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La más fina de las bellas artes

Lilia Rodríguez Hernández

Se cuenta que cierta noche, después de haber participado de manera brillante en un concierto, un famoso violinista se dirigía a su automóvil. En el estacionamiento del teatro una dama se acercó a él diciendo: “Permítame estrechar su mano”. El joven saludó sonriente, mientras ella le decía: “Maestro, daría la vida por tocar el violín como lo hace us-

ted”. Entonces el virtuoso respondió: “Yo la he dado”.

¿Qué es lo que hace virtuoso a un virtuoso? No es el arte en sí. No es la técnica ni el instrumento ni la obra magis-tral que interpreta. Es el precio que paga para alcanzar su meta. ¿Por qué le llaman maestro a un artista? Porque lo comparan con una actividad noble y digna de ser admirada, porque tanto en el arte como en la docencia se habla de ta-lentos, de disciplina y sobre todo de una necesidad constante

de aprendizaje.

Año 3 No. 5 Enero-Junio 2013

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La enseñanza, dice Boyd K. Packer, doctor en educación y líder religioso, en su libro Enseñad diligentemente, “es la más fina de las bellas artes”. Yo lo creo también. Grant C. Ander-son, otro estudioso del arte de la edu-cación, docente de la Universidad de Arizona, nos dice que podemos ser los más virtuosos maestros si paga-mos el precio.

Podemos decir que los artistas son personas distintas, utilizan el lado derecho de su cerebro, más que el iz-quierdo; son sensibles, apasionados, creativos. Sin em-bargo estoy segura que podemos lograrlo si lo hacemos bajo los siguientes principios:

Primer principio: el artista domina la técnica, domina su instrumento y conoce a la perfección la obra que ejecuta. El violinista pasó, seguramente, muchas horas durante su infancia aprendiendo a dominar su violín, mientras sus amigos de la cuadra salían a jugar al parque; quizás los miraba desde la ventana y continuaba arrancando desafinadas notas a su inseparable amigo. Tal vez, en su temprana juventud, las noches fueron cortas para prepa-rar un concierto, mientras sus hermanos iban a una fiesta y así entregó su vida para ser lo que hoy es. Miguel Án-gel pintó durante horas enteras sus frescos de la Capilla Sixtina, sin comer, sin tomar agua, en una posición incó-moda, con la cara manchada de pintura para entregar a la humanidad su legado.

El maestro debe pagar el precio, debe dedicar tiempo para preparar su clase, allegarse del material que los alumnos requieren en nuestros días y llevarlo al aula; debe aprender y desarrollar técnicas de enseñanza, re-quiere saber manejar las buenas preguntas, algunas de análisis, otras de búsqueda o de pensamiento crítico. Debe saber cómo utilizar la pizarra, la plataforma o los

Podemos decir que los artistas son personas distintas, utilizan el lado

derecho de su cerebro, más que el izquierdo;

son sensibles, apasionados, creativos

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materiales que ha llevado. A veces permanece horas de pie, para evitar que la disciplina se relaje y se pierda el interés.

Segundo principio: El artista sabe que el dominio de la técnica no es el fin, sólo es un medio. Lo más importante no es cómo maneja los colores, la arcilla o el piano. Lo esencial es el mensaje que deja en su público, lo que siente quien observa, quien lee, quien escucha. El maes-tro sabe que lo mejor, en su labor, no es la clase magis-tral que presenta o su técnica para enseñar. Lo mejor es el contenido de su materia, el aprendizaje que sus alum-nos alcanzarán para integrarlo a su vida, a su saber ser.

Tercer principio: el artista tiene como objetivo impactar la mente y el corazón de quienes admiran su arte. Quienes escuchen una sinfonía de Mozart o lean una obra de Shakespeare, no pueden ser los mismos que eran an-tes de haber sido tocados por esa maravillosa creación, aquella que seguramente, cambiará su vida. Sí. Tal es el grado que puede alcanzar una obra de arte.

