La Nueva Cuba

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LETRAS LIBRES ABRIL 2015 6 ENRIQUE KRAUZE Ilustración: LETRAS LIBRES / Jonathan López La nueva Cuba Los caminos de la historia son inescrutables. No es posible saber si absolverá a Fidel Castro o lo condenará por su larga y penosa dictadura. Ahora que la situación comienza a cambiar en la zona, resulta indispensable recorrer a detalle las accidentadas etapas de una revolución traicionada.

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La Nueva Cuba. Ensayo

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    Los caminos de la historia son inescrutables. No es posible saber si absolver a Fidel Castro o lo condenar por su larga y penosa dictadura. Ahora que la situacin comienza a cambiar en la zona, resulta indispensable recorrer a detalle las accidentadas etapas de una revolucin traicionada.

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    reputacin del rgimen. Pero la opinin pblica en Latinoamrica tard mucho en ver de frente el carcter dictatorial del gobierno cubano. Y en muchos casos no lo reco-noci nunca, o lo relativiz (y lo relativiza an ahora) realzando los logros socia-les y educativos del rgi-men y el oneroso embargo de los Estados Unidos. A esta ltima categora pertenece el libro Cuban Revelations: Behind the Scenes in Havana, cuyo autor es Marc Frank, nieto de Waldo y actual corres-ponsal del Financial Times y Reuters en Cuba.

    Inspirado por el ejem-plo de su abuelo, Frank lleg a Cuba en 1984, nos cuenta l mismo, a la tier-na edad de 33 aos [... como] un incansable cruzado de la justicia social. Ah ha vivido desde entonces. En 1995 se cas con una enfer-mera cubana, testigo y pro-tagonista de la calidad de los servicios mdicos cuba-nos. Con ellos viven las dos hijas de sus prime-ros matrimonios, de cuya formacin escolar escri-be: sus maestros eran un ejemplo de dedicacin, profesionalismo y serie-dad en tiempos difciles. El currculo era ms que adecuado [...] Haba poca propaganda.

    Cuban Revelations se ocupa principalmente de la econo-ma cubana en los ltimos veinte aos. Arranca con un breve pero intenso retrato de Fidel Castro en el ejercicio del poder absoluto: de 1994 a agosto de 2006, cuando una severa enfermedad limit su participacin en el gobierno. En 1993, con la desaparicin de la Unin Sovitica y la pr-dida del subsidio (65 mil millones de dlares entre 1960 y 1990, el 40% en prstamo, el resto un regalo), Cuba sufri un colapso econmico cuyos efectos no tenan preceden-te. Frank no deja de registrar algunos: huesos rotos opera-dos sin anestesia, remate de los ltimos y exiguos tesoros de las familias (libros, joyas), desaparicin de los productos ms necesarios (jabn, cerillos, toallas sanitarias) y el retor-no de la prostitucin abierta. Lo que sigui fue el perio-do especial en tiempos de paz, eufemismo que implic un

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    Lillian GuerraVISIONS OF POWER IN CUBA: REVOLUTION, REDEMPTION, AND RESISTANCE, 1959-1971 Chapel Hill, University of North Carolina Press, 2012, 488 pp.

    Marc FrankCUBAN REVELATIONS: BEHIND THE SCENES IN HAVANA Gainesville, University Press of Florida, 2013, 326 pp.

    William M. LeoGrande y Peter KornbluhBACK CHANNEL TO CUBA: THE HIDDEN HISTORY OF NEGOTIATIONS BETWEEN WASHINGTON AND HAVANA Chapel Hill, University of North Carolina Press, 2014, 544 pp.

    El novelista e historiador esta-dounidense Waldo Frank fue un partidario entusiasta de la Revolucin cubana. Fascinado por Amrica Latina, a lo largo de tres dcadas haba transferido a ella algunos de los temas cen-trales del profetismo hebreo. La

    imaginaba como una nueva Tierra Prometida donde todas las repblicas de Amrica reencontraran su raz poltica, la visin democrtica, judeocristiana, del hombre total. En enero de 1959, cerca de sus setenta aos, quiso ver el cum-plimiento de su visin en el triunfo de la Revolucin cuba-na. En el otoo de ese mismo ao, por voluntad expresa de Fidel Castro, el gobierno cubano firm con l un contrato para escribir una biografa de Cuba. Frank cobrara cinco mil dlares. Se titulara Cuba, isla proftica.1

    Frank retrataba vvidamente lo que a sus ojos era el rena-cimiento de Cuba: el reparto de la tierra, las campaas de alfabetizacin, el combate a las enfermedades y la mortan-dad infantil, la desecacin de pantanos, la introduccin de nuevos plantos, la apertura de playas al pueblo, la cons-truccin de hoteles, granjas, industrias, viviendas. Lo fas-cinaba sobre todo el abrazo entre Fidel, el redentor, y el pueblo cubano: la multitud tena de algn modo la forma de Castro [...] uno poda advertir su sentimiento de pose-sin, como si tuviera realmente la isla en sus brazos, la isla entera!.2 Pero, a juicio de Frank, Fidel no era un dicta-dor, sino un artista del poder que sin piedad rechazaba, seleccionaba y finalmente le daba forma.3 Ante semejan-te despliegue de creatividad y justicia, Frank opinaba que las elecciones eran un retraso engorroso y la libertad de prensa una molestia.

    La historia del libro no tuvo un final feliz para Waldo Frank. Incmodos con algunas crticas que deslizaba sobre la evidente acumulacin de poder personal por parte de Castro, los cubanos se rehusaron a publicarlo. Cuando una pequea casa editorial de extrema izquierda, Marzani & Munsell, lo dio a luz en Nueva York, las crticas de izquier-da y derecha fueron feroces. Solitario y amargado, Waldo Frank muri en 1967.4

    La visin redentora de Frank fue similar a la de varias generaciones de jvenes latinoamericanos (y a la de muchos de sus maestros) inspirados por la hazaa del David cuba-no que desafi al Goliat yanqui. La adopcin formal del comunismo no afect este amplio apoyo inicial, pero el entusiasmo fue mermando poco a poco, debido a las noti-cias y testimonios desconcertantes que llegaban de la isla: el proyecto de instalar misiles rusos, la creacin de campos de trabajo en 1965, el alineamiento con los pases de la rbi-ta sovitica en apoyo a la invasin rusa a Checoslovaquia en 1968, la represin de escritores crticos en 1971. En 1980, el xodo a Miami de 125.000 cubanos da an ms la

    1 Buenos Aires, Losada, 1961.2 Rafael Rojas, Translating Utopia: The Cuban Revolution and the New York Left, Nueva Jersey, Princeton University Press, en prensa.3 Michael A. Ogorzaly, Waldo Frank, Prophet of Hispanic Regeneration, Lewisburg, Bucknell University Press, 1994, p. 156.4 Rojas trata a detalle la relacin entre Waldo Frank y la Revolucin cubana en el cap-tulo Naming the Hurricane.

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    repliegue ideolgico (el abandono parcial del marxismo-le-ninismo, el acento en el nacionalismo antiestadounidense y la figura de Mart) acompaado de ciertas concesiones eco-nmicas toleradas por Fidel, como la circulacin de dlares o los permisos a algunas actividades (mercados campesinos, pequeos restaurantes) prohibidas desde la extincin total de toda empresa privada en 1968.

