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LA FIERECILLA DOMADA WILLIAM SHAKESPEARE

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PERSONAJES

En el prólogo:Un noble (lord).CRISTÓBAL SLY, calderero.Una hostelera.Pajes, cómicos, monteros y criados del lord.

En la comedia:BAUTISTA, hidalgo rico de Padua.VINCENTIO, hidalgo anciano de Pisa.LUCENTIO, hijo de Vincentio, galán de Blanca.PETRUCHIO, hidalgo de Verona, pretendiente yluego marido de Catalina.GREMIO, HORTENSIO, pretendientes de Blanca.TRANIO, BIONDELLO (muchacho joven), servi-dores de Lucentio.GRUMIO, hombre diminuto, lacayo de Petruchio

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CURTIS, criado viejo, encargado de la casa de cam-po de Petruchio.NATANIEL, FELIPE, JOSÉ, NICOLÁS, PEDRO,criados de Petruchio.Un pedagogo de Mantua.CATALINA (la Tarasca), BLANCA, hijas de Bau-tista.Una viuda.Un sastre, un mercader, criados al servicio de Bau-tista y de Petruchio.

La acción ocurre en Padua y en la casa de campo dePetruchio

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PRÓLOGO

ESCENA PRIMERAAnte la puerta de una taberna en un bosquecillo

(Se abre la puerta de la taberna y sale SLY, expulsado por laTABERNERA)

SLY.-¡Por quien soy, que te voy a cardar el mo-ño!

TABERNERA.-¡Las esposas es lo que te hacenfalta, bribón!

SLY.-La bribona y redomada lo eres tú. Los Slyjamás fueron pícaros. Puedes informarte en las cró-nicas. Vinimos a Inglaterra con Ricardo el Con-quistador. Por consiguiente, paucas pallabris, que elmundo siga dando vueltas y punto en boca.

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TABERNERA.-¿Es decir que no quieres pagarlos vasos que has roto?

SLY.-¡Ni un denario! ¡Largo, largo, la santa Je-rónima! Vete a calentar la cama, que la tienes fría.

TABERNERA.-PUeS entonces ya sé lo que ten-go que hacer: ir a buscar al oficial del barrio.

SLY.-Oficial, capitán o comandante, la ley meservirá de respuesta. No me vuelvo atrás de lo quehe dicho ¡ni una pulgada!, hermosa. Que venga, quevenga, y será bien recibido. (Cae por tierra y se duerme.Al punto se oye el estrépito producido por cuernos de caza, yseguidamente entra un Noble que vuelve, tras una batida, consus piqueros y criados.)

NOBLE.-Montero, te recomiendo mis perros.Cuídalos como es debido. Sangra a Merriman. Lafatiga y la espuma ahogan a la pobre bestia; y ponjuntos a Clowder y la perra de la boca grande. ¿Hasvisto, muchacho, cómo Silver ha encontrado la pistaen el recodo del seto? No quisiera perder este perropor veinte libras.

PRIMER MONTERO.-Pues Belman no le va enzaga, señor. Apenas la pista perdida, ¡qué manera deladrar! Y por dos veces la ha encontrado y en lossitios más oreados. Para mí es el mejor de los pe-rros, creedme.

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NOBLE.-¡Bah!, eres bobo. Si Echo fuese tan rá-pido como él, ¡doce Belman valdría! Pero bueno,hazlo comer como es debido y ocúpate bien de to-dos, pues mañana quiero cazar aún.

PRIMER MONTERO-Contad conmigo, señor.NOBLE.-(Viendo a Sly.) Pero, ¿qué es esto? ¿Un

muerto o un borracho? Mirad a ver si respira.SEGUNDO MONTERO.-Respira, respira, se-

ñor. Y por fortuna para él, la cerveza le calienta. Deotro modo, difícil que durmiese tan profundamenteen cama tan fría.

NOBLE.-¡Qué bruto! Ahí le tenéis, tumbadocomo un cerdo. Innoble y repugnante imagen de lasombría muerte. Pero me voy a divertir con este bo-rracho. Vamos a ver: ¿creéis que transportado a unabuena cama, entre sábanas finas, anillos en los de-dos, una mesa suculenta junto a él al abrir los ojos yen torno criados de librea; creéis, digo que estemendigo olvidaría lo que es?

PRIMER MONTERO.-¡Qué duda cabe, señor!Cómo querríais que ocurriese otra cosa.

SEGUNDO MONTERO.-¡Y qué sorpresa aldespertar!

