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Texto: BERENICE NOTENBOOM Fotos: MARTIN HARTLEY INCIENsO UN VIAJE POR LAs TIERRAs DE LAs MIL Y UNA NOCHEs LA RUTA DEL NGT23 ARABIAN NIGHTS.indd 68 3/10/10 9:40:43 PM

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la ruta del incienso

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Texto: BERENICE NOTENBOOMFotos: MARTIN HARTLEY

INCIENsOUN VIAJE POR LAs TIERRAs DE LAs MIL Y UNA NOCHEs

LA RUTA DEL

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Nuestro guía Yussuf Al-Gabri baila con los cálidos vientos que soplan sobre el desierto de Wahiba en Omán. La temperatura puede llegar a los 50 grados centígrados pero, “El polvo es peor que el calor”, asegura Yussuf. Página opuesta: esta vendedora de incienso en Omán se distinguió de la mayoría de las mujeres que nuestro fotógrafo, Martin Hartley, conoció en esta ciudad: “me miró directamente a los ojos”.

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tiempos bíblicos, este camino comprendía un viaje en camello de casi 2012 kilómetros, que iniciaba en el sur de la península en Omán y recorría Yemen, Arabia Saudita y Jordania para llegar a Europa. El incienso, una resina lechosa de un árbol pequeño nativo de Yemen, Omán y Somalia era una moneda valiosa en su tiempo. Regalado por los Tres Reyes Magos y ate-sorado por nobles como Cleopatra, César y Alejandro Magno, posee una delicada esencia que se quemaba en los altares de Damasco, Luxor, Jerusalén y Roma. La Ruta del Incienso tomó en su época tal importancia para la cultura occidental como la de la Seda para los orientales.

El recorrido me tomaría tres semanas, saliendo desde la ciu-dad de Muscat, en Omán, hacia el valle de Hadramawt, en Yemen. El reto adicional del recorrido consistía en que viajaría sola y pasaría por lugares donde la ley impone a las mujeres cubrirse con las ropas islámicas del casto anonimato. Mi cami-no me llevaría por sitios antiguos y modernos, trazando una ruta un tanto fantasiosa y otro tanto histórica.

LLEgO AL AEROpuERTO DE MuSCAT DESpuéS de un largo vuelo desde Londres. Mi guía, Yussuf Al-gabri, me espera den-tro de una Land Cruiser con aire acondicionado vestido en su dishdasha (vestido largo y holgado) y un turbante rojo. Es alto y está lleno de energía, huele excesivamente a loción y lleva las uñas manicuradas, su rostro está bronceado y bien rasurado. pasamos el antiguo puerto de Matrah sobre el golfo de Omán, desde donde se embarca en su viaje fabuloso el mítico Sinbad. Las casas de adobe, hogares de los mercaderes, cuelgan de una ladera que se sumerge en un mar lleno de coloridos botes pes-queros. Al-gabri maneja como habla: rápido. En cuestión de minutos nos encontramos dentro de los muros de la ciudad de Muscat. La ciudad capital de Omán mantiene la mayoría de sus costumbres árabes, pero el dinero que el petróleo hace fluir a todos los países árabes está cambiando también a la tradicional Muscat. Los BMW circulan por angostas calles empedradas, los jóvenes pueden beber chai latte o el té tradicional y los centros comerciales se multiplican reemplazando a los tradicionales mercados conocidos como souks.

Al-gabri desdobla un mapa del vasto territorio de Omán, un país del tamaño apenas un poco más grande que el mayor de los estados de la República Mexicana: Chihuahua. Me explica que iremos a Nizwa en un viaje que tomará un día a través de las montañas de Hajar, antiguo hogar de los líderes islámicos donde ellos resistían los embates de los ricos sultanes defen-diendo sus castillos fortificados. “¡Yallah!”, grita. Respondo un sencillo: “¡Vámonos!”.

