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43 AISPI Edizioni, 2019 ISBN: 978-88-907897-8-6 La universalidad de los Trabajos de Persiles y Sigismunda Si la historia de la recepción es, en buena parte, la de la historia de la litera- tura, habrá que convenir que la interpretación del Quijote, cargada de idea- lismo mítico a partir del Romanticismo, empañó la del Persiles al identificar al primero como símbolo anímico de la nación española 1 . Asentada, por distintos motivos, la universalidad del libro de Don Quijote de la Mancha y la figura misma de su singular héroe, lo cierto es que ambos han logrado una proyección que ha dejado en segundo término la de los últimos Traba- jos cervantinos. Y ello pese a que su autor pretendiera alcanzar con estos las mayores cotas, situándolos en un amplísimo contexto político, cultural y religioso muy próximo al de los lectores de su tiempo. De ahí que, ya desde los inicios, el Persiles reflejara meridianamente un heredado sueño épico de conquista universal 2 . El ancho mundo de Miguel de Cervantes desplegó en esa obra un mapa- mundi acorde con el que presentara la monarquía española en la época de Carlos V y en la de sus inmediatos sucesores 3 . En él se plasmaba el concepto 1 Cfr. Alonso Asenjo 2005: 93-128 y Close 2005. Este trabajo es complementario de Egido 2017. 2 Citaremos por la ed. de Carlos Romero: Cervantes 2002. Como se indica en p. 138, hay un paralelo entre el sueño de conquista universal de La Araucana de Ercilla y el Persiles, que sin embargo convendría matizar. 3 Para el tema, cfr. Reed 2016, que analiza el uso de la cosmografía como instrumento del imperio de los Austrias, recordando que, en dicha obra, los personajes buscan un norte y un centro, que termina por confluir en Roma (456). Aurora Egido Real Academia Española Trayectorias literarias hispánicas: tradición, innovación y nuevos paradigmas, pp. 43-80

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43AISPI Edizioni, 2019ISBN: 978-88-907897-8-6

La universalidad de los Trabajos de Persiles y Sigismunda

Si la historia de la recepción es, en buena parte, la de la historia de la litera-tura, habrá que convenir que la interpretación del Quijote, cargada de idea-lismo mítico a partir del Romanticismo, empañó la del Persiles al identificar al primero como símbolo anímico de la nación española1. Asentada, por distintos motivos, la universalidad del libro de Don Quijote de la Mancha y la figura misma de su singular héroe, lo cierto es que ambos han logrado una proyección que ha dejado en segundo término la de los últimos Traba-jos cervantinos. Y ello pese a que su autor pretendiera alcanzar con estos las mayores cotas, situándolos en un amplísimo contexto político, cultural y religioso muy próximo al de los lectores de su tiempo. De ahí que, ya desde los inicios, el Persiles reflejara meridianamente un heredado sueño épico de conquista universal2.

El ancho mundo de Miguel de Cervantes desplegó en esa obra un mapa-mundi acorde con el que presentara la monarquía española en la época de Carlos V y en la de sus inmediatos sucesores3. En él se plasmaba el concepto

1 Cfr. Alonso Asenjo 2005: 93-128 y Close 2005. Este trabajo es complementario de Egido 2017.2 Citaremos por la ed. de Carlos Romero: Cervantes 2002. Como se indica en p. 138, hay un paralelo entre el sueño de conquista universal de La Araucana de Ercilla y el Persiles, que sin embargo convendría matizar.3 Para el tema, cfr. Reed 2016, que analiza el uso de la cosmografía como instrumento del imperio de los Austrias, recordando que, en dicha obra, los personajes buscan un norte y un centro, que termina por confluir en Roma (456).

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de monarquía universal, encarnado por la universitas christiana, promovida por el Emperador y continuada bajo su hijo Felipe, monarca cristiano de todo el orbe, tal y como lo cantaron Aldana, Virués y la letra de numerosos romances de la época4. No cabe olvidar sin embargo que la tensión univer-salista arrancaba de la monarquía formada por Isabel y Fernando a quien Maquiavelo consideró el “primer rey de los cristianos”5.

Más allá de la aristotélica distinción entre poesía e historia, Cervantes aspiró a una universalidad parangonable a la de la propia lengua española, que corría pareja con la de una monarquía universal que trataba de refundir y refundar los ideales del imperio romano, incluido el de su literatura6.

La idea de armonía internacional, presente en Luis Vives y en otros hu-manistas, resucitada a finales del siglo XVIII por universalistas como Juan Andrés o Lorenzo Hervás, supuso, en origen, toda una visión global del orbe y de la ciencia7. Y, en esa cadena de referentes histórico-culturales, próxima al actual fenómeno de la globalización, la obra de Cervantes ofrece una serie de eslabones señeros que culminaron sin duda en el Persiles. Una obra ambiciosa, que también planteó, a diferentes niveles, las cuestiones relativas a la universalidad de la lengua española8.

Sin entrar en las críticas subyacentes al discurso imperialista que puedan ofrecer La Gitanilla y el Coloquio de los perros, así como el sueño de un idio-ma único, es obvio que Cervantes asumió la conjunción entre imperio, len-gua y literatura9. De ahí que trazara en sus obras un universo propio, donde surgían a flor de piel los problemas inherentes al cruce de lenguas, razas y culturas como reflejo del ancho mapa de la monarquía hispana. Pero él lo

4 Arco 1944, capp. I, VIII-IX y XI y en particular: 286 y ss. y 661.5 Sobre el imperio hispano-católico universal, cfr. la contribución de Álvaro Fernández de Córdoba en Hernando Sánchez, Carlos José 2007, I: 133 y ss., 154, para “Ferdinandus Ca-tholicus Christiani Imperii Propagator”.6 Sobre las paradojas de la translatio imperii, cfr. Chian Rivero 2008 y Cervantes 2016: 257 y 269.7 Cfr. el prólogo de Pedro Aullón de Haro y Davide Mambelli a Juan Andrés 2017 y Juan Andrés 1784: I, quien partió de Bacon y la Enciclopedia, pero también de Huarte de San Juan y otros humanistas españoles.8 Francisco Gimeno Menerdes 2007 y Egido 2017.9 Armas Wilson 2003: 9, cap. II, para el Persiles. Para el lejano estímulo de las crónicas del Nuevo Mundo y los territorios del imperio español bajo Felipe II y Felipe III, presentes en la obra, cfr. Brioso Santos, Montero Reguera 2006: 240 y ss., 277 y cap. V.

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dibujó con entera libertad conceptual y compositiva; la misma que se des-prende del libro III del Persiles: “Sí, que también –dijo el de a caballo– hay en las extranjeras tierras caridad y cortesía; también hay almas comprensivas donde quiera” (Cervantes 2002: 448).

Sin negar la voluntad propagandística vinculada a los ideales de la corona en obras como La Numancia o las comedias de cautivos, es evidente que Cervantes corrió por cuenta propia, desplegando, entre realidad y ficción, el amplio abanico de las relaciones humanas en los espacios más diversos10. Sus obras se sitúan sobre una topografía y una corografía tan verosímiles como los hechos de que se componen, haciendo posible que estos sean tra-ducibles a cualquier otro contexto geográfico e histórico.

El Persiles no sólo es, como ya señalara Jean-Marc Pelorson (2003: cap. 3, 49 y ss.), una novela “internacional” en la que se mezclan personajes de distintas naciones, sino que contrasta a nueva luz los términos opuestos de civilización y barbarie11. A despecho de tiempos y lugares, Cervantes trató de mostrar las asperezas de la estrecha senda pitagórica de la virtud, que, en definitiva, era también la de la inmortalidad que él buscó a través de unos peregrinos que caminaban con “cristiano y humilde aparato” (Cervantes 2002: 441)12.

Su preocupación personal por la política de su tiempo, patente en sus servicios como soldado, en sus viajes y en sus obras, aunque se centró fun-damentalmente en Europa y en el Mediterráneo, se extendió sin embargo a los amplios dominios del imperio español13. Bastará recordar al respecto el significado del lema de Juan Sebastián Elcano “Primus cirdundedisti me”, donde se certificaba su vuelta al mundo en 1522 bajo Carlos V (Catálogo

10 Sobre ello, cfr. la introducción de Luis Gómez Canseco en Cervantes 2015, II: 54. Ya Gus-tavo Correa (1959), vio en La Numancia el triunfo de la fama colectiva como alegoría sim-bólica de los siglos futuros.11 Cfr. Lozano Renieblas 1998: 85, para el contraste entre mundo conocido y desconocido, siendo Inglaterra la que marca el paso a la civilización.12 Para el tema del bivio, cfr. Egido 2014b. Al final de La Arcadia Lope recogió, con la “letra de Pitágoras”, el camino de la virtud que llevaba, como luego en Gracián, al templo del Des-engaño. Michel Cavillac 2007, ofrece un buen ejemplo de cómo Cervantes trató de superar la impostura moral del personaje de Alemán.13 Miró Quesada 1948: 10 y ss., recoge los versoscervantinos de 1568 en los que alude a los dominios de Felipe II, extendidos “de uno a otro polo”. Y cfr. Vázquez Bravo 2016: 99-111.

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2015)14. El escudo de armas de dicho navegante, con un globo terráqueo en la cimera, ilustraba el término de una empresa, iniciada por el malogrado portugués Fernando de Magallanes, que había abierto nuevos caminos por los mares del Sur hacia las Indias Orientales, cerrando el círculo del descu-brimiento americano (Burgueño 2015)15.

El propio Fernán Pérez de Oliva encareció “la mayor vuelta que jamás se hizo y que a este mundo do vivimos se puede dar” (Pérez de Oliva 1987: 37), a impulsos del emperador16. En cualquier caso, la ligazón de Cervantes con dicho humanista, que habló del “hombre universal, sin distinción de idioma, color o credo”, merecería atención más detenida. Sobre todo si la enfrentamos a la de Juan Ginés de Sepúlveda y otros más, que consideraron inferiores “a los bárbaros del nuevo mundo e islas adyacentes” (Pérez de Oliva 1965: 31-1)17.

Con Magallanes y Elcano culminó un periplo global cuyos mapas y esfe-ras situaban a España en el medio del mundo. Así lo sintió el joven polaco con el que se cruzan los peregrinos del Persiles en el camino real, cuando dice: “Muchacho salí de mi tierra y vine a España, como a centro de los estranjeros y a madre común de las naciones” (Pérez de Oliva 1965: 489)18. Téngase en cuenta que geografía y cosmografía iban unidas a la empresa ca-rolina, como muestra el Breve compendio de la sphera y de la arte de navegar

14 En la exposición “Primus circumdedisti me”... 1522, Sevilla, Archivo General de Indias, 2015 se dio a conocer una carta manuscrita de Carlos V al Emperador de 6 de septiembre de 1522, tras finalizar su expedición. Y cfr. Manuel Fernández Álvarez 2009, donde señala la doble defensa del cristianismo por parte del emperador en el viejo y el nuevo mundo. Ténga-se en cuenta que en el Libro de las grandezas y cosas honorables de España (Sevilla, Dominico de Robertis, 1549), Pedro de Medina alababa el gran esfuerzo “en derredor todo el mundo” que la nación había acometido”, volviendo a ella por el Levante.15 Dicha carta, escrita por Elcano al Emperador al término de su expedición, se conserva en el Archivo General de Indias.16 A renglón seguido, encarece el descubrimiento de las tierras americanas, donde sus gentes “tomarán religión y lengua”, siendo obedientes a España, que sustentaba el señorío del mun-do. Y para su amistad con el hijo de Cristóbal Colón, cfr. Pérez de Oliva 1965: 10-11. Téngase en cuenta que esta obra permaneció manuscrita hasta 1943.17 Sepúlveda creía que dichos bárbaros eran “tan inferiores a los españoles como los niños a los adultos y las mujeres a los varones”. Oliva atacó la crueldad y la soberbia de los españoles, viendo riqueza comunicativa en el aprendizaje de las lenguas amerindias.18 A lo que añade: “serví a españoles, aprendí la lengua castellana de la manera que veis que la hablo”.

