda tacha criminal. Pues qu!, no excluimos conrigor de nuestro Arte a cuantas mujeres visten laestola o son respetables por la cinta de sus cabellos?Se me objetar que la matrona pudiera aprovecharsede sus advertencias escritas para otras, encontrandolecciones no dedicadas a ellas; entonces, que se re-chace toda lectura, porque toda composicin poti-ca puede incitarlas a delinquir. Cualquier libro quecaiga en sus manos, si es inclinada al vicio, servirpara corromperla.

    Que tome Los Anales, no hay libro menos pro-vocativo, y all leer cmo Ilia vino a dar a luz. En elpoema que comienza con el nombre de la madre delos romanos, pronto aprender que sta es la her-mosa Venus. Yo probar luego, si me dejan proce-

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    der con orden, que todo linaje de poesa es capaz deestragar las costumbres, y no por eso todo libropotico es condenable.

    Todo lo que aprovecha puede perjudicar. Qucosa ms til que el fuego?; no obstante, el malhe-chor que se dispone a incendiar una casa, agita la teaen sus audaces manos. La Medicina a veces da lasalud, a veces la quita, y nos ensea a distinguir lashierbas saludables de las nocivas. El ladrn y el via-jero precavido se cien la espada: el uno como ins-trumento de sus fechoras, el otro como medio dedefensa. Se estudia la elocuencia para sostener lacausa de la justicia, y en ocasiones protege a loscriminales y persigue a los inocentes. As mis poe-mas, ledos con rectitud de juicio, a nadie causarnel menor dao. El que en mis escritos descubremotivos de escndalo se equivoca y me difama in-justamente. Y cuando yo lo reconociese, no sumi-nistran grmenes de corrupcin los mismos juegos?Manda, pues, suprimir todos los espectculos, quefueron cien veces ocasin de fatales cadas, cuandoel duro suelo se recubre con la arena del combate.Suprime el circo, porque en l reina segura la licen-cia y la inocente doncella se sienta al lado de un ex-tranjero. Puesto que algunas pasean en los prticos

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    y dan citas a sus amantes, por qu no se cierrantodos ellos? Hay lugar ms augusto que el templo?Evite frecuentarlo la que sienta inclinacin a pecar.Cuando penetre en el templo de Jove, el templo deJove le recordar las muchas mujeres que hizo ma-dres este dios; si va a adorar a Juno en el santuariovecino, pensar en la turba de concubinas que fue-ron el tormento de la diosa. En presencia de Palasdesear saber por qu esta virgen cri a Erictonio,fruto de un amor delincuente; y si se llega al templodel poderoso Marte alzado por tu munificencia, enla misma puerta ver a Venus junto al dios venga-dor. Si se sienta en el templo de Isis, querr averi-guar por qu la hija de Saturno la persigui a travsdel mar Jonio y el Bsforo, y Venus le traer al pen-samiento a Anquises, la luna al hroe de Latinos yCeres a Jasn. Todas las estatuas de estas diosas soncapaces de corromper a un espritu inclinado a lamaldad, lo cual no impide que permanezcan firmesen sus lugares respectivos.

    La primera pgina de mi libro, dirigido slo a lasmeretrices, aparta lejos a las mujeres honestas; sialguna penetra en el santuario sin permiso del sa-cerdote, ella misma se declara culpable de criminaldesobediencia. Mas no juzgo un crimen deleitarse

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    en la lectura de versos galantes. A la mujer honradase la permite que lea muchas cosas que no debe ha-cer. Es frecuente que una matrona de severo ceocontemple desnudas mujeres que se disponen a loscombates de Venus. Los ojos de las Vestales ven losinmodestos cuerpos de las cortesanas, sin que lesimponga por ello castigo el vigilante de sus actos.Mas por qu reina tan desaforada lascivia en lospartos de mi Musa? Por qu mi libro incita alamor? Lo confieso, es un pecado, una culpa mani-fiesta, y me arrepiento de mi poco seso y malignoingenio. Por qu no celebr mejor en un nuevopoema las desdichas de Troya arrasada por las ar-mas de los griegos? Por qu no cant a Tebas conlas heridas recprocas de los dos hermanos y lassiete puertas encomendadas a siete jefes diferentes?La belicosa Roma me brindaba abundante materia, yes labor meritsima referir los altos hechos de la pa-tria. En suma: deb cantar alguna parte de tus excel-sas virtudes, oh Csar!, que llenas con tu grandezala redondez del orbe. Como los rayos deslumbran-tes del sol atraen las miradas, as tus insignes accio-nes debieron atraer mi genio.

