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Estudios Marianos 83 (2017) 185-202 La misericordia divina en las apariciones marianas Juan Luis Bastero Universidad de Navarra INTRODUCCIÓN La misericordia divina es una verdad fundante de la fe cristiana. La Sagra- da Escritura de forma reiterada, nos muestra a Dios como Padre de las mi- sericordias y Dios de todo consuelo 1 . Escribe san Josemaría: «Si recorréis las Es- crituras Santa descubriréis constantemente la presencia de la misericordia de Dios» 2 . En efecto, en la historia del Pueblo Elegido, la misericordia divi- na aparece siempre en el contexto de la alianza de Dios con los israelitas. La misericordia divina quedó patente en la primera revelación en el Sinaí, cuando Yahvé se apareció a Moisés como un Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera, rico en amor y fidelidad 3 . La encarnación del Verbo es la suprema manifestación de la mise- ricordia divina. Cristo vino a perdonar, a reconciliar a los hombres con su Creador y entre sí. En su vida y magisterio, la revelación del amor miseri- cordioso de Dios es uno de los temas más reiterados. Está presente en pa- rábolas como la del buen samaritano 4 o la del hijo pródigo 5 ; pero sobre todo se aprecia en su vida: al paralítico le otorga el perdón del alma –confía, 1 2 Cor 1,3. 2 SAN JOSEMARÍA, Es Cristo que pasa, Madrid 1973, n. 7. 3 Ex 34,6 4 Cf. Lc 10,30-37. 5 Cf. Lc 15,11-24.

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Estudios Marianos 83 (2017) 185-202

La misericordia divina en las apariciones marianas

Juan Luis Bastero Universidad de Navarra

INTRODUCCIÓN

La misericordia divina es una verdad fundante de la fe cristiana. La Sagra-da Escritura de forma reiterada, nos muestra a Dios como Padre de las mi-sericordias y Dios de todo consuelo1. Escribe san Josemaría: «Si recorréis las Es-crituras Santa descubriréis constantemente la presencia de la misericordia de Dios»2.

En efecto, en la historia del Pueblo Elegido, la misericordia divi-na aparece siempre en el contexto de la alianza de Dios con los israelitas. La misericordia divina quedó patente en la primera revelación en el Sinaí, cuando Yahvé se apareció a Moisés como un Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera, rico en amor y fidelidad3.

La encarnación del Verbo es la suprema manifestación de la mise-ricordia divina. Cristo vino a perdonar, a reconciliar a los hombres con su Creador y entre sí. En su vida y magisterio, la revelación del amor miseri-cordioso de Dios es uno de los temas más reiterados. Está presente en pa-rábolas como la del buen samaritano4 o la del hijo pródigo5; pero sobre todo se aprecia en su vida: al paralítico le otorga el perdón del alma –confía,

1 2 Cor 1,3.2 sAn JOsEMAríA, Es Cristo que pasa, Madrid 1973, n. 7.3 Ex 34,64 Cf. Lc 10,30-37.5 Cf. Lc 15,11-24.

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hijo, tus pecados te son perdonados– y la curación del cuerpo6; y de la misma for-ma, en muchas curaciones milagrosas7. Es en la Cruz donde se muestra su amor misericordioso en toda su plenitud: perdónalos porque no saben lo que ha-cen8 pidió al Padre refiriéndose a quienes lo crucificaban; y al buen ladrón que acudió a Él suplicando ser perdonado, dirigió estas conmovedoras pa-labras: En verdad te digo, hoy estarás conmigo en el paraíso9.

San Juan Pablo II resume esta enseñanza afirmando: «El misterio pascual es el culmen de esta revelación y actuación de la misericordia, que es capaz de justificar al hombre, de restablecer la justicia en el sentido del orden salvífico querido por Dios desde el principio para el hombre y, me-diante el hombre, en el mundo»10. Y el papa Francisco sostiene que «Jesús de Nazaret con su palabra, con sus gestos y con toda su persona revela la misericordia de Dios»11.

2. MATER MISERICORDIÆ

María es la criatura que ha experimentado la misericordia divina de un modo singular y único. El Padre quiso preparar una digna morada a su Hijo y para ello, porque fue objeto preferencial de la misericordia, decidió que su Madre no contrajera el pecado original. Es la Inmaculada Concep-ción y es también la llena de gracia, para ser la excelsa Madre virginal del Ver-bo Encarnado.

María es «Madre de Misericordia» desde el misterio de la Encarna-ción, que es su gran misericordia del Verbo hecho hombre en su seno por obra del Espíritu Santo. El evangelio presenta a la Virgen prorrumpiendo ante su pariente Isabel en un éxtasis de amor agradecido: Proclama mi alma la grandeza del Señor12; y, años después, intercediendo ante su Hijo en las bo-das de Caná13. Pero de forma singular proyecta su amor sobre Cristo en la Cruz con ternura de madre y lo sigue proyectando sobre la Iglesia, Cuerpo de Cristo y, por lo tanto, sobre nosotros, pecadores. Escribe san Juan Pa-

6 Cf. Mt 9,2.6-7.7 Cf. Mt 9,13-31; Lc 13,11-13; 14,2-4, etc.8 Lc 23,349 Lc 23,43.10 sAn JuAn PABLO ii, Enc. Dives in misericordia, n. 7.11 FrAnciscO, Bula Misericordiæ vultus, n. 1.12 Lc 1,46.13 Cf. Jn 2,1-12.

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blo II: «María, pues, es la que conoce más a fondo el misterio de la misericordia di-vina. Sabe su precio y sabe cuán alto es. En este sentido la llamamos tam-bién Madre de la misericordia: Virgen de la misericordia o Madre de la divina misericordia»14.