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(1551) de Martín Cortés, obra dedicada a Carlos V, “Rey de las Españas”, que había extendido sus dominios “por tierras ignotas y bárbaras”19.

A la zaga de un consolidado tópico, Robert Goodwin ha analizado la extensión de la monarquía hispánica de los Habsburgo mayores y meno-res entre 1519 y 1685, así como su proyección literaria y artística, bajo el significativo título: España. Centro del mundo (2012)20. No en vano la política española se extendió por los cuatro continentes, sobre todo cuando Portugal y España estuvieron bajo una misma corona. Recordemos además las expediciones a Oriente y Occidente, incluida la que Pedro Fernández de Quirós realizó a islas como la de Austrailia del Espíritu Espíritu Santo, abriendo rutas hacia un nuevo continente (Rodamilans Ramos 2010)21. La historia de este portugués, que acudió a Roma en 1600 para sumar el apoyo del Papa al de Felipe II en sus expediciones al Pacífico, nos muestra, a pe-queña escala, la vinculación de la Iglesia en la historia de los viajes y descu-brimientos, ya se tratara del de Colón o de los emprendidos por Alvarado y Legazpi a Filipinas desde la Nueva España22.

La peregrinación europea del Persiles cervantino no sólo discurre de norte a sur, sino que, en los libros III y IV, se sitúa, por un lado, en una Lis-

19 En casa de Antón Álvarez, 1551. Cortés se extiende en la dedicatoria alabando a la ma-jestad imperial reinante en una “era dorada” llena de descubrimientos, como el del nuevo mundo, que nunca habían conocido los cosmógrafos. La empresa carolina aparece como continuación de la de su abuelo Fernando el Católico, al reducir las tierras descubiertas “al culto del verdadero Dios”. El propio autor habla de su obra con sentido de beneficio uni-versal. Téngase en cuenta que la ed. de Las obras de Fernán Pérez de Oliva (1586) llevaban la traducción de La tabla de Cebes, (254 y ss.), toda una peregrinación moral que sin duda conoció Cervantes.20 Sobre dicho centro, cfr. Egido 2017.21 Téngase en cuenta que los primeros viajes al Pacífico tuvieron como fin la unificación de las coronas española y portuguesa. La circunnavegación de Magallanes y Elcano resolvió la incógnita colombina sobre la Terra Australis o Quarta Pars Incognita, presente en los mapas de Ortelio, Mercator y otros, como un nuevo continente que pertenecía a la corona española.22 Rodamilans Ramos 2010. En este sentido, cabe hacer hincapié en las bulas alejandrinas y en la intervención de Roma en el Tratado de Tordesillas. Quirós, quien, a juicio de Roda-milans, sufría el “síndrome de don Quijote”, escribió decenas de memoriales al papa y a la corona solicitando financiación en 1614 para sus viajes, un año antes de morir en Perú. El estoque concedido por Pio V a don Juan de Austria habla por sí solo de ese tipo de regalos que los papas hacían a quienes se distinguían por su servicio a la Iglesia. Cfr. Vázquez Bravo 2016: 154.

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boa abierta a los viajes ibéricos ultramarinos, y, por otra, en un bullente y conflictivo Mediterráneo, teniendo siempre en el horizonte el término de Roma, cabeza de la Iglesia.

El sintagma “centro del mundo” aplicado a España, que Cervantes reco-gió en el Persiles desde distintas perspectivas, arranca fundamentalmente de la época del Emperador, quien, desde la formulación fernandina de la pax christiana, ideó la organización de un imperio capaz de enfrentarse con el turco23. Ese afán imperialista, condenado por Erasmo, tuvo su fundamento en una unidad religiosa que Carlos V vio resquebrajarse, pese a su afán por convertirse en cabeza política de la cristiandad24. Como “monarca y señor del mundo”, la literatura y el arte (pensemos en Alfonso de Valdés o en Tiziano) divulgaron esa imagen suya que se consolidó en 1547 con la co-ronación imperial, prolongándose luego, tras su abdicación en 1555, en la política de su hijo Felipe. Camino de Yuste, le acompañó don Luis Méndez de Quijada, un hombre leal, de significativo apellido andando los tiempos, que, junto a su mujer Magdalena de Ulloa, cuidó del futuro don Juan de Austria mientras fue Jerónimo, el desconocido hijo natural del Emperador a quien tanto admiró Cervantes (Fernández Álvarez 1952: 902 y ss.)25.

Sin adentrarnos en la idea imperial de Carlos V y de su compleja aplica-ción política, tanto en su tiempo como en el de sus sucesores, lo cierto es

23 Sobre ello, la introducción de Ramón Menéndez Pidal en Fernández Álvarez 1952: XXI-XXV, donde plantea la continuidad en España del concepto agustiniano de la pax christiana, que se extendía a las Indias y se plasmaba en los dos hemisferios. De ese modo, las ideas teológicas de San Agustí, estudiadas en el Persiles coinciden, en este y otro punto, con las políticas.24 Cfr. Fernández Álvarez 1952: 25 y ss., para esa idea imperial que se plasmó en numerosas imágenes, como la del grabado de la BNE (193), donde el Emperador sostiene la bola del mundo y una cruz con la mano derecha. Maximiliano I, su abuelo, fue esculpido con los mismos símbolos en 1529.25 Quijada fue una auténtica sombra fiel de Carlos V antes y después de su retiro en Yuste, hasta su muerte en 1558. El emperador le encargó transmitiera a su hijo Felipe su preocupa-ción por el protestantismo así como el descubrimiento de la identidad verdadera del futuro don Juan de Austria. Y cfr. Fernández Álvarez 2016: el retrato de don Juan de Austria, por Alonso Sánchez Coello, en las Descalzas Reales de Madrid, lo muestra con bastón de mando y espada. Y cfr. Blanco 2011: 67 y ss., quien analiza su Querella pacis (1517), donde se en-frentó a la justificación agustiniana de la paz en La ciudad de Dios y a la de sus seguidores, como el mencionado Juan Ginés de Sepúlveda. No obstante, Erasmo admitió la guerra con-tra los turcos desde los presupuestos de la Philosophia Christi.

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que esta es fundamental a la hora de analizar la obra de Cervantes y parti-cularmente el Persiles26. En él desplegó un mapa europeo donde se incar-dinaban los problemas sociales y culturales de otros continentes, incluidas las guerras de religión, el problema de los moriscos y la lucha contra el turco, refiriéndose a la política interior y exterior de Carlos V y Felipe II, a quien Cervantes consideró “amparo universal del ser cristiano”27. La fama del emperador será un continuo remitente en el Persiles, como muestra la historia del “bárbaro español” Antonio en el libro I, que dejó su patria para servir al César Carlos en Alemania, considerando que, en la escuela de tal “Marte cristiano”, había aprendido a ser liberal y bien criado (Cervantes 2002: 162).

Luis Díez del Corral, desde una perspectiva filosófica y cultural de la Historia enraizada en Hegel, planteó hace años, en El rapto de Europa, la centralidad de la misma en los tratados geográficos. Recordando el prece-dente senequista de la totalidad planetaria, hecho realidad siglos después con los viajes al Nuevo Mundo, del Corral analizó además la idea de la gran empresa universal que Iberia consolidó en la Edad Moderna. Se trataba de una Europa cristiana, cuya unidad la convertía en un centro cultural y reli-gioso, presente hasta en los tratados geográficos28. La edición del Theatrum Orbis Terrarum de Abraham Ortelio llevaba una alegoría de Europa con una misión ecuménica del dominio del orbe, que también aparece en otros testimonios cartográficos dignos de consideración, como los islarios29.

26 Sobre el concepto imperial y su historiografía, cfr. Martínez Millán. y Javier de Carlos 2000, I: 28 y ss.27 Cfr. la clarificadora síntesis de Henry Kamen 2008 sobre Felipe II, donde recoge la profecía ex evento de La Numancia, en la que aparece como dueño del mundo. Téngase en cuenta que la historia de Felipe II coincide con la de toda Europa en la segunda mitad del siglo XVI, según Cayetano Rosell, en el prólogo a Prescott 1856, I: v.28 Prescott 1856: 14, 122 y ss. La religiosidad de las expediciones está presente hasta en los nombres de los barcos con los que se acometían estas. Pongo por caso, los de San Lorenzo y Virgen del Pilar en la aventura californiana de don Pedro Porter de Casanate, amigo de Gracián, o en los de Santa Cruz, Virgen de Loreto y San Pedro en las expediciones de Quirós. Sobre los últimos, cfr. Fernández de Quirós 1986 y 2002.29 Para la edición plantiniana de Ortelio, Hernando 2007: 35 y 46; la primera edición cas-tellana del Theatro de la tierra universal (Amberes, Cristóbal Plantino, 1588), iba dedicada a Felipe II, de quien Ortelio era cartógrafo. Y véanse los mapas de las páginas 41ss Parti-cular interés, para el Persiles, muestran los islarios (50 y ss.). La línea recta formada por el

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El Persiles debe entenderse no sólo a la luz de las crónicas del continente americano, sino de las muchas expediciones que se hicieron desde allí a las islas y costas del Pacífico, o desde Portugal y España a las Indias Orientales. Sobre todo cuando comportaban descubrimientos de nuevas islas, como las del periplo, cargado de religiosidad, emprendido por Pedro Fernández de Quirós en fechas cercanas a la última obra cervantina30. Recordemos ade-más que el sesgo universalista en la empresa civilizadora del Nuevo Mundo fue, en buena parte, una adaptación del imperialismo romano desde una concepción cristiana31.

Dicha perspectiva no es ajena al espíritu y a la letra del Persiles, fuerte-mente marcado por la idea aristotélica, recogida por Ginés de Sepúlveda cuando hablaba de la conversión de los bárbaros en seres civilizados y ado-radores del verdadero Dios32. Cervantes lo planteó en el territorio de la ficción, mostrando dicha evolución en los dos primeros libros a través de un proceso que incluía permanentemente la cuestión racial, lingüística, cul-tural y religiosa. Pero su visión de los bárbaros fue mucho más indulgente que la de los memoriales y crónicas ultramarinas, al repartir por igual vicios y virtudes en personajes de distinto origen geográfico33.