    Soy censurado sin razn; yo labro humilde cam-po, y aqulla era una obra de opulenta fecundidad.

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    Por el hecho de haber recorrido pequeo lago, noha de confiarse una barca a las olas del pilago, yaun acaso dude si es notable mi aptitud en la poesaligera y sobresalgo en composiciones de corto vue-lo; pero si me ordenas cantar a los gigantes aniqui-lados por el rayo de Jpiter, la carga abrumar misfuerzas. Las heroicas empresas de Csar reclamanun vate de riqusima vena, para sostener la obra alnivel del sujeto. No obstante, me atrev; pero temluego empaar tu gloria y cometer un sacrilegio quemenoscabase tu grandeza. Me dediqu, pues, a obri-llas de poco fuste, a poemas que cautivaran a la ju-ventud, encendiendo en mi pecho una falsa pasin.Ojal no lo hiciera; mas el destino me arrastraba, yel ingenio me ocasion la desgracia. Ay de mi! Porqu estudi? Por qu mis padres me educaron?Por qu mis ojos aprendieron a distinguir las le-tras? Merec tu aborrecimiento por el libertinaje conque, en tu opinin, mi Arte mancillaba el lecho delmatrimonio, y jams las casadas aprendieron en mislecciones a cometer infidelidades, porque nadiepuede ensear lo que apenas conoce, y compuse lasdelicias de mis tiernos versos sin que la menor ha-blilla ultrajase mi fama. No hay un solo marido de lanfima plebe a quien mis errneos consejos convir-

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    tieran en padre dudoso. Crelo: mis costumbres sondistintas de mis versos. Mi musa es juguetona; miproceder, honrado. Gran parte de mis poemas, hijosde la ficcin y la fantasa, se permiten atrevimientosque rechaza su autor.

    Mi libro no es el espejo del alma, sino un ho-nesto pasatiempo que mira al fin de cautivar los o-dos; de otro modo, Accio sera un hombretruculento; Terencio, un parsito, y amigos de re-yertas los que cantan guerras atroces. Adems, nofui el nico que compuso libros a los tiernos amo-res; el nico, s, castigado por haberlos compuesto.La musa del viejo lrico de Teos, qu nos persuadesino alentar a Venus con repetidas copas? Qu sinoel amor ensea Safo a las doncellas de Lesbos? YSafla y Anacreonte vivieron siempre sin peligro.Tampoco perjudic al hijo de Bato haber confesadorepetidas veces al lector sus ntimas satisfacciones.La intriga amorosa nunca falta en las comedias deMenandro, y son la lectura favorita de jvenes ydoncellas; la misma Ilada, es ms que la historia deuna torpe adltera cuya posesin se disputan el es-poso y el amante? El poema principia con la llamaque encendi Briseida y la clera que por el rapto deesta joven estall entre los jefes. Y La Odisea, no

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    retrata a una esposa que durante la ausencia de sumarido se vio solicitada por muchos pretendientes?Quin sino el cantor de Meonia cuenta la sorpresade Venus y Marte, cogidos en el lecho del placer?Por quin sino por las noticias del gran Homerosabramos que dos diosas se enamoraron de suhusped? Vence la tragedia en gravedad a todo g-nero de poesa, y los asuntos amorosos constituyensu fondo. Qu vemos en Hiplito? La ciega pasinde una madrastra, y Cnace es deudora de la cele-bridad al amor que sinti por su hermano. Pelops,el de la ebrnea espalda, en alas del amor, no guisu carro, tirado por los corceles frigios, hasta Pisa?La desesperacin de un amor ultrajado, no impulsa una madre a clavar el hierro en las entraas de sushijos? El mismo transform de pronto en aves a unrey y su concubina, con aquella madre que todavallora a su querido Itis. Si el hermano de Erope noconcibiese una incestuosa pasin, no leeramos quelos caballos del Sol retrocedieron espantados; ni laimpa Escila hubiese calzado el coturno trgico, deno impulsarla el amor a cortar Ios cabellos de supadre. Al leer a Electra y a Orestes en su loco frene-s, lees el crimen de Egisto y de la hija de Tndaro.Qu decir del intrpido varn que dom la Quime-

