Las Tragedias de Nuestras_emilio Mola Vidal

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LAS TRAGEDIAS DE NUESTRAS INSTITUCIONES MILITARES

EL PASADO AZAA Y EL PORVENIR

POR

EMILIO MOLA VIDAL

Librera Bergua C/ Mariana Pineda Madrid

NDICE PROEMIO

PRIMERA PARTECAPTULO I La milicia, vctima de las oligarquas gobernantes CAPTULO II La hostilidad del elemento civil hacia las instituciones militares CAPTULO III Conspiraciones y pronunciamientos CAPTULO IV Vicios de nuestra organizacin militar CAPTULO V Ms vicios de nuestra organizacin militar CAPTULO VI Las virtudes de los elementos militares CAPTULO VII Cmo y por qu nacieron las Juntas de Defensa militares CAPTULO VIII Cmo y por qu murieron las Juntas de Defensa militares CAPTULO IX Las Instituciones militares bajo la Dictadura

SEGUNDA PARTE

CAPTULO I El Ejrcito y la Marina durante el perodo revolucionarios CAPTULO II El carcter de las reformas militares del seor Azaa CAPTULO III La trituracin CAPTULO IV Sobre la reorganizacin del Cuerpo de oficiales CAPTULO V Sobre la reorganizacin de las clases de tropa y Cuerpos poltico militares CAPTULO VI Sobre las actuales dotaciones de personal, ganado y material CAPTULO VII Industria militar CAPTULO VIII Marruecos CAPTULO IX Algunos comentarios sobre lo que se llam reorganizacin de la Marina de guerra

TERCERA PARTECAPTULO I Peligros de guerra CAPTULO II Espaa neutral y Espaa beligerante CAPTULO III

Sobre una posible reorganizacin racional de nuestro Ejrcito CAPTULO IV Conclusin PROEMIO Si al curioso lector en cuyas manos caiga este libro le interesa de veras el porvenir de Espaa, debe leerlo de cabo a rabo y luego meditar serenamente sobre lo que en l se dice, que haciendo lo uno y lo otro quiz se vea en la precisin de rectificar juicios errneos o convicciones arraigadas y, puesto en el camino de la verdad, contribuya con su esfuerzo personal, siempre valioso, a que las cosas cambien. Si por el contrario, no le preocupa el maana y estima que su misin en este pcaro mundo no es otra que la de dejar pasar los aos que le resten de vida si detenerse a pensar en la suerte que pueda estarle reservada a los que vengan detrs y aun a l mismo, le aconsejo no se tome tan siquiera el trabajo de requerir la plegadera y cortar las hojas. Es una advertencia leal. , ha dicho un ilustre escritor espaol no hace muchos meses en el prlogo de un libro. Es verdad. Las cuestiones militares, aunque jams han perdido importancia, vuelven a ser hoy palpitante actualidad. Hay sntomas alarmantes: la Sociedad de las Naciones agoniza; la exaltacin nacionalista cada da se nos muestra ms pujante; los pueblos, siempre recelosos, comienzan a mirarse con hostilidad: y, sobre todo, la diplomacia internacional mustrase en extremo corts, incluso con aquellos que por haber sido vencidos fueron hasta hace poco tratados como de peor condicin. Esto ltimo es extremo grave y debe poner en cuidado a los perspicaces si entienden, como un prestigioso musulmn muerto ya hace algunos aos, que . Existen en la actualidad otras razones que aconsejan tratar del problema militar. Figura en primer trmino el deseo vehemente que la opinin pblica muestra de que cambie el rumbo de la poltica nacional que hasta aqu se ha seguido, procedindose a la reconstruccin de Espaa; reconstruccin que ha de abarcar a todas las actividades y a todos los organismos del Estado, entre los que no pueden faltar las instituciones militares que, desde muy lejanas fechas y cada vez ms acentuado, vienen padeciendo el desvo, cuando no el desprecio, de gobernantes y gobernados. A la desesperacin que hace unos meses nos invada ha sucedido una discreta quietud en los espritus, vidos de optimismo. Qu ha sucedido ? Ha bastado que el Gobierno de la nacin haya cado en manos de unos hombres que el pueblo cree libres de los prejuicios sectarios de quienes les precedieron para que tenga por cierto se destaca en el horizonte espaol tenue rayo verde de esperanza. Fecilitmonos de ello y quiera Dios que ste, semejante al de la despedida del sol en el Atlntico, las tardes serenas, sea tambin signo de bonanza. No es ste un libro tcnico, sino de divulgacin. Es un libro en que despus de sealar el abandono en que se ha tenido a los organismos castrenses, los vicios que los minan, las virtudes que los enaltecen, sus graves errores, el lamentable estado de indefensin en que nos encontramos y dar la voz de alarma, se apuntan posibles remedios. Lamenta el autor que los hechos le obliguen en ocasiones a ser severo en sus juicios; mas un deber de conciencia le obliga a proceder as, porque estima que poniendo de manifiesto los males es nicamente como pueden corregirse; y lamenta ms todava que ser severo con la estima, serlo con lo que repudia; que la crtica, cuando al lector se le antoja envuelta en ropaje de pasin, aunque lo sea de sinceridad, pierde eficacia.