La perspectiva de Cervantes sobre las gentes del septentrión se acercó a las que habían tenido Pérez de Oliva y otros humanistas de la época de Carlos V. Téngase en cuenta que El diálogo de la dignidad del hombre de Oliva fue editado en Alcalá de Henares en 1546 por Cervantes de Salazar, quien llegó a ser rector de la Universidad de México y comparó las hazañas de Hernán

eje Toledo-Lisboa-Valencia, presente en la obra cervantina (76-77). Y véanse las Relaciones universales del mundo de Juan Botero (1603), en esa misma dirección globalizadora.30 Quirós partió de El Callao a Lima y fue bautizando islas con los significativos nombres de San Juan Bautista, San Telmo, San Miguel o Conversión de San Pablo, sin que faltaran las islas Peregrinas y las de Buen viaje, mezclando la religiosidad con la utopía.31 Díez del Corral 1963: 231 y ss., señala dicho imperativo, patente en Ginés de Sepúlveda, a la hora de convertirse los bárbaros. Ello reforzaba la idea de un género humano en igualdad de origen y destino que creemos está presente en el Persiles.32 Díez del Corral 1963: 234-35 y 253. Se trataba de un universalismo cultural, artístico y religioso en el que el peso de Italia fue fundamental respecto al descubrimiento y europeización del Nuevo Mundo.33 Armstrong-Roche 2004 subrayó la importancia de la moral de vicios y virtudes repartidos entre bárbaros y civilizados, así como de la caridad paulina frente a la iglesia oficial.

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Cortés con las de Alejandro Magno y Julio César34. En buena medida, el Persiles llevó a la práctica el programa pacificador y universal iniciado por el Emperador, cuya imagen, además de portar la bola del mundo como titular de los reinos hispánicos y del Imperio Romano, iba unida a la de imago Dei35.

El Persiles mostró a su modo la utopía de una Europa sin guerras, por la que sus protagonistas discurren sin sufrir más avatares que los propios de la naturaleza humana. Ello no restó sin embargo que aparecieran de forma indirecta los derivados de la lucha religiosa contra los herejes y contra el turco, particularmente en los episodios de los falsos cautivos y de los mo-riscos valencianos. El paso de los peregrinos andantes por Portugal, España, Francia e Italia no deja de ser paradigmático respecto a ese ideal de pax chris-tiana universal que culmina en Roma, y que sólo se ve perturbado, como ocurriera en los dos primeros libros, por el comportamiento de quienes se dejan arrastrar por los vicios36.

El Persiles, aunque recoge los ecos de los conflictos bélicos de la época, se detiene sobre todo en los que emanan de la condición humana, cualquiera que sea el origen de los personajes. Pero Cervantes fue implacable en el caso de los turcos, que gozaron de una presencia variable en sus obras37. Coetá-neo de Felipe II y de su hijo, y testigo de su política, Cervantes mostró no pocas añoranzas con los ideales de la época del Emperador Carlos, de quien recordó su controvertido retiro a Yuste en el episodio de Soldino.

34 Cfr. Pellús Pérez 2015: 1-3, 182 y ss., 59 y 96, para la relación entre moral y lenguaje.35 Así dibujó Rubens a Carlos de Gante, como adalid de un imperio cristiano. Su juramento, al ser coronado en 1520, se basaba en la paz entre los príncipes cristianos y en la guerra al gran Imperio Otomano. A propósito de los reinos hispánicos en la órbita imperial cfr. Rodríguez, Contreras, Simón 1997: 11 y ss. Por otro lado, Cervantes recoge en el Persiles la fama de España, “pacífica y santa” (460).36 Tal vez influyó en Cervantes la relativa paz que supuso, tras la paz de 1604 con Jacobo I desde 1598, el reinado de Felipe III respecto a los Países Bajos e Inglaterra, además de la Tregua de los Doce Años en 1609. Respecto al país galo, el acuerdo matrimonial en 1611 y la posterior boda en 1615 de Ana María de Austria, hija de Felipe III, con Luis XIII de Francia, cantada, por cierto, en numerosas relaciones de sucesos, facilitaría nuevas alianzas. A ello cabría añadir las bodas de Isabel de Borbón con el futuro Felipe IV en ese año de 1615.37 Gallotta 1995 aporta numerosos datos al respecto, incidiendo en la experiencia personal de cervantes y en la documentación existente sobre el imperio otomano. Para la bibliografía sobre Argel, Italia y Lepanto, cfr. García López 2015: 259-60 y cap. 3.

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Recogiendo un itinerario sin problemas bélicos desde Lisboa a Toledo, el Per-siles simbolizaba topográficamente la pretendida anexión de Portugal, que ha-bía cristalizado finalmente en 1580. Por otro lado, lo que no se había logrado en la realidad política, con la división norte-sur, frente a la que tanto batalló su admirado don Juan de Austria (ideal mantenido también en la Guerra de Granada como capitán de la Cristiandad), lo consiguió Cervantes a escala literaria, tejiendo historias personales que se entrecruzaban libremente. En todo ello se presuponía además el uso de un idioma como el español, que se hablaba tanto en el sur y en el centro de Europa como en el septentrión.

Cervantes hizo que cristalizara en el Persiles el viejo sueño de la unión en-tre Portugal y España iniciado por los Reyes Católicos y continuado por los Habsburgo, refrendando la expulsión de los moriscos y la universalidad de un programa unificador que lució en la propia divisa de don Juan de Aus-tria, a quien sirvió en Lepanto38. Los libros III y IV dibujan un eje formado por Lisboa, Toledo y Valencia que se extenderá a Barcelona, discurriendo luego por Italia, tras el paso por una Francia pacifica, hasta concluir en Roma39. Se trataba de una ciudad papal en la que culminaba toda acción política, incluida la española, como mostraba la serie lisboeta del romance-ro que ensalzó la figura del Cid entre 1605 y 1650 a través de numerosas impresiones portuguesas y españolas, que lo dibujaron acudiendo como romero a la Iglesia de San Pedro en Roma40.

38 La divisa de don Juan de Austria, como rayo de la cristiandad, rezaba: “que sea universal para todos tiempos y lugares”. También lo presenta como un nuevo César, por su participa-ción en la Guerra de Granada, encareciendo su lucha en los Países Bajos. Recordemos que también fue de los Austrias españoles el lema: A solis ortu usque occassum (“Desde la salida del sol hasta el ocaso”), inspirado en el Salmo 113, 3. Más conocido es el “Non plus ultra” carolino, y el dicho atribuido a Felipe II: “En mis dominios no se pone el sol”. Cfr. Ambrosio de Morales, “La devisa para el Sr. D. Juan de Austria, y el Discurso sobre ella”, en Pérez de Oliva 1787, II: 232 y 242-43. También conviene no olvidar que la referencia a don Juan de Austria, marcó el tempus historicus en La Galatea.39 Es significativo al respecto el silencio sobre un pasado de enfrentamientos con Francia por la lucha contra el turco. Carlos V entró triunfante en Roma como Carolus Africanus y dio, ante el papa Paulo III, en 1536, un memorable discurso, volcándose en la guerra contra Francisco I de Francia, que había ayudado a Barbarroja. Esa política del rey francés haría inefectiva la Santa Liga. Los enfrentamientos con Francia continuarían con Enrique II. Cfr. Fernández Álvarez 2009.40 Juan de Escobar, Historia del muy noble, y valeroso caballero, El Cid Ruy Díez de Bivar, Lisboa, Sancta Inquisición, Antonio Alvares, 1605. Cfr. la edición facsímil de Labrador, Lee

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A su vez, el paso de los peregrinos por Extremadura no sólo serviría para establecer lazos con América a través de los personajes Francisco Pizarro y Juan de Orellana, sino para que apareciese el Monasterio de Guadalupe, lugar de residencia obligada de los monarcas españoles en sus viajes de ida y vuelta a Portugal. Pensemos además en Carlos V, que descansó allí antes de su retiro final en el cercano Yuste, o en las diversas estancias de Felipe II en sus viajes a Lisboa; por no hablar del propio Cervantes, devoto de la Virgen, que la visitó hacia 1582, al volver de tierras portuguesas41.

Cabe recordar además que, en el monasterio jerónimo guadalupano, fun-dado hacia 1340, fue donde Cristóbal Colón recibió de los Reyes Católicos, el 20 de junio de 1492, las cartas de ayuda para su viaje a las Indias42. Allí se guardaba el fanal que llevó la galera capitana en Lepanto, regalo de Felipe II en 1577. Aparte cabría considerar que en esa misma galera había lucido el estandarte de Nuestra Señora de Guadalupe. Y no deja de ser curioso que en la catedral de Toledo, bien conocida por Cervantes, se guardaba el pendón del mismo don Juan, mostrando la figura de Cristo crucificado. Ante él se habían arrodillado los combatientes de Lepanto antes de entrar en batalla43.

Guadalupe no sólo era un símbolo religioso, sino político, que incidía en las gestas hispanas al abrigo de una religiosidad extendida al marianismo de la obra44. Su advocación virginal se veía plasmada artísticamente por doquier, incluido su paradisíaco claustro mudéjar, con templete y agua en el centro, mostrando en él toda una configuración artística de plantas escul-pidas en relación con los atributos de María que hacen necesario su cotejo con las estancias cantadas por Feliciana de la Voz en el Persiles45. La riqueza artística de su templo, su jardín y su claustro, llenos de símbolos marianos,

y Askins 2017. Hubo numerosas ediciones lisboetas, aparte de las 32 publicadas en España.41 Guadalupe fue también lugar obligado en los viajes de los reyes portugueses. Cfr. Sánchez Salor 1995, Egido 1998. Cervantes fue amigo de varios extremeños, incluido el gran huma-nista Sánchez de las Brozas, a quien elogió. 42 Sobre ello, Añón, Luengo, Luengo 1995: 125 y ss.43 Cfr. Fernández 1993: 93-96 y 106. Las galeras de Lepanto fueron bendecidas por el nuncio Odescalco por mandato del Papa.44 Sobre el marianismo vigente en la época del Persiles, cfr. nuestro estudio preliminar en Felices de Cáceres 2015.45 Añón, Luengo, Luengo 1995: 125 y ss., ofrecen un detallado estudio del mismo que debe-ría ser tenido en cuenta a la hora de analizar las susodichas estrofas cantadas en el Persiles por Feliciana de la Voz.

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tendrían su opuesto mundano en la casa-museo de Hipólita la Ferraresa en Roma, como las dos caras de una moneda (Ave-Eva).

Las estancias en Guadalupe de Felipe II merecen consideración aparte, sobre todo la relacionada con su despedida de Lisboa, pues el Monasterio recibió, como dijimos, esa y otras visitas reales de capital importancia para el tema que nos ocupa. Me refiero en particular a la que mantuvo en 1576 con el joven rey portugués don Sebastián, muerto dos años después en la batalla de Alcazalquivir, que propició, como es bien sabido, la posterior unión entre Portugal y España. El rey Felipe pasaría también por Badajoz antes de su entrada triunfal en Tomar y más tarde en Lisboa46.

