La sobreprotección de los hijos los convierte en niños burbuja

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1 La sobreprotección de los hijos los convierte en niños burbuja La sobreprotección genera inútiles. Ningún padre quiere que su hijo sufra, pero en los últimos años intentan evitar a toda costa que se hagan daño, que se angustien, que se contraríen, todo es "poco para ellos" Los niños del siglo XXI son los “reyes de la casa", en muchos casos la vida de sus padres gira entorno a ellos. Si se caen corren a levantarlos, si lloran están ahí para consolarlos, si no les gusta la comida se le cocina otro plato diferente, no les llevan la contraria para que no se enfaden y si alguien les riñe no dudan en enfrentarse a quien sea para defenderlos, incluidos sus profesores. Las razones son muy variadas y todas esconden buenas intenciones para con los hijos. Además, la sociedad actual tampoco favorece la serenidad educativa, ya que muchos niños son hijos únicos, con lo que los padres vuelcan en ellos un exceso de cuidados, en otros casos son hijos de padres mayores con pocas energías para imponerse o de padres separados. En la mayoría padre y madre trabajan y el poco tiempo que pasan con sus hijos están pendientes de ellos

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La sobreprotección de los hijos los convierte en niños burbujaLa sobreprotección genera inútiles. Ningún padre quiere que su hijo sufra, pero en los últimos años intentan evitar a toda costa que se hagan daño, que se angustien, que se contraríen, todo es "poco para ellos"

 Los niños del siglo XXI son los “reyes de la casa", en muchos casos la vida de sus padres gira entorno a ellos. Si se caen corren a levantarlos, si lloran están ahí para consolarlos, si no les gusta la comida se le cocina otro plato diferente, no les llevan la contraria para que no se enfaden y si alguien les riñe no dudan en enfrentarse a quien sea para defenderlos, incluidos sus profesores. Las razones son muy variadas y todas esconden buenas intenciones para con los hijos. Además, la sociedad actual tampoco favorece la serenidad educativa, ya que muchos niños son hijos únicos, con lo que los padres vuelcan en ellos un exceso de cuidados, en otros casos son hijos de padres mayores con pocas energías para imponerse o de padres separados. En la mayoría padre y madre trabajan y el poco tiempo que pasan con sus hijos están pendientes de ellos compensando con un exceso de cuidado las largas horas que el pequeño pasa solo. A esto hay que añadir que la falta de hermanos hace que muchos niños se acostumbren a ser el centro de la casa y que, debido a la inseguridad ciudadana, ya no se juega en la calle, donde los niños aprendían desde pequeños las "normas" del grupo, sino en parques o patios vigilados siempre por adultos dispuestos a mediar ante el primer conflicto. Este contexto no es el mejor para que el niño se socialice adecuadamente. 

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Sin darnos cuenta y con la mejor de las intenciones hemos encerrado a los niños en una burbuja impidiendo que ellos aprendan de sus errores, a calcular riesgos, a conocerse, a respetar límites y a valerse por sí mismos.

 Sin duda la responsabilidad de cualquier padre es proteger a sus hijos, cuidarles, atender todas sus necesidades y darles cariño de forma incondicional, pero estos aspectos incluyen implícitamente el derecho a la educación en el más amplio sentido de la palabra, que supone prepararles para vivir en una sociedad en la que no siempre estarán a su lado para ayudarles y protegerles. Aunque a veces a los padres les resulte difícil, hay que dejar que el niño sea independiente, aprenda a solucionar sus problemas y a hacer las cosas por si mismo, ya que si no cuando sea mayor será incapaz de resolver situaciones cotidianas y aparecerá la frustración y el desánimo personal. Proteger a un hijo cuando es un bebé es instintivo y necesario, pero a medida que crecen los padres deben enseñar al niño a madurar su autonomía. En ocasiones son los propios padres, os que en casa visten, dan la comida, recogen los juguetes de sus hijos y les bañan cuando tienen edad para hacerlo solos, así se sorprenden cuando fuera de casa ven que sus hijos son capaces de hacer estas cosas por sí solos. Y es que, no hay que olvidar que si los padres actúan en lugar del niño y están pendientes de sus menores deseos, estarán potenciando sin querer que sean miedosos, inseguros, sin autoestima y sin capacidad para tomar decisiones. 

