LAS AVENTURAS DE LAS PRIMAS EN CERRO AZUL

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Las Aventuras de las Primas en Cerro Azul Por Diana Barreda Terry

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UN CUENTO DE DIANA BARREDA TERRY

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Las Aventuras de las Primas en Cerro Azul

Por Diana Barreda Terry

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A mi mamama Sonia, que nos regalo tantos lindos recuerdos en Cerro Azul, y a mis primos que compartieron conmigo todas nuestras aventuras.

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Era un martes, o un domingo. El día daba igual en esas épocas cuando pasábamos todo el verano en la casa de la abuela en Cerro Azul. Todos los veranos de nuestras vidas habíamos pasado los 3 meses de verano juntas en la casa de playa. Y este verano, en el que cumplía los 11 años no era diferente.

Ese día estábamos, Marina, Alicia, Claudia y yo jugando en la arena junto al muelle. Había unos

niños, hijos de los pescadores, jugando cerca de nosotras y escuchamos que hablaban sobre la vieja ca-sona rosada.

Según los niños, la casona había pertenecido a una familia de nobles ingleses, pero hace muchí-

simos años que estaba clausurada. Y la cuidaba el negro ailón, que todas las noches prendía las luces y durante el día se ocupaba de los jardines.

Los niños hablaban sobre una habitación encantada, repleta de cojines de colores y trampolines, y

llena de magia, donde las hijas de los señores de la casa hacían legndarias fiestas de pijamas muy exclusi-vas.. La leyenda decía que dentro de esa habitación era posible volar, que todos los juegutes que imagina-

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ras aparecían al nombrarlos y que siempre estaba llena de las más deliciosas golosinas. Estas historias despertaron nuestra curiosidad en ese día perezoso de vacaciones y decidimos meter-

nos a escondidas a la vieja casona y encontrar esa habitación que parecía tan divertida. - Le diremos a la abuela que vamos a ir de caminata por la playa y que regresaremos antes de la

puesta de sol. Así no estará preocupada por nosotros - les dije a las demás, liderando instintivamente el grupo como la prima mayor.

Decidimos intentar escabullirnos a la casona por el muro de atrás, que estaba fuera de la vista de

los adultos. Era un muro de adobe que colindaba con las faldas del cerro de la cruz y las ruinas Incas que cerraban la bahía de Cerro Azul.

Una vez ahí no fue difícil trepar el muro. Y después de unos minutos estábamos en el hermoso jar-

dín interior de la casona. La casona rosada tenía un corredor posterior con 3 entradas, Una en el extremo sur, otra en el extremo norte y otra al centro.

- Hay que dividirnos en 2 grupos, dije. Así encontraremos más rápido la habitación encantada.

- Yo soy con Claudia, dijo Alicia rápidamente. Claudia es mi hermana menor y Alicia es la de Ma-rina.

- OK, dijo Marina, entonces yo soy con Diana. El plan era entrar al corredor principal por la entrada central y empezar a buscar en direcciones

contrarias. El grupo que encontrase la habitación, tenía que ir a buscar al otro grupo. Así es que nos dividimos y empezamos a abrir todas las puertas a nuestro paso por el corredor. Clau-

dia y Alicia estaban buscando y buscando, cuando de pronto oyeron pasos cerca y un silbido alegrón. - Es el negro Bailón, dijo Alicia Asustada. Rápido, hay que escondernos. Y abrieron la siguiente puerta sin siquiera mirar dentro para esconderse. Una vez que el sonido se

disipó se dieron la vuelta para ver donde estaban y se dieron con la sorpresa de que la habitación estaba

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llena de cojines de colores y trampolines, de todos los juguetes que simpre habían soñado tener y de go-losinas deliciosas. ¡Era la habitación encantada!

Estuvieron a punto de ponerse a saltar y jugar, pero se acordaron que debían ir a buscar a sus her-manas mayores como habían quedado. Pero al intentar abrir la puerta, esta no se movía. Intentaron varias veces sin suerte hasta que levantaron la vista y vieron, en el marco de la puerta, en letras que parecían iluminadas con luz propia:

“El que me busque sin invitación, no me encontrará. Y el que quiera salir sin ella, no lo logrará. Sólo el espíritu de la tierra

decide quien está invitado”.

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Las niñas, confundidas por la frase siguieron intentando abrir la puerta, pero era imposible. Así que

empezaron a gritar auxilio, esperando que la escuchemos. En el otro extremo de la casa, Marina y yo habíamos abierto cada una de las puertas en nuestro

camino sin encontrar la habitación encantada. - Debe estar al otro lado. - dijo Marina Seguro que Claudia y Ali se han puesto a jugar y se han ol-

vidado de nosotras.