    Lo que Frank no registra es la directa responsabilidad de Fidel Castro en la crisis de 1993. La desastrosa poltica de rectificacin que instrument entre 1986 y 1990, como reaccin a la perestroika de Gorbachov (que detestaba), expandi el racionamiento, prohibi los mercados campe-sinos, acot el autoempleo y revivi el llamado guevarista al trabajo voluntario. Todas estas medidas fueron contra-rias a las que ahora ha puesto en marcha Ral Castro. En opinin de Carmelo Mesa-Lago (experto ampliamen-te respetado en el estudio de la sociedad cubana, profe-sor emrito de la Universidad de Pittsburgh, cuya obra Frank no menciona), la rectificacin fue quiz el error econmico ms grave y costoso en la trayectoria de Fidel porque impidi que Cuba realizara ajustes similares a los actuales que habran podido amortiguar el retiro del sub-sidio sovitico y evitar el terrible sufrimiento del perio-do especial de paz.5

    Lo ms significativo para Frank fue la ausencia de agi-tacin social. El nico conato de violencia ocurri en agosto de 1994: las manifestaciones conocidas como el Maleconazo. Sin gases lacrimgenos, ni polica antimo-tines escribe Frank, la calma se restaur con la llegada (en camiones) de trabajadores armados con tubos. Y final-mente lleg Fidel para controlar la situacin. Ese mismo verano (en parte para aliviar la presin interna pero tam-bin para presionar al gobierno estadounidense a llegar a un acuerdo migratorio formal) Fidel permiti el xodo masi-vo de cubanos que se conoci como la crisis de los balse-ros. Frank califica la escena como bastante espectacular. En realidad, fue mucho ms: la desesperada irrupcin del sector social ms vulnerable de la poblacin los afrocuba-nos emigrados de Oriente dispuesto a cruzar las noventa peligrosas millas que separan a la isla de Miami en balsas improvisadas construidas con viejos neumticos, planchas de madera y sbanas.

    La voz de esos cubanos, a quienes al parecer mova menos la falta de libertad poltica que la aguda necesidad y el hambre, no se escucha en el libro de Frank. Por lo dems, en ninguna parte del libro documenta o siquiera consigna y menos condena el sistemtico control del apa-rato estatal sobre la vida de los cubanos que pudo haber inhibido la libre manifestacin de descontento en ese o en cualquier otro episodio. Lo que s leemos es una larga conversacin entre Frank y una joven estudiante de psi-cologa a la que en noviembre de 2007 dio un aventn. Piensas que Fidel puede continuar? La joven contes-t: Si tiene que venir otro, que sea exactamente como l, con sus mismas ideas, con su misma personalidad. Frank no piensa muy distinto: llama a Castro el ltimo revolu-cionario romntico y llega al extremo de compararlo con

    5 Carmelo Mesa-Lago, Economa y bienestar social en Cuba a comienzos del siglo xxi, Madrid, Editorial Colibr, 2003, pp. 28-30.

    Nelson Mandela (paralelo absurdo, dado el compromi-so de Mandela con la democracia genuina, los votos y los derechos humanos).

    Sin explicar cmo obtiene la cifra, Frank calcula en un 30% la zona gris de los inconformes, pero aduce que el desencanto no radica en la aplicacin dictatorial de la ideo-loga purista, que explcitamente encomia, o en el miedo a la represin o la delacin. El descontento, afirma, tiene su origen en las penurias materiales. Algo anda mal, reconoce, cuando una botella de aceite comestible cuesta el equiva-lente a tres das de trabajo. Y, para explicarlo, propone una analoga segn la cual Cuba es como una company town ame-ricana cuya tienda funciona mal: tomaba horas de trabajo comprar medio kilo de arroz o frijoles, una cabeza de ajo, un pepino, un solo mango, algo de cebolla o unos tomates.

    Uno esperara de Frank algn pasaje concreto sobre el sufrimiento material (de una familia, de una persona) den-tro de la company town. No lo hay. Para encontrar esas im-genes de extrema necesidad y desesperacin la alternativa es consultar a Yusnaby Prez, joven ingeniero desempleado cuyo blog (yusnaby.com) y cuentas de Twitter, Facebook e Instagram llegan a decenas de miles de personas. Armado con su telfono celular operado desde Espaa, Yusnaby se dedica a retratar hombres y mujeres que, bolsas en mano, vagan por las calles para resolver la subsistencia (resolver es un verbo esencial en la vida diaria en Cuba); el estante con botellas recicladas que contienen magras porciones racio-nadas de arroz, frijoles, chcharos; los ruinosos edificios de la vieja Habana; la madre soltera de cuatro esculidos hijos

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    que vive con veinte dlares al mes; los profesionistas jubi-lados que venden pltanos o encendedores en las calles; los jvenes que escapan a Florida desafiando el riesgoso mar del Golfo. Cuban Revelations no expone esa dimensin de la vida cubana: la oculta.

    El libro de Frank no hace referencia a la amplia y slida bibliografa acadmica que existe sobre la Cuba de hoy. Se trata de un largo reportaje de investigacin periodstica basado sobre todo en documentos de poltica interna pro-venientes del hermtico sistema poltico, as como en testi-monios de gente comn en diversos nichos de la sociedad. Desde 2007, ha emprendido un viaje anual de mil quinien-tos kilmetros desde La Habana hacia el este de la isla, con el objeto de observar los cambios en la vida econmica a raz de las reformas que comenz a instituir Ral Castro tras su inesperado arribo al poder en el verano de 2006, cuando Fidel Castro cay vctima de una grave enferme-dad intestinal que lo ha mantenido cada vez ms alejado de los asuntos que, por cerca de medio siglo, fueron de su absoluto dominio.

    Ral nunca fue como Fidel ni tuvo su misma persona-lidad. Silencioso, pragmtico, con una disciplina marcial y el apoyo de cuadros leales en el ejrcito y el partido, ech a andar una era de reformas midiendo la cobertura, la inten-sidad, los tiempos. Entre 2007 y 2009 oper cambios admi-nistrativos (cierre de los comedores gratuitos) o simblicos

    pero importantes para los cubanos (acceso a hoteles antes exclusivos para turistas). Lo significativo, en cambio, fue la instrumentacin poltica interna y externa, que Frank reconstruye minuciosamente. A partir de un discurso de Ral y un documento elaborado por una comisin acad-mica, se invit a los ochocientos mil miembros del Partido Comunista a debatir las taras de la economa cubana. Fue el banderazo a una prolongada discusin de cuatro aos origi-nada desde arriba y limitada, desde luego, al funcionamien-to econmico de la company town, no a su estructura poltica y, menos an, a su razn de ser.

    Las modestas reformas de los noventa (aunque rever-tidas por Fidel a principios del siglo xxi) haban propicia-do una lenta recuperacin. Pero Cuba emergi de aquella crisis gracias a la exorbitante ayuda del gobierno chavista. El apoyo anual combinado de petrleo subsidiado, inver-siones y pago en efectivo (por los servicios mdicos sobre todo) sobrepasara el subsidio sovitico: solo en 2010 tota-liz casi trece mil millones de dlares. No es casual que en su periplo anual Frank advirtiera las primeras seales de reanimacin inducidas por el dinero de Venezuela: hornos elctricos chinos, luz, gas, bicicletas. Pero lleg el verano de 2008, con devastadores huracanes naturales (Gustav e Ike) y financieros (la crisis en Wall Street, el derrumbe de las eco-nomas, cada del precio del petrleo) ante los cuales Ral reaccion avanzando un paso ms en su peculiar autocrti-ca, muy comn en la tradicin sovitica: haba que salvar a la Revolucin corrigiendo los vicios, los errores en que ella misma haba incurrido. De pronto, los nicos peridi-cos de Cuba Granma y Juventud Rebelde, hasta haca poco tiempo guardianes de la ortodoxia, entraron de lleno a la discusin pblica fustigando a la burocracia. Segn su pro-pio diagnstico, el gobierno de Ral decretaba que el pro-blema no era de estructura ni de modelo sino de actitudes.

    La estrategia de legitimacin tuvo su contraparte en la poltica exterior. La Unin Europea, que haba cortado sus lazos de cooperacin con Cuba a raz del encarcelamien-to de disidentes en 2003, restableci relaciones. El papa Benedicto XVI visit la isla en 2012 y concert la libera-cin de presos polticos que partieron al exilio en Espaa. Tambin Amrica Latina cerr filas. La exitosa opera-cin tuvo el propsito de forzar un cambio en la poltica de Estados Unidos frente a Cuba.

