LA LLAMADA ACUMULACIÓN ORIGINARIA (Capitulo XXIV El Capital)

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LA LLAMADA ACUMULACIÓN ORIGINARIA (Capitulo XXIV El Capital)Carlos Marx

Ministerio del Poder Popular del Despacho de la Presidencia.Ediciones de la Presidencia de la República. Palacio de MirafloresCaracas - Venezuelawww.presidencia.gob.ve

Ministerio del Poder Popular para la Comunicación y la Información.Av. Universidad, Esq. El Chorro, Torre Ministerial, pisos 9 y 10.Caracas - Venezuelawww.minci.gob.ve

Depósito Legal: lf53320089001536Julio 2008. Impreso en la República Bolivariana de Venezuela

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11.. EELL SSEECCRREETTOO DDEE LLAA AACCUUMMUULLAACCIIÓÓNN OORRIIGGIINNAARRIIAA

Hemos visto cómo se convierte el dinero encapital, cómo sale de éste la plusvalía y de la plus-valía más capital. Sin embargo, la acumulación decapital presupone la plusvalía; la plusvalía, laproducción capitalista, y ésta, la existencia enmanos de los productores de mercancías de gran-des masas de capital y fuerza de trabajo. Todo esteproceso parece moverse dentro de un círculovicioso, del que sólo podemos salir dando porsupuesto una acumulación «originaria» anterior ala acumulación capitalista («previous accumula-tion», la denomina Adam Smith), una acumulaciónque no es fruto del régimen capitalista de produc-ción, sino punto de partida de él.

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Esta acumulación originaria viene a desempe-ñar en la Economía política más o menos el mismopapel que desempeña en la teología el pecadooriginal. Adán mordió la manzana y con ello elpecado se extendió a toda la humanidad. Los orí-genes de la primitiva acumulación pretendenexplicarse relatándolos como una anécdota delpasado. En tiempos muy remotos —se nos dice—, había, de una parte, una élite trabajadora, inteli-gente y sobre todo ahorrativa, y de la otra, untropel de descamisados, haraganes, que derrocha-ban cuanto tenían y aún más. Es cierto que laleyenda del pecado original teológico nos dicecómo el hombre fue condenado a ganar el pancon el sudor de su rostro; pero la historia delpecado original económico nos revela por quéhay gente que no necesita sudar para comer. Noimporta. Así se explica que mientras los primerosacumulaban riqueza, los segundos acabaron porno tener ya nada que vender más que su pelleja.De este pecado original arranca la pobreza de lagran masa que todavía hoy, a pesar de lo muchoque trabaja, no tiene nada que vender más que así misma y la riqueza de los pocos, riqueza que nocesa de crecer, aunque ya haga muchísimo tiempo

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que sus propietarios han dejado de trabajar. Estasniñerías insustanciales son las que al señor Thiers,por ejemplo, sirven todavía, con el empaque y laseriedad de un hombre de Estado a los franceses,en otro tiempo tan ingeniosos, en defensa de lapropriété [propiedad]. Pero tan pronto como seplantea el problema de la propiedad, se convierteen un deber sacrosanto abrazar el punto de vistade la cartilla infantil, como el único que cuadra atodas las edades y a todos los grados de desarrollo.Sabido es que en la historia real desempeñan ungran papel la conquista, el esclavizamiento, el roboy el asesinato, la violencia, en una palabra. Pero enla dulce Economía política ha reinado siempre elidilio. Las únicas fuentes de riqueza han sido desdeel primer momento el derecho y el «trabajo»,exceptuando siempre, naturalmente, «el año encurso». En la realidad, los métodos de la acumula-ción originaria fueron cualquier cosa menos idíli-cos.

Ni el dinero ni la mercancía son de por sí capi-tal, como no lo son tampoco los medios de pro-ducción ni los artículos de consumo. Hay queconvertirlos en capital. Y para ello han de concurrir

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una serie de circunstancias concretas, que puedenresumirse así: han de enfrentarse y entrar en con-tacto dos clases muy diversas de poseedores demercancías; de una parte, los propietarios dedinero, medios de producción y artículos de con-sumo deseosos de explotar la suma de valor de supropiedad mediante la compra de fuerza ajena detrabajo; de otra parte, los obreros libres, vendedo-res de su propia fuerza de trabajo y, por tanto, desu trabajo. Obreros libres en el doble sentido deque no figuran directamente entre los medios deproducción, como los esclavos, los siervos, etc., nicuentan tampoco con medios de producción desu propiedad como el labrador que trabaja su pro-pia tierra, etc.; libres y desheredados. Con estapolarización del mercado de mercancías se dan lascondiciones fundamentales de la produccióncapitalista. Las relaciones capitalistas presuponenel divorcio entre los obreros y la propiedad de lascondiciones de realización del trabajo. Cuando yase mueve por sus propios pies, la producción capi-talista no sólo mantiene este divorcio, sino que loreproduce en una escala cada vez mayor. Por tanto,el proceso que engendra el capitalismo sólopuede ser uno: el proceso de disociación entre el

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obrero y la propiedad de las condiciones de su tra-bajo, proceso que, de una parte, convierte en capi-tal los medios sociales de vida y de producción,mientras que, de otra parte, convierte a los produc-tores directos en obreros asalariados. La llamadaacumulación originaria no es, pues, más que elproceso histórico de disociación entre el produc-tor y los medios de producción. Se la llama «origi-naria» porque forma la prehistoria del capital y delmodo capitalista de producción.

La estructura económica de la sociedad capita-lista brotó de la estructura económica de la socie-dad feudal. Al disolverse ésta, salieron a lasuperficie los elementos necesarios para la forma-ción de aquélla.

El productor directo, el obrero, no pudo dispo-ner de su persona hasta que no dejó de vivir enca-denado a la gleba y de ser siervo dependiente deotra persona. Además, para poder convertirse envendedor libre de fuerza de trabajo, que acudecon su mercancía adondequiera que encuentremercado, hubo de sacudir también el yugo de losgremios, sustraerse a las ordenanzas sobre apren-

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dices y oficiales y a todos los estatutos que emba-razaban el trabajo. Por eso, en uno de sus aspectos,el movimiento histórico que convierte a los pro-ductores en obreros asalariados representa la libe-ración de la servidumbre y la coacción gremial, yeste aspecto es el único que existe para nuestroshistoriadores burgueses. Pero, si enfocamos el otroaspecto, vemos que estos trabajadores reciénemancipados sólo pueden convertirse en vende-dores de sí mismos, una vez que se vean despoja-dos de todos sus medios de producción y detodas las garantías de vida que las viejas institu-ciones feudales les aseguraban. Y esta expropia-ción queda inscrita en los anales de la historia contrazos indelebles de sangre y fuego.

A su vez, los capitalistas industriales, estospotentados de hoy, tuvieron que desalojar, parallegar a este puesto, no sólo a los maestros de losgremios artesanos, sino también a los señores feu-dales, en cuyas manos se concentraban las fuentesde la riqueza. Desde este punto de vista, su ascen-sión es el fruto de una lucha victoriosa contra elpoder feudal y sus indignantes privilegios, contralos gremios y las trabas que estos ponían al libre

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desarrollo de la producción y a la libre explotacióndel hombre por el hombre. Pero los caballeros dela industria sólo consiguieron desplazar por com-pleto a los caballeros de la espada explotandosucesos en que no tenían la menor parte de culpa.Subieron y triunfaron por procedimientos nomenos viles que los que en su tiempo empleó elliberto romano para convertirse en señor de supatrono.

El proceso de donde salieron el obrero asala-riado y el capitalista, tuvo como punto de partidala esclavización del obrero. Este desarrollo consis-tía en el cambio de la forma de esclavización: laexplotación feudal se convirtió en explotacióncapitalista. Para comprender la marcha de esteproceso, no hace falta remontarse muy atrás. Aun-que los primeros indicios de producción capita-lista se presentan ya, esporádicamente, en algunasciudades del Mediterráneo durante los siglos XIV yXV, la era capitalista sólo data, en realidad, del sigloXVI. Allí donde surge el capitalismo hace ya muchotiempo que se ha abolido la servidumbre y que elpunto de esplendor de la Edad Media, la existenciade ciudades soberanas, ha declinado y palidecido.

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En la historia de la acumulación originariahacen época todas las transformaciones quesirven de punto de apoyo a la naciente clase capi-talista, y sobre todo los momentos en que grandesmasas de hombres son despojadas repentina yviolentamente de sus medios de subsistencia ylanzadas al mercado de trabajo como proletarioslibres y desheredados. Sirve de base a todo esteproceso la expropiación que priva de su tierra alproductor rural, al campesino. Su historia presentauna modalidad diversa en cada país, y en cada unode ellos recorre las diferentes fases en distinta gra-dación y en épocas históricas diversas. Reviste suforma clásica sólo en Inglaterra, país que aquítomamos, por tanto, como modelo.

22.. CCOOMMOO FFUUEE EEXXPPRROOPPIIAADDAA DDEELL SSUUEELLOO LLAA PPOOBBLLAACCIIÓÓNN RRUURRAALL

En Inglaterra, la servidumbre había desapare-cido ya, de hecho, en los últimos años del siglo XIV.En esta época, y más todavía en el transcurso delsiglo XV, la inmensa mayoría de la población secomponía de campesinos libres, dueños de la tie-rra que trabajaban, cualquiera que fuese la eti-

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queta feudal bajo la que ocultasen su propiedad.En las grandes fincas señoriales, el bailiff [gerentede finca], antes siervo, había sido desplazado por elarrendatario libre. Los jornaleros agrícolas eran, enparte, campesinos que aprovechaban su tiempolibre para trabajar a sueldo de los grandes terrate-nientes y, en parte, una clase especial relativa yabsolutamente poco numerosa de verdaderosasalariados. Más también éstos eran, de hecho, a lapar que jornaleros, labradores independientes,puesto que, además del salario, se les daba casa ylabranza con una cabida de 4 y más acres. Además,tenían derecho a compartir con los verdaderoslabradores el aprovechamiento de los terrenoscomunales en los que pastaban sus ganados yque, al mismo tiempo, les suministraban la madera,la leña, la turba, etc1 . La producción feudal se ca-racteriza, en todos los países de Europa, por ladivisión del suelo entre el mayor número posiblede tributarios. El poder del señor feudal, como el

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1 No debe olvidarse jamás que el mismo siervo no sólo era propietario, aunque sujeto a tri-buto, de la parcela de tierra asignada a su casa, sino además copropietario de los terrenoscomunales. «Allí» (en Silesia), «el campesino vive sujeto a servidumbre». No obstante, estossiervos poseen tierras comunes. «Hasta hoy, no ha sido posible convencer a los silesianosde la conveniencia de dividir los terrenos comunales; en cambio, en las Nuevas Marcas nohay apenas un solo pueblo en que no se haya efectuado con el mayor de los éxitos esta di-visión» [Mirabeau. De la Monarchie Prussienne («De la monarquía prusiana»), Londres,1788, t. II, pp. 125 y 126].

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de todo soberano, no descansaba solamente en lalongitud de su rollo de rentas, sino en el númerode sus súbditos, que, a su vez, dependía de la cifrade campesinos independientes. Por eso, aunquedespués de la conquista normanda el suelo inglésse dividió en unas pocas baronías gigantescas,entre las que había algunas que abarcaban por sísolas hasta 900 lorazgos anglosajones antiguos,estaba salpicado de pequeñas explotaciones cam-pesinas, interrumpidas sólo de vez en cuando porgrandes fincas señoriales. Estas condiciones, com-binadas con el esplendor de las ciudades caracte-rístico del siglo XV, permitían que se desarrollaseaquella riqueza nacional que el canciller Fortescuedescribe con tanta elocuencia en su LaudibusLegum Angliae («La superioridad de las leyes in-glesas»), pero cerraban el paso a la riqueza capita-lista.

El preludio de la transformación que había deechar los cimientos para el régimen de produc-ción capitalista, coincide con el último tercio delsiglo XV y los primeros decenios del XVI. El licencia-miento de las huestes feudales —que, como diceacertadamente Sir James Steuart, «llenaban inútil-

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mente en todas partes casas y patios»2 — lanzó almercado de trabajo a una masa de proletarioslibres y desheredados. El poder real, productotambién del desarrollo burgués, en su deseo deconquistar la soberanía absoluta aceleró violenta-mente la disolución de estas huestes feudales,pero no fue ésa, ni mucho menos, la única causaque la produjo. Los grandes señores feudales,levantándose tenazmente contra la monarquía yel parlamento, crearon un proletariado incompara-blemente mayor, al arrojar violentamente a loscampesinos de las tierras que cultivaban y sobrelas que tenían los mismos títulos jurídicos feudalesque ellos, y al usurparles sus bienes comunales. Elflorecimiento de las manufacturas laneras de Flan-des y la consiguiente alza de los precios de la lana,fue lo que sirvió de acicate directo para esto enInglaterra. La antigua aristocracia había sido devorada por las guerras feudales, la nueva era yauna hija de sus tiempos, de unos tiempos en losque el dinero es la potencia de las potencias. Poreso enarboló como bandera la transformación delas tierras de labor en terrenos de pastos para ovejas. En su Description of England. Prefixed to

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2 J. Steuart. An Inquiry into the Principles of Political Oeconomy («Investigación de los prin-cipios de la Economía política»), Vol. I, Dublin, 1770, p. 52.

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Holinshed's Chronicles («Descripción de Inglaterra.Antepuesta a las Crónicas Holinshed»), Harrisondescribe cómo la expropiación de los pequeñosagricultores arruina al país. «What care our greatincroachers!» («¡Qué se les da de esto a nuestrosgrandes usurpadores!») Las casas de los campesi-nos y los cottages (chozas) de los obreros fueronviolentamente arrasados o entregados a la ruina.

«Consultando los viejos inventarios de las fin-cas señoriales» —dice Harrison—, «vemos quehan desaparecido innumerables casas y pequeñashaciendas de campesinos; que el campo sostienea mucha menos gente; que muchas ciudades sehan arruinado, aunque hayan florecido algo otrasnuevas... También podríamos decir algo de lasciudades y los pueblos destruidos para convertir-los en pastos para ovejas y en los que sólo quedanen pie las casas de los señores».

Aunque exageradas siempre, las lamentacio-nes de estas viejas crónicas describen con todaexactitud la impresión que producía en los hom-bres de la época la revolución que se estaba ope-rando en las condiciones de producción.

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Comparando las obras de Tomás Moro con las delcanciller Fortescue es como mejor se ve el abismoque separa al siglo XV del XVI. Como observa acer-tadamente Thornton, la clase obrera inglesa seprecipitó directamente, sin transición, de la edadde oro a la edad de hierro.