- Mejor vamos a buscarlas, - le respondí. Abrimos cerca de 30 puertas y no las encontrábamos. Hasta que escuchamos sus gritos de auxilio

y lo seguimos hasta llegar a la puerta de donde provenían. Tome la perilla de la puerta y esta giro sin problemas. La abrí esperando encontrar a nuestras hermanitas, pero sólo encontré una habitación vacía. Confundida cerré la puerta y volvimos a escuchar los gritos como si estuviesen detrás de la puerta.

- ¿Claudia, Ali, están ahí?

- Si, si, estamos aquí - dijeron con voces llenas de angustia.

- Toc, toc, toc, tocaron la puerta. Marina abrió nuevamente la puerta, incrédula de lo que estaba pasando, y de nuevo el cuarto estaba

vacío. - No puede ser, ¿que está pasando?- dijo Marina

- ¿Chicas, me pueden oír? - les pregunté

- ¡Si!

- No sabemos qué pasa, pero cuando abrimos la puerta, ustedes no están ahí.

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En ese momento apareció el negro Bailón, el guardián de la casona, que había escuchado los ruidos

y se acercaba a ver qué estaba pasando. - ¿Quien anda ahí?- dijo con su voz grave y seria. Nos habíamos olvidado por completo de Bailón desde que encontramos esta puerta misteriosa. - ¿Quien anda ahí? -Repitió Bailón que se acercaba más y más por el corredor. - Tenemos que pedirle ayuda. - dije - ¡Si nos ve nos delatará con la abuela y vamos a estar castigadas el resto del verano! -Se quejó Ma-

rina - Pero tal vez sepa algo sobre la habitación encantada y nos ayude a rescatar a nuestras hermanas. - No sé, me da miedo el negro Bailón. - seguía diciendo Marina. - ¿Niñas, que hacen aquí? - Nada- respondió rápidamente Marina tratando de disimular. - ¿Chicas, siguen ahí? - se oyó desde el otro lado de la puerta. Bailón nos miró con reproche y dijo, con una voz amenazadora. Qué diablos está pasando aquí?

Al mismo tiempo que giraba la manija de la puerta para descubrir la mentira y echar de la casona a esas niñas malcriadas que estaban haciéndole perder la paciencia.

De un tirón abrió la puerta y entró decidido a la habitación. Pero al encontrarla vacía se quedo in-

móvil y con cara de haber visto un fantasma. - ¡No puede ser, no puede ser!- repetía preocupado, más para sí mismo que para nosotras que lo

mirábamos expectantes.

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- ¿Que han hecho, que han hecho?- seguía diciendo cada vez más preocupado. Luego, dirigiéndose a nosotras empezó a contar: Hace más de 100 años, vivían en esta casa los Se-

ñores Mc Martin con sus dos hermosas niñas. Mi padre era niño en ese entonces y solía jugar con ellas mientras mi abuelo trabajaba en el jardín.

El señor y la señora Mc Martin les habían construido a sus hijas un cuarto de juegos muy especial. Ellas le llamaban el cuarto encantado. Cada cierto tiempo las hermanas organizaban una fiesta de pijamas e invitaban a sus amigas más queridas a la habitación encantada. Para todas las niñas de la época era el mayor honor ser invitada a una de esas fiestas.

Un domingo por la mañana, mientras toda la familia estaba en la iglesia, Anabella, una niña del pueblo que estaba envidiosa por no haber sido invitada nunca a una de las fiestas, se escabullo a la casa.

Anabella quería conocer el lugar tan extraordinario del que hablaban las niñas que si habían sido invitadas, y destruirlo como venganza por el rechazo que sentía de las hermanas Mc Martin.

Buscó y buscó abriendo todas las puertas de la casa, hasta que oyó que la familia y los sirvientes re-

gresaban de la iglesia. Abrió la puerta que encontró más cerca y se metió para esconderse. Cuando paso el peligro, se dio cuenta de que estaba en la habitación encantada que tanto había buscado.

Anabella jugó y saltó hasta cansarse, rompió unos cuantos cojines y cuando quiso salir para escabu-

llirse y regresar a su casa, la puerta no abría. Toda la noche estuvo gritando auxilio, hasta que un sirviente que pasaba por ahí la oyó y llamo al patrón. Por más que la escuchaban , cada vez que abrían la puerta no había nadie.

Al día siguiente la familia Mc Martin cerró la casa y se fueron para siempre. Solo le dejaron instruc-

ciones a mi abuelo de que nadie debía entrar a esta casa nunca, y que se asegurase de que fuese así para siempre.