    A partir de 2010 Ral introdujo una batera de refor-mas estructurales: racionalizacin de las empresas esta-tales, despido de empleados innecesarios; expansin del empleo no estatal (el llamado cuentapropismo) y alien-to a las cooperativas autnomas de produccin agrcola y no agrcola; libre compraventa de autos y vivienda. En la segunda mitad de 2010, Ral lament que Cuba fuese el nico pas del mundo en que la gente puede vivir sin tra-bajar y denunci el enfoque excesivamente paternalista, idealista e igualitario que, en busca de la justicia social, ins-tituy la Revolucin.

    Frank ilustra a lo largo del libro lo absurdo de muchas prcticas burocrticas. A partir de ah explica la instru-mentacin de las reformas, registra los avances que percibe y sugiere algunos obstculos. Ese largo reportaje analtico es el contenido principal del libro. Haba que comenzar a

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    desmontar al monstruo de las 3.700 empresas estatales que han manejado todos los mbitos de la economa cubana (nquel, hoteles, tabaco, azcar, agricultura, banca, transpor-te, comercio exterior, etctera) a travs de un enjambre de uniones ligadas a ministerios y al Partido Comunista. Segn un reporte oficial 50% de estas empresas operan con prdi-das. Para encarar el problema, se ha planeado la creacin de compaas holding ms autnomas del gobierno. (Frank no se pregunta quin las manejar, pero parece claro: los hijos de la nomenklatura poltica y militar.) Paralelamente, el gobierno tuvo que reconocer la inflacin en las plantillas laborales. Segn cifras oficiales de 2011, alrededor de 1,8 millones de trabajadores eran superfluos. En el Ministerio de la Construccin, por ejemplo, veinte mil empleados se ocupaban de la seguridad y solo ocho mil de poner ladri-llos. Haba que transferir a estas personas al sector no estatal de la economa, ya sea al cuentapropismo o a las coopera-tivas no agrcolas o de servicios.

    No sin lamentar los daos estticos infligidos por la pequea irrupcin capitalista sobre el paisaje de antiguas ciudades seoriales como Santiago de Cuba, Frank observa la extraordinaria profusin de quioscos, carritos de refres-cos y golosinas, pequeos restaurantes familiares y vende-dores callejeros voceando de todo en las calles y caminos de Cuba: tomates, cebollas, yuca, ajo. Una visita a una coope-rativa de taxis le revela las tensiones de la transicin: antes, a cambio de unos cuantos pesos, los empleados mataban el tiempo sin hacer nada y podan llevar a la familia a la playa con todos los gastos pagados. Ahora hay que trabajar. Pero es difcil acomodarse a las nuevas reglas e impuestos, ms an si como se quejan los cooperativistas agrcolas con quienes habla la burocracia opuesta a las reformas los acosa por temor a perder su trabajo.

    Frank cree que en Cuba se ha operado ya un cambio de mentalidad que ha dejado atrs el antiguo sistema sovitico y avanza de manera irreversible hacia una forma de econo-ma mixta y descentralizada. Carmelo Mesa-Lago, que ha monitoreado de cerca las reformas de Ral Castro, es menos optimista.6 Son similares a las que l ha venido aconsejando al rgimen desde hace cuatro dcadas. En trminos gene-rales, lo animan tres hechos: apuntan en el sentido correc-to, no tienen precedente bajo el rgimen de la Revolucin y (ya sin el peso ideolgico de Fidel) parecen irreversibles. Pero analizadas, en particular, las reformas pecan de excesi-va cautela y lentitud, y enfrentan obstculos (legales, buro-crticos, profesionales, crediticios) que limitan su impacto de manera severa.

    Los usufructuarios de la tierra, por ejemplo (alrededor de 174.275, segn cifras oficiales), no han podido aumentar significativamente la produccin por varios motivos: limi-tacin temporal de sus contratos (en diez aos el Estado puede o no renovarlos a discrecin), obligatoriedad de vender parte de sus productos al Estado (que a su vez fija el precio de la cosecha), lmite de inversin hasta el 1% del tamao de la parcela (aunque su dimensin mxima es de 67

    6 Carmelo Mesa-Lago, Los cambios institucionales de las reformas socioeconmicas cubanas en Richard Feinberg y Ted Piccone, El cambio econmico de Cuba en perspectiva com-parada, Institucin Brookings/Centro de Estudio de la Economa Cubana/Universidad de La Habana, 2014, pp. 49-69.

    hectreas, esta disposicin desincentiva obviamente el cre-cimiento de la produccin). Otros obstculos son la falta de experiencia y crdito, la prohibicin de contratar emplea-dos fuera de la familia y de vender con libertad productos bsicos como carne, leche, arroz, frijoles, papas, naranjas. No es casual que los resultados de cuentapropistas y coo-perativas hayan sido, hasta hoy, decepcionantes.

    Al final de 2014 haban sido despedidos cerca de seis-cientos mil empleados estatales (un 10% de la fuerza labo-ral, un 36% de la meta oficial de 1,8 millones para el periodo 2014-2015). Pero la creacin de empleos no estatales ha sido insuficiente para absorberlos. Los cuentapropistas autorizados pertenecen sobre todo al mundo de los oficios (payasos, mimos, cuidadores de baos, desmochadores de palmas), pero a los graduados universitarios (docto-res, arquitectos, maestros) se les impide ejercer libremen-te su profesin: un arquitecto puede conducir un taxi pero la prctica libre de la profesin para la cual fue entrenado le est vedada (lo cual es un desperdicio del capital huma-no formado por la propia Revolucin). A juicio de Mesa-Lago, el gobierno cubano debera emular la experiencia vietnamita o china, donde la propiedad privada, la capaci-dad de contratacin y, en general, las libertades econmicas de empresas e individuos son mucho mayores.

    Qu ocurrira en Cuba si Venezuela sufre un colap-so econmico o poltico? Sera muy grave pero quiz no catastrfico, opina Mesa-Lago. Aunque nadie puede cal-cular con certeza la dimensin del subsidio de Venezuela a Cuba oculto tras los quince mil millones de dlares que ha alcanzado la relacin comercial, se sabe que Venezuela absorbe ahora el 35% del dficit total de Cuba, cifra sig-nificativa pero nada comparable con el 72% que absorba la urss. Aunque Venezuela satisface el 40% de la deman-da de petrleo cubano, Cuba refina ya parte del petrleo y ha diversificado sus socios comerciales lo suficiente como para prevenir un colapso similar al de los aos noventa. El gobierno cubano ha atribuido sus problemas al embargo estadounidense. Mesa-Lago lo ha denunciado siempre y su dictamen general es terminante: la causa fundamental de los problemas de Cuba es la poltica econmica del lti-mo medio siglo. Y aunque los posibles cambios en la rela-cin con Estados Unidos podran mejorar el cuadro, nada le parece ms importante (incluso para preservar los logros sociales) que el cambio de modelo econmico.7

    La mayora de los cubanos son disidentes, no disiden-tes, escribe Frank. La disidencia respetable, la disidencia sin comillas, busca cambiar las cosas mediante la reforma y evolucin del sistema, no a travs de una alianza abier-ta con el establishment poltico de Miami y Washington que quiere un cambio de rgimen. La disidencia entre comi-llas le parece una mezcla de almas valientes, agentes ofi-ciales y charlatanes en busca de dinero y visas. Por eso celebra que los emisarios de la Unin Europea les nieguen audiencia. Las huelgas de hambre que practican, aunque

    7 Carmelo Mesa-Lago, Balance econmico-social de 50 aos de la Revolucin en Cuba en Amrica Latina Hoy, n. 52, Universidad de Salamanca, 2009.

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    han conducido a la muerte de alguno de ellos, le parecen una tctica. Este despectivo tratamiento para decirlo con franqueza degrada la legitimidad, la autenticidad y el valor de los disidentes que en el pasado y el presente han arriesgado su libertad y hasta su vida en una protesta hon-damente sentida y justificada. Sobre el misterioso accidente de carretera que quit la vida a Oswaldo Pay (el principal lder disidente de la isla, cuyo plan de paulatina democra-tizacin interna, llamado Proyecto Varela, reuni veinti-cinco mil firmas y recibi un notable apoyo internacional), Frank solo emplea una palabra: muri. Las Damas de Blanco, que suelen marchar por la liberacin de quienes en opinin de ellas mismas son presos polticos, le pro-vocan cierta impaciente conmiseracin. La intensa labor social, intelectual y militante de laicos ligados a la Iglesia no aparece en el libro.

