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Actas – V Congreso Internacional Latina de Comunicación Social – V CILCS – Universidad de La Laguna, diciembre 2013 ISBN-13: 978-84-15698-29-6 / D.L.: TF-715-2013 Página 1 Actas on-line: http://www.revistalatinacs.org/13SLCS/2013_actas.html La utilidad del tracking para la función socializadora del sistema educativo en The Wire: contradicciones de un experimento sociológico bienintencionado Elisa Hernández Pérez – Universitat de València – [email protected] Resumen: The Wire (David Simon, 2002-2008) es una compleja producción televisiva que muestra las consecuencias que tiene sobre el sujeto la imposición de un sistema capitalista salvaje. Para ello, se insiste en la problemática relación de los seres humanos y su entorno institucional fallido (pues se conciben a sí mismos como autónomos pero al mismo tiempo dependen de dichas instituciones), señalando la desaparición de todo resto de una sociedad estable. En concreto, la cuarta temporada nos sitúa en un centro escolar, el Edward J. Tilghman Middle School, para mostrar la función socializadora del sistema educativo en cuanto busca producir y reproducir el propio status quo de la ideología dominante, en oposición a la falacia de la educación como la panacea para todos los problemas de la sociedad. En este estudio nos centraremos precisamente en un análisis del escenario y la puesta en escena (la relación de los protagonistas con los diferentes espacios a partir de la configuración visual de los encuadres y planos) del experimento sociológico que tiene lugar en esta escuela, que pretende, mediante el aislamiento de un conjunto de “alumnos problemáticos”, conseguir reintegrarlos con el resto de estudiantes y alejarlos de la criminalidad. Es decir, trataremos de establecer cómo se refleja en pantalla el paradójico desarrollo y cancelación de este intento de socialización especialmente violento que, a pesar de las buenas intenciones, persigue la misma normalización y creación de masa que las aulas tradicionales. Palabras clave: Educación, Socialización, Ideología, The Wire

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La utilidad del tracking para la función socializadora del sistema educativo en The Wire: contradicciones de un experimento

sociológico bienintencionado Elisa Hernández Pérez – Universitat de València – [email protected]

Resumen: The Wire (David Simon, 2002-2008) es una compleja producción

televisiva que muestra las consecuencias que tiene sobre el sujeto la

imposición de un sistema capitalista salvaje. Para ello, se insiste en la

problemática relación de los seres humanos y su entorno institucional fallido

(pues se conciben a sí mismos como autónomos pero al mismo tiempo

dependen de dichas instituciones), señalando la desaparición de todo resto de

una sociedad estable.

En concreto, la cuarta temporada nos sitúa en un centro escolar, el Edward J.

Tilghman Middle School, para mostrar la función socializadora del sistema

educativo en cuanto busca producir y reproducir el propio status quo de la

ideología dominante, en oposición a la falacia de la educación como la

panacea para todos los problemas de la sociedad.

En este estudio nos centraremos precisamente en un análisis del escenario y la

puesta en escena (la relación de los protagonistas con los diferentes espacios

a partir de la configuración visual de los encuadres y planos) del experimento

sociológico que tiene lugar en esta escuela, que pretende, mediante el

aislamiento de un conjunto de “alumnos problemáticos”, conseguir reintegrarlos

con el resto de estudiantes y alejarlos de la criminalidad. Es decir, trataremos

de establecer cómo se refleja en pantalla el paradójico desarrollo y cancelación

de este intento de socialización especialmente violento que, a pesar de las

buenas intenciones, persigue la misma normalización y creación de masa que

las aulas tradicionales.

Palabras clave: Educación, Socialización, Ideología, The Wire

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1. Introducción

Es habitual considerar que The Wire (David Simon, 2002-2008) es una de las

principales producciones audiovisuales no sólo de los últimos años sino de la

historia de la televisión. Sin embargo, debemos insertarla en un contexto

caracterizado por una cierta innovación e incluso experimentación en las

estructuras narrativas largas y abiertas, especialmente la televisión por cable

norteamericana desde finales de los años 1990 e inicios de la década de los

2000, con ejemplos como Los Soprano (The Sopranos, David Chase, 1999-

2007) o las más recientes Mad Men (Matthew Weiner, 2007-) y Breaking Bad

(2008-2013). El presente texto, centrado en una subtrama concreta de la cuarta

temporada, forma en realidad parte de un proyecto más amplio destinado a

analizar, desde la perspectiva del análisis textual, los aspectos narratológicos y

discursivos de las cinco temporadas de The Wire.

Emitida en el canal norteamericano HBO entre junio de 2002 y marzo de 2008,

The Wire fue creada por David Simon, anteriormente reportero del periódico

The Baltimore Sun y autor de las obras Homicidio y The Corner. De sus

experiencias en las zonas más conflictivas de la ciudad es de donde proviene

The Wire, obra escrita directamente para televisión con la idea de dar una

visión lo más amplia posible de la situación y problemas de Baltimore, con el

narcotráfico como el eje de todo lo narrado. Así, aparecen gran cantidad de

personajes, lugares, situaciones e instituciones, todos ellos íntimamente

relacionados entre sí de un modo aparentemente desordenado pero que es

reconocido por el espectador como un todo coherente. La premisa de partida

parece ser la de ofrecer a la audiencia una idea lo más completa posible de la

estructura y funcionamiento de la sociedad actual, empleando como metonimia

una ciudad concreta, Baltimore. Con ello, se consigue transmitir cuál es la

situación del individuo actual en relación todo lo que le rodea, es decir, cómo el

sujeto se configura a sí mismo como tal en el contexto del triunfo del

capitalismo salvaje y global en que en este momento nos encontramos. The

Wire muestra al televidente que las características de dicho sistema económico

se encuentran diluidas en la estructura de la sociedad, hasta el punto de

presentarse como el único modelo de funcionamiento posible para la misma. Al

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mismo tiempo, trata de representar, apelando a un espectador que puede no

ser consciente de ello, la complejidad de las interrelaciones entre los propios

individuos y una serie de instituciones destinadas a fracasar en su supuesta

función asistencial. La serie queda así conformada como una presentación

audiovisual del mundo contemporáneo, concebido como una compleja maraña

de sutiles e imperceptibles interrelaciones que condicionan las vidas de todos

los personajes sin que ellos puedan remediarlo.