La legislación se echó a temblar ante la trans-formación que se estaba operando. No habíallegado todavía a ese apogeo de la civilización enque la «Wealth of the Nation» [«la riqueza nacio-nal»], es decir, la creación de capital y la despia-dada explotación y depauperación de la masa delpueblo, se considera como la última Thule3 detoda sabiduría política. En su historia de EnriqueVII, dice Bacon:

«Por aquella época» (1489), «fueron hacién-dose más frecuentes las quejas contra la transfor-mación de las tierras de labranza en terrenos depastos (pastos de ganado lanar, etc.), fáciles deatender con unos cuantos pastores; los arrenda-mientos temporales de por vida y por años» (de

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3 Literalmente significa: la Tule extrema; frase, empleada en el sentido de «último extremo».(Tule es un país insular situado, según opinión de los antiguos, en el extremo septentrionalde Europa.)

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los que vivían una gran parte de los yeomen4 )«fueron convertidos en fincas dominicales. Estotrajo la decadencia del pueblo y, con ella, la deca-dencia de ciudades, iglesias, diezmos... En aquellaépoca, la sabiduría del rey y del parlamento paracurar el mal fue verdaderamente maravillosa... Dic-taron medidas contra esta usurpación, que estabadespoblando los terrenos comunales (depopula-ting inclosures), y contra el régimen despobladorde los pastos (depopulating pasturage), queseguía las huellas de aquélla».

Un decreto de Enrique VII, dictado en 1489,prohibió la destrucción de todas las casas de la-bradores que tuviesen asignados más de 20 acresde tierra. Enrique VIII (el acto del año 25 de su rei-nado) confirma la misma ley. En este decreto sedice, entre otras cosas, que

«se acumulan en pocas manos muchas tierrasarrendadas y grandes rebaños de ganado, princi-palmente de ovejas, lo que hace que las rentas dela tierra suban mucho y la labranza decaiga ex-traordinariamente, que sean derruidas iglesias y

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4 Pequeños campesinos libres en la Inglaterra feudal. (N. de la Edit.)

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casas, quedando asombrosas masas de pueblo in-capacitadas para ganarse su vida y mantener a susfamilias».

En vista de esto, la ley ordena que se restaurenlas granjas arruinadas, establece la proporción quedebe guardarse entre las tierras de labranza y losterrenos de pastos, etc. Una ley de 1533 se quejade que haya propietarios que poseen hasta 24.000cabezas de ganado lanar y limita el número deéstas a 2.0005 . Ni las quejas del pueblo, ni la legis-lación prohibitiva, que comienza con Enrique VII ydura ciento cincuenta años, consiguieron absolu-tamente nada contra el movimiento de expropia-ción de los pequeños arrendatarios y campesinos.Bacon nos revela, sin saberlo, el secreto de este fra-caso.

«El decreto de Enrique VII» —dice en susEssays, civil and moral («Ensayos de lo civil y lomoral.), sect. 29— «encerraba un sentido profundoy maravilloso, puesto que creaba explotacionesagrícolas y casas de labranza de una determinada

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5 Tomás Moro habla en su Utopía, de un país singular en que «las ovejas devoran a los hom-bres». Utopía, trad. de Robinson ed. Arber, London, 1869, p. 41

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dimensión normal, es decir, les garantizaba unaproporción de tierra que les permitía traer almundo súbditos suficientemente ricos y sin posi-ción servil, poniendo el arado en manos de pro-pietarios y no de gentes a sueldo».

Precisamente lo contrario de lo que exigía,para instalarse, el sistema capitalista: la sujeciónservil de la masa del pueblo, la transformación deéste en un tropel de gentes a sueldo y de sus me-dios de trabajo en capital. Durante este período detransición, la legislación procuró también mante-ner el límite de 4 acres de tierra para los cottagesdel jornalero del campo, prohibiéndole meter ensu casa gentes a sueldo. Todavía en 1627, reinandoCarlos I, fue condenado un Roger Crocker de Font-mill por haber construido en el manor (finca) deFontmill un cottage sin asignarle como anejo per-manente 4 acres de tierra; en 1638, reinando aúnCarlos I, se nombró una comisión real encargadade imponer la ejecución de las antiguas leyes, prin-cipalmente la que exigía los 4 acres de tierra comomínimo; todavía Cromwell prohíbe la construcciónde casas en 4 millas a la redonda de Londres sindotarlas de 4 acres de tierra. Más tarde, en la pri-

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mera mitad del siglo XVIII, se formulan todavíaquejas cuando el cottage de un jornalero delcampo no tiene asignados, por lo menos, de 1 a 2acres. Hoy día, el bracero del campo se da porsatisfecho con tal de tener una casa con huerto ode poder arrendar dos varas de tierra a regular dis-tancia.

«Terratenientes y arrendatarios» —dice el Dr.Hunter— «se dan la mano en este punto. Pocosacres de tierra bastarían para que el jornalero delcampo disfrutase de demasiada independencia»6

La Reforma7 , con su séquito de colosalesdepredaciones de los bienes de la Iglesia, vino adar, en el siglo XVI, un nuevo y espantoso impulsoal proceso violento de expropiación de la masa delpueblo. Al producirse la Reforma, la Iglesia católicaera propietaria feudal de una gran parte del sueloinglés. La persecución contra los conventos, etc.,transformó a sus moradores en proletariado.

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6 Dr. Hunter, Public Health, Seventh Report, 1864, («La salud pública. Informe 7, 1864»).London, p. 1347 La Reforma, amplio movimiento social contra la Iglesia católica, se extendió en el siglo XVIa Alemania, Suiza, Inglaterra, Francia, etc. La consecuencia religiosa de la Reforma en lospaíses en que ésta triunfó consistió en la formación de varias iglesias llamadas protestantes(en Inglaterra, Escocia, los Países Bajos, una parte de Alemania y los países escandina-vos).

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Muchos de los bienes de la Iglesia fueron regala-dos a unos cuantos rapaces protegidos del rey ovendidos por un precio irrisorio a especuladoresrurales y a personas residentes en la ciudad, quie-nes, reuniendo sus explotaciones, arrojaron deellas en masa a los antiguos arrendatarios, que lasvenían cultivando de padres a hijos. El derecho delos labradores empobrecidos a percibir una partede los diezmos de la Iglesia, derecho garantizadopor la ley, había sido ya tácitamente confiscado.Pauper ubique jacet8 , exclama la reina Isabel, des-pués de recorrer Inglaterra. Por fin, en el año 43 desu reinado, el Gobierno no tuvo más remedio quedar estado oficial al pauperismo, creando elimpuesto de pobreza.

«Los autores de esta ley no se atrevieron a pro-clamar sus razones y, rompiendo con la tradiciónde siempre, la promulgaron sin ningún preám-bulo» (exposición de motivos)9 .

Por la ley promulgada al año 16 del reinado deCarlos I, este impuesto fue declarado perpetuo, y

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8 «Pauper ubique jacet» (los pobres son desheredados en todas partes), palabras de LosFastos de Ovidio, libro primero, verso 218.9 William Cobbett. A History of the Protestant Reformation («Historia de la Reforma protes-tante»), §. 471.

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sólo a partir de 1834 cobró una forma nueva y másrigurosa. Pero estas consecuencias inmediatas dela Reforma no fueron las más persistentes. El patri-monio eclesiástico era el baluarte religioso detrásdel cual se atrincheraba el régimen antiguo depropiedad territorial. Al derrumbarse aquél, éstetampoco podía mantenerse en pie.

Todavía en los últimos decenios del siglo XVII,la yeomanry, clase de campesinos independientes,era más numerosa que la clase de los arrendata-rios. La yeomanry había sido el puntal más firmede Cromwell, y el propio Macaulay confiesa queestos labradores ofrecían un contraste muy ven-tajoso con aquellos hidalgüelos borrachos y suslacayos, los curas rurales, cuya misión consistía encasar las «mozas predilectas». Todavía no se habíadespojado a los jornaleros del campo de su dere-cho de copropiedad sobre los bienes comunales.Alrededor de 1750, desapareció la yeomanry y enlos últimos decenios del siglo XVIII se borraronhasta los últimos vestigios de propiedad comunalde los agricultores. Aquí, prescindimos de ]os fac-tores puramente económicos que intervinieron enla revolución de la agricultura y nos limitamos aindagar los factores de violencia que la impulsa-ron.

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Bajo la restauración de los Estuardos10 , losterratenientes impusieron legalmente una usur-pación que en todo el continente se había llevadotambién a cabo sin necesidad de los trámites de laley. Esta usurpación consistió en abolir el régimenfeudal del suelo, es decir, en transferir sus deberestributarios al Estado, «indemnizando» a éste pormedio de impuestos sobre los campesinos y elresto de las masas del pueblo, reivindicando lamoderna propiedad privada sobre fincas en lasque sólo asistían a los terratenientes títulos feuda-les y, finalmente, dictando aquellas leyes de resi-dencia que, mutatis mutandis, [con cambioscorrespondientes] ejercieron sobre los labradoresingleses la misma influencia que el edicto del tár-taro Borís Godunov sobre los campesinos rusos11.

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10 La restauración de los Estuardos es el período del segundo reinado de la dinastía de losEstuardos en Inglaterra (1660-1689), derrocados por la revolución burguesa inglesa del sigloXVII.11 Por lo visto, se trata del decreto sobre los campesinos fugitivos promulgado en 1597, du-rante el reinado de Fiódor Ivánovich, cuando el auténtico gobernante de Rusia era Borís Go-dunov. De acuerdo con ese decreto, los campesinos que habían huido del yugo insoportablede los terratenientes se perseguían durante cinco años para ser devueltos por la fuerza a susamos.

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La Revolución gloriosa12 entregó e] poder, alocuparlo Guillermo III de Orang, a los terratenien-tes y capitalistas-acaparadores. Estos elementosconsagraron la nueva era, entregándose en unaescala gigantesca al saqueo de los terrenos de do-minio público, que hasta entonces sólo se habíapracticado en proporciones muy modestas. Estosterrenos fueron regalados, vendidos a precios irri-sorios o simplemente anexionados a otros de pro-piedad privada, sin encubrir la usurpación bajoforma alguna. Y todo esto se llevó a cabo sin mo-lestarse en cubrir ni la más mínima apariencialegal. Estos bienes del dominio público, apropia-dos de modo tan fraudulento, en unión de losbienes de que se despojó a la Iglesia —los que nole habían sido usurpados ya por la revolución re-publicana—, son la base de esos dominios princi-pescos que hoy posee la oligarquía inglesa. Loscapitalistas burgueses favorecieron esta opera-ción, entre otras cosas, para convertir el suelo enun artículo puramente comercial, extender la zonade las grandes explotaciones agrícolas, hacer queaumentase la afluencia a la ciudad de proletarios

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12 Se dio el nombre de «Revolución gloriosa» en la historiografía burguesa inglesa al golpede Estado de 1688, con el que se derrocó la dinastía de los Estuardos y se instauró (1689)la monarquía constitucional de Guillermo de Orange, régimen de compromiso entre la aris-tocracia propietaria de tierras y la gran burguesía.

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libres y desheredados del campo, etc. Además, lanueva aristocracia de la tierra era la aliada naturalde la nueva bancocracia, de la alta finanza, queacababa de dejar el cascarón, y de los grandes ma-nufactureros, atrincherados por aquel entoncesdetrás del proteccionismo aduanero. La burguesíainglesa obró en defensa de sus intereses con elmismo acierto con que la de Suecia, siguiendo elcamino contrario y haciéndose fuerte en su ba-luarte económico, el campesinado, apoyó a losreyes desde 1604 y más tarde bajo Carlos X y Car-los XI y les ayudó a rescatar por la fuerza los bienesde la Corona de manos de la oligarquía.

Los bienes comunales —completamente dis-tintos de los bienes de dominio público, a que aca-bamos de referirnos— eran una institución deviejo origen germánico, que se mantenía en vigorbajo el manto del feudalismo. Hemos visto que lausurpación violenta de estos bienes, acompañadacasi siempre por la transformación de las tierras delabor en pastos, comienza a fines del siglo XV yprosigue a lo largo del siglo XVI. Sin embargo, enaquellos tiempos este proceso revestía la forma deuna serie de actos individuales de violencia, contra

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los que la legislación luchó infructuosamentedurante 150 años. El progreso aportado por elsiglo XVIII consiste en que ahora la propia ley seconvierte en vehículo de esta depredación de losbienes del pueblo, aunque los grandes arrendata-rios sigan empleando también, de paso, suspequeños métodos personales e independien-tes13 . La forma parlamentaria que reviste este des-pojo es la de las leyes sobre el cercado de terrenoscomunales; dicho en otros términos, decretos pormedio de los cuales los terratenientes se regalan así mismos en propiedad privada las tierras del pue-blo, decretos de expropiación del pueblo. Sir F. M.Eden se contradice a sí mismo en el astuto alegatocurialesco en que procura explicar la propiedadcomunal como propiedad privada de los grandesterratenientes que recogen la herencia de los se-ñores feudales, al reclamar una «ley general delParlamento sobre el derecho a cercar los terrenoscomunales», reconociendo con ello, que la trans-formación de estos bienes en propiedad privada

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13 «Los arrendatarios prohiben a los cottagers (caseros) mantener a ninguna otra criatura vi-viente, so pretexto de que, si criasen ganado o aves, robarían alimento del granero para ce-barlas. Además, dicen: mantened a los cottagers en la pobreza, y serán más trabajadores.Pero la verdadera realidad es que de este modo los arrendatarios usurpan el derecho íntegrosobre los terrenos comunales» [A Political Inquiry into to the Consequences of EnclosingWaste Lands («Investigación política sobre las consecuencias del cercado de los baldíos»),London, 1785, p. 75].

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no puede prosperar sin un golpe de Estado parla-mentario, a la par que pide a la legislación una «in-demnización, para los pobres expropiados14 .

Al paso que los yeomen independientes eransustituidos por los tenants-at-will —pequeñoscolonos con contrato por un año, es decir, unachusma servil sometida al capricho de los terrate-nientes—, el despojo de los bienes del dominiopúblico, y sobre todo la depredación sistemáticade los terrenos comunales, ayudaron a incremen-tar esas grandes posesiones que se conocían enel siglo XVIII con los nombres de haciendas capita-les o haciendas de comerciantes, y que dejaron ala población campesina «disponible» como prole-tariado al servicio de la industria.

Sin embargo, el siglo XVIII todavía no alcanza acomprender, en la medida en que había de com-prenderlo el XIX, la identidad entre la riquezanacional y la pobreza del pueblo. Por eso en loslibros de Economía de esta época se produce unaviolentísima polémica en torno a la «inclosure ofcommons»). Entresaco unos cuantos pasajes de

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14 Eden. The State of the Poor, Preface («La situación de los pobres») (p. XVII, XIX).

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los materiales copiosísimos que tengo a la vista,para poner de relieve de un modo más vivo lasituación.