NOBLE.-Poco más o menos, como la impresiónque causa un ensueño halagador o una quimera.

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Pues dicho y hecho: levantadle con todo cuidado ypreparemos bien la broma. Llevadle suavementehasta la más hermosa de mis alcobas y llenadla conlos cuadros que tengo más excitantes. Lavad asi-mismo su cabeza, ¡tan sucia!, con aguas templadas ybien perfumadas, e incluso quemad maderas oloro-sas para que perfumen la estancia. Y para cuandovaya a despertar, tened preparada una orquesta apunto de dejar oír una música dulce, celestial. Y siempieza a hablar, amontonaos presurosos en tornosuyo y decidle del modo más humilde y respetuoso:“¿Qué desea vuestra señoría?” Y al momento queuno de vosotros se le acerque con una aljofaina deplata llena de agua de rosas cubierta de otras floresdeshojadas. Otro que lleve un jarro. Un tercero, unatoalla toda brochada y que al ofrecérsela diga: “¿Leagradaría a vuestra señoría refrescarse las manos?”Al mismo tiempo, que otro tenga dispuesto cuantonecesite para su atavío y le pregunte qué traje sequiere poner. Aún otro le hablará de sus perros y desus caballos, sin olvidar a su amante esposa, a quiensu enfermedad tiene tristísima. En fin, persuadidlede que ha estado loco. Y cuando responda que él esfulano de tal, decidle que sueña, que quien es real-mente es un gran señor y no otra cosa. Si lleváis la

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cosa con habilidad y discreción, no habrá entrete-nimiento comparable.

PRIMER MONTERO.-Yo os garantizo, señor,que representaremos nuestro papel de un modo tanperfecto, que no dudará en creer que es quien le di-gamos que sea.

NOBLE.-Pues bien, levantadle con todo cuidadoy llevadle a la cama. Y estad preparados para cuan-do abra los ojos. (Los criados se llevan a S1y. Al puntoempieza a sonar ruido de trompetas.) Tú, bribón, ve a verqué trompeta es esa que se oye. (El criado sale.) Sinduda algún noble caballero en viaje que, fatigado,desea descansar aquí. (Vuelve el criado.) Veamos: ¿quées?

CRIADO.-Con el permiso de vuestra señoría, setrata de una compañía de cómicos que se ofrecen arepresentar ante vuestro honor.

NOBLE.-Ve y diles que se acerquen. (Entran loscómicos.) Sed bien venidos, muchachos.

Cómicos.-Gracias, noble señor.NOBLE.-¿Tenéis el propósito de permanecer en

mi casa esta noche?UNO DE LOS CÓMICOS.-Si place a vuestra

señoría aceptar nuestros servicios, honradísimos.

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NOBLE.-Por mí, con mucho gusto. Por cierto,que he aquí un bravo del que me acuerdo muy bien.Sí, recuerdo haberle visto hacer el papel del hijomayor de un granjero. Aquella comedia en que tanadmirablemente hacías la corte a cierta gran dama.Tu nombre le he olvidado, pero el papel, a fe que teiba de maravilla. Y que le representabas del modomás natural del mundo.

UN CÓMICO.-Me parece que vuestra señoría serefiere a Soto.

NOBLE.-En efecto. Y tú representabas el papela la perfección. Pues bien, habéis llegado a pedir deboca. Tan a punto, que preparo un entretenimientoen el que vuestra habilidad podrá serme sumamenteútil. Hay aquí cierto, señor que sería feliz viéndoosrepresentar esta noche. Pero mucho me temo queno seáis capaz de guardar la compostura debida alver su extraña traza. Porque trátase de un elevadopersonaje que no obstante, jamás ha presenciadouna obra de teatro y, como digo, temo se os escapealguna broma que le ofendería gravemente. Porconsiguiente, os lo advierto mucho: por poco, ami-gos míos, que os viese reír, se pondría furioso.

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UN CÓMICO.-No temáis nada, excelencia. Sa-bremos contenernos, aunque fuese el más grotescopersonaje del mundo.