Casi con un sentido didáctico, se intenta mostrar en pantalla historias y

personajes capaces de entretener pero también de incomodar al espectador,

quizás no hasta el punto de crear un verdadero debate airado, pero sí al menos

conseguir que se plantee una serie de cuestiones sobre su posición y situación

en un contexto social (Simon, 2013: 21). En todo caso, además de

preguntarnos qué es lo que The Wire nos dice sobre el estado de los individuos

en nuestras sociedades capitalistas globalizadas, hemos de reflexionar sobre

cómo lo hace y qué recursos emplea para ello: qué elementos presenta la serie

que la distancian del resto de producciones culturales nacidas de su mismo

contexto socioeconómico. Al fin y al cabo, el propio David Simon nos ofrece

una acertada visión de las ideas que se encuentran detrás de la mayoría de

producciones para televisión, aplicable también al cine y otros medios de

producción cultural: el creador de The Wire establece que la televisión tiene

como principal intención la de vender, dando así primacía a la publicidad y

necesitando, para ello, una serie de historias y formatos que mantengan la

consideración de que no hay problemas porque el futuro siempre será mejor

(2013: 10). Aunque en su contexto original este comentario se realiza a la hora

de establecer una comparación entre las cadenas de televisión en abierto y

HBO, canal de televisión por cable norteamericano, también indica ya la falta

de complacencia que la serie otorga a su audiencia.

En The Wire no existe un cierre narrativo claro ni mucho menos nada similar a

un final feliz: la serie, aunque se permite ciertos momentos de respiro o alivio,

es en general desoladora porque considera que la situación actual también lo

es. Además, se configura a partir de temporadas y no de episodios, pues cada

uno de ellos se presenta como una sucesión de breves secuencias

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aparentemente inconexas entre sí, muchas de las cuales no parecen tener

sentido para las diferentes subtramas hasta que éstas se encuentran

tremendamente avanzadas. Al mismo tiempo, dichas escenas no suelen

mostrar los puntos álgidos o más dramáticos de cada línea narrativa, sino que

priman los tiempos muertos, momentos en los que parece que no ocurre nada

y que incluso podrían ser clasificados de irrelevantes. Con esto, obliga al

espectador a enlazar los hechos y subtramas por sí mismo si desea obtener

una imagen completa de lo aparecido en pantalla. The Wire se presenta de

esta manera como imposible de consumir por parte de una audiencia pasiva

acostumbrada a no tener que esforzarse en exceso para comprender la lógica

narrativa de los productos audiovisuales que consume. Por el contrario, en

oposición a lo que se ha denominado tradicionalmente “Modo de

Representación Institucional (MRI)”, estas características de The Wire

implicarían “la necesidad de una tipología espectatorial capaz de intervenir de

manera activa en la construcción del sentido de lo que ve” (Díaz, 2012: 517). El

MRI trataba precisamente de esconder el carácter de constructo de los filmes,

intentando hacer desaparecer así para la audiencia la concepción de que se

hallaba ante un discurso fabricado de antemano facilitando lo más posible la

recepción de la historia, evitando cualquier tipo de ambigüedad o duda que

pudiera existir a la hora de ordenar los acontecimientos de un modo causal.

Este modelo, hegemónico aún hoy en día, se expandió con rapidez y fue

enseguida adoptado por la televisión. La principal consecuencia no es sólo la

configuración de una manera tremendamente estandarizada de realizar

productos audiovisuales sino la inevitable creación una tipología de espectador

cómodo (Díaz, 2012: 505).

Si el televidente no desea tener que participar activamente para responder a

cómo el relato se desarrolla ni mucho menos tener que reflexionar sobre las

posibles connotaciones implícitas, ¿por qué iba a cuestionarse el modo en que

el resto de elementos de su entorno son como son? Es de cierta manera

posible poner en relación este tipo de audiencia pasiva con la propia

incapacidad del ciudadano de cuestionarse el status quo o el modo en que su

contexto condiciona su situación y las de todos aquellos que le rodean. The

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Wire, en línea con otras producciones audiovisuales que también se oponen a

este modelo, hace que para poder disfrutar de la serie en su totalidad sea

necesaria una lectura activa, tanto rellenar todo lo que no es obvio o claro en

pantalla como reflexionar sobre cuál es nuestra situación como individuos

insertos en unas circunstancias concretas y por qué.

2. Corpus de estudio y metodología

Para este trabajo se han seleccionado ciertos elementos de la cuarta

temporada, que gira precisamente en torno al sistema educativo, centrándose

en el centro escolar ficticio Edward J. Tilghman Middle School, como espacio y

escenario donde tienen lugar las acciones, pero también siguiendo a todos los

personajes que transitan por el mismo. Por supuesto, ya que la propia The Wire

tiene la mencionada estructura casi orgánica que la presenta como un todo

incompleto aunque indivisible al mismo tiempo, aislar una serie de personajes o

episodios conllevaría la misma visión limitada de la sociedad que la serie

parece tratar de evitar. De ahí que sea de fundamental importancia subrayar,

como ya se adelantó al inicio de estas páginas, que la totalidad de las

reflexiones que se encuentran a continuación forman parte de un proyecto de

mayor envergadura. En este caso se ha decidido abordar la tarea de analizar

una de las subtramas de la cuarta temporada, la que gira en torno a una clase

especial configurada para atender las necesidades especiales de alumnos con

aparente potencial criminal con la intención de conseguir que dichos jóvenes se

reintegren correctamente en las aulas habituales.