    Frank sostiene que en Cuba sociedad mestiza no hay un problema de racismo. Hace catorce aos, en Una nacin para todos, el historiador Alejandro de la Fuente demostr que, a partir de la crisis de los noventa, los prejuicios y ten-siones raciales repuntaron en la mentalidad, las oportu-nidades profesionales, los medios, los crculos polticos, las encuestas, el humor popular y las pautas matrimonia-les de Cuba.8 Frank no lo cita, como tampoco hace referen-cia a las organizaciones opositoras como Arco Progresista o Unin Patritica de Cuba, que reivindican derechos de la poblacin afrocubana cada vez ms enajenada de la diri-gencia blanca.

    La disidencia tambin se despliega en las redes. Pero, como es disidencia, no le da voz. Es el caso de Yoani Snchez. Desde 2007, su blog Generacin Y (traducido a diecisiete idiomas), su cuenta de Twitter (@yoanisanchez, que en marzo de 2015 contaba con 657.000 seguidores) y su reciente peridico digital 14ymedio documentan casos de abuso, corrupcin, ineficiencia, malos servicios, censu-ra, etctera, a la vez que exponen los afanes de los cubanos dedicados a resolver la subsistencia cotidiana por los veri-cuetos del mercado negro. Yoani es una discpula de Orwell en el trpico, una filloga que desnuda el doublespeak de la gerontocracia cubana. Frank nunca ha hablado con ella y en su libro apenas la menciona.

    Ningn cubano puede conectarse directamente con Yoani Snchez, Yusnaby Prez y otros blogs de la disidencia que, sin embargo, circulan de manera subrepticia median-te dispositivos usb que pasan de mano en mano. Varios de estos blogueros son vigilados, interrogados y aun encarce-lados. Una polica especializada revisa en el aeropuerto la importacin de computadoras, telfonos mviles y table-tas. En los cibercafs oficiales (haba ochocientos en 2013) los precios de acceso resultan exorbitantes para cualquier cubano (4,50 dlares la hora) y el personal burocrtico anota la cartilla de identidad del usuario, su direccin, el conteni-do de la bsqueda.9 Navegar en Facebook est prohibido.

    Frank no toca estos ngulos del problema. Lo que lo exaspera es la lentitud de las conexiones. El tema le sirve 8 Una nacin para todos: raza, desigualdad y poltica en Cuba, 1900-2000, Madrid, Editorial Colibr, 2001.9 Frdric Martel, Smart. Internet(s): la investigacin, Mxico, Taurus, 2014, 408 pp.; Emily Parker, Now I Know Who My Comrades Are: Voices from the Internet Underground, Nueva York, Farrar, Straus and Giroux, 2014, pp. 120-181.

    En el caso de Cuba no se puede simplemente pasar la pgina y seguir adelante.

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    para poner en juego su habilidad retrica: cmo puede uno explicar que la nacin seguramente ms avanzada en el rea en trminos de educacin, salud, paz social y defensa civil tenga las peores comunicaciones? Una vez ms, Frank sigue la simple pauta de aceptar la existencia de serios problemas que enseguida relativiza ostentando los logros del rgimen, incluida una paz social impuesta por una dictadura (palabra que no est en su vocabulario). A su propia pregunta retrica, Frank responde: la explica-cin sobre la falta de libertad en internet est en el temor justificado, a su juicio de que la apertura de comunica-cin desate una ciberguerra, una suerte de Playa Girn en la red. Segn Frank, los cubanos padecen el control oficial de las comunicaciones pero no ignoran la incidencia del embargo estadounidense en el problema: el cubano pro-medio culpa a ambos por tenerlos fuera del ciberespacio.

    Esta paridad de responsabilidades en el drama cuba-no es una tesis central de Frank, no solo en los problemas que ataen a la comunicacin sino a la naturaleza misma del rgimen:

    El Partido Comunista cubano reprime a sus oponentes? Sin ninguna duda. El embargo estadounidense est dise-ado para que los cubanos sufran al punto de que en su desesperacin eso se espera derroquen al gobierno? No hay duda alguna.

    Los intentos de subversin de los Estados Unidos contra la naciente Revolucin cubana inspiraron el desarrollo de los servicios de inteligencia y el Estado policial cubano (aun-que los primeros pasos en esa direccin los tom Cuba a travs de Ral Castro y su trato muy temprano con las auto-ridades soviticas en la materia). Pero la represin desa-tada a lo largo de ms de cinco dcadas contra la amplia oposicin poltica y social de la isla no puede considerarse un hecho equivalente. El inaceptable embargo estadouni-dense no justifica esas violaciones a los derechos humanos ms elementales.

    La vida es un libro, simplemente hay que pasar la pgina y seguir adelante, dijo un oficial vietnamita aludiendo al trato con quienes, en su pas, haban sido partidarios de los Estados Unidos. La frase impresion tanto a Frank que la incluy como epgrafe de sus conclusiones. Aplicada a Cuba equivale a una invitacin a la amnesia. Convendra sobre todo a Fidel y Ral Castro, cuyas decisiones a lo largo de cincuenta aos de dictadura no han tenido otra sancin que su propia autocrtica, es decir, no han tenido sancin alguna.

    De aplicarse la mxima, nadie recordara que antes de la Revolucin Cuba produca el 80% de sus alimentos. (Hoy importa esa misma proporcin, por un valor de 2,5 mil millo-nes de dlares.) Si se pasara la pgina, nadie se pregunta-ra por qu la produccin industrial entre 1959 y 1989 cay un 45% y la azucarera un 80%. Estas y otras cifras econmi-cas no son resultado del embargo. Y, sin negar los avances considerables del rgimen en materia de educacin y salud, nadie se atrevera tampoco a recordar lo que incluso algunos

    historiadores marxistas han terminado por admitir: el hecho de que Cuba en los aos cincuenta, a pesar de la dictadura de Batista y de las desigualdades sociales, regionales y tnicas de la poca, mostraba ndices claros y crecientes de progreso econmico y social: tena el tercer producto bruto per cpita ms alto de la zona (superado por Venezuela y Uruguay), la mayor ingesta de protenas (detrs de Argentina y Uruguay), y era uno de los pases lderes en servicios mdicos y educa-tivos (si bien el rgimen actual expandi ambos aspectos).10 Pasar la pgina, en fin, significara ignorar la inmensa res-ponsabilidad personal de Fidel en la ruina de la economa cubana y en los efectos que su larga dictadura personal ha tenido sobre generaciones de cubanos.

    Pero quiz la frase del oficial vietnamita deba aplicar-se tambin al propio Frank, que en el prlogo a Cuban Revelations describe as a su abuelo: fue un hombre ben-decido y condenado por el valor de ser distinto. En Cuba (donde se le silenci) y en Estados Unidos, Waldo Frank pag caro su atrevimiento de defender a Castro y al mismo tiempo criticarlo por sus tendencias dictatoriales. En sus Memorias,11 Waldo recuerda que, antes de embarcarse en el libro sobre Fidel, poda escribir sobre el tema que quisie-ra, pequeo o grande [...] hasta que mi defensa de Castro me priv de esa libertad. La corriente en mi contra fue amplia. Baj la marea, y me encontr solo en la arena.

    Frank no corre riesgos en Cuba, donde segn l mismo confiesa ha seguido la regla de oro: s bueno con ellos para que ellos sean buenos contigo. En su pri-mer libro, Cuba Looks to the Year 2000 (publicado en 1993), Frank defendi con firmeza el liderazgo poltico, eco-nmico y moral de Fidel Castro con todo y su proceso de rectificacin. En la introduccin a esa obra apor-ta algunos datos biogrficos que revelan su postura en aquellos aos: en enero de 1990 recorr veinte estados en los Estados Unidos para hablar de Cuba. Tena detrs de m cinco aos de experiencia y mil artculos bajo el cinturn, como corresponsal para Latinoamrica (radi-cado en Cuba) del Peoples Daily World.12 Tras haber sido un defensor de hierro del rgimen sovitico en Cuba, Frank es ahora un reformador convencido. Pero fuera de notar que, por algn motivo (como en la cancin de Bob Dylan), the times they are a-changin, su anlisis gene-ral de las reformas cubanas no incluye reflexin alguna sobre su antigua fe en el control estatal ni sobre el poste-rior trnsito de sus ideas.