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En ocasiones se mima a los hijos, evitándoles cualquier problema por pequeño que sea, pensando que ya tendrán tiempo para sufrir cuando sean mayores, así se intenta eliminar el dolor innecesario. Con esta actitud se está impidiendo que el niño desarrolle sus propios mecanismos de defensa. Olvidamos que esos "pequeños sufrimientos" son en realidad muy necesarios.

 La infancia es un tiempo de aprendizaje y si un niño no aprende en los primeros años a hacer frente a los pequeños contratiempos de su día a día, cuando crezca no sabrá cómo afrontar los problemas de la vida adulta, no tendrá recursos para hacerle frente, ni tampoco a sus padres al lado para que se lo solucionen.  Constancia y paciencia son los instrumentos que posibilitan que los pequeños crezcan en seguridad y autonomía.

El problema de la sobreprotección se agrava en casos de niños enfermos o con alguna discapacidad. Los padres quieren compensar esta circunstancia con más cuidados. Pero lo importante es adaptar las exigencias a las posibilidades del niño, pero nunca pensar que no puede hacer determinadas cosas cotidianas. Para favorecer su evolución no se debe renunciar a poner normas y mantenerlas, aunque nos "de pena" por su situación particular. De esta forma, aunque sea duro, se conseguirá que supere muchas de sus limitaciones y gane en independencia y autonomía.

No hay que olvidar que no siempre tendrán a sus padres al lado y deben aprender, ya que de adultos no podrán enfrentarse a cosas sencillas porque siempre tuvo alguien al lado que no quería que sufriera más de lo necesario.

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¡Rompe la burbuja! - Déjale tomar decisiones, aunque se equivoque. - Que sean responsables de sus errores - Poner normas y hacer que las cumplan - Que negocien. Deja, cuando sea posible, que sean ellos los que solucionen sus conflictos, que aprenden a "negociar" y a llegar a acuerdos con sus hermanos y amigos. - Evita intervenir en las "peleas" de niños si no son importantes. - Que sea autosuficiente en la medida que su edad lo permita.

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Ojo con la sobreprotecciónLos padres deben ser capaces de distinguir entre el amor por los hijos y la obsesión por ellos

¿Qué esperan los padres de sus hijos? Quizá esta sea la pregunta clave que se deben hacer los padres para advertir si ellos mismos están cayendo en la sobreprotección de sus hijos. Esta conducta es estudiada desde hace mucho tiempo atrás por los psicólogos y, la verdad, no resulta infrecuente. Muchos padres confunden el amor por los hijos con una situación desproporcionada que linda los terrenos de la obsesión con los mismos. Erróneamente creen que mientras más los cuiden, más pendientes estén de ellos y más los vigilen, ellos serán mejores personas, pero en este caso más no es sinónimo de mejor. En efecto, está demostrado que la sobreprotección de los padres deriva en la mayoría de los casos en adolescentes inseguros e inmaduros, acostumbrados a que sus problemas les sean resueltos y con poca o ninguna gana de emprender proyectos personales que demanden cierto grado de esfuerzo. Por añadidura, están constantemente acercándose al terreno del fracaso profesional, puesto que son incapaces de tomar decisiones clave en su vida, por sí solos. Ni qué decir que este sombrío panorama, se extiende a las áreas personales del joven, incidiendo en una imagen distorsionada de lo que son las relaciones de compañerismo, amistad y noviazgo. Les resulta difícil llevar con éxito una adaptación a los modelos

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sociales comunes y tienen a asilarse. Por añadidura, los jóvenes que han sufrido sobreprotección son incapaces de reconocer sus propios defectos y errores y tienden a culpar al entorno en que viven o terceras personas de su fracaso.