Esto ha de verse dentro del funcionamiento del sistema educativo

estadounidense y la importancia que tiene el mismo para la interiorización de

una lógica discursiva concreta que conlleva a su vez la configuración de un tipo

específico de individuo. La escuela es, junto al núcleo familiar, el principal

entorno de socialización donde el niño naturaliza una serie de conductas e

ideas que supondrán la base de la imagen que tendrá de la sociedad donde se

integra, su funcionamiento y su situación en la misma como sujeto. Por otra

parte, suele ser la primera entidad a la que se piden responsabilidades así

como soluciones ante cualquier problema de tipo social, siendo siempre

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aquello que debería reformarse si se quiere mejorar la sociedad. Sin embargo,

como la propia estructura de The Wire nos recuerda, no hay entidad o

institución que sea independiente y ninguna tiene verdaderas posibilidades de

una auténtica transformación por sí misma al margen del propio funcionamiento

del sistema capitalista. De esa manera, y como explica el propio David Simon,

el fracaso y frustración que supone el estado actual de la educación pública es

equivalente al estado del ideal de igualdad de oportunidades norteamericano

(2013: 22). Esta es, ni más ni menos, una de las utopías presentadas

falsamente por el capitalismo como una posibilidad a la hora de legitimar y

conservar el propio modelo económico. La escuela siempre ha sido garante de

esta falsedad, inculcando la idea de una educación superior como método de

ascenso social, además de su propia estructuración en torno a la idea de

competitividad, otra de las bases de este sistema.

De ahí que el estudio se centre en uno de los ejemplos que contribuyen a la

presentación de la escuela como espacio y entidad conformada por individuos

(tanto los profesores como los estudiantes) que al mismo tiempo se ven

limitados y coartados por la misma institución de la que son inseparables,

generando una serie de conflictos y paradojas que se pretenden analizar.

Como ya se mencionó previamente, nuestro interés no se centra únicamente

en la concepción e imagen del individuo que la serie transmite a su audiencia,

sino en la manera de hacerlo. Al preguntarnos, pues, quién cuenta lo narrado

en The Wire, consideramos que la respuesta es la puesta en escena en sí

misma, conformándose ésta como el sujeto enunciativo, aquel que construye la

enunciación de la serie, es decir, el que configura las relaciones que se

constituirán entre lo narrado y el receptor, la manera de hacer llegar el mensaje

a la audiencia, así como las posibles implicaciones del mismo. Así, partimos de

la base que la entidad que habla en un film no es una persona ni un tema, sino

un punto de vista enunciativo, construido a partir de operaciones textuales

específicas (Carmona, 1991: 181). En resumen, se estudiará la manera en que

el sistema educativo y sus funciones quedan reflejados en pantalla, bajo la

concepción de que son todos estos elementos técnicos y visuales los que

crean el punto de vista y, con él, el sentido de las imágenes analizadas.

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3. La escuela en The Wire

El sistema educativo, sobre todo en el contexto norteamericano, suele

venderse como el punto de partida para un posible cambio en la sociedad,

cuando en realidad, es uno de los entornos donde más eficazmente se legitima

el sistema capitalista como discurso hegemónico. La escuela se encuentra así

en una posición compleja y ambigua, presentada como la institución

responsable de resolver los conflictos y problemáticas generados en realidad

por un modelo de funcionamiento socioeconómico que de hecho ayuda a

imponer y mantener. De este modo, el sistema educativo, cuyo fin último es por

tanto la perpetuación del sistema en el que se integra (capitalista en este caso),

parece funcionar de un modo contradictorio a la hora de proteger a los

individuos que se encuentran bajo su supuesta protección, pues esta tarea

asistencial no sería su verdadera función.

En el caso de la escuela no es relevante sólo qué contenidos se transmiten (en

general y cada vez más datos que han de memorizarse y asumirse como

ciertos sin propiciar ningún tipo de reflexión crítica en el alumno) sino también

cómo sus métodos de funcionamiento consiguen el aprendizaje e

interiorización de un status quo: una serie de principios de conducta y a actuar

de acuerdo con ellos de manera casi inconsciente. En cierta manera, la simple

asistencia a un centro escolar implica el aprendizaje de ciertas habilidades y la

naturalización de ciertas actitudes que buscan preparar al alumnado para su

futuro lugar en los medios de producción capitalista, al tiempo que se presenta

falsamente como un lugar neutro y desprovisto de ideología: el principal

Aparato Ideológico de Estado1, desbancando a la familia y la Iglesia (Althusser,

1974: 45).

El sistema educativo tiene por tanto una clara función dentro del capitalismo

que no es otra que la de, mediante la socialización, producir y reproducir el

sistema de producción con la intención de mantenerlo: la interiorización de una

lógica discursiva concreta mediante la naturalización de las características que

la hacen posible. Considerando que el individuo no es otra cosa que una

1 Entendiendo por supuesto “Estado” como la formalización institucional de la ideología dominante.

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construcción ideológica, el problema aquí no es que la escuela, junto con otras

instituciones o entidades, promueva la permanencia o aceptación de un

sistema u otro, sino que dicho sistema, en este caso una “sociedad capitalista”,

sea visto como natural. Es decir, se vende como la única alternativa por ser

considerado como el resultado lógico de la evolución y progreso racional del

ser humano, en lugar de presentarse como la fabricación discursiva que

verdaderamente es. De esta manera se interioriza como intrínseco a la

naturaleza humana, lo que no permite reconocer qué elementos componen

realmente la sociedad actual y la manera en que la subjetividad del ser humano

es en realidad artificialmente construida.