Cuando mi abuelo murió, mi padre heredó su responsabilidad y el secreto sobre la habitación en-

cantada, y cuando mi padre murió, lo hice yo. Y nunca había tenido problemas hasta el día de hoy.

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La puerta de la habitación encantada

Anabella

La familia Mc Martin

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Mire a Marina y luego ambas preguntamos, mirando al negro Bailón: ¿Y la niña nunca salió? - No, nunca se supo nada más de Anabella. En ese momento Marina y yo echamos a llorar preocupadas por nuestras pequeñas hermanas en-

cerradas en la misma habitación - ¿Que pasa, están ahí, Diana, Marina?- se oyó desde el otro lado de la puerta. - Si si, estamos aquí- respondimos. -No se preocupen, ya pronto las sacaremos. Aunque en realidad

no teníamos la menor idea de cómo hacerlo. - Tal vez esto nos dé una pista de cómo salir, en el marco de la puerta dice:

“El que me busque sin invitación, no me encontrará. Y el que quiera salir sin ella, no lo logrará. Sólo el espíritu de la tierra

decide quien está invitado”. - ¿Que significa, quien es el espíritu de la tierra? Preguntaron asustadas. - El que me busque sin invitación no me encontrará. - repetí pensando. -Mmm, pero entonces

¿como la encontraron ustedes? - Es que cuando abrimos esta puerta estábamos buscando donde escondernos de Bailón, que se

estaba acercando. - Igual que Anabella- dijo Marina, mientras recordaba la historia contaba por Bailón, y se quedó

muda al pensar en el trágico final. - Y el que quiera salir sin ella, no lo logrará. - proseguí. O sea que la única forma de salir es con una

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invitación. - ¿Pero de donde podemos sacar una invitación a la habitación encantada? - preguntó Marina mien-

tras intentaba encontrar una respuesta. - Sólo el espíritu de la tierra decide quien está invitado. - terminé de parafrasear, tratando de enten-

der a que se refería. Marina y yo nos miramos y al unísono le preguntamos a Bailón si sabía a qué se referían con

“espíritu de la tierra” - Mi padre me contó, antes de morir, que la familia Mc Martin provenía de una legendaria familia

escandinava y que tenían la tradición de adorar al espíritu de la tierra que estaba en todas las cosas y cria-turas del mundo.

Los señores Mc Martin habían pedido al espíritu de la tierra que proteja a sus hijas, mediante una

inscripción en la puerta de su cuarto de juegos. Por ello, las niñas solo podía invitar a sus fiestas a aquellas niñas que el espíritu de la tierra consideraba buenas y las nombraba en las invitaciones especiales que recogían de…

- Recogían de... - ¡Recogían del árbol mágico!- dijo Bailón, feliz de recordarlo. Marina y yo suspiramos de alivio al saber que existía una solución. Ahora solo teníamos que encon-

trar el árbol y pedirle que invite a Claudia y Alicia a la habitación encantada. - ¿Pero como la haremos? ¿Como sabremos cual es el árbol, y como se supone que vamos a hablar

con un árbol? - preguntó Marina. - Niñas, lo primero es encontrar un árbol tan viejo que hace 100 años ya era grande.

- Eso no será difícil, no hay muchos árboles grandes en Cerro Azul,- dije tratando de tranquilizar un poco a Marina.

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- ¿Y qué si el árbol ya no vive, si ha sido talado cuando el pueblo creció?- seguía preguntando Ma-

rina. - No creo que el espíritu de la tierra haya permitido que corten a su árbol mágico- dijo Bailón con

algo de confianza en la voz. ¿Porque no comienzan con el viejo caucho que esta frente a la casa de su abuela?

- Si, es una buena idea, según la abuela, ese árbol está ahí desde que ella era niña, si hasta nos ha contado que solía subir a jugar balanceándose en sus ramas.- dije.

- ¡Excelente, vayamos hacia allá entonces.! - dijo Marina sintiendo un poco de esperanza. Entonces salimos corriendo de la vieja casona en dirección al caucho. Pasamos a toda velocidad por

el malecón y luego por la arena para cortar camino hasta el frondoso jardín de la abuela. Bajamos la velocidad al llegar al jardín para verificar que la abuela no estuviera, ya que preguntaría

por nuestras hermanas. Al comprobar que estábamos solas, empezamos a trepar por el grueso y áspero tronco del caucho.