Una de las principales causas de la sobreprotección de los padres viene dada por la separación o el divorcio de estos. En efecto, al producirse esta situación, los padres son conscientes en todo momento que le están haciendo un gran daño al hijo e inmediatamente buscan un mecanismo híper compensatorio, no encontrando otro mejor que los cuidados excesivos hacia el niño.

Se desvelan por ellos, viven por ellos, renuncian a sus propios anhelos y vida social en favor del hijo. De estos excesos pueden a su vez surgir otros problemas. Por ejemplo, dentro de estas conductas obsesivas, se cree que hay que alimentar más de lo debido al niño y pueden aparecer problemas de obesidad infantil. Lo peor del caso es que los padres no son conscientes que, lejos de ayudar a su hijo, le están fabricando un daño terrible a futuro. El niño se convertirá en joven pero con serios problemas de adaptación y de seguridad. No dará un paso decisivo hasta que la figura del padre o de la madre de su voto de aprobación sobre tal o cual decisión. Por tanto, no es difícil deducir que la independencia del joven ya convertido en adulto, tardará más de lo debido si acaso llega algún día. Además, hay que considerar dentro de esta problemática que las personas no son eternas y, por mera estadística, es muy probable que los padres abandonen este mundo antes que los hijos, agudizando aún más el problema, pues el hijo quedará desamparado y el mundo se le vendrá encima al ya no tener el apoyo de sus omnipresentes padres.

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Siguiendo en el escenario del párrafo anterior, el sobreprotegido buscará a su vez que compensar esta ausencia de sus padres, involucrándose en una relación que le pueda ofrecer lo mismo. Esta relación puede ser de amistad o de noviazgo y en cualquiera de los casos, el sobreprotegido buscará el sistemático apoyo de la otra parte, convirtiéndose a su vez en una obsesión. De otro lado, el que una vez fue objeto de la sobreprotección de sus padres, también podría tener hijos y transmitir estas mismas conductas obsesivas hacia ellos. Sin embargo, esta no es la única forma de que un padre se convierta en obsesivo. Mucho influye el cómo hayan sido criados estos padres sobre protectores. Se postula que una de las causas más frecuentes del desarrollo de estas conductas es porque, de niños, ellos mismos fueron dejados de lado por sus padres, sufrieron de abandono de uno de ellos o de ambos, o no recibieron la atención o cuidado debidos. Esto los lleva inconscientemente al pensamiento que se traduce en la frase “no quiero que mis hijos sufran como yo sufrí”. Esta situación incluso se agravada por los abuelos del niño. Como sabemos, los abuelos tienden a consentir las travesuras del niño, permitiéndoles todo tipo de acciones y reprendiendo a sus propios hijos –padres del niño- cuando los regañan. Esto crea un refuerzo en las conductas del niño sobreprotegido, estimulándolo a seguir dentro del mundo del engreimiento en que todo le será permitido.

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También hay que considerar que la sobreprotección ha cambiado algunas de sus características respecto a años anteriores. En efecto, antes la sobreprotección consistía básicamente en el excesivo celo hacia los hijos que se traducía en permisos bastante escuetos para las salidas nocturnas sobre todo, o la participación en actividades consideradas peligrosas por los padres como ir a la playa solo con sus amigos o practicar algún deporte de aventura. Ahora más bien se puede apreciar que los padres dan bastantes libertades en las salidas por temor a una súbita independencia y rebeldía del hijo. Sin embargo, los padres han trasladado la sobreprotección al peligroso terreno de la complicidad. Esto se puede clarificar con los ejemplos que podemos ver en cualquier noticiero. Un joven comete una falta grave, generalmente una agresión a una persona estando en estado etílico o estrella su auto conduciendo ebrio. En estas circunstancias, los padres hacen un escándalo y echan la culpa de los sucedido a la otra parte, sin siquiera investigar bien el hecho. Por último la emprenden contra la policía por un supuesto abuso de autoridad, cuando de repente los problemas empezaron en el seno de la propia familia. Por esto se hace necesario que los padres sepan distinguir bien entre amor por los hijos y cuidados excesivos y no proyecten en sus hijos lo que ellos un día quisieron ser, sino que respeten su propia identidad y sus propios anhelos.