La escuela, para desempeñar esta labor socializadora, hace uso de todo tipo

de técnicas asociables a la disciplina foucaultiana, un control exacto y

minucioso sobre el cuerpo de los estudiantes, de manera que el mismo se

convierte en un medio para establecer disposiciones, interiorizar voluntades y

corregir actitudes cuando sea necesario (Foucault, 1990: 25). Así, pues, el

alumno se ve sometido a una ingente cantidad de intervenciones directas por

parte de la escuela a todos los niveles, desde la inmediata desaparición de su

individualismo para pasar a pertenecer a un grupo homogéneo donde aprende

a ser tratado con criterios generalistas y universales (Fernández Enguita, 1990:

186) hasta la imposición de una visión meritocrática que fomenta la

competitividad donde la exclusión queda oculta bajo un sistema de resultados y

capacidades personales (Fernández Enguita, 1990: 241), pasando por

aspectos que incluso se asumen como imprescindibles como la continua

necesidad de permanecer sentados y en silencio, la ordenación concreta del

mobiliario del aula o la exigencia de un horario y rutina impuestos e

inamovibles.

Convendría comenzar mencionando la imagen ofrecida en la mayoría de filmes

que tratan sobre la utilidad y las funciones de las escuelas en barrios

marginales en Estados Unidos, donde, como en The Wire también se presenta

la situación de jóvenes procedentes de entornos llenos de criminalidad y

delincuencia, aunque de una manera totalmente diferente. Durante décadas,

filmes como Rebelión en las aulas (To sir, with love, James Clavell, 1967), El

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rector (The Principal, Christopher Cain, 1987) o la descaradamente

transparente Mentes peligrosas (Dangerous minds, John N. Smith, 1995) han

insistido en las posibilidades del profesorado, como individuos aislados, para

intervenir en este entorno y tener un impacto positivo y transformador. Estos

tres filmes coinciden en centrarse en una figura única que consigue finalmente

tener éxito en sus intenciones, ganándose el respeto de los estudiantes, que

pasan de ser casi salvajes a seres ordenados y disciplinados, con un tono

cercano a una colonización social (ya que en la mayoría de ejemplos se insiste

en que dichos educadores proceden de ambientes más privilegiados que

aquellos donde van a intervenir, dándole un terrible tono de condescendencia a

estas películas). Cabe destacar además la maniquea y estereotipada imagen

de estos alumnos potencialmente problemáticos: camisetas blancas y

vaqueros, pelo engominado, chupas de cuero, botas, motocicletas y un eterno

chicle entre los dientes.

El argumento de estas producciones se suele basar en que el profesor ha de

recuperar el dominio de la clase como espacio al tiempo que obtener la

admiración de los jóvenes y convertirse así en un modelo ideal a seguir.

Resulta también de especial interés señalar que estos educadores siempre

consiguen, por sí solos y sin ningún tipo de ayuda, ir en contra del

funcionamiento de la institución precisamente para conseguir estos resultados

positivos (entendiendo como positivo la muy naif domesticación de los jóvenes

con que suelen finalizar estas producciones) y evitar que los chavales se

dediquen a la criminalidad en favor de preferir una educación estandarizada y

formal que es lo único que les permitirá tener un futuro verdaderamente mejor.

La falacia de la educación como vía para un posible ascenso social, como

explica Raimundo Cuesta, enseguida se convirtió en parte fundamental del

mito evolucionista del continuo perfeccionamiento del ser humano y las

posibilidades de la escuela para una ideal transformación social (2005:102).

Esta idea aparece en estos filmes como aquello que los profesores

protagonistas dicen una y otra vez a estos jóvenes problemáticos con la

intención de alejarlos de sus complicados orígenes, enfatizando que una

educación formal es la mejor solución. Se trata sin embargo de la insistencia en

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una de las grandes incongruencias que sostienen el sistema capitalista, que no

es otra que la idea de que todo el mundo puede tener éxito. La lógica más

simple nos dice que en realidad el éxito para todos es imposible: para que uno

pueda triunfar, muchos no podrán hacerlo. En estos films a los adolescentes se

les está presentando como verdad y posibilidad alcanzable la mentira de

“oportunidades para todos”2, que es el origen de uno de los grandes males del

mundo actual, la frustración generalizada. Es decir, se vende la idea falsa de

que la única posibilidad de dejar atrás su poco ventajosa procedencia es

abrazar las posibilidades de avance individual mediante el esfuerzo personal

que ofrece el sistema en que vivimos, pero nunca cuestionarse si no es este

mismo sistema el que ha derivado en la situación actual.

En estas películas, las propias escuelas u otras entidades del sistema

educativo ponen una serie de limitaciones a la actividad de estos individuos

emprendedores que finalmente han de valerse por sí mismos y rebelarse

contra dichas restricciones por el bien del futuro de los estudiantes. Es

significativo por ejemplo el caso de la rencilla que la protagonista de Mentes

peligrosas, LouAnne Johnson (Michelle Pfeiffer), tiene con el director del

instituto donde trabaja precisamente por oponerse a los métodos empleados

por ella, hasta el punto de ser mostrado él como el responsable indirecto de la

muerte de uno de los alumnos. Para colmo, insistiendo en la relación

estructural de la escuela con otras entidades públicas de muy diferente

propósito, habla por sí mismo que este personaje, el único que consigue

respuestas positivas de los problemáticos estudiantes (los alumnos pasan de

estar de pie o sentados desordenadamente sobre las mesas al principio del

filme a situarse donde corresponde a lo largo del mismo), sea ex-Marine.

Lo que aquí nos interesa es cómo en las películas mencionadas se presenta la

posición de los colegios en los barrios marginales sólo como un complicado

obstáculo para la libertad de desarrollo de los individuos, insistiendo en dar una

imagen de inutilidad y rigidez del sistema educativo, que no deja a los

profesores ayudar a sus alumnos. Como veremos, The Wire da una vuelta de

2 En esta línea ha sido señalado en numerosas ocasiones que el éxito de las loterías nacionales y otros derivados no son otra cosa que el culmen de esta paradoja del capitalismo.

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tuerca para recordar que sí, este fracaso existe, pero no es tan maniqueo o

sencillo, ni mucho menos se encuentra la solución en la acción personal e

independiente de un ser aislado (individualismo liberal u homo economicus),

pues las acciones individuales en contra del sistema mostradas en la serie

terminan siempre en un frustrante fracaso3.