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    ra, a quien por poco mat la prfida que le hospe-daba? Qu de Hermone y la doncella hija de Es-queneo, y la profetisa amada por el rey de Micenas?Qu de Dnae y su nuera, de la madre de Baco, deHemn y de aquella en cuyo obsequio se unierondos noches? Hablar del yerno de Pelias, de Tescoy del Pelasgo, que arrib el primero con su nave allitoral de Ilin? Suma tambin a Jole, la madre dePirro, la esposa de Hrcules, el hermoso Hilas y eljoven Ganimedes. El tiempo me faltar si pretendoenumerar todas las tragedias del amor, y apenasofrecer mi libro una escueta lista de nombres. Delmismo modo la tragedia ha descendido a obscenasbufoneras, vertiendo multitud de frases ofensivas alpudor. No perjudic al poeta que pint a Aquilesafeminado ultrajar en verso las empresas esforzadasdel hroe. Arstides traz el cuadro de los vicios quese reprochaban a los de Mileto, y no por eso fueexpulsado de la ciudad; ni Eubio, autor de un libronefando, que ensea a las mujeres el empleo de losabortivos; ni el autor que hace poco compuso LosSibaritas tuvo que huir; ni se desterr a las mujeresque pregonaron sus goces voluptuosos; confundi-dos se ven sus libros con las obras monumentalesde los sabios, y puestos a disposicin del pblico

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    por la munificencia de nuestros caudillos. Y por queno arguyas que me defiendo con armas extranjeras,en la poesa romana hallars a granel las procacida-des.

    El grave Eunio empu la trompa blica en ho-nor de Marte, ingenio sobresaliente, pero rudo y sinartificio. Lucrecio explica las causas del fuego devo-rador y vaticina la destruccin de los tres elementosdel mundo; pero el lascivo Catulo canta repetidasveces a su amiga, oculta bajo el seudnimo de Les-bia, y no satisfecho, divulga otros cien amoros,confesando sin rubor tratos adlteros. Iguales o pa-recidas licencias se permiti el liliputiense Calvo,descubriendo sus hurtos de varios modos. A quhablar de Ticidas y los versos de Menimio, quedesterraron el pudor en los asuntos y en las pala-bras? Cinna es un compadre de stos; Anser, toda-va ms procaz que Cinna, y muelles las poesas deCornificio, lo mismo que las de Catn y las de loslibros de Metelo, donde ya aparece el simuladonombre de Perila, ya el verdadero. El poeta quecondujo la nave de Argos a las riberas del Fasis nosupo callar sus secretos placeres, y no son ms de-corosos los cantos de Hortensio o los de Servio; yquin vacilar en imitar tan notables modelos? Si-

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    senna tradujo a Arstides, sin que le perjudicase elafear sus libros histricos con torpes bufonadas. Nollen de oprobio a Galo el celebrar a Licoris, sino elhaber desatado la lengua por exceso en la bebida.Tibulo se siente poco dispuesto a creer en los jura-mentos de la que engaa con las mismas protestas asu esposo; confiesa que aconsej a las casadas bur-lar a sus guardianes, y se lamenta de sufrir l mismolas consecuencias de sus lecciones. A veces, con elpretexto de admirar el diamante o el sello de suamada, recuerda que aprovech la ocasin para co-gerle la mano, y refiere que otras la habl con losdedos y los gestos, o trazando mudos caracteres enla redonda mesa, y las adoctrina en conocer los ju-gos que borran las manchas lvidas de la carne quelleva impresas las seales de los dientes, y por fintiene la audacia de pedir al marido poco celoso quele permita los tratos con su mujer para que no mul-tiplique las infidelidades. Sabe a quin ladran losperros cuando l solo ronda una casa, y por qu to-se tantas veces ante una puerta cerrada; ensea milastucias de este jaez, y advierte a las casadas cmolograrn burlar a sus maridos, lo cual no le ocasionningn percance. Y Tibulo es ledo, agrada a todos yya era bien conocido cuando subiste al Imperio.

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    Encontrars iguales lecciones en el tierno Propercio,que no fue notado por ello con la menor infamia.Yo le suced, puesto que la prudencia me veda citarlos autores insignes que viven, y confieso no habertemido que donde navegaron tantas barcas fuese anaufragar la ma, salvndose las dems.