AMORES QUE ASFIXIAN (sobreprotección).

AMORES QUE ASFIXIAN.- Gran error el de muchos padres que sobreprotegen a sus hijos.

Con exceso de preocupación, piensan que a mayor cantidad de cuidados mayor es el afecto

que le dan. Ese exceso de atención les limita y dificulta el desarrollo de su personalidad,

haciéndolos más dependientes, inseguros, inestables e inmaduros emocionalmente.

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         Los padres tienen tendencia a proteger a sus hijos, los ven pequeños, indefensos, los

abrazan cuando lloran, los atienden cuando están tristes y los cuidan de peligros, se

preocupan ante una fiebre o enfermedad. Es lo normal, pero protegerlos y preocuparse en

exceso, pendientes a cada momento de sus necesidades, complacen todos sus caprichos, no

los dejan jugar por miedo a que se golpeen, no les permiten estar descalzos o que tengan

contacto con el piso para que no se ensucien o se infecten, les dan la comida para asegurarse

de su alimentación, los bañan, los visten porque pobrecito no saben hacerlo, o porque

necesitan salir rápido al trabajo, y cuando llegan las obligaciones escolares, son los primeros

en sentarse a hacerles las tareas, estos son amores que asfixian y traen como consecuencia

niños caprichosos, dependientes, llenos de limitaciones, no conocen las frustraciones, ni los

contratiempos, no aprenden a valorar ni a ganarse los premios, crecen sin sentido de

responsabilidad, con dificultad para la toma de decisiones y por supuesto no resuelven sus

propios problemas. Generalmente son niños y adolescentes y hasta adultos manejados por

otros, con poca capacidad de liderazgo positivo.

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Los padres sobreprotectores exigen a sus hijos menos de lo que corresponde a su edad, no

los dejan asumir responsabilidades para que vayan adquiriendo autonomía y los ven como

niños aunque hayan entrado a la universidad. Por eso nos encontramos, con jóvenes que no

se adaptan al ambiente universitario, donde se requiere de actitudes independientes,

autonomía en la toma decisiones y enfrentarse a situación difíciles que deben resolver de

forma inmediata. También observamos escolares que hay que vestir todas las mañanas para

que no lleguen tarde al colegio, niños y adolescentes que nunca ordenan sus cosas porque

mamá se lo hace o que esperan a mama para hacer las tareas.

Estas consecuencias de dependencia e inseguridad son vivenciadas posteriormente, por

ejemplo en la relación de pareja, donde se posesiona uno del otro con un sentido de

pertenencia casi patológico que atosiga la relación, y en muchos casos la relación es tan

asfixiante que ahoga y mata el amor.

De allí que es importante para el desarrollo integral que los padres sean afectuosos y

comunicativos, pero sin impedir que sus hijos asuman responsabilidades, enseñarlos a ser

autónomos, seguros, que se involucren en las actividades de la casa, como apoyo, como

ayuda y como aprendizaje, que ellos aprendan a resolver situaciones sencillas en el hogar,

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con sus compañeros y amigos. También es aceptable que tengan en algunos momentos

sentimientos de frustraciones, cuando no se le puede complacer en su exigencia,

sencillamente explicándole el por qué.

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Los costos de hacer volar el "helicóptero" (sobre los hijos)

Un reciente estudio se mete en un terreno inexplorado: las consecuencias de la crianza

intensiva. ¿Conclusión? Mayores índices de depresión, estrés y menor satisfacción con la

vida. La presión por ser una súper mamá (o papá) pasa la cuenta.

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“UNO siempre se proyecta en los hijos… es inevitable. La de ellos es la vida de uno 2.0.

Por eso estamos tan encima”. Carolina Toro (49) no conocía -hasta ahora- qué es ser una

mamá helicóptero (en 1990, Foster Cline y Jim Fay acuñaron el término que designa la

sobreprotectora generación de padres que “sobrevuela” sobre sus hijos para salvarlos de

cualquier inconveniente). Pero ese modelo le calza perfecto.