Por eso desde el inicio de la Iglesia todos los fieles han recurrido a Ella. En la primera oración mariana que se conserva se advierte cómo los cristianos acuden a su misericordia: «Bajo tu amparo nos protegemos, San-ta Madre de Dios, no desprecies las oraciones que te dirigimos en nues-tras necesidades, antes bien líbranos de todo peligro, Virgen gloriosa y bendita»15. Parece que fue san Odón16 –abad de Cluny fallecido el año 942– el primero en honrar a María como «Madre de misericordia». Este títu-lo fue asumido y enriquecido en el siglo XII por san Bernardo al alabar a María como «Reina y Madre de misericordia», frase que se popularizó al ser incluida en la oración Salve Regina.

La Virgen Santísima es la «Madre de misericordia» porque su me-diación en favor de todos los hombres está vinculada a su maternidad. Y, si desde la Cruz, el carácter materno de su mediación está siempre subordina-do a la mediación de Cristo, la misericordia mariana es el cauce por el que nos llega la única misericordia de Jesús. En efecto, se afirma en la encícli-ca Veritatis splendor: «a los pies de la Cruz, cuando acepta a Juan como hijo; cuando, junto con Cristo, pide al Padre el perdón para aquellos que no sa-ben lo que hacen, María, en perfecta docilidad al Espíritu, experimenta la riqueza y universalidad del amor de Dios, que le dilata el corazón y la capa-cita para abrazar a todo el género humano. De este modo, se nos entrega como Madre de todos y de cada uno de nosotros. Se convierte en la Madre que nos alcanza la Misericordia Divina»17.

3. LAS APARICIONES MARIANAS

Rahner define la aparición como «aquella experiencia psíquica en la que ob-jetos (o personas) no perceptibles por nuestras facultades visuales y audi-tivas entran sobrenaturalmente en la esfera de los sentidos, a pesar de ser inaccesibles a la experiencia normal humana»18. En la aparición el vidente

14 sAn JuAn PABLO ii, Enc. Dives in misericordia, n. 9.15 La oración Sub tuum præsidium se remonta a finales del siglo III.16 Vita sancti Odonis, I, 9: PL 133, 747.17 sAn JuAn PABLO ii, Enc. Veritatis splendor, n. 120.18 k. rAhnEr, – h. VOrgriMLEr, «Apparizioni», en Dizionario di Teologia, Roma-Brescia: Herder - Morcelliana, 1968, 42.

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tiene el firme convencimiento de estar en contacto inmediato con el obje-to (o persona) que se le ha manifestado y no ya de encontrarse sólo delan-te de una imagen o reproducción de él. Por eso la aparición podría decir-se que es la experiencia del encuentro con lo Trascendente que se comuni-ca de forma tangible.

El teólogo debe de partir de la posibilidad de que Dios puede co-municarse, y de hecho se manifiesta, a los hombres tanto en su historia per-sonal como comunitaria mediante una red de signos ordinarios y extraor-dinarios. Es decir, no repugna, sino al contrario, es coherente, que, al igual que en tiempos pasados, Dios intervenga, a través de la Virgen, en la his-toria actual, recordando a los hombres un mensaje de salvación19. Por eso se puede afirmar que las apariciones marianas actuales se insertan en la ac-ción de Dios en la historia de los hombres.

El beato Pablo VI afirmó que «en la Virgen María todo es referido a Cristo y todo depende de Él»20. Por tanto, en la base de toda mariofanía subyace la dimensión cristológica. O bien, como escribió Lochet, las apa-riciones «nos actualizan el Evangelio»21, ponen a Cristo como objeto pri-mero y principal de tal acción, pues todo el Evangelio es de Cristo y sobre Cristo. La vida terrena de María tuvo como objeto exclusivo su Hijo.

Como sostiene el Prof. de Fiores, «María no es sólo la sierva del Se-ñor, totalmente disponible a su voluntad salvífica y por lo tanto lista para cualquier misión en la Iglesia de las diferentes épocas, sino también es la Madre de Jesús que en el Calvario se convirtió en la Madre de los discípu-los amados por su Hijo. Esto es lo que constituye la identidad histórico-salvífica y teológica de María que explica su presencia en la vida de la Igle-sia, tanto en su desarrollo desde el bautismo hasta la gloria, como también en los signos extraordinarios tales como las apariciones»22. Por consiguien-te, la Santísima Virgen es la persona más adecuada para transmitir a la hu-manidad la voluntad de Dios.

Cada aparición tiene su propio y específico mensaje, adecuado al tiempo y a las circunstancias del lugar donde se realiza, que lo diferen-cia y distingue de todas las demás apariciones. Pero, al mismo tiempo afir-

19 Con esto no afirmamos obviamente la paridad magisterial entre la Revelación conteni-da en el Depositum fidei, y los mensajes de las actuales mariofanías. Son de órdenes distin-tos y, por supuesto, totalmente supeditado el segundo al primero.20 BEATO PABLO Vi, Ex. Ap. Marialis cultus, n 25.21 L. LOchET, Apariciones de la Virgen, Madrid 1969, 13.22 s. DE FiOrEs, «¿Por qué las apariciones?», Ecclesia 25 (2011) 141.

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mamos que hay un elemento común en todas ellas que sirve de base a los mensajes particulares de cada una. Parafraseando a Bossard se puede ase-verar que toda aparición de María puede ser leída como una manifestación excepcional de su presencia materna y misericordiosa en la vida de la Igle-sia y de sus hijos23.

El objeto de esta comunicación es doble: a) estudiar la dimensión misericordiosa de los mensajes de las apariciones marianas reconocidas por la autoridad de la Iglesia, aunque nos detendremos exclusivamente en las que han tenido más influjo en la vida de la Iglesia; b) estudiar los mensajes marianos en la vida de santa María Faustina Kowalska, apóstol de la Divi-na Misericordia.

3.1. LA MEDALLA MiLAgrOsA

Tenemos que declarar que esta aparición no ha sido reconocida por la Igle-sia de una forma explícita, porque la vidente, santa Catalina Labouré, nun-ca dio testimonio de esa aparición ante la autoridad competente. Sin embar-go, ha tenido una aceptación tácita y favorable por parte de la Santa Sede.