El Persiles muestra una Lisboa cargada de símbolos históricos, religiosos y políticos, entre los que no resulta baladí recordar ese “¡Tierra!, ¡Tierra!” –vuelto después en “¡Cielo, cielo!” (Cervantes 2002: 431)– que exclama al divisarla el grumete de la gavia mayor en la que navegaban los peregrinos. Dichos términos coinciden con los que empleó el marinero que, según el propio Colón y otros cronistas, como Fernández de Oviedo y Francisco López de Gómara, avistó por primera vez tierra americana. Pero esas pala-bras se emiten aquí en sentido inverso, pues, cerrando el círculo, se pronun-cian en un barco venido de tierras septentrionales y bárbaras ante la sorpresa de una ciudad como Lisboa, convertida en “tierra de promisión” (432) y símbolo de la caridad cristiana. Cervantes insiste además en que están ya en un territorio católico, que gobierna el arzobispo de Braga “por ausencia del rey” (434). Ello ahonda sin duda en la unidad político-religiosa de una ciudad llena de templos, donde los peregrinos encaminarán sus almas por “la derecha senda de su salvación” (439).

Cervantes insiste después en calificar a España de “pacífica y santa”, sus-cribiendo tal predicamento en las tierras del Monasterio de Guadalupe. Tanto el episodio lisboeta como el de esas tierras extremeñas conformarán un trayecto religioso que se configura por las virtudes teologales y cardinales simbolizadas arquitectónicamente en dicho monasterio, templo de Salo-món y clarísima estrella de María (479)47.

46 Fernández 1993: 298-99. Recordemos que el rey Felipe II de España y I de Portugal vivió en Lisboa entre 1581-1583.47 Allí se aludirá además a la paz del “venidero Augusto” (481), en clara referencia, según Romero, a la Égloga IV de Virgilio, y que funciona como profecía política del monarca. Sin

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El viaje por Extremadura tendrá su vuelta atrás, representada por la historia del polaco que había servido quince años como soldado con los valientes portugueses, y que finalmente se dirigía a Madrid, “donde estaba recién venida la corte del gran Felipe Tercero” (495), ahondando aún más en la unión de Portugal y España que la obra sustenta. Esa alianza, tanto política como religiosa, conlleva también no sólo la consideración estratégica de Lisboa respecto a las Indias, sino la alabanza de las gestas portuguesas.

Toda la peregrinación a pie en los libros III y IV será a través de tierras pa-cíficas, regidas por leyes y ordenadas por la Iglesia, sin que falten referencias a la Santa Hermandad (467). En ese sentido, cabría analizar el Persiles como un claro contraste no sólo entre barbarie y civilización, sino entre tierras en guerra y en paz, por más que existan en dicha obra bárbaros pacíficos y civilizados peligrosos48.

Frente a los estragos de la guerra y de la cólera, propios de la barbarie, ya en el libro I, junto al cristiano enterramiento de Cloelia y la cueva cristiana, aparece la unión entre Antonio y Ricla, que abrirá un futuro de integración de esta y de su hijo en “el rebaño de Cristo” (178). Periandro y Auristela rezarán a su vez de rodillas cuando embarcan, pidiendo ayuda al cielo. El paso de rústica a discreta y cristiana de Ricla, así como ese credo que brota de sus labios sin necesidad de sacerdote, configurarán un oxímoron más en la obra. Así lo prueba también el bárbaro piadoso Rutilio, vistiéndose con las pieles de un ahorcado o haciéndose el sordo y el mudo: toda una encar-nación del ingenio a la hora de sobrevivir en tierras extrañas olvidándose de las propias49.

entrar en la complejidad de las fechas en la obra, que abarcan un periplo temporal entre 1599 y 1606, referidas a la vuelta del rey Felipe III a Madrid, lo cierto es que el episodio forma parte de la translatio imperii que la unión con Portugal había hecho más plausible.48 La ira, la cólera y la venganza reinan por doquier en una guerra sin ley durante una noche “escura y temerosa” (Cervantes 2002: 157) en la que se oyen las voces y los gemidos de los que morían, y de la que huyen Periandro, Auristela, Cloelia y el intérprete, “pisando muertos y hollando armas” (157), en curioso bimembre gongorino. Poco después, tras el incendio de la isla bárbara como culminación del vicio y la barbarie, aparecerá Antonio, un noble espa-ñol que estudió gramática y sirvió a Carlos V, y que, de vuelta a su tierra, viajó por Almería, Lisboa e Inglaterra. Todo un ejemplo del trasiego de los españoles en la época del Empera-dor. En el episodio se alude también a unos ingleses que viajan a España.49 Cervantes 2002: 185 y ss. Recordemos cómo se hace carne y sangre con los bárbaros, aprendiendo su lengua y olvidándose de sus parientes y de Italia. Más adelante el soneto

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El Persiles, como si se tratara de un texto al pie del conocido emblema de Alciato Ex bello pax, nos muestra la evolución de la guerra hacia la paz, identificando esta última con la religiosidad, las leyes, la urbanidad y el bien vestir, caso de Manuel de Sosa y Transila, o la denuncia de la bárbara ius primae noctis50. A su vez, Antonio asumirá que el español es “la dulce lengua de mi nación” (211), como si la evolución de la historia del mundo salvaje al civilizado supusiera una paideia que va de las voces bárbaras a las palabras concertadas; o lo que es lo mismo, de la cueva y de la isla salvajes a la civitas51.

Toda la obra plasmará esa evolución educativa, histórica y personal, que luego recogería El Criticón, donde, al igual que Cervantes, Gracián retomó el tópico clásico del paso de los héroes desde la pubertad a la madurez, presente ya en la Eneida52. Así ocurre, por ejemplo, en las lecciones que Antonio aprendió de sus padres y que transmite a su hijo, paradigmáticas respecto a la herencia de la santa ley cristiana y del catecismo. Ello se ex-tiende a otros consejos relacionados con la urbanidad y el respeto a las leyes, que afectan al conjunto de la obra en su discurrir narrativo53. La liberalidad, la caballerosidad y otros signos de cortesía reaparecen en el episodio de los

que recita Rutilio no deja de ser paradigmático respecto a toda la obra, pues remite al arca de Noé, donde se encerró el linaje humano, ostentando el bien y el mal representados por el león y el cordero, la paloma y el halcón (242).50 Cervantes 2002: 215 y ss. El libro I es una buena muestra del contraste entre las señas de urbanidad y buenas costumbres, y su carencia; perspectiva que continuará en el II, conforme avanza el peregrinaje.51 Siles (2016b) analiza ese cambio de destino entre la moral del salvaje representada por Odiseo y la isla, y la moral de Filoctetes cuando acepta su destino como persona. Es una perspectiva que convendría analizar en la obra de Cervantes y en El Criticón de Gracián con más detalle.52 Siles (2016a) señala que dichos opuestos son fundamentales en la obra virgiliana, impo-niendo una orientación moral y estética. Pietas equivale a la humanitas que convierte al héroe bélico en héroe moral.53 Jaime Siles (2016a: 60) señala la doble idea augustea: Edad de oro e Imperio universal; términos que iban unidos, en la Eneida, a la iustitia y la pietas, encarnadas por Roma. En el libro II del Persiles, Cervantes insistirá en la compostura y gravedad de la mujer, reflejando además la educación en la fe católica que recibió Antonio de sus progenitores y en la que enseñó a su hijo, de igual nombre y prolongación de sí mismo. También le insistirá en la necesidad de que abandone sus signos de barbarie y se acoja a las leyes, use un lenguaje discreto y no se tome la justicia por su mano. La obra ofrece todo un arte de cómo educar, reprehendiendo sin castigos y delimitando poderes (Cervantes 2002: 336-54).

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ermitaños Renato y Eusebia (407 y ss.), donde sin embargo se muestra que el vicio de la mentira y el de la envidia también se daban en Francia. Por otro lado, la crítica ha insistido en el significado que propicia el cambio de vestimenta en los peregrinos, al tomar hábito de tales cuando salen de Lis-boa camino de Badajoz, uniendo modos y modas54.

El utópico remanso del palacio del rey Policarpo ya había mostrado sin embargo la desarmonía que presentan los celos y el vicio en los paraísos ideales55. No es casual, por ello, que Cervantes anticipara allí un tema que reaparece en el mencionado episodio de Soldino, al suscitar la cuestión del retiro de Carlos V a Yuste en 1557. Ello equivalía a plantear, desde el punto de vista político, la bondad de un Beatus ille que sonaba bien cuando un rústico se acogía a la soledad del campo, pero que resultaba admirable, por extraño, en el caso de un emperador56.

El Persiles, coetáneo en buena parte de las Soledades, nos muestra una cara más práctica, moral, religiosa y política que la de la peregrinación errante de Góngora. Y es, en ese contexto, cuando la alusión a Carlos V ofrece, en el centro de la obra, una de las marcas temporales de la misma (1557-1558), recordando la figura de un monarca que había representado el mismo ideal político, religioso y universal que discurría por el resto de las páginas del Persiles. Así ocurre cuando se dice que Arnaldo, entre otras noticias, “Dio nuevas de la gloriosa muerte de Carlos, rey de España y emperador romano, terror de los enemigos de la Iglesia y asombro de los secuaces de Mahoma”57.

54 Más adelante se aludirá a la vestimenta de los actores en las fiestas reales (Cervantes 2002: 445), como señal distintiva propia que se extenderá a otras en la obra.55 En el reino de Policarpo, paradigma de la cortesía, surgirá la voz de Mauricio como afir-mación católica en tierras de Hibernia contra los protestantes: “Soy cristiano católico, y no de aquellos que andan mendigando la fee verdadera entre opiniones” (Cervantes 2002: 213). Romero, quien comparte con Scaramuzza el carácter utópico de la isla, señala que Cervantes no suele manifestarse así, pero ello resulta coherente con la afirmación católica que la obra presupone y que, en este caso, se reafirma personalmente, como ocurre, a otros efectos, en el caso de Rafala, cristiana nueva, en el libro III.56 Cervantes 2002: 413. Todo ello a través de las palabras de Mauricio a Rutilio: “Si yo viera a un Aníbal cartaginés encerrado en una ermita, como vi a un Carlos V cerrado en un mo-nasterio, suspenderíame y admirárame”. El episodio en cuestión merecería leerse como un correctivo moral a las Soledades.57 Cervantes 2002: 422-23. El resto de sus noticias se refería a los dos problemas religiosos fundamentales en la obra: la lucha contra la herejía y el problema de los moriscos. Al margen

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Al ligar tales empresas con las del imperio de Roma y anticipando cuan-to se refiere a la expulsión de los moriscos en el libro III, Cervantes se adelantaba también al significativo periplo de unos peregrinos, que, tras pasar por el centro del mundo, representado por España y, en ella, por Toledo, caminarían hacia la caput mundi encarnada por Roma (422-23)58.