Ese árbol era tan familiar para nosotras, habíamos jugado por años en sus ramas. Casi sin demora estábamos en lo más alto. Desde donde se podía ver todo el pueblo, el valle, la

bahía e incluso la vieja casona donde estaban cautivas nuestras hermanas. Una vez que estuvimos bien sujetas a las delgadas y flexibles ramas de la copa del caucho, empeza-

mos a tratar de comunicarnos con el espíritu de la tierra. - ¡Oh espíritu de la tierra, por favor escúchanos y llénanos de tu sabiduría! - ¡Oh gran espíritu, venimos a rogarte que nos ayudes! - No venimos a pedir nada para nosotras, venimos a pedir por nuestras hermanas.

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En ese momento, las dos sentimos una energía extraña. El caucho se movió ligeramente y ambas sentimos que el árbol había despertado de un largo sueño. Las ramas parecían estirarse como si el viento las moviera. Fue ahí que supimos que habíamos sido escuchadas.

- Gran espíritu de la tierra, gracias por brindarnos tu atención- dije - Te pedimos que seas tan generoso de invitar a nuestras hermanas a la habitación encantada- res-

pondió Marina - Ellas entraron por casualidad buscando un escondite y ahora no pueden salir porque no fueron

invitadas a entrar.

- Por favor espíritu de la tierra, invítalas para que puedan salir y te daremos cualquier cosa que nos pidas a cambio- rogué.

De pronto el árbol volvió a estirar sus ramas y a retorcerlas como si estuviese bailando al ritmo de

una antigua canción. Luego, de una de las ramas más cercanas a nosotras, brotó un cartucho de hojas nuevas, envueltas en una membrana rosada.

La tomé, cortándola delicadamente mientras dejaba goteando al caucho con su goma blanca. Poco

a poco iba desenrollando el cartucho esperando encontrar una respuesta adentro. El cartucho estaba hecho de hojas que aun no nacían. De la más grande a la más pequeña fui

abriéndolas una a una, hasta que llegue a la última hojita, no más grande que una nuez. En ella estaba escrito:

“Yo soy el espíritu de la tierra que

le habla hoy a través del árbol mágico, como lo hice antes con otros espíritus

jóvenes y lo seguiré haciendo hasta el fin de los

tiempos”.

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- Si quieren ser dignas de una invitación a la habitación encantada deben probar que son buenas, trayéndome una ofrenda a la libertad, a la valentía y a la verdad.

- Como ofrenda a la libertad deberán liberar al águila de piedra, llevando la llave que está en la torre,

en la punta del muelle, y traerme una pluma del ave como prueba. El águila les dirá el siguiente paso. ¿Águila de piedra?, donde hay un águila de piedra? - nos preguntábamos mientras bajábamos del

caucho. Lo único que sabíamos era que la llave para liberarla estaba en la torre en la punta del muelle de

pescadores. Así que sin pensar más nos dirigimos hacia allá.

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Era un día cualquiera de verano, y junto a mis primas habíamos recorrido el camino del muelle

miles de veces antes para apreciar la vista espléndida de toda la bahía. Pero esta vez no nos detuvimos a observar nada hasta que nos hayamos al pie de la alta torre en la punta del muelle.

La torre medía unos 5 metros de altura y estaba compuesta por cuatro patas de madera vieja y hú-

meda que se iban inclinando hasta una plataforma de no más de medio metro cuadrado en la punta. A uno de los lados había cinco tablones horizontales a modo de escalera, demasiado separados para subir cómodamente.

Ambas miramos a lo alto de la torre y luego abajo, por el borde del muelle, donde unos cinco me-tros más abajo las olas rompían violentamente en intervalos.

-No hay opción- dije- tenemos que conseguir esa llave como sea. No hay razón para que las dos subamos, deja que yo vaya y tú espérame aquí abajo.

Tome un respiro hondo, apoye las manos en la torre y mirando hacia arriba empecé a subir, mien-tras sentía la brisa de las olas que salpicaban al reventar contra el muelle.

El primer escalón fue sencillo, estaba a sólo un metro del suelo. Pero cuando tomé impulso para subir al siguiente, toda la torre de madera tembló.

Al tercer escalón, la torre empezó a perder equilibrio, moviéndose de una lado al otro. Tratando de mantener la calma y controlar el movimiento de la torre, me quede inmóvil hasta que el movimiento cesó.

Solo faltan dos, pensé. Una vez más me armé de valor y estiré los brazos para cogerme del último escalón y ascender un metro. Cuando tuve los pies apoyados, pude cogerme de la plataforma y apoyarme sobre el vientre para terminar de subir. Pero justo con el último impulso sentí como la madera bajo mis pies crujía y se rompía el escalón, quedando colgada sobre mi vientre y con la torre dando tumbos des-controlada de un lado al otro.