Carolina fue mamá a los 17 y postergó sus proyectos por su hijo (quería ser sicóloga, pero

optó por ser mamá). Siempre estuvo encima de él. “Y terminé agotada. Le di demasiado

de mi tiempo”, cuenta. El sentimiento de hartazgo es doble: tampoco los proyectos de su

hijo llegaron donde esperaba. Ella quería (y se abocó a eso) que Ariel -su hijo, de 32-

tuviera a esta altura una buena profesión, un buen trabajo y una familia formada. “Me

angustiaba el hecho de que no hiciera el camino que tenía en mi cabeza para él. Y eso

también me desgastó. Ahora lo veo y siento como si hubiera fracasado con mi propio

proyecto”.

Que Ariel no lo haya logrado puede deberse a esa sobreprotección de Carolina. Ella así lo

reconoce. Y la ciencia lo explica: está estudiado que los efectos de los padres

helicópteros en los hijos se relacionan, por ejemplo, con una baja capacidad para alcanzar

sus propias metas. Pero ahora un estudio se mete en un terreno escasamente explorado:

los efectos de esta conducta en los propios los padres.

Desgaste, angustia y frustración. El exceso de crianza produce esas consecuencias en

los padres, como comprobaron sicólogos de la U. de Mary Washington, Estados Unidos.

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Tras analizar a 181 mamás, este estilo de crianza se asoció con mayores niveles de

depresión y estrés, así como menores niveles de satisfacción con la vida. ¿Por qué podría

decantar en depresión? Porque ha aumentado la presión sobre las madres, responde a

La Tercera Holly Schiffrin, una de las autoras del estudio. Y bajo esta presión, la forma de

ser padres ha cambiado. Se ha vuelto intensiva. Casi una profesión más. “Sí, se parece a

una profesión. Yo, al menos, me puse la vara muy alta. Y eso me cansa”, dice Katia

Villalón (45), profesora a tiempo completo. ¿Qué incluye la ‘profesión’ de ser mamá?

Hacerles de todo a sus tres hijos. “Al mayor siempre le digo que voy a ir a hablar con su

profesor de la universidad para saber si le está yendo bien”, cuenta. ¿Vale la pena

abocarse a los hijos? A veces. Katia cuenta que le gustaría una mayor retribución. No solo

porque es justo recibirla, sino porque en más de una oportunidad ha sentido que “no doy

más”.

“Es que hay muchos aspectos de la crianza de los hijos que las mujeres encuentran

‘desafiantes’ en vez de agradables y satisfactorios”, insiste Schiffrin. Y el no superar ese

desafío pone la frustración a la vuelta de la esquina. Y la depresión un poco más allá.

No soltar las redes

Luego de leer el estudio, Lister Rossel, siquiatra de la Clínica Las Condes, asocia esas

conclusiones con caras que llegan a su consulta. Cuenta que con algunos pacientes tiene

que trabajar en superar ese “atasco” que arrastran de su desarrollo -afectivo o

profesional- y que, en la adultez, ven la posibilidad de revertirlo con sus hijos.

“Se ven esos niveles altos de estrés en la vida cotidiana, alto perfeccionismo, alta

autoexigencia. También más aislamiento social: son personas que tienden a focalizarse

en lo intrafamiliar descuidando sus redes sociales e incluso la calidad de su vínculo de

pareja”, dice Rossel. Y ese aislamiento también facilita estas patologías, pues se sabe

que uno de los mejores indicadores de bienestar sicológico es el apoyo social, dice

Schiffrin.