La futura vidente de esta aparición, nacida en 1806 en Fain-les-Moutiers, fue la octava de los diez hijos que tuvieron sus padres. No sin una inspiración sobrenatural24, ingresó en el noviciado de las Hermanas de la Caridad en abril de 1830. La primera aparición de la Virgen fue en la no-che del 18 al 19 de julio de ese año. La Virgen le manifestó: «Hija mía, los tiempos son muy malos; las desgracias van a caer sobre Francia. Todo el mundo será afligido con toda clase de miserias». A la vez que le animaba a confiar en su protección y ayuda.

En la segunda aparición que tuvo lugar el 27 de noviembre la Vir-gen le concretó la forma de ayuda: «He aquí el símbolo de las gracias que yo derramo sobre las personas que me las piden». Nuestra Señora se apareció a Catalina, como una religiosa joven en un cuadro ovalado. Estaba pisando con sus pies la mitad superior de un globo terráqueo; vestida con un hábito blanco aurora. La cabeza estaba cubierta con un velo blanco que descendía por ambas partes hasta los pies. Sus manos, situadas a la altura de la cintu-ra, sostenían otro globo terráqueo. Sus ojos estaban mirando al cielo y su figura se iluminaba mientras ofrecía el globo a Nuestro Señor.

23 Cf. A. BOssArD, «Les apparitions de Marie: des signes pour la foi», en Κεχαριτομενη. Mélanges René Laurentin, Paris 1990, 329.24 Parece que San Vicente de Paul se le apareció en sueños para anunciarle que sería re-cibida como Hija de la Caridad. Cf. J. DELgADO, Mensaje de Rue du Bac, Madrid 1968, 61.

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A continuación sus brazos, libres del símbolo que sostenían, se de-jan caer iluminando la esfera inferior. En sus dedos aparecieron tres anillos en cada uno y piedras preciosas bellísimas. Los rayos que despedían se re-flejaban en todas las partes, lo que producía tal claridad que no se veían ni sus pies ni el vestido. Alrededor del cuadro se lee, escrita con caracteres de oro, la siguiente inscripción: «Oh María, sin pecado concebida, rogad por nosotros, que recurrimos a Vos».

A la vez que contemplaba esa visión Catalina escuchó estas pala-bras: «es preciso acuñar una medalla con este modelo: todas las personas que la lleven recibirán grandes gracias, sobre todo si la llevan al cuello; las gracias serán abundantes para las personas que tengan confianza». Esta pe-tición se repitió en la última aparición que tuvo en diciembre de ese mis-mo año.

La Medalla de la Milagrosa tuvo una gran aceptación por los abun-dantes favores y conversiones que produjo en todo el mundo. Se acuñaron diez millones de medallas en cinco años.

En esta primera aparición mariana del siglo XIX, se advierten los siguientes aspectos: toda ella está inserta en un ambiente materno: María es sólo y siempre Madre misericordiosa, que se compadece de sus hijos y en especial de aquellos que acuden a Ella solicitando su ayuda. De la mis-ma forma, la dimensión mediadora es patente: María intercede ante Dios y ante los hombres. Desea acercar los hombres a Dios e implora compa-sión a la justicia divina.

3.2. LA sALETTE

El 19 de septiembre, de 1846, en las montañas de la Salette la Virgen se apareció a dos pastorcitos, Maximino Giraud de once años y Melania Cal-vat de quince años. Alrededor de las tres de la tarde vieron a una Señora envuelta en un globo luminoso que estaba sentada en una piedra. Tenía el rostro entre sus manos y lloraba amargamente. Poniéndose lentamente de pie, cruzando suavemente sus brazos, les llamó hacía ella y les dijo que no tuvieran miedo. Agregó que tenía grandes e importantes nuevas que co-municarles.

Su mensaje se centró en el pecado, que es la causa de todos los ma-les, y de todas las guerras; les dijo a los dos videntes: «Si mi pueblo no quie-re convertirse, me veré forzada a dejar caer el brazo de mi Hijo, es tan fuer-te y tan pesado, que no puedo sostenerlo más, a menos que la gente haga

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penitencia y obedezca las leyes de Dios. ¡Hace tanto tiempo que sufro por voso-tros! Para que mi Hijo no os abandone, es preciso que le ruegue incesantemente».

El mensaje que María comunica a los videntes está relacionado con la situación de descreimiento y laicismo que imperaba en ese momento en Francia. La Virgen se presentó como una madre que sufre por sus hijos. Su mediación materna es patente: es Madre de Jesús, a quien está implorando misericordia para sus otros hijos –que somos nosotros– que, por el peca-do, se han hecho reos del castigo divino. La Señora pide la conversión de la humanidad. En el centro de su mensaje está el Hijo a quien debemos con-vertirnos y seguir sus mandatos. Para ello nos indica el camino que debe-mos seguir: la penitencia y la oración.

3.c). Lourdes

Del 11 de febrero al 16 de julio de ese año la Virgen María se apa-reció dieciocho veces a Bernardette Soubirous, una niña de catorce años, pobre y sin instrucción. En la primera aparición, ante la turbación de la vi-dente por la presencia de la Señora, su reacción instintiva fue coger el rosa-rio hacer la señal de la cruz y ponerse a rezarlo con el beneplácito y la son-risa de la Virgen. Esta práctica piadosa –la única que conocía en aquel mo-mento– fue una constante como preparación a todas las apariciones poste-riores: la vidente se recogía en Dios recitando con toda devoción esta ple-garia. Con mucha frecuencia los que la acompañaban se unían con piedad a su oración. Podríamos decir que, en este caso, las acciones precedieron a las palabras, pues fue en la sexta aparición cuando la Señora, por vez pri-mera, le dijo: «Rogad a Dios por los pecadores».

Desde la primera aparición se aprecia un ambiente meditativo, ya que la oración de Bernardette hundía sus raíces en un silencio contempla-tivo. Amaba la quietud y en ese recogimiento se unía a Dios.

El 24 de febrero irrumpió en las apariciones el aspecto penitencial, cuando la Señora exclamó «¡penitencia!, ¡penitencia!, ¡penitencia!» por los pecadores, para reparar por las múltiples ofensas causadas al Señor y así poder conseguir su conversión.