Como ocurriría años después con El gran teatro del mundo caldero-niano, religión y monarquía se dan continuamente la mano en esta obra cervantina que presenta en Lisboa a un arzobispo regente y en Cáceres a un gobernador que es caballero de Santiago59. La capital portuguesa será así la suma perfecta de educación, cultura y religiosidad, ampliada por la belleza y bizarría de sus gentes. Pero Cervantes la destacará sobre todo como la ciudad mayor de Europa y aquella en la que “se descargan las riquezas del Oriente, y desde ella se reparten por el universo” (432-33)60. La alusión ultramarina no necesitaba mayores precisiones a la altura tem-poral del Persiles, al igual que la susodicha referencia posterior del polaco a las Indias Orientales, unida a la que se relaciona con la partida de doña Guiomar de Sosa. No falta sin embargo una alusión a las Indias Occiden-

cabe anotar cómo corrían las noticias de boca en boca, en un mundo que hoy llamaríamos pre-globalizado, sobre los problemas de Dinamarca, las guerras de Transilvania o los mo-vimientos del turco (infra). Como dice Isabel Lozano Renieblas 2014: 18 y ss., hay muchas opiniones sobre las fechas de la acción, pero la disparidad de tiempos y espacios (194) no supone ninguna quiebra novelística, pues la ficción crea un ámbito temporal que remite al reinado de Carlos V, extendido también al de Felipe II y Felipe III, familiar a los lectores.58 Cervantes alabó en el Viaje del Parnaso a numerosos escritores toledanos, pero además fue amigo de Gálvez de Montalvo, quien situó allí El pastor de Fílida (1582), salvándolo en el escrutinio del Quijote. Este vivió en Roma y en Palermo, y participó en 1568 en la Guerra de Granada, además de haber traducido la Jerusalén conquistada de Tasso, mencionada en el Persiles. Cfr. Marín Cepeda 2016.59 Cervantes 2002: 467. En esa misma página se alude a los cuadrilleros de la Santa Herman-dad, que, como anota Romero, Cervantes atacó en Don Quijote I, 45, pero que aquí salvan a los peregrinos de que les roben los sátrapas de la pluma al ser acusados de la muerte de don Diego de Parraces.60 Todo ello en lazo unitivo con el resto de la península Ibérica, como muestran los siguientes capítulos. Y no es extraño, por ello, que, cuando los peregrinos lleguen a San Gian, haya un castellano en el castillo. El encuentro de los peregrinos con los habitantes de Lisboa supon-drá un contraste de maneras y modos de vestir antitético (Cervantes 2002: 441) en el que se contrastan las pieles y las flechas con las casacas y los calzones aterciopelados, aunque mostrando, a la vista de Auristela, que la gala también existía en el septentrión.

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tales, ya recreadas, como en el episodio de Pizarro y Orellana cuando el conde alude a la riqueza de Potosí antes de casarse in extremis con Cons-tanza (521)61.

En la dispositio del Persiles creemos capital la situación de Toledo, “gloria de España y luz de sus ciudades” (505), situada en el centro de una penínsu-la que la obra considera a su vez centro y alma del mundo62. Toledo remite además a un pasado histórico en el que se concentran las reliquias guarda-das de los valientes godos a través de los siglos, “para volver a resucitar su muerta gloria y a ser claro espejo y depósito de católicas ceremonias” (505). Téngase en cuenta además que El Bestiario de don Juan de Austria (Burgos, Siloé 1570), atribuido a Martín de Villaverde y escrito para lectura moral del propio don Juan, llevaba, entre otras ilustraciones de Toledo, las que aludían a su edificación por los godos y a Carlos V, añadidas al ensalzamien-to de la conquista de Granada.

Cervantes le dedica una laus urbis, que, a los símbolos religiosos, estraté-gicos y culturales plasmados en Lisboa, añade, en esta ocasión, los propios de la historia de España, junto a la referencia al latín y al nombre del “jamás alabado como se debe” (504) Garcilaso, convertido ya en el primer clásico de la lengua española y figura señera de la época del Emperador, al que sir-vió hasta la muerte. Y aunque los peregrinos pasen de largo por la ciudad de Toledo, lo cierto es que esta ocupa un lugar estratégico en la obra, como encarnación histórica y universal de una representación bicéfala de poder y religiosidad que tendrá su culminación en Roma.

No olvidemos, por otro lado, que Cervantes vivió en Toledo entre 1604-1610, donde también había residido Lope entre 1589 y 1590. Como ha

61 Su enterramiento se une a otros anteriores igualmente cristianos. Si Roma es la cabeza y España el corazón del mundo, Portugal parece tener los pies para viajar hacia el resto del mismo.62 Pedro de Nobilius grabó en Roma, 1585, la vista de Toledo de Ambrosio Brambilla. En la parte superior está el escudo de armas de la monarquía española, incluyendo Portugal, incorporado en 1580. Fue posiblemente un encargo de Enrique de Guzmán, embajador de Felipe II en Roma. La catedral sobresale en la parte superior como símbolo cristiano. El polaco Jacobo Sobieski describió en 1611 sus monasterios, iglesias y demás signos de cris-tiandad. Cfr. Hugo (2016: 208). Tirso de Molina, para quien Toledo era símbolo de “diez Romas cifradas en conventos y en iglesias” en El Burlador de Sevilla, la consideró “Empe-ratriz de Europa y Roma” en sus Cigarrales. Cfr. por extenso Pedraza, González, Ceo 2003, con amplia bibliografía.

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indicado Abraham Madroñal (2012: 300 y ss.), fueron numerosos los es-critores toledanos que salieron en defensa de este último y arremetieron contra el autor del Quijote, a quien sin embargo tantas alabanzas debe la ciudad como sus poetas63. Lope la ensalzó en numerosas ocasiones, como la de la justa poética de 1605, donde se adelantaría a los elogios del Persiles, considerándola ciudad noble e imperial, corte de los reyes godos y cabeza de España. Pero sobre todo la situó, al igual que luego Cervantes, como asiento anímico, según las ideas cardiomórficas de su tiempo:

Que como el corazón es en el cuerpoel centro y el principio de la vida,así es Toledo, corazón de España64.(Madroñal 2012: 320)

Si, según Periandro, “la tierra es centro del cielo” (548), el Persiles confi-guraba una serie de círculos concéntricos que harían aún más plausible la ubicación de la ciudad toledana en el corazón de España y del mundo, y el avance posterior hacia su cabeza en Roma.

Pero además de esas y otras concomitancias lopescas, el Persiles no dejó de ser un anti-Peregrino en su patria, que le enmendaba la plana a Lope incluso en la localización geográfica. Pues si la obra de este empezaba y terminaba en Toledo, Cervantes la convirtió en lugar de paso a lo largo de una peregri-nación más amplia y universal que la lopesca (Egido 2005).

La ciudad del Tajo retrotraía a todo un mundo humanístico, presente en la obra que Lucio Marineo Sículo dedicó al emperador Carlos V: De las cosas memorables de la España (1539)65. También Baltasar de Castiglione, en los preliminares, alabó el intento del autor al dar a conocer Toledo “por la redondeza del universo mundo, junto a sus glorias épicas y sus letras”,

63 La enemistad entre ambos alcanzó numerosos ecos literarios así como la propia ciudad de Toledo, ensalzada por unos (Lope) y vituperada por otros (Góngora).64 Las alabanzas a Garcilaso también aparecen en esa y otras obras de Lope, habida cuenta de los tópicos que rodearon la ciudad durante siglos. Y cfr. nuestro trabajo (1994).65 La obra lleva cartas cruzadas entre Baltasar de Castiglione y Marineo, cronista del em-perador, en las que late su mutua admiración por una España rica en caballeros, santos y mártires.

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ubicándolo, al igual que Marineo, en la mitad de España (fol. xiii)66. Ello equivalía a situarla en el centro del mundo, tal y como la percibieron los hu-manistas en la época del Emperador67. Cervantes sabía además de la estre-cha relación de Toledo con Lepanto, cuya victoria se celebró ampliamente en sus iglesias. No en vano se guardaba en su catedral primada uno de los tres pendones que se levantaron en aquella ocasión, como ya vimos68.

Por otra parte, quizás no esté de más recordar que en 1604 y 1606 se pu-blicaron los dos volúmenes de la Historia de la vida y hechos del emperador Carlos V Máximo fortíssimo Rey Católico de las Españas y de las Indias, Islas y Tierra firme del mar Océano, por el cronista de Felipe III Prudencio de Sandoval. Se trataba de una nostálgica presentación de una época gloriosa, y que tuvo varias reimpresiones, incluida la dedicada a Carlos II en 1675. La obra mostraba claros indicios de un mesianismo regresivo centrado en la figura del emperador Carlo que también creo atañe al Persiles, como pro-puesta de modelo imitable para Felipe III.

En el camino hacia Roma, Cervantes no olvidó sin embargo el problema morisco y la lucha en el Mediterráneo contra el imperio otomano en el referido episodio valenciano69. En el otro extremo de Lisboa, lugar de paso

66 Marineo destaca a Toledo sobre otras ciudades, aludiendo a la riqueza de sus templos, basándose en profusión de fuentes, desde Juvenal. Es curioso que, tras su descripción de Lis-boa y de Portugal, pase a Extremadura, donde estaba el monasterio de Guadalupe. La obra se detiene profusamente, en el libro IV, en torno a las cuestiones lingüísticas de la península. Téngase en cuenta la tradicional adscripción a Toledo del mejor castellano, a despecho de otras teorías, como las de López de Villalobos. Cfr. González Ollé 1987. Un mapa de Toledo, obra de J. F. Leonardo, Toletum Hispanici Orbis Urbs (Madrid, 1681), publicado por orden del arzobispo Luis Martínez Fernández de Portocarrero, mostraba curiosamente la ciudad de Orán en Argelia, conquistada en 1509 por el cardenal Cisneros, que la incorporó a la jurisdicción de Toledo. Cfr. Líter Mayayo et al. 2005.67 Cfr. Pellús Pérez 2005, cap. V: 216-17 y 251 y ss., donde plantea la visión de España en medio del mundo. Sobre el cardiomorfismo político, cfr. Egido 2014.68 Dicho pendón (circa 1571) lleva, a los pies del crucifijo, el escudo de Pio VI, el de España y el de Venecia, rodeados por una cadena dorada de la que pende el escudo de armas de don Juan de Austria. Cfr. Vázquez Bravo 2016: 300 y 240, para la escritura del Cabildo de Toledo en el Archivo de Simancas, donde se habla de las fiestas que generó la batalla de Lepanto, con procesión de los párrocos de la ciudad y exposición de banderas y trofeos, incluidas las tres que todavía posee, donadas por Felipe II. La catedral celebró también la batalla de las navas de Tolosa, la toma de Orán y la conversión de los moros de Granada.69 Cervantes construirá sobre Valencia una elogiosa laus urbis, a la que consideró “hermosa y rica sobre todas las ciudades, no sólo de España, sino de toda Europa” (Cervantes 2002: 555)

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a las Indias, las referencias a Valencia abrieron el Persiles a un convulso mar Mediterráneo, que se ampliaría luego, en las playas de Barcelona al hilo de la historia de Ambrosia Agustina, donde aparecen Génova, Malta y las batallas contra el turco.

El cuadro europeo mayor del Persiles irá así dibujando por dentro, siquiera nominalmente o en bosquejo, otros muchos lugares y territorios del ancho mundo, incluido el ya mencionado de Argel en el episodio de los cautivos, ciudad con tintes más oscuros que el de la grisalla, pues Cervantes la confir-ma como “gomia y tarasca de todas las riberas del mar Mediterráneo, puerto universal de cosarios y amparo y refugio de ladrones” (538-39)70. Los ataques a los turcos, en esa ocasión, van unidos a la muestra de palabras extranjeras (las turcas rospeni, menahora, denimaniyoc) en un mismo haz de crueldad y barbarie, que también se enlaza con una alusión a los judíos (530)71.