    Otros escribieron libros sobre los juegos deazar, vicio grande en opinin de nuestros antepasa-dos; el valor de las tabas y la habilidad de echarlaspara sacar el punto mejor, evitando el tan funesto;los nmeros que se sealan en los dados y el modode arrojar stos, a fin de conseguir las cifras anhela-das y salir ganancioso con su combinacin; explica-ron cmo avanzan los peones de color diferente enlnea recta, y por qu una pieza cae prisionera si laatacan dos enemigos; el arte de moverla y protegersu retirada, que no se efecta sobre seguro si otrano la acompaa. En un reducido tablero se colocandos lneas de piedrezuelas, y gana la partida el quesabe sostenerlas de frente. Hay otros muchos juegos- no me voy a ocupar de todos - con que se pierdeel tiempo, que es un bien precioso. Hubo poetasque cantaron las pelotas de diversas formas y elmodo de jugarlas. ste ensea el arte de nadar;aqul, el del troco; quin dicta reglas para pintar el

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    semblante o prescribe las leyes de los banquetes ylas recepciones; quin nos da a conocer la tierra deque se fabrican los barros cocidos, y la mejor parapreservar el vino de toda impureza: tales son lospasatiempos propios de los brumosos das de di-ciembre que no acarrearon mal a nadie.

    Seducido por estos ejemplos, yo tambin com-puse versos juguetones; pero el fatal castigo me al-canz a consecuencia de mis juegos. Entre tantosescritores, excepto yo, no conozco uno solo a quienperdiera su musa. Qu me habra sucedido si hu-biera escrito las representaciones obscenas de losmimos, donde siempre se desarrolla una accin cri-minal, y en los que alternan siempre un adlteroimprudente y una esposa infiel que se burla de sunecio marido? Sin embargo, las doncellas, las ma-tronas, los esposos, los mozalbetes y gran parte delos senadores asisten a su representacin, y no sloacostumbran a corromper los odos con voces in-cestuosas, pues tambin los ojos tienen que sufrirespectculos de gran depravacin. Cuando elamante burla al marido con alguna nueva estrata-gema, se le aplaude y decreta la palma en medio delmayor entusiasmo; y lo que es ms pernicioso toda-va, el poeta se hiera con su engendro criminal, y el

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    pretor lo paga a alto precio. Reflexiona, Augusto,sobre el coste de tus juegos pblicos, y vers quetales piezas te han salido hart caras; que fuiste es-pectador de las mismas, y que las ofreciste a los de-ms: tanto se une en ti la majestad a la benevolencia;y que viste tranquilo en la escena tales adulterios,con esos ojos que velan por la seguridad del orbe. Sies lcito escribir mimos que rebosan la obscenidad,la materia que yo trat merece pena menor. Tal vezel escenario autoriza cualquier atrevimiento en estegnero de comedia, y permite decir en los mimos lasms licenciosas osadas. Mis poemas se representa-ron muchas veces ante el pueblo por medio delbaile, y en varias ocasiones pusiste en ellos los ojos.

    Tampoco es un secreto que en tus palacios res-plandecen, pintadas por la mano de hbiles artistas,las figuras de los hroes antiguos, y que en sitio de-terminado cuelgan pequeas tablas que representanescenas de amor y retratos de Venus. All se apareceel rostro de Telamn ardiendo de clera, la brbaramadre cuyos ojos publican su crimen, y la mismaVenus, que seca con la mano sus hmedos cabellos,como si aun estuviese cubierta por la onda que ladio a luz. Unos cantan la guerra erizada de dardoscruentos; otros, las hazaas de tus antepasados o las

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    tuyas. La Naturaleza, envidiosa, me redujo a vivir enestrechos lmites, por las dbiles fuerzas de mi nu-men. No obstante, el autor de La Eneida, tu poemafavorito, llev al hroe y sus armas al lecho de lareina de Cartago, y ningn episodio se lee en toda laobra con tanto inters como estos amores no san-cionados por un legtimo himeneo. El mismo, sien-do joven, describi en sus poesas buclicas lapasin, llena de ternura, de las Filis y Amarilis, ynosotros, que delinquimos ha tiempo en un solopoema, vemos castigada con un nuevo suplicio laantigua culpa, pues sus dsticos vieron la luz desem-peando t la censura, y me dejaste pasar tantas ve-ces como un cumplido caballero. As, la obra quemi imprudencia no estimaba peligrosa en la juveniledad, me acarre la ruina en la vejez. Tarde lleg lapena impuesta a mi antiguo libro, y ya muy alejadadel tiempo en que la culpa se haba cometido. Nopor eso vayas a creer que mis restantes obras son dela misma ndole; en varias ocasiones despleg mibarca velas mayores. Publiqu seis meses de Fastos,cada uno de los cuales finaliza con el mes respecti-vo. Este poema, Csar, se escribi bajo el amparode tu nombre, y mi suerte fatal vino a interrumpirun trabajo a ti dedicado. Dimos asimismo al cotur-

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    no trgico las desventuras reales en el tono queconviene a la majestad de la tragedia, y aunque faltea la empresa comenzada la ltima lima, he narradolas transformaciones prodigiosas de los seres, y astemples un tanto la indignacin de tu nimo y orde-nes que te lean en momentos de descanso algunaspginas de este poema, que empieza desde el primerorigen del mundo y acaba en tu poca, y verscunto bro prestaste a mi inspiracin y con cuntoentusiasmo escribo de ti y de los tuyos.