Más aún, la Virgen pidió a la vidente unos actos concretos de pe-nitencia que causaron estupor y burla en muchos espectadores. Ese mismo día le animó a que besara «la tierra en penitencia por la conversión de los pecadores», frase que repitió en los días posteriores. Estamos en el centro del Mensaje de estas apariciones: la oración y la penitencia.

Todo el mensaje de Lourdes mantiene una perfecta unidad. La me-diación materna de la Virgen proyecta su misericordia en la conversión de

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sus hijos. En efecto, si el oficio del mediador consiste propiamente en unir aquellos entre los que ejerce esta función, la Santísima Virgen es el medio querido por la misericordia de Dios para que los hombres se unan a Él. Ahora bien, el pecado, ofensa a Dios, es lo que radicalmente se opone a esta unión; por ello María invita a la oración y a la penitencia por los peca-dores y así poder impetrar gracia al Señor para su conversión. En este con-texto se entiende perfectamente que Ella se designe a sí misma la Inmacu-lada Concepción, es decir, la sin pecado, la toda limpia de ofensa a Dios.

Los frutos de conversión y de penitencia que la Virgen ha concedi-do y concede en Lourdes –la mayor parte de ellos ocultos a los ojos huma-nos– son los verdaderos dones que la «Madre de misericordia» desea infun-dir en los fieles que acuden a implorar su auxilio. Por ello Lourdes, más que una tierra de milagros, es una tierra de conversión. Si la Señora es restricti-va en la curación corporal de los enfermos que acuden a la gruta, en la cu-ración de las almas extiende su ayuda misericordiosa sobre todos los pere-grinos, moviendo sus corazones a la contrición y a la rectificación de vida.

3.4. PELLEVOisin

En Pellevoisin, pequeño pueblo de Francia de la diócesis de Bourges, del 14 de febrero al 8 de diciembre de 1876 la Virgen se apareció quince veces a Estelle Faguette, empleada de hogar de 32 años de edad, aquejada de tu-berculosis en ambos pulmones y en todo su sistema óseo. Su brazo dere-cho estaba completamente lisiado y mostraba una gran herida. En ese esta-do escribió una carta a la Virgen rogándole su sanación. Las cinco prime-ras apariciones hacen referencia a su curación.

En la primera aparición, la noche del 14 de febrero, Nuestra Señora le dijo: «coraje y paciencia. Mi Hijo va a cuidarte especialmente. Vas a sufrir cinco días en honor a las cinco llagas de mi Hijo. Para el sábado vas a estar viva o muerta. Si mi Hijo te permite vivir quiero que proclames mi gloria».

La siguiente noche, la Virgen se apareció a Estelle para informarle que iba a vivir: «No temas, estoy aquí. Esta vez mi Hijo está mostrando su Misericordia y te va a hacer vivir; el sábado estarás sanada». Y le amonestó por sus pecados del pasado. Aunque ella no había vivido una vida munda-na, se arrepintió profundamente de todas sus faltas.

Las siguientes noches, la Virgen continuó apareciéndose a la viden-te junto a su cama. Le dijo: «Yo soy misericordiosa, y la Servidora de Mi Hijo». Tras la quinta aparición, el 19 de febrero, Estelle quedó sanada. Le preguntó a la Virgen si debería cambiar su estado de vida. La Virgen res-

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pondió: «Uno se puede salvar en todos los estados. Donde estás puedes ha-cer mucho bien y puedes propagar mi gloria». A la vez, se lamentaba de las ofensas que los hombres hacían a su Hijo y le pedía que rezara e hiciera pe-nitencia por la conversión de los pecadores.

Desde el 1 julio al 8 de diciembre la Virgen se apareció a la vidente diez veces más, con un solo propósito: «yo he venido especialmente para la conversión de los pecadores» y le mandó que difundiera el escapulario del Sagrado Corazón, escapulario que la misma Virgen, desde la novena apa-rición del 9 de septiembre, llevó siempre consigo prendido en su pecho.

Según los datos que poseo esta es una de las pocas mariofanías en la que María se muestra explícitamente como la «Madre de misericordia»25. La Virgen dice a la vidente que Ella desea otorgar a toda la humanidad y sobre todo a los pecadores «estas gracias que son de mi Hijo, que yo las tomo de su corazón pues Él no me puede rehusar nada». María se presen-ta como la Omnipotencia suplicante, llena de misericordia, que implora de su Hijo el perdón de los pecadores.

3.5. FáTiMA

En el año 1917 a escasos minutos de la aldea de Fátima había un grupo de unas veinte casas de aspecto modesto donde vivían unos campesinos. Era el caserío de Aljustrel. En dos casas de este sencillo caserío vivían dos fami-lias emparentadas. Una de ellas estaba formada por el matrimonio Antonio dos Santos y María Rosa de Jesús, un hijo y cuatro hijas. La hija pequeña se llamaba Lucia de Jesús y nació en 1907. La otra familia era la del matrimo-nio Manuel Pedro Marto y Olimpia26 que tenía diez hijos. Los dos más pe-queños son Francisco, nacido en 1908, y Jacinta, nacida en 1910. Dos fa-milias sencillas y pobres, de hondas raíces cristianas, donde las madres se ocupaban de la formación religiosa de sus hijos. María Rosa se encargaba de enseñar el catecismo a Lucia y fue tal su aprovechamiento que recibió la primera comunión antes de cumplir los siete años. A estos tres niños se les apareció la Virgen seis veces del 13 de mayo al 13 de octubre del año 1917.

25 En el año 1536 en la aldea de san Bernardo de la provincia de Savona, en un momen-to trágico para la región, se apareció la Virgen a Tonia Botta, bajo la advocación de la Se-ñora de la Misericordia. El papa Benedicto XVI el día 17 de mayo de 2008 acudió al san-tuario que recuerda esta aparición y en la homilía de la misa hace referencia a esa advoca-ción: «Señora de la Misericordia es el título con el que es venerada» (Insegnamenti di Bene-detto XVI, t. IV, I, Vaticano 2009, 816. 26 Olimpia era hermana de Antonio dos Santos y había quedado viuda de José Fernandes Rosa de quien tenía dos hijos.