Al-gabri me advierte que Nizwa fue una ciudad regida por líderes religiosos muy estrictos y que hasta el día de hoy tiene una cultura profundamente religiosa. para hacer más evidente su punto, se quita el Rolex, se cambia de dishdasha y turbante vistiendo ahora ropas de un blanco inmaculado.

Después de dos horas de manejar dentro de Omán, viendo pa-sar escenas que me recuerdan a un pasado mítico en el cual los hombres usan dagas curvas o khanjars en su cinturón, vemos

Siguiente página de izquierda a derecha: famoso por su arquitectura, el fuerte Jarbin data del siglo XVII y está en las cercanías de Bahla; Omán se ilumina con el in-tenso sol de Arabia. El incienso forma una nube de fragancia en un altar a la modernidad; el precioso regalo de los Tres Reyes Magos hoy se utiliza como desodorante, enjuague bucal y aromatizante. Le faltan pocos años a esta pequeña niña para cubrirse con el velo tradicional.

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Al hojear las páginas donde aparece este texto, mis ojos se posan sobre la imagen de Sheba montada en un camello car-gado de regalos de incienso, mirra y oro para ser entregados al rey Salomón. Como lo narra esta edición que hojeo, al llegar Sheba a Jerusalén Salomón la hace pasar una serie de pruebas; está convencido de que es la hija de un genio mágico, la única explicación que encuentra para que una mujer haya acumu-lado tanta riqueza. Sheba, por supuesto, supera cada una de estas sin problema alguno.

Desde pequeña me atrae Arabia, en particular me cautivan las historias de dos mujeres que son personajes míticos-his-tóricos. Inteligentes y carismáticas, pero sin prueba fiel de su certera existencia física, son parte esencial de la cultura árabe contemporánea.

La primera es la reina de Sheba y la otra es Sherezada, astuta protagonista de Las mil y una noches, un clásico literario. Esta obra maestra, conocida en árabe como Alf Layla wa Layla, es una colección de cuentos populares que han sido reescritos cientos de veces a través de los años. Traducción tras traducción, cuen-tan la historia del rey Shahryar quien prometió tomar una espo-sa nueva cada noche y ejecutarla sumariamente al día siguiente hasta que no hubiera más candidatas dentro de su reino.

Sherezada impidió que el rey cumpliera su promesa con-tándole, noche tras noche, relatos extraordinarios con per-sonajes como Alí Babá, Sinbad El Marino y Aladino durante mil y una noches mágicas.

Decido de una vez explorar la cuna de estas maravillosas mu-jeres, planeando un viaje que seguiría la Ruta del Incienso. En

uando el pájaro del hoopoe voló sobre Marib en Yemen, pudo ver un país sofisticado y afluen-te. Al regreso de este viaje le repor-tó al rey Salomón en Jerusalén que la reina de Sheba, una

mujer muy bella que adoraba el sol y la luna reinaba este maravilloso lugar. Intrigado el rey por su belleza y rique-za la invitó a visitar su reino, donde tenía 700 esposas y 300 concubinas. La reina de Sheba, por la ambición de expandir su imperio hacia el Norte, aceptó la oferta del rey Salomón.

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“Este hombre trabajaba en el desierto. Me impresionaron tanto su vestimenta como sus marcados rasgos árabes. Me pareció como un personaje que salía de un cuento de hadas”, comenta Hartley, nuestro fotógrafo.Página opuesta: Los pobla-dores de Wadi Doan, en el valle Madramacut de Yemen son famosos por la miel que exportan a lugares tan lejanos como Europa. “Casi cualquier lugar de Yemen parece haber sido sacado del set de una película”, dice Hartley.

Mufgri me cuenta que el poblado

de Bahla es conocido como

un centro de magia negra,

atrae a las mujeres de la

región porque sus viejos brujos pueden adivinar

el hombre con quien se van

a casar.

