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    Keywords:Nation, representation, power, discourse,hegemonySubmission date: March 27th, 2008

    Acceptance date: May 4th, 2008

    The Position of Representation andDiscourse. Reversing the NationsHackneyed Metaphor

    This article takes a critical look at the discursive andhegemonic relationships that work behind the produc-tion of what is understood as the representation of

    the nation; that is, a social, symbolic, and discursiveconstruct. In this sense, it raises issues such as power,perspective, exclusion, conflict, and struggle whichplay a role when building or defining what should beunderstood as national.

    El artculo vislumbra de forma crtica las relacionesdiscursivas y hegemnicas que atienden a la produc-cin de la nacin, entendida como representacin,

    es decir, como una construccin social, simblica ydiscursiva. En este sentido, pone sobre la mesa lasrelaciones de poder, las perspectivas, la voluntad deverdad, las exclusiones, el conflicto y las luchas que sejuegan a la hora de construir o definir lo que ha deentenderse como lo nacional.

    Palabras Clave:Nacin, Representacin, Poder, Dis-curso, HegemonaRecibido:Marzo 27de 2008

    Aceptado:Mayo 4de 2008

    Origen del artculo

    Este artculo es producto del trabajo de grado en Comunicacin Social con nfasis en periodismo. No es unamano oscura. La nacin representada de El Tiempo: un efecto de superficie de los choques discursivos de poder y de

    la lucha hegemnica.Presentado en enero de 2008a la Facultad de Comunicacin y Lenguaje de la PontificiaUniversidad Javeriana. En abril del mismo ao la Facultad le otorg a la investigacin la Mencin de Honor.

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    Vernica Murcia Gmez / scar Moreno Martnez*

    * Vernica Murcia Gmez.Colombiana. Comunicadora Social-Periodista con nfasis en Investigacin y Docencia de laPontificia Universidad Javeriana, y con estudios en sociologa, historia y en la Maestra en Comunicacin de la mismauniversidad. Ha sido joven investigadora CINEP e investigadora asistente del Departamento de Comunicacin de la PUJ.Asimismo, trabaj con el Laboratorio de Paz de los Montes de Mara, y fue fundadora y editora general de la publicacinuniversitaria FedeErratas. Su inters profesional tiende a la accin poltica, las relaciones hegemnicas y al anlisis cr ticode la comunicacin. Correo electrnico:[email protected]

    * scar Moreno Martnez. Colombiano. Comunicador Social-Periodista con nfasis en Investigacin y Docencia de laPontificia Universidad Javeriana. Actualmente cursa la Maestra en Historia en la Universidad de los Andes. Ha sido joven

    Todos estn o estamos angustiados o militante-

    mente estimulados por contar pasados silenciados,

    postergados o, en el mejor de los casos, todos estn o

    estamos angustiados o estimulados por la necesidad

    de proceder a revisar la memoria o las memorias

    individuales y colectivas heredadas, para

    poder dar cuenta de aquello que no deseamos que

    sea olvidado.

    Hugo Achugar

    La postura de la representaciny del discurso. O un trastrocamiento de lametfora usual de la nacin

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    Murcia / Moreno | Signo y Pensamiento 53 volumen XXVII julio - diciembre 2008

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    El poder de larepresentacin

    Las representaciones no aparecen de la nada, ni

    son pensamientos ideales y profundos, ni son natu-ralizaciones propias del iluminismo, sino que seproducen en las relaciones sociales, en el conflictoy en el encuentro. Las representaciones se provocanen el resplandor de las espadas. Es por eso queexploraremos, en principio, algunas posturas delfilsofo alemn Friedrich Nietzsche, que carga devoluntad de poder, relacionismo y perspectivismoel problema de la representacin, para llegar luego,y tras un orden de razones que d sustento a ladiscusin, al problema de la nacin.

    La filosofa nietzscheana, en su mayoracomo legado pstumo, es una crtica de los valoressupremos. Emprende este autor una detraccina los conceptos y valoraciones que se han tenido

    como verdad, pero no uno a uno, sino soca-vndolos todos

    en cuanto pro-ducidos por

    una voluntad deverdad, de conoci-

    miento, basada en

    la ciega razn. ParaNietzsche una cosa es que

    el mundo est construido porel sujeto cognoscente, como lo indica

    Martin Heidegger en su textoLa poca dela imagen del mundo, y otra muy distinta, tomarcomo verdad objetiva y unvoca esta construccin

    que slo responde a derroteros racionalistas.Es as como la representacin que tradi-

    cionalmente se ha explicado desde el planode las ideas, se contextualiza en un sentido

    ms humano y ms poltico, como pro-ducto del choque social. No se trata,

    pues, de sujetos puros, sino de suje-tos situados. Las construcciones

    sociales, las construcciones simblicas y hasta lasrelaciones dentro de una sociedad estn envueltasen voluntad de poder; es decir, que aquello que

    por siglos el hombre consider como ms allde lo fsico no es ms que algo extremadamentehumano, no es ms que cadenas de pasiones eimpulsos actuantes que producen, que pelean, queestn ms cerca de la ria por afirmarse, que dela medida resolucin pacfica.

    Con Nietzsche se abre la posibilidad deque esa representacin configuradora no seaentendida unvocamente. En adelante, la filo-sofa muestra que la de la razn no es la nicaposibilidad de certeza, ni la nica configuradora

    de la representacin. No slo hay otras matrices,sino otras configuraciones. Es as que se pasade la poca de la imagen del mundo de la quehablaba Heidegger a la poca de las imgenesy de las perspectivas del mundo, como fuerzasconfiguradoras de la realidad. Las representa-ciones no slo son construcciones, sino que sonconstrucciones repletas de perspectivismo y devoluntad de poder; desde ya podramos antici-parlo: representaciones discursivas.

    Si para Heidegger la ciencia como investiga-

    cin es una manera forzosa de ese instalarse en elmundo, para Nietzsche no es la ciencia, en cuantomera ansia de verdad racional, sino la relacin,en cuanto forma de imponer(se) en el mundo.Con la voluntad de poder, a la que le otorga elcarcter ntico del mundo, Nietzsche explica quela gramtica del poder es el principio explicativo detodas las relaciones sociales y que en la naturalezaexisten mltiples fuerzas que estn en continuabatalla por afirmarse e imponerse sobre las dems.Aqu es necesario entender la voluntad de poder,

    no como represin, sino como produccin, accin,potencia, fuerza, enfrentamiento y lucha, y nocomo una fuerza que parte del sujeto, sino comoaquello que lo genera.

    investigador del Centro de Investigacin y Educacin Popular CINEP y director de la publicacin universitaria FedeE-rratas. Sus reas de inters estn ligadas a la relacin comunicacinpoltica, los estudios sobre identidades, agendasinformativas, comunicacin para el cambio social y teoras de la comunicacin, as como la historia del tiempo presente.Correo electrnico:[email protected]

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    El concepto victorioso de fuerza con el que

    nuestros fsicos han creado a Dios y al mundo, an

    requiere una complementacin: se le tiene que

    atribuir un mundo interno que yo designo comovoluntad de poder, esto es, como una insaciable

    ansia de demostracin de poder, de utilizacin,

    ejercicio de poder, como impulso creativo. (Nietzs-

    che, 1997, p. 135)

    La voluntad de poder parte de la volicin, deldeseo, del placer, de la relacin, del choque, de lapotencia insaciable y del impulso creativo. Lasfuerzas de repulsin y atraccin son sntomas de lafsica muy disientes para entender que la voluntad

    de poder siempre tiende a la accin inacabada delas fuerzas por afirmarse y chocar.

    El mundo, para Nietzsche, no es el productode la representacin del sujeto, sino el productode la voluntad de poder. Aqu representacinno es de ninguna manera una relacin cordial,limpia, transparente, neutra, ni amorosa que seestablece con eso que se llama realidad; sino unaarbitrariedad vestida de objetivismo, que no sloes violenta en su forma de nombrar las cosas, sinoen su voluntad de crear verdades y realidades

    inverosmiles, que slo pueden emerger dentrouna relacin de poder, en ltimas, una relacinde guerra.

    EnDefender la sociedad,en la primera leccindel 7de enero de 1976, Michel Foucault nombraa la anterior idea como la hiptesis de Nietzsche.Para entender mejor esta idea, ser necesarioadentrarnos, de una vez, en la nocin foucaul-tiana de poder. Si renunciamos a una definicineconomicista, si nos apartamos de los conceptosde soberana y represin, si nos alejamos de la

    concepcin del poder como una sustancia o unacualidad, y si entendemos que para Foucault nohay vacos ni caras del poder, slo entonces podre-mos comprenderlo como unarelacin.

    Al hacerse la pregunta por el poder, no esposible, de acuerdo con el filsofo francs, indicarsu ser. Responder esto sera otorgar una visin detotalidad y conjunto, con la que est en desacuerdo.Foucault lanza, entonces, una apuesta que logra

    identificar sus mecanismos, efectos, relaciones,dispositivos, niveles, mbitos y extensiones.

    Para Foucault el poder no se deriva de nada,

    no hay nada anterior a l; ste no tiene centro,ni arriba ni abajo; ms bien circula, es algo quefunciona en cadena, en red.

    Si el poder fuese nicamente represivo, si no

    hiciera nunca otra cosa ms que decir no cree

    realmente que se le obedecera? Lo que hace que

    el poder se aferre, que sea aceptado, es simplemente

    que no pesa solamente como una fuerza que dice

    no, sino que de hecho circula, produce cosas,

    induce al placer, forma saber, produce discursos; es

    preciso considerarlo ms como una red productivaque atraviesa todo el cuerpo social que como una

    instancia negativa que tiene como funcin reprimir.

    (Foucault, 1999, p. 48)

    Tomar el campo social como un entramado derelaciones de poder es fundamental para enunciarla teora del discurso desarrollada tambin porFoucault. Es imprescindible entender la guerracomo principio de anlisis de esas relaciones depoder. Es central, pues, la famosa inversin del

    aforismo de Carl von Clawsewitz, de la guerra esla continuacin de la poltica por otros medios ala poltica es la continuacin de la guerra por otrosmedios. Dicho de otro modo, la poltica no es la ter-minacin de la guerra, no es sinnimo de paz, sino,muy por el contrario, de enfrentamiento. Esto, enun sentido muy cercano a la relacin entre poltica,conflicto y poder que explica Chantal Mouffe.

    En aras de imprimir un poco de coherencia ysensatez dentro de la produccin terica en tornoa la poltica, en El retorno de lo polticoMouffe

    afirma el carcter central de lo poltico y hace unllamado a su retorno en cabeza del antagonismo.En esta medida, nos invita a abandonar el univer-salismo abstracto de la Ilustracin que privilegiel vivir juntos de lapolis, y a reconocer el conflictopropio delpolemos.

    El rasgo definitorio de la poltica es la lucha

    (lo poltico), siempre hay grupos humanos concretos

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    que luchan contra otros grupos humanos concretos

    en nombre de la justicia, la humanidad o la paz.

    Siempre habr un debate en torno a la naturaleza

    de la justicia y jams se podr alcanzar un acuerdodefinitivo. En una democracia moderna, la poltica

    debe aceptar la divisin y el conflicto como inevi-

    tables, y la reconciliacin de afirmaciones rivales

    e intereses en conflicto slo puede ser parcial y

    provisional. (Mouffe, 1999, p. 155.)

    Y es precisamente all donde se enmarcael principal desplazamiento que reivindica elantagonismo constitutivo del poder. Por tanto,sostiene: al modelo de inspiracin kantiana de

    la democracia moderna hay que oponer otro, queno tiende a la armona y a la reconciliacin, sinoque reconoce el papel constitutivo de la divisiny el conflicto (Mouffe, 1999, p. 20). La polticaimplica poder, y, por tanto, tensin, conflicto ylucha; de lo que se trata aqu es de reconocer quetanto en el poder como en la poltica se tejen loque Carl Schmitt denominrelaciones entre amigos

    y enemigos, y lo que Mouffe elevar a la categorade adversario. Entender que la poltica envuelvepoder es comprender el poder en trminos foucaul-

    tianos derelacin que produce.Componer un orden, un consenso o una

    identidad siempre trae consigo accionesde exclusin. Nunca se es completa-

    mente inclusivo ni neutral. Todapoltica, todo consenso, implica

    una dimensin de coercin. Lasdiferencias, las distorsiones, losantagonismos y los conflictosestn siempre presentes en lasrelaciones sociales; por tanto,

    no es posible hablar de neu-tralidad. En lugar de intentarhacer desaparecer las huellas delpoder y la exclusin, la polticademocrtica requiere ponerlasen primer plano, para hacerlas

    visibles de modo que puedan entraren el terreno de la controversia(Mouffe, 1999, p. 202).

    As, pues, si las relaciones sociales son vistasen trminos de antagonismo y lucha, en trminosdiscursivos, y si las representaciones no son otra cosa

    que las construcciones producto de estos choques, deestas relaciones; entonces, es apenas lgico afirmarque a toda representacin le es propio un sentidopoltico que se desempea en una relacin de fuer-zas, donde se despliegan pasiones y voliciones.

    Lo social como espacio discursivo: larepresentacin y el discurso

    Es hora, entonces, de afrontar un problema mayorque envuelve a la representacin y que reconoce las

    luchas propias de su produccin: eldiscurso.Primero, es preciso entender lo social como

    espacio discursivo;1 es decir, como relaciones derepresentacin que conciben lo poltico, no comouna superestructura, sino como un rasgo ontol-gico de lo social. Ya hemos argumentado cmoen el campo social hay multiplicidad de relacionesde poder que se enredan en un entramado quepodemos llamardiscurso. Pero cmo podramosdefinir mejor este concepto?

    Discurso, en esta lnea, puede ser entendido

    como aquel edificio pesado hecho de historia,cultura, verdad, razn, poder, estratificacin yregularidad; es decir, debemos entenderlo aqu,no como un simple modo de hablar, sino, ms

    1. Si bien reconocemos lo anterior como un importanteaporte de Foucault, nos apartamos de su escisin entreprcticas discursivas y no discursivas. Retomamos, por elcontrario, la afirmacin de Ernesto Laclau y Chantal Mou-ffe en Hegemona y estrategia socialista, cuando sostie-nen que toda realidad es discursiva; es decir, que no hay

    nada que est por fuera ni que preceda al discurso.2.Totalidad entre comillas porque nunca llegar a ser to-talidad. La discontinuidad e indecibilidad discursiva pa-san a ser primarias y constitutivas. Aqu la sociedad y lasidentidades tampoco tienen esencia ni cierre; es decir,no se puede concebir algo como la sociedad en s ouna identidad cerrada como una mnada, sino que sedebe tener claro que lo social es una infinitud que nopuede reducirse a ningn principio unitario y totalizantey que toda identidad es incompleta y abierta, y, lo msimportante, relacional; justamente el concepto discursoes el que nos posibilita este sentido.

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    bien, como una telaraa que est llena de hilosarticuladores y puntos que conectan diferentesposiciones o nodos; tambin podra definirse como

    esa totalidad2

    estructurada y relacional productode una prctica articuladora que tiende a la regu-larizacin, al control y a la imposicin.

    Jacques Derrida, enLa escritura y la diferencia,sostiene que el discurso es un sistema de diferenciasdonde no hay significado trascendental ni origina-rio, y que, por ello, no se debe hablar de l como unorden racional perfectamente medido, sino como laregularidad en la dispersin, como ese movimientocontinuo de diferencias, ese intento por establecerun centro, o por organizar el desorden.

    Pero que quede claro que el discurso no esmera gramtica; l levanta o desoculta no sola-mente una retrica, sino una accin. Aunque enprincipio s puede definirse como una serie deenunciados, es fundamental comprender queesos enunciados cumplen una funcin estratgicaen medio de un juego de tcticas. El discurso esinmanente al poder y, al mismo tiempo, es unpoder generador de cristalizaciones, de rdenes, dedefinicin, de demarcaciones, de fronteras, de ver-dades y de regmenes de verdad; es un poder que

    promueve el mundo, la existencia y la realidad.Dentro de la teora del discurso, enHegemo-

    na y estrategia socialista, Chantal Mouffe y ErnestoLaclau retoman un punto clave: la aseveracinsobre la materialidad de ste. Segn sostienen,no es un simple sistema de ideas, sino que se viveconcretamente y est encarnado en instituciones,rituales y usos cotidianos; es decir, el discursoproduce efectos reales. De ah la alusin al LudwigWittgenstein de Investigaciones filosficas, queobserva que el lenguaje se daen trminos de uso,

    en el transcurrir de la cotidianidad, donde lasposiciones de sujeto se encuentran en juegos delenguaje polismicos y con mltiples maneras dejugar.3Esta mencin del segundo Wittgenstein esfundamental para comprender que el discurso noes slo pura expresin del pensamiento, sino queesos juegos del lenguaje, es decir, ese conjunto indi-soluble entre el lenguaje y las acciones en las quese entreteje y significa, son una unin entre reglas

    lingsticas, situaciones objetivas yformas de vida.Esto reafirma la efectuacin material del discursoque puede verse en mltiples representaciones.

    No hemos dejado de lado el concepto derepresentacin; l est atado al de discurso. Lasrelaciones discursivas de poder, que componenlo social, al momento de actuar produceny se efectan en representaciones que, ala vez, van construyendo lo que llamamos

    relato. Aqu es claro que la representacines concebirla como producto discursivo, y esjustamente esta visin la que le agregaese escenario de lucha y poder quees imperativo a la hora de hablar de

    comunicacin. En este sentido, hay undoble movimiento: eldiscursoes un con-junto de mltiples enunciados articuladosestratgicamente que estn en lucha, llenosde identidades y relaciones de poder; y lasrepre-

    sentacionesson efectuaciones discursivas a las quele son inmanentes poderes productores.

    Las representaciones que tenemos son cons-truidas por medio de los discursos de poder. Unejemplo simple. A las nias pequeas les ensean:

    tienes que sentarte con las piernas cerradas, qu es

    eso?, todo un discurso de poder moralizante, quetransgrede la posicin natural del cuerpopiernasabiertaspara normalizarlo y as cerrarlas. Estediscurso de poder crea toda una serie de represen-taciones de la corporalidad; una corporalidad queempieza a representarse en forma de cuerposavergonzados o de nias que se bajan la falda,porque las que se sientan con las piernas abier-tas sonindecentes yhasta vagabundas.

    3.El poder del discurso es, por una parte, indirec-to, en cuanto pertenece a la dominacin y bus-ca dominar, capturar, domesticar e integrar lamente del otro; por otra, es directo, en lamedida en que busca controlar las matri-ces de produccin, los canales de trans-misin y los procesos de recepcin. Conesto ltimo no nos podemos quedar enla confrontacin entre representacio-nes; es necesario elevar el anlisis ymirar que lo que tambin se dominaaqu es la lgica del juego.

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    El poder no es algo que est detrs del dis-curso; el poder le es y opera de modo inmanenteal discurso. Al mismo tiempo, el discurso es el

    objeto del poder; es decir, el discurso es aquellopor lo cual se lucha, y es tambin el que legitimapoderes en cuanto se constituye polticamente. Eldiscurso no es simplemente aquello que traduce lasluchas o los sistemas de dominacin, sino aquellopor lo que, y por medio de lo cual se lucha, aquelpoder del que quiere uno aduearse (Foucault,2005, p. 14).

    Entonces, todo objeto se constituye comoobjeto de discurso y lo social debe ser concebidocomo espacio discursivo. Al reconocer esto, esta-

    mos conectando con la hiptesis de Nietzsche,retomada por Foucault, que ve las relacionesde poder como constitutivas del campo social.Es decir, el concepto de discursonos brinda elmarco para entender las representaciones comoconstrucciones polticas, ya que si lo social esdiscursivoes decir, relaciones simblicas depoder,entonces, el producto de esas relaciones,de estos discursos son las representaciones, esasconstrucciones simblicas que tampoco escapan desu rasgo discursivo, ni de su componente poltico

    y poderoso.

    Con todo lo anterior, Foucault se preguntaqu tiene de peligroso el discurso, que se tieneque controlar, seleccionar y redistribuir?, qu hay

    de peligroso en el hecho de que la gente hable yde que sus discursos se representen, proliferen ycirculen indefinidamente? Y es que el discurso,as como se establece como hegemnico, tambinpuede ser disidente. Cuando este ltimo cuestionalo dominante, se quiebran las metforas usuales,se relativizan los compromisos que han reinadohistricamente y se amenaza eso que se haimpuesto violentamente como verdad. Por eso, atodo discurso le es inmanente la deseabilidad; esdecir, todo discurso es objeto de deseo y en cuanto

    tal es un objeto de lucha.Es necesario partir de lapremisa que indica que el poder produce efectosde verdad.

    Dice Foucault en Defender la sociedad, enla clase del 14 de enero de 1976, que en tantoel cuerpo social est atravesado, caracterizadoy constituido por mltiples relaciones de poder,ste no puede funcionar ni establecerse sin unaproduccin, acumulacin y circulacin de undiscurso verdadero. Esto, en cuanto el discurso esy tiene poder de definicin de realidad(es).

    No hay ejercicio del poder sin cierta economa

    de los discursos de verdad que funcionan en, a par-

    tir, y a travs de ese poder. El poder nos somete a la

    produccin de la verdad y slo podemos ejercer el

    poder por la produccin de la verdad. [] El poder

    nos obliga a producir la verdad, dado que la exige y

    la necesita para funcionar; tenemos que decir

    la verdad, estamos forzados, condenados

    a confesar la verdad o a encontrarla.

    [] Tenemos que producir la verdad

    del mismo modo que, al fin y al cabo,tenemos que producir riquezas, y tenemos

    que producir una para producir las otras. Y

    por otro lado, estamos igualmente sometidos

    a la verdad, en el sentido de que sta es ley; el que

    decide, al menos en parte, es el discurso verdadero;

    l mismo vehiculiza, propulsa efectos de poder.

    Despus de todo, somos juzgados, condenados,

    clasificados, obligados a cumplir tareas, destinados a

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    cierta manera de vivir o a cierta manera de morir, en

    funcin de discursos verdaderos que llevan consigo

    efectos especficos de poder. Por lo tanto: reglas de

    derecho, mecanismos de poder, efectos de verdad.O bien: reglas de poder y poder de los discursos

    verdaderos. (Foucault, 2001, p. 34)

    As como lo advertimos con la representaciny el discurso, es preciso dejar en claro que la verdadno es una virtud interna, un logoso una inmanen-cia, sino, y muy por el contrario, una conjugacinde fuerzas y contextos en disputa. Pero se puededecir mejor: la verdad es un plus de fuerza, y slose despliega por una relacin de fuerza.

    En el fragmento 119 de su libro Aurora,Nietzsche habla sobre la lucha de los impulsosen trminos de nutricin de los cuerpos. En lalucha por el alimento, nos dice, algunos impulsosobtendrn mayor nutricin, mientras que otrosmorirn por inanicin. Desde esta perspectiva,los impulsos mejor alimentados sern los quepredominarn. En este sentido, hay verdadescon mayores impulsos, mejor alimentadas y,por tanto, ms fuertes que otras. As tambin lopiensan Mouffe y Laclau, para quienes existen

    unos discursos que dentro de un contexto y luchadeterminada se han establecido como hegemnicosy otros, como insignificantes o secundarios.4

    Esta ltima idea la desarrollan, retomando aAntonio Gramsci, en trminos de la teora hege-mnica. En la afirmacin de esa nueva lgica delo social que reconoce su negatividad, Mouffe yLaclau definen lahegemonacomo una forma derelacin poltica basada en la articulacin deposi-

    cionalidadesen un campo lleno de antagonismos.La teora planteada constituye una propuesta pol-

    tica en trminos deestrategia, es decir, de un juegode batalla que retoma la poltica del antagonismoy de la articulacin.

    Foucault nos ense que a ese campo discur-sivo lleno de relaciones de poder le es inmanenteun juego de tcticas, dominios y resistencias; puesbien, este juego tambin puede ser denominadocomohegemona. Ahora bien, cuando enunciamosque el poder produce verdad, que establece una

    poltica o rgimen general de verdad, es decir, lostipos de discursos que se aceptan como verdaderos,nos estamos refiriendo a los discursos hegemnicos

    que actan concretamente en las sociedades y queprocuran la reproduccin y la continuidad queaseguren su supervivencia.

    La verdad no est fuera del poder, ni carece

    de poder. La verdad es de este mundo; es producida

    en este mundo gracias a mltiples imposiciones y

    produce efectos reglados de poder. Cada sociedad

    posee surgimen de verdad, su poltica general de

    la verdad: es decir, define los tipos de discursos

    que acoge y hace funcionar como verdaderos; los

    mecanismos y las instancias que permiten distinguirlos enunciados verdaderos o falsos, la manera de

    sancionar a unos y a otros; las tcnicas y los proce-

    dimientos que son valorados en orden a la obtencin

    de la verdad, el estatuto de quienes se encargan

    de decir qu es lo que funciona como verdadero.

    [] Existe un combate por la verdad, o al menos

    en torno a la verdad una vez ms entindase

    bien que por verdad no quiero decir el conjunto

    de cosas verdaderas que hay que descubrir o hacer

    aceptar, sino el conjunto de reglas segn las cuales

    se discrimina lo verdadero de lo falso y se ligan a loverdadero efectos polticos de poder entindase

    asimismo que no se trata de un combate a favor

    de la verdad, sino en torno al estatuto de verdad.

    (Foucault, 1999, p. 53) (Cursivas nuestras)

    Al hablar de la hegemona en trminos derelacin poltica, estamos diciendo que en lasociedad existe una continua tensin por definirregmenes de verdad; es a esa tensin a la quepodemos llamarrelacin hegemnica. Cuando se

    presenta una articulacin hegemnica predomi-nante y claramente distinguible podramos hablarde bloque histrico. Sin embargo, y teniendo en

    4.En este sentido, cabe preguntarse qu pasa con esoexcluido? Siempre est en constante lucha y peleandopor entrar y afirmarse. Es decir, eso que no entra dentrodel rgimen de verdad, tambin tiene potencia y quiereposicionar su propio rgimen de verdad.

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    cuenta que la teora hegemnicareconoce las formas asimtricasy mviles del poder, es necesario

    advertir que las cadenas de equi-valencia que han logrado confor-marse como bloque histrico, esdecir, como discurso hegemnicopredominante, estn lejos de serun acontecimiento irreversible,y que, por tanto, pueden serdesmontadas.

    Es interesante analizar cmo los discursosse efectan en representaciones y se asientan enrelatos, en eso que todos compartimos, con el que

    todos nos identificamos. En ese sentido, sera demayor relevancia preguntarse aqu por los relatosque definen un proyecto nacional colombiano,teniendo en cuenta que slo unos discursos, y nootros, han producido y producen la nacin enColombia por medio de mltiples representacio-nes. Nos preguntamos, entonces, por los discursoshegemnicos o verdaderos que han conformado lanacin en Colombia.

    La nacincomo representacin

    y formacindiscursiva

    Hay muchos lugares de enunciacin para abordareso que a veces se torna inconmensurable. Portanto, lo ponemos todo en evidencia desde yadiciendo que no llamamos ni llamaremosnacina un espacio territorial claramente definido, a unadivisin geogrfica del globo, a un grupo racial, alos hablantes de una misma lengua, a una suertede formacin poltica fija y permanente, a unatotalidad, a la cordial derivacin de lo regional,

    a una esencia, ni a un orden naturalmente dado.Entendemos y entenderemos la nacin como

    representacin; es decir, como una construccinsocial, simblica y discursiva.

    Inicialmente, nos apoyaremos en el trabajo de

    Benedict Anderson,5

    que define la nacin comouna comunidad poltica imaginada. El autorsostiene que la nacin es un artificio cultural definales del siglo XVIII, producto del cruce enre-vesado de urdimbres y fuerzas; un artefacto queprovoca apegos profundos, en tanto cercano a lascategoras de parentesco y religin; una invencinrelativamente reciente por la que muchos indi-viduos han muerto y estn dispuestos a morir,pues imgenes como la nacin inspiran amor, y, amenudo, un amor profundamente abnegado.

    La tesis de Anderson defiende la idea de queningn miembro de la nacin conocer jams a latotalidad de sus habitantes; que ni siquiera la nacinms grande alberga a la humanidad misma, ni seimagina como la humanidad misma; que la nacintiene fronteras que (aunque hoy son ms elsticasy porosas) terminan en otras naciones, y que todanacin tiene como fin la libertad y la soberana. Locentral de todo esto es que la nacin se entiendecomo una suerte de abstraccin que se posibilitapor la existencia de una imagen de comunin con

    los otros ciudadanos, es decir, por la presencia delazos y redes imaginadas de parentesco e identidad.Sin embargo, ms adelante veremos que tal abs-traccin dista mucho de ser una nocin metafsica,pues, como lo entendimos con la representacincomo construccin, y en cuanto tal, tiene un carc-ter profundamente concreto.

    Uno de los argumentos centrales de esta teoraafirma el carcter determinante de la imprenta ala hora de generar ideas nuevas de simultaneidady de posibilitar comunidades de tipo horizontal

    y secular. Si antes la representacin de la reali-dad imaginada era predominantemente visual

    5.Es preciso aclarar que no es de inters para este trabajoretomar toda la teora de la comunidad imaginadaex-puesta por Anderson, ni abordar la extensa bibliografaque se ha producido sobre la nacin. De Anderson yde los dems autores retomar ciertos puntos que nosayudarn a explicarla como representacin.

    Gmez / Martnez | Signo y Pensamiento 53 volumen XXVIII julio - diciembre 2008

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    y auditiva (cercana), la reproduccin escrita dela novela y del peridico suministr los mediostcnicos necesarios para que la representacin de

    la comunidad imaginada fuera posible.Este nuevo medio de comunicacin posibilitla aparicin de nuevas formas, centros e institu-ciones de poder simblico, necesarias para forjarlos tejidos y entramados de conexin nacional,pues: uno, reuni en torno a ciertos temas a unacomunidad cada vez mayor de lectores que, eninteraccin con el sistema capitalista y la diversidadlingstica, constituyeron el embrin de una nuevaconciencia; y dos, ayud a forjar una imagen deantigedad e introdujo, junto con el progresivo

    derrumbe de las certezas y los descubrimientoscientfico-sociales, una dura traba entre cosmologae historia, es decir, la posibilidad de distinguirlasy de entender a la ltima como una construccindemasiado humana.

    Ahora bien, qu es eso que cohesiona alas comunidades imaginadas?, qu es eso quegenera el vnculo social, el enlace, la solidaridady la relacin ntima? Las enciclopedias y lostrabajos clsicos nos diran que son, bsicamente,la lengua, el territorio y la raza; sin embargo,

    para acercarnos a una respuesta ms sensata enel sentido que queremos abordar, el de la nacincomo representacin, es preciso retomar la ideaque John Gillis expuso en The Politics of National

    Identity: La memoria nacional es compartidapor gente que, aun cuando nunca se ha visto onunca ha odo hablar del otro, se consideran comoteniendo una historia comn. Esta gente estunida tanto por el olvido como por el recuerdo(citado en Achugar, 2002, p. 77). En este mismosentido, Mnica Quijada explica que un factor

    fundamental en los procesos de singularizacin delas naciones es la definicin de los mitos de origeny la elaboracin de la memoria histrica, puestoque no hay identidad sin memoria, ni propsitocolectivo sin mito.

    Estas dos perspectivas son sugestivas, encuanto hacen referencia al pasado comn, a losmitos de origen y a la memoria histrica comoelementos cohesionadores y posibilitadores de la

    nacin. No obstante, Benedict Anderson, ErnestRenan y Homi Bhabha las complementan cuandosealan que la nacin comparte un pasado inme-

    morial, pero tambin un futuro ilimitado. Estaambivalencia es la columna vertebral que sostieneal relato nacional.

    Cuando Renan se pregunt Qu es unanacin?, respondi: es un principio espiritual, unaposesin en comn de un rico legado de recuerdosy un consentimiento actual de ese deseo de vivirjuntos en el destino.

    En el pasado, una herencia de glorias y de

    pesares qu compartir; en el porvenir, un mismo

    programa a realizar. Haber sufrido, gozado, espe-rado juntos; he aqu lo que vale ms que las aduanas

    comunes y que las fronteras conforme a los ideales

    estratgicos; he aqu lo que se comprende pese a la

    diversidad de raza y de lengua. [] Una nacin

    es, pues, una gran solidaridad constituida por el

    sentimiento de los sacrificios que se han hecho y

    de los que an se est dispuesto a hacer. (Renan,2000, p. 65)

    La comunidad imaginada es producto de un

    cambio de lgica y de aprehensin del mundo.En este sentido, es preciso considerarla como unanueva manera de pensar y vivir de las comuni-dades humanas, como una forma moderna deorganizacin social, como un nuevo modelo decomunidad, que, sin embargo, se imagin antiguo.En estas dos explicaciones se ubica un punto fun-damental: la nacin es un nuevo artefacto socialque proviene siempre de un pasado y se proyectasiempre hacia un futuro indefinido, por eso esambivalente y tiene rostro de Jano.

    En la mitologa romana, Jano (Janusen latn)era un dios que tena dos caras, cada una de ellas

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    mirando en direcciones opuestas. Jano era consi-derado el dios de las puertas; de los comienzos ylos finales; del umbral que separa el pasado del

    futuro. Su principal templo en el Foro Romanotena puertas que daban al este y al oeste, hacia elprincipio y el final del da.

    Lo caracterstico de las puertas es su ambiva-lencia: a veces se abren, a veces se cierran. Cuandolos ejrcitos romanos salan de la ciudad hacia laguerra, las puertas de Roma permanecan abiertas;cuando regresaban, se cerraban detrs de ellos. Poreso los romanos identificaban al perfil del Janocerrado con el pasado y al perfil del Jano abiertocon el futuro; por ello, la nacin es concebida como

    memoria y como proyecto.En Janus, como en la nacin, no prevalece

    ningn perfil de la efigie bifronte; por el contra-rio, se afectan recprocamente: el pasado tieneprofunda relacin con el futuro en cuanto locondiciona; por su parte, el futuro hace y disponede un pasado para asegurar su proyecto venidero.Esta perspectiva nos hace cuestionarnos por lahistoria, la memoria y el olvido de la nacin, ypor su inextirpable relacin con el pasado, elpresente y el futuro. En adelante nos ocuparemos

    de esto, del pasado y el futuro como elementoscohesionadores, y de la produccin de la memoriay la historia como una invencin del presente paraasegurarse un futuro. Es preciso sealar que esaproduccin ha de entenderse en clave antagnicapor el establecimiento de un relato hegemnico:el relato nacional.

    Hasta aqu hemos retomado la tesis de Ander-son que define la nacin como una comunidadpoltica imaginada que comparte fuertes lazossimblicos de comunin. Sin embargo, es preciso

    evidenciar que de l tomamos esta idea slo paraponer en relieve que una nacin se construye y seestabiliza precisamente a partir de esas redes ima-ginadas de comunidad, de ese relato que se basaen un pasado inmemorial y un futuro ilimitado, yque se produce siempre por un choque de fuerzasen un tiempo presente. Por ello es que concebimosla nacin como representacin, es decir, como unaconstruccin social, simblica y discursiva.

    En adelante nosproponemos preguntar-nos de qu est hecho ese

    relato que procura la conexinde la comunidad imaginada?, cules y cmo se ha producido y construidoese relato de lo nacional en Colombia?,cul ha sido y cul es la voluntad de ver-dad que ha venido atravesando por siglosnuestra memoria?, y cul es la posicin de ladisciplina histrica en este sistema de exclusin?

    Versiones y subversiones dela memoria y la historia.

    La construccin del relato nacional

    Provocador es fechar el origen de la nacin. Sinembargo, en este caso es imposible sealar el day la hora de su emergencia;simplemente, porque nola tiene. Aqu la necesidadde marcar un comienzono es ms que una nos-talgia estril, pues, comolo indica Hugo Achugar,

    slo es posible pensar enla idea de la fundacinde la nacin en el sentidoms humano, es decir,concibiendo ese momento

    fundacional como la pro-duccin del ser humano entanto homo fabulador; no como resultado de unhecho histrico puntual o de una cuestin astro ometafsica. Las naciones, como las narraciones,pierden sus orgenes en los mitos del tiempo y slo

    vuelven sus horizontes plenamente reales en elojode la mente (Bhabha, 2000, p. 211).

    Con relacin a esto, Anderson sostiene quela antigedad es una consecuencia necesaria dela novedad; es decir, una creacin del presentepara legitimarse. As, nos dice, la Segunda GuerraMundial engendr a la Primera; de Sedn saliAusterlitz, y el antepasado del Levantamientode Varsovia es el Estado de Israel. En una lnea

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    muy cercana, Achugar explica que todoesfuerzofundacionalse constituye siempre desde un tiempoposterior al del tiempo histrico, puesto que lo

    fundacional es catalogado as por las generacionesposteriores cuando construyen el pasado, lo ubicany le atribuyen un sentido con relacin al presente,inventando, de ese modo, el comienzo de la memo-ria. En consecuencia, la nacin es producto delpresente, que requiri remitirse al pasado, inventaruna memoria y escribir una historia.

    Se inventaron y crearon naciones donde antesno existan. Recordemos con Anderson que, encuanto imaginada, la nacin es un artefacto, unartificio y una invencin, que dista mucho de las

    antiguas comunidades de cercana. La nacin,nos dijo Jess Martn-Barbero (2005), no nacide parto natural, sino de un parto profundamentedoloroso, brutal, cruel y destructivo.

    Posibilitar ese vivirjuntosdel que hablAlain Touraine, for-

    jar un nosotros dondeantes exista un ellos,y cerrar en un cuerpotodas las localidades

    fue un proceso com-plejo que derrammucha sangre. Quehoy todos nos ciamosa una historia comn, aunos referentes, a unasprcticas generales y a

    un orden ritual no es cuestinnatural, sino el producto de

    un proyecto extremadamenteviolento.

    Con esto dejamos claro que lanacin no es autopoitica ni el efecto de una causadeterminable; la nacin es una produccin y unaconstruccin social, simblica y discursiva. Es pre-ciso actualizar aqu que no por basar su posibilidaden la imagen y en el relato, como lo afirmamosanteriormente, es una construccin que se limitaal plano de las ideas. Ya vimos que la razn no esla nica configuradora de la representacin, sino

    que, en cuanto discursiva, se produce siempre enel choque social entre sujetos posicionados. Asmismo, advertimos con Ludwig Wittgenstein

    que al discurso le es inmanente una relacinindisoluble entre lenguaje y accin, que devieneen representaciones y formas de vida concretas,como la nacin.

    Recordemos que con Nietzsche le otorgamosel carcter ntico, creativo y productivo a la volun-tad de poder. As las cosas, la nacin emerge enmedio y por un entramado de relaciones humanasconcretas de poder que estn en continua batallapor afirmarse e imponerse sobre las dems.Para Nietzsche, la nacin y su relato seran el

    producto de esa accin inacabada de las fuerzaspor afirmarse; para Foucault, el producto deun entramado de relaciones de poder, es decir,un discurso; y para Mouffe y Laclau, ficcionespolticas llenas de conflicto y voluntad de lucha.

    Hablar de la nacin como representacin,y en cuanto tal, como una construccin discur-siva, nos remite, necesariamente, a reconocer lasluchas propias de su produccin. El discurso, unavez ms, no es mera gramtica, sino unaprofunda materialidad cotidiana que

    desoculta y promueve acciones. Inclusosu componente retrico cumple unafuncin estratgica en medio deljuego de tcticas: forjar rdenes, fijarcontornos, crear verdades, regmenes de ver-dad y, as, causar el mundo, la existenciay la realidad. Las relaciones discursivasde poder producen y se efectan enrepresentaciones que van construyendo lo quellamamos relato. En este sentido, el relato de lanacin es tan poltico como simblico.

    Es preciso advertir, entonces, que la memoriase evala y la historia se ejerce siempre desdeuna posicin o un posicionamiento de poder.En Memorias hegemnicas, memorias disidentes,Cristbal Gnecco y Martha Zambrano nosrecuerdan que en los textos, y no detrs de ellos,existen prcticas de confrontacin y confluencia,de lucha y mezcla, de disidencia y hegemona,esto es, de poder entre actores dispares. Llama la

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    atencin, como con Foucault y Nietzsche, el papelconstituyente que desempea el poder a la hora deestablecer sentidos, posturas, memoria e historia;

    sea sta la de lites modernizadoras, colonizadores,colonos y actores estatales; sea sta la de obreros,indgenas, grupos insurgentes o clases populares.

    Lamemoria, entendida como aquello que loscolectivos recuerdan, y la historia, como aquelloque los textos de los constructores de historiasdicen que se debe recordar, no son transparentesni especulares. En cuanto representaciones, par-ticipan del juego del poder, porque lo contienen yporque se les ha otorgado un sentido y un valor.Es necesario, pues, poner al desnudo las relaciones

    de poder en virtud de las cuales una visin dela historia prevalece sobre las dems. Es decir,evidenciar que en el campo simblico de la cons-truccin de lo nacional unos sentidos se deniegany otros se autorizan, unos se adelgazan y otros serobustecen, y, por tanto, unos se ignoran y otrosse presignifican como verdad. Esto es, que ciertos,y slo ciertos discursos, han sabido posicionarsecomo hegemnicos para imponer el relato nacio-nal, es decir, eso que une e identifica a un grupode seres humanos.

    La tradicin disciplinaria de la historia, nosdicen Gnecco y Zambrano, ha ocupado un lugarprivilegiado dentro del positivismo, como produc-tora de verdades neutras, globales y autorizadas Sele ha visto, en este sentido, como una batalladoraheroica contra la subjetividad de la memoria. Sinembargo, se hace urgente cuestionar su supuestaneutralidad y reconocer que funciona como unatecnologa que encausa la memoria. La historiano es imparcial: tiene intencionalidades, arbitra-riedades, deseos de fijacin y permanencia. La

    historia se debe poder analizar en sus mnimosdetalles, pero a partir de la inteligibilidad delas luchas, de las estrategias y de las tcticas(Foucault, 1999, p. 45).

    Componer un orden, una comunidad o unaidentidad comn como la de la nacin, trae consigoacciones de exclusin. Si recordamos lo enunciadocon Mouffe, entenderemos que el proyecto nacio-nal no es completamente inclusivo ni neutral, sino

    necesariamente excluyente. Toda representacin,todo discurso, toda verdad, todo relato es unatendencia, una unilateralidad siempre injusta, que

    suprime y conjura otros discursos.Entender lanacincomo discurso no implicauna mera atencin a su retrica y a su lenguaje;altera, de acuerdo con Bhabha, al concepto ens mismo; en tanto, afirma la imposibilidad decierre y de totalidad,6y le entiende como espaciode perpetua tensin entre el adentro y el afuera,como un espacio in between de antagonismo,negociacin, produccin y eliminacin. En estesentido, la nacin tambin es ambivalente ymuestra su rostro de Jano. Los orgenes de las

    tradiciones nacionales se vuelven tanto actos deafiliacin y establecimiento as como momentosde desaprobacin, desplazamiento, exclusin ycontienda cultural (Bhabha, 2000, p. 216).

    En una entrevista con lvaro FernndezBravo y Florencia Garramuo, Bhabha explicaque la nacin no slo se entiende por los lmitesentre una y otra nacin, sino por los antagonismossociales inmanentes a su produccin. Esto esfundamental, en cuanto: carga la fuerza, una vezms, en el carcter de producto y construccin de

    la nacin, que reconoce la lucha por la hegemonade su relato.

    Cabe sealar que el proceso de construccinhistrica y de conjura de la memoria social esuna decisin y una seleccin social que permitetener el control del proceso nacional. Es decir, lostextos, relatos y narraciones pasan por un procesoque interpreta, define y privilegia lo que ha depermanecer en la memoria y en la historia social,as como las circunstancias, tiempos y espaciosen lo que ello ocurre. Esto quiere decir que la

    historia y la memoria pblica, en cuanto configu-radoras y legitimadoras de ese relato verdadero

    6.A pesar de esto, de que es ya sabida la imposibilidaddel cierre de lo discursivo y de la imposibilidad de hablarde totalidad, an existe una tendencia a hablar de lana-cin en trminos restrictivos, es decir, como un aparatoideolgico del Estado, o en trminos utpicos, como laexpresin de un incipiente sentimiento popular.

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    de lo nacional, son, a la vez que objeto, espacio delucha y tensin continua entre los discursos porestablecerse como hegemnicos y por la definicin

    de los regmenes de verdad de los que deviene unrelato nacional.

    La dominacin poltica requiere de la defini-

    cin de la historia y de la memoria, expresada en

    la imposicin de versiones particulares y parciales

    como universales y comunes, en la oclusin, la

    exclusin y el silenciamiento del sentido vivido del

    pasado de los grupos subordinados, pero tambin

    en su colonizacin, expropiacin o dominacin.

    (Gnecco y Zambrano, 2000, p. 12)

    La memoria pblica, explica Achugar, esel campo de lucha entre la memoria oficial y lamemoria popular, que se baten y compiten por lahegemona. Sin embargo, para el autor es un hechoque los grupos excluidos del proyecto nacional nopudieron hacer parte de la construccin histricade la memoria. Lo que los letrados hicieron fueignorar al Otro; de este modo, las memorias delos grupos marginados no formaron parte de lamemoria oficial y quedaron relegados al mbito

    de lo oral (Achugar, 2002, p. 83).El grave problema oper cuando la memoria

    oficial se hizo llamar, de entrada, memoria pblica,negando la posibilidad de lucha; pero, tambin,cuando la memoria popular dio por sentado esto,se escondi tras su ropaje de vctima, colg suarmadura de antagon e ignor que la memorianacional es siempre un terreno de contienda ydisputa que debe ser luchado. Nos permitimosadelantar aqu una conclusin: el relato de lanacin en Colombia es un efecto de superficie

    de una lucha, no muy peleada, entre la memoriapopular y la memoria oficial.

    La nacin, de acuerdo con Bhabha, es unapoderosa idea histrica. As lo reconoce ImmanuelWallerstein enAbrir las ciencias sociales, cuandoafirma que la historia justific las naciones cuandose erigi como importante elemento para fortale-cer la cohesin social. Por su parte, recordando aEric Hobsbawn, Gnecco explica que la historia,

    que se volvi parte del fondo de conocimientode la nacin, no es lo que se ha preservado en lamemoria popular, sino lo que ha sido seleccionado,

    escrito, mostrado, popularizado e institucionali-zado por la historia.As las cosas, ladisciplina histricase entiende

    como una tecnologa y una pieza clave del engra-naje institucional (del que tambin participan losmedios), que tiene por objeto delimitar y controlarlos discursos y encausar la memoria social. Dichatecnologa es profundamente poderosa en cuantosu locusno es el pasado, sino el presente y el futuro:el pasado legitima el orden social contemporneoy la movilizacin histrica de la memoria social

    legitima la accin y aglutina los colectivos sociales(Gnecco y Zambrano, 2000, p. 12).

    La preocupacin central de Gnecco, y la raznpor la que lo traemos, es mirar cmo se ha produ-cido la estructuracin poltica de la memoria socialpor parte de las historias hegemnicas colombia-nas, y cmo stas han ayudado a construir el relatode la nacin. Para esto, ser preciso no perder devista dos cuestiones. La primera se refiere a los dosproblemas que identifica Gnecco cuando analizala construccin de la historia, sea sta hegemnica

    o disidente: el esencialismo y la naturalizacin.stos, nos dice, son recursos polticos efectivos quedejan por fuera todo proceso analtico y mesurado,y niegan su carcter de construccin e invencin.La segunda es el proceso de conjura de la memoriapor la historia, en el que tanto la escritura comola fijacin propia de los medios modernos ocupanun papel central, pues limitan, reglan el sentidoy construyen espacios de legitimidad, verdad yautoridad.

    Nos dice Gnecco que la relacin entre la

    historia hegemnica y el proyecto de construccinde la identidad nacional moviliz la memoria demanera estratgica, hasta el punto que llev a lanaturalizacin de la identidad nacional. Afirmaque la historia hegemnica ha pasado a ser unasuerte de historia natural: cientfica, objetiva,duea de los nicos dispositivos de verdad y legi-timacin posibles, atemporal, universal.

    Los dueos de la palabra son, para Achugar,

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    los dueos de la memoria y la nacin, pues lacentralidad de la letra es tan central como yacompaa la centralidad del poder. Dice el

    pensador uruguayo que los militares y letradosdel siglo xix construyeron las naciones, y quecomo muchas veces esos militares tambin fue-ron letrados, sufundacinno se limit al uso delas armas: desarrollaron un discurso fundante,que, por el lugar desde el que hablaban, tuvo unefecto decisivo y una funcin clara. As las cosas,veremos que los criollos neogranadinos no slolucharon por el poder poltico, sino por el controlsimblico, para imponer, al mismo tiempo que suley, su discurso y su relato.

    Al respecto, Achugar y Anderson sealan queexiste un relato nico de la nacin, aun cuandoste sea el producto de una negociacin o consensoacerca de lo que se ha de recordar y olvidar. Porello, es urgente admitir que lo que hoy entendemospornacines el producto de una batalla, no muypeleada, en la que era (es) deseable tener el poderhegemnico de definir aquello que se iba (va) aentender por nacin. Al mismo tiempo, es precisoreconocer que pocas cosas son tan poderosas comoel acto performativo de la palabra; por algo, durante

    siglos fue la secuestrada de sacerdotes y letrados.7En cuanto los medios de comunicacin son

    espacios de lucha, constructores de realidades einstituciones paradigmticas del poder simblico,afirmamos aqu que han sido engranajes funda-mentales en la produccin, redaccin y delimita-cin de una historia de la nacin. En este sentido,han ayudado a construir y a alimentar, por mediode sus representaciones, el relato nacional.

    Es decir, si reconocemos que la produccindel conocimiento tambin pasa por estos espacios

    mediticos, entonces podemos sostener que losmedios han sido y fueron, son y sern, protagonis-tas en la configuracin del proyecto nacional.

    Entonces, debe reconocerse que los mediosde comunicacin masivos han actuado a la horade visibilizar, reiterar y cerrar imaginarios de locolombiano; imaginarios que necesitan repetirsecontinuamente para conjurar la potencia de la dife-rencia y evitar la apertura a elementos externos.

    As, pues, como han sido parte de la construccindel relato nacional, se nos antoja que tambinhan sido protagonistas en la conjura de esos otros

    discursos disidentes y en el establecimiento de loshegemnicos.

    La materialidad no documentadadelrelato: la nacin escrita del siglo xix

    Lo que veremos en adelante ser el relato hegem-nico que dio forma a la comunidad imaginadacolombiana; el relato producido por actoressociales que supieron posicionarse como

    hegemonesen la relacin antagnica

    por su definicin; el relato productode voluntades de poder y repletode voluntad de verdad; el relatoque emergi desde una posi-

    cionalidadde poder, que apela ciertos intereses y a ciertasintencionalidades. Nuestrapretensin, cabe sealar, no esresumir, sino caracterizar esosdiscursos por los que devino elrelato nacional.

    Partimos de los postuladosde Mnica Quijada, CristbalGnecco y Bradford Burns, quienesadvierten que en el proceso de cons-truccin del sentido de hermandad yen la sedimentacin de un relato nacional,tanto colombiano como hispanoamericano,entraron en juego tres discursos determinantes,que lo aguantaron todo: la soberana, el paradigmadel progreso y el proyecto homogenista. Los dosprimeros fueron construidos con especial cuidado

    desde principios del siglo xix, y el ltimo, desdefinales del mismo siglo.

    El primer discurso emergi en un contexto

    7.Pero la palabra no es poderosa por ella misma. Comoindica el ensayista uruguayo: el poder de una palabrase haca principio, ereccin, establecimiento y origen deuna cosa al ser utilizada para el acto mismo de la fun-dacin.

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    independentista, expres la voluntad de rupturacon la Corona espaola y legitim las guerrasde independencia para asegurar la autonoma

    y el rechazo de los lazos dominantes ejercidospor la metrpoli hacia la colonia. No obstante,la apelacin a la voluntad de soberana no puedeentenderse en sentido democrtico, esto es, comouna soberana para la totalidad del pueblo, sino,ms bien, como el traspaso de la autoridad de unas

    manos dominantes, las de la Corona, a otrasmanos similarmente dominadoras, las de

    los criollos ilustrados.Si bien la clase criolla ilustrada

    forj y concret el proyecto de

    nacin, ste no persigui nuncala libertad de las mayorassometidas, sino su derechoa ser los dominantes delreino que crean propio.Aunque se nos ha impar-tido y sigue impartiendola versin ideologizada yesencialista de la nacincolombiana, en la que los

    criollos aparecen como

    hroes y prohombres de lalibertad, las actuales inves-

    tigaciones amparadas en losestudios de la colonialidad y la

    historia crtica han venido dandocuenta del profundo enmascaramiento

    y oscurecimiento que trae esta versin.De su investigacin, Andrea Cadelo con-

    cluye que el proyecto de nacin que los criolloscomenzaron a agenciar para la Nueva Granadano implic un mayor acceso de las clases subal-

    ternas, sino el afianzamiento y fomento de supropia posicin en los mbitos social, econmicoy poltico. Este proyecto, que desencadenara enel proceso de independencia, sera entonces elresultado ms que de influencias recibidas, delinters de los criollos por reivindicar y afianzarsu preeminencia en la sociedad (Cadelo, 2001).Las nueve guerras civiles que azotaron durantelargo tiempo al siglo xix y que le abrieron la

    puerta al xxniegan rotundamente la supuestacalma que trajo la independencia, y muestran,por el contrario, cmo lo que se jugaba en ese

    momento, y en el que vena, era una lucha entreseores y criollos regionales por el poder centraldel pas.

    Aunque en sus escritos los ilustrados exigieronla igualdad de los ciudadanos y registraron la inde-pendencia como maravillosos actos de liberacin,en la prctica contribuyeron a reforzar y a repro-ducir la condicin de esclavitud y servidumbre delas mayoras subalternas. As las cosas, el siglo xixatestigu el fortalecimiento y robustecimiento delos lazos de dominacin.

    Es doloroso decirlo, pero es cierto. Senten-

    ci Alberto Santa Fe, fundador de un peridico

    mexicano. Ellos [los indios] eran relativamente

    ms felices bajo la dominacin espaola que bajo

    la proteccin de su propio gobierno liberal y demo-

    crtico, tal como caracterizamos al nuestro. Ayer

    llevaban el ttulo de esclavos y eran libres. Hoy se

    les dice hombres libres pero son esclavos. (Burns,1990, p. 35)

    En este mismo sentido, Anderson seala quelejos de llevar a las clases bajas a la vida poltica,uno de los factores decisivos que impulsaronel movimiento independista fue el temor a lasmovilizaciones y a los levantamientos de la clasebaja, compuesta, en su mayora, por indgenasy negros.

    El propio Libertador Bolvar opin en alguna

    ocasin que una rebelin negra era mil veces peor

    que una invasin espaola. [] Resulta instructivo el

    hecho de que una de las razones por las que Madridtuvo un regreso triunfante a Venezuela entre 1814y

    1816, y conserv al remoto Quito hasta 1820, fue que

    obtuvo el apoyo de los esclavos en el primer caso, y

    el de los indios en el segundo, en la lucha contra los

    criollos insurgentes. (Anderson, 2005, p. 80)

    Este discurso de la soberana, de acuerdo conMara Teresa Uribe, apel a los principios emotivos

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    de la potica para llenar de contenido sensiblelos lenguajes polticos y para poner en marcha elproyecto de la nacin. Representaciones como la

    gran usurpacin, los agraviosy la sangre derramada8

    (Anderson, 2005, p. 80) justificaron el procesoindependentista, negaron los ttulos de dominiode Espaa sobre Amrica, autorizaron el derechoa las justas armas y a la guerra, constituyeron loshilos en la produccin de identidades, legitima-ron el nuevo orden, le dieron cuerpo a la idea denacin y ayudaron a crear esedemosde la nuevacomunidad poltica.

    El discurso de la independencia resolvitemporalmente las demandas de legitimidad

    del nuevo orden poltico, pero rpidamente fueevidente que esos referentes fueron incapaces deresponder a una pregunta central: la pregunta porla identidad de los sujetos de derecho. Por tanto,se utilizaron estrategias que, en cuanto poticas,produjeron emociones, identidades y sentidos depertenencia. Es decir, lo que no se pudo construirdesde la nacin de ciudadanos, se construy desdeel sentimiento. Estas representaciones son, paraUribe, elementos cohesionadores que no slomuestran el espesor, la permanencia y la capacidad

    de convocatoria que tienen y siguen teniendo laspoticas, sino que demuestran que aquello que seha construido en Colombia, ms que una nacin,es una patria.9

    Como decamos, dichos discursos elaboraronrepresentaciones a propsito de la consecucin yla sostenibilidad en el tiempo de una identidadnacional para la repblica que se estaba fundando.El gran reto de la intelectualidad criolla fue hacerimaginable y deseable ese principio aglutinante(la nacin) en una sociedad dispersa, multitnica,

    fragmentada y difcil de aprehender, por lo quese abocaron a la fijacin de smbolos y fiestas.

    Siguiendo a Hans-Joachim Knig y GeorgesLomn, Quijada advierte que la selec-cin, reelaboracin y construccin de

    memorias histricas actuaron, a la vez,como elementos de legitimacin de lasnuevas unidades polticas, como factor de

    reafirmacin en el presente y como augurio

    venturoso del comn destino.[...] La imagen, el rito y la pedagoga poltica

    concurrieron a configurar un sistema de smbolos

    que autorizaba el reconocimiento colectivo. Sm-bolos en parte tomados de la accin revolucionaria

    francesa como el gorro frigio, que reflejaban la

    voluntad libertadora, pero que aparecan vinculados

    a imgenes enraizadas en la propia tierra americana,

    tales como cndores, guilas, nopales, el sol que

    anunciaba la aurora de una nueva poca y, sobre

    todo, la figura del indio mtico y mitificado. A su

    vez, las fiestas en honor de las victorias patriotas arti-

    culaban nuevas formas de identificacin colectiva,

    superpuestas a y alimentndose de memorias y

    espacios tradicionales. Su fijacin en un calendariocvico promova la regularidad del rito celebratorio,

    asegurando en su repeticin peridica la continui-

    dad de aquella inicial apropiacin colectiva. De tal

    forma, esas imgenes y esos fastos se ofrecan como

    un mbito simblico en el que las lites y el pueblo

    llano unificaban las lealtades, aunndose en el culto

    comn de la patria. A esas formas compartidas de

    identificacin cvica, que iban creando las redes

    de la comunidad imaginada, se sum a lo largo

    del siglo XIX la configuracin de un panten de

    prceres; proceso particularmente significativo,ya que el culto a los muertos gloriosos en quienes

    encarnar simblicamente las glorias de la nacin es

    una condicin importante de la construccin del

    imaginario nacional. (Quijada, 2008)

    El segundo discurso, el del progreso y la civi-

    lizacin, no puede ser perdido de vista. Si bienhabamos dicho que el presente requiere hacersey destacar un pasado para legitimarse, tambines cierto que el presente necesita olvidar y negar

    8.De acuerdo con Uribe, el primero se refiere a la inva-sin de un pueblo extranjero; el segundo, nos identificacomo vctimas de la dominacin, de la ausencia de civili-zacin y de la violencia, y el tercero describe las proezasy hazaas patriotas por las que hroes, como Bolvar ySantander, arriesgaron su vida (Uribe, 2005).

    9.Uribe define lapatriapor la apelacin a la violencia sim-blica para la demarcacin de fronteras y unidad.

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    ciertos puntos y acontecimientos de ese pasado quele resultan incmodos a la hora de fabricar(se) yjustificar(se) un futuro. Esto ltimo se evidenci

    en el proyecto ilustrado criollo, que, con la plumay con la accin, dio forma a la nacin. Respectoa esto, dicen Gnecco y Zambrano, apoyndoseen el trabajo de Paul Connerton, How Societies

    Remember, que los proyectos modernistas estabanorientados a extirpar el pasado, movidos porel deseo de erradicar cualquier cosa que vinieraantes, con la esperanza de llegar por fin a un puntoque pudiera llamarse un verdadero presente, unpunto de origen que marcase unnuevo punto de partida (Gnecco

    y Zambrano, 2000, p. 15).De acuerdo con Quijada, en el

    imaginario de la emancipacin, lanacin apareca como una nacincvica; es decir, como una construc-cin incluyente y como una unidadde poblacin territorializada queposee una economa comn yproteccionista, con leyes, derechosy deberes comunes e idnticos paratoda la poblacin, con un sistema

    educacional pblico y masivo.Sin embargo, con el correr de

    los aos, la imagen de la nacin cvica experi-ment una mutacin importante, o mejor dicho,un desplazamiento radical. En 1845, el argentinoDomingo Faustino Sarmiento public un libro quetuvo sorprendente influencia en Hispanoamrica.Se trataba de un tomo que enunci una metfora,la cual, por esos aos, ya merodeaba en el ima-ginario de las lites: civilizacin o barbarie. Con

    civilizacin, Sarmiento se refera a lo urbano y lo

    europeo;barbarieera el resto. La nacin, para sertal, deba borrar o destruir lo brbaro que habaen su seno. De eso se trata: de ser o no salvaje.Y para no ser salvaje, era necesario civilizar ehigienizar(Quijada, s. f.).

    El lugar hegemnico que haba ocupadopor algunos aos el discurso cvico fue ganadorpidamente por el discurso civilizador; atrs ybien enterrados quedaron los ideales incluyentes

    e igualitarios: la civilizacin exigi la exclusinnecesaria de los elementos que no le eran afines.Para tal efecto, mont una suerte dekit del progreso,

    que, a punta de mquinas de vapor, electricidad,modas parisienses e inmigraciones europeas,blanque en el color a los hombres y europeizsus mentalidades y costumbres. Aqu se evidencia,una vez ms, la materialidad del discurso, es decir,el efecto de la civilizacin sobre los cuerpos.

    Trabajos documentan el carcter, destructivoy creativo a la vez, de la visin histrica hegem-

    nica. Desde finales del siglo xix,las elites liberales modernizadoras

    o religiosas se empearon en defi-nirse y ponerse a tono con el hori-zonte presente de las condicionesglobales mediante la descalificacinde las tradiciones, ya hispnicas,ya populares, materializada en lademolicin y renovacin del espaciourbano; en estos trabajos se revelael sello de clase de la hegemonahistrica y la interpretacin e hibri-dacin de lo local y lo global en su

    definicin. (Gnecco y Zambrano,2000, p. 14)

    Las filosofas europeas que alumbraron elcamino del intelectual decimonnico y promovie-ron la idea del progreso, aportaron decididamenteal proceso de la construccin del relato nacional.Dichas filosofas recomendaron a un indio, si noeuropeizado, en su faceta de personaje heroicomtico, prncipe, histrico y valeroso; pero siem-pre como sujeto del pasado. En el presente, los

    indios eran un obstculo para el progreso, portanto, deban ser limpiados con un proceso deblanqueado, o, como en el caso argentino, conuno de exterminio.

    El discurso civilizador cre un indio ima-ginario: el legtimo dueo del pas. Esto no slopromovi el pasado tan necesario para la nacin,sino que, como vimos, promovi el uso de las justasarmas para expulsar a los rivales espaoles. No se

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    habl, en este sentido, del indio de carne y huesoque tena hambre, que malviva, que era pen dehaciendas y trabajador domstico, y que era el

    subyugado de criollos y espaoles por igual. Desu trabajo de investigacin, Cadelo concluye queen la prctica los indgenas eran ms cercanos a lacondicin de animales que a la de hombres.

    Los intelectuales, como lo enunciamos, fue-ron dinamizadores de este proceso civilizador:fuesen liberales o conservadores, afirmaron lajerarqua, los privilegios, los beneficios y la supre-maca criolla. Los historiadores fueron, en pala-bras de Gnecco, un elemento vocal de las lites,

    que vieron en el progreso su compromiso ms

    importante (por l escribieron y a l dirigieronsus letras), y que entendieron la historiacomo la evolucin hacia la modernidad.La historia perpetu los puntos de vista

    de las lites y dio a sus decisiones polticas yeconmicas una radicalizacin que las hizo

    aparecer como lgicas, preservando por largotiempo una concepcin unidimensional del

    siglo xix (Burns, 1990, p. 48).En suma, sobra decir que el progreso, proyecto

    bandera de los ilustrados del siglo xix, mejor las

    condiciones de la minora acaudalada, dio lugara una clase media emergente, puso en

    jaque a la mayora popular y sumi aAmrica Latina en una profunda

    dependencia. De acuerdo conBradford Burns, Latinoam-rica se convirti, no en lugarde abundancia potencial,sino en un enigma depobreza abrumadora y enun estigma de inferioridad.

    Los discursos ilustrados des-conocieron la realidad, y salvo

    contadas excepciones, comoAndrs Bello, no cuestionaron

    la importacin hipodrmica delos modelos occidentales. Las lites

    se volvieron extranjeros en sus propiasnaciones y perdieron la perspectiva de su

    entorno (Burns, 1990, p. 181).

    Burns advierte que, a pesar de todo el afnpor civilizarse, hay poca evidencia de que Am-rica Latina se desarrollara en el siglo xix. Antes

    bien, la imposicin de la modernizacin sin unadecuado dilogo con la realidad latinoamericanatrajo consigo fuertes sntomas de subordinacin,desorden, desigualdad social y radicalizacin de ladependencia. Refirindose a las lites afirma:

    Posiblemente no alcanzaban a ver las conse-

    cuencias finales de sus polticas: la profundizacin

    de la dependencia. Y si las vieron, pareca que con-

    sideraban que su bienestar justificaba ese precio []

    Solan comparar a su nacin con una persona que

    pasa de una infancia indgena a la madurez de unacivilizacin de corte europeo. (Burns, 1990, p. 47)

    El tercer discurso,el homogenista,tiene pro-funda relacin con el anterior. Explica MnicaQuijada que hacia finales del siglo xixy principiosdel xx10se multiplicaron las alusiones pblicas ylas crticas sobre los dudosos xitos alcanzadosen la construccin de las respectivas naciones.Por ello, se fue afianzando, en un segmentocreciente de las lites, el retorno al ideal de una

    nacin incluyente. Sin embargo, la investigadoramexicana advierte que dicha inclusin no supusoel retorno del proyecto de la nacin cvica, sinola formulacin de una comunidad amalgamadapor la afirmacin de una personalidad colectivahomognea.

    Esa construccin volva a asociarse a la meta

    siempre ansiada del progreso, porque se afirmaba

    ahora la nacin con mayores probabilidades

    de engrandecimiento no era la ms rica, sino la

    que tena un ideal colectivo ms intenso. De talmanera, la imagen inicial de una nacin integrada

    por individuos industriosos, cohesionados en su

    10.Quijada advierte que la imagen de la nacin homo-gneacomenz a configurarse a finales del siglo XIX,pero su traduccin en acciones prcticas de poltica yde gobierno no alcanzara una dimensin significativahasta las primeras dcadas del siglo XX.

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    lealtad al Estado civil, se desplazaba a la de una

    comunidad en la que lo individual se subsuma

    en lo colectivo, y la unificacin de las lealtades se

    vinculaba a la homogenizacin de los universossimblicos. (Quijada, 2008)

    Cabe sealar que entre la nacin cvica y lanacin homognea existan diferencias radicales,en cuanto a los ideales y las acciones necesariaspara la actuacin de la comunidad imaginada. Ala segunda, no le bastaba la integracin polticani la social; seala Quijada que a ese discurso lefue imprescindible la integracin cultural plena.Para ello, precis la intervencin consciente de

    instituciones, que, como la educacin y la historia,orientaron su labor a configurar una culturasocial que borrara la heterogeneidad y unificaralas materias simblicas.

    El discurso homogenizador bas su accinen representaciones histricas que han venidoalisando las memorias populares y silenciando lashistorias locales en favor del proyecto de unidadnacional, que desconoce y excluye las diversidades,pluralidades y complejidades. En la tensin entreprcticas culturales globales, como el proyecto de

    la construccin de una nacin, y las locales, comolos de la consolidacin regional, los sistemas derepresentacin histrica fueron determinantes,pues ayudaron a las primeras a unir una tendenciatotalizadora y en un proyecto comn las diversida-des locales. As las cosas, en la imagen de la nacinhomognea se fue evaporando la heterogeneidady se fue cristalizando un yo colectivo.

    La opcin unitaria, arropada en la retrica

    cientfica que domina la arqueologa desde hace ms

    de treinta aos, niega la significacin de experiencias

    culturales especficas y, al devaluar las culturaslocales, promueve una perspectiva universalista que

    ha servido bien a los intereses del proyecto nacional.

    La opcin contraria, el nfasis en la diferencia,

    atomiza, realiza una apologa de lo heterogneo,

    de la alteridad, y resulta incmoda para el proyecto

    homogenista de la construccin nacional. (Gnecco

    y Zambrano, 2000, p. 187)

    En este sentido, nos dice Bhabha que la nacinestablece las fronteras culturales de modo que pue-

    dan ser reconocidas como tesoros contenedoresde sentidos que necesitan ser cruzados, borrados ytraducidos en el proceso de la produccin cultural.Por lo tanto, el discurso homogeneizante que diocontorno al relato nacional debe entenderse comouna operacin discursiva que busc imponersesobre las diferencias y las heterogeneidades.

    La poltica, como la hemos venido defen-diendo con las posturas de Mouffe, trata acercade lo agnico; por eso es problemtico cuandode lo que se trata es de un solo cuerpo cerrado,

    homogneo y totalizante, cuando las demandasse hacen en nombre de ese cuerpo y se piensaque los sujetos pueden prescindir de la palabray, por tanto, se les silencia. Este ltimo discursodist mucho de enunciar a los ciudadanos de lanacin como libres y participantes de un proyectodiverso; lo nombr, en cambio, como cuerpohomogneo.

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    Nos preguntamos, entonces, cul fue lanacin que se construy a partir de ese relatoproducido por los discursos y representaciones del

    siglo xix? El marco anterior nos da los insumosnecesarios para sostener que fue una nacin rotabajo la apariencia del progreso, avergonzada des misma, desobligante con lo que no fuera Pars,resguardada en el centro, ignorante ante la pobreza,cmplice de la aniquilacin, vertical en sus relacio-nes y exenta de poltica; una nacin que naturalizla exclusin y slo reconoci la alteridad comoelemento museogrfico y adorno patritico.

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