Rápidamente me abrace con brazos y piernas de la pequeña superficie plana que formaba la punta de la torre y cerré los ojos hasta que se quedo quieta.

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- ¿Estas bien?- gritó Marina

-Si, ahora ya lo estoy

- ¿Ves la llave en algún lugar?

Tanteé con la yema de los dedos por todo el borde de la plataforma y luego por debajo de mi vien-tre hasta que sentí un alto relieve justo al centro de la superficie plana.

Ladeando mi peso hacia un lado fui capaz de coger el objeto y sacarlo de debajo mío. Era una llave de metal oxidado. Mas grande que una llave normal y más pesada, pero extraordinariamente delicada en su diseño.

-!La tengo! - grité emocionada, mirando a Marina 5 metros más abajo. Y en ese momento me di cuenta…

El águila de roca debe ser la roca que hay en el islote al otro lado de la bahía. Los pescadores más viejos la llaman la roca del águila. Seguro que esa es.

-¡Marina, tenemos que ir a la roca del águila, ese debe ser el águila que el espíritu de la tierra quiere que liberemos!

-¿Como no se nos ocurrió antes? ¡Es un águila y es de piedra!,¿ Pero como vamos a llegar?, solo se puede ir nadando.

-Voy a bajar y podremos saltar del muelle y nadar.

Busqué con los pies el escalón de madera, pero recordé que se había roto. La única forma de bajar seria saltando diez metros hacia el mar, justo en el momento en que las olas se calmen.

-Marina, yo voy a tener que saltar desde aquí, es imposible bajar. Tú dame el encuentro abajo.

Haciendo equilibrio, muy lentamente me puse de pie. Mire hacia abajo, calcule el momento en que

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no había olas rompiendo contra el muelle, y cerrando los ojos impulsé mi cuerpo con todas mis fuerzas en un salto hacia adelante.

¡¡¡¡¡¡¡¡Splash!!!!

Cuando salí a la superficie, después de unos segundos, vi la cabecita de Marina que también había saltado al agua y me buscaba desesperadamente.

-Aquí estoy- le dije-vamos, es hacia allá dije señalando el horizonte.

-Vamos…

Nadamos y nadamos durante un largo rato mar adentro, hasta que el muelle se veía pequeñito y con las justas se podía divisar la orilla. Estábamos a punto de rendirnos al cansancio cuando una serie de aletas empezaron a emerger a nuestro alrededor.

Asustadas tratábamos de ver qué eran, mirando hacia abajo en el agua. Cuando de pronto, a toda velocidad, salió un delfín saltando completamente fuera del agua.

-¡Son delfines!- dijo Marina llena de emoción.

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Los delfines se acercaron más y más, hasta que estuvieron lado a lado con nosotras. De pronto uno de ellos, que parecía el más grande, saco la cabeza y nos miró fijamente.

Fue como si nos estuviese hablando sin palabras. El delfín nos estaba diciendo que ellos nos escol-tarían hasta nuestro destino para asegurarse de que estuviésemos bien. Luego, nadó hasta ubicarse entre nosotras para que pudiésemos sujetarnos de su aleta.

Y así, con la ayuda del delfín, llegamos al islote al poco rato.

-Gracias- dijimos Marina y yo al unísono.- No habríamos podido llegar sin tu ayuda.

El delfín tomo impulso y dio un salto hacia atrás, despidiéndose de nosotras para reunirse al grupo de delfines que lo aguardaba.

La roca del águila, como la llamaban los pescadores más viejos, era un islote formado por varias rocas negras. En la roca más alta y de forma rectangular había una saliente que a la distancia parecía un águila posada sobre la piedra.

Marina y yo empezamos a trepar sobre las rocas de más abajo que estaban cubiertas de conchas y raspaban la piel al tocarlas. Por fin llegamos a las rocas que el agua ya no tocaba y eran lisas y tibias por la energía del sol. Miramos hacia arriba y vimos al águila de roca posada inmóvil sobre la piedra rectan-gular.

Llegar arriba no fue nada fácil. Las paredes de piedra eran lisas y verticales. Tuvimos que hacer varios intentos, hasta encontrar la combinación indicada de salientes y hendijas para poder subir.

Una vez arriba, lo que vimos nos dejó impresionadas. Desde abajo no se apreciaba pero la roca en forma de águila era en realidad la escultura perfecta del ave. Con plumas, pico y patas de un metro y medio de alto. Y en una de las patas había un grillete y una cadena de metal oxidado cuyo otro extremo estaba clavado a la gran roca rectangular.