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al antiguo oasis de Nizwa, alguna vez también capital de Omán y situada sobre la meseta Al Jauf, dentro de la cordillera de Al Jabal al Akhdar, dentro de un centro montañoso con varias ci-mas de 3048 metros de altura, la ciudad está maravillosamente rodeada de palmeras de dátiles. Fue uno de los primeros pobla-dos en convertirse al islam en el siglo VII; ahora Nizwa es un santuario para académicos, poetas e intelectuales que no se abre a extranjeros. Mientras subo por la escalera de la torre del fuerte de Nizwa veo bajadas de agua en el techo, por las cuales corría jugo de dátil hirviendo que bañaba a los infieles que lograban penetrar sus muros.

Igual a la anterior, encuentro otras varias señales de la resis-tencia histórica a los extranjeros. Hay una pared gruesa de lodo y ladrillo que parcialmente la encierra y varias de sus casas tie-nen portones masivos encadenados. Perfectamente imagino a Alí Baba recorriendo las calles comandando: “Ábrete sésamo”. Desde hace siglos, cada viernes es día del mercado. Los Beduinos vienen del desierto a enterarse de las noticias locales, intercambiar gana-do y regatear frutas y verduras. La diferencia es que ahora llegan en camionetas y no en camellos. Los hombres visten dishdashas y las mujeres, vestidos largos y coloridos para reunirse a ver un desfile de cabras, se trata de una subasta de cabras y borregos que pasean en brazos de preciosas niñas beduinas.

una serie de palacios idénticos. Al-Gabri me explica que un padre rico le ha regalado un palacio a cada uno de sus nueve hijos.

Suena el celular de Al-Gabri. Es su recordatorio de la hora en que debe rezar. Mi guía cumple este ritual cinco veces al día, sin fallar, así que rápidamente encontramos una mezqui-ta. Lo espero afuera y observo a las mujeres beduinas reunir-se alrededor del pozo comunitario con sus cubetas. Algunas usan burkas negras, vestidos sueltos con velos que conservan la modestia requerida de una mujer casada en la cultura islá-mica. Parecen ignorar por completo los 41 grados centígrados de calor que me aplastan y aniquilan mi energía. (Al-Gabri me comenta que los trabajadores tienen el día libre cuando el calor llega a los 50 grados centígrados). Un burro que espera pacientemente su turno en el pozo me recuerda un cuento de Las mil y una noches. Una esposa a quien su marido atrapa en-gañándolo lo convierte en un perro para evitar consecuencias, pero después él le voltea la suerte: va a la tienda del carnicero y la hija de éste lo convierte en hombre de nuevo y es la infiel quien termina convertida en burro.

Regresamos al auto y comenzamos la travesía por las mon-tañas de Hajar. Al-Gabri acelera en las curvas, derrapando en las horquillas cerradas por las que descendemos hacia la zona desértica de Omán. Después de varias horas de camino llegamos

En la actualidad, los hombres navegan el océano de arena más vasto del mundo usando vehículos de doble tracción.

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Una mujer mayor revisa con cuidado los dientes, orejas y pelaje de una cabra, la acaricia suavemente con su mano. “Kwayis”, dice (bueno). Esta será su quinta compra del día, una para cada uno de sus hijos.

Manejamos 32 kilómetros más al viejo y tranquilo rancho de dátiles en Bahla. Aquí, el comerciante Suluman Bin Nassar Said Mufrgi, quien parece tener más de cien años –a juzgar por sus manos y cara arrugadas–, clasifica los dátiles de acuer-do a su tamaño y color. Omán tiene más de siete millones de palmeras que producen arriba de 200 variedades de dátiles. Mufrgi come unos 15 dátiles al día y con el azúcar corriendo por su sangre los declara la mejor fuente de carbohidratos que existe. Probamos algunos y cuando estoy a punto de lanzar un hueso al piso, Mufrgi me detiene. Recuerda, me advierte, lo que sucede en la primera historia de Las mil y una noches: She-rezada le platica al rey acerca de un comerciante que visita la ciudad y que al arrojar el hueso de un dátil al piso, se lo clava en el corazón al hijo de un demonio, matándolo. El demonio sufre la pérdida de su hijo y exige la muerte del comerciante de acuerdo a la ley del Talión.