    Yo nunca persegu a nadie con mis versos mor-daces, ni acus con ellos los delitos de nadie; inca-paz de ofender, nunca mezcl la hiel a mis festivassales, y en ninguna de mis cartas descubrirs un ras-go emponzoado; y entre tantos ciudadanos y tan-tos miles de versos como compuse, soy el nico aquien hiri mi Calope. Me atrevo a sospechar queningn romano se alegra de mis desgracias, y mu-chos las lamentan. No me resuelvo a creer que hayaquien me ultraje por mi cada, si mi bondad se pagacon el debido reconocimiento. Puedan estas razonesy otras muchas inclinar en mi favor tu divinidad, ohpadre, salud y defensa de la patria! No te suplicoque me permitas regresar a Ausonia, como un daacaso no te desarme la duracin excesiva de mi pe-

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    na, sino un destierro ms seguro y tranquilo, paraque el castigo sea proporcionado a la culpa.

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    LIBRO TERCEROELEGIA 1

    Obra de un desterrado, penetro temblorosa enesta ciudad, adonde me envan; amigo lector, tiendetu mano benvola al viajero muerto de cansancio;no temas que mis pginas sean para ti motivos devergenza: ningn verso de mi epstola habla deamor. La fortuna de mi desdichado dueo no con-siente disfrazar sus dolores con bromas de malgusto; aunque demasiado tarde, ay!, condena yabomina ese Arte que por su dao compuso en losdas de la verde juventud. Hojea mi contenido; novers en l ms que tristezas, y las voces suenan enarmona con las circunstancias. Si notas que cojeany se detienen cada dos versos, es por razn del me-tro o lo largo del camino. No resplandezco con elaceite de cedro, ni estoy pulido con la piedra p-

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    mez, porque me ruboriza andar ms elegante que midueo. Si las lneas estn afeadas por algunas tachas,el mismo poeta las produjo con sus lgrimas; y si teofenden ciertas expresiones poco latinas, ten encuenta que se escribieron en tierra de brbaros.Lectores, decidme, si no os molesto, qu va deboseguir y a qu punto dirigirme, como extranjero quesoy en la ciudad? No bien mi lengua indecisa pro-nunci con timidez estas palabras, hall con difi-cultad un solo hombre que quisiera indicarme elcamino. Los dioses te den lo que no conceden a mipadre: vivir tranquilo en el seno de la patria. Ea,condceme; ya te sigo, por ms que llegue cansadode atravesar tierras y mares, desde comarcas remo-tas. Accedi, y guiando mis pasos, dijo: ste es elforo de Csar, sta es la va que por sus templos sellama Sagrada. Aqu se abre el santuario de Vesta,que guarda el Paladin y el fuego eterno; aqu selevanta el modesto palacio del antiguo Numa; y deaqu pasando a la derecha, me dice: sta es lapuerta Palatina; ste el templo de Estator, dondetuvo su principio Roma. Mientras admiro talesmonumentos, veo resplandecer con trofeos de ar-mas un prtico suntuoso, morada digna de un dios,y pregunt: Es el templo de Jove?; porque una

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    corona de encina daba indicios a tal conjetura. Lue-go que conoc quin era su seor, exclam No meengao, cierto, es la mansin del potente Jpiter;mas por qu reverdece el laurel ante la puerta, yrodea la entrada del augusto palacio con su opacofollaje? Tal vez por los incesantes triunfos obteni-dos, o porque fue amado siempre del dios de Lu-cade? Es seal de la alegra que disfruta, o de la quedifunde por todas partes, o el emblema de la pazcon que ha tranquilizado el Universo? Como el ver-dor eterno del laurel y sus hojas, que nunca caenmarchitas, as ella goza de gloria inmortal. Una ins-cripcin declara el significado de la corona de enci-na, advirtindonos que se debe a sus esfuerzos lasalud de los ciudadanos. Salva tambin, padre cle-mentsimo, a un ciudadano que yace relegado en laextremidad del mundo, cuyo castigo, que confiesahaber merecido, no se le impuso a consecuencia deun crimen, sino de un error excusable. Desgraciadode m!; me espanta el sitio, venero a su seor, y notomis letras trazadas por una mano temblorosa. Noves cmo palidece el color de la carta, y se encogende miedo sus lneas desiguales? Quiera el Cielo apla-carte un da con respecto a mi padre, y que yo tevea, sacra mansin, habitada por sus actuales due-