La imagen mostrada al espectador del sistema educativo en la cuarta

temporada de The Wire ejemplifica perfectamente cómo cada escuela funciona

de manera metonímica según su contexto inmediato: parecerse lo más posible

a aquello que busca reproducir (Fernández Enguita, 1990: 177). El Edward J.

Tilghman Middle School, un centro de enseñanza media de un barrio marginal,

se presenta como un caso donde en realidad no interesa la reinserción social

que se propugna a los cuatro vientos. Al fin y al cabo, tanto la delincuencia

como la marginación social existente en las zonas conflictivas de Baltimore son

en realidad de enorme utilidad para el capitalismo, por mucho que la educación

se proponga como finalidad solucionar dicha problemática. Por una parte, la

criminalidad es un subproducto más del sistema capitalista, imitando en todo

momento su funcionamiento e incluso reportando enormes beneficios

económicos, y, por otra, el criminal o el indigente como estereotipos sirven

como parte de una clasificación de “anormalidad” que consigue crear una idea

de normalización por oposición (Foucault, 1990: 189). Por tanto, en lugar de

tratarse de una socialización exclusivamente para el mundo del trabajo, al ser

un centro escolar situado en una zona con una específica problemática social

3 Aunque se hayan mencionado estos tres filmes precisamente por mostrar la imagen más extendida del sistema educativo en barrios marginales, no son, ni mucho menos, las únicas producciones en que la escuela tiene un papel relevante. Podemos señalar la también hollywoodiense El club de los poetas muertos (Dead poets society, Peter Weir, 1989), que, si bien se centra en un profesor que va en dirección contraria, enfatiza también la importancia de la socialización de los jóvenes no sólo en el contexto escolar sino del papel que tienen las presiones familiares (algo que también ocurre con algunos de los alumnos protagonistas de The Wire). Por otro lado, otras creaciones muy anteriores ya muestran la dependencia de la educación respecto a otros subsistemas de la sociedad, estableciendo la escuela como un equivalente a un sistema coercitivo, compuesto por una minoría, los profesores, que limitan la libertad de la mayoría, los alumnos, quienes tratan de recuperarla organizando una surrealista revolución en el mediometraje Cero en conducta (Zéro de conduite, Jean Vigo, 1933), que luego inspiraría el film inglés If.... (Lindsay Anderson, 1968). Se trata de una obra maestra que centra su atención en la infancia y su punto de vista, equiparando a los niños en el internado a los estratos subyugados de la sociedad, en parte desde las tendencias anarquistas del propio Vigo.

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en torno al narcotráfico, en este ejemplo el sistema educativo sirve para

producir y reproducir la estigmatización social y la criminalidad. Eso es, por

supuesto, incompatible con que la misma escuela sea verdaderamente la

panacea para todos los problemas de la sociedad, ni mucho menos tiene la

posibilidad de ofrecer verdaderas oportunidades para todos. The Wire consigue

mostrarnos así la trampa casi paradójica de la imagen de potencial eficacia

como sanadora social que habitualmente se da en los medios de comunicación

estadounidense de su sistema educativo.

Para ello, a lo largo de la cuarta temporada y en las escenas que tienen lugar

en la escuela, encontramos algunos ejemplos que muestran que es posible

proponer una cierta alternativa a este funcionamiento estructural, gracias a

algunos micro-proyectos y pequeñas acciones que algunos individuos tratan de

llevar a cabo dentro del instituto de enseñanza media del barrio. Es decir, The

Wire insiste en que, al menos en el caso de los jóvenes procedentes de

entornos problemáticos y en relación con el narcotráfico tanto como actividad

económica como en torno a las consecuencias del consumo de drogas, el

espacio de la escuela realmente tiene la posibilidad de ofrecerles una

oportunidad de desarrollo individual que su coercitivo origen no les permite,

pues en principio los predispone a perpetuar las actividades criminales o el

consumo de drogas en torno a los cuales se han criado, manteniéndose así en

ese sector de la sociedad caracterizado por la marginación social. Sin

embargo, la directa dependencia del sistema educativo de otras instituciones,

así como del sistema como conjunto, es la que limita estas mismas

oportunidades que podrían ayudar a alterar esta predisposición contextual y

circunstancial de los diferentes alumnos a permanecer en dicha posición social.

Ni los chavales llegan a ser totalmente conscientes de estos pequeñas pero

subvertidas mejoras (la mayoría siguen teniendo una imagen negativa de la

escuela como entidad coercitiva que llegan a comparar incluso a ciertos

aspectos del sistema penal), ni para la propia institución es conveniente

comprometerse a mantener estos ejercicios. Al fin y al cabo, el subsistema

educativo es parte de un sistema mayor que lo pone en directa relación de

dañina interdependencia con otras instituciones y entidades que en teoría

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asumen funciones y responsabilidades muy diferentes pero con las que tiene

gran cantidad de similitudes estructurales, como son el departamento de

policía, la cárcel o el propio narcotráfico.

Todos estos intentos, como el proyecto especial que es objeto de nuestro

estudio, son finalmente desmantelados por disposiciones y razones ajenas a

los responsables de los mismos, que, como individuos, no cuentan con el

poder de remediarlo. En línea con la imagen desoladora y de cierta

desesperanza que The Wire ofrece, en general, de la situación actual del ser

humano en relación con la sociedad en que se inserta, cualquier intento de

proponer algún tipo de alternativa al sistema capitalista se encuentra abocado

al fracaso. Así, aunque la serie también muestra la decadencia de la educación

como institución pública e insiste en todos los problemas de funcionamiento

que tiene y en las consecuencias de ello para los responsables y los alumnos,

no perpetúa el engaño y fe en la sociedad capitalista instituida por individuos

autónomos (imagen en la que los filmes mencionados anteriormente insisten).