“Ven”, Mufrgi me susurra mientras me dirige por un labe-rinto de callejuelas en las que los comerciantes se encuentran sentados con las piernas cruzadas, rodeados por una nube de humo de incienso. Llegamos a un local pequeño donde me ofrece sentarme sobre cojines y tomar leche de rosas. Está

oscuro pero los rayos del sol alcanzan a penetrar el techo construido con hojas de palmeras.

Me platica que Bahla se conoce como un pueblo de magia negra, que atrae a las mujeres de la región porque sus viejos brujos pueden predecir el hombre con quien se casarán. Tam-bién describe un episodio del pasado de Bahla. “Las mujeres de un poblado lejano no respetaban el Islam”, platica, “cami-naban por ahí mostrando sus hombros y con la cara descubier-ta, poniendo su ropa a secar sobre los muros de la mezquita. Un día se apareció un genio que enojado por la conducta de las mujeres decidió volar hacia Bahla (en mi mente sobre un tapete volador).

Termina el cuento repentinamente y me pregunta si quiero deshacerme de mi marido. Sin esperar mi respuesta, escribe algunos versos del Corán en un pedazo de papel y me instruye: “Pon esto debajo de su almohada”, me advierte que lo haga solamente cuando las estrellas estén alineadas correctamente. Curiosa le pregunto qué sucederá. “Lo mandaremos a la otra vida. Junto con tus suegros si así lo prefieres. Claro, eso cos-taría más”, termina riéndose. Lo veo tan divertido que no le comento que soy soltera.

DESPUéS DE UN VUELO DE CUATRO hORAS A SANAA, la capital de Yemen, me encuentro en el corazón de la tierra de la reina Sheba. Alejada del mar por una cordillera, la ciudad está construida con casas de adobe y piedra de más de seis pisos de alto, de fachadas muy elaboradas y puertas principales talladas en diseños complejos. Las paredes se blanquean con cal y se decoran con diseños geométricos. Por la noche las ventanas hechas con vidrio emplomado se iluminan como estrellas bri-llantes y proyectan diseños maravillosos sobre las calles.

Al acercarse el atardecer comienzo a ver que aparecen más mujeres. La mayoría viste un vestido negro voluminoso llamado sharshaf, algunas se cubren por completo, dando una aparien-cia más fantasmal que humana. Paseo en mis ropas occidenta-les y cada vez me siento más consciente de mí misma. Aunque uso una mascada y llevo los brazos y los tobillos cubiertos, la mayoría de los hombres me miran directamente y comienzo secretamente a desear estar velada como las demás.

Conducimos tres largas horas desde Sanaa hasta Marib, donde de acuerdo a los yemeníes se encontraba el trono de la reina de Sheba. Aquí me topo con un lugar desértico en ruinas, un sitio histórico mencionado en el Antiguo Testamento como la capital de Saba, reino de Sheba. Aquí, hace unos 2600 años se construyó una presa que canalizaba agua para riego a distintas zonas desér-ticas pero Marib fue abandonada a los nómadas. Además, la Ruta del Incienso se colapsó al descubrirse que la travesía por el Mar Rojo hacía el pesadísimo viaje a través del desierto totalmente innecesario. hoy día equipos de arqueólogos trabajan en una excavación de lo que podría ser el antiguo templo de Sheba.

Me tomo un descanso sobre una banca de mármol dentro del templo y noto un lavabo tallado con detalle, mi mente divaga y se pregunta si alguna vez Sheba lo utilizó. Arriba de mi cabeza talladas en la piedra se encuentran las leyes del antiguo imperio de Saba, escritas como un poema dedicado a Almaqah, el dios de la luna. Le pregunto al doctor Mohammed Maraqten, un arqueó-logo palestino que trabaja en la excavación, si han encontrado

Al-Gabri me dice que los

trabajadores de Omán tienen el día de descanso

cuando la temperatura

supera los 50 grados

centígrados.