En esa misma línea, Margaret Nelson, profesora de Sociología en Middlebury College en

Vermont, EE.UU., y autora del libro Crianza fuera de control: Los padres ansiosos en

tiempos de incertidumbre, profundiza en ese tema en una columna en The Washington

Post. Ahí cuenta que muchas madres helicóptero con las que habló le comentaron, “a

menudo con orgullo en su voz, que sus hijas son sus mejores amigas. Al principio, me

preguntaba por qué estas mujeres - algunas de ellas en sus 40 o 50 años - no prefieren

pasar su tiempo libre con personas de su misma edad. Pero al mirar más de cerca la

forma en que están abordando la paternidad, entendí: no tienen tiempo libre”. Y cita

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algunos datos: los adultos en 2000 pasaron menos tiempo con sus cónyuges que en

1975, porque al transcurrir los años dedicaban más tiempo al trabajo y más tiempo con

sus hijos. Otro: el tiempo que los padres casados dedicaron a visitar a los amigos y

parientes al margen de la familia nuclear se redujo drásticamente: los padres casados

pasaron casi un 40% menos y las madres casadas, casi un tercio menos tiempo

socializando en 2000 que en 1965.

Con el creciente tiempo abocado a sobrevolar a los hijos, la pregunta que sigue es qué

pasa cuando ellos se van. Se da el nido vacío multiplicado, harto más intensivo. ‘¿Y ahora�

qué?’, es la pregunta que se hacen”, dice Rossel. Aunque esa pregunta puede llegar un

poco más tarde que lo que les llega a las demás familias. Porque los padres helicópteros

también generan el síndrome de Peter Pan: los hijos demoran su salida de la casa y

externalizan ese temor a abandonar el paraguas de los padres. “Incluso cuando se van de

la casa siguen siendo dependientes porque los aprendizajes tienden a permanecer”, dice

Rossel. Uno, porque los padres aún están disponibles. Y dos, porque les faltó aprender un

repertorio propio para enfrentar la falta de control del mundo externo.

Así, si la crianza intensiva se relaciona con resultados negativos de salud mental, ¿por

qué las mujeres lo hacen? “Esta es la pregunta del millón. Creo que lo hacen porque

creen que están dando a sus hijos una ‘ventaja’ en la vida. Piensan que sus hijos serán

más inteligentes, tendrán más amigos, serán mejores en los deportes, etc.”, dice Schiffrin.

No es todo. La investigadora también comenta que las mujeres reciben muchos mensajes

de la sociedad de que son los verdaderos responsables de los resultados de sus hijos y

que, naturalmente, son mejores “padres” que los hombres, sobre la base de un argumento

evolutivo. Pero, en realidad, la crianza intensiva puede tener el efecto contrario en los

niños del que los padres pretenden.

Pero los padres no lo saben. “Si hubiera tenido un libro donde una entendiera la receta, lo

habría hecho de otra manera. Pero al final uno aprende con ellos”, es la conclución.

¿Por qué un adulto puede comportarse y vestirse como adolescente rebelde?Este fenómeno es algo que se ve muy comúnmente en la actualidad y tiene un nombre,

se denomina "adultescencia": es un neologismo que ejemplifica a un adulto que se

comporta a modo de adolescente porque se identifica con esa edad y por ende se viste,

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va a bailar, usa el vocabulario de moda, ven los video- juegos, se hacen tatuajes, se

colocan piercing, etc. 

En psicología a los hombres con este tema de verse eternos jóvenes se lo denomina

"Síndrome de Peter Pan" donde se ve un hombre que nunca crece y que no puede asumir

una relación de compromiso.

Pero sin ir a algo extremo, la adultescencia es hoy una forma de evadir el paso de los

años y negar el envejecimiento y en esto se juegan además de factores personales en la

historia de cada uno y de su niñez, una inclinación de la sociedad y la publicidad que

tratan de llevar a una imagen idealizada de eterna juventud y modelo de belleza.

El paso del tiempo es negado y nadie quiere asumir sus años y se pretende ser y verse

siempre igual, se sacan las arrugas, se operan, se ponen siliconas, etc.

La rebeldía del adulto pasa por querer mantener ese ideal como imagen donde siempre

se ve joven y bello y si bien tiene su parte positiva, ya que se vive más y se disfruta de

otra manera, también en un extremo denota inmadurez e inadaptación y a veces se llega

a tocar el ridículo y lo grosero. 