Aunque los estudiantes falsarios, que se hacían pasar por cautivos, hablen de oídas, todo su discurso se corresponde con un imaginario colectivo que incluso refrenda el alcalde, quien primero los desenmascara y luego los per-dona (535-38). A fin de cuentas su falso relato suscribe la bondad de unos jóvenes que trataban de ganar dinero para ir “a esas Italias y a esos Flandes” para matar a los enemigos de la santa fe católica72.

y alabando su lengua. A efectos de simetría compositiva, no deja de ser curiosa la similitud entre la dulzura de la lengua portuguesa y la valenciana, teniendo en el centro a Toledo, símbolo de la castellana y corazón del mundo.70 La referencia al puerto universal de Argel frente al de Lisboa no parece gratuita, como antítesis de dos imperios en liza. El relato no obstante sale por boca del cautivo falsario, y pintado en un lienzo que remite además a un falso pero verosímil periplo en el que aparecen Génova, Málaga y Tetuán, aparte de otras alusiones a los viajes a las islas transoceánicas.71 Refiriéndose a los turcos, añadirá: “Llamánlos de judíos, hombres de poco valor, de fee ne-gra y de pensamientos viles, y, para mayor horror y espanto, con los brazos muertos azotan los cuerpos de los vivos” (531). Más adelante, en el episodio de los moriscos valencianos, los llamará “ladrones pacíficos y deshonestos públicos” (551), enfrentándolos a la bondad de la nueva cristiana Rafala y del jadraque.72 La frase (Cervantes 2002: 534) no deja de ser significativa de un ideal religioso que, a otros efectos, había mostrado Teresa de Jesús junto a su hermano al principio del Libro de la vida. El alcalde dirá finalmente que los estudiantes no merecían castigo tras haber escuchado su ruego: “dejen a los míseros que van su camino derecho a servir a Su Majestad con la fuerza de sus brazos y la agudeza de sus ingenios” (537). Como se ve, la recta vía religiosa hacia Roma tiene su correlato político en la que lleva, al servicio de la Monarquía, hacia Flandes, como dos caminos que se superponen. El del ingenio y la fuerza de los soldados propiciarían

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Cervantes no deja prácticamente nada fuera respecto a los problemas de su tiempo, planteándolos de una forma compleja y no exenta de paradojas, como ocurre con la cuestión de los moriscos. En el episodio valenciano de la cristiana Rafala, la cruz de piedra derribada se contrastará con la cruz de caña que ella lleva en sus manos, mientras se afirma como “¡Cristiana y libre, y libre por la gracia y misericordia de Dios!” (552). Y no deja de sorprender que se ponga en boca del jadraque la decisión implacable del rey invencible, para que deje “a España tersa, limpia y desembarazada desta mi mala casta, que tanto la asombra y menoscaba” (553). El Persiles entrelazará además los intereses económicos y políticos con los religiosos al presentar un relicario del Santísimo Sacramento junto a piedras y escopetas defensivas, mientras los moriscos, que huyen con sus alhajas, son recibidos alegremente en el mar por los turcos al son de las dulzainas.

En dicho episodio, el jadraque retratará crudamente algunas evidencias históricas, como la de que no se permitía a los moriscos pertenecer a órde-nes religiosas, marchar a las Indias o quintar para ir a la guerra, limitando su existencia a una peligrosa procreación multiplicadora. Y, recordando la profecía de su abuelo, rogará al rey invencible: “¡…deja la taza de tu reino resplandeciente como el sol y hermosa como el cielo!” (554). Toda una lim-pieza simbólica, que implicaba eliminar zarzas y malezas para posibilitar “el crecimiento de la fertilidad y la abundancia cristiana” (553).

El paso por la península ibérica irradiará en el Persiles constelaciones na-rrativas que se proyectan por el ancho mundo. Pues, al margen de la referen-cia a Roma y a la celebración del Año Santo, razón por la que “el Sumo Pon-tífice ha abierto las arcas del tesoro de la Iglesia” (520), Cervantes da, por boca del polaco Banedre, toda una lección de geografía universal, que llega a los antípodas “sobre cuyas cabezas los que andamos arriba traemos puestos los pies” (541)73. El Persiles va tejiendo toda una red topográfica llena de

la paz y la grandeza de la república.73 Carlos Romero (Cervantes: 2002) emplaza a la Historia natural y moral de las Indias del padre Acosta, que habla de dichos antípodas, pero también cabe recordar los mencionados viajes a Australia y otros lugares del mundo. Para las representaciones de España en los tratados náuticos y de la esfera, cfr. López Piñero 1987: 24 y ss. y 66 y ss., y López Piñero 1986: 103-5, donde se da cuenta del “Mapa universal” de Jerónimo Girava (1550), inspirado en otro anterior de Gaspar Vopell (1545), con España en el centro, por encima del trópico de Cáncer. El septentrión cervantino ya aparecía en el Mapamundi de Diego Ribero (Sevilla,

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símbolos que se entrelazan con los pasos de los peregrinos y vagamundos de la obra. Pasos prudentes, los de los primeros, que distan sin embargo de la peregrinación errante de las Soledades de Góngora, todo belleza poética, pero sin meta prudente alguna que la sostenga (Egido 2011).

En la progresión del peregrinaje cervantino hay constantes retrocesos na-rrativos, como ocurre con la presencia del susodicho español Soldino; un ermitaño peculiar, rodeado de gentes católicas y santas, que, plantea nueva-mente el refugio alcanzado en la soledad y el estudio después de la batalla (601-3). Y es en ese retiro, parejo al ya mencionado de Carlos V en Yuste, donde aparece la alusión a don Juan, “un valeroso mancebo de la casa de Austria” (602), que ya había marcado la ligazón con el propio Cervantes en el triunfo de los Habsburgo sobre las medias lunas turcas en Lepanto.

El tranquilo paso de los peregrinos por Francia, cruzando por Lengua-doc y Provenza, donde “ni varón ni mujer deja de aprender la lengua caste-llana” (567), mostrará a su vez la utopía que cerraba la herida de un largo antagonismo con España. Esta aparece no sólo con el largo tentáculo de su lengua, extendida de una u otra manera desde el septentrión a Roma, sino con la aparición constante de españoles de toda condición en el mapa del Persiles, como ocurre con los pícaros Bartolomé el Manchego y Luisa la Talaverana.

La perspectiva de un dominio político español de símbolo aquilíneo se extiende hasta Luca, “ciudad pequeña, pero hermosa y libre, que, debajo de las alas del Imperio y de España se descuella y mira esenta a las ciudades de los príncipes que la desean” (610). Ella ofrecerá además lazos culturales con Salamanca a través de la bella historia amorosa de Isabela Castrucho y Andrea Marulo. Todo ello cerca ya de la presencia en Milán de la Academia de los Entronados, institución que configuraba uno de los símbolos más representativos, junto a la Universidad salmantina, del hermanamiento cul-tural entre España e Italia74. A través de ello, el Persiles se ofrece como un

1529). Cfr. Piñero 1986: 203, sobre el Islario general de todas las islas del mundo, de Andrés García de Céspedes, con noventa y siete mapas de islas, obra realizada en realidad por Alonso de Santa Cruz.74 Téngase en cuenta que la Castrucha había nacido en España de padres italianos proceden-tes de Capua, y que Cervantes había ofrecido ya, con Rutilio, la presencia de italianos por el mapa europeo. En el episodio de Luca, dirá que en ella eran bien recibidos los españoles (610).

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mapa europeo en constante movimiento y con estrechos lazos lingüísticos, religiosos y culturales entre los pueblos.

Sin ahondar en el complejo libro IV del Persiles y cuanto en él representa la culminación de los anhelos perseguidos por sus protagonistas, desearía destacar cómo, en la bella y famosa Roma, Cervantes traza un claro paralelo con la imperial Toledo al aludir de nuevo a la sangre de los mártires. Pero la religiosidad de ambas ciudades, o la de otros lugares sacros ya recorridos, se eleva lógicamente en el caso de Roma, “reliquia universal del suelo” (645) y modelo de la ciudad de Dios. Cervantes cierra así el círculo de la conni-vencia supuesta entre la política universitas christiana imperial y el poder de Roma como caput mundi75.

El Papa aparece en ella como visorrey de Dios y representante de una Iglesia cuyos misterios de la fe abarcan desde la creación al juicio final (656-58), lo que unifica, en una misma dirección temporal y geográfica, las edades del hombre con las del mundo. En Roma, los templos, basílicas y estaciones encarnan, artística y arquitectónicamente, la historia de la hu-manidad y la de la Iglesia triunfante76. En ese sentido, la cruz de Periandro será signo y símbolo del poder de la riqueza y de la religión, representa-dos en la compleja simbiosis de la pax christiana. Además los extranjeros Periandro y Auristela podían sentirse en dicha ciudad como en su casa, al ser católicos nacidos en tierra de herejes. Por otro lado, el aludido centro político, representado por España, tendría en Roma un correlato religioso encarnado por el papa, que también se extendía a lo personal y anímico. Así lo expresó Periandro, al decir que el alma no puede “parar sino en Dios, como en su centro”77.

75 Periandro la describe como cabeza del mundo llena de maravillas. Y cfr. las notas de Ro-mero (Cervantes 2002: 725, 734), donde se refiere al jubileo del Año Santo o peregrinación universal de la obra. Ello casa perfectamente con la referida idea de la universitas christiana propiciada por el emperador y continuada a su modo por Felipe II y Felipe III, que creemos fundamental en el Persiles.76 Carlos Romero destaca la importancia de la Iglesia de San Pablo Extramuros donde Per-siles entierra a su hermano (Cervantes 2002: 757-58), avalando el paulinismo de la obra.77 Romero remite en nota al De anima III, 4 de Aristóteles, también presente en el romance de Altisidora en Don Quijote II, 46, sin olvidar las resonancias sanjuanistas “de mi alma en el más profundo centro”, que, a nuestro juicio, debe entenderse, como decimos, en términos cardiomórficos.

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Pero, al igual que en el resto del mapa cervantino, una Roma janual ofrece-rá las dos caras del bivio heraclida, a tenor del camino elegido por quienes llegaban o vivían en ella. El bien y el mal conviven allí juntos, siguiendo una larga tradición dual que remitía a Torres Naharro, Francisco Delicado, Mateo Alemán o al menos conocido Pedro Manuel de Urrea (2008). Pero el paraíso celeste de la Nueva Jerusalén romana, como el de cualquier Arcadia, no se desprendió una vez más del clásico latet anguis in herba, ofreciendo las dos caras del bien y del mal en las acciones de los protagonistas que por ella pasan. El doble final de la obra, representado por las bodas de Persiles y Sigismunda o de Arnaldo y Eusebia, entre otros, contrastará con el des-graciado final de Luisa y de Bartolomé el Manchego, o con el trágico del ahorcado Pirro.