El autor quisiera llevar el nimo del lector las preocupaciones que a l le invaden y quisiera tambin se operase el milagro de que los habitantes de este pueblo, glorioso en una poca, diesen de lado a sus discordias intestinas, y, unidos, sin recelos, emprendiesen la magna obra de reconstruir Espaa y de paso ponerla a cubierto de posibles peligros exteriores, no para que vuelva a ser lo que fue, que juzga imposible ya, sino para que se le guarde el respeto y consideracin que merece por su situacin geogrfica, por el nmero de sus habitantes y por su Historia. El empeo es difcil, no lo pone en duda, pero est dentro de lo posible. Si todos los espaoles no envenenados por la poltica (que son muchos) iniciaran en la medida de sus fuerzas una labor de paz y de concordia, algo hara de conseguirse. El autor de este libro aporta su grano de arena a la obra; lo que es de desear es que sean muchos los que le imiten.

PRIMERA PARTECAPTULO I La milicia, vctima de las oligarquas gobernantesEs creencia muy generalizada entre los espaoles que el Ejrcito ha sido el nio mimado en todos los tiempos y situaciones, y que ha venido disfrutando del privilegio de la holgura, aun en aquellas pocas (harto frecuentes por desgracia) en que la necesidad, cuando no la miseria, han dominado al pas. Esta creencia, si disculpable es la sustenten quienes no han podido o no han querido entretener sus ocios en estudios histricos de carcter militar, no lo es cuando tal afirmacin lo hacen individuos con ttulo indiscutible de eruditos o que a s mismos se otorgan (a veces con osada inmodestia) el dictado de ; pues stos, ya que no a don Diego Hurtado de Mendoza y otros eximios literatos, han debido por lo menos sorberse de cabo a rabo la obra maestra del inmortal Cervantes, en la cual es fcil encontrar, puesto en boca del ingenioso hidalgo, al ensalzar el noble ejercicio de las armas, el siguiente comentario: >; lo cual quiere decir que en aquellos tiempos de esplendor y preponderancia militar ya andaba desatendido el Ejrcito. Pero si tomado el vocablo en su acepcin puramente gramatical y no como smbolo de la institucin, se me arguye que lo desatendidas eran las y no la o , dado que no quiero entrar en discusin, saltar a los comienzos de la Edad Contempornea, que es, en fin de cuentas, la que interesa. Y como es noble, para no pecar de injustos o por lo menos de ligeros, darse a la tarea de averiguar en qu fecha sustituy la abundancia a la escasez, la largueza a la mezquindad, la proteccin al desamparo, les invito a realizarlo en la seguridad de que no habran de hallarla, de lo que se convencern si tienen paciencia de seguirme leyendo. Iniciase para nosotros los espaoles la Edad Contempornea de la Historia europea con la guerra de 1793[.1]. En sta, el general don Antonio Ricardos, , al punto de que lleg a apoderarse de todo el Roselln sin lograr, no ya le enviasen dinero, sino tan siquiera los hombres indispensables para cubrir las bajas; eso que el pueblo acogi la guerra con entusiasmo y no regate medios de todas clases, los cuales debi emplear Godoy en otros menesteres ms productivos, por lo menos para l. Al ao siguiente el bravo militar muri en Madrid, tengo entendido que de asco. Grande fue el desamparo en que Carlos IV y el favorito de Mara Luisa dejaron a las tropas del general Ricardos, mas el abandono en que tuvieron al ejrcito de la Pennsula fue an mayor, lo que se puso de manifiesto algunos aos despus con motivo de la invasin napolenica, como podr comprobar quienquiera tenga la curiosidad de leer algo de lo mucho que se ha escrito sobre perodo tan interesante de la vida de nuestra nacin y muy especialmente por Gmez Arteche, a cuya detallada Historia de la Guerra de la Independencia, remito a los que duden de mis afirmaciones, y as se enterarn con pelos y seales de los esfuerzos que tuvieron que hacer, el herosmo que derrocharon y la competencia de que dieron muestras para defender a Espaa casi todos los generales de aquel tiempo, obligados a enfrentarse con el ejrcito mejor instruido, dotado y ms poderoso de Europa, sin otros elementos de guerra que un pueblo hambriento, aunque patriota y digno, y una milicia casi desnuda, mal armada, peor municionada y psimamente instruida.