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    os. De all, siguiendo nuestro camino, subimospor excelsas gradas al marmreo templo del dios deintonsa cabellera, donde, entre columnas talladas entierras remotas, se admiran las estatuas de las Da-naides y de su brbaro padre con el acero desnudo,y dentro las doctas concepciones de sabios, antiguosy modernos, ofrecindose a la curiosidad del lector.All buscaba a mis hermanos, fuera de aquellos quesu mismo padre quisiera no haber escrito, y los bus-caba en vano, cuando el guardin encargado de sucustodia me orden salir de tan santos lugares. Medirijo a otro templo prximo al vecino teatro, y endonde igualmente se me prohiba poner los pies; lalibertad me impidi atravesar el atrio de este primersantuario abierto a mis poemas instructivos. La fa-talidad del msero autor recae sobre la descendencia,y nosotros sus hijos estamos como l condenados adestierro. Acaso un da Csar, menos severo con elpoeta y sus libros, se deje desarmar por la duracindel castigo. Dioses y t, Csar, la divinidad de mspodero (no he de dirigirme a la turba de los in-mortales), os suplic que escuchis mis votos. En elnterin, puesto que se me rehusa un asilo pblico,me ocultar en cualquier casa particular. Vosotras,manos plebeyas, si se os permite, acoged mis versos,

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    abatidos por el rubor de la repulsa.

    II

    Estaba reservado a mis destinos visitar la Escitiay la tierra situada bajo la constelacin de la hija deLican; vosotras, Pirides, doctas hijas de Latona,no socorristeis a vuestro sacerdote; de nada meaprovech que en mis entretenimientos no se ocul-tara ningn crimen y que mi vida fuese an menosreprensible que mi musa: despus de afrontar gran-des peligros en mar y tierra, me veo condenado alos fros rigurosos del Ponto. Yo, enemigo de losnegocios y nacido para el sosiego tranquilo; yo, queera delicado e incapaz de soportar las fatigas, al pre-sente padezco extremados rigores, y el mar sinpuerto de refugio y las penosas vicisitudes del viajefueron impotentes para perderme. Mi nimo sufripenalidades sin nmero, y con las fuerzas que elcuerpo le prestaba pudo resistir lo que pareca inso-portable. Pero cuando me puso entre la vida y lamuerte el furor de los vientos y las olas, la mismaansiedad adormeca las cuitas de mi enfermo cora-zn; despus que el viaje ha terminado, y el descan-so ha puesto fin a sus peripecias, y he fijado las

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    plantas en el lugar de mi destierro, ya slo me con-suelan las lgrimas, que saltan de mis ojos msabundantes que el agua de las nieves en primavera.Pienso en Roma, en mi casa, en aquellos sitios tandeseados y en cuanto me queda en la ciudad parasiempre perdida. Ay de m, que llam tantas veces alas puertas del sepulcro y no se abrieron jams! Porqu evit el filo de tantas espadas? Por qu no se-pult mi cabeza en el abismo ninguna de las tem-pestades que tantas veces me amenazaron? Ohdioses, que experiment harto ceudos y asociadosa la clera de otro dios!, yo os conjuro a que esti-mulis mis hados tardos, y que cesen de permane-cer cerradas las puertas de mi sepulcro.