    Marc Frank nunca admite de manera explcita (mucho menos documenta) los costos terribles que han tenido que pagar generaciones de cubanos: aislados del mundo, suje-tos a vigilancia y temerosos de ser reprimidos, limitados a la verdad oficial, imposibilitados de ejercer las libertades cvi-cas esenciales, de protestar con libertad o emigrar sin correr altos riesgos. Esa falla en el modo de abordar la larga histo-ria pasada y presente del pueblo cubano (no solo la de los disidentes) es, en s misma, una revelacin por omisin. En

    10 Rafael Rojas, Problemas de la nueva Cuba, El Pas, 26 de julio de 2008; Mesa-Lago, Balance econmico-social de 50 aos de la Revolucin en Cuba.11 Buenos Aires, Editorial Sur, 1975.12 Marc Frank, Cuba Looks to the Year 2000, Nueva York, International Publishers Company, 1993, p. 3.

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    el caso de Cuba no se puede simplemente pasar la pgina y seguir adelante.

    Los libros de historia que se leen en las escuelas cubanas exaltan el papel redentor de la Revolucin cubana y en gene-ral la reducen a la biografa de Fidel Castro. Alguna vez, quiz, los estudiantes cubanos tendrn acceso a otras versiones de la his-toria.13 Si llega el da, Visions of

    Power in Cuba: Revolution, Redemption, and Resistance, 1959-1971, de la historiadora estadounidense de origen cubano Lillian Guerra, ser una lectura obligada y pesarosa. Escrito, por momentos, en una cansada jerga acadmica que contrasta con el valor de sus hallazgos, el libro cuenta cmo se cons-truy la dictadura ms larga de la historia latinoamericana.

    No es una historia poltica convencional. Es una histo-ria social del rgimen poltico cubano en la dcada crucial de los aos sesenta. A partir de una investigacin de casi veinte aos en archivos de Cuba y fondos del exilio (como la Cuban Exile Collection y la Cuban Revolution Collection de la Universidad de Yale), Guerra reconstruye el modo en que Castro fue acotando las libertades civiles y las institucio-nes autnomas de la sociedad, hasta dominarla por entero.

    Cuando los revolucionarios ascendieron al poder haba en la isla un aparato de radio por cada seis personas y una televisin por cada veinticinco. (Solo Estados Unidos la superaba.) Circulaban ciento veinte publicaciones peri-dicas, como la revista poltica Bohemia, que en las tres pri-meras semanas de 1959 vendi un milln de ejemplares celebrando como una apoteosis el triunfo de la Revolucin. Con esa impresionante cobertura la mayora favorable a la Revolucin Castro multiplic el efecto de sus discur-sos mientras un milln de personas lo aclamaban votando a mano alzada. Fue el primer lder de masas en gobernar por televisin.

    Una de las revelaciones de Lillian Guerra es el uso poltico de la religin por parte de Fidel. Hablan mal de m deca repetidamente porque he dicho la verdad. Crucificaron a Cristo por decir la verdad [...] Quien conde-na a la Revolucin traiciona a Cristo y se declara a s mismo capaz de crucificar de nuevo al propio Cristo.

    Aunque haba sido educado por los jesuitas, Castro no crea en los dogmas religiosos. Sin embargo, afirma-ba e impona sus creencias como si fueran dogmas afines a los de la religin catlica. A su alrededor comenz a sur-gir una nueva fe, el fidelismo: se organizaron misas revo-lucionarias, peregrinajes a los sitios sagrados en la Sierra Maestra y al monte Turquino (al que Fidel haba ascen-dido), se publicaron representaciones de Fidel en escenas del Evangelio. Un viejo campesino, llamado Fidel Blanco, sostuvo en La Habana esta conversacin con una periodis-ta de la revista Carteles:

    Qu piensa de la Reforma Agraria?Que es una bendicin de Dios.

    13 Rafael Rojas, La mquina del olvido. Mito, historia y poder en Cuba, Mxico, Taurus, 2012, 264 pp.

    Quiere decir, de Fidel, de la Revolucin?Quiero decir de Dios, a travs de Fidel.La nueva fe cre un amplsimo repertorio verbal para

    fustigar y aterrorizar a los malos cubanos (traidores, vendepatrias) y, al grito de Fidel, sacude la mata! o Paredn!, actuar en consecuencia. Las ejecuciones de agentes batistianos llamadas justicia revolucionaria con-taron con un inmenso apoyo popular. Pero tras ellas Fidel instaur lo que llam el terror revolucionario. Una de sus primeras vctimas fue el popular comandante revolu-cionario Huber Matos. Por criticar el ascenso evidente del Partido Socialista Popular (versin del Partido Comunista) en el rgimen, Matos, quien nunca se sublev, fue arresta-do en octubre de 1959 y condenado a veinte aos de prisin.

    En trminos polticos, Fidel actu con igual celeridad: asumi el cargo de primer ministro, descart la celebra-cin de elecciones y el sistema republicano de divisin de poderes, instaur la verdadera democracia (votacin a mano alzada en la Plaza de la Revolucin, que capta una de las imgenes que rescata Guerra) y realiz las primeras purgas internas en el grupo que lo haba secundado en la Revolucin. En marzo de 1959, Ral Castro tuvo contacto con Mosc para establecer un programa sovitico de entre-namiento para el ejrcito cubano y la organizacin de una polica secreta que se conocera como la g2.

    Con todo, hasta finales de 1959, la Revolucin cuba-na pareca al menos en sus fines declarados una versin radical de la mexicana, una revolucin nacionalista, huma-nista, igualitaria y social. Pero la visita del premier sovi-tico Anasts Mikoyn en febrero de 1960 y el convenio de cooperacin (cinco millones de dlares, intercambio de az-car por petrleo) firmado con la urss fueron seales inequ-vocas del rumbo que tomara el rgimen. Lo que sigui fue la supresin de los medios de comunicacin independien-tes, las instituciones civiles y la libertad de expresin, y la severa erosin del mercado.

    De manera forzada o voluntaria, entre mayo y julio de 1960 desaparecieron los diarios de todas las tendencias (uno de ellos fundado en 1827). Tambin las revistas. Un caso particularmente dramtico fue el de Bohemia, cuyo director Miguel ngel Quevedo se asil en Venezuela para aos despus suicidarse, dejando un testimonio escrito de su experiencia. Solo qued Revolucin, el dia-rio oficial, que en 1965 se fundira con el nuevo peri-dico Granma. La Universidad institucin clave para la libertad de crtica en las sociedades civiles latinoame-ricanas perdi su autonoma; las organizaciones estu-diantiles expulsaron a quienes haban reprochado a Mikoyn la represin en Hungra (octubre de 1956) y exigieron la adhesin irrestricta a los principios revolu-cionarios; se confiscaron las estaciones de televisin y radio. La Iglesia catlica fue neutralizada. Entre agosto y noviembre de ese ao el gobierno expropi decenas de empresas y bienes de ciudadanos estadounidenses y, entre octubre y noviembre, quinientas cincuenta empre-sas nacionales y norteamericanas, el 80% de la planta pro-ductiva. Los sindicatos dejaron de representar a los obreros para volverse garantes de la productividad en las empre-sas estatizadas.

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    Fidel proyect la vida guerrillera a la socie-dad civil, transformndola en una sociedad de milicianos de la fe. Pareca encabezar una nueva Iglesia militante integrada por frailes con uni-forme verde olivo y botas (nunca se las quitaron) que creen que es posible convertir el mundo a la pureza radical por la va de las armas. Lillian Guerra describe en detalle la actividad purifi-cadora de esas organizaciones militantes, una selva de siglas creadas por Fidel a principio de los aos sesenta para integrar verticalmente a la sociedad: mujeres, estudiantes, agricultores, obreros, burcratas, escritores, artistas, hasta nios, que marchaban rifle en mano.

    Una de esas organizaciones fueron los cdr, Comits de Defensa de la Revolucin, creados en septiembre de 1960 para que, en cada cuadra, los ciudadanos cuidaran la pureza revoluciona-ria de sus vecinos o denunciaran sus desviacio-nes. Fidel los defini como la retaguardia civil de la vanguardia armada de las milicias y las Fuerzas Armadas Revolucionarias, en la lucha contra el enemigo interno y externo y agre-g: es imposible que los gusanos y los parsi-tos puedan moverse si el pueblo [...] los vigila por s mismo.14

    Entre 1962 y 1965 las ciudades cubanas fue-ron escenario de una lucha de clases entre los llamados gusanos y los cederistas (miem-bros de los cdr) que ejercieron lo que Guerra llama dictadura en las bases. Los gusanos se rehusaban a integrarse a las instituciones revo-lucionarias, pero criticaban la invasin de Playa Girn y llamaban a los exiliados de Miami cria-dos de los gringos. Crearon su propio lengua-je: bolas: noticias o rumores; radio bemba: informes de boca en boca. Adems de la vigi-lancia ideolgica, los cederistas absorbieron muchas funciones: movilizaban a la poblacin para cortar caa, donar sangre, confiscar teso-ros de los exiliados, vacunar nios, impartir el evangelio revolucionario en su cuadra. Por su eficacia para prevenir la crtica a la Revolucin, Fidel los llam un milln de tapabocas. A quienes los cdr consideraban impuros el gobier-no los someta a tratamientos de electrochoques en hospitales psiquitricos. En 1964, un tercio de los adultos cubanos eran cederistas. Para 1967 haban logrado erradicar por la intimidacin o el convencimiento la causa o al menos la visi-bilidad de los gusanos.

    Fincada en el agravio histrico de Estados Unidos a Cuba (de cuya gravedad nunca fue-ron conscientes los gobiernos estadouniden-ses), la propaganda antiyanqui acompa todo el proceso y subi de tono: Qu tiene Fidel / que los yanquis no pueden con l. Luego de 14 Rafael Rojas, Historia mnima de la Revolucin cubana, Mxico, El Colegio de Mxico, prximo a publicarse.

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    la fallida invasin de Playa Girn (financiada por la cia) el prestigio histrico de Fidel y la Revolucin alcanz su cl-max: el triunfo del David caribeo frente al Goliat imperial.

    No obstante, en das anteriores a la invasin se haba desatado en Escambray el alzamiento de miles de campesi-nos que se negaban a convertirse en obreros de las granjas populares. Lillian Guerra sugiere que tenan apoyo de la cia y documenta la violencia de la operacin militar contra los bandidos. Se llam la Limpia de Escambray: cerca de tres mil muertos en ambos lados. En el verano de 1963 el gobierno llev a cabo el envo masivo de todos los campe-sinos varones de Escambray a Pinar del Ro, y de sus muje-res y nios a Miramar, en La Habana. Un total de 35.000 personas fueron reubicadas. Escambray se convirti en una zona militar y un parque nacional. En 2005, Ral Castro se refiri a aquellos hechos, por primera vez en cuarenta aos, como una guerra civil.

    Paralelamente, y sin intervencin de la cia, los campesi-nos de Matanzas se levantaron tambin. La ausencia total de latifundios y la armnica relacin entre los empresarios agrcolas y sus trabajadores (educados y bien remunerados) escribe Guerra impeda que Matanzas fuese una pro-vincia revolucionaria. Las guerrillas de Matanzas sobre-vivieron en su mayor parte hasta principios de 1963. Hubo encarcelamientos masivos, juzgados rurales, campaas de proselitismo revolucionario, militarizacin de los hijos. En 1963, la Segunda Reforma Agraria forz la conversin del modelo capitalista de Matanzas excepcionalmente igua-litario a la norma comunista.

    En 1965 comenz a ocurrir un fenmeno generacional que Guerra recrea de manera admirable. Al lado de las obedientes milicias revolucionarias, haba una sociedad difusa, variada, no regimentada an, en la que destacaba la gente joven. Esta nueva generacin haba sido testigo en su infancia del triunfo de la Revolucin y a mediados de los sesenta buscaba afirmarse (como en todo el mundo occi-dental, aun en la Europa del Este) usando sandalias y pelo largo, escuchando a los Beatles, practicando una irrestric-ta libertad sexual. Su rebelda no era contestataria: era cul-tural y, para ellos, revolucionaria. Guerra narra la historia de sus revistas fugaces, sus reuniones y polmicas, sus cr-ticas a lo que ahora (en la era de Ral) se ha vuelto moneda corriente hasta en los medios oficiales cubanos: los abusos de la burocracia, la negligencia de los funcionarios, el des-pilfarro de recursos.

    Fidel no tuvo paciencia con la generacin joven y desde 1965 convirti la idea guevarista del hombre nuevo en poltica de Estado. Las publicaciones juveniles (El Sable, El Puente) fueron clausuradas y muchos de sus miembros envia-dos a campos de trabajo donde se les reeducaba. Fidel lleg al extremo de pedir a los jvenes que denunciaran a sus padres si expresaban deseos de abandonar Cuba, pero no bastaba la persuasin: en 1968 envi a diez mil volunta-rios en edad escolar y predelincuentes a la Isla de Pinos, que rebautiz como la Isla de la Juventud, donde el corte de caa sera la ocupacin ms prestigiosa.

    Tambin en 1965, Fidel cre las umap (Unidades Militares de Ayuda a la Produccin), campos de trabajo forzado donde fueron a parar muchos de aquellos jvenes

    dementes, gusanos, antisociales. Abundaban entre estos los testigos de Jehov, adventistas del sptimo da, grupos protestantes, bautistas, practicantes de las religio-nes afrocubanas. Pero el rgimen dirigi su mayor inquina contra los homosexuales. En su obra Antes que anochezca, el gran escritor cubano Reinaldo Arenas ha dejado un testimo-nio desgarrador de su experiencia en esas unidades, pero Lillian Guerra la complementa con testimonios invaluables, de primera mano. Aparte del trabajo forzado, la higiene revolucionaria en las umap someti a los homosexuales a tratamientos pavlovianos para curar su enfermedad. Se calcula que entre 1965 y 1968 pasaron por las umap 35.000 personas. La homofobia oficial lleg hasta los aos ochenta.

    Para Fidel las pequeas empresas que quedaban repre-sentaban el germen del capitalismo que era preciso extirpar. En unos cuantos das de 1968, las delegaciones de los cdr expropiaron 58.000 pequeos negocios (incluyendo puestos ambulantes de comida, reparacin de calzado, academias de msica, salones de belleza, talleres de costura, lavanderas, peluqueras, bares, clubes nocturnos). Paradjicamente, la mayor parte de esos negocios haban sido creados despus de la Revolucin. Muchos de aquellos empresarios peque-oburgueses fueron obligados a realizar trabajos de labor intensiva en agricultura o construccin. Y, aunque nunca desaparecieron del todo, ese ao se confiscaron tambin la mayora de las pequeas parcelas campesinas.

    Fidel tuvo siempre la mana de jugar el papel del nico empresario, del empresario total, en una isla sin empresa-rios. No es casual que algunos crticos hayan hablado de la isla finca de Fidel.15 (Su padre haba sido dueo de una inmensa hacienda.) l solo orden la cruza de cebes cuba-nos con vacas Holstein (que redujo en un 60% la inmensa riqueza ganadera de Cuba). l solo decidi la destruc-cin del anillo de rboles frutales y ctricos que rodeaba La Habana para sembrar una variedad de caf (que result un desastre). Y l solo decret que, para Cuba, cosechar diez millones de toneladas de caa era cuestin de honor para la Revolucin. La zafra de los diez millones del ao 1970 fue el momento lmite del voluntarismo econmico de Fidel Castro. Nunca como entonces revel su manejo personal y patrimonial de la economa y su capacidad de movilizar a cientos de miles de personas de todos los sectores sociales y econmicos para cumplir su objetivo. Un estudiante que haba participado en aquel episodio declar: no trabaja-mos por Fidel o por su honor. Tras el fracaso Fidel lamen-t que el aprendizaje haya salido caro a la Revolucin y, ante el alza de ausentismo laboral en el campo y la ciudad (forma ltima del derecho de huelga), decret una Ley con-tra la Vagancia y sell las fronteras de la isla: segn Castro, ya no haba ciudadanos que quisieran salir de Cuba. La emi-gracin se detuvo hasta el masivo xodo de Mariel, en 1980.