También esto esconde un miedo a la vejez y a la muerte y un no querer reconocer que el

rol ya no puede ser el mismo y que hay cosas que ya no se pueden hacer por la edad y el

cuerpo, que no es ya tan fuerte y que avisa que el reloj biológico marca otra cuestión.

Por eso hay un sabio refrán que dice: "cada cosa a su edad" y lo que no se vivió de

adolescente no se puede recuperar en la adultez por más ropa de moda y accesorios que

usemos. 

Adolescencia y adultescencia. Reflexiones sobre nuevas patologías y hábitos en el ciclo de vida y en las relaciones familiares

¿Los adultescentes? Se encuentran en todas partes. En el trabajo, por la calle, en el cine o en el autobús. Y quizás hasta dentro de casa. Se trata de esos adultos tan poco adultos en actitudes y comportamientos que parecen adolescentes. Esos padres que, por su estilo de vida y sus intereses, se parecen demasiado a esos hijos –frágiles y al mismo tiempo omnipotentes– que han dejado de ser niños pero que todavía no son adultos y luchan por una identidad que aún no han definido completamente. Esos jóvenes adultos que, dejando de lado las dificultades económicas, no quieren oír hablar de separarse de mamá y papá. En definitiva, se trata de hombres y mujeres para quienes la adolescencia tiende a

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prolongarse en una zona intermedia sin claros límites, definida justamente como "adultescencia". Se trata de un neologismo que funde en uno los términos adulto y adolescencia para identificar una dimensión existencial  como suspendida en el aire e indefinida, que nuestros abuelos desconocían y que se ha convertido en un rasgo distintivo de la sociedad contemporánea.

 Se trata de una reflexión profunda que examina con detalle los diversos aspectos del tema a través de una aportación multidisciplinar de abogados y psicólogos, psiquiatras y psiquiatras infantiles, sociólogos y antropólogos. Una alternancia de voces y competencias que gira en torno a la pregunta: ¿la adultescencia debe ser considerada como un estado regresivo o una "nueva normalidad", un nuevo hábito de comportamiento?

El escenario - la pregunta no es en absoluto banal, pues remite a una sociedad que envejece a simple vista, aparentemente desinteresada por la suerte presente y futura de sus cada vez más "indignados" jóvenes. Además, se refiere al límite que se encuentra entre patología y normalidad, en sí mismo inestable, debido a la influencia ejercida por los factores socio-culturales dominantes y por la compleja singularidad del ser humano. Más que en las muchas luces, que también caracterizan este tercer milenio, las diversas aportaciones del volumen prefieren centrarse en las sombras de una época en la que pesan, y no poco, la crisis de las pautas tradicionales y las promesas incumplidas de la modernidad. Nos encontramos ante un desierto de valores en el que los modelos imperantes –al exaltar la primacía del consumo y la tecnología– influencian actitudes y comportamientos, transmitiendo una idea des-responsabilizada de libertad: ilimitadas posibilidades de respuesta a los instintos y deseos. Un tsunami que arrasa todos los diques y límites, que altera el orden habitual de la acción personal y colectiva, obstaculizando el proceso de crecimiento (consciente y autónomo) de los jóvenes y que convierte la identidad de los adultos en frágil y ambigua. 

El fenómeno - Los efectos del problema están a la vista: la actitud de eludir los pequeños y grandes retos de la vida, la inmadurez al afrontar responsabilidades educativas y de padres, la dificultad para asumir roles afectivos estables. Son fenómenos que describen a individuos y núcleos familiares envueltos en una maraña de contradicciones e incertidumbres, afectados por los cambios que han complicado las relaciones entre las generaciones, demostración de una sociedad que rezuma narcisismo y que encuentra dificultades para reconocer certezas que no sean individualistas. Se han modificado profundamente los mecanismos de confluencia o unión –los llamados "ritos de iniciación o de paso"– que desde siempre nos acompañan en el tránsito de una etapa de la vida a otra y que actualmente presentan una reducción potencial en su función de valorización y promoción del "cambio". Una vez perdida su función social y de reconocimiento, tienden a ser evitados por las generaciones más jóvenes que prefieren recorrer caminos paralelos menos exigentes y visibles porque no comprenden su significado más profundo. Es una cita con la madurez del yo que se retrasa constantemente, también por culpa de la acción parcial de guía y acompañamiento de adultos que cada vez son menos conscientes de la función educativa de su rol y que cada vez son más eternos adolescentes influidos por los tic y las modas del momento, centrados en los aspectos externos y superficiales de la vida con una tendencia obsesiva ampliamente difundida.