Los descalabros sufridos durante la invasin francesa nada ensearon a Fernando VII y sus ministros, pues siguieron sin preocuparse de organizar el Ejrcito, ni tan siquiera de atenderlo en lo ms preciso, no obstante la crtica situacin de Europa y la rebelda de nuestras colonias americanas. As pasaron aos y ms aos hasta que con motivo de haber subido al trono Isabel II estall la guerra civil, durante la cual se dio el vergonzoso caso de que los carlistas estuviesen mejor armados que los isabelinos. Y vino ; tras l un perodo ininterrumpido de agitacin en que las preocupaciones polticas lo absorban todo, y, como es lgico, sigui aumentando el desbarajuste militar. Poco antes de la guerra de frica se inici una corriente de simpata hacia las instituciones armadas lo que nos permiti salir con bien (dentro de lo que era posible) de la aventura ideada por don Leopoldo ODonnell . La atencin a las cuestiones militares dur relativamente poco: hasta el asesinato del general Prim. Despus cada vez ms acentuada (salvo el ao y pico que fue ministro de Guerra don Manuel Cassola), los Gobiernos dieron la sensacin de no preocuparse poco ni mucho de los organismos castrenses; y aun cuando durante la segunda guerra civil existi organizacin, espritu y elementos, en Cuba se puso de manifiesto nuestra incapacidad militar, llegando a extremos vergonzosos en todos los rdenes y muy especialmente en el relativo a servicios de mantenimiento: el de Sanidad por ejemplo, era tan deficiente que el terrible vmito diezmaba los batallones expedicionarios; el de Intendencia no exista, lo que obligaba a las tropas a vivir sobre el pas. Para colmo, se suspendi el pago de los haberes: cmoda medida que adoptaron los usufructuarios del Poder para nivelar la Hacienda, que por lo que dur lleg a temerse se hiciera crnica, pues, hasta bastante despus del , no termin la vergenza. Todo esto y mucho ms soport con resignacin el Ejrcito. Pasando por alto la guerra del 93 en Melilla, que, por escasa duracin y los reducidos contingentes que en ella tomaron parte, no merece ser citadas, llegamos a las insurrecciones de Cuba y Filipinas. Qu no podra decirse de la forma como fueron organizadas aquellas expediciones a Ultramar: rebaos de hombres sin el menor ideal, sin la ms mnima cohesin, sin armamento y equipos adecuados! Qu responsabilidades no habra cabido exigir a los polticos de aquella poca, los cuales, con su imprevisin y negligencia, dieron lugar a que se iniciaran y prosiguieran las operaciones sin proveer a las ms elementales necesidades de las tropas! Pero lo peor fue que, cuando el agotamiento de los ejrcitos de Cuba y Filipinas lleg a su lmite, se les hizo enfrentar con la nacin ms poderosa del mundo, y, para que el desastre fuera mayor, se le ofrend la coleccin de barcos intiles a los que pomposamente designbamos con el nombre de Escuadra espaola. De nada sirvieron las indicaciones, splicas y gritos de angustia de quienes vieron desde el primer momento lo que iba a ocurrir[.2]. El Gobierno, amparndose en el extravo de la opinin pblica, apoyado por las informaciones tendenciosas de una Prensa mal informada y cubriendo su responsabilidad con la resolucin de cierta Junta de generales que tuvo en el Ministerio de Marina, orden el sacrificio, y, lo que es ms probable, lo orden con dolo[.3]. Sucedi lo que tena que suceder. Mas, pasados los primeros momentos de estupor y aun de regocijo (esto ltimo por estimar vendra como inmediata consecuencia de la derrota la repatriacin de los que all luchaban y la suspensin de los sorteos), el pueblo espaol apreci la magnitud del desastre y pronto se rebel contra el infortunio, dndose a la busca de los responsables de la catstrofe Qu ocurri entonces? Pues ocurri que los polticos, ante el temor de que la opinin pblica, salindose de su habitual inconsciencia, cayese en la cuenta que eran ellos, nicamente ellos!, los culpables, se apresuraron a sealar dos reos: el Ejrcito y la Marina vencidos. Y sobre stos descarg toda la indignacin nacional, exacerbndose la animosidad que, a partir de la revolucin de septiembre, mejor dicho, de la proclamacin de la Repblica, se haba iniciado en el elemento civil contra el militar. Mediante tan hbil maniobra fue posible que el peso de la ley slo cayese sobre unos cuantos desventurados generales, a quienes los acontecimientos sorprendieron en puestos de responsabilidad que por reglamentaria sucesin de mandos se haban visto obligados a asumir. Ninguna sancin hubo para gobernantes y sus genzaros; ningn cargo se hizo a los que, con juicios inoportunos, discursos estpidos y resoluciones arbitrarias (cuando no criminales),