Todos los personajes adultos que consiguen establecer de manera casi

inconsciente una serie de verdaderas alternativas en el contexto escolar

terminan por fracasar estrepitosamente. Sí, la institución como posible solución

decepciona y desilusiona a aquellos que se insertan en ella, pero el ser

humano, actuando por sí solo en contra de lo que le rodea con esta falsa

concepción de autonomía y liberalismo, es igualmente incapaz. Las causas de

este estado de cosas no habría que buscarlas, por tanto, en la institución

educativa en sí o en los individuos que la componen, sino en la estructura y

funcionamiento de un sistema con el que dicha institución mantiene relaciones

de reciprocidad que no siempre son obvias.

Queda subvertida así la concepción sobre la utilidad real de la educación, ya

que no es, ni mucho menos, un motor de cambio, imagen que tradicionalmente

se nos ha vendido, sino un medio empleado para conseguir la ya-no-utopía

capitalista del mercado autónomo y libre4. De hecho es inútil intentar cambiar la

4 En otra más de las muchas aporías que conformaran el capitalismo como modelo de sociedad, el desarrollo capitalista requiere una enorme intervención estatal en algunos aspectos de la vida privada y civil, tales como la educación (Cuesta, 2005: 159), para proteger

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educación desde abajo, además de señalar que cualquier pequeño margen de

decisión o acción dado a, por ejemplo, el profesorado, podría ser incluso una

manera de mantenerlos entretenidos con nimiedades (Cuesta, 2005: 103),

cuando lo cierto es que no sólo no tienen ningún tipo de control o influencia real

sobre los alumnos o sus actividades, sino que, a su pesar, terminan por ser un

engranaje más en la reproducción del sistema capitalista que tiene lugar en las

escuelas.

4. El ejemplo: el programa especial de “Bunny” Colv in y el dr. David

Parenti

A lo largo de la cuarta temporada tiene lugar en la escuela un experimento

sociológico que, bajo la responsabilidad del ex-policía Howard “Bunny” Colvin

(Robert Wisdom), personaje ya aparecido en la temporada anterior

(curiosamente también relacionado con un proyecto de mejora alternativo que

tampoco agrada a las autoridades), y el profesor universitario de sociología

David Parenti (Dan DeLuca), pretende aislar a ciertos alumnos problemáticos

que no se integran correctamente en sus clases originales. Para ello, se

seleccionan una serie de estudiantes con el perfil de criminales potenciales y

se les separa de sus compañeros habituales para tratar de investigar las

razones de su comportamiento, así como intentar transformar dichas actitudes

de manera que puedan volver a ser insertados en los grupos que les

corresponden. Se trataría, en principio, del claro reflejo de lo que Foucault

denominaba la objetivación del delincuente, su conversión en el “anormal”

digno de estudio de manera que permita codificar lo normal por oposición

(1990: 106). En cierto modo, presentaría la problemática de marginar y generar

procesos de aislamiento antes de que éste realmente tenga sentido, pero, al

mismo tiempo, busca la re-adaptación de una serie de personajes cuyo estigma

viene dado de antemano, inculcándoles una serie de valores cívicos que

permitan la convivencia y estabilidad en un entorno social comunitario (en este

caso, una clase).

los intereses del mercado naturalizándolos ante la población, para luego no intervenir en dicho mercado a ningún nivel.

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Los primeros capítulos de la temporada muestran los preparativos y el

farragoso proceso burocrático necesario para la puesta en marcha de este

proyecto, algo que finalmente ocurre el sexto episodio. El aula donde los

jóvenes calificados como problemáticos son trasladados está completamente

cerrada, sin ventanas y con una única puerta, otorgando a los personajes una

cierta sensación de encerramiento. Además, se trata de una habitación que en

ningún momento permite ser relacionado con cualquier otra instalación del

colegio que hayamos visto hasta ahora, insistiendo así en su reclusión respecto

al conjunto. En general, la presentación de los espacios de la escuela suele

insistir en esta desconexión de las diferentes salas entre sí, rara vez enlazando

unas con otras de manera que resultan ser una serie fragmentos que no

permiten componer una imagen verdadera o completa del edificio, insistiendo

tal vez con ello en la cierta inutilidad e incoherencia del funcionamiento de la

propia institución educativa.

En todo caso, tanto el experimento como el aula donde se instala son un lugar

y una acción ajenos al resto del sistema educativo e independiente de sus

intenciones, proponiéndose desde el principio como posible alternativa al

funcionamiento del discurso hegemónico. Accedemos a este nuevo escenario

junto a los propios adolescentes, de manera que compartimos con ellos el

proceso de reconocimiento del espacio, conseguido visualmente gracias al

empleo de encuadres relativamente amplios. Enseguida la cámara realiza un

suave movimiento que incluye también un giro sobre su propio eje,

manteniéndose detrás de la profesora para mostrar a todos los jóvenes que

conforman este experimento, situados en corro ante ella. En todo momento

permanecemos a una altura relativamente baja, especialmente al alternar la

espalda del personaje adulto con primeros planos de algunos de ellos, según

intervienen de diferentes maneras. Así, se les sitúa en un espacio aparte y se

les ordena en semicírculo, de un modo que casi recuerda a la estructura del

panóptico. Esta manera de enfocar la cámara, como una rueda de

reconocimiento, señalaría la intención de acercarse a cada uno de ellos,

observarlos e investigarlos con detenimiento. Este esquema insiste en la

introducción de lo biográfico como aquello que da origen al delito, hacer “existir

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al criminal antes que el crimen” (Foucault, 1990: 256), la separación del resto

confirma a los alumnos que su contexto y circunstancias de origen los

predispone a una posición determinada de antemano sin que ellos puedan

evitarlo.