-¡Libérala!- dijo Marina que amaba a todos los animales y sentía preocupación hasta por esta escul-tura de águila. – Se ve muy triste.

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-Está bien- dije mientras intentaba abrir el grillete con la vieja llave.

A la tercera vuelta el grillete cedió y se abrió. Un sonido grave, como si la roca se estuviera agrie-tando, empezó a crujir. Y luego la escultura empezó a moverse y sacudirse, haciendo volar un millón de fragmentos de roca negra por los aires.

El águila extendió sus alas y pudimos presenciar su grandeza. Mientras la observábamos sorprendi-das, el águila giró la cabeza hacia nosotras y notó nuestra presencia.

- ¿Ustedes me han liberado de mi prisión?

No podíamos creer lo que escuchábamos, el águila hablaba.

- Sssssi - dije mostrando la llave como prueba, fuimos nosotras.

- Estoy infinitamente agradecido- dijo el águila, bajando la cabeza en un gesto de reverencia.- Hace 500 años perdí la libertad y gracia a ustedes hoy puedo volar de nuevo.

Y extendió sus alas nuevamente, listo para lanzarse por los aires y volar libre. Luego volteo a mirar-nos nuevamente y preguntó: ¿hay algo que pueda hacer por ustedes como muestra de mi agradecimien-to?

- En realidad sí- dijo Marina tímidamente.- Quisiéramos que nos regales una de tus plumas.

-¿Una de mis plumas? ¿Y para que quisieran dos niñas una de mis plumas?-Es que… y le conté al gran águila todo lo que había pasado con nuestras hermanas y el árbol y el

espíritu de la tierra.

Una vez terminada la historia, el águila pensó un momento y dijo: De acuerdo, las ayudare. Yo com-prendo lo que es estar cautivo. Que bueno que sus hermanas las tengan a ustedes dispuestas a rescatarlas. Suban a mi lomo y yo las llevare de vuelta a la playa.

-Hay una cosa más- dije- El espíritu de la tierra nos dijo que tú nos indicarías como encontrar una ofrenda a la valentía.

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-¿Una ofrenda a la valentía? No se me ocurre una mejor ofrenda a la valentía que la perla que cus-todia el temible Lobo ojo rojo.

- ¿Que custodia quien?- preguntamos asustadas.

-El Lobo ojo rojo. El ser más temible de este lado del océano. Es un viejo lobo de mar que mora en la cueva que está detrás del faro. El es el guardián de una perla gigante que esconde en su cueva. Si son lo suficientemente valientes de enfrentarse a él, de seguro la perla sería una perfecta ofrenda a la valentía.

Ya llegamos a la playa niñas. Aquí es donde yo me despido- dijo. Luego, con su pico saco una de las plumas de su ala y nos las entrego.

-Suerte en su destino, se despidió, y echo a volar.

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-Vamos Marina, la única forma de llegar a esa cueva es trepando el cerro hasta el faro y luego bajar por el acantilado.

Al igual que el muelle, el faro era un destino frecuente para nosotras en nuestras excursiones de vacaciones en Cerro Azul. Habíamos ido innumerables veces a ver la puesta del sol. Pero nunca habíamos intentado bajar por el escarpado acantilado hasta la cueva de un lobo de mar atemorizante.

-¡Vamos!- dijo Marina, tragándose el miedo que le causaba pensar en el acantilado y el lobo.

Subimos a toda prisa por la ruta conocida hasta el faro y llegamos sin aliento a la cima.

-Por aquí- dije, siguiendo uno de los senderos de los pescadores que bajaban al acantilado a pescar chitas con cordel. Poco a poco el camino se volvía más estrecho y vertical, hasta que nos hayamos bajando con pies y manos por la pared de roca.

Bajamos y bajamos hasta que por fin llegamos a una estrecha playita de piedras donde el acantilado tenía una gran fisura y formaba una cueva natural y oscura. Ambas echamos un vistazo alrededor a ver si nos encontrábamos con el temible lobo ojo rojo. Al no verlo por ningún lado, nos tranquilizamos un poco y empezamos a pensar en un plan para obtener la perla.

-Una tiene que entrar mientras la otra hace guardia afuera- dijo Marina.

-De acuerdo, ¿prefieres buscar o ser la campana?- pregunté.

-Creo que prefiero entrar, no quisiera encontrarme con el lobo a solas si es que regresa.

-De acuerdo, yo silbare si lo veo.