«En muchas parroquias de Hertfordshire» —escribe una pluma indignada— «24 haciendas,cada una de las cuales contaba, por términomedio, de 50 a 150 acres de extensión, se han fun-dido para formar sólo 3»15 . «En Northamptonshirey Lincolnshire se ha impuesto la norma de cercarlos terrenos comunales, y la mayoría de los loraz-gos creados de este modo se han convertido enpastizales; a consecuencia de ello, hay muchoslorazgos que antes labraban 1.500 acres y que hoyno labran ni 50... Las ruinas de las viejas casas, cua-dras y graneros», son los únicos vestigios de los an-tiguos moradores. «En algunos sitios, cien casas yfamilias han quedado reducidas... a 8 ó 10... En lamayoría de las parroquias, donde sólo se hancomenzado a cercar los terrenos comunales desdehace quince o veinte años, los propietarios de tie-rra son en la actualidad poquísimos, en compara-ción con las cifras existentes cuando el suelo secultivaba en régimen abierto. Es bastante fre-

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15 Thomas Wright. A short address to the Public on the Monopoly of large farms. («Breve alo-cución al público sobre el monopolio de las grandes granjas»), 1779, pp. 2, 3.

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cuente encontrarse con lorazgos enteros recien-temente cercados que antes se distribuían entre20 ó 30 colonos y otros tantos pequeños labrado-res y tributarios, que hoy están usurpados por 4 ó5 ganaderos ricos. Todos aquellos labradores fue-ron desalojados de sus tierras, en unión de susfamilias y de muchas otras a las que daban trabajoy sustento»16.

Los terrenos anexionados por el terratenientecolindante, bajo pretexto de cercarlos, no eransiempre tierras yermas, sino también, con frecuen-cia, tierras cultivadas mediante un tributo al muni-cipio, o comunalmente.

«Me refiero aquí al cercado de terrenos abier-tos y de tierras ya cultivadas. Hasta los autores quedefienden las inclosures reconocen que estos cer-cados refuerzan el monopolio de las grandesgranjas, hacen subir el precio de las subsistenciasy fomentan la despoblación... También al cercar losterrenos yermos, como ahora se hace, se despoja alos pobres de una parte de sus medios de sus-

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16 Rev. Addington. Inquiry into the Reasons for and against Inclosing Open Fields («Investi-gación de las razones en pro y en contra del cercado de terrenos»), London, 1779 pp. 37-43 pass.

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tento, incrementando haciendas que son ya desuyo harto grandes»17. «Si la tierra» —dice el Dr.Price— «cae en poder de un puñado de grandescolonos, los pequeños arrendatarios (en otro sitiolos llama «una muchedumbre de pequeños pro-pietarios y colonos que se mantienen a sí mismosy a sus familias con el producto de la tierra traba-jada por ellos, con las ovejas, las aves, los cerdos,etc., que mandan a pastar a los terrenas comuna-les, no necesitando apenas, por tanto, comprarvíveres para su consumo») «se verán convertidosen hombres obligados a trabajar para otros siquieren comer y tendrán que ir al mercado paraproveerse de cuanto necesiten... Tal vez se trabajemás, porque la coacción será también mayor... Cre-cerán las ciudades y manufacturas, pues se veráempujada a ellas más gente en busca de trabajo.He aquí el camino hacia el que lógicamente seorienta la concentración de la propiedad territorialy por el que, desde hace muchos años, se vienemarchando ya efectivamente en este reino».18

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17 Dr. R. Price. Observations on Reversionary Payments («Observaciones sobre los pagosreversibles»), 6 ed. By W. Morgan, London, 1803, v. II, p. 155. 18 Dr. R. Price. Observations, etc., v. II, p. 147.

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Y resume los efectos generales de las inclosu-res en estos términos:

«En general, la situación de las clases humildesdel pueblo ha empeorado en casi todos los senti-dos; los pequeños propietarios de tierras y colonosse han visto reducidos al nivel de jornaleros y asa-lariados, a la par que se les hace cada vez másdifícil ganarse la vida en esta situación».19

En efecto, la usurpación de las tierras comuna-les y la revolución agrícola que la acompañabaempeoraron hasta tal punto la situación de losobreros agrícolas que, según el propio Eden, entre1765 y 1780, su salario comenzó a descender pordebajo del nivel mínimo, haciéndose necesariocompletarlo con el socorro oficial de pobreza. Sujornal, dice Eden, «alcanzaba a duras penas a cubrirsus necesidades más perentorias».

Oigamos ahora un instante a un defensor delas inclosures y adversario del Dr. Price.

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19 Dr. R. Price. Observations, etc., p. 159.

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«No es lógico inferir que exista despoblaciónporque ya no se vea a la gente derrochar su tra-bajo en campo abierto... Si al convertir a los peque-ños labradores en personas obligadas a trabajarpara otros, se moviliza más trabajo, es ésta unaventaja que la nación» (entre la que no figuran,naturalmente, los que sufren la transformaciónapuntada), «tiene que ver con buenos ojos... El pro-ducto será mayor si su trabajo combinado seemplea en una sola hacienda, así se creará unsobrante para las manufacturas haciendo de estemodo que las manufacturas, una de las minas deoro de nuestra nación aumenten en proporción ala cantidad de trigo producido».20

Sir F. M. Eden, matizado además de tory y de «fi-lántropo», nos ofrece, por cierto, un ejemplo de laimpasibilidad estoica con que los economistascontemplan las violaciones más descaradas del«sacrosanto derecho de propiedad» y la violenciamás brutal contra la persona, cuando esto es nece-sario para echar los cimientos del régimen capita-lista de producción. Toda la serie de despojos

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20 [J. Arbuthnot.] An Inquiry into the Connection between the Present Price of Provisions etc.(«Investigación de la conexión entre el presente precio de los víveres y las dimensiones delas granjas»), pp. 124, 129.

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brutales, horrores y vejaciones que lleva apareja-dos la expropiación violenta del pueblo desde elúltimo tercio del siglo XV hasta fines del siglo XVIII,sólo le inspira a nuestro autor esta «confortable»reflexión final:

«Era necesario restablecer la proporcióndebida entre la tierra de labor y la destinada al ga-nado. Todavía durante todo el siglo XIV y la mayorparte del XV, por cada acre dedicado a ganaderíahabía dos, tres y hasta cuatro dedicados a labranza.A mediados del siglo XVI, la proporción era ya dedos acres de ganadería por dos de labranza y mástarde de dos a uno, hasta que por último se con-siguió establecer la proporción debida de tresacres de pastizales por cada acre de labranza».

En el siglo XIX se pierde, como es lógico, hastael recuerdo de la conexión existente entre el agri-cultor y los bienes comunales. Para no hablar delos tiempos posteriores, bastará decir que lapoblación rural no obtuvo ni un céntimo deindemnizaciones por los 3.511.770 acres de tierrascomunales que entre los años de 1801 y 1831 le

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fueron arrebatados y ofrecidos como regalo a losterratenientes por el parlamento de terratenien-tes.

Finalmente, el último gran proceso de expro-piación de los agricultores es la llamada «limpiezade fincas» (que en realidad consistía en barrer deellas a los hombres). Todos los métodos inglesesque hemos venido estudiando culminan en esta«limpieza». Como veíamos al describir en la sec-ción anterior la situación moderna, ahora que yano había labradores independientes que barrer, las«limpias» llegan a barrer los mismos cottages, nodejando a los braceros del campo sitio siquierapara alojarse en las tierras que trabajan. Sin em-bargo, para saber lo que significa esto del esto delimpieza de sangre en el sentido estricto de la pa-labra, tenemos que trasladarnos a la tierra de pro-misión de la literatura novelesca moderna: lasmontañas de Escocia. Es aquí donde este procesoa que nos referimos se distingue por su caráctersistemático, por la magnitud de la escala en quese opera de golpe (en Irlanda hubo terratenientesque consiguieron barrer varias aldeas a la vez; en laalta Escocia se trata de extensiones de la magnitud

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de los ducados alemanes), y finalmente, por laforma especial de la propiedad inmueble usur-pada.

Los celtas de alta Escocia estaban divididos enclanes, y cada clan era propietario de los terrenospor él colonizados. El representante del clan, sujefe o «caudillo», no era más que un simple propie-tario titular de estos terrenos, del mismo modoque la reina de Inglaterra lo era del suelo de todala nación. Cuando el Gobierno inglés hubo conse-guido sofocar las guerras internas de estos «caudi-llos» y sus constantes irrupciones en las llanurasde la baja Escocia, los jefes de los clanes no aban-donaron, ni mucho menos, su antiguo oficio debandoleros; se limitaron a cambiarlo de forma. Porsí y ante sí, transformaron su derecho titular depropiedad en un derecho de propiedad privada, ycomo las gentes de los clanes opusieran resisten-cia, decidieron desalojarlas por la fuerza de sus po-sesiones.

«Con el mismo derecho» —dice el profesorNewman— «podría un rey de Inglaterra atreversea arrojar a sus súbditos al mar».

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En las obras de Sir James Steuart y James An-derson podemos seguir las primeras fases de estarevolución que en Escocia comienza después de laúltima intentona del pretendiente21 . En el sigloXVIII, a los gaeles22 lanzados de sus tierras se lesprohibía al mismo tiempo emigrar del país, paraasí empujarlos por la fuerza a Glasgow y a otroscentros fabriles de la región23 . Como ejemplo delmétodo de expropiación predominante en el sigloXIX, bastará citar las «limpias» llevadas a cabo porla duquesa de Sutherland. Esta señora, muy ins-truida en las cuestiones de Economía política de-cidió, apenas hubo ceñido la corona de duquesa,aplicar a sus posesiones un tratamiento radicaleconómico, convirtiendo todo su condado —cuyos habitantes, mermados por una serie de pro-cesos anteriores semejantes a éste, habían ido

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21 Trátase de la insurrección de los partidarios de los Estuardos en 1745-1746, que exigíanel trono británico para Carlos Eduardo, el llamado «joven pretendiente». La insurrección re-flejaba, a la vez, la protesta de las masas populares de Escocia y de Inglaterra contra la ex-plotación terrateniente y la expulsión masiva de los campesinos de sus tierras. Después delaplastamiento de la insurrección por las tropas regulares de Inglaterra, comenzó a desinte-grarse intensamente el sistema de clanes en la parte montañosa de Escocia, y la expulsiónde los campesinos de sus tierras adquirió un carácter todavía más enérgico.22 Los gaeles constituyen la población aborigen de las comarcas montañosas del Norte y delOeste de Escocia, son descendientes de los antiguos celtas.23 En 1860, se exportó al Canadá, con falsas promesas, a los campesinos violentamente ex-propiados de sus tierras. Algunos huyeron a la montaña y a las islas más próximas. Perse-guidos por la policía, le hicieron frente y lograron escapar.

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quedando ya reducidos a 15.000— en pastos paraovejas. Desde 1814 hasta 1820 se desplegó unacampaña sistemática de expulsión y exterminiopara quitar de en medio a estos 15.000 habitantes,que formarían, aproximadamente, unas 3.000 fa-milias. Todas sus aldeas fueron destruidas y arra-sadas, sus campos convertidos todos en terrenode pastos. Las tropas británicas, enviadas por el Go-bierno para ejecutar las órdenes de la duquesa, hi-cieron fuego contra los habitantes, expulsados desus tierras. Una anciana pereció abrasada entre lasllamas de su choza, por negarse a abandonarla. Asíconsiguió la señora duquesa apropiarse de794.000 acres de tierra, pertenecientes al clandesde tiempos inmemoriales.

A los naturales del país desahuciados lesasignó en la orilla del mar unos 6.000 acres, a razónde dos por familia. Hasta la fecha, esos 6.000 acreshabían permanecido yermos, sin producir ningunarenta a sus propietarios. Llevada de su altruismo, laduquesa se dignó arrendar estos eriales por unarenta media de 2 chelines y 6 peniques cada acrea aquellos mismos miembros del clan que habíanvertido su sangre por su familia desde hacía siglos.

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Todos los terrenos robados al clan fueron dividi-dos en 29 grandes granjas destinadas a la cría delanares, atendida cada una de ella por una sola fa-milia; los pastores eran, en su mayoría, braceros dearrendatarios ingleses. En 1825, los 15.000 gaeleshabían sido sustituidos ya por 131.000 ovejas. Losaborígenes arrojados a la orilla del mar procura-ban, entretanto, mantenerse de la pesca; se con-virtieron en anfibios y vivían, según dice unescritor inglés de la época, mitad en tierra y mitaden el mar, sin vivir entre todo ello más que amedias.

Pero los bravos gaeles habían de pagar todavíamás cara aquella idolatría romántica de montañe-ses por los «caudillos» de los clanes. El olor del pes-cado les dio en la nariz a los señores. Estos,barruntando algo de provecho en aquellas playas,las arrendaron a las grandes pescaderías de Lon-dres, y los gaeles fueron arrojados de sus casas porsegunda vez24 .

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24 Datos interesantes sobre este asunto del pescado se encuentran en David Urquhart. VéasePortfolio, New Series («Carpeta, nueva serie»). Nassau W. Senior, en su obra póstuma citadamás arriba, llama al «procedimiento seguido en Sutherlandshire una de las «limpias» (clea-rings) más beneficiosas de que guarda recuerdo el hombre» [Journals, Conversations andEssays relating to Ireland («Revistas, conversaciones y ensayos acerca de Irlanda»), London,1868].

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Finalmente, una parte de los pastos fue con-vertida en cotos de caza. Como es sabido, enInglaterra no existen verdaderos bosques. La cazaque corre por los parques de los aristócratas es, enrealidad, ganado doméstico, gordo como losconcejales de Londres. Por eso, Escocia es, para losingleses, el último asilo de la «noble pasión» de lacaza.

«En la montaña» —dice Somers en 1848— «sehan extendido considerablemente los cotos decaza. A un lado de Gaick tenemos el nuevo cotode caza de Glenfeshie y al otro lado el nuevo cotode caza de Ardverikie. En la misma dirección, tene-mos el Black Mount, un erial inmenso, recién cre-cido. De Este a Oeste, desde las inmediaciones deAberdeen hasta las rocas de Oban, se extiendeahora una línea ininterrumpida de cotos de caza,mientras que en otras regiones de la alta Escociase alzan los cotos de caza nuevos de Loch Archaig,Glengarry, Glenmoriston, etc. Al convertirse sus tie-rras en terrenos de pastos para ovejas..., los gaelesse vieron empujados a las comarcas estériles.Ahora la caza comienza a sustituir a las ovejas, em-pujando a aquéllos a una miseria todavía más es-

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pantosa... Los montes de caza no pueden convivircon la gente. Uno de los dos tiene que batirse enretirada y abandonar el campo. Si en los próximosveinticinco años los cotos de caza siguen cre-ciendo en las mismas proporciones que en el úl-timo cuarto de siglo, no quedará ni un solo gaelen su tierra natal. Este movimiento que se ha des-arrollado entre los propietarios de las comarcasmonstruosas se debe, en parte, a la moda, a lamanía aristocrática, a la afición a la caza, etc., perohay también muchos que explotan esto con lamira puesta exclusivamente en la ganancia, pueses indudable que, muchas veces, un pedazo demontaña convertido en coto de caza es bastantemás rentable que empleado como terreno de pas-tos... El aficionado que busca un coto de caza nopone a su deseo más límite que la anchura de subolsa... Sobre la montaña escocesa han llovido pe-nalidades no menos crueles que las impuestas aInglaterra por la política de los reyes normandos. Ala caza se la deja correr en libertad, sin tasarle el te-rreno: en cambio, a las personas se las acosa y selas mete en fajas de tierras cada vez más estre-chas... Al pueblo le fueron arrebatadas unas liber-tades tras otras... Y la opresión crece diariamente.

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Los propietarios siguen la norma de diezmar y ex-terminar a la gente como un principio fijo, comouna necesidad agrícola, lo mismo que se talan losárboles y la maleza en las espesuras de América yAustralia, y esta operación sigue su marcha tran-quila y comercial».25

La depredación de los bienes de la Iglesia, laenajenación fraudulenta de las tierras del dominiopúblico, el saqueo de los terrenos comunales, lametamorfosis, llevada a cabo por la usurpación y elterrorismo más inhumano de la propiedad feudaly del patrimonio del clan en la moderna propie-dad privada: he ahí otros tantos métodos idílicosde acumulación originaria. Con estos métodos seabrió paso a la agricultura capitalista, se incorporóel capital a la tierra y se crearon los contingentesde proletarios libres y privados de medios de vidaque necesitaba la industria de las ciudades.

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25 Robert Somers. Letters from the Highlands; or, the Famine of 1817 («Cartas de alta Esco-cia; o el hambre de 1847»), London, 1848, pp. 12-28 passim.

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33.. LLEEGGIISSLLAACCIIÓÓNN SSAANNGGRRIIEENNTTAA CCOONNTTRRAA LLOOSSEEXXPPRROOPPIIAADDOOSS,, AA PPAARRTTIIRR DDEE FFIINNEESS DDEELL SSIIGGLLOO XXVV..

LLEEYYEESS RREEDDUUCCIIEENNDDOO EELL SSAALLAARRIIOO

Los contingentes expulsados de sus tierras aldisolverse las huestes feudales y ser expropiados aempellones y por la fuerza formaban un proleta-riado libre y privado de medios de existencia, queno podía ser absorbido por las manufacturas conla misma rapidez con que aparecía en el mundo.Por otra parte, estos seres que de repente se veíanlanzados fuera de su órbita acostumbrada de vida,no podían adaptarse con la misma celeridad a ladisciplina de su nuevo estado. Y así, una masa deellos fue convirtiéndose en mendigos, salteadoresy vagabundos; algunos por inclinación, pero losmás, obligados por las circunstancias. De aquí quea fines del siglo XV y durante todo el siglo XVI sedictase en toda Europa Occidental una legislaciónsangrienta persiguiendo el vagabundaje. De estemodo, los padres de la clase obrera moderna em-pezaron viéndose castigados por algo de que ellosmismos eran víctimas, por verse reducidos a vaga-bundos y mendigos. La legislación los trataba

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como a delincuentes «voluntarios», como sidependiese de su buena voluntad el continuartrabajando en las viejas condiciones, ya abolidas.

En Inglaterra, esta legislación comenzó bajo elreinado de Enrique VII.

Enrique VIII, 1530: Los mendigos viejos e inca-pacitados para el trabajo deberán proveerse de li-cencia para mendigar. Para los vagabundoscapaces de trabajar, por el contrario, azotes y re-clusión. Se les atará a la parte trasera de un carro yse les azotará hasta que la sangre mane de sucuerpo, devolviéndolos luego, bajo juramento, a supueblo natal o al sitio en que hayan residido du-rante los últimos tres años, para que «se pongan atrabajar». ¡Qué ironía tan cruel! El acto del año 27del reinado de Enrique VIII reitera el estatuto an-terior, pero con nuevas adiciones, que lo hacen to-davía más riguroso. En caso de reincidencia devagabundaje, deberá azotarse de nuevo al culpa-ble y cortarle media oreja; a la tercera vez que se lecoja, se le ahorcará como criminal peligroso y ene-migo de la sociedad.

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Eduardo VI: Un estatuto dictado en el primeraño de su reinado, en 1547, ordena que si alguiense niega a trabajar se le asigne como esclavo a lapersona que le denuncie como holgazán. El dueñodeberá alimentar a su esclavo con pan y agua, bo-drio y los desperdicios de carne que crea conve-niente. Tiene derecho a obligarle a que realicecualquier trabajo, por muy repelente que sea, azo-tándole y encadenándole, si fuera necesario. Si elesclavo desaparece durante dos semanas, se lecondenará a esclavitud de por vida, marcándole afuego con una S [S-Slave, esclavo, en inglés] en lafrente o en un carrillo; si huye por tercera vez, se leahorcará como reo de alta traición. Su dueñopuede venderlo, legarlo a sus herederos o cederlocomo esclavo, exactamente igual que el ganado ocualquier objeto mueble. Los esclavos que se con-fabulen contra sus dueños serán también ahorca-dos. Los jueces de paz seguirán las huellas a lospícaros, tan pronto se les informe. Si se averiguaque un vagabundo lleva tres días seguidos hara-ganeando, se le expedirá a su pueblo natal conuna V marcada a fuego en el pecho, y le sacaráncon cadenas a la calle a trabajar en la construcciónde carreteras o empleándole en otros servicios. El

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vagabundo que indique un falso pueblo de naci-miento será castigado a quedarse en él toda lavida como esclavo, sea de los vecinos o de la cor-poración, y se le marcará a fuego con una S. Todoel mundo tiene derecho a quitarle al vagabundosus hijos y tenerlos bajo su custodia como apren-dices: los hijos hasta los veinticuatro años, las hijashasta los veinte. Si se escapan, serán entregadoscomo esclavos, hasta dicha edad, a sus maestros,quienes podrán azotarlos, cargarlos de cadenas,etc., a su libre albedrío. El maestro puede poner asu esclavo un anillo de hierro en el cuello, el brazoo la pierna, para identificarlo mejor y tenerlo mása mano. En la última parte de este estatuto se es-tablece que ciertos pobres podrán ser obligados atrabajar para el lugar o el individuo que les dé decomer y-beber y les busque trabajo. Esta clase deesclavos parroquiales subsiste en Inglaterra hastabien entrado el siglo XIX, bajo el nombre deroundsmen (rondadores).

Isabel, 1572: Los mendigos sin licencia y mayo-res de catorce años serán azotados sin misericor-dia y marcados con hierro candente en la orejaizquierda, caso de que nadie quiera tomarlos du-

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rante dos años a su servicio. En caso de reinciden-cia, siempre que sean mayores de dieciocho añosy nadie quiera tomarlos por dos años a su servicio,serán ahorcados. Al incidir por tercera vez, se lesahorcará irremisiblemente como reos de alta trai-ción. Otros estatutos semejantes: el del año 18 delreinado de Isabel, c. 13, y la ley de 1597.

Jacobo I: Todo el que no tenga empleo fijo y sededique a mendigar es declarado vagabundo. Losjueces de paz de las Petty Sessions 26 quedan auto-rizados a mandar a azotarlos en público y a recluir-los en la cárcel, a la primera vez que se lessorprenda, por seis meses, a la segunda, por dosaños. Durante su permanencia en la cárcel, podránser azotados tantas veces y en tanta cantidadcomo los jueces de paz crean conveniente... Losvagabundos peligrosos e incorregibles deberánser marcados a fuego con una R en el hombroizquierdo y sujetos a trabajos forzados; y si se lessorprende nuevamente mendigando, serán ahor-cados sin misericordia. Estos preceptos, que con-servan su fuerza legal hasta los primeros años del

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26 Petty Sessions (pequeñas sesiones), reuniones de los tribunales de paz de Inglaterra,encargados de examinar los asuntos de pequeña importancia, observándose un procesosimplificado.

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siglo XVIII, sólo fueron derogados por el regla-mento del año 12 del reinado de Ana.

Leyes parecidas a éstas se dictaron también enFrancia, en cuya capital se había establecido, a me-diados del siglo XVII, un verdadero reino de vaga-bundos (royaume des truands). Todavía en losprimeros años del reinado de Luis XVI (Ordenanzadel 13 de julio de 1777), disponía la ley que semandase a galeras a todas las personas de dieci-séis a sesenta años que, gozando de salud, care-ciesen de medios de vida y no ejerciesen ningunaprofesión. Normas semejantes se contenían en elestatuto dado por Carlos V, en octubre de 1537,para los Países Bajos, en el primer edicto de los Es-tados y ciudades de Holanda (l9 de marzo de1614), en el bando de las Provincias Unidas (25 dejunio de 1649), etc.

Véase, pues, cómo después de ser violenta-mente expropiados y expulsados de sus tierras yconvertidos en vagabundos, se encajaba a los an-tiguos campesinos, mediante leyes grotesca-mente terroristas a fuerza de palos, de marcas afuego y de tormentos, en la disciplina que exigía elsistema del trabajo asalariado.

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No basta con que las condiciones de trabajocristalicen en uno de los polos como capital y enel polo contrario como hombres que no tienennada que vender más que su fuerza de trabajo. Nibasta tampoco con obligar a éstos a venderse vo-luntariamente. En el transcurso de la produccióncapitalista, se va formando una clase obrera que, afuerza de educación, de tradición, de costumbre,se somete a las exigencias de este régimen de pro-ducción como a las más lógicas leyes naturales. Laorganización del proceso capitalista de produc-ción ya desarrollado vence todas las resistencias;la creación constante de una superpoblación re-lativa mantiene la ley de la oferta y la demanda detrabajo y, por ello, el salario a tono con las necesi-dades de crecimiento del capital, y la presión sordade las condiciones económicas sella el poder demando del capitalista sobre el obrero. Todavía seemplea, de vez en cuando, la violencia directa, ex-traeconómica; pero sólo en casos excepcionales.Dentro de la marcha natural de las cosas, ya puededejarse al obrero a merced de las «leyes naturalesde la producción», es decir, puesto en dependen-cia del capital, dependencia que las propias condi-ciones de producción engendran, garantizan y

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perpetúan. Durante la génesis histórica de la pro-ducción capitalista, no ocurre aún así. La burguesía,que va ascendiendo, necesita y emplea todavía elpoder del Estado para «regular» los salarios, esdecir, para sujetarlos dentro de los límites que be-nefician a la extracción de plusvalía, y para alargarla jornada de trabajo y mantener al mismo obreroen el grado normal de dependencia. Es éste unfactor esencial de la llamada acumulación origina-ria.

La clase de los obreros asalariados, que surgióen la segunda mitad del siglo XIV, sólo represen-taba por aquel entonces y durante el siglo si-guiente una parte muy pequeña de la población ytenía bien cubierta la espalda por la economía delos campesinos independientes, de una parte, y, deotra, por la organización gremial de las ciudades.Tanto en la ciudad como en el campo, había unacierta afinidad social entre patronos y obreros. Lasupeditación del trabajo al capital era sólo formal;es decir, el modo de producción no presentabaaún un carácter específicamente capitalista. El ele-mento variable del capital predominaba conside-rablemente sobre el constante. Por eso, la

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demanda de trabajo asalariado crecía rápida-mente con cada acumulación de capital mientrasla oferta sólo le seguía lentamente. Por aquelentonces, todavía se invertía en el fondo de con-sumo del obrero una gran parte del productonacional, que más tarde había de convertirse enfondo de acumulación de capital.

En Inglaterra, la legislación sobre el trabajo asalariado, encaminada desde el primer momentoa la explotación del obrero y enemiga de él desdeel primer instante hasta el último27 , comienza conel Estatuto de obreros de Eduardo III, en 1349. A élcorresponde, en Francia la Ordenanza de 1350, dic-tada en nombre del rey Juan. La legislación inglesay francesa siguen rumbos paralelos y tienen idén-tico contenido. En la parte en que los estatutosobreros procuran imponer la prolongación de lajornada de trabajo no hemos de volver sobre ellos,pues este punto ha sido tratado ya (parte 5 delcapítulo 8).

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27 «Siempre que la ley intenta zanjar las diferencias existentes entre los patronos (masters)y sus obreros, lo hace siguiendo los consejos de los patronos», dice A. Smith. «El espíritude las leyes es la propiedad», escribe Linguet.

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El Estatuto de Obreros se dictó ante las apre-miantes quejas de la Cámara de los Comunes.

«Antes» —dice candorosamente un tory—«los pobres exigían unos jornales tan altos, que po-nían en trance de ruina la industria y la riqueza.Hoy, sus salarios son tan bajos, que ponen tambiénen trance de ruina la industria y la riqueza, pero deotro modo y tal vez más amenazadoramente queantes».28

En este estatuto se establece una tarifa legalde salarios para el campo y la ciudad, por piezas ypor días. Los obreros del campo deberán contra-tarse por años, los de la ciudad «en el mercadolibre». Se prohibe, bajo penas de cárcel, abonar jor-nales superiores a los señalados por el estatuto,pero el delito de percibir tales salarios ilegales secastiga con mayor dureza que el delito de abonar-los. Siguiendo esta norma, en las sec. 18 y 19 delEstatuto de aprendices dictado por la reina Isabelse castiga con diez días de cárcel al que abonejornales excesivos; en cambio, al que los cobre se

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28 J. B. Byles. Sophisms of Free Trade. By a Barrister («Sofismas sobre el librecambismo».Por un abogado), London, 1850, p. 206. Y añade, maliciosamente: «Nosotros hemos estadosiempre dispuestos, cuanto de ayudar al patrono se trataba. ¿No se podrá ahora hacer algopor el obrero?»

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le castiga con veintiuno. Un estatuto de 1360 au-menta las penas y autoriza incluso al patrono paraimponer, mediante castigos corporales, el trabajopor el salario tarifado. Todas las combinaciones,contratos, juramentos, etc., con que se obliganentre sí los albañiles y los carpinteros son declara-dos nulos. Desde el siglo XIV hasta 1825, el año dela abolición de las leyes anticoalicionistas29 , las co-aliciones obreras son consideradas como un gravecrimen. Cuál era el espíritu que inspiraba el esta-tuto obrero de 1349 y sus hermanos menores seve claramente con sólo advertir que en él se fijabapor imperio del Estado un salario máximo; lo queno se prescribía ni por asomo era un salario mí-nimo.

Durante el siglo XVI, empeoró considerable-mente, como se sabe, la situación de los obreros. Elsalario en dinero subió, pero no proporcional-mente a la depreciación del dinero y a la corres-pondiente subida de los precios de las mercancías.

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29 Las leyes anticoalicionistas, que prohibían la creación y la actividad de cualquier organi-zación obrera, fueron promulgadas por el parlamento inglés en los años 1799 y 1800. En1824, el parlamento las derogó, confirmando la derogación una vez más en 1825. Sin em-bargo, incluso después de eso se limitó mucho la actividad de las uniones obreras. Hasta lasimple propaganda en favor de la adhesión de los obreros a las uniones y de la participaciónen las huelgas se consideraba «coerción» y «violencia» y se punía como delito de derechocomún.

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En realidad, pues, los jornales bajaron. A pesar deello, seguían en vigor las leyes encaminadas a ha-cerlos bajar, con la conminación de cortar la orejay marcar con el hierro candente a aquellos «quenadie quisiera tomar a su servicio». El Estatuto deaprendices del año 5 del reinado de Isabel, autori-zaba a los jueces de paz a fijar determinados sala-rios y modificarlos, según las épocas del año y losprecios de las mercancías. Jacobo I hizo extensivaesta norma a los tejedores, los hilanderos y todasuerte de categorías obreras, y Jorge II extendió lasleyes contra las coaliciones obreras a todas las ma-nufacturas.

Dentro del período propiamente manufactu-rero, el régimen capitalista de producción sentíaseya lo suficientemente fuerte para que la reglamen-tación legal de los salarios fuese tan impracticablecomo superflua, pero se conservaban, por si acaso,las armas del antiguo arsenal. Todavía el regla-mento publicado el año 8 del reinado de Jorge IIprohíbe que los oficiales de sastre de Londres y susalrededores cobren más de 2 chelines y 7 peni-ques y medio de jornal, salvo en casos de duelopúblico; el reglamento del año 13 del reinado de

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Jorge III, encomienda a los jueces de paz la regla-mentación del salario de los tejedores en seda; to-davía en 1796, fueron necesarios dos fallos de lostribunales superiores para decidir si las órdenes delos jueces de paz sobre salarios regían tambiénpara los obreros no agrícolas; en 1799, una ley delparlamento confirma que el salario de los obrerosmineros de Escocia se halla reglamentado por unestatuto de la reina Isabel y dos leyes escocesas de1661 y 1671. Un episodio inaudito, producido enla Cámara de los Comunes de Inglaterra, vino a de-mostrar hasta qué punto habían cambiado lascosas. Aquí, donde durante más de 400 años se ha-bían estado fabricando leyes sobre la tasa máximaque en modo alguno podía rebasar el salario pa-gado a un obrero, se levantó en 1796 un diputado,Whitbread, para proponer un salario mínimo paralos jornaleros del campo. Pitt se opuso a la pro-puesta, aunque reconociendo que «la situación delos pobres era cruel». Por fin, en 1813 fueron dero-gadas las leyes sobre reglamentación de salarios.Estas leyes eran una ridícula anomalía, desde elmomento en que el capitalista regía la fábrica consus leyes privadas, haciéndose necesario comple-tar el salario del bracero del campo con el tributo

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de pobreza para llegar al mínimo indispensable.Las normas de los Estatutos obreros sobre los con-tratos entre el patrono y sus jornaleros, sobre losplazos de aviso, etc., las que sólo permiten deman-dar por lo civil contra el patrono que falta a sus de-beres contractuales, permitiendo, en cambio,procesar por lo criminal al obrero que no cumplelos suyos, siguen en pleno vigor hasta la fecha.

Las crueles leyes contra las coaliciones hubie-ron de derogarse en 1825, ante la actitud amena-zadora del proletariado. No obstante, sólo fueronderogadas parcialmente. Hasta 1859 no desapare-cieron algunos hermosos vestigios de los antiguosestatutos. Finalmente, la ley votada por el parla-mento el 29 de junio de 1871 prometió borrar lasúltimas huellas de esta legislación de clase, me-diante el reconocimiento legal de las tradeunio-nes. Pero otra ley parlamentaria de la misma fecha(Acto para enmendar la criminal ley acerca de laviolencia, las amenazas y las vejaciones) restablece,en realidad, el antiguo estado de derecho bajo unaforma nueva. Mediante este escamoteo parlamen-tario, los recursos de que pueden valerse los obre-ros en caso de huelga o lockout (huelga de los

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fabricantes coaligados, para cerrar sus fábricas), sesustraen al derecho común y se someten a una le-gislación penal de excepción, que los propios fa-bricantes son los encargados de interpretar, en sufunción de jueces de paz. Dos años antes, la mismaCámara de los Comunes y el mismo señor Glads-tone, con su proverbial honradez, habían presen-tado un proyecto de ley aboliendo todas las leyespenales de excepción contra la clase obrera. Perono se le dejó pasar de la segunda lectura, y se fuedando largas al asunto, hasta que, por fin, el «granpartido liberal», fortalecido por la alianza con lostories30 , tuvo la valentía necesaria para votar con-tra el mismo proletariado que le había encara-mado en el poder. No contento con esta traición,el «gran partido liberal» permitió que los jueces in-gleses, que tanto se desviven en el servicio a lasclases gobernantes, desenterrasen las leyes yaprescritas sobre las «conspiraciones» y las aplica-sen a las coaliciones obreras. Como se ve, el parla-mento inglés renunció a las leyes contra lashuelgas y las tradeuniones de mala gana y presio-

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30 El partido de los tories, partido político inglés fundado a fines del año 70 y comienzos delos 80 del siglo XVII, expresaba los intereses de la aristocracia terrateniente y el alto clero.A mediados del siglo XIX, sobre la base del partido de los tories, fue fundado el Partido Con-servador, que, a veces, también se llama «tory».

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nado por las masas, después de haber desempe-ñado él durante cinco siglos, con el egoísmo másdesvergonzado, el papel de una tradeunión per-manente de los capitalistas contra los obreros.

En los mismos comienzos de la tormenta revo-lucionaria, la burguesía francesa se atrevió a arre-batar de nuevo a los obreros el derecho deasociación que acababan de conquistar. Por de-creto del 14 de junio de 1791, declaró todas las co-aliciones obreras como un «atentado contra lalibertad y la Declaración de los Derechos del Hom-bre», sancionable con una multa de 500 libras yprivación de la ciudadanía activa durante un año.Esta ley, que, poniendo a contribución el poder po-licíaco del Estado, procura encauzar dentro de loslímites que al capital le plazcan la lucha de concu-rrencia entablada entre el capital y el trabajo, so-brevivió a todas las revoluciones y cambios dedinastía. Ni el mismo régimen del terror31 se atre-vió a tocarla. No se la borró del Código penal hastahace muy poco. Nada más elocuente que el pre-texto que se dio, al votar la ley para justificar estegolpe de Estado burgués. «Aunque es de desear

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31 Trátase del Gobierno de la dictadura jacobina de Francia entre junio de 1793 y junio de1794.

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—dice el ponente de la ley, Le Chapelier— que lossalarios suban por encima de su nivel actual, paraque quienes los perciben puedan sustraerse a esadependencia absoluta que supone la carencia delos medios de vida más elementales, y que es casila esclavitud», a los obreros se les niega el derechoa ponerse de acuerdo sobre sus intereses, a actuarconjuntamente y, por tanto, a vencer esa «depen-dencia absoluta, que es casi la esclavitud», porquecon ello herirían «la libertad de sus anterioresdueños y actuales patronos» (¡la libertad de man-tener a los obreros en la esclavitud!), y porque elcoaligarse contra el despotismo de los antiguosmaestros de las corporaciones equivaldría —¡adi-vínese!— a restaurar las corporaciones abolidaspor la Constitución francesa.32

44.. GGÉÉNNEESSIISS DDEELL AARRRREENNDDAATTAARRIIOO CCAAPPIITTAALLIISSTTAA

Después de exponer el proceso de violentacreación de los proletarios libres y desheredados,el régimen sanguinario con que se les convirtió enobreros asalariados, las sucias altas medidas esta-tales que, aumentando el grado de explotación

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32 Buchez et Roux. Histoire Parlementaire («Historia parlamentaria») t. X, pp. 193-195, pas-sim

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del trabajo elevaban, con medios policíacos, laacumulación del capital, cumple preguntar:¿Cómo surgieron los primeros capitalistas? Pues laexpropiación de la población campesina sólo creadirectamente grandes propietarios de tierra. Encuanto a la génesis del arrendatario, puede, digá-moslo así, tocarse con la mano, pues constituye unproceso lento, que se arrastra a lo largo de muchossiglos. Los propios siervos, y con ellos los pequeñospropietarios libres no tenían todos, ni muchomenos, la misma situación patrimonial, siendo portanto emancipados en condicionas económicasmuy distintas.

En Inglaterra, la primera forma bajo la que sepresenta el arrendatario es la del bailiff tambiénsiervo. Su posición se parece mucho a la del villicus[capataz de esclavos] de la antigua Roma, aunquecon un radio de acción más reducido. Durante lasegunda mitad del siglo XIV es sustituido por uncolono o arrendatario, al que el señor de la tierraprovee de simiente, ganado y aperos de labranza.Su situación no difiere gran cosa de la del simplecampesino. La única diferencia es que explota mástrabajo asalariado. Pronto se convierte en métayer

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[aparcero], en semiarrendatario. Este pone unaparte del capital agrícola y el propietario la otra.Los frutos se reparten según la proporción fijadaen el contrato. En Inglaterra, esta forma no tardaen desaparecer, para ceder el puesto a la del verda-dero arrendatario, que explota su propio capitalempleando obreros asalariados y abonando al te-rrateniente como renta, en dinero o en especie,una parte del plusproducto.

Durante el siglo XV, mientras el campesino in-dependiente y el obrero agrícola, que, además detrabajar a jornal para otro, cultiva su propia tierra,se enriquecen con su trabajo, las condiciones devida del arrendatario y su campo de producciónno salen de la mediocridad. La revolución agrícoladel último tercio del siglo XV, que dura casi todo elsiglo XVI (aunque exceptuando los últimos dece-nios), enriquece al arrendatario con la misma cele-ridad con que empobrece a la población rural. Lausurpación de los pastos comunales, etc., le per-mite aumentar considerablemente casi sin gastossu contingente de ganado, al paso que éste le su-ministra abono más abundante para cultivar la tie-rra.

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En el siglo XVI viene a añadirse a éstos un fac-tor decisivo. Los contratos de arrendamiento eranentonces contratos a largo plazo, abundando losde noventa y nueve años. La constante deprecia-ción de los metales preciosos, y por tanto del di-nero, fue para los arrendatarios una lluvia de oro.Hizo —aun prescindiendo de todas las circunstan-cias ya expuestas— que descendiesen los salarios.Una parte de éstos pasó a incrementar las ganan-cias del arrendatario. El alza incesante de los pre-cios del trigo, de la lana, de la carne, en una palabra,de todos los productos agrícolas, vino a hinchar,sin intervención suya, el capital en dinero delarrendatario, mientras que la renta de la tierra, queél tenía que abonar, se contraía en su antiguo valoren dinero. De este modo, se enriquecía a untiempo mismo a costa de los jornaleros y del pro-pietario de la tierra. Nada tiene, pues, de extrañoque, a fines del siglo XVI, Inglaterra contase conuna clase de «arrendatarios capitalistas» ricos, paralo que se acostumbraba en aquellos tiempos.

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55.. LLAA IINNFFLLUUEENNCCIIAA IINNVVEERRSSAA DDEE LLAA RREEVVOOLLUUCCIIÓÓNNAAGGRRÍÍCCOOLLAA SSOOBBRREE LLAA IINNDDUUSSTTRRIIAA..

FFOORRMMAACCIIÓÓNN DDEELL MMEERRCCAADDOO IINNTTEERRIIOORR PPAARRAAEELL CCAAPPIITTAALL IINNDDUUSSTTRRIIAALL

La expropiación y el desahucio de la poblacióncampesina, realizados por ráfagas y constante-mente renovados, hacía afluir a la industria de lasciudades, como hemos visto, masas cada vez másnumerosas de proletarios desligados en absolutodel régimen gremial, sabia circunstancia que hacecreer al viejo A. Anderson33 (autor que no debeconfundirse con James Anderson), en su Historiadel Comercio, en una intervención directa de laprovidencia. Hemos de detenernos unos instantesa analizar este elemento de la acumulación origi-naria. Al enrarecimiento de la población rural in-dependiente que trabaja sus propias tierras nosólo corresponde una condensación del proleta-riado industrial, como al enrarecimiento de la ma-teria del universo en unos sitios, corresponde,según Geoffroy Saint-Hilaire, su condensación enotros.

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33 A. Anderson. An Historical and Chronological Deduction of the Origin of Commerce, fromthe Earliest Accounts to the present Time («Ensayo histórico y cronológico del comerciodesde los primeros datos hasta el presente»). La primera edición salió en Londres en 1764.

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A pesar de haber disminuido el número debrazos que la cultivaban, la tierra seguía dando elmismo producto o aún más, pues la revoluciónoperada en el régimen de la propiedad inmueblelleva aparejados métodos perfeccionados de cul-tivo, mayor cooperación, concentración de los me-dios de producción, etc., y los jornaleros del campono sólo son explotados más intensamente, sinoque, además, va reduciéndose en proporcionescada vez mayores el campo de producción en quetrabajan para ellos mismos. Con la parte de la po-blación rural que queda disponible quedan tam-bién disponibles, por tanto, sus antiguos mediosde subsistencia, que ahora se convierten en ele-mento material del capital variable. Ahora, el cam-pesino lanzado al arroyo, si quiere vivir, tiene quecomprar el valor de sus medios de vida a su nuevoseñor, el capitalista industrial, en forma de salario.Y lo que ocurre con los medios de vida, ocurretambién con las primeras materias agrícolas, deproducción local, suministradas a la industria. Estasse convierten en elemento del capital constante.

Supongamos, por ejemplo, que una parte delos campesinos de Westfalia, que en tiempos de

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Federico II hilaban todos lino, fue expropiada vio-lentamente y arrojada de sus tierras, mientras losrestantes se convertían en jornaleros de los gran-des arrendatarios. Simultáneamente, surgen gran-des fábricas de hilados de lino y de tejidos, en lasque entran a trabajar por un jornal los brazas quehan quedado «disponibles». El lino sigue siendo elmismo de antes. No ha cambiado en él ni una solafibra, y sin embargo, en su cuerpo se alberga ahorauna alma social nueva, pues este lino forma ahoraparte del capital constante del dueño de la manu-factura. Antes, se distribuía entre un sinnúmero depequeños productores, que lo cultivaban por símismos y lo hilaban en pequeñas cantidades, consus familias; ahora, se concentra en manos de unsolo capitalista, que hace que otros hilen y tejanpara él. Antes, el trabajo suplementario que se ren-día en el taller de hilado se traducía en un ingresosuplementario para innumerables familias campe-sinas, o también, bajo Federico II, en impuestospara el rey de Prusia.34 Ahora, se traduce en ganan-cia para un puñado de capitalistas. Los husos y lostelares, que antes se distribuían por toda la co-marca, se aglomeran ahora, con los obreros y la

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34 En el sentido figurado, «cobrados por nada».

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materia prima, en unos cuantos cuarteles del tra-bajo. Y de medios de vida independiente para hi-landeros y tejedores, los husos, los telares y lamateria prima se convierten en medios para so-meterlos al mando de otro y para arrancarles tra-bajo no retribuido. Ni en las grandes manufacturasni en las grandes granjas hay algún signo exteriorque indique que en ellas se reúnen muchos pe-queños hogares de producción y que deben suorigen a la expropiación de muchos pequeñosproductores independientes. Sin embargo, el ojoimparcial no se deja engañar tan fácilmente. Entiempo de Mirabeau, el terrible revolucionario, lasgrandes manufacturas se llamaban todavía manu-factures réunies, talleres reunidos, como decimosde las tierras cuando se juntan.

«Sólo se ven» —dice Mirabeau— «esas gran-des manufacturas, en las que trabajan cientos dehombres bajo las órdenes de un director y que sedenominan generalmente manufacturas reunidas.En cambio, aquellas en las que trabajan disemina-dos, cada cual por su cuenta, gran número deobreros, pasan casi inadvertidas. Se las relega a úl-timo término. Y esto es un error muy grande, pues

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son éstas las que forman la parte realmente másimportante de la riqueza nacional... La fábricareunida enriquecerá fabulosamente a uno o dosempresarios pero los obreros que en ella trabajanno son más que jornaleros mejor o peor pagados,que en nada participan del bienestar del fabri-cante. En cambio, en las fábricas separadas nadiese enriquece, pero gozan de bienestar multitud deobreros... El número de los obreros activos y eco-nómicos crecerá, porque éstos ven en la vida or-denada y en el trabajo un medio de mejorarnotablemente su situación, en vez de obtener unapequeña mejora de jornal, que jamás decidirá delporvenir y que, a lo sumo, permite al obrero vivirun poco mejor, pero siempre al día. Las manufac-turas separadas e individuales, combinadas casisiempre con un poco de labranza, son las únicaslibres»35

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35 Mirabeau. De la Monarchie Prusienne («De la monarquía prusiana») v. III, pp. 20-109, pás-sim. El que Mirabeau considere también a los talleres diseminados como más rentables y pro-ductivos que los «reunidos», no viendo en estos más que plantas de estufa sostenidasartificialmente con la ayuda del Estado, se debe a la situación en que entonces se encontrabauna gran parte de las manufacturas del continente.

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La expropiación y el desahucio de una partede la población rural, no sólo deja a los obreros, susmedios de vida y sus materiales de trabajo dispo-nibles para que el capital industrial los utilice, sinoque además crea el mercado interior.

En efecto, el movimiento que convierte a lospequeños labradores en obreros asalariados y asus medios de vida y de trabajo en elementos ma-teriales del capital, crea para éste, paralelamente,su mercado interior. Antes, la familia campesinaproducía y elaboraba los medios de vida y las ma-terias primas, que luego eran consumidas, en sumayor parte, por ella misma. Pues bien, estas ma-terias primas y estos medios de vida se conviertenahora en mercancías, vendidas por los grandesarrendatarios, que encuentran su mercado en lasmanufacturas. El hilo, el lienzo, los artículos bastosde lana, objetos todos de cuya materia prima dis-ponía cualquier familia campesina y que ella hi-laba y tejía para su uso, se convierten ahora enartículos manufacturados, que tienen su mercadoprecisamente en los distritos rurales. La numerosaclientela diseminada y controlada hasta aquí poruna muchedumbre de pequeños productores

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que trabajaban por cuenta propia se concentraahora en un gran mercado atendido por el capitalindustrial36 . De este modo, a la par con la expropia-ción de los antiguos labradores independientes ysu divorcio de los medios de producción, avanza ladestrucción de las industrias rurales secundarias,el proceso de diferenciación de la industria y laagricultura. Sólo la destrucción de la industria do-méstica rural puede dar al mercado interior de unpaís las proporciones y la firmeza que necesita elrégimen capitalista de producción.

Sin embargo, el período propiamente manu-facturero no aporta, en realidad, transformación ra-dical alguna. Recuérdese que la manufactura sóloinvade la producción nacional de un modo frag-mentario y siempre sobre el vasto panorama delartesanado urbano y de la industria secundariadoméstico-rural. Aunque elimine a ésta bajo cier-tas formas, en determinadas ramas industriales y

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36 «Veinte libras de lana convertidas insensiblemente en vestidos para el uso de un año deuna familia obrera, elaboradas por ella misma en el tiempo que otros trabajos le dejan libre,no son para causar asombro. Pero llevad la lana al mercado, enviadla a la fábrica, luego alcorredor, en seguida al comerciante, y tendréis grandes operaciones comerciales y un capitalnominal invertido en una cuantía que representa veinte veces su valor... Así se explota a laclase trabajadora, para mantener en pie una población fabril depauperada, una clase para-sitaria de tenderos y un sistema ficticio de comercio, de dinero y de finanzas» (David Urqu-hart. Familiar Words («Palabras amistosas»), p. 120].

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en algunos puntos, vuelve a ponerla en pie enotros en que ya estaba destruida, pues necesita deella para transformar la materia prima hasta ciertogrado de elaboración. La manufactura hace brotar,por tanto, una nueva clase de pequeños campesi-nos, que sólo se dedican a la agricultura como em-pleo secundario, explotando como oficiopreferente un trabajo industrial para vender suproducto a la manufactura, ya sea directamente opor mediación de un comerciante. He aquí una delas causas, aunque no la fundamental, de un fenó-meno que al principio desorienta a quien estudiala historia de Inglaterra. Desde el último tercio delsiglo XV, se escuchan en ella quejas constantes, in-terrumpidas sólo a intervalos, sobre los progresosdel capitalismo en la agricultura y la destrucciónprogresiva de la clase campesina. Por otra parte,esta clase campesina reaparece constantemente,aunque en número más reducido y en situacióncada vez peor. La razón principal de esto está enque en Inglaterra tan pronto predomina la pro-ducción de trigo como la ganadería, según los pe-ríodos, y con el tipo de producción oscila elvolumen de la producción campesina. Sólo la granindustria aporta, con la maquinaria, la base cons-

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tante de la agricultura capitalista, expropia radical-mente a la inmensa mayoría de la población delcampo y remata el divorcio entre la agricultura y laindustria doméstico-rural, cuyas raíces —la indus-tria de hilados y tejidos— arranca37 . Sólo ella con-quista, por tanto, para el capital industrial elmercado interior íntegro.

66.. GGÉÉNNEESSIISS DDEELL CCAAPPIITTAALLIISSTTAA IINNDDUUSSTTRRIIAALL

La génesis del capitalista industrial38 no sedesarrolla de un modo tan lento y paulatino comola del arrendatario. Es indudable que ciertos pe-queños maestros artesanos, y todavía más ciertospequeños artesanos independientes, e inclusoobreros asalariados, se convirtieron en pequeñoscapitalistas, y luego, mediante la explotación deltrabajo asalariado en una escala cada vez mayor yla acumulación consiguiente, en capitalistas sin re-servas. En el período de infancia de producción ca-pitalista, ocurría no pocas veces lo que en los añosde infancia de las ciudades medievales, en que el

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37 Tuckett sabe que la gran industria lanera brota de la verdadera manufactura y de la des-trucción de la manufactura rural o casera, con la introducción de la maquinaria [Tuckett. A.History etc. («Historia, etc.»), v. I., p. 144].38 La palabra «industrial» se emplea aquí por oposición a «agrícola». En el sentido de unacategoría económica, el arrendatario es tan capitalista industrial como el fabricante.

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problema de saber cuál de los siervos huidos lle-garía a ser el amo y cuál el criado se dirimía las másde las veces por el orden de fechas en que se es-capaban. Sin embargo, la lentitud de este métodono respondía en modo alguno a las exigencias co-merciales del nuevo mercado mundial, creado porlos grandes descubrimientos de fines del siglo XV.La Edad Media había legado dos formas distintasde capital, que alcanzaron su sazón en las más di-versas formaciones socioeconómicas y que antesde llegar la era del modo de producción capitalistaeran consideradas capital por antonomasia: capi-tal usurario y capital comercial.

«En la actualidad, toda la riqueza de la sociedadse concentra primeramente en manos del capita-lista... Este paga la renta al terrateniente, el salarioal obrero, los impuestos y el diezmo al recaudadorde contribuciones, quedándose para sí con unaparte grande, que en realidad es la parte mayor yque además tiende a crecer diariamente, del pro-ducto anual del trabajo. Ahora el capitalista puedeser considerado como el que se apropia de pri-

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mera mano toda la riqueza social, aunque ningunaley le ha transferido este derecho de apropiación...Este cambio de propiedad debe su origen al cobrode intereses por el capital... y es harto curioso quelos legisladores de toda Europa hayan querido evi-tar esto con leyes contra la usura... El poder del ca-pitalista sobre la riqueza toda del país es unacompleta revolución en el derecho de propiedady ¿qué ley o qué serie de leyes la originó?».39

El autor debería saber que las revoluciones nose hacen con leyes.

El régimen feudal, en el campo, y, en la ciudad,el régimen gremial impedían al capital-dinero, for-mado en la usura y en el comercio, convertirse encapital industrial. Estas barreras desaparecieroncon el licenciamiento de las huestes feudales ycon la expropiación y desahucio parciales de lapoblación campesina. Las nuevas manufacturashabían sido construidas en los puertos marítimosde exportación o en lugares del campo alejados

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39 The Natural and Artificial Right of Property Contrasted («El derecho natural y el artificial depropiedad contrastados»), London, 1832, pp. 98, 99. El autor de esta obra anónima es Th.Hodgskin.

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del control de las ciudades antiguas y de su régi-men gremial. De aquí la lucha rabiosa entabladaen Inglaterra entre las ciudades con régimen cor-porativo gremial y los nuevos viveros industriales.

El descubrimiento de los yacimientos de oro yplata de América, el exterminio, la esclavización yel sepultamiento en las minas de la poblaciónaborigen, el comienzo de la conquista y el saqueode las Indias Orientales, la conversión del conti-nente africano en cazadero de esclavos negros:tales son los hechos que señalan los albores de laera de producción capitalista. Estos procesos idíli-cos representan otros tantos factores fundamen-tales en el movimiento de la acumulaciónoriginaria. Tras ellos, pisando sus huellas, viene laguerra comercial de las naciones europeas, con elplaneta entero por escenario. Rompe el fuego conel alzamiento de los Países Bajos, que se sacudenel yugo de la dominación española40 , cobra pro-

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40 Los Países Bajos (el territorio de las actuales Bélgica y Holanda) se separaron de Españadespués de la revolución burguesa de 1566-1609; en la revolución se conjugaban la luchade la burguesía y las masas populares contra el feudalismo con la guerra de liberación na-cional contra la dominación española. En 1609, tras varias derrotas, España se vio forzadaa reconocer la independencia de la república burguesa de Holanda. El territorio de la actualBélgica permaneció en manos de España hasta 1714.

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porciones gigantescas en Inglaterra con la guerraantijacobina41 , sigue ventilándose en China en lasguerras del opio42 , etc.

Las diversas etapas de la acumulación origina-ria tienen su centro, en un orden cronológico máso menos preciso, en España, Portugal, Holanda,Francia e Inglaterra. Es aquí, en Inglaterra, donde afines del siglo XVII se resumen y sintetizan siste-máticamente en el sistema colonial, el sistema dela deuda pública, el moderno sistema tributario yel sistema proteccionista. En parte, estos métodosse basan, como ocurre con el sistema colonial, enla más burda de las violencias. Pero todos ellos sevalen del poder del Estado, de la fuerza concen-trada y organizada de la sociedad, para acelerar apasos agigantados el proceso de transformacióndel modo feudal de producción en el modo capi-talista y acortar las transiciones. La violencia es la

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41 Trátase de las guerras de Inglaterra contra Francia en el período de la revolución burguesafrancesa de fines del siglo XVIII. Durante estas contiendas, el Gobierno inglés estableció ensu país un brutal régimen de terror contra las masas trabajadoras. En particular, en dicho pe-ríodo fueron aplastadas varias sublevaciones populares y se adoptaron leyes que prohibíanlas uniones obreras.42 Las guerras del opio eran guerras de conquista contra China que sostuvo Inglaterra solaen los años de 1839 a 1842 y en compañía de Francia en los años de 1856-1858 y 1860.Sirvieron de pretexto para la primera guerra las medidas de las autoridades chinas para com-batir el comercio de contrabando de opio organizado por los ingleses.

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comadrona de toda sociedad vieja que lleva ensus entrañas otra nueva. Es ella misma una poten-cia económica.

Del sistema colonial cristiano dice un hombre,que hace del cristianismo su profesión, W. Howitt:

«Los actos de barbarie y de desalmada cruel-dad cometidos por las razas que se llaman cristia-nas en todas las partes del mundo y contra todoslos pueblos del orbe que pudieron subyugar, noencuentran precedente en ninguna época de lahistoria universal ni en ninguna raza, por salvaje einculta, por despiadada y cínica que ella sea»43 .

La historia del régimen colonial holandés —yténgase en cuenta que Holanda era la nación ca-pitalista modelo del siglo XVII— «hace desfilarante nosotros un cuadro insuperable de traiciones,cohechos, asesinatos e infamias»44 . Nada más elo-cuente que el sistema de robo de hombres apli-cado en la isla de Célebes, para obtener esclavos

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43 William Howitt. Colonization and Christianity. A Popular History of the Treatment of the Na-tiles by the Europeans in all their Colonies («Colonización y cristiandad. Historia popular decómo los europeos tratan a los nativos en todas sus colonias»), London, 1838, p. 9.44 Thomas Stamford Raffles, late Lieut. Governor of Java. The History of Java («Historia deJava»), London, 1817 [v. II, pp. CXC-CXCI, apéndice].

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con destino a Java. Los ladrones de hombres eranamaestrados convenientemente. Los agentes prin-cipales de este trato eran el ladrón, el intérprete yel vendedor; los príncipes nativos, los vendedoresprincipales. Los muchachos robados eran escon-didos en las prisiones secretas de Célebes, hastaque estuviesen ya maduros para ser embarcadoscon un cargamento de esclavos. En un informe ofi-cial leemos:

«Esta ciudad de Makassar, por ejemplo, estállena de prisiones secretas, a cual más espantosa,abarrotadas de infelices, víctimas de la codicia y latiranía, cargados de cadenas, arrancados violenta-mente a sus familias».

Para apoderarse de Malaca, los holandeses so-bornaron al gobernador portugués. Este les abriólas puertas de la ciudad en 1641. Los invasores co-rrieron en seguida a su palacio y le asesinaron,para de este modo poder «renunciar» al pago dela suma convenida por el servicio, que eran 21.875libras esterlinas. A todas partes les seguía la devas-tación y la despoblación. Banjuwangi, provincia deJava, que en 1750 contaba con más de 80.000 ha-

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bitantes, quedó reducida en 1811 a 8.000. He aquícómo se las gasta el comercio inocente.

Como es sabido, la Compañía inglesa de las In-dias Orientales45 obtuvo, además del poder polí-tico en estas Indias, el monopolio del comercio deté y del comercio chino en general, así como el deltransporte de mercancías de Europa a China y vi-ceversa. Pero del monopolio de la navegación cos-tera de la India y entre las islas, y del comerciointerior de la India, se apropiaron los altos funcio-narios de la Compañía. Los monopolios de la sal,del opio, del bétel y otras mercancías eran filonesinagotables de riqueza. Los mismos funcionariosfijaban los precios a su antojo y esquilmabancomo les daba la gana al infeliz indio. El goberna-dor general de las Indias llevaba participación eneste comercio privado. Sus favoritos obtenían con-tratos en condiciones que les permitían, mejor quelos alquimistas, hacer oro de la nada. En un solo díabrotaban como los hongos grandes fortunas, y la

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45 La Compañía de las Indias Orientales era una compañía inglesa de comercio (1600-1858),instrumento de la política saqueadora colonial de Gran Bretaña en la India, China y otros pa-íses de Asia. Durante mucho tiempo poseía el monopolio del comercio con la India, le per-tenecían igualmente las principales funciones de gobierno en ese último país. La insurrecciónde liberación nacional de 1857-1859 en la India obligó a Gran Bretaña a cambiar las formasde dominación colonial y a liquidar la Compañía de las Indias Orientales.

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acumulación originaria avanzaba viento en popasin desembolsar ni un chelín. En las actas judicialesdel Warren Hastings abundan ejemplos de esto.He aquí uno. Un tal Sullivan obtiene un contratode opio cuando se dispone a trasladarse —en fun-ción de servicio— a una región de la India muyalejada de los distritos opieros. Sullivan vende sucontrato por 40.000 libras esterlinas a un tal Binnque lo revende el mismo día por 60.000, y el últimocomprador y ejecutor del contrato declara que ob-tuvo todavía una ganancia fabulosa. Según unalista sometida al parlamento, la Compañía y susfuncionarios se hicieron regalar por los indios,desde 1757 hasta 1766, ¡6 millones de libras ester-linas! Entre 1769 y 1770, los ingleses fabricaron allíuna epidemia de hambre, acaparando todo elarroz y negándose a venderlo si no les pagabanprecios fabulosos.

En las plantaciones destinadas exclusivamenteal comercio de exportación, como en las Indias Oc-cidentales, y en los países ricos y densamente po-blados, entregados al pillaje y a la matanza, comoMéxico y las Indias Orientales, era, naturalmente,donde el trato dado a los indígenas revestía las for-

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mas más crueles. Pero tampoco en las verdaderascolonias se desmentía el carácter cristiano de laacumulación originaria. Aquellos hombres, virtuo-sos intachables del protestantismo, los puritanosde la Nueva Inglaterra, otorgaron en 1703, poracuerdo de su Asamblea Legislativa, un premio de40 libras esterlinas por cada escalpo de indio y porcada piel roja apresado; en 1720, el premio era de100 libras por escalpo; en 1744, después de decla-rar en rebeldía a una tribu de Massachusetts-Bay,los premios eran los siguientes: por los escalpos devarón, desde doce años para arriba, 100 libras es-terlinas de nuevo cuño; por cada hombre apre-sado, 105 libras; por cada mujer y cada niño, 55libras; ¡por cada escalpo de mujer o niño, 50 libras!Algunos decenios más tarde, el sistema colonial in-glés había de vengarse en los descendientes re-beldes de los devotos padres peregrinos, quecayeron tomahawkeados bajo la dirección y asueldo de Inglaterra. El parlamento británico de-claró que la caza de hombres y el escalpar eran«recursos que Dios y la naturaleza habían puestoen sus manos».

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Bajo el sistema colonial, prosperaban comoplanta de estufa el comercio y la navegación. Las«Sociedades Monopolias» (Lutero) eran poderosaspalancas de concentración de capitales. Las colo-nias brindaban a las nuevas manufacturas, quebrotaban por todas partes, mercado para sus pro-ductos y una acumulación de capital intensificadagracias al régimen de monopolio. El botín conquis-tado fuera de Europa mediante el saqueo desca-rado, la esclavización y la matanza refluían a lametrópoli para convertirse aquí en capital. Ho-landa, primer país en que se desarrolló plena-mente el sistema colonial, había llegado ya en1648 al apogeo de su grandeza mercantil. Se ha-llaba «en posesión casi exclusiva del comercio delas Indias Orientales y del tráfico entre el Suroestey el Nordeste de Europa. Sus pesquerías, su marinay sus manufacturas sobrepujaban a las de todoslos demás países. Los capitales de esta repúblicasuperaban tal vez a los del resto de Europajunto»46.

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46 Marx cita el trabajo de Gülich Geschichtliche Dartsellung des Handels, der Gewerbe unddes Ackerbaus der bedeutendsten handeltreibenden Staaten unsrer Zeit («Descripciónhistórica del comercio, la industria y la agricultura de los principales Estados comerciales denuestra época»). Bd. I, Jena, 1830, S. 371.

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Gülich, autor de estas líneas, se olvida de añadirque la masa del pueblo holandés se hallaba ya en1648 más agotada por el trabajo, más empobre-cida y más brutalmente oprimida que la del restode Europa junto.

Hoy, la supremacía industrial lleva consigo lasupremacía comercial. En el verdadero períodomanufacturero sucedía lo contrario: era la supre-macía comercial la que daba el predominio en elcampo de la industria. De aquí el papel predomi-nante que en aquellos tiempos desempeñaba elsistema colonial. Era el «dios extranjero» que veníaa entronizarse en el altar junto a los viejos ídolosde Europa y que un buen día los echaría a todos arodar de un empellón. Este dios proclamaba laacumulación de plusvalía como el fin último yúnico de la humanidad.

El sistema del crédito público, es decir, de ladeuda del Estado, cuyos orígenes descubríamosya en Génova y en Venecia en la Edad Media, seadueñó de toda Europa durante el período manu-facturero. El sistema colonial, con su comercio ma-rítimo y sus guerras comerciales, le sirvió de

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acicate. Por eso fue Holanda el primer país en quearraigó. La deuda pública, o sea, la enajenación delEstado —absoluto, constitucional o republicano—, imprime su sello a la era capitalista. La única partede la llamada riqueza nacional que entra real y ver-daderamente en posesión colectiva de los pue-blos modernos es... la deuda pública. Por eso esperfectamente consecuente esa teoría moderna,según la cual un pueblo es tanto más rico cuantomás se carga de deudas. El crédito público se con-vierte en credo del capitalista. Y al surgir las deudasdel Estado, el pecado contra el Espíritu Santo, parael que no hay remisión, cede el puesto al perjuriocontra la deuda pública.

La deuda pública se convierte en una de laspalancas más potentes de la acumulación origina-ria. Es como una varita mágica que infunde virtudprocreadora al dinero improductivo y lo convierteen capital sin exponerlo a los riesgos ni al esfuerzoque siempre lleva consigo la inversión industrial eincluso la usuraria. En realidad, los acreedores delEstado no entregan nada, pues la suma prestadase convierte en títulos de la deuda pública, fácil-mente negociables, que siguen desempeñandoen sus manos el mismísimo papel del dinero. Pero

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aún prescindiendo de la clase de rentistas ociososque así se crea y de la riqueza improvisada que vaa parar al regazo de los financieros que actúan demediadores entre el Gobierno y el país —así comode la riqueza regalada a los arrendadores de im-puestos, comerciantes y fabricantes particulares, acuyos bolsillos afluye una buena parte de los em-préstitos del Estado, como un capital llovido delcielo—, la deuda pública ha venido a dar impulsoa las sociedades anónimas, al tráfico de efectos ne-gociables de todo género, al agio; en una palabra,a la lotería de la bolsa y a la moderna bancocracia.

Desde el momento mismo de nacer, los gran-des bancos, adornados con títulos nacionales, nofueron nunca más que sociedades de especulado-res privados que cooperaban con los gobiernos yque, gracias a los privilegios que éstos les otorga-ban, estaban en condiciones de adelantarles di-nero. Por eso, la acumulación de la deuda públicano tiene barómetro más infalible que el alza pro-gresiva de las acciones de estos bancos, cuyopleno desarrollo data de la fundación del Bancode Inglaterra (en 1694). Este último comenzó pres-tando su dinero al Gobierno a un 8 por 100 de in-

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terés; al mismo tiempo, quedaba autorizado por elparlamento para acuñar dinero del mismo capital,volviendo a prestarlo al público en forma de bille-tes de banco. Con estos billetes podía descontarletras, abrir créditos sobre mercancías y comprarmetales preciosos. No transcurrió mucho tiempoantes de que este mismo dinero fiduciario fabri-cado por él le sirviese de moneda para saldar losempréstitos hechos al Estado y para pagar los in-tereses de la deuda pública por cuenta de éste. Nocontento con dar con una mano para recibir con laotra más de lo que daba, seguía siendo, a pesar delo que se embolsaba, acreedor perpetuo de la na-ción hasta el último céntimo entregado. Poco apoco, fue convirtiéndose en depositario insustitui-ble de los tesoros metálicos del país y en centrode gravitación de todo el crédito comercial. Por losaños en que Inglaterra dejaba de quemar brujas,comenzaba a colgar falsificadores de billetes debanco. Las obras de aquellos años, por ejemplo, lasde Bolingbroke muestran qué impresión producíaa las gentes de la época la súbita aparición de estemonstruo de bancócratas, financieros, rentistas, co-rredores, agentes y lobos de bolsa.

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Con la deuda pública surgió un sistema inter-nacional de crédito, detrás del que se esconde confrecuencia, en tal o cual pueblo, una de las fuentesde la acumulación originaria. Así, por ejemplo, lasinfamias del sistema de rapiña seguido en Veneciaconstituyen una de esas bases ocultas de la ri-queza capitalista de Holanda, a quien la Veneciadecadente prestaba grandes sumas de dinero.Otro tanto acontece entre Holanda e Inglaterra. Yaa comienzos del siglo XVIII, las manufacturas ho-landesas se habían quedado muy atrás y Holandahabía perdido la supremacía comercial e industrial.Por eso, desde 1701 hasta 1776, uno de sus nego-cios principales consiste en prestar capitales gi-gantescos, sobre todo a su poderoso competidor:a Inglaterra. Es lo mismo que hoy ocurre entre In-glaterra y los Estados Unidos. Muchos de los capi-tales que hoy comparecen en Norteamérica sincédula de origen son sangre infantil recién capita-lizada en Inglaterra.

Como la deuda pública tiene que ser respal-dada por los ingresos del Estado, que han de cubrirlos intereses y demás pagos anuales, el sistema delos empréstitos públicos tenía que ser forzosa-

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mente el complemento del moderno sistema tri-butario. Los empréstitos permiten a los gobiernoshacer frente a gastos extraordinarios sin que elcontribuyente se dé cuenta de momento, peroprovocan, a la larga, un recargo en los tributos. A suvez, el recargo de impuestos que trae consigo laacumulación de las deudas contraídas sucesiva-mente obliga al Gobierno a emitir nuevos emprés-titos, en cuanto se presentan nuevos gastosextraordinarios. El sistema fiscal moderno, que giratodo él en torno a los impuestos sobre los artícu-los de primera necesidad (y por tanto a su encare-cimiento) lleva en sí mismo, como se ve, el resortepropulsor de su progresión automática. El excesivogravamen impositivo no es un episodio pasajero,sino más bien un principio. Por eso en Holanda,primer país en que se puso en práctica este sis-tema, el gran patriota De Witt lo ensalza en susMáximas47 como el mejor sistema imaginable parahacer al obrero sumiso, frugal, aplicado y... ago-biado de trabajo. Pero, aquí no nos interesan tanto

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47 Por lo visto, Marx se refiere aquí a la edición inglesa del libro Aanwysing der heilsamepolitike Gronden en Maximen van de Republike van Holland en West-Friesland («Indicaciónde los más importantes principios y máximas de la República de Holanda y de Frisia Occi-dental»), atribuido a Jan de Witt y publicado por vez primera en Leyden en 1622. Como seha establecido, a excepción de dos capítulos escritos por Jan de Witt, el autor del libro eraPieter von der Hore (Pieter de la Court), economista y empresario holandés.

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los efectos aniquiladores de este sistema encuanto a la situación de los obreros asalariadoscomo la expropiación violenta que supone para elcampesino, el artesano, en una palabra, para todoslos sectores de la pequeña clase media. Acerca deesto no hay discrepancia, ni siquiera entre los eco-nomistas burgueses. Y a reforzar la eficacia expro-piadora de este mecanismo, por si aún fuese poca,contribuye el sistema proteccionista, que es unade las piezas que lo integran.

La parte tan considerable que toca a la deudapública y al sistema fiscal correspondiente en lacapitalización de la riqueza y en la expropiaciónde las masas, ha hecho que multitud de autores,como Cobbett, Doubleday y otros, busquen aquí,sin razón, la causa principal de la miseria de lospueblos modernos.

El sistema proteccionista fue un medio artificialpara fabricar fabricantes, expropiar a los obrerosindependientes, capitalizar los medios de produc-ción y de vida de la nación y abreviar violenta-mente el tránsito del modo antiguo al modomoderno de producción. Los Estados europeos se

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disputaron la patente de este invento y, una vezpuestos al servicio de los acumuladores de plus-valía, abrumaron a su propio pueblo y a los extra-ños, para conseguir aquella finalidad, con la cargaindirecta de los aranceles protectores, con el fardodirecto de las primas de exportación, etc. En los pa-íses secundarios dependientes vecinos se exter-minó violentamente toda la industria, como hizopor ejemplo Inglaterra con las manufacturas lane-ras en Irlanda. En el continente europeo, vino asimplificar notablemente este proceso el prece-dente de Colbert. Aquí, una parte del capital origi-nario de los industriales sale directamente delerario público.

«¿Para qué» —exclama Mirabeau— «ir a bus-car tan lejos la causa del esplendor manufacturerode Sajonia antes de la guerra de los Siete años?¡180 millones de deuda pública!».48

El sistema colonial, la deuda pública, la mon-taña de impuestos, el proteccionismo, las guerrascomerciales, etc., todos estos vástagos del verda-dero período manufacturero se desarrollaron en

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48 Mirabeau. De la Monarchie Prusienne («De la monarquía prusiana»), t. VI, p. 101.

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proporciones gigantescas durante los años de in-fancia de la gran industria... El nacimiento de estaindustria es festejado con la gran cruzada heródicadel rapto de niños. Las fábricas reclutan su perso-nal, como la Marina real, por medio de la prensa. SirF. M. Eden, al que tanto enorgullecen las atrocida-des de la campaña librada desde el último terciodel siglo XV hasta su época, fines del siglo XVIII,para expropiar de sus tierras a la población delcampo, que tanto se complace en ensalzar esteproceso histórico como un proceso «necesario»para abrir paso a la agricultura capitalista e «ins-taurar la proporción justa entre la tierra de labor yla destinada al ganado», no acredita la misma pers-picacia económica cuando se trata de reconocer lanecesidad del robo de niños y de la esclavitud in-fantil para abrir paso a la transformación de la ma-nufactura en industria fabril e instaurar laproporción justa entre el capital y la fuerza de tra-bajo.

«Merece tal vez la pena» —dice este autor—«que el público se pare a pensar si una manufac-tura cualquiera que, para poder trabajar próspera-mente, necesita saquear cotteges y asilos

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buscando los niños pobres para luego, haciendodesfilar a un tropel tras otro, martirizarlos y robarlesel descanso durante la mayor parte de la noche;una manufactura que, además, mezcla y revuelvea montones de personas de ambos sexos, de di-versas edades e inclinaciones, en tal mezcolanzaque el contagio del ejemplo tiene forzosamenteque conducir a la depravación y al libertinaje; siesta manufactura, decimos, puede enriquecer enalgo la suma del bienestar nacional e individual»49

«En Derbyshire, Nottinghamshire y sobre todo enLancashire» —dice Fielden— «la maquinaria re-cién inventada fue empleada en grandes fábricas,construidas junto a ríos capaces de mover la ruedahidráulica. En estos centros, lejos de las ciudades,se necesitaron de pronto miles de brazos. Lancas-hire, sobre todo, que hasta entonces había sido re-lativamente poco poblado e improductivo, atrajohacia sí una enorme población. Se requisabanprincipalmente las manos de dedos finos y ligeros.Inmediatamente se impuso la costumbre de traeraprendices (!) de los diferentes asilos parroquialesde Londres, Birmingham y otros sitios. Así fueronexpedidos al Norte miles y miles de criaturitas im-

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49 Eden. The State of the Poor («La situación de los pobres»), t. II, cap. I p. 421.

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potentes, desde los siete hasta los trece o los ca-torce años. Los patronos» (es decir, los ladrones deniños) «solían vestir y dar de comer a sus víctimas,alojándolos en las «casas de aprendices» cerca dela fábrica. Se nombraban vigilantes encargados defiscalizar el trabajo de los muchachos. Estos capa-taces de esclavos estaban interesados en que losaprendices se matasen trabajando, pues su sueldoera proporcional a la cantidad de producto que alos niños se les arrancaba. El efecto lógico de estoera una crueldad espantosa... En muchos distritosfabriles, sobre todo en Lancashire, estas criaturasinocentes y desgraciadas, consignadas al fabri-cante, eran sometidas a las más horribles torturas.Se las mataba trabajando.... se las azotaba, se lascargaba de cadenas y se las atormentaba con losmás escogidos refinamientos de crueldad; en mu-chas fábricas, andaban muertos de hambre y se leshacía trabajar a latigazos... En algunos casos, se lesimpulsaba hasta al suicidio... Aquellos hermosos yrománticos valles de Derbyshire, Nottinghamshirey Lancashire, ocultos a las miradas de la publicidad,se convirtieron en páramos infernales de tortura, yno pocas veces de matanza... Las ganancias de losfabricantes eran enormes. Pero, ello no hacía más

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que afilar sus dientes de ogro. Se implantó la prác-tica del trabajo nocturno, es decir, que después detullir trabajando durante todo el día a un grupo deobreros, se aprovechaba la noche para baldar aotro; el grupo de día caía rendido sobre las camascalientes todavía de los cuerpos del grupo denoche, y viceversa. En Lancashire, hay un dicho po-pular, según el cual las camas no se enfríannunca»50 .

Con los progresos de la producción capitalistadurante el período manufacturero, la opinión pú-blica de Europa perdió los últimos vestigios depudor y de conciencia que aún le quedaban. Losdiversos países se jactaban cínicamente de todaslas infamias que podían servir de medios de acu-mulación de capital. Basta leer, por ejemplo, los in-genuos Anales del Comercio, del filisteo A.Anderson. En ellos se proclama a los cuatro vien-tos, como un triunfo de la sabiduría política de In-glaterra, que, en la paz de Utrecht, este paísarrancó a los españoles, por el tratado de asiento,el privilegio de poder explotar también entreAfrica y la América española la trata de negros, que

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50 John Fielden. The Curse of the Factory System («La maldición del sistema fabril»), pp.5, 6

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hasta entonces sólo podía explotar entre Africa ylas Indias Occidentales inglesas. Inglaterra obtuvoel privilegio de suministrar a la América española,hasta 1743, 4.800 negros al año. Este comercio ser-vía, a la vez, de pabellón oficial para cubrir el con-trabando británico. Liverpool se engrandeciógracias al comercio de esclavos. Este comercio erasu método de acumulación originaria. Y hasta hoy,la «respetable sociedad» de Liverpool sigue siendoel Píndaro de la trata de esclavos que —véase lacitada obra del Dr. Aikin, publicada en 1795—,«exalta hasta la pasión el espíritu comercial y em-prendedor, produce famosos navegantes y arrojaenormes beneficios». En 1730, Liverpool dedicaba15 barcos al comercio de esclavos; en 1751 eranya 53; en 1760, 74; en 1770, 96, y en 1792, 132.

A la par que implantaba en Inglaterra la escla-vitud infantil, la industria algodonera servía de aci-cate para convertir la economía esclavista más omenos patriarcal de los Estados Unidos en un sis-tema comercial de explotación. En general, la es-clavitud encubierta de los obreros asalariados enEuropa exigía, como pedestal, la esclavitud sinreservas en el Nuevo Mundo.

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Tantae molis erat 51 el dar suelta a las «leyes na-turales y eternas» del modo de producción capita-lista, el consumar el proceso de divorcio entre losobreros y las condiciones de trabajo, el transfor-mar, en uno de los polos, los medios sociales deproducción y de vida en capital, y en el polo con-trario la masa del pueblo en obreros asalariados,en «pobres trabajadores» libres, este producto ar-tificial de la historia moderna. Si el dinero, segúnAugier52 , «nace con manchas naturales de sangreen un carrillo», el capital viene al mundo chorre-ando sangre y lodo por todos los poros, desde lospies hasta la cabeza.

77.. TTEENNDDEENNCCIIAA HHIISSTTÓÓRRIICCAA DDEE LLAA AACCUUMMUULLAACCIIÓÓNNCCAAPPIITTAALLIISSTTAA

¿A qué se reduce la acumulación originaria delcapital, es decir, su génesis histórica? En tanto queno es la transformación directa del esclavo y delsiervo de la gleba en obrero asalariado, o sea, unsimple cambio de forma, la acumulación originaria

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51 En 1790, en las Indias Occidentales inglesas había 10 esclavos por cada hombre libre; enlas Indias francesas, 14; en las holandesas, 23 [Henry Brougham. An Inquiry into the ColonialPolicy of the European Powers («Investigación de la política colonial de las potencias euro-peas»), Edinburgh, 1803, v. II., p. 74].52 Marie Augier. Du Crédit Public («Del crédito público»).

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significa solamente la expropiación del productordirecto, o lo que es lo mismo, la destrucción de lapropiedad privada basada en el trabajo propio.

La propiedad privada, por oposición a la social,colectiva, sólo existe allí, donde los medios de tra-bajo y las condiciones externas de éste pertene-cen a particulares. Pero el carácter de la propiedadprivada es muy distinto, según que estos particu-lares sean los trabajadores o los que no trabajan.Las infinitas modalidades que a primera vista pre-senta la propiedad privada no hacen más que re-flejar los estados intermedios situados entre esosdos extremos.

La propiedad privada del trabajador sobre susmedios de producción es la base de la pequeñaproducción y ésta es una condición necesaria parael desarrollo de la producción social y de la libreindividualidad del propio trabajador. Cierto es queeste modo de producción existe también bajo laesclavitud, bajo la servidumbre de la gleba y enotras relaciones de dependencia. Pero sólo florece,sólo despliega todas sus energías, sólo conquistala forma clásica adecuada allí donde el trabajador

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es propietario privado y libre de las condicionesde trabajo manejadas por él mismo, el campesinodueño de la tierra que trabaja, el artesano dueñodel instrumento que maneja como virtuoso.

Este modo de producción supone el fraccio-namiento de la tierra y de los demás medios deproducción. Excluye la concentración de éstos yexcluye también la cooperación, la división del tra-bajo dentro de los mismos procesos de produc-ción, el dominio y la regulación social de lanaturaleza, el libre desarrollo de las fuerzas pro-ductivas de la sociedad. Sólo es compatible conunos límites estrechos y primitivos de la produc-ción y de la sociedad. Querer eternizarlo, equival-dría, como acertadamente dice Pecqueur, a«decretar la mediocridad general»53 . Pero, al llegara un cierto grado de progreso, él mismo crea losmedios materiales para su destrucción. A partir deeste momento, en el seno de la sociedad se agitanfuerzas y pasiones que se sienten aherrojadas porél. Hácese necesario destruirlo, y es destruido. Sudestrucción, la transformación de los medios de

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53 C. Pecqueur. Théorie nouvelle d'économie sociale et politiques, ou Études sur l'organisationdes sociétés («Nueva teoría de la economía social y política, o Estudios sobre la organizaciónde las sociedades»), Paris, 1842, p. 435.

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producción individuales y desperdigados en me-dios socialmente concentrados de producción, ypor tanto de la propiedad minúscula de muchosen propiedad gigantesca de unos pocos; la expro-piación de la gran masa del pueblo, privándola dela tierra y de los medios de vida e instrumentos detrabajo, esta horrible y penosa expropiación de lamasa del pueblo forma la prehistoria del capital.Abarca toda una serie de métodos violentos, entrelos cuales sólo hemos pasado revista aquí a losque han hecho época como métodos de acumu-lación originaria del capital. La expropiación de losproductores directos se lleva a cabo con el másdespiadado vandalismo y bajo el acicate de las pa-siones más infames, ruines, mezquinas y odiosas.La propiedad privada fruto del propio esfuerzo ybasada, por decirlo así, en la compenetración delobrero individual e independiente con sus condi-ciones de trabajo, es desplazada por la propiedadprivada capitalista, que se basa en la explotaciónde la fuerza de trabajo ajena, aunque formalmentelibre54 .

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54 «Hemos entrado en un régimen social totalmente nuevo... tendemos a separar todo tipode propiedad de todo tipo de trabajo» [Sismondi. Nouveaux Principes de l'Économie Politique(«Nuevos principios de la Economía política,), t. II, Paris, 1827, p. 434].

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Una vez que este proceso de transformaciónha corroído suficientemente, en profundidad y ex-tensión, la sociedad antigua, una vez que los pro-ductores se han convertido en proletarios y suscondiciones de trabajo en capital, una vez que elmodo capitalista de producción se mueve ya porsus propios medios, el rumbo ulterior de la socia-lización del trabajo y de la transformación de la tie-rra y demás medios de producción en medios deproducción explotados socialmente, es decir, so-ciales, y por tanto, la marcha ulterior de la expro-piación de los propietarios privados, cobra unaforma nueva. Ahora ya no es el trabajador que go-bierna su economía el que debe ser expropiado,sino el capitalista que explota a numerosos obre-ros.

Esta expropiación se lleva a cabo por el juegode leyes inmanentes de la propia producción ca-pitalista, por la centralización de los capitales. Uncapitalista devora a muchos otros. Paralelamente aesta centralización o expropiación de una multi-tud de capitalistas por unos pocos, se desarrollacada vez en mayor escala la forma cooperativa delproceso del trabajo, se desarrolla la aplicación tec-

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nológica consciente de la ciencia, la metódica ex-plotación de la tierra, la transformación de los me-dios de trabajo en medios de trabajo que sólopueden ser utilizados en común, y la economía detodos los medios de producción, por ser utilizadoscomo medios de producción del trabajo combi-nado, del trabajo social, el enlazamiento de todoslos pueblos por la red del mercado mundial y,como consecuencia de esto, el carácter internacio-nal del régimen capitalista. A la par con la dismi-nución constante del número de magnates delcapital, que usurpan y monopolizan todas las ven-tajas de este proceso de transformación, aumentala masa de la miseria, de la opresión, de la esclavi-tud, de la degradación y de la explotación; peroaumenta también la indignación de la claseobrera, que constantemente crece en número, seinstruye, unifica y organiza por el propio meca-nismo del proceso capitalista de producción. Elmonopolio del capital se convierte en traba delmodo de producción que ha florecido junto con ély bajo su amparo. La centralización de los mediosde producción y la socialización del trabajo llegana tal punto que se hacen incompatibles con su en-

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voltura capitalista. Esta se rompe. Le llega la hora ala propiedad privada capitalista. Los expropiadoresson expropiados.

El modo capitalista de apropiación que brotadel modo capitalista de producción, y, por tanto, lapropiedad privada capitalista, es la primera nega-ción de la propiedad privada individual basada enel trabajo propio. Pero la producción capitalista en-gendra, con la fuerza inexorable de un proceso dela naturaleza, su propia negación. Es la negaciónde la negación. Esta no restaura la propiedad pri-vada, sino la propiedad individual, basada en losprogresos de la era capitalista: en la cooperación yen la posesión colectiva de la tierra y de los me-dios de producción creados por el propio trabajo.

La transformación de la propiedad privada dis-persa, basada en el trabajo personal del individuo,en propiedad privada capitalista es, naturalmente,un proceso muchísimo más lento, más difícil y máspenoso de lo que será la transformación de la pro-piedad privada capitalista, que de hecho se basaya en un proceso social de producción, en propie-dad social. Allí, se trataba de la expropiación de la

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masa del pueblo por unos cuantos usurpadores;aquí, de la expropiación de unos cuantos usurpa-dores por la masa del pueblo.

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Escrito: por C. Marx.

Publicado por vez primera: en el libro: K. Marx.Das Kapital. Kritik der politischen Oekonomie. Ers-ter Band, Hamburg, 1867.

Versión al castellano: Instituto del Marxismo-Leninismo & Editorial Progreso, Moscú. Traducidodel alemán.

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