El maestro sabe que no es solamente, alguien que in-forma sobre la fotosíntesis o el teorema de Pitágoras. El maestro busca que sus alumnos lleven ese conocimiento hasta aplicarlo a sus experiencias diarias, el alumno no puede ser el mismo que era antes de compartir su clase.

Pero, ¿cómo logra ese interés por su mensaje?, bus-cando la participación y la contribución de sus alumnos, poniendo un énfasis especial en su materia y la forma de enseñarla. Aprendiendo a escuchar críticas para saber si lo que deseamos decir, vale la pena decirlo.

Cuarto principio: el gran artista crea, jamás copia y nunca una de sus obras es idéntica a otra. Un poema de Béc-quer no se parece a “El cuervo” de Poe, a pesar de haber compartido la corriente del romanticismo; jamás “Las Si-renas” de Debussy sonarán como la 1812 de Tchaikovski

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o un Degas tendrá similitud con un Dalí. Sus obras son únicas e irrepetibles. Da Vinci no pintó dos veces la Gio-conda.

El maestro debe crear una clase única y jamás repetirla, con otro grupo o con el mismo. Debe encontrar su propio estilo, modular su tono de voz, conocer las necesidades específicas de sus discípulos y preparar cada clase de manera especial pues cada grupo tiene necesidades es-peciales.

Para llegar al siguiente principio es necesario elevar nuestro grado de sensibilidad. Sin pretender entrar en un enfoque religioso, pero considerando lo dicho por los verdaderos artistas, este es:

El quinto principio: el verdadero artista reconoce que su don es una dádiva del cielo. Poco antes de morir, Jo-hannes Brahms dio una entrevista sobre su vida y mani-festó que al escribir sus obras recibió directamente la inspiración del “Nazareno”; dijo también que jamás un ateo compondría obras de grandeza que perduraran en el gusto de la humanidad, porque sin la creencia de la divinidad, no se tiene acceso a la fuente de inspiración perfecta. Miguel Ángel dijo: “Soy hombre pobre, de po-

cos méritos, y trabajo laboriosamente en el arte que Dios me ha dado”.

El maestro debe reconocer que sus talentos son una dá-diva, igual que la de sus compañeros artistas, y puede pedir al cielo a través de su conciencia la inspiración co-rrecta para reconocer las necesidades de sus alumnos y entonces convertirse en creador de conciencias y de-cisiones. Esos jóvenes serán tallados por sus palabras como la arcilla del escultor o la corona del orfebre. Esas inteligencias bien pulidas serán el fruto de su trabajo.

Sí. Seguramente el maestro puede ser un gran artista. Cuando pague el precio por pulir su técnica, cuando aprenda que su mensaje es más importante que su habi-lidad como docente en las aulas; cuando impacte positi-vamente la vida de sus alumnos, cuando sus clases sean irrepetibles y cuando reconozca que fue creado para cumplir con una gran misión.

Termino con una frase de Spencer W. Kimball: “Para ser artista se debe tener paciencia, longanimidad y trabajar arduamente”. El maestro puede tener estas aptitudes y convertirse en un virtuoso de la más fina de las bellas artes, la docencia.

“Soy hombre pobre, de pocos méritos, y trabajo laboriosamente en el arte

que Dios me ha dado”Miguel Ángel

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BibliografíaPacker, B. (2009). Enseñad diligentemente. México.Kimball, S. (2009). Una selección de discursos. México.

Lilia Rodríguez Hernández

Es Licenciada en Derecho egresada de la Universidad Veracruzana. Tiene maestría en Educación por la Uni-versidad TECMilenio. Cuenta con Certificación en Com-petencias por la SEP. Es docente en la Univerisdad TEC-Milenio campus San Nicolás. Pertenece a la cátedra de Creación Literaria del Tecnológico de Monterrey dirigida por el Dr. Felipe Montes. Ha publicado cuentos y poemas en la Revista de Literatura Mexicana y ha participado en talleres de creación literaria en Feria del Libro desde oc-tubre de 2010.

Recibido: Enero 2013Aceptado: Marzo 2013