Marina tomo aire para darse valor y entro a la cueva. Una vez acostumbrada a la oscuridad empezó a andar, manteniendo la espalda pegada a la pared. La cueva era húmeda y grande.

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El suelo de rocas iba en bajada hasta que los pies de Marina sintieron el frío del agua. Aparentemen-te el mar entraba de alguna manera por el fondo de la cueva, formando una posa oscura en el interior. No se podía ver el fondo de la posa, pero Marina pudo ver una roca que sobresalía al centro.

Algo en su interior la hizo ver más allá de lo oscuro, hacia la roca al centro de la posa. Se concentró y pudo ver un leve destello de luz, algo así como un reflejo de la poca luz que llegaba desde la entrada de la cueva.

Esa debe ser la perla- pensó. Tengo que vencer mis miedos y nadar en estas aguas negras hasta ella.

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Marina caminó hasta que el agua le llegaba a la cintura y luego empezó a nadar. Cuando llegó a la roca, trepó a ella como pudo, raspándose las manos y rodillas con las conchas que la cubrían.

Olvidándose del dolor, siguió trepando hasta que su mano tocó algo tibio. Ya no era roca lo que estaba bajo su mano. Era algo áspero pero blando a la vez, y tibio.

Un rugido la hizo soltarse de inmediato. De pronto vio lo que más temía encontrase, era el lobo ojo rojo. Tenía la cabeza enorme y una mirada feroz.

Su ojo derecho era completamente rojo y atemorizante. Y sus colmillos median por lo menos diez centímetros de largo.

Paralizada de terror, Marina casi se desmaya del susto.

-Señor ojo rojo- dijo, haciendo una reverencia con las pocas fuerzas que le quedaban- hemos venido enviadas por el águila de piedra.

El lobo retrocedió para observar a esta inusual criatura que había osado entrar a su morada y des-pertarlo de su sagrada siesta.

-Por favor, discúlpeme por haberlo despertado. Jamás hubiese soñado con molestarlo.

-¿Y a qué ha enviado el gran águila a una pequeña e insignificante cachorra humana a mi presencia? - dijo desdeñosamente el lobo.

-Señor, venimos a rogarle que nos ayude a salvar a nuestras hermanas. Y para ello necesitamos una ofrenda a la valentía.

-Ya veo- dijo el lobo ojo rojo- ¿y ustedes quieren que yo les de mi preciada perla?

-Bueno…, si, eso es lo que hemos venido a pedirle- dijo Marina casi en un susurro.

-¡Ja, ja , ja! ¿Y por que creen ustedes que yo iba a darle mi más preciado tesoro? ¿Por sus lindas

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caras? ¿Por qué las mando el águila? Ilumíname…

-Te daremos lo que quieras por ella- dijo Marina ofreciéndolo todo.

-¿Y que creen ustedes que pueden tener que yo quiera? … Ya sé, dijo divertido, que tal si me quedo con una de ustedes a cambio de la perla.

-Marina lo pensó un momento y luego dijo decidida- Esta bien… yo me quedare contigo si es que eso salvara la vida de nuestras hermanas, y luego se echó a llorar.

El lobo, sorprendido por la respuesta de la niña, se acercó a ella y habló en un tono de voy más cálido y sabio.

-Si lo que buscas es una ofrenda a la valentía niña, tu sacrificio para salvar la vida de tus hermanas es más que suficiente. Y por ello eres merecedora de la perla que custodio.

Luego, el lobo ojo rojo se lanzó al agua oscura y desapareció por unos segundos, para volver con una concha que entregó a Marina.

-Por mucho años he esperado a alguien tan valiente como tú para que sea el nuevo guardián de la perla. Yo ya cumplí con mi trabajo y ahora eres tú quien cuidará de ella hasta que encuentres a alguien merecedor.

Marina abrió la concha y una luz ámbar ilumino toda la cueva. Pudiendo ver al lobo ojo rojo en todas sus dimensiones por primera vez.

-Gracias, te estaremos eternamente agradecidas- dijo Marina

-Adiós niña y buena suerte en tu misión.

-Adiós- dijo Marina, y saltó a las aguas oscuras sin miedo esta vez y salió nadando casi hasta la en-trada de la cueva.

-¡Diana, Diana! ¡¡Ya tengo la perla!!!

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-¿Que, como? -pregunte extrañada. Y Marina me contó todo lo ocurrido en la cueva con el lobo ojo rojo.

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Luego, emocionadas por nuestros logros, subimos el acantilado rápidamente y descendimos por el camino del faro hasta la bahía y en dirección al árbol. Llegamos sin problemas llevando la pluma y la perla respectivamente.