A su vez, la guerra de los sonetos a Roma, entre alabanza y vituperio, for-mará parte de esa doble vía antitética que la vida de los hombres y la propia ciudad santa representan en el Persiles (pp. 644-66). Como decía Torres Naharro en su Propalladia, Roma no sólo era “cabeça del mundo”, sino “ca-beça de inmundicia”78. Cervantes, que seguirá, en su ambientación romana, el poliglotismo de Torres, propio de una Iglesia católica universal desde su étimo, atenuará sin embargo la sátira de este y otros autores como Aretino79.

El sosiego alcanzado por Persiles y Sigismunda tras besar los pies del Pon-tífice, encarnación de la Iglesia, no dejaba de plasmar un sueño político y

78 Cfr. Torres Naharro 1943, I: 162, y cuanto sigue, convertida Roma en “cueva de pecadores”. Allí ambientó también, como se sabe, su Soldadesca (II, 139-186), donde aparece el pecador Guzmán, anticipo de Guzmán de Alfarache y de otros personajes satirizados por Alemán, como el cardenal y el clérigo, que siguieron el fácil camino de la ancha vía (I, 177). En ella hizo Torres Naharro alusiones al Emperador y a sus luchas con el papado. La Tinellaria (II, 189 y ss.), de ambientación romana, ofrece un tejido internacional de personajes y lenguas con un fondo celestinesco lleno de vicios, en el que no falta Lucrecia, una dama del trato, y Barrabás; curiosos precursores de Hipólita y Pirro en el Persiles. Sobre la huella posterior (IV, 69 y ss. y 509 y ss.).79 Torres Naharro (1943, IV: 509 y ss.). Gillet recuerda los antecedentes de Plauto y Terencio, junto a los de la Cortegiana de Aretino y otros como Castillejo, que dejaron su huella en el Persiles y en la comedia de Sá de Miranda Os Vilhanpandos. Téngase en cuenta el tratado de Baltasar del Río (1504) donde retrata los vicios de las cortesanas. Sobre ello, cfr. el estudio de Hernando Sánchez, “Un tratado español sobre la corte de Roma en 1504: Baltasar del Río y la sátira anticortesana” (en Hernando Sánchez 2007: 189-237). Del Río estuvo vinculado a la cruzada contra el imperio turco.

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religioso largamente gestado, que reclamaba el agustiniano “requiescat in te Domini”, cifra del Persiles. Pero también era expresión de un deseo que se trasladaba al conjunto de la Humanidad y a los avatares sufridos por los protagonistas de la obra. Esta presentaba, según creemos, un mesianismo re-gresivo encarnado en la figura de Carlos V, y prolongado en la de sus descen-dientes, que debían tenerlo como modelo de conciliación y paz universales80. Semejante perspectiva debe enlazarse con la época de los Reyes Católicos, donde, como han demostrado Teresa Jiménez Calvente y Ángel Gómez Mo-reno, se ofrecieron las circunstancias favorables para la translatio imperii, el mesianismo y los anhelos irenistas que rememoraron la Pax Augusta81.

Cervantes trató los temas palpitantes de la política y de la religión de su tiempo more novelístico, creando un complejo y cambiante prisma que también atañía al sentido de la cultura, adelantándose, en este y otros senti-dos, al Criticón de Baltasar Gracián82. Desde esa perspectiva, cabría resaltar la unión representada en el Museo de lo porvenir, propiedad del clérigo de la Cámara, por la épica española y la italiana. Toda una profecía ex evento que ligaba el triunfo de la Jerusalén Libertada de Torquato Tasso con el Poema heroico de la invención de la Cruz de Francisco López de Zarate, “cuya voz había de llenar las cuatro partes de la tierra” (p. 664)83. La poesía

80 Gracián seguirá esa misma senda, pero proponiendo a Felipe IV la figura modélica de Fernando el Católico en El Político don Fernando el Católico (cfr. nuestra introducción en Gracián 2010) y en El Criticón. El jesuita también refrendó la labor salutífera de dicho rey y de Felipe II con la expulsión de los moriscos y la lucha contra los herejes. Aparte de las alusiones a Felipe II, Felipe III y don Juan de Austria, Cervantes se refiere en el Persiles a los “prados de Madama” en Roma; unos jardines que pertenecían, como indica Romero, a Margarita de Austria, duquesa de Parma e hija natural de Carlos V. Casada primero con Alejandro de Médicis y luego con Octavio Farnesio, es un indicio más de los estrechos lazos que Cervantes traza entre España e Italia.81 Gómez Moreno, Jiménez Calvente 2016: 333. Esos presupuestos de la época de Isabel y Fernando fueron sin duda el germen de cuanto venimos analizando. A ellos se añadieron los éxitos de cruzada, el ecumenismo prolongado en la época del Emperador y la creencia en un monarca que es virrey de Dios en la tierra.82 Sobre dicho planteamiento, cfr. el capítulo dedicado a Lastanosa en Egido (2014a).83 Cervantes considera el poema de Zárate “verdaderamente heroico y religioso” (Cervan-tes 2002: 677), uniendo ambos legados en una misma y doble dirección político-religiosa, refrendada además por la alusión a la cruz de Constantino. Tasso y Zárate encarnaban en buena medida la translatio cultural de Italia a España que subyace en otros momentos del Persiles y en otras obras cervantinas.

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española parecía así continuar e incluso desplazar a la italiana en la senda emprendida por Garcilaso, recordado ya en el libro III del Persiles.

Esa universalidad literaria, que también es política y lingüística en toda la obra, corre parejas con la religiosa y estética al encarnarse en la hermosura de Auristela, dibujada en Roma como una Virgen apocalíptica, hollando el mundo y merecedora de una corona entera (660). Ella aparece no obstante como doble encarnación de Venus y María, recorriendo, desde el septen-trión, los caminos del mundo junto a Periandro, y siguiendo ambos el ejem-plo común de la Vita Christi84.

Pero, a despecho del camino de perfección llevado a cabo por los prota-gonistas principales a través del ejemplar itinerario de la carolina universitas christiana, Cervantes quiso ofrecer en el Persiles una gran obra de entreteni-miento cuajada de historias diversas. Y, entre ellas, la de Hipólita la Ferrare-sa, que, junto al citado Museo de lo porvenir y otras referencias, sintetizaron su visión de la cultura y del arte, siempre puestos al servicio de una ética en la que debían confluir los presupuestos de bondad y belleza.

Hipólita representa todo un alegato contra la acumulación fraudulenta de tesoros artísticos, así como la futilidad de la hermosura, cuando una y otra son producto del engaño, la lisonja y otros vicios mayores como el de la pasión. La buena crianza, el ornato, la riqueza y la pompa, en este caso, no logran encubrir las muchas faltas de una dama cortesana que está en las antípodas de Auristela, como lo estaban los adoradores de ambas. Los enga-ños de Hipólita, paloma duende, y los del milano Pirro transcurren en un palacio lleno de tesoros antiguos y modernos, donde conviven las obras de Parrasio y Apeles junto a las de Rafael y Miguel Ángel, en un ambiente de musical armonía y belleza superior al de los huertos y pensiles clásicos. Allí la cruz de Periandro supondrá un vade retro ante el poder seductor de Hipólita y las artimañas del judío Zabulón y de su mujer, encarnación de la avaricia.

84 Las enseñanzas que recibe Auristela de los misterios de la fe incluyen la muerte de Cristo y “los trabajos de su vida”, desde el pesebre a la cruz. La antítesis, en este caso, la conforman la estabilidad y firmeza de la Iglesia frente a las fuerzas del infierno (Cervantes 2002: 657-58). Cabe tener en cuenta que el cartógrafo Olaus Magnus, cuya Historia de Gentibus Septentrio-nalibus (Roma, 1550) utilizó Cervantes en el Persiles, aunque nacido en Suecia, vivió y murió en Roma (1557), asistiendo al Concilio de Trento. Su obra dejó huella en el Jardín de flores curiosas (1570) de Torquemada, en las Cosmographiae universalis de Sebastian Munster y en el mencionado Theatrum orbis terrarum (1595) de Ortelio.

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A despecho de los posibles paralelismos de la figura de Hipólita con otras cortesanas que la precedieron, ella representa, a nuestro juicio, la denuncia de los jardines y museos conseguidos con medios espurios, lejos del ejercicio de la virtud encarnado por Periandro y Auristela. Sin menoscabo del prece-dente de Hipólita, ligado a la Lucrecia de Torres Naharro, según Gillet, así como de otras muchas cortesanas del lupanar romano, creo que no estará de más vincular a Hipólita la Ferraresa con su homónimo Hipólito de Este y cuanto su familia representó en la ciudad de Ferrara85. Caso aparte es su acompañante Pirro, que también guarda correlación nominal con el artista Pirro Ligorio, diseñador de los parques de Hipólito de Este en Tívoli y que colaboró en la construcción de la basílica de San Pedro y de la Villa delle Meraviglie de Bomarzo86.

La casa-museo de Hipólita es un ejemplo claro de la tradición que, desde Lucrecio, vinculaba los jardines al eros epicúreo, al poder y a la fama87. Los argumentos aportados por Gillet, Carlos José Hernando y Mercedes Alcalá en relación con la cortesana ferraresa Lucrecia, de nombre Imperia, que había aparecido ya en un cuento de Bandello, encuadran a la Hipólita cer-vantina en un marco que recoge la figura culta y sensual de la cortesana vin-culada a los grandes artistas del Renacimiento italiano88. Pero esos y otros precedentes, como el de Baltasar del Río y otras sátiras del Renacimiento,

85 Véanse las ilustrativas páginas de Gillet sobre la viciada Roma de la Tinellaria (Torres Naharro 1943, II: 197 y ss., 223 y ss.; IV: 509 y ss.).86 Téngase en cuenta que, en la mitología griega, Hipólita es la reina amazona, dueña de un cinturón mágico que le regaló su padre Ares, dios de la guerra. La historia de Hércules e Hipólita tiene cierto paralelo con la de Ruperta y Croniano en el Persiles, a salvo del des-enlace. Sobre Pirro Ligorio, cfr. Echadi Ercila 2010 y Coffin 2003; su grabado “Antiquae urbis Romae” (1561) ofrece un completo panorama de la ciudad que tal vez pudo conocer Cervantes. Y cfr. Armisén (1985) donde relaciona el contraste entre maravillas y vestigios caducos de la obra graciana con el episodio de los duques en la segunda parte del Quijote. En el Persiles (516), Cervantes alabó los jardines de Aranjuez, construidos por Carlos V y famosos en todo el mundo.87 Sobre el tema en general y la filosofía de los jardines, Echadi Ercila 2010: 149 y 160ss. Y cfr. el clásico estudio de André Chastel 1982, así como nuestra edición de Pedro Soto de Rojas (1981).88 Cfr. Hernando Sánchez 2007: 189-238 y Alcalá Galán 2016: 1-25. Sobre Lucrecia, cfr. la ed. cit. de Gillet (Torres Naharro 1943, IV: 516) para el precedente de La Lozana y su tradición plautina. Isabel Lozano 1998: 184 y ss., ya señaló la deuda con la prostituta Calasiris en el libro II de las Etiópicas de Helidoro, y otros precedentes romanos de Hipólita.