Esto, por supuesto, no sólo genera este tipo de prejuicios en aquellos que se

encuentran alrededor de los chavales, sino que los condiciona precisamente a

tener esa imagen de sí mismos. El propio “Bunny” Colvin llega a afirmar, en el

décimo episodio, que los mismos jóvenes saben qué es lo que se espera de

ellos y actúan en consecuencia (“And they know exactly what it is they’re

training for, and what it is everyone expects them to be”). Así, en todo momento

es fácil identificar esta socialización en las continuas correlaciones entre este

aislamiento en la propia escuela y otras instituciones relacionadas con la

criminalidad (su creación y reproducción) como el sistema de prisiones. Es de

hecho uno de los estudiantes separados, Namond Brice (Julito McCullum),

quien señala estas similitudes estructurales en el momento en que es incluido

en el grupo5.

En el mismo diálogo citado en el párrafo anterior, “Bunny” Colvin también dice

de estos alumnos que “they're not learning for our world, they're learning for

theirs”. La búsqueda de estandarización y creación de masa alienada que sería

la principal función de la escuela se conseguiría mediante la violencia simbólica

que supone la imposición de una arbitrariedad cultural, una socialización muy

concreta sin que existan alternativas posibles (Fernández Enguita, 1990: 189-

190). También Marx puso de relieve la dificultad de la clase obrera para

adaptarse a una escuela que no busca sus mismos objetivos sino imponerle los

de otras clases (citado en Cuesta, 2005: 62). Se trata pues, como se señaló

previamente, del establecimiento de una lógica discursiva concreta que se

naturaliza sin reconocer que se trata de una construcción discursiva, lo que la

convierte a ojos de los receptores en la única, imposibilitando así cualquier tipo

de propuesta alternativa a la misma. Al no encajar en cómo los jóvenes

perciben su entorno y mucho menos con la manera en que éste los ve a ellos,

5 Varias secuencias paralelas del primer episodio de la cuarta temporada establecen estas equivalencias de la escuela con el departamento de policía, otra entidad ya mostrada como disfuncional en momentos anteriores de la serie.

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los alumnos se ven en el fondo obligados a presentar sus propias disyuntivas o

salidas a dicha imposición, readaptando lo aprendido a su contexto. En ningún

momento, por supuesto, son conscientes de ellos y, por supuesto, desde el

sistema educativo cualquier alternativa es percibida de una manera negativa.

Esto no sólo se refiere al ejemplo de estos futuros criminales, sino que puede

ponerse en relación también con cualquier uso no previsto que los alumnos

puedan hacer de los diferentes elementos que componen su estancia en el

centro escolar, resultando en una serie de incongruencias (que podríamos

hacer equivaler a la incoherencia y poca claridad de la configuración espacial

del edificio de la escuela que fue señalada con anterioridad) o situaciones en

las que los docentes no saben cómo reaccionar. Un ejemplo es la escena

introductoria del octavo episodio de la temporada, en que un alumno reconoce

la respuesta correcta entre las cuatro posibles escritas en la pizarra porque era

la única rodeada por una serie de marcas de tiza. El joven demuestra una gran

capacidad de observación y un tipo de lógica que, sin embargo, no es la que

interesa que tenga (quedando además el profesor tremendamente

sorprendido).

Aunque se trata, por supuesto, de un ejemplo casi anecdótico, es en el fondo

una idea muy similar la que lleva tanto al joven Namond Brice como a “Bunny”

Colvin a igualar la estructura escolar con una cárcel y la vigilancia o

intransigencia de los profesores vistas como persecución a ojos de los alumnos

(equivalente a las acciones policiales en torno al mundo del narcotráfico): hacer

un uso alternativo e individual de lo enseñado, para readaptarlo a la realidad

inmediata de los estudiantes. Por ello es inevitable que, desde la

predisposición circunstancial y contextual que muchos de los alumnos del

Edward J. Tilghman presentan para verse inmersos en el mundo del

narcotráfico, el crimen o la adicción a las drogas, enseguida identifiquen el

sistema escolar con el penal, de manera que el primero sirva como

entrenamiento para el segundo. Así, la escuela, al ser incapaz de detectar esta

insalvable brecha entre lo enseñado y los enseñados, consigue y ayuda a

perpetuar aquello que promulga tratar de eliminar, la marginación social y la

criminalidad.

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Este es el principal conflicto generado por los chavales del experimento

sociológico al definirse a sí mismos como corner boys en este nuevo contexto,

que no es otra cosa que una subcultura de procedencia cuyos valores e

implicaciones se oponen a los de la escuela (Fernández Enguita, 1990: 168-

169). Se trata del mundo de criminalidad donde han crecido y que les da un

sentido de pertenencia que la escuela, por tratar de imponer esta socialización

totalmente ajena al universo que identifican como suyo, no consigue. En cierto

modo, el experimento sociológico consigue hacer evidente esta disyuntiva que

la institución educativa parece obviar a la hora de enfrentarse a sus alumnos.

De todas formas, el aislamiento, aunque realizado con buena intención,

consiste en realidad en diferentes métodos para tratar de imponer la

estandarización en alumnos en los que estas raíces previas tienen mayor

prestancia, es decir, aquellos en los que las técnicas habituales de disciplina no

funcionan. No podemos pues dejar de señalar que algunos de los medios

empleados, como el concurso de puzzles con una cena como premio no sólo

remite al modelo fílmico señalado antes (porque Mentes peligrosas cuenta con

una línea argumental muy similar), sino que además fomenta una concepción

meritocrática y de competitividad del entorno que deriva directamente del

capitalismo.

Aun así, el programa especial llega a funcionar positivamente con algunos de

los alumnos, que aparecen en las últimas escenas en esa misma aula llevando

a cabo un examen estatal en silencio y de manera ordenada, demostrando así

que los intentos de normalización por individualización tienen éxito y que

algunos de los personajes están preparados para regresar a las aulas

normales. Es decir, aunque se trate de un proceso de estandarización, también

parece haberles enseñado respeto y civismo, así como una serie de aptitudes

que los aleja del mundo del narcotráfico, ese que consideran su único destino.

De hecho, en el último episodio de la temporada, algunos de ellos regresan a

sus aulas originales de procedencia, mostrando una actitud relajada y menos

agresiva con su entorno inmediato.