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Todas ellas fueron el día 13 del mes correspondiente, excepto en agosto, que fue el domingo 19.

Desde la primera aparición la Virgen propone a los tres videntes que soporten «todos los sufrimientos que Dios quiera enviaros en acto de reparación por los pecados con que Él es ofendido y de súplica por la con-versión de los pecadores»27. Y les pide rezar el Santo Rosario todos los días, petición que se reitera en las siguientes apariciones.

En la cuarta aparición28 la Virgen insiste en el rezo del Rosario y después de unas peticiones que le hace Lucia para que cure a algunas perso-nas la Señora con un aspecto más serio dice: «Rezad, rezad mucho, y haced sacrificios por los pecadores que van muchas almas al infierno por no tener quien se sacrifique y pida por ellas». En las dos últimas apariciones Nues-tra Señora suplica el rezo del Rosario todos los días e insiste en que «no se ofenda más a Dios Nuestro Señor que está muy ofendido»29.

Igualmente en esta mariofanía María se presenta como la Madre misericordiosa que acude al encuentro de los hombres que se alejan de Dios por el pecado. Les muestra la gravedad de la ofensa a la justicia divina y los castigos de los que se han hecho merecedores. A la vez les enseña el camino de la rectificación: la oración y la penitencia. Incluso la Virgen con-creta una determinada senda: la consagración al Corazón Inmaculado y la comunión reparadora de los primeros sábados de mes.

En todas las apariciones marianas que acabamos de mostrar, se ad-vierte que su mensaje tiene como objeto la gloria de Dios y la conversión de los pecadores: la Virgen desea que los hombres den al Señor el honor debido y con ello adquieran, ya aquí, su auténtica felicidad. El carácter ma-terno y misericordioso es evidente.

4. MARÍA, MADRE DE MISERICORDIA EN LA VIDA DE SANTA MARÍA FAUSTINA KOWALSKA

Elena Kowalska nació el 25 de agosto de 1905 en el pueblo de Glogowiec (Polonia), en el seno de una familia campesina, pobre y católica, fue la ter-cera hija entre diez hermanos. Desde pequeña destacó por su piedad, amor a la oración, laboriosidad y obediencia. Cuando tenía dieciséis años, aban-

27 Memorias de Lucia. La vidente de Fátima, Madrid 1988, 145.28 Esta aparición tuvo lugar el domingo 19 de agosto debido a que el día 13 los videntes estaban retenidos por el Administrador.29 Memorias de Lucia. La vidente de Fátima, cit., 152.

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donó la casa familiar y se trasladó a Aleksandrów, un pueblo cerca de Łódź (Polonia), y después se mudó a Łódź, donde, con su trabajo de sirvienta, ganaba dinero para su mantenimiento y para ayudar a sus padres.

Estando con una de sus hermanas en un baile, se le apareció Je-sús martirizado que le dijo: «¿Hasta cuándo Me harás sufrir, hasta cuándo Me engañarás?»30 Triste y abatida dejó el lugar y se dirigió a la catedral de san Estanislao de Kostka. En la capilla del Santísimo Sacramento se postró en cruz y oyó una voz que le decía: «Ve inmediatamente a Varsovia, allí tomarás los hábitos». Al instante obedeció la indicación divina, se trasladó a la capital y visitó muchos conventos. En todos fue rechazada, pero al fi-nal, el 1 de agosto de 1925, fue recibida en la casa de la Congregación de las Hermanas de la Madre de Dios de la Misericordia, en la calle Zytnia, en Varsovia. En su Diario confesó: «Me pareció que entré en la vida del paraí-so. De mi corazón brotó una sola oración, la de acción de gracias»31.

En la Congregación recibió el nombre de sor María Faustina. El noviciado lo realizó en Cracovia, donde hizo los primeros votos y cinco años después los perpetuos. Vivió en distintas casas de la Congregación. Pasó los períodos más largos en Cracovia, Plock y Vilna trabajando como cocinera, jardinera, y portera.

Para cualquier observador no había nada que llamara la atención en la vida de esta santa. Cumplía sus deberes con fervor, observaba fielmen-te todas las reglas del convento; era recogida y piadosa, pero a la vez natu-ral, alegre, llena de amor benévolo y desinteresado al prójimo. Cada día se centraba en caminar con constancia a la plena unión con Dios y a una ab-negada cooperación con Jesús en la obra de la salvación de las almas. Siem-pre deseó amar con locura a Jesús y por Él entregarse al servicio de todas las personas.

El Señor le concedió muchos carismas y dones extraordinarios: los dones de la contemplación y de un profundo conocimiento de la Divina Misericordia, visiones, revelaciones, estigma ocultos, los dones de profecía, de leer en las almas humanas, y de desposorios místicos.

Las grandes penitencias y ayunos que practicaba desde antes de su ingreso en el convento, debilitaron tanto su organismo que siendo postu-lante, fue enviada a un balneario cerca de Varsovia, para recuperar la sa-lud. Durante el noviciado Dios permitió que padeciera angustias espiritua-les y morales relacionadas con la realización de la misión que el Señor de-

30 sAnTA MAríA FAusTinA kOWALskA, Diario. La Divina Misericordia en mi vida, Granada 2012, n. 9, p. 30.31 Ibídem, n. 17, p. 33.

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seaba encomendarle. Sor Faustina se ofreció como víctima por los pecado-res y con este propósito experimentó también diversos sufrimientos para, a través de ellos, salvar sus almas. En los últimos años de su vida aumenta-ron las amarguras interiores, la llamada noche pasiva del espíritu y las do-lencias del cuerpo: se desarrolló la tuberculosis que atacó los pulmones y el sistema digestivo. A causa de ello dos veces fue internada en el hospital de Pradnik en Cracovia, por varios meses.