    La seal definitiva de incorporacin al bloque sovitico fue el famoso Caso Padilla, versin tropical de los juicios de Mosc. Desde 1967, el poeta Heberto Padilla se haba atre-vido a criticar nuestra versin en miniatura del estalinis-mo, nuestras umap y en un libro de poemas haba deslizado versos como estos (Sobre los hroes):

    15 Emilio Ichikawa, La heroicidad revolucionaria, Washington, Center for a Free Cuba, 2001, p. 24.

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    Los hroes no dialogan,pero planean con emocinla vida fascinante de maana.Los hroes nos dirigeny nos ponen delante del asombro del mundo.Nos otorgan inclusosu parte de Inmortales.[...]Modifican a su modo el terror.Y al final nos imponenla furiosa esperanza.

    En marzo de 1971 Padilla fue arrestado y, despus de cinco meses de prisin y diarios interrogatorios, confes sus cr-menes contra la Revolucin. Varios escritores de fama pro-testaron pblicamente y Castro orden la censura de todos ellos en Cuba. La consigna pronunciada por Castro en 1961 era ya definitiva: dentro de la Revolucin, todo; contra la Revolucin, nada.

    Lo sigue siendo hasta ahora. En Cuba, es verdad, la sociedad ha recobrado un cierto espacio: se tolera (con muchos lmites) la actividad econmica privada y la liber-tad de movimiento (aunque los cubanos no pueden subir a embarcaciones tursticas). Tampoco se persigue a la gente por su atuendo, sus gustos musicales, sus preferen-cias sexuales o creencias religiosas. Pero, igual que los Ford o Chevrolet que circulan por las calles de Cuba, as qued congelada la vida poltica y las libertades civiles bajo la dic-tadura que Fidel construy entre 1959 y 1971. En 1960 se acall a la prensa, la radio, la televisin, las universidades, los movimientos estudiantiles, los sindicatos. Hoy se acalla cualquier manifestacin de disidencia.

    Hoy ya no se manda a los disidentes a campos de traba-jo, pero en 2014 hubo en Cuba 8.899 arrestos polticos tem-porales, cuatro veces ms que en 2010 y un 40% ms que en 2013.16 En Cuba tenemos un concepto distinto de los derechos humanos, dijo la canciller cubana Josefina Vidal a Roberta Jacobson en su primera reunin en La Habana, el 22 de enero de 2015.

    Esa es la Cuba con la que el presidente Barack Obama, en un gesto valeroso e inteligente aunque lleno de riesgos polticos, ha decidido normalizar relaciones diplomticas.

    A la luz de la historia econmi-ca y social de Cuba se entienden mejor los avatares diplom-ticos y polticos del diferen-do con Estados Unidos, tema del libro Back Channel to Cuba: The Hidden History of Negotiations between Washington and Havana, de William M. LeoGrande y

    Peter Kornbluh. La impresionante investigacin (archivos privados y pblicos, documentos desclasificados, entrevis-tas con sobrevivientes) les llev diez aos y su registro de

    16 Jennifer Hernandez, Human Rights Violations in Cuba en Cuba Facts, n. 64, febre-ro de 2015, Cuba Transition Project, Institute for Cuban & Cuban-American Studies, University of Miami.

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    fuentes ocupa 65 pginas. No es casual que haya aparecido meses antes del acuerdo entre Ral Castro y Obama: pare-ce su prolegmeno intelectual.

    Del cruce de ambas historias queda claro que un acuer-do como el actual habra sido prcticamente imposible en el largo periodo de la Cuba alineada con la urss y sus satlites. Siempre hubo canales traseros de comunicacin, personajes e historias que parecen inspiradas en las pelculas de James Bond, buscando con afn un acercamiento. A veces sus intentos tuvieron algn xito, sobre todo en temas migrato-rios y liberacin de presos. Pero lo cierto es que antes y des-pus de aquella etapa solo se entreabrieron dos ventanas de oportunidad: en la primera administracin de Clinton y en el remoto periodo de Kennedy.

    Entre 1971 y la cada del Muro de Berln, Cuba no solo goz de un subsidio generoso y un comercio exterior boyan-te y estable sino que desde 1972 ao de la emulacin sovitica comenz a adoptar la ideologa y las institucio-nes de la urss. La Constitucin de 1975 decret el rgimen de partido nico basado en la doctrina del marxismo-le-ninismo. Se reescribi la historia de acuerdo con el libreto sovitico, se adopt el atesmo cientfico, se establecie-ron programas culturales e intercambio de estudiantes. No obstante, sin dar aviso a Nixon ni a Ford, Henry Kissinger tendi algunos puentes que se cerraron sbitamente tras el anuncio del apoyo militar cubano al rgimen de Agostinho Neto en Angola. En 1976, con un gabinete dividido entre halcones y palomas pero con la intervencin de diversos asesores y personajes del exilio, la administracin de Jimmy

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    Justo lo contrario a Ronald Reagan, su sucesor. En marzo de 1981, Alexander Haig declar su deseo de convertir la maldita isla en un estacionamiento. A lo largo de esos ocho aos, el diferendo ya no inclua solo a Angola sino sobre todo el apoyo que Castro presta-ba al gobierno sandinista de Nicaragua y a la guerri-lla centroamericana en El Salvador. En el clmax de su poder interno y del renovado prestigio de la Revolucin socialista entre una nueva generacin de jvenes lati-noamericanos, Castro asimil sin mayor problema el endurecimiento de Estados Unidos, que registr a Cuba en la lista de Estados terroristas, apret el embar-go y abri la estacin Radio Mart. Aun en ese periodo los canales se mantuvieron abiertos y hubo avances en temas migratorios. Tras el fin de la guerra de Angola (donde triunf la causa de Cuba y sus aliados), la cada del Muro de Berln y las elecciones en Nicaragua y El Salvador (ambos reveses histricos para la poltica exterior cubana), George H. W. Bush exigi abiertamente el cambio de rgimen.

    En 1993, con un 50% de inflacin, una cada del 35% en el pib y del 78% en el gasto por habitante, Cuba pareca estar a punto del colapso. La Enmienda Torricelli de 1992 con exaltacin lo olfate as. Prohiba a cualquier empre-sa extranjera con subsidiarias en Estados Unidos reali-zar negocios con Cuba, a los ciudadanos estadounidenses viajar a la isla y a las familias cubanoamericanas enviar dinero a sus parientes en Cuba.

    El presidente Clinton decidi bajar el tono de agre-sin verbal y restablecer vuelos entre Miami y La Habana. Fidel, a su vez, acept la repatriacin de cubanos con his-toria criminal que Cuba haba enviado a Estados Unidos como parte del xodo de Mariel. En agosto de 1994, al esta-llar la crisis de los balseros, ante la llegada de embarca-ciones Clinton busc la intermediacin del presidente de Mxico Carlos Salinas de Gortari. En dos lgidas semanas se resolvi el grave conflicto. Sin el obstculo de la urss (ya desaparecida) ni guerras en frica o Centroamrica, Castro no tena ms fichas que los presos (cuya libertad conceda a discrecin), la amenaza de los migrantes poten-ciales y el embargo, que simbolizaba su ltimo bastin ideolgico: David contra Goliat. El Congreso, dominado por los republicanos, aprob en 1996 la Ley Helms-Burton, que endureci el embargo. Durante la administracin de George W. Bush la poltica frente al rgimen castrista volvi a la pauta de su padre, pero para entonces Castro haba encontrado, a su vez, a un aclito ideolgico y pol-tico que se convirti en el nuevo mecenas: Hugo Chvez. Hubo que esperar la segunda administracin de Obama para que se entablaran nuevas negociaciones que han des-embocado en el acuerdo esperanzador, pero complejo e incierto perfilado en las pginas finales del gran libro de LeoGrande y Kornbluh.