Subimos por las ramas a toda velocidad, ansiosas por presentar nuestras ofrendas al espíritu de la tierra y que este nos concediera la preciada invitación a la habitación encantada para salvar a nuestras hermanas.

-¡Oh gran espíritu de la tierra, venimos trayendo nuestras ofrendas a la libertad y valentía!- dijimos orgullosas.

El árbol se estremeció y nacieron unas hojas nuevas, como señal de que estaba complacido. Luego una rama cercana se torció y estiro y un cartucho de hojas broto de un extremo.

Lo cogí y abrí rápidamente esperando encontrar la invitación tan preciada. Pero no encontré lo que esperábamos. En su lugar estaba escrito el siguiente mensaje:

“ La libertad y la valentía son indispensables en la vida, pero sin la verdad en sus corazones no valen nada. Busquen la verdad en sus corazones, que no quede mentira que opaque sus espíritus”.

-¿Eso es todo? ¿No hay más pistas?- preguntó Marina confundida.

-No, eso es todo- respondí.

-¿Que mentira puede estar opacando nuestros espíritus? ¿A quien le hemos mentido?

Y antes de terminar de pronunciar las palabras, nos miramos y dijimos simultáneamente:

- A la abuela.

Le dijimos que nos íbamos de excursión para escabullirnos en la vieja casona. Sabíamos que estaba mal y aun así lo hicimos. Después de todo lo que habíamos pasado ese día, decirle la verdad a la abuela no parecía tan atemorizante.

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Lo que más nos preocupaba en la mañana, antes de salir de la casa, era que la abuela no se entere de nuestra travesura y no nos castigue. Sin embargo ahora, solo pensábamos en salvar a nuestras hermanas. Habíamos aprendido a ser valientes y sacrificarnos por otros.

Así es que, sin miedo esta vez, bajamos del árbol y nos dirigimos hacia la casa.

-¿Abuela, estas ahí?

-¿Hijitas?- se escucho desde la cocina.

-Abuela, tenemos algo importante que decirte.

-¿Donde están sus hermanas?- preguntó

-Es sobre eso que queremos hablarte.

-¿Que ha pasado?- dijo nerviosa la abuela- ¿están bien?

Así que le contamos toda la verdad, como nos habíamos escabullido a la vieja casona y todo lo que había pasado desde entonces, hasta que llegamos al final de la historia, cuando el espíritu de la tierra del árbol de la verdad en el corazón.

-Así es que sólo diciendo la verdad, seremos dignas de ser invitadas a la habitación encantada y sal-var a nuestras hermanas- terminamos.

La abuela suspiro y luego dijo con una voz muy dulce: Pensé que esto pasaría todavía en unos años. Y se paro para traer algo de su habitación.

Del cajoncito de su máquina de coser sacó una cajita de lata que usaba de alfiletero y de dentro de ella, un sobre de color lavanda. La abuela, sin decir palabra, nos lo entregó. En el sobre, escrito con una tinta que parecía irradiar luz propia decía:

“A las primas.”

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Delicadamente abrí el sobre y encontré un pedazo de papel muy fino y perfumando que decía en las mismas letras:

“Tienen libertad, valentía y verdad en sus corazones. Las tres cualidades indispen-sables para ser buenas en la vida.

Y solo las personas buenas están invitadas a nuestra habitación encantada

Bienvenidas”.Atónitas, Marina y yo nos miramos mutuamente y luego a la abuela que estaba de pie junto a noso-

tras. La abuela dijo, explicándose:

-Esa casona fue construida por sus tátara tátara abuelos. Después de la desaparición de Anabella, la casa fue clausurada para evitar más accidentes como aquel. Pero todas las generaciones de niñas en nuestra familia, a cierta edad, son puestas a prueba por el gran espíritu de la tierra para recibir, o no, la

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invitación que hoy han recibido.

-Yo fui la ultima en recibir una hace más de 50 años. Y por lo tanto, soy la encargada de dar la invi-tación a las siguientes niñas dignas.

-Hoy, al oír la historia de lo que han pasado, supe que ya no tenía que esperar más.

-Ahora, vamos a abrir esa puerta y sacar a sus hermanas. Mañana podrán ir todas a pasar su primera fiesta de pijamas en la habitación encantada. Es algo que nunca olvidaran, se los aseguro.

Y así, las tres enrumbamos hacia la casona para reunirnos con Claudia y Alicia y contarles todas las aventuras que habíamos pasado. Cansadas y felices pesábamos qué nuevas aventuras pasaríamos ese y los próximos veranos en Cerro Azul.

FIN

Las Primas

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