    III

    Si acaso te sorprende mi carta escrita por manoextraa, sabe que estaba enfermo, s, enfermo, enlos remotos confines de un mundo desconocido, ypoco seguro de mi remedio. Figrate cul ser lapostracin de mi nimo languideciendo en una tie-rra odiosa, entre los Srmatas y los Getas; no resistoel clima, no me acostumbro a beber estas aguas, yno s por qu tengo aversin al pas. Mi casa es in-

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    cmoda, los alimentos nocivos al estmago, y niencuentro quien distraiga mis pesares con el trato delas Musas, ni un solo amigo que me consuele y consu conversacin abrevie las cansadas horas. Langui-dezco, abatido, en los ltimos pueblos del mundohabitado, y en mi abatimiento suspiro por las milcosas que me faltan. T, querida esposa, vences to-dos estos recuerdos y ocupas la mejor parte de miser. Hablo contigo en la ausencia, mi voz te llama ati sola, y no transcurre da ni noche sin pensar en ti.Qu ms? Oigo decir que en los momentos de fie-bre tu nombre suena siempre en mi boca delirante.Si mi lengua desfalleciese, y pegada al paladar no sereanimara al calor de un vino generoso, a la noticiade tu llegada recobrara el movimiento, y la esperan-za de verte me prestara vigor. Yo estoy aqu entre lavida y la muerte, y acaso t all, olvidando mis tra-bajos, pasas alegres los das; pero no, carisma espo-sa, lo s y lo afirmo: sin m, tus horas tienen queresbalar en la tristeza. Si al cabo se cumple el plazosealado a mi destierro, y toco al trmino de la bre-ve existencia, qu os costaba, potentes dioses, per-donar al moribundo y permitir que al menos fuerasepultado en el suelo patrio, o que su castigo se difi-riese hasta el momento de la muerte, o que sta se

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    precipitase anticipndose al destierro? Conque hede perecer tan lejos, en ignotas playas, y a mi tristemuerte se aadir el horror de estos lugares? Micuerpo exnime no reposar en el lecho acostum-brado; no habr quien llore en mis funerales; laslgrimas de una esposa no vendrn a regar mi ros-tro, ni a detener un instante el alma fugitiva? Nodictar mi postrer voluntad despus de la ltimadespedida? La mano de un amigo no cerrar misojos sin luz? Y sin fnebres exequias, sin el honordel sepulcro ni el tributo del llanto, una tierra ex-tranjera cubrir mis infelices despojos? Y t, al orestas nuevas, no sentirs turbada el alma, y no gol-pears tu fiel pecho con mano temblorosa, y ten-diendo los brazos hacia estas regiones, nopronunciars en vano el nombre de tu desvalidoesposo? Ah!, cesa de martirizar tus mejillas y arran-carte el cabello, luz de mi vida; no es la vez nicaque me robaron a tu cario; imagina que perec alperder la patria; aquella muerte fue la primera y mscruel para m. Ahora, amantsima esposa, si puedes,yo creo que no, regocjate de que la muerte pongafin a tantas desdichas como me asaltan. Lo que spuedes es afrontar el dolor, sobrellevndolo conanimoso bro: desde larga fecha hubiste de aprender

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    lecciones de fortaleza. Pluguiese al Cielo que el almapereciera con el cuerpo, y que ninguna parte del moescapase a la llama devoradora; pues si el espritu,de esencia inmortal, vuela a los sublimes espacios,confirmando la doctrina del viejo de Samos, lasombra de un romano vagar eternamente entre lasde los Srmatas, siempre extranjera para sus brba-ros manes. Transporta a Roma en pequea urna miscenizas, y as, despus de muerto, no me ver deste-rrado. Esto nadie te lo prohibe. Una princesa deTebas desobedeci las rdenes del rey dando se-pultura al hermano que acababa de morir. Mezclamis restos con hojas y polvo de amono, depostalosen tierra cerca de los muros de la ciudad, y graba enel mrmol del tmulo con gruesos caracteres estosversos, que lean los ojos fugitivos del viandante:Aqu reposo yo, el cantor de los tiernos amores, elpoeta Nasn, perdido por su ingenio Oh t, pasaje-ro!, si amaste algn da, no rehuses exclamar: Enpaz descansen las cenizas de Nasn. Esto bastapara epitafio, pues mis obras sern un monumentoms excelso y perdurable, y abrigo la confianza,aunque perdieron a su autor, que han de asegurarmerenombre y gloria inmortal. No olvides llevar losfnebres presentes a mi tumba, y adrnala con guir-

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    naldas humedecidas con lgrimas. Aunque el fuegohaya convertido mi cuerpo en cenizas, sus tristesreliquias sern sensibles a la piadosa ofrenda. Qui-siera escribir mucho ms, pero mi voz cansada y miboca seca me privan de aliento para dictar. Recibeacaso el postrer recuerdo de mis labios y goza lasalud que no tiene quien te la enva.