impidieron toda concordia con la poblacin indgena de las colonias, dificultaron soluciones viables y nos lanzaron a la guerra con los Estados Unidos, en la que no poda caber a Espaa otro papel que el de vctima. Tras un perodo de paz de once aos, en que cada vez fue acentundose ms el divorcio entre el pueblo y las instituciones militares, divorcio que alentaron (salvo contadas y honrosas excepciones) los polticos de todos matices, surgi la guerra de Marruecos; una guerra que, no obstante haberse visto venir desde principios de siglo, cogi a la nacin sin haber adoptado la ms elemental medida previsora. Y al teatro de operaciones (ridculo escenario en los comienzos de la campaa para un ejrcito de cualquier Estado europeo) fueron enviadas unidades integradas en su mayor parte por reservistas que haban olvidado la instruccin, en psimo estado de nimo a causa de los espectculos presenciados en los puntos de embarque y durante su transporte a travs del territorio nacional y, por ltimo, sin los servicios de asistencia indispensables para su desplazamiento y entrada en accin. Todo hubo que improvisarlo frente al enemigo! Las consecuencias fueron dolorosas y se tocaron bien pronto. La necesidad oblig, empero, a crear el organismo adecuado, aunque no con la rapidez, perfeccin y lujo de medios que las circunstancias demandaban, no obstante lo cual se hubieran podido obtener resultados satisfactorios en corto espacio; mas subordinada a los vaivenes de la poltica nacional la iniciativa del alto mando militar, no pocas veces se vio cohibido en sus decisiones; dejando pasar momentos favorables sin explotarlos debidamente. Pero, mal que bien, se mantuvo el honor de las armas (que era el de Espaa), hasta los tristes sucesos del ao 21 en la zona de Melilla, cuyas causas no entre en mis propsitos detallar en esta ocasin, aunque si dir que all, producido el episodio, falt serenidad en el mando, disciplina en la tropa y abnegacin en todos. Justo es reconocer que el espritu pblico no se amilan ante la magnitud del revs y, como nunca lo hiciera, reaccion con patriotismo y energa, convirtindose en el ms poderoso que impuls al Gobierno a no regatear, convirtindose en el ms poderoso acicate que impuls al Gobierno a no regatear sacrificio para reivindicar el prestigio nacional y vengar a los que haban perecido; pero el espritu pblico, en esta ocasin, como en tantas otras, desconoca la realidad, y la realidad era que carecamos en Espaa del organismo eficiente para imponer con rapidez el castigo al adversario: la tropa y los cuadros de mando, efecto de la forma como se constituyeron las unidades expedicionarias, se desconocan mtuamente; los soldados apenas si haban realizado el tiro de instruccin (del de combate, ni hablar); los fusiles en su mayora estaban descalibrados; las ametralladoras Colt se encasquillaban a los primeros disparos; a las pistolas Campo-Giro les ocurra otro tanto; no se contaba con reservas de municiones, ni con capacidad de fabricacin suficiente; el ganado de carga no tena doma, ni sus improvisados conductores experiencia; el menaje de los cuerpos no era apropiado para la guerra de montaa A pesar de todo, debido a la capacidad y entusiasmo de un ncleo de generales, jefes y oficiales (en su mayor parte hoy separados del Ejrcito) y al buen espritu de la tropa, se iniciaron las operaciones y se recuper gran parte del terreno perdido. Pasados los primeros momentos de zozobra, el pueblo, con su justo enojo, reclam de los Poderes pblicos la sancin debida para los responsables del descalabro, y entonces los polticos, siguiendo anloga conducta que cuando el desastre del 98, se apresuraron a cobijarse en la impunidad. Ninguna medida se tom contra los Gobiernos que mantuvieron desatendido al Ejrcito, ni siquiera contra los ministros de la Guerra que negaron lo ms indispensable al alto mando de Marruecos; slo se proces a militares, y entre ellos al que actuaba de general en jefe1[1] . No quiero decir con esto que fueran injustamente encausados quienes lo fueron, mxime no prejuzgando el procesamiento la culpabilidad; lo que si afirmo es que no debieron ser los nicos, con lo cual se hubiesen esclarecido las verdaderas causas de la rota de Annual Pasaron los das tristes de adversidad y los muy duros de la reconquista. Cuando ya se iban a recoger el fruto del esfuerzo realizado y del castigo infligido al enemigo, por conveniencias del partido que usufructuaba el Poder en aquel entonces, se suspendieron las operaciones y se oblig o permiti (para el1[1]