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creo remiten también a un planteamiento clásico de orden moral que no debe ser desestimado, y que adquiere una nueva dimensión si lo vinculamos a Hipólito de Este89.

Cervantes quiso denunciar en el palacio de Hipólita el mal origen y uso de las riquezas naturales y artísticas que procedían de un origen vergonzoso, en una línea que arrancaba de los célebres Horti Salustiani cantados por Hora-cio90. Salustio ofrecía las dos caras, heroica e inmoral, que se derivaban de sus luchas en África y de su vida adúltera, además de sus famosos jardines, conse-guidos con el dinero robado en Namibia91. La sátira contra esa doble moral, que aparecería años más tarde en El Criticón graciano, tuvo en el Persiles un claro precedente, y más benigno si se quiere, habida cuenta del final de Hipó-lita, a la que Cervantes perdona sin embargo sus malas acciones al ser causadas por la pasión92. No olvidemos además cuanto el museo suponía como micro-cosmía de la cultura y teatro universal de la misma, uniendo los conceptos de universalidad y de variedad que componen, a ese y otros efectos, el Persiles.

89 Hernando Sánchez 2007: 189-237, remite a las Novelle de Matteo Bandello, quien trató de la famosa Imperia, cuya casa visitó asombrado el embajador español don Enrique de Toledo, hermano menor del duque de Alba. Del Río, que vivió en Roma, recreó la laxitud moral y sexual de la ciudad a través de un diálogo entre el español Silvano y Cristino, portavoz de la razón y de la verdad. Su denuncia de los beneficios eclesiásticos y de la degeneración corte-sana va unida, en el capítulo VI del Persiles, a la de las cortesanas deshonestas de Roma, que se escondían so capa de limpieza e ingenio. Hernando recuerda, entre otros precedentes, la traducción de la obra de Ennea Silvio Piccolomini, Tractado de la miseria de los cortesanos (1444), así como las huellas de Plauto y de La Celestina en la obra de Baltasar del Río.90 Horacio cantó, en su Oda II, 2, los jardines de Salustio, por referencia a su rico sobrino Crispo Salustio, conminándole a que abandonara la ambición de riquezas y procurara un uso mesurado de las mismas. Sobre ello, en el jesuita, cfr. nuestro estudio “Gracián y Lasta-nosa: universalidad compartida y paradojas morales” (Egido 2014a: 291-363); así como el capítulo “Los jardines de Gracián”, donde nos referimos a la tradición satírica y censoria en torno a los huertos salustianos.91 El Pseudo Cicerón, Invectivas in Sallusti, denunció el origen de las riquezas de Salustio, patentes en su palacio y en sus jardines, construidos gracias a las extorsiones y a su inmoral proceder en África. Sus tesoros fueron descritos por Plinio y Aulio Gelio. Sobre ello, cfr. Egido 2014a: 345 y ss., con referencia a los peligros subyacentes al studiolo y al jardín para-disiaco.92 Cfr Egido 2014a: 321-24, donde nos referimos a la amonestación graciana contra la doble moral y a las Cartas a Lucilio de Séneca, tan leídas e imitadas en el siglo XVII, donde la con-denó en su vertiente ética y política. El Bellum Catilinae de Sallustio (valiente y corrupto a un tiempo), escrito en sus Horti, fue muy leído en los colegios de los jesuitas.

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Quizás no esté por ello de más recordar la figura de Hipólito de Este (Ferrara, 1482-1520), cardenal siendo aún niño y famoso seductor, así como la estrecha vinculación que tuvieron, tanto él como su familia, con el Papa. En el castillo de su ciudad natal albergó una extraordinaria y famo-sa colección de pinturas y obras artísticas, donde, como en el museo de la Hipólita cervantina, no faltaban las de Tiziano93. Los Este se codearon con los mayores músicos y escritores del Renacimiento, desde Petrarca a Ariosto y Tasso, cuya Jerusalén liberada vimos que nombraba Cervantes en el Mu-seo de lo porvenir. Y no es asunto menor que el Orlando furioso de Ariosto fuera, como es bien sabido, un homenaje a la familia de los Este en el perso-naje de Ruggero94. Entre las leyendas familiares, constaba además la trágica historia de celos entre el cardenal Hipólito y su hermano Julio, enamorados de Angela Borgia, prima de la duquesa Lucrezia95.

Pero al margen de la posible relación con personajes históricos, tanto del monseñor clérigo de la Cámara como de Hipólita, cabe destacar la de-tención con la que Cervantes se ocupa de dar sentido moral a la cultura, incluida la topiaria de jardines y pensiles. Sobre todo en un episodio donde brilla el interés por una acción amorosa en la que sale triunfante la virtud de Periandro sobre la seducción de la dama cortesana. El elogio de las obras ya mencionadas de Tasso y Zárate, cargadas de religiosidad y en ese contexto, no deja además de insertarse en el género mismo del Persiles, nueva épica en prosa, escrita al costado de la novela griega y que Cervantes quiso renovar en el fondo y en la forma.

No olvidemos además que, como ha señalado Alessandro Serio, la con-

93 Sobre el legado familiar de los duques de Este, cfr. Chiappini 2001 y Raimondi 2004. La fa-milia se trasladó de Ferrara a Módena en 1598, pasando a la Santa Sede su legado ferrarés. El cardenal Aldobrandini, sobrino de Clemente VIII, se apropió de numerosas obras de Bellini, Tiziano y otros. El Greco estuvo en Ferrara antes de su establecimiento en Toledo en 1577.94 Cfr. Jossa 1974.95 El castillo de Ferrara contaba con un pensil, obra de Girolamo de Carpi, construido en la segunda mitad del siglo XVI, aparte de capillas, camerinos y salas como la de las “Delizie”. Sus riquezas fueron cantadas por numerosos poetas, que partían del tópico del jardín para-disiaco. El desdoblamiento cervantino del tema museístico entre la casa de Hipólita y la del cardenal, que albergaba el Museo de lo porvenir, no deja de remitir a la condición enamora-diza y eclesial de Hipólito de Este, arzobispo de Estigia desde los cinco años, cardenal a los doce y de nuevo arzobispo de Milán, Capua y Ferrara. Y cfr. Venturi 1995 donde se recoge la tradición secular de los jardines, tanto reales como literarios, hasta el de Giorgio Bassani.

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cepción italiana de España iba unida, en la época de Felipe II, a la idea de un imperio y a la tradición de la pax universalis clásica o pax hispanica96. El episodio romano del Persiles debe imbricarse además en el contexto históri-co de una ciudad papal en la que Felipe II mantuvo permanentes contactos para incorporar reliquias, libros y obras de arte al Monasterio del Escorial97.

La obra cervantina tenía no poco de noticiera para los lectores de la épo-ca, que estaban al tanto de las relaciones de sucesos sobre España. Estos, como señaló Ettinghausen (2015), despertaban un gran interés en toda Eu-ropa. Sobre todo en lo referido a las luchas entre católicos y protestantes o a los problemas con los infieles y con los judíos98. En un mundo no tan distante de la globalización actual como pensamos, los europeos coincidían con los españoles en su afán por conocer noticias sobre el peligro turco, los viajes ultramarinos a lejanas tierras o las guerras en la época del emperador Carlos y de sus sucesores99. El Persiles se nos ofrece así como una obra de plena actualidad y en un contexto europeo donde la liza entre protestantes y católicos, la expulsión de los moriscos o el triunfo del cristianismo frente a los turcos formaban parte de un interés colectivo cargado de religiosidad100. Pensemos además que, a principios del siglo XVII, se radicalizó el enfrenta-miento entre católicos, luteranos y calvinistas101.

96 Cfr. Alessandro Serio, “Nationes hispanas y facción española en Roma durante la primera Edad Moderna” (en Hernando Sánchez 2007, I: 241-48) y Manuel Vaquero Piñero, “Los españoles en Roma y el Saco de Roma en 1527”, (en Hernando Sánchez 2007, I: 249-66).97 Véanse también, en Hernándo Sánchez 2007, II los trabajos de Miguel Gotor, Maximiliano Berrio, Roa Vázquez y Alicia Camón, utilísimos para la ubicación romana del Persiles.98 Sobre las noticias en torno al problema de la herejía protestante, los infieles y los judíos a lo largo del siglo XVI, cfr. Ettinghausen 2015: 119 y ss. y el cap. IV.99 Ettinghausen 2015 trata de las relaciones sobre los descubrimientos y conquistas desde Colón (83 y ss.) y de otras (92 y ss.) publicadas en España acerca de las guerras europeas, el saco de Roma o las luchas contra los ingleses. Para sucesos relacionados con los moriscos y la piratería, cfr.109 y ss.100 Ettinghausen 2015: 125 y ss., 138, 141 y ss. Los mártires en tierras de moros y las canoni-zaciones, la conversión de infieles, el triunfo de la Europa católica sobre la protestante o el descrédito de Roma se unían a numerosos pliegos antisemitas en una Europa que tenía a los judíos como conspiradores (141 y ss.). Una mirada a los contenidos del catálogo Relaciones de sucesos I: Años 1477-1619, (Agulló y Cobo 1966), muestra palmariamente hasta qué pun-to los afanes noticieros de los españoles de la época de Cervantes coincidían con los que se desprenden del Persiles, y que merecerían atención detenida al respecto.101 Sobre ello, Martínez Millán, Carlos Morales 2011: VII. Sus autores se oponen (153 y ss.,

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El ideal amoroso del Persiles culminaba en Roma, donde triunfaban los bue-nos, como Periandro y Auristela, que no se dejaron llevar por las pasiones, o que las encauzaban, caso de Félix Flora y Antonio o de Ruperta y Croriano. Pero, en lo político y religioso, Cervantes mostró, frente a la desarmonía de los dos primeros libros, un mundo debidamente ordenado por las leyes y la religión en los dos últimos, que tenía a España como centro y corazón, y a Roma como cabeza.

Junto al universalismo encarnado en los ideales de Carlos V, entendido como modelo a restaurar, el Persiles ofrece un mundo en continuo movi-miento, lleno de seres diversos e historias que se entrecruzan, acosado por la barbarie, la herejía, las guerras de religión y las pasiones del alma, que “fati-gan hasta quitar la vida” (705), pero en el que es también posible encontrar la paz, el sosiego y la felicidad.

Y es en ese haz de historias vividas o soñadas (como ocurre con el sueño de Periandro en II, XVI) donde el Persiles alcanzó su mejor meta novelesca. Gracias a ello y a la invención de una nueva épica en prosa, Cervantes logró la universalidad literaria a la que él mismo aspiró en las ansias de la muerte. La misma que había refrendado en Toledo, “gloria de España”, al hablar de Garcilaso, cuando dijo que “la admiración de su canto fue de lengua en lengua y de gente en gentes por todas las de la tierra” (507).

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170 y ss.), a los tópicos sobre la Reforma progresista y la Contrarreforma reaccionaria, desta-cando la renovación de la Iglesia y el asentamiento de la autoridad papal con Clemente VIII (1592-1606), quien se opuso a los intereses políticos y religiosos de Felipe II. Roma debía servir de ejemplo para la cristiandad independientemente de España.

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