    La otra oportunidad de arreglo se haba abierto en la poca de Kennedy. En agosto de 1961, despus de la inva-sin de Playa Girn y la adopcin formal del comunismo por parte del rgimen de Castro, el Che Guevara envi al presidente Kennedy una caja de puros y un mensaje con cinco concesiones sorprendentes: pago de propie-dades nacionalizadas, renuncia a la alianza con el Este,

    Carter quit restricciones de viaje a Cuba, abri oficinas de representacin (interest sections) en Washington y La Habana, ces los vuelos de reconocimiento sobre la isla y obtuvo a cambio liberaciones de presos y un dique a la avalancha humana que haba comenzado en 1980 desde el puerto de Mariel. Por desgracia, los desacuer-dos con respecto a la presencia cubana en Mozambique y Angola y la persistencia del embargo estadouni-dense (impuesto en 1962) impidieron que las dece-nas de conversaciones secretas que se llevaron a cabo en La Habana, Washington, Nueva York y hasta en Cuernavaca tuvieran xito. Segn los autores, Carter fue un presidente de la pos Guerra Fra cuando esta no haba terminado.

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    Ser posible que, viendo mermado el apoyo venezolano, Cuba aborte la oportunidad de normalizar sus relaciones con Estados Unidos?

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    cual el rgimen encabezado por una nueva y ya prxima generacin tendr finalmente que transigir. La aparicin de banderitas estadounidenses y cubanas en las ventanas de La Habana tuiteadas por Yusnaby Prez parece un pre-sagio de los cambios por venir.

    Pero no hay que engaarse. El camino ser pedrego-so y el proyecto de reacercamiento puede fracasar. Hay seales preocupantes en ese sentido. En la iii Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeos (Celac), que se celebr en Costa Rica a fines de enero, Ral Castro contradijo la postura del restablecimiento de rela-ciones a pesar de las diferencias y opt por condicionar el acuerdo a cuatro puntos: la devolucin de la base naval de Guantnamo, el cese de las transmisiones radiales y televisi-vas (Radio y tv Mart) hacia el territorio cubano, la elimina-cin del embargo y la compensacin al pueblo cubano por los daos humanos y econmicos sufridos como resultado de la poltica estadounidense. La primera medida debera ocurrir pronto; la segunda topara con la oposicin repu-blicana, pero sera obsoleta si hubiese libertad de expresin en la isla; la tercera (deseable, ciertamente) es remota pero no imposible; pero la cuarta demanda es totalmente impo-sible. Aferrarse a esa postura (sin la ms mnima concesin de libertad poltica interna) es la actitud que uno espera-ra de Fidel, no de Ral, sobre todo en vista de las grandes expectativas que ha provocado el solo anuncio del acerca-miento con Estados Unidos. Es comprensible que las auto-ridades cubanas discutan estos temas en privado. Lo que no se entiende es su uso retrico en discursos pblicos. (Y a menos que la intencin de fondo sea, en efecto, abortar el arreglo, tampoco se entiende el apoyo cubano a las conti-nuas medidas represivas del presidente venezolano Nicols Maduro, que enrarecen el ambiente latinoamericano.) Ser posible que, viendo mermado el comercio y el apoyo vene-zolano, Cuba aborte la oportunidad dorada de normalizar sus relaciones diplomticas con Estados Unidos?

    Sera lamentable, porque Obama ha dado un paso de verdad histrico, no solo ante Cuba sino ante Amrica Latina. El antiamericanismo una de las ms profundas y comprensibles pasiones polticas del continente naci en la Guerra Hispano-Estadounidense en Cuba en 1898, lleg a su clmax en Cuba en 1959, y ha comenzado a desvanecerse con los acuerdos con Cuba en 2014. A la reunin de la oea, llevada a cabo este mes de abril en Panam, Obama llega con una legitimidad moral mayor que cualquier presiden-te estadounidense en el siglo xx, incluido Roosevelt. Debe usarla para persuadir con firmeza a los pases de Amrica Latina sobre la necesidad de que Cuba honre los acuerdos sobre derechos humanos que firm en 2008 y despenalice las libertades conculcadas, entre ellas la libertad de contra-tar internet. Porque solo as, con el estante virtual lleno de los libros que no han circulado en la isla, los cubanos podrn decidir si la historia absolver al viejo lder que guarda silen-cio en algn lugar de La Habana. ~

    Agradezco el apoyo de Javier Lara Bayn, Armando Chaguaceda, Rafael Rojas, Andrea Martnez Baracs, Fernando Garca Ramrez

    y Carmelo Mesa-Lago en la elaboracin de este texto.Este artculo apareci originalmente en The New York Review of Books.

    elecciones en un futuro (despus de la consolidacin revo-lucionaria), disposicin a revisar su actividad en otros pa-ses de Latinoamrica y no atacar Guantnamo. Ms tarde, habiendo negociado la liberacin de 1,214 prisioneros de la invasin, Fidel reiter a Tad Szulc, reportero del New York Times, y a otros personeros (como James B. Donovan) su deseo de reanudar de alguna manera los vnculos. A pesar de la crisis de los misiles (y de los intentos de la cia de ase-sinar a Castro) esa posibilidad existi: Si les da una patada a los soviticos podramos convivir con l, deca una nota del National Security Council. Era una poca fluida, de opciones abiertas, de relativo distanciamiento cubano con la urss y los primeros indicios de crisis econmica en Cuba. El acuerdo no pareca imposible. As lo vean Lisa Howard (la activsima corresponsal de abc News, cercana a Fidel) y Jean Daniel (editor de Le Nouvel Observateur) que en una reunin con Kennedy lo escuch lamentar los numerosos pecados de su pas con la isla y mostrar su disposicin de negociar. Quiz las cosas sean posibles con este hombre, dijo Castro a Daniel, el 20 de noviembre de 1963. Kennedy poda ser el lder que finalmente comprenda la posibilidad de coexistencia entre capitalistas y socialistas en Amrica, aadi Castro, quien se mostr claramente feliz. Dos das ms tarde, la bala que mat a Kennedy mat tambin, quiz, la posibilidad de un arreglo.

    Hoy se presenta un nuevo momento plstico, por diversas razones: la crisis venezolana, la penuria econmica cubana, la menor influencia (y los cambios internos) del electorado de origen cubano en Florida. Y los protagonistas centrales de la discordia han pasado a segundo plano. No hay duda de que la intransigencia de Fidel Castro fue un obstculo per-manente para la normalizacin. Su fijacin personal en la figura de David venciendo a Goliat, y su definicin de la identidad cubana en trminos negativos (permanecer eter-namente opuesta a y asediada por Estados Unidos), se jus-tific en su momento y por largos aos, no ahora. No menos intransigente fue el lado estadounidense que como recuer-dan LeoGrande y Kornbluh en sus conclusiones, a pesar de avances sustanciales de parte de Cuba, incumpli sus pro-mesas. Basta recordar que la administracin de Carter que fue la ms anuente a la normalizacin se neg a abrir una rendija en el embargo para vender a Cuba medicinas que comprobadamente era imposible conseguir en otro pas. Ese extremo sigue vivo en el Partido Republicano que ostenta la mayora en el Senado estadounidense.

    Las voces ms sensatas de la oposicin cubana dentro y fuera de la isla han dado su bienvenida al acuerdo. Conocen y padecen la poltica represiva del rgimen y saben que costar mucho hacerle ceder un milmetro de poder. Pero confan en lo que Obama llam el empoderamiento de la gente que resultar del mayor contacto con personas del exterior cuya sola presencia (adems de sus remesas, ideas, informacin, y las empresas e inversiones que, dentro de las restricciones actuales, pudieran echar a andar) romper la insularidad de Cuba. Piensan que este contacto desata-r por s solo una exigencia general de libertades frente a la