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el contorno de su cuerpo. Le pregunto si preferiría vivir en aquella época, libre de los severos dictámenes de vestimenta que impuso el islam. Ponerse la burka, me explica, es lo mis-mo que usar una gabardina en Occidente: sólo es para salir a la calle. Dentro de la casa, me dice con una sonrisa traviesa, todo es distinto.

Su madre, a quien calculo por lo menos de 75 años, pone leche en una gran olla de barro para hacer yogur y nos mira divertida. Anissa, la hermana menor de Samira, nos trae dimi-nutas tazas de té azucarado, condimentado con cardamomo. Me tomo tres antes de mover mi taza en una señal tradicional pero cortés que indica que fue suficiente. Las mujeres me ro-cían la cabeza y las muñecas con perfume antes de entrar al cuarto donde comeremos. Nos sentamos sobre una torre de cojines con reposabrazos que separan un lugar del otro y la habitación comienza a llenarse de hombres. Hermanos, tíos, primos lejanos, suegros y vecinos. Al Husrain se asoma a la tienda y anuncia que viene una comida de saltah, un cocido de carne y especies acompañado de khubz (pan) recién salido del horno. “Si comes solo, te ahogas solo”, dice Al Husrain y todos los hombres mueven su cabeza asintiendo.

Comemos con la mano derecha, una costumbre beduina, de un gran platón de cobre. El velo cubre mi cansancio por el viaje, no

alguna inscripción que se refiera a Sheba. “Hasta ahora no hay ninguna evidencia arqueológica con su nombre”, me responde, “pero aún nos falta mucho por excavar”. Suspira mientras ve las ruinas de un templo cubierto por casi 16 metros de arena. “Eso no quiere decir que no haya existido. Sheba es la inspiración de la cultura Yemení”. La respuesta del doctor Maraqten es adecua-da, ya que gran parte de Arabia se encuentra enterrada, pero sus mitos y leyendas sobreviven.

ViAjO POr LA ANtiguA rutA DEL iNCiENSO hacia el No-roeste, llego a Baraquish, hogar de Saeed Mohammad Al Hus-rain y su tribu beduina. De acuerdo a las costumbres locales, recibo el trato reservado para los huéspedes de honor. Su an-tiguo código de conducta, el Sharif, reconoce que “quien es tu invitado hoy, puede ser tu anfitrión el día de mañana”.

Samira, la hermana de Al Husrain, se ofrece a vestirme con el velo dentro de la casa de su madre. Estas casas, hechas con pelos de cabra son conocidas como bait sharar. Cuando se quita su burka de seda, me percato de que está maquillada y que su vestido tiene tirantes rojos decorados con maripo-sas. realmente está vestida como para un coctel elegante. Le muestro a Samira un dibujo de la reina de Sheba en el cual está vestida con velos transparentes que muestran todo

Una mujer parece flotar en una calle de Shibam. “Las mujeres no pueden probarse ropa dentro de una tienda, la llevan a casa para eso”, comenta nuestra autora.

Usar la burka, explica Samira,

es como ponerse una gabardina

en el mundo occidental. Solamente

es para salir.

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necesito preocuparme por cómo me veo. Puedo ver sin que me vean y mis ropas me protegen además de la are-na y el polvo. Al Husrain y yo permanecemos por un momento más sentados sobre los cojines, esperando a que el calor baje antes de salir al desierto donde las caravanas de incienso alguna vez pasaban en camino a la Meca. Su tribu ya no es nómada y la vida se ha vuelto más dura. Hace muchos años que no llueve y es muy difícil para los beduinos mantener sus cabras y camellos. Las corporaciones multinacionales excavan el desierto en busca de petróleo, no de agua. La gente beduina se siente abandonada.

Al ponerse el sol, nos paramos sobre una duna en la orilla del desierto Rub al Khali conocido también como el Cuarto Vacío y miramos hacia lo que es el océano de arena más grande del mundo. Mide más de 64,749,702 hectáreas, es más grande que Francia y, durante el día, el sol lo calienta sin piedad. Las dunas interminables se pintan de rosado y color miel en este implacable desierto. Al Husrain me cuenta que los be-duinos le ponen un nombre a cada duna de arena.

