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LA MUERTE DE RIBAS EN EL ORIENTE DEL GUÁRICO Germán Fleitas Núñez Publicado por Eduardo López Sandoval en Martes, 18 Septiembre 2012 enHISTORIOGRAFÍA Visitas: 544 0 Comentarios Suscribirse a las actualizaciones Imprimir More Sharing ServicesMarcador |Share on facebook Share on twitter Share on email Share on print Medio siglo después de la batalla de La Victoria, en plena guerra federal, el cuerpo envejecido del esclavo Concepción González, quedó colgado de una ceiba, en una apartada y polvorienta sabana cerca de Uverito. Dicen los que lo vieron que cuando el general Natividad Solórzano se lo topó de frente en el camino real, dizque le gritó: “Caramba Concepción, Dios te ha traído; vamos a arreglar de una vez lo del general Ribas”. Y parado sobre los estribos de su caballo le gritó al Sargento: “Traigan la soga, carajo! Vamos a salir por fin de esta vaina”. Era la justicia popular que esta vez también llegaba tarde Después de la Batalla de La Victoria, el 12 de febrero de 1814, Ribas siguió peleando. Ahora era General en Jefe y ostentaba el título de “Vencedor de los Tiranos en La Victoria”, con el cual lo había bautizado su sobrino Bolívar, para que así se le conociera por los siglos de los siglos. Había rechazado la estatua que en su honor acordó el Cabildo de Caracas. “Los mármoles y los bronces –

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LA MUERTE DE RIBAS EN EL ORIENTE DEL GUÁRICO Germán Fleitas NúñezPublicado por Eduardo López Sandoval en Martes, 18 Septiembre 2012 enHISTORIOGRAFÍA

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Medio siglo después de la batalla de La Victoria, en plena guerra

federal, el cuerpo envejecido del esclavo Concepción González, quedó

colgado de una ceiba, en una apartada y polvorienta sabana cerca de

Uverito. Dicen los que lo vieron que cuando el general Natividad

Solórzano se lo topó de frente en el camino real, dizque le gritó:

“Caramba Concepción, Dios te ha traído; vamos a arreglar de una vez

lo del general Ribas”. Y parado sobre los estribos de su caballo le gritó

al Sargento: “Traigan la soga, carajo! Vamos a salir por fin de esta

vaina”. Era la justicia popular que esta vez también llegaba tarde

 

Después de la Batalla de La Victoria, el 12 de febrero de 1814, Ribas

siguió peleando. Ahora era General en Jefe y ostentaba el título de

“Vencedor de los Tiranos en La Victoria”, con el cual lo había

bautizado su sobrino Bolívar, para que así se le conociera por los

siglos de los siglos. Había rechazado la estatua que en su honor

acordó el Cabildo de Caracas. “Los mármoles y los bronces –escribe-

no pueden jamás satisfacer el alma de un republicano.”

 

En seguida vinieron Charallave, Ocumare, Carabobo, el desastre de

La Puerta, la retirada hacia Oriente y por último, Urica. En Urica se

enfrentaron por última vez Ribas y Boves. Allí murieron La Patria y su

peor verdugo. La suerte fue pareja; Ribas perdió la batalla y Boves

perdió la vida. Le tocaría a Morales, el pulpero de Píritu, rematar a la

patria agonizante en Maturín.

 

Ninguno de los dos protagonistas de nuestra gran batalla llegó a su

primer aniversario. Boves murió el 5 de diciembre del mismo año 1814

y Ribas mes y medio después. Fueron los dos líderes de una guerra

feroz y ambos comandaron ejércitos populares sobre cuyos caballos

venía la patria y bajo cuyos cascos se estremecía la tierra para dar a

luz una patria única. Eran nuestros abuelos patriotas luchando contra

nuestros abuelos realistas. Nunca fue una guerra entre venezolanos y

españoles y mucho menos entre Venezuela y España; lo fue entre

patriotas y realistas y nosotros somos los herederos de la ferocidad de

ambos y el pueblo venezolano es heredero de ambos bandos y hoy en

día la Patria somos todos.

 

De Urica salió Ribas en ancas del caballo de José Tadeo Monagas y

se internó en las selvas del Guárico, buscando a las gentes del

general Pedro Zaraza. Le servía de baquiano el esclavo Concepción

González, de Valle de la Pascua.