He de decir, porque es de justicia consignarlo, que antes del desastre de Annual, fueron los ministros civiles, seores La Cierva y vizconde Eza, unos de los que ms se preocuparon del ejrcito de Marruecos.

caso es lo mismo) al comisario superior a pactar con el Raisuni, uno de los jefes de la rebelin que con mayor encono nos haba combatido: tal suceda para mayor desdoro nuestro, cuando estaba a punto de entregarse. Esto, con ser una humillacin, un latigazo en pleno rostro, el Ejrcito (eterno conejo de Indias en la poltica espaola) lo soport con abnegada resignacin2[2]. Tal estado de cosas, agravado por el desconocimiento que del problema tenan los comisarios superiores que sucedieron inmediatamente al general Berenguer, especialmente el seor Silvela, cuyos mritos no eran otros que poseer un apellido ilustre; agravado por la ineptitud de los mandos que poco a poco fueron cayendo en manos de los , vidos de paz y ; agravado por las limitaciones impuestas a los servicios como consecuencia de las economas llevadas a cabo en presupuestos; agravado por la desmoralizacin e indisciplina que cundi entre la tropa despus de la claudicacin del Gobierno Garca Prieto con motivo de la sublevacin de Mlaga; agravado, en fin, por la reduccin de efectivos de reserva en la metrpoli, nos llevaron a las sangrientas jornadas del ao 24. Menos mal que en tal poca rega los destinos de Espaa el marqus de Estella que, entre otras buenas cualidades, tena la de no ser terco (la terquedad es caracterstica de los polticos arrivistas y de los gobernantes incultos), y, rectificando su primitivo criterio, dio cuanto fue necesario, dentro de la austeridad que impona la situacin econmica del pas, para que acabase la accin militar, inicindose una campaa dirigida por el teniente general don Jos Sanjurjo Sacanell, que en menos de dos aos acab con la pesadilla de Marruecos; campaa que fue la admiracin de nuestros vecinos franceses, maestros en esta clase de empresas. Al terminar la guerra contbamos en nuestro Ejrcito con una seleccin de cuadros de mando y con unas tropas en frica que nada tenan que envidiar a las mejores del mundo. Hoy, de aquellos cuadros y de estas tropas, no queda apenas nada. A los que all actuaron con xito indiscutible se les ha perseguido con saa y con rencor. Y ya que no se les ha podido achacar desastres para recrearse vindoles en el banquillo de los acusados, se les arrebata violentamente, por quienes jams expusieron su vida por la Patria, lo que lograron a fuerza de saber, valor, sangre y dejarse la salud hecha jirones entre la , y, lo que es ms doloroso: el heroico caudillo ha visto pasar das y ms das tras las rejas de un presidio, mezclado con la ms distinguida representacin de la criminalidad nacional. Los polticos de hoy siguen despreciando a las instituciones militares como los de ayer. El pueblo, en su inconsciencia, aplaude Quiera el Destino que algn da no tengan todos que arrepentirse y que este arrepentimiento sea tardo!

2[2]

A ttulo de curiosidad ah van unos comentarios que figuran en un libro mo titulado Dar-Accoba, escrito en el ao 1924, que algn da tendr la humorada de publicar. Dicen as: