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La paradoja de la pacificación Johan Goudsblom La amenaza que supone el hombre para el hombre se somete a una regulación estricta y se hace más calculable gracias a ta constitución de monopo- lios de la violencia física. La vida cotidiana se libe- ra de sobresaltos que se manifiestan de modo repen- tino. La violencia física se recluye en los cuarteles y no afecta al individuo, más que en los casos extre- mos, en época de guerra o de subversión social. Por regla general esta violencia queda reducida a un monopolio de un grupo de especialistas y desaparece de la vida de los demás. Estos especialistas, es decir, toda la organización monopolista de la violencia, ejercen su vigilancia al margen de la vida social co- tidiana, como una organización de control del com- portamiento del individuo. (Elias 1989: 456) «La violencia física se recluye en los cuarteles». Es una imagen fuerte. El pasaje entero que cito de El proceso de la civilización contiene en pocas palabras algunos de los ele- mentos principales de la teoría de Elias sobre la monopo- lización de la violencia organizada y sus consecuencias so- dopsicológicas. También habla del gran sociólogo que fue Elias, un observador y un teórico altamente perceptivo y original, hábil formulando sus observaciones con frases lül

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La paradoja de la

pacificación

Johan Goudsblom

La amenaza que supone el hombre para el hombre se somete a una regulación estricta y se hace más calculable gracias a ta constitución de monopo­lios de la violencia física. La vida cotidiana se libe­ra de sobresaltos que se manifiestan de modo repen­tino. La violencia física se recluye en los cuarteles y no afecta al individuo, más que en los casos extre­mos, en época de guerra o de subversión social. Por regla general esta violencia queda reducida a un monopolio de un grupo de especialistas y desaparece de la vida de los demás. Estos especialistas, es decir, toda la organización monopolista de la violencia, ejercen su vigilancia al margen de la vida social co­tidiana, como una organización de control del com­portamiento del individuo. (Elias 1989: 456)

«La violencia física se recluye en los cuarteles». Es una

imagen fuerte. El pasaje entero que cito de El proceso de la

civilización contiene en pocas palabras algunos de los ele­

mentos principales de la teoría de Elias sobre la monopo­

lización de la violencia organizada y sus consecuencias so-

dopsicológicas. También habla del gran sociólogo que fue

Elias, un observador y un teórico altamente perceptivo y

original, hábil formulando sus observaciones con frases

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cautivantes que llaman la atención del lector y que se quedan en su mente.

Al mismo tiempo nos preguntamos hasta qué punto son válidas las conclusiones de Elias; hasta dónde se apli­can al mundo tal como lo conocemos. En el caso de mi país, Holanda, estoy seguro de que la violencia organizada a gran escala está efectivamente confinada a los cuarteles. Sin embargo, sería equívoco decir lo mismo sobre la vio­lencia física en general, que ciertamente no ha desapare­cido de las calles y los hogares. En otros países como Co­lombia, la idea de que la violencia física esté recluida en los cuarteles es, acaso, insostenible. Las circunstancias ac­tuales parecen alejarse de la idea de un Estado controlado firmemente por el monopolio de la violencia organizada.

¿Acaso significa esto que Elias desacertó completamen­te en sus conclusiones? No lo creo, prefiero indicar que el terreno de sus estudios en El proceso de la civilización era limitado. Y, por ende, el terreno de sus conclusiones era asimismo limitado. Lo que no desdice del valor de su mé­todo. Todo lo contrario, en El proceso de la civilización Elias desarrolló un método de pensamiento que permite inclu­so descubrir las limitaciones del libro mismo. Usando el método (o paradigma) eliasiano podríamos ensanchar el alcance de sus principales investigaciones.

Es lo que me propongo hacer en este ensayo, concen­trándome en el tema de la violencia organizada. De un la­do se trata de uno de los temas centrales de la teoría de Elias sobre procesos de civilización y, de otra parte, consti­tuye una de nuestras más grandes preocupaciones con­temporáneas como ciudadanos y como científicos sociales.

Comenzaré refiriéndome brevemente a algunas palabras, en especial a la palabra violencia. No quisiera discutir defi-

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niciones, pero no puedo ignorar que de hecho el concep­to de violencia es engañoso. En este ensayo limitaré el término a cualquier acción humana encaminada a aniqui­lar o lesionar a otros seres humanos o a destruir o estro­pear sus propiedades. La forma más extrema de violencia interhumana es el asesinato. Cuando varias personas se concentran en un intento coordinado de asesinar a otros, podemos hablar de violencia organizada. Estas formas de violencia organizada suelen estar dirigidas contra otro grupo, pero pueden también estar dirigidas contra un in­dividuo, como en el caso de la ejecución de una pena de muerte.

A pesar de que el mismo Elias no utiliza la acepción técnica del concepto de violencia, creo que es factible combinar esta acepción del concepto con su aproximación de Elias. Esta difiere significativamente de la de psicólogos evolucionistas como Martin Daly y Margo Wilson (1988). Su libro Homicidio es un estudio del asesinato humano ex­celentemente documentado y claramente expuesto: Daly y Wilson siguen una línea argumentativa sociobiológica que aún siendo muy esdarecedora tiene muy poco que decir específicamente sobre organizaciones sociales más allá del grupo de parentesco.

Daly y Wilson aciertan al declarar que la incidencia de la violencia no es casual sino estructurada, sin embargo al intentar explicar dicha estructura se apoyan excesivamen­te en la psicología evolucionista. Sin duda alguna la psico­logía evolucionista es muy útil para comprender las corre­laciones generales entre violencia, edad y género: donde quiera que haya violencia, sude haber hombres jóvenes involucrados. Pero esto no significa, sin embargo, que los hombres jóvenes tiendan a la violencia en todas las cir­cunstancias. Por esto, para entender la naturaleza y la in­tensidad de la violencia en instancias específicas hay que explorar otros niveles de realidad, además de la evolución biológica. Dos de estos niveles parecen particularmente

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relevantes: las figuraciones sociales de las que hacen parte los perpetradores y las víctimas; y el curso extenso de la historia humana en el que todas y cada una de estas figu­raciones sociales se han desarrollado.

Desde esta perspectiva se puede ver claramente cómo los actos de violencia humana, incluyendo la que podría denominarse violencia privada entre maridos y esposas o padres e hijos, se desarrolla en un contexto mayor de vio­lencia organizada que de ser movilizada sería mucho más poderosa que la violencia aislada de cualquier individuo.

En El proceso de la civilización Elias trabajó con un esta­dio particular del desarrollo de la violencia organizada: el periodo temprano de la formación de los Estados en la Europa medieval y moderna. Descubrió la operación de un mecanismo: el de la monopolización que actuaba en ese estadio y en esa región en particular. Mi tesis apunta a que siguiendo la aproximación de Elias podemos construir un modelo más comprehensivo diseñado ya no sólo para la historia europea, sino para la historia humana en gene­ral. Modelo que no invalida las conclusiones de Elias para la Europa del medioevo y la primera modernidad, sino que las sitúa en un contexto mayor. Además aclara el he­cho de que a través de la historia humana la violencia or­ganizada haya sido progresivamente más poderosa y que en este proceso un fenómeno se haya venido manifestan­do de forma recurrente: podríamos describirlo como la paradoja de la pacificación.

La paradoja ya está implícita en el mismo concepto de vio­lencia organizada. Existe una tensión inherente entre los dos términos que forman el concepto. La organización tiende a la coordinación y a la cooperación, sugiere algo constructivo. La violencia se refiere a todo lo contrario, es

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por naturaleza destructiva, destruye formas elevadas de or­ganización.

La tensión es obvia, al igual que lo es la tendencia de la organización y la violencia a unirse para formar una com­plicada coalición de interdependencia. La violencia orga­nizada sude ser de lejos mucho más efectiva que la violen­cia desorganizada, sin embargo sólo puede ser efectiva en virtud de un grado de pacificación. Aquellos que partici­pan en su ejercicio, no deben pelear entre sí, la paz debe reinar en los cuarteles. De otra parte, todo grupo organi­zado para el ejercicio de la violencia necesita del apoyo de otras personas que se ocupen de una gama de actividades productivas como la consecución de alimento. Al tiempo que aquellos quienes hacen parte d d trabajo de apoyo, necesitan protección contra la violencia. Las fuerzas de la producción y las fuerzas de la destrucción están pues liga­das en una configuración letal (Goudsblom 1995: 85-87).

En El proceso de la civilización Elias trabajó ampliamente con un estadio particular del desarrollo de la violencia or­ganizada. Su tema era la pacificación de los guerreros en el medioevo y la modernidad temprana en Europa. Ha­ciendo énfasis en el desarrollo francés pudo mostrarnos cómo una sociedad dominada por una dispersa nobleza de castillo fue transformándose gradualmente en una socie­dad dominada por la nobleza de corte bajo el poder cen­tral del rey.

Elias lo describió corno un proceso de formación del Estado, más específicamente como la formación de un monopolio fiscal y de la fuerza relativamente estable. Des­de su obra pionera de la década de los treinta, historiado­res y sociólogos han recolectado evidencias y han formu­lado nuevas ideas sobre la formación del Estado en aquel

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periodo. Ha comenzado asimismo la comparación siste­mática con procesos de formación del Estado en otras re­giones: desde Rusia hasta el Imperio Otomano, del Japón al Perú (ver Arnason 1993, 1996; Kürsat-Ahlers 1994, Spier 1993, trabajos que han ampliado el alcance de las investigaciones de Elias).

Estos trabajos nos permiten ensanchar tanto el área geográfica como el periodo histórico originalmente estu­diado por Elias. El concentró su atención en cinco o seis siglos, lo que es, en términos convencionales en la histo­ria, un periodo muy largo. Sin embargo, a la luz de la his­toria extensa de la humanidad, vendría a ser apenas un episodio al igual que Europa Occidental no es sino una pequeña fracción del mundo poblado.

Ampliar el marco de nuestras investigaciones puede ser el primer paso de un intento por incorporar el modelo teórico formulado por Elias sobre la formación del Estado en Europa a un modelo más comprehensivo de los esta­dios sucesivos en el desarrollo de la violencia organizada. En El proceso de la civilización, Elias se preocupaba por un estadio relativamente reciente en la historia de la humani­dad durante el cual las élites guerreras relativamente au­tónomas fueron obligadas a renunciar al monopolio de la violencia —que ejercían como parte de su dominio— para cederlo a las organizaciones del Estado central.

No hay que olvidar que ya en los inicios del periodo es­tudiado por Elias existía un monopolio de la violencia or­ganizada. Un monopolio ejercido por élites guerreras re­sidentes en castillos, capaces de regir tropas o bandas de hombres armados. Los miembros de estas élites guerreras podían luchar entre sí en combates armados; y más impor­tante aún era el ejercicio de su poder militar para someter al resto de la población: en primer lugar a las familias campesinas, luego a los artesanos, los comerciantes, a los aldeanos y a los vecinos de los pueblos.

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El dominio de los monopolios de la violencia por parte de un estrato superior de guerreros que se llaman a sí mismos nobles o aristócratas no es exclusivo de Europa en la Edad Media. Encontramos formas similares en otras circunstancias históricas, en diferentes épocas y en otras partes del mundo: África, Asia, América y Oceanía. El término sociedad militar agraria nos sirve como el denomi­nador común que describe las condiciones sociales que ri­gen en un mundo dominado por estas capas guerreras, con monopolio sobre la violencia organizada (ver Gouds­blom, Jones y Mennell 1996: 50-61).

Pero este estadio en el que la nobleza militar domina el monopolio sobre la violencia no era el primer paso en el proceso de monopolización de la violencia organizada. Es el resultado de un estadio anterior en el que la mayoría de los varones adultos de una comunidad ejercían un mono­polio de la violencia que excluía a las mujeres y a los niños (ver Glassman 1986). Podemos así distinguir por lo menos tres estadios en el desarrollo del monopolio de la violen­cia organizada:

El estadio en el que la violencia organizada se torna monopolio de los varones adultos, que excluyen del uso de las armas a mujeres y niños. Los ritos de iniciación y los tabúes sirven para defender el monopolio de los varones.

El estadio en el que la violencia organizada se torna en monopolio de especialistas: los guerreros, excluyendo ya no sólo a las mujeres y a los niños, sino a otros varones adul­tos también. El medioevo europeo es un ejemplo de estas sociedades militares y agrarias.

El estadio durante el cual las élites de guerreros relati­vamente autónomas fueron obligadas a ceder su monopo­lio de la violencia a las organizaciones de un Estado central, siendo este el proceso descrito por Elias en la formación del Estado en la temprana modernidad europea.

Los tres estadios son parte de un modelo procesal. No sugiero por esto que en algún momento un proceso de

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monopolización de la violencia haya sido consumado. Por el contrario, tiene más sentido asumir cjue, a través de la historia de la humanidad, los procesos de monopolización vienen acompañados de contratendencias que viran hacia el debilitamiento del monopolio establecido (Goudsblom, Jones y Mennell,1996: 15-30).

El modelo de tres estadios no pretende ser una conclu­sión final, más bien un principio heurístico. Tal vez nos conduzca a considerar la posibilidad de que la humanidad se encuentre en los albores de un cuarto estadio en el que muchos de los monopolios estatales se encuentran desgas­tados y se ven obligados a fusionarse en unidades mayo­res. En este ensayo, sin embargo, me limitaré a los esta­dios iniciales del proceso.

¿Cómo y cuándo se originó la violencia organizada? Los primaíóiogos y ios paieoantropóiogos hacen algunas suge­rencias. No creo que haya evidencias conduyentes aún, pero parece razonable asumir que alguna forma de vio­lencia data de la aparición de la vida en grupo (y por lo mismo de la aparición de la humanidad), y que la organi­zación de la violencia sea una de las fuerzas inaugurales d d vínculo social. Era lo que pensaba Elias cuando insistía en la importancia de las unidades elementales de ataque y de­fensa (ver también Mennell 1989: 217-20).

Al igual que en otros grupos de primates observados por los etólogos en nuestros tiempos, defenderse del enemigo exterior y atacarlo, así como poner fin a los actos de violencia en el grupo, parecen haber sido las funciones principales de la violencia organizada. Ya en este estadio temprano nos topamos con la paradoja de la pacificación: la violencia organizada surge como un medio para mante­ner a raya la violencia exterior y para desmembrar la vio-

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lencia al interior. Puede sonar extraño; sin embargo las observaciones de Frans de Waal y otros estudiosos de los chimpancés y los bonobos, nuestros familiares más cerca­nos en el reino animal, lo confirman (De Waal 1996). Las tendencias hacia la paradoja de la pacificación ni siquiera se restringen a nuestra propia especie.

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Dada la ocurrencia casi universal de la organización de la violencia, la siguiente pregunta es cuándo y cómo se volvió una prerrogativa de los varones adultos. El primer punto bastante obvio que puede considerarse es el de la fuerza física superior del varón adulto: un hecho biológico. Además existe una tendencia a los vínculos entre hombres que parece haberse desarrollado en la caza colectiva de grandes animales. Ambos aspectos pueden haberse refor­zado de forma considerable cuando el hombre comenzó a utilizar herramientas especializadas en matar: armas.

La literatura antropológica sugiere que tanto socieda­des recolectólas como agrícolas comparten una fuerte tendencia a que la manufactura de las armas, y aún más su uso, sean monopolio de los hombres. ¿Cómo se explica es­to? ¿Pudo surgir el monopolio masculino de las armas di­rectamente del biomorfismo biológico y de las ventajas de fortaleza física innatas de los hombres adultos respecto a las mujeres y los niños? ¿O es la continuación de formas más antiguas de vínculos masculinos que evolucionaron antes de que los humanos construyeran armas?

Estas preguntas son en sí mismas fascinantes, pero no nos deben conducir únicamente al examen de los rasgos innatos de los machos humanos, sean estos fuerza física o tendencia al vínculo fraterno. Más que buscar una explica­ción del monopolio masculino de la violencia organizada en un origen que se basa en rasgos genéricos esencial­mente invariables, pienso que sería aconsejable examinar

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la monopolización como parte de un proceso de mayor alcance. Esta aproximación está en sintonía con la pers­pectiva figuradonal de Elias.

Estoy pensando en dos procesos fundamentales de di­ferenciación: de un lado un proceso de diferenciación progresivo en el comportamiento, poder y hábitos entre los humanos y sus familiares cercanos en el reino animal: los otros primates y, de otro lado —y por lo menos igual­mente importante— un proceso de diferenciación progre­sivo entre seres humanos. La condición de fondo en los dos procesos es la excepcional capacidad humana de aprendizaje mutuo, de cultura. Esto le permitió a nuestros ancestros remotos actuar según el principio lamarckiano, y así hablar y poder preservar los rasgos adquiridos de comportamiento y conocimiento, trasmitiéndolos a las si­guientes generaciones. El control d d fuego es un ejemplo. Se trataba de una nueva forma de comportamiento (una mutación). Aquellos que se adaptaran podían derivar de ella una nueva fuente de poder —y que además implicaba un cambio de hábitos— respecto al fuego primero y, luego, respecto a las personas y los otros animales.

El fuego podía ser usado como una forma de violencia contra otros animales, al igual que otras armas. Los adver­sarios podían ser asaltados con palos y piedras. Paulatina­mente los hombres debieron comenzar a utilizar garrotes y proyectiles especialmente fabricados. Parece que a me­dida que las armas se volvieron más especializadas, su uso se hizo cada vez más limitado. Las mujeres y los niños fue­ron excluidos. Dichas prácticas de monopolización y ex­clusión parecen haber sido poco menos que universales.

La pregunta sobre cómo surgió el monopolio masculino de la violencia sólo puede ser discutida apelando a una se­rie de conjeturas. Nos encontramos en un terreno empíri-

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camente más firme respecto al problema de cómo estos monopolios, una vez establecidos, se mantuvieron. A pri­mera vista la cuestión anterior, la de los orígenes, puede parecer intrigante. La cuestión actual —lo que podríamos llamar la reproducción social d d monopolio usando un giro marxista— es por lo menos igual de interesante, tanto sustancial como metodológicamente.

Sustancialmente, la persistencia del monopolio mascu­lino por numerosas generaciones es un tema de impor­tancia vital que atraviesa casi todos los aspectos de la so­ciedad. Desde la perspectiva del método, este tema puede recordarnos uno de los hechos básicos de la vida social: que consiste en procesos. Tanto la continuidad como el cambio social son procesos. Como proceso, la persistencia de un monopolio de la violencia no es menos problemáti­co que su formación o su ocaso; ambos tipos de procesos necesitan ser explicados.

Como ya he dicho, en El proceso de la civilización Elias se concentró sobre todo en la formación del Estado en el Occidente Medieval y la temprana Europa Moderna. Si nos referimos al modelo de estadios en la monopolización de la violencia, Elias estudió la transición del estadio se­gundo al tercero, la transición durante la cual guerreros relativamente autónomos fueron obligados a ceder su monopolio y a unirse a una organización más fuertemente centralizada.

En la corte real, donde los guerreros fueron domestica­dos, es decir, incorporados a un régimen de pacificación y estratificación crecientes, esta combinación jugó un papel crucial en esta fase particular del proceso de la civilización estudiado por Elias. La nobleza anteriormente autónoma fue privada de sus prerrogativas para hacer la guerra y se halló a sí misma bajo el dominio de una jerarquía compe­titiva en la que no se competía por medio de la violencia.

Estos presupuestos de la pacificación y la estratificación no se limitaron a Europa Occidental; procesos similares

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ocurrieron en otras partes del globo. Los estudios a los que me he referido —de Arnason, Kürsat-Ahlers, Spier y otros— estudian a Japón, Turquía y Perú desde una pers­pectiva comparativa contribuyendo así a la descripción del panorama global de la historia de la humanidad y del de­sarrollo de la civilización humana.

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La monopolización de la violencia organizada ha sido un proceso de diferenciación, mientras unos —varones adul­tos, guerreros o miembros del establecimiento militar— se tornan expertos manejando los medios violentos, otros — la gran mayoría— se ven privados de cualquier experiencia o entrenamiento en el ataque y la defensa militar.

La incompetencia militar resultante de la mayoría de la población se ha vuelto una condición aceptada como normal en muchos países. Al igual que en las sociedades militares agrarias donde los vecinos estaban protegidos por murallas físicas alrededor de sus ciudades para man­tener la violencia a raya, la mayoría de los habitantes de los países industriales modernos viven más allá de las invi­sibles murallas que los protegen de la violencia. En un país corno Holanda, las formas más poderosas de violencia han desaparecido completamente del escenario público. Cuando vemos una manifestación del monopolio de la violencia controlado por el Estado (un policía armado o una brigada militar) sólo estamos viendo un pequeño re­flejo de la capacidad de violencia de la que dispone el Es­tado, apenas la punta del iceberg. La mayoría de las per­sonas ignoran lo que subyace escondido.

Casi todos hemos aprendido a rehuir a la violencia, a no enfrentarla individualmente, a aborrecerla y evitarla, a condenarla en el terreno moral. En lugar de recurrir a no­sotros mismos, sostenemos un aparato que mantiene un

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monopolio centralizado. Tenernos buenas razones para temer que la violencia se vuelva rampante en la eventuali­dad de que el monopolio central se debilitara... al tiempo que tenemos razones para temer que el monopolio central se fortalezca demasiado. Sentimos que hoy en día la ma­yor amenaza para la supervivencia humana la constituyen los grandes monopolios de la violencia organizada desga­rrándose entre sí.

Como decía Elias, en algunas ocasiones la violencia se sale de los cuarteles. Entonces podemos presenciar —y, en el peor de los casos, experimentar— su poder destructivo, darnos cuenta de nuestra impotencia al respecto corno in­dividuos.

En estos casos estarnos confrontados directamente con la paradoja de la pacificación. Podemos muy bien pensar que el mayor de los males es necesario para protegernos del menor de los males, y sólo nos resta desear que el ma­yor de los males esté bajo control.

Por supuesto la palabra mal no hace parte de nuestro vocabulario sociológico. El término apropiado en estos ca­sos es la violencia organizada, lo cual no debería confundir la relación existente entre procesos que se estudian en términos sociológicos y problemas que se experimentan en términos políticos y morales.

El modelo de estadios en la monopolización de la vio­lencia organizada esbozado anteriormente no se refiere explícitamente ni al tamaño ni al impacto potenciales de las armas. De forma superficial, la situación contemporá­nea de un país como Colombia puede acercarse al segun­do estadio: la monopolización de la violencia organizada por unos guerreros. Pero es indudable que globalmente el mundo se encuentra en un proceso de transición del ter­cer a un cuarto estadio aún muy confuso. Una de las ca­racterísticas de este período de transición es el rápido de­sarrollo y difusión de nuevas armas con un potencial des­tructivo sin precedentes.

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Hoy en día los problemas de la violencia organizada es­tán directamente relacionados con la supervivencia hu­mana. Corno alguna vez dijo Elias «los seres humanos son incapaces de abolir la muerte, pero no existen razones por las que no puedan abolir las matanzas mutuas» (Elias 1985: 90). Antes de desechar esta afirmación por ingenui­dad utópica, deberíamos darnos cuenta de que mientras la violencia organizada ha estado latente en la historia exten­sa de la humanidad (ver Keeley 1996), los combates siem­pre se han limitado a muy breves episodios (ver Collins 1990). La paradoja de la pacificación ha forzado aún a los guerreros más agresivos a restringir el ejercicio de la vio­lencia a gran escala. Una de los deberes de las ciencias so­ciales es encontrar cómo este principio puede ser aplicado más extensivamente y en forma más efectiva.

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