 

Llegó Ribas enfermo al hato “Las dos Palmas”, y González, esclavo de

la familia Arzola, lo delató ante el Justicia de Tucupido, Lorenzo

Figueroa (a) “Barrajola”, famoso por su crueldad. Conducido hasta el

lecho del héroe, “Barrajola” lo trajo a Tucupido, y el 31 de enero del

1815, lo hizo ejecutar a lanzazos. Le cortaron la cabeza, la frieron en

aceite, y en macabra procesión la llevaron a Caracas donde la

metieron en una jaula de hierro, y sobre un poste de 40 metros de

altura, fue expuesta en la Puerta de Caracas (otra puerta) durante

varios años, para escarmiento de quienes luchaban por la

independencia; hasta que “El Pacificador” Pablo Morillo, llegado a la

cabeza de un ejército de 16.000 hombres con la misión de pacificar el

país, en gesto que lo ennoblece, hizo bajar de su horrenda prisión la

cabeza del héroe y se la entregó a sus familiares para que le dieran

cristiana sepultura.

 

Los familiares, para asegurarse de que era su cabeza, llamaron al

barbero que le había hecho dos extracciones de muela y fue él quien

lo reconoció.

 

Otro gesto que ennoblece al pacificador fue la visita que hizo a la

viuda del general Ribas, Doña Josefa Palacios, quien se había

recluido en un cuarto de su casa desde la muerte de su esposo. A su

invitación para que abandonara su voluntaria prisión contestó la

honorable matrona: “...saldré de aquí cuando vengan los míos a

buscarme y anunciarme que mi patria es libre”. Después de la batalla

de Carabobo el propio Libertador fue a buscar a su “tía-madrecita

Josefa” y a sacarla de su cautiverio. En La Victoria rendimos homenaje

a doña Josefa, cuando en 1991 por decreto ejecutivo municipal

creamos una institución dedicada a la mujer y el niño, la Casa de la

Mujer y a petición de su fundadora y primera presidenta, Geisha

Freites de Fleitas, fue bautizada con el nombre de Casa de la Mujer

“Josefa Palacios de Ribas”.

 

Cuando 80 años después, se inaugura el conjunto escultórico en la

Plaza Mayor de La Victoria, el bravo general aparece en actitud de

arengar a la tropa. El gran escultor maturinés Eloy Palacios Cabello, lo

esculpió con tal realismo, que le dejó la boca abierta, para que se le

vieran los orificios de las muelas por los cuales había sido reconocido.

 

El esclavo Concepción González regresó a propiedad de su ama doña

Juana González del Hoyo y Arzola y siguió siendo esclavo por un

tiempo más. Para poder seguir siendo esclavo, había “matado” a su

libertador.

 

A “Barrajola” le cobraron temprano su crimen: lo alancearon por los

riñones en “Las Lagunitas”.

 

Recuperada la patria, Concepción González pasó el resto de su vida

huyendo hasta que se encontró de frente con unos guerrilleros

federales, quienes seguramente no habían conocido al general Ribas,

pero luchaban por su misma causa.

 

Por cierto, que a raíz de la publicación de mi libro “...después de la

batalla”, fui llevado a presencia de un buen señor nonagenario quien

me afirmó ser nieto de Concepción González (hijo menor de su único

hijo), y me aseguró que según le había relatado muchas veces su

abuelo a su padre, la muerte del héroe había ocurrido de manera

diferente. El general –me dijo- murió víctima de fiebres palúdicas y fue

enterrado por mi abuelo en el hato de “Las dos palmas”. Ya en

Tucupido, llamó la atención por cargar revólver y estar gastando con

morocotas de oro. Puesto en confesión, llevó a las comisiones

realistas al sitio. Desenterrado el cadáver, lo trajeron al pueblo y lo

botaron por un barranco, después de cortarle la cabeza, ya en estado

de descomposición. Esa es la razón por la cual la tuvieron que freír en

aceite antes de enviarla primero a Guarenas y luego a Caracas.

 

Aún cuando verosímil, creemos que ese cuento fue inventado para

descargo de González y sus descendientes, pero es otra versión que

merece ser investigada. No entendemos cómo pudo mantenerse esta

“verdad” oculta durante medio siglo, cuando su divulgación hubiera

evitado el ajusticiamiento del delator.

 

A la voz del general Natividad Solórzano –dice la historia- se templó la

soga y en acto –no de venganza- sino de justicia revolucionaria tardía,

el cuerpo comenzó a bambolearse suavemente, acariciado tan solo

por la brisa de la sabana.

La tropa sigue su camino y ahora el delator cuelga pesadamente de un

árbol como si fuera un racimo, como si fuera un fruto colgado de una

rama; pero más parece un fruto de la justicia, que de la venganza.

 

Cuando el cuerpo del ahorcado comenzó a balancearse suavemente

bajo la inmensa Ceiba, alguien debió pensar, que la justicia popular

siempre llega tarde; pero siempre llega.0 Votos

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