La Fuerza Del Deseo

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La Fuerza del Deseo De la Serie: Detrás del Sofá Por Elías R. Gutiérrez 24 de noviembre de 2012 Copyright (c) 2012

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Cuento corto. Una visita de la tía Viajera. Por Elías R. Gutiérrez noviembre de 2012 Copyright (c) 2012

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La Fuerza del Deseo

De la Serie:

Detrás del Sofá

Por

Elías R. Gutiérrez

24 de noviembre de 2012

Copyright (c) 2012

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La tía Isabel era hermana de mi padre de crianza. Desde hacía ya muchos años

vivía con su numerosa familia en el Bronx. Había quedado viuda hacía tiempo. Su

marido era músico. Dirigía una orquesta en Nueva York y nunca llegó a la casa más

temprano que la madrugada. Cuando murió en edad temprana, el sepelio incluyó una

parada fúnebre por las calles del Bronx al compás de varias orquestas.

Ya la tía Viajera, como yo le decía, estaba entrada en años. No obstante, su

sentido del humor y la capacidad de soportar mis preguntas e impertinencias, la hacían

mi preferida. Casi anualmente, se daba su viajecito a Puerto Rico frecuentemente en

invierno. Usualmente venía acompañada de alguna hija. Le encantaba ir a la playa de

Ocean Park. Papi los llevaba y yo me arrimaba a la aventura. ¡Qué tardes tan

hermosas aquellas!

Esos tiempos se acabaron cuando la familia de la tía Viajera descubrió que les

salía más barato ir en automóvil a La Florida. Puerto Rico no podía competir. Ya para

esa época se daban las manifestaciones de lo que luego sería un problema económico

para la isla.

Una de las ventajas que tenían las visitas de la tía Viajera consistía en las

salidas al cine. Cuando mi padre me llevaba, salíamos al finalizar los episodios. Nunca

podía ver la segunda película porque, según Mami, llegaba tarde a dormir. Al día

siguiente, domingo, tenía que ir a misa. Me llevaba doña Lily y ella solía ir a la misa de

las 7:00 de la mañana. Para ella eso era necesario porque luego se preparaba para ir

al hipódromo. Siempre jugaba y si no se pegaba, vendía el cuadro. Mi tío Manuel

también jugaba pero no se pegaba nunca, porque le apostaba a los "tajos".

Cuando la tía Viajera me llevaba al cine no había toque de queda. Nos

quedábamos toda la tanda y veíamos las dos películas y los episodios. El cine que

frecuentábamos era un "meaito" que quedaba en la calle Loiza. No tenía

acondicionador de aire, solo abanicos gigantescos y ruidosos. La higiene y la limpieza

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eran conceptos desconocidos en aquel recinto. La gente fumaba y la nube de humo

azul era una constante del medio ambiente.

Todo lo que pasaba en las películas provocaba reacciones del público.

Usualmente eran reacciones vulgares y peor. Cuando en alguna película de vaqueros

había una escena de persecución, la gente daba con los pies en el piso. De la mitad del

cine hacia atrás, los asientos se acomodaban sobre una plataforma de escalinata que

subía gradualmente. La cavidad bajo la plataforma servía como de tambor gigante. Las

patadas de los títeres formaban un ruido ensordecedor que se escuchaba fuera del

cine a varios bloques de distancia a la redonda.

La tía Viajera fumaba. Le gustaban los cigarrillos Kent. De vez en cuando, yo le

escamoteaba un par de cigarrillos y buscaba la forma de esconderme para fumar los

cigarrillos con filtro Kent. Todas esas cosas me hacían esperar con ansiedad

indescriptible la llegada de la tía.

En una ocasión en que la tía Viajera estaba de visita, el Savoy anunció que se

estaría exhibiendo una película mexicana que contaba con la participación estelar de

Arturo de Córdoba y Ana Luisa Pelufo. La tía decidió no perder la oportunidad y

planificamos ir ese viernes a ver la función.

Mientras tanto, yo había tenido que ir al Pet Shop que tenía Tomy Muñiz, un

productor y actor de radio y televisión. Tenía que comprar comida para el canario.

El Pet Shop de Tomy Muñiz vendía muchas cosas interesantes, no solo comida

para pájaros. Vendía periquitos, tortuguitas y hasta caimancitos. Tenía una góndola de

"novedades". Una de esas "novedades" era una cajita que contenía pequeños

pedacitos de lo que parecía madera. Las instrucciones que aparecían en la cajita

indicaban que se colocaran los pedacitos dentro de los cigarrillos. Pensé que se trataba

de algún aderezo para que el fumar resultase más sofisticado y agradable. Compré una

cajita.

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Cuando llegué a casa aproveché un descuido de la tía y coloque en varios

cigarrillos los pedacitos de madera. No obstante, la tía apareció de pronto. Logré

colocar nuevamente los cigarrillos en la caja Kent y me olvidé del asunto. Un poco

frustrado, por supuesto.

La película que fuimos a ver se titulaba "La Fuerza del deseo". Se trataba de un

pintor. Por supuesto, Arturo de Córdoba era el pintor. ¡Ana Luisa Pelufo era preciosa!

Nunca la había visto. El pintor de la película estaba empeñado en pintar un cuadro al

óleo de la Pelufo. Lo logró y la comenzó a pintar. Pero la pintaba totalmente desnuda.

Yo estaba en total estado de catatonia. Los ojos se me iban a salir de su sitio.

Como ya era costumbre, no me fijé que la tía estaba fumando. ¡PAHHH! Aquello

sonó como un verdadero petardo. Miré para el lado y hacia arriba. La tía Viajera tenía

un cigarrillo en la boca que más bien parecía una margarita con pétalos blancos. La

expresión en su cara era de total espanto. Además, las chispas del tabaco las sentía

como alfileres en los cachetes.

No terminamos de ver la película. No pude ver el final de la pintura de la Pelufo.

Llegamos a casa. La tía contó lo que había sucedido. Inmediatamente, Mami me envió

a la cama castigado. La tía trataba de interceder por mí y se reía a mandíbula batiente

del acontecimiento. Para ella había sido lo mejor que había pasado en su vacación

hasta ese momento.

Mientras Mami, enfurecida, trataba de averiguar más detalles sobre la

procedencia de los explotones, la tía encendió otro cigarrillo y aspiró el sabroso humo

del Kent. ¡PAHHHH! ¡Había escogido otro cigarrillo minado!

La margarita en la boca, los alfileres en los cachetes, la mirada de sorpresa, el

silencio y, luego, la sentencia de Mami.

--¡Un mes sin cine!