Sorprendida le pregunto que cómo pueden nom-brar algo que cada año se mueve de lugar por lo me-nos unos 30 metros hacia el Sur. Sonríe enigmático como pensando que soy muy atrevida al cuestionar los conocimientos sobre el tema que tiene un be-duino. Entierro mis pies en la arena que se enfría y miro hacia la nada. Me imagino una caravana de camellos sobre el horizonte, caminando en la arena llevando una car-ga pesada y valiosa. Cuando la luna cae y la noche impone su velo oscuro, duermo tranquilamente con una brisa cálida que acaricia mi cara.

A la mañana siguiente nos adentramos más en este Cuarto Vacío hasta llegar a Wadi Hadramawt, que al medir 644 ki-lómetros es el wadi o río temporal más largo de la península árabe. En la actualidad, el reino de Hadramawt, que una vez fue un centro de opulencia y poder está cubierto de arena, sus 60 templos y palacios esperan ser excavados. Pero en su pasado glorioso, fue un oasis importante para el suroeste de Arabia. Estas tierras eran conocidas por los romanos como Arabia Felix (Arabia Feliz), porque ofrecían un reposo del calor y la tierra extenuantes que las rodeaban. Después de un viaje a través de un calor sin piedad, exteriores que no ofrecen ni gota de sombra y vientos que soplan en cualquier dirección, siento alivio de llegar.

MáS tARDE, LLEgo A SHAbWA, uno de los primeros grandes asentamientos dentro del Wadi Hadramawt, que data del año 1953 a.C. Este lugar era una estación de pago de impuestos para los comerciantes de las caravanas que intercambiaban valiosa sal por incienso en los mercados lejanos. Cuando al-gún comerciante intentaba pasar mercancía de contrabando por el reino de Shabwa generalmente era ejecutado.

A lo lejos, viajando hacia el Este en el Wadi Hadramawt, veo Shibam. Un poblado de unas 500 casas considerado Patri-monio de la Humanidad por la Unesco, que semeja un fuerte salido directamente de un cuento de Las mil y una noches.

El calor reflejado por el piso del desierto distorsiona la línea del horizonte de tal forma que reflexiono sobre cómo el territorio árabe te exige siempre unir mito y realidad. Antes de empren-der este viaje platiqué (con intérprete, claro) con el historiador gaffer Al Saggaf, considerado una autoridad en mitología árabe. Él fue quien tradujo mi copia amarillenta acerca de la reina de Sheba y, por supuesto, le pregunté si había algo de verdad den-tro de los cuentos de Las mil y una noches y de la reina de Sheba. Lo presioné acerca del tema y de repente tomó un incienso y lo encendió. Un aroma dulce y penetrante llenó el ambiente. Des-pués revisé mis notas y me di cuenta que jamás me respondió directamente. Interpreté esta no respuesta como una manera de decir que nadie sabe qué es verdadero y qué no.

Después del viaje me doy cuenta de que mi pregunta estaba fuera de lugar. Fue como preguntar al beduino que me expli-cara la lógica de nombrar las dunas. Estos personajes han so-brevivido durante siglos, existiendo en el límite de la realidad y la fantasía así que fue apropiado detener ahí mis preguntas. Quedé tan satisfecha como lo han estado generaciones tras generaciones cautivadas por las noches, los cuentos y los per-sonajes como la reina de Sheba. Estas tierras siempre atraerán al visitante y la magia de la imaginación perdurará.

Mientras platicábamos, un pájaro hoopoe se posó sobre la ventana inclinando su cabeza como si escuchara. Repentina-mente se fue, volando hacia el Norte. “Ya ves”, dijo Al Saggaf, “vino para llevar algún mensaje de regreso”.

Berenice Notenboom es una aventurera apasionada y es fundadora de la compañía Moki Treks que planea viajes culturales. Martin Hart-ley ha expuesto su obra en la Royal Geographic Society.na

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