    IV

    Oh t, que siempre me fuiste querido de ver-dad, y a quien conoc en los das adversos que metrajeron la ruina!, cree a un amigo aleccionado por laexperiencia, vive para ti y huye lejos de los nombresilustres; vive para ti, y en cuanto puedas evita lodeslumbrante. El rayo asolador desciende del alc-zar celeste, pues si bien slo los poderosos puedenser tiles, no quiero nada del que puede causarmedao. La antena recogida burla a la deshecha tem-pestad, y la vela grande corre ms peligro que lahumilde. Ves cmo una leve corteza sobrenada enla superficie de las aguas, mientras el plomo de lared la sumerge en el fondo. Si yo me hubiera guiadopar estos avisos que doy ahora, tal vez viviera en laciudad que se me debe. Mientras viv contigo,

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    mientras un soplo lejano impulsaba mi barca, bogusiempre por tranquilas ondas. El que cae en suelollano, lo que sucede raras veces, cae de modo que sepuede levantar presto de la tierra apenas tocada;mas el msero Elpenor, arrojado de lo alto del pala-cio, apareci ante su rey como una leve sombra.Por qu se vio a Ddalo agitar sin riesgo las alas, ya Icaro dar su nombre a la inmensa llanura? Porqueste volaba muy alto y aqul con bro menos audaz:uno y otro llevaban alas que no les pertenecan.Creme: vive bien el que vive ignorado, y cada cualdebiera permanecer en los trminos de su fortuna.Eumedes no hubiera perdido a su hijo, si este insen-sato no se apasionara por los caballos de Aquiles.Merops no viera a Factn abrasado por el rayo y asus hijas convertidas en rboles, si su vstago secontentara con tenerlo por padre. T, pues, teme laelevacin, y advertido por estos escarmientos, reco-ge las velas ambiciosas. Eres digno de recorrer lasetapas de la vida sin lastimarte las plantas, y gozarde prsperos destinos. Mereces los votos que hagoen tu favor por tu afecto y lealtad, que nunca se bo-rrarn de mi memoria. Yo te o lamentar mi suertecon tan extremado dolor, como el que sin duda re-trataba mi aspecto. Sent tus lgrimas resbalar por

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    mi semblante, y las apur junto con el testimonio detu fidelidad. Ahora igualmente defiendes al amigodesterrado y le confortas en sus trabajos, que apenasadmiten consuelo. Vive exento de envidia; deja des-lizar sin gloria tus das tranquilos; busca los amigosentre tus iguales, y ama el nombre de Nasn, queaun no ha sido desterrado; el Ponto de Eseitila po-see lo dems.

    Habito una comarca prxima a la constelacinde la Osa de Erimanto, tierra endurecida por el froglacial. Ms all se ven el Bsforo, el Tnais, lospantanos Escticos y algunos pocos lugares denombres desconocidos; detrs nada, sino camposinhabitables por el rigor del clima. Ah, cun vecinosoy de la ltima tierra del orbe! Mi patria est lejos,lejos mi carisma esposa, y cuanto me es amado des-pus de la una y la otra. Pero si vivo apartado detales seres, si no alcanzo a percibirlos por el sentido,los veo cmo se reproducen en mi imaginacin, ypasan ante mis ojos la casa, la ciudad, el aspecto delos lugares y los varios sucesos en ellos representa-dos. La cara de mi esposa la tengo como presente ala vista; ella agrava mis padecimientos, y ella los ali-via: los agrava por su ausencia, y los alivia con elamor que me profesa y la entereza en soportar la

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    carga que la abruma. Tambin vosotros, amigos,vivs impresos en mi corazn, y deseara nombrar acada uno en particular; pero un temor prudente re-prime mis mpetus; sospecho que no queris sernombrados individualmente en mis escritos. Anteslo deseabais, considerando como un alto honor quevuestros nombres se leyesen en mis poemas. Enesta incertidumbre, hablar a cada cual en lo ntimodel pecho, y no dar motivo a vuestros temores; misversos no revelarn quines son los amigos que pre-fieren pasar ignorados. Los que me amaron en se-creto, que continen amndome todava. Noobstante, sabed que aun relegado a este lejano pas,os tengo siempre presentes en el alma. Segn lo quealcance cada cual, esfurcese por endulzar parte demis amarguras, y no me rehusis en el destierrovuestra mano generosa. As os sonra siempre laprspera fortuna y no tengis que implorar el auxi-lio ajeno fustigados por mi suerte cruel.

    V

    Tuve contigo una amistad tan poco ntima, quesin esfuerzo podras negarla, y acaso no me hubiesesestrechado con efusin en tus brazos, si un viento

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    bonancible impulsara si