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Paternidad frágil – Se trata de adultos que son eternos indecisos, con una baja autoestima y temerosos del juicio de los demás. Adultos que persiguen el éxito y la carrera a toda costa, dispuestos a sacrificar en el altar del individualismo a sus hijos y sus parejas, siguiendo la consigna "dos corazones y dos cabañas". Adultos que no cortan el cordón umbilical con la familia de origen, fomentando una relación de dependencia y de intrusión que genera fricciones peligrosas en sus relaciones de pareja. Adultos que confunden el amor incondicional a sus hijos con la indulgencia y la permisividad, abdicando de su papel de padres y proclamándose "amigos de corazón”, “de igual a igual", en una confusión de roles y responsabilidades que niega las diferencias generacionales. Adultos que no se comprometen a vivir su propia paternidad bajo la forma de autoridad compartida, ejercicio educativo colegial, que al mismo tiempo es diferente y complementario, pues les llama como padres o madres a trabajar por el interés de los hijos. Estas manifestaciones son suficientes para entender la crisis actual del eje padres-familia, dominado –en el ámbito conceptual y en de las actitudes por uniones libres, inestabilidad matrimonial, familias alargadas, modelos de un cambio profundo que vacía ese eje de contenido, bajo la sombra inquietante de una adolescencia que no se acaba. Los que pagan el precio más alto, no hay ni que decirlo, son precisamente ellos: los chicos y chicas adolescentes, protagonistas legítimos de esta etapa delicada de la vida, que están expuestos al peligro de una construcción incompleta de su identidad y a desarrollar condiciones disfuncionales acompañadas de malestar,  psicopatologías y desviaciones del comportamiento. No es de extrañar, entonces, que –como en este libro– en la "cabecera del enfermo" dialoguen jueces y abogados junto a expertos de las profundidades de la psique: las repercusiones de las cuestiones relacionadas con los conflictos dentro de la familia, que ya son traumáticos y dolorosos para cada una de las partes involucradas, pueden ser devastadoras para la estructura psicológica de los menores.

Viejos y nuevos medios - Adolescencia y adultescencia ofrece una lectura en profundidad de todo esto y mucho más, en un viaje que apunta al corazón del fenómeno, señalando las características y perspectivas como parte de una evaluación del macro-contexto, al que no escapa el análisis del papel central que han adquirido los medios de comunicación. En la era del parecer y de la virtualización de las relaciones humanas, se dedica un amplio espacio al universo digital, cruz y deleite de grandes y pequeños, contexto en el cual la carrera del adulto contra el adolescente tecnológicamente cualificado se hace más evidente, alimentándose de las mismas dinámicas fluidas y narcisistas. Adultos capturados por una telaraña mundial que, al igual que los adolescentes, actualizan su perfil en las redes sociales, persiguiendo viejas amistades y amores nuevos, en un juego que cancela la frontera entre lo público y lo privado. Padres que toquetean constantemente las pantallas táctiles de sus Smartphone y Tablet, imitando a sus hijos. Madres sedentarias o hiper-competitivas ocupadas en agotadoras sesiones de fitness doméstico, ante consolas y pantallas digitales, en busca de la forma perdida.

Pero que no cunda el pánico. Si entre la PlayStation, sesiones en el gimnasio y ropa "cool" te viene la duda de haber exagerado un poco, no significa necesariamente que pertenecéis al incurable grupo de los "anti-edad" o "niños grandes". Después de todo, libros como éste sirven también para conocerse mejor y comprender qué hacer consigo mismo y con la propia vida.