Significativo es el caso de Namond Brice, a quien su propia madre obliga

insistentemente a dedicarse al tráfico de drogas para poder mantener su estilo

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de vida, a pesar de que el joven demuestra continuamente su incompetencia

para este tipo de trabajo. En cierto momento se produce una interesante

disyuntiva a la hora de presentar a este personaje. Por una parte aparece en

imágenes y espacios tremendamente limitadores en el hogar familiar, como la

escena en que Namond es visto estancado y casi atrapado entre los muebles

que lo rodean en su propia habitación mientras recibe una reprimenda por

parte de su madre (en relación a su ineptitud como corner boy). Por oposición,

en ese mismo episodio, transita libremente por el aula del proyecto especial

mientras la cámara sigue su movimiento, que finaliza con el joven sentándose

sobre el pupitre, confirmando su control sobre este espacio (recordemos que es

el mismo personaje que realiza la equivalencia entre la escuela y la cárcel),

entorno con el que además comparte, en su vestimenta, la gama de colores

ocres y grises.

En todo caso, el problema es que no exista una alternativa posible a la función

que el capitalismo impone a la educación: ser el fundamental medio y garantía

de mantener vivo el ideal de “oportunidades para todos”, a pesar de tratarse de

un falso mito. Al fin y al cabo, esta posición de la escuela en relación con el

sistema al que pertenece es siempre la misma, aunque se trate de centros

escolares en barrios marginales en los que dicha utopía tiene incluso menos

sentido y coherencia. En estas escuelas se intenta imponer una serie de

conceptos y habilidades que no tienen nada que ver con la subcultura de

procedencia de los chavales y que en ningún momento parece tener en cuenta

a su situación específica, sino que se presenta en favor del mantenimiento del

status quo. Esto aleja a la educación del contexto real, es decir, la convierte en

inútil, pues en realidad fuera de la burbuja de libertad que es el experimento

sociológico estos chavales no tienen una verdadera capacidad de elección o

salida del mundo del que proceden.

Finalmente, pues, el programa especial de “Bunny” Colvin y David Parenti será

desmantelado en una acción institucional que resulta en cierta manera

paradójica, ya que, si consigue aplicar la positiva socialización que la propia

educación promueve, ¿por qué eliminarlo? Recordemos, sin embargo, que,

como explicaba Foucault, la delincuencia crea un ilegalismo útil, no sólo porque

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la normalidad sólo existe si se señalan una serie de individuos como

anormales, sino además porque sus castigos sirven de ejemplo al resto (1990:

183-184), por no hablar de los beneficios económicos directos, uno de los

temas sobre los que giran muchas de las tramas de The Wire (y la clásica frase

de uno de los detectives protagonistas ya durante la primera temporada, “You

follow drugs, you get drug addicts and drug dealers. But you start to follow the

money, and you don't know where the fuck it's gonna take you”). Resulta

innegable, pues, que al círculo ininterrumpido entre policía, prisión y

delincuencia, señalado por el mismo Foucault (1990: 287-288) podríamos

sumar, en contra de lo que sus intenciones indican, la escuela.

Los esfuerzos llevados a cabo de manera individual por “Bunny” Colvin y David

Parenti resultan casi anecdóticos y no son relevantes a nivel institucional o

general. Sirven además para presentar la enorme paradoja interna del propio

sistema educativo: boicotear las posibles oportunidades de intervenir

positivamente en las vidas de los alumnos en favor de mantener el status quo

del sistema dominante. En ningún momento interesa que estos alumnos

problemáticos tengan verdaderas posibilidades de alejarse de la predisposición

al mundo del narcotráfico, y todo lo que este ámbito implica.

5. Conclusiones

The Wire presenta el sistema educativo en los barrios conflictivos como un

entorno donde llegan a existir, aunque sólo en ciertos momentos y de manera

estrictamente temporal, ciertas alternativas y posibilidades de liberar a los

chavales de sus complicados entornos de origen, aunque ellos mismos no

sean conscientes de ello (porque la idea extendida es la de la escuela como

coerción). Es sin embargo la propia institución la que impide que dichos

avances tengan lugar porque, recordemos, la criminalidad y marginación social

son necesarias e intrínsecas al sistema capitalista. De esta manera, el sistema

educativo es al mismo tiempo y de modo paradójico, el principal perpetuador

de las utopías más básicas del capitalismo así como responsable de la

imposición de su lógica discursiva. La cuestión parece radicar en que, a pesar

de los intentos de profesores y otros responsables, la educación como

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subsistema sirve en última instancia al sistema que lo sostiene y no a los niños

que lo componen a nivel individual, para los que de hecho se presenta

falsamente como una entidad asistencial. The Wire, aunque no llega a

proponer una solución, sí que resalta la problemática de esta dañina

dependencia.

Resulta indudable que la imposición de una lógica discursiva como es la

capitalista, naturalizada hasta el punto de configurar la concepción que el

individuo tiene de sí mismo y por tanto del lugar que ocupa en la sociedad,

prefija el rol de cada sujeto en dicha sociedad. Es decir, es el propio sistema el

que busca delimitar la posición del individuo en relación con su contexto sin

que éste sea verdaderamente consciente de ello, con la única intención de

mantenerse como discurso dominante.

En resumen, y como ya señalamos, aunque el sistema educativo insista en que

su finalidad es el bienestar y prosperidad de los alumnos (siendo presentada

como solución a los problemas sociales pero también como uno de los caminos

para el éxito personal), en realidad su función última no está relacionada con

los individuos, sino con el modo de producción al que pertenece. The Wire

muestra, pues, una pesimista imagen del sistema educativo, el cual supone

simplemente un apoyo más a la perpetuidad de la ideología dominante, dando

aquí un empujón extra a las trayectorias vitales que los jóvenes traen prefijadas

de sus respectivos entornos familiares o del barrio donde se han criado,

manteniendo el status quo en lugar de proponer alternativas.

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