Extenuada físicamente por completo, pero plenamente adulta de espíritu y unida místicamente con Dios, falleció en olor de santidad, el 5 de octubre de 1938, a los 33 años, de los que 13 fueron en el convento. Su cuerpo fue sepultado en la tumba común, en el cementerio de la Comuni-dad en Cracovia – Lagiewniki, y luego, durante el proceso informativo en 1966, trasladado a la capilla del convento.

Cuatro años antes de morir el Señor le pidió que pusiera por escri-to todos los encuentros sobrenaturales que tuvo con Él. Ese es el origen de su obra «Diario. La Divina Misericordia en mi vida» en el que de un modo sencillo, humilde y a la vez preciso revela la profundidad de su vida espiri-tual. Una lectura atenta de este libro nos permite conocer su excelsa unión con la divinidad, y nos muestra la profunda entrega de su alma a la volun-tad de Dios.

A esta humilde religiosa, de no muy profunda formación, pero lle-na de amor y entregada del todo al querer de Dios, Nuestro Señor le en-cargó la difusión, por todo el mundo, del mensaje de la divina misericor-dia: «Te envío a toda la humanidad con Mi misericordia. No quiero casti-gar a la humanidad doliente, sino que deseo sanarla, abrazarla a Mi Cora-zón Misericordioso»32. «Tú eres la secretaria de Mi misericordia; te he esco-gido para este cargo, en ésta y en la vida futura»33, «para que des a conocer a las almas la gran misericordia que tengo con ellas, y que las invites a con-fiar en el abismo de Mi misericordia»34.

El libro anteriormente citado consta de 1828 puntos. De ellos 1803 puntos corresponden al «Diario» y los 25 restantes pertenecen a un peque-ño opúsculo de título «Mi preparación para la Santa Comunión».

En estos puntos la santa relata con un lenguaje límpido y senci-llo todas las gracias ordinarias y extraordinarias concedidas por el Señor, al mismo tiempo que nos narra los sufrimientos físicos y morales que Dios

32 sAnTA MAríA FAusTinA kOWALskA, Diario, cit., n. 1588, p. 560.33 Ibídem, n. 1605, p. 568.34 Ibídem, n. 1567, p.553.

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permitió para purificar su vida. En este «Diario» santa Faustina rememora con naturalidad y temor las muy frecuentes apariciones de Jesucristo en su vida y el mensaje que en ellas recibía.

Muchos de esos mensajes hacen referencia a su vida espiritual y nos permiten conocer el alto grado de unión de su alma con el querer di-vino. Otros muchos puntos hacen mención a la misión que Dios desea en-comendar a esta santa. Se trata, en resumen, de recordar una verdad que, a pesar de tener una profunda raíz evangélica, estaba olvidada en la práctica: «el amor misericordioso de Dios al hombre y en transmitir nuevas formas de culto a la Divina Misericordia, cuya práctica ha de llevar a la renovación religiosa en el espíritu de confianza y misericordia cristianas»35.

4.1. LA DEVOción MAriAnA DE sAnTA MAríA FAusTinA

Llama la atención, sin embargo, que de los 1803 puntos de su «Diario» no lleguen a 50 los que se refieren a la Virgen Santísima y, más en concreto, solamente en 21 puntos refiere sus apariciones y locuciones con Santa Ma-ría. La parquedad que hemos indicado no supone que la vida interior de esta santa no fuera profundamente mariana. Al contrario es algo que se da por supuesto. En efecto:

Los padres de santa Faustina inculcaron en ella desde su nacimien-to una tierna devoción y un profundo amor a la Virgen María. Ya desde niña, todos los días por la mañana escuchaba a su padre un canto laudato-rio36 a la Virgen María sobre su inmaculada concepción. Toda la familia en el mes de mayo cantaba las letanías a Nuestra Señora y en octubre rezaba el rosario. En el cuarto de estar de su casa había una imagen de la Virgen y delante de ella todos juntos se arrodillaban cada día para rezar. Cerca de su hogar, en un peral, se había labrado una pequeña capilla mariana, ante la cual oraban en los meses de verano.

Se podría decir que Nuestra Señora estuvo presente en la vida de Faustina desde la cuna y a Ella recurría en todas sus necesidades, por eso, en los momentos de duda o perplejidad era natural que acudiera a su in-tercesión. Ya en su primer viaje a Varsovia para cumplir el consejo divino, la santa imploró ayuda a la Madre de Dios. «Cuando bajé del tren y vi que cada uno se fue por su camino, me entró miedo: ¿Qué hacer? ¿A dónde di-rigirme si no conocía a nadie? Y dije a la Madre de Dios: María, dirígeme,

35 Ibídem, p. 11. 36 Era un godzinki, es decir, un canto popular en honor de María, basado en la Liturgia de las Horas.

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guíame. Inmediatamente oí en el alma estas palabras: que saliera de la ciu-dad a una aldea donde pasaría una noche tranquila. Así lo hice y encon-tré todo y tal como la Madre de Dios me había dicho»37. Esta narración de Faustina indica la sencillez y la naturalidad en su trato con la Virgen.

Cuando a los 20 años Elena ingresó en la Congregación de las Her-manas de la Madre de Dios de la Misericordia, su devoción a la Virgen cre-ció en intensidad y profundidad. Así, por ejemplo, el año 1929 un día en la santa Misa y antes de la Comunión, Nuestro Señor se colocó junto a ella y le concedió el don de la castidad. Y sor Faustina escribió: «Después com-prendí que era una de las gracias más grandes que la Santísima Virgen Ma-ría obtuvo para mí, ya que durante muchos años le había suplicado recibir-la. A partir de aquel momento tengo mayor devoción a la Madre de Dios. Ella me ha enseñado a amar interiormente a Dios y cómo cumplir Su santa voluntad en todo. María, Tú eres la alegría, porque por medio de Ti, Dios descendió a la tierra y a mi corazón»38.

Reiteradamente se consagró a la Virgen y con una gran confianza la invocaba con total sencillez: «Oh María, Madre y Señora mía. Te ofrezco mi alma y mi cuerpo, mi vida y mi muerte y todo lo que vendrá después de ella. Pongo todo en tus manos, oh Madre mía. Cubre mi alma con tu man-to virginal y concédeme la gracia de la pureza de corazón, alma y cuerpo. Con tu poder defiéndeme de todo enemigo, especialmente de aquellos que esconden su malicia bajo una máscara de virtud. Oh Espléndida Azucena, Tú eres mi espejo, oh Madre mía»39.

La devoción de sor Faustina a la Virgen fue siempre cristológi-ca: era la Madre del Hijo de Dios. Por eso, nunca la trató de una mane-ra autónoma, sino en relación con Jesús, como su Madre y colaborado-ra en la misión redentora del Hijo. Días antes de la Navidad de 1936 sor Faustina escribió: «Vivo este tiempo con la Santísima Virgen y me prepa-ro a este solemne momento de la venida de Jesús. La Santísima Virgen me enseña sobre la vida interior del alma con Jesús, especialmente en la San-ta Comunión»40; y ese 24 de diciembre: «Hoy, durante la Santa Misa estuve particularmente unida a Dios y a su Madre Inmaculada. La humildad y el amor de la Virgen Inmaculada penetraron en mi alma. Cuanto más imito a la Santísima Virgen, tanto más profundamente conozco a Dios. Oh qué in-concebible anhelo envuelve mi alma. Oh Jesús, ¿cómo puedes dejarme to-

37 sAnTA MAríA FAusTinA kOWALskA, Diario, cit., n. 11, p. 31.38 Ibídem, n. 40, pp. 43-44.39 Ibídem, n. 79, p. 62.40 Ibídem, n. 840, p. 335.

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davía en este destierro? Me muero del deseo por Ti, cada vez que tocas mi alma, me hieres enormemente»41.

La Virgen María era para la santa un claro modelo de confianza en Dios y por eso la erigió como su maestra en la vida interior. No sólo la enseñaba con la doctrina, sino que la ayudaba a crecer en santidad con el ejemplo de su vida y su intercesión. Por eso, sor Faustina puso en sus ma-nos maternales toda su vida: «Oh Virgen radiante, pura como el cristal, toda sumergida en Dios te ofrezco mi vida interior, arregla todo de mane-ra que sea agradable a tu Hijo»42.

Tanto por el espíritu que se vivía en su congregación, donde se ve-nera a la Virgen María bajo la advocación de la Madre de Dios de la Mise-ricordia, como por la misión que Dios le encomendó, su devoción mariana se orientó a acudir a María como Madre de la Misericordia. Fue constante su contemplación en la misericordia que de modo singular y eximio reci-bió María, y en la misericordia que, por su intercesión, Dios concede a los hombres. El 26 de mayo de 1938 escribió:

«La Santísima Virgen, esta azucena blanca como la nieve,es la primera en adorar la omnipotencia de Tu misericordia.Su corazón puro se abre con amor a la venida del Verbo,cree en las palabras del mensajero divino y se fortalece en la confianza.A través de Ella, como a través del cristal puro,ha llegado a nosotros Tu misericordia,por su mérito el hombre se hizo agradable a Dios,por su mérito todos los torrentes de gracias fluyen sobre nosotros»43.

4.2. LAs APAriciOnEs MAriAnAs A sAnTA FAusTinA

Ya se ha indicado anteriormente que en su «Diario» Sor Faustina narra 21 veces que la Virgen se le apareció. De ellas, 14 veces se mostró solo la Vir-gen; 5 veces la Virgen con el Niño y 2 veces la Virgen el Niño y san José. Las narraciones son breves y concisas. Las palabras proferidas por la Vir-gen son siempre misericordiosas. Ella acude en su auxilio, la conforta y le ayuda en los sufrimientos, penas y dolores. «Yo sé cuánto sufres, pero no tengas miedo, porque yo comparto contigo tu sufrimiento y siempre lo

41 Ibídem, n. 843, p. 336.42 Ibídem, n. 844, p. 336.43 Ibídem, n. 1746, pp. 615-616.

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compartiré»44. En cierta ocasión le dijo la Virgen: «Vas a padecer ciertos sufrimientos a causa de una enfermedad y de los médicos, además padece-rás muchos sufrimientos por esta imagen, pero no tengas miedo de nada»45.

Otras veces la Santísima Virgen le da orientaciones claras para el crecimiento de su vida interior. En el año 1934 el día de la Asunción sor Faustina estaba postrada en cama por una grave enfermedad. Estando a solas en su celda narra la santa: «Vi a la Virgen que era de una belleza indes-criptible y que me dijo: Hija mía, exijo de ti oración, oración y una vez más oración por el mundo, y especialmente por tu patria. Durante nueve días recibe la Santa Comunión reparadora, únete estrechamente al sacrificio de la Santa Misa. Durante estos nueve días estarás delante de Dios como una ofrenda, en todas partes, continuamente, en cada lugar y en cada momen-to, de día y de noche, cada vez que te despiertes, ruega interiormente. Es posible orar interiormente sin cesar»46.

El 29 de noviembre de 1936 aquejada de una seria enfermedad se le apareció la Virgen y le dijo: «Hija mía, procura ser mansa y humilde para que Jesús que vive continuamente en tu corazón pueda descansar. Adóra-lo en tu corazón, no salgas de tu interior. Te obtendré, hija mía, la gracia de este tipo de la vida interior, que, sin abandonar tu interior, cumplas por fuera todos tus deberes con mayor aplicación. Permanece continuamente con Él en tu corazón. Él será tu fuerza. Mantén el contacto con las criatu-ras si la necesidad y los deberes lo exigen»47.

Un año después en la fiesta de la Inmaculada Concepción, durante la santa Misa y antes de la comunión se le apareció la Virgen y le comuni-có: «Hija mía, por mandato de Dios, he de ser tu madre de modo exclusivo y especial, pero deseo que también tú seas mi hija de modo especial. De-seo, amadísima hija mía, que te ejercites en tres virtudes que son mis pre-feridas y que son las más agradables a Dios: la primera es la humildad, hu-mildad y todavía una vez más humildad. La segunda virtud es la pureza; la tercera es el amor a Dios. Siendo mi hija tienes que resplandecer de estas virtudes de modo especial»48.

En todas las apariciones contempladas hasta ahora se advierte el cariño y el afecto que la Virgen tiene con sor Faustina; procura cuidarla,

44 Ibídem, n. 25, p. 37.45 Ibídem, n 316, pp. 158-159.46 Ibídem, n. 325, pp. 161-162.47 Ibídem, n. 785, p. 319.48 Ibídem, n. 1414-1415, p. 501.

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animarla y acompañarla en su sufrimiento, al mismo tiempo, la orienta con sus consejos e indicaciones en la identificación con Cristo paciente. Ma-ría está siempre presente como una madre llena de misericordia. No obs-tante, en tres apariciones la Virgen se refiere al encargo que el Señor pidió a sor Faustina: ser la propagadora de la devoción a la Misericordia divina por todo el mundo. Y es que Dios puso en el corazón de esta santa la fir-me y segura convicción de que «el Amor de Dios es la flor y la misericor-dia es el fruto»49.

En el año 1934, quizá en el mes de agosto, recibió de su confe-sor50 el ruego de que hiciera una novena a Nuestra Señora por una inten-ción suya. Al finalizar la novena se le apareció la Virgen con el Niño Jesús en brazos y con su confesor arrodillado a sus pies. El Niño bajó de los bra-zos de su Madre y se fue hacia sor Faustina. La Señora hablaba con el P. Sopoćko. La santa narra: «Oí algunas palabras que la Virgen le decía, pero no oí todo. Las palabras son éstas: Yo no soy sólo la Reina del Cielo, sino también la Madre de la Misericordia y tu Madre. En ese momento exten-dió la mano derecha en la que tenía el manto y cubrió con él al sacerdote»51.

El día 5 de agosto de 1935, fiesta de Nuestra Señora de la Miseri-cordia, sor Faustina sufría una fuerte contradicción interior, al pensar que Dios le pedía el que dejara la congregación a la que pertenecía para reali-zar la fundación de la misericordia. Rezaba intensamente a la Virgen, y es-cribe: «vi a la Santísima Virgen, indeciblemente bella, que se acercó a mí, del altar a mi reclinatorio y me abrazó y me dijo estas palabras: Soy Madre de todos gracias a la insondable misericordia de Dios. El alma más queri-da para mi es aquella que cumple fielmente la voluntad de Dios. Me dio a entender que cumplo fielmente todos los deseos de Dios y así he encon-trado la gracia ante sus ojos. Sé valiente, no tengas miedo de los obstácu-los engañosos, sino que contempla atentamente la Pasión de mi Hijo y de este modo vencerás»52.

Finalmente el 25 de marzo de 1936 durante la oración de la maña-na, totalmente metida en Dios, sor Faustina cuenta: «Entonces vi a la San-tísima Virgen que me dijo: Oh, cuán agradable es para Dios el alma que si-gue fielmente la inspiración de su gracia. Yo di al mundo el Salvador y tú debes hablar al mundo de su gran misericordia y preparar al mundo para su segunda venida. Él vendrá, no como un Salvador Misericordioso, sino

49 Ibídem, n. 949, p. 371.50 El padre Miguel Sopoćko.51 sAnTA MAríA FAusTinA kOWALskA, Diario, cit., n. 330, p. 163.52 Ibídem, n. 449, p. 211.

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como un Juez Justo. Oh, qué terrible es ese día. Establecido está ya, es el día de la justicia, el día de la ira divina. Los ángeles tiemblan ante ese día. Habla a las almas de esa gran misericordia, mientras sea aún el tiempo para conceder la misericordia. Si ahora tú callas, en aquel día tremendo respon-derás por un gran número de almas. No tengas miedo de nada, permanece fiel hasta el fin, yo te acompaño con mis sentimientos»53.

Esta santa recibió de Nuestro Señor el cometido de pregonar por todo mundo la devoción a la Divina Misericordia a través del ejemplo de su vida, de sus palabras y de sus actos. La Virgen la confortaba en esta tarea, mostrándose ella misma como ejemplo de vida escondida y de continua oración por sus hijos. «Su vida debe ser similar a la mía –dijo a Sor Fausti-na– silenciosa y escondida; deben unirse continuamente a Dios, rogar por la humanidad y preparar al mundo para la segunda venida de Dios»54. En otra ocasión la Madre de Dios no solo le pedía oraciones sino que se las exigía: «Hija mía exijo de ti oración, oración y una vez más oración por el mundo y especialmente por tu patria»55.

Sor Faustina fue siempre una discípula atenta y fiel de la Madre de Dios. Observaba sus indicaciones y enseñanzas y las llevaba a cabo delica-damente. Esta obediencia a las sugerencias de la Virgen dieron pronto los resultados deseados. «Cuanto más imito a la Santísima Virgen –escribió Sor Faustina– tanto más profundamente conozco a Dios»56. La devoción a la Madre de Dios se transformó no solo en una piedad «hacia María», sino, sobre todo, en una piedad «según el modelo de María». Fue durante toda su vida una hija muy amada de la Madre del Dios de la Misericordia. Ella le enseñó a adentrarse en el secreto de la Divina Misericordia y a vivirla en la vida ordinaria; a descansar en Dios y a cultivar la misericordia con el próji-mo; a participar en la obra redentora de Jesucristo, que revela al mundo el misterio de su amor misericordioso.

En síntesis, sor María Faustina durante toda su vida procuró vivir delicadamente la misión que Nuestro Señor le encomendó y para ello acu-dió al auxilio y protección de la Santísima Virgen María que es la «Reina y Madre de misericordia».

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53 Ibídem, n. 635, pp. 273-274.54 Ibídem, n. 625, p. 270.55 Ibídem, n. 325, p. 161.56 Ibídem, n.843, p. 336.