NOBLE.-Tú, pícaro, llévales al cuarto de servi-cio y que todos reciban la buena acogida que mere-cen. Que no carezcan de nada cuanto se les puedaofrecer en mi casa. (Sale el criado seguido de los cómicos.El noble sigue, dirigiéndose a otro criado.) Y tú, bribón, vea buscar a Bartolomé, mi paje, y dile que de pies acabeza se vista como una dama. Y una vez hechollévale al cuarto del borracho, llamándole siempre“señora” e inclinándote al hacerlo en señal de pro-fundo respeto. En cuanto a él, dile que si quiere te-nerme contento que imite la manera de conducirsede las señoras nobles cuando están en presencia desus maridos. Que como tal se comporte con el bo-rracho, y que hablándole con voz dulce y con ren-dida sumisión le diga, por ejemplo: “¿Qué tiene queordenar hoy vuestra señoría que pueda permitir avuestra obediente, esposa testimoniaros su celo yprobaros su amor?” Y al punto, abrazándole cariño-samente y entre tiernos besos, y apoyando su cabezaen su pecho, que trate de llorar, diciéndole que taleslágrimas vienen de la alegría que siente viendo cómosu noble señor ha vuelto a sus sentidos tras haberse

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imaginado, durante siete largos años, que no era si-no un pobre mendigo. Y, caso de que mi paje notenga ese don, tan fácil a las mujeres, de verter avoluntad lágrimas a torrentes, podrá salir del pasomediante una cebolla cuidadosamente envuelta ensu pañuelo que, cerca de los ojos, hará que estánconstantemente húmedos. Corre a poner en prácticainmediatamente lo que te digo, que luego te darénuevas instrucciones. (Sale el criado.) Seguro que elpaje imitará a la perfección la gracia, la voz, el portey los ademanes de una dama de calidad. Impacienteestoy ya por oír cómo llama al borracho esposomío, y por ver cómo los demás, conteniendo la risa,se apresuran a prestar toda clase de homenajes alpatán. Voy a hacerles aún algunas recomendaciones.Mi presencia moderará, además, su humor, natural-mente demasiado alegre, pues sin ello fácilmentepodrían ir más allá de los justos límites. (Salen todos.)

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ESCENA IIUna alcoba en el palacio del noble

(SLY, vestido con una rica bata, está rodeado de criados.Unos tienen en sus manos vestidos suntuosos; otros, aljofaina,jarro y demás neceseres para lavarse. Entra también el noble,

pero modestamente vestido.)

SLY.-Por el amor de Dios, dadme un jarrillo decerveza.

PRIMER CRIADO.-¿No le agradaría a VuestraSeñoría una copa de vino de Canarias?

SEGUNDO CRIADO.-¿Y no probaría VuestraExcelencia estas exquisitas frutas en dulce?

TERCER CRIADO.-¿Qué traje desea VuestraHonor ponerse hoy?

SLY.-Yo soy Cristóbal Sly. No me hartéis, pues,con tanta “Señoría” y “Excelencia”. En cuanto alvino de Canarias, jamás lo he catado; y si queréisdarme algo preparado, que sea buey bien ahumado.No me preguntéis tampoco qué traje quiero poner-me, pues no tengo más justillos que espaldas, máscalzas que piernas, ni más zapatos que pies. Es más,con frecuencia me ocurre tener más pies que zapa-

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tos. O tales zapatos que los dedos asomen por losagujeros del cuero.

NOBLE.-¡Que el cielo libre a Vuestra Señoría dela triste chifladura de que es víctima! ¿Cómo es po-sible que señor tan poderoso, de tan elevada cuna,dueño de tan cuantiosa fortuna y de tan altísimaconsideración, sea víctima de tan insensata manía?

SLY.-Pero, vamos a ver, ¿es que queréis volver-me loco? ¿Es que acaso no soy Cristóbal Sly, el hijodel viejo Sly, de Burton-heath, buhonero de naci-miento, fabricante de cuerdas, gracias a su educa-ción, por cambio, exhibidor de osos y actualmentecalderero de oficio? Preguntad a Mariam Hacket, latabernera gorda de Wincot, si me conoce o no. Y sino dice que la he dejado de cuenta catorce denariosde cerveza, tenedme por el más redomado embuste-ro de la cristiandad... (Un criado le trae un jarro con cer-veza.) ¿Quién habla de que yo haya perdido lacabeza? A la... (Bebe.)

TERCER CRIADO.-¡Ay!, eso es lo que hacegemir a vuestra esposa.

SEGUNDO CRIADO.-¡Y lo que abruma avuestros servidores!

NOBLE.-Y he aquí por qué vuestros parienteshuyen de vuestra casa, expulsados de ella por vues-

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tro triste extravío. Ea, noble señor, piensa en tu na-cimiento, llama de su destierro a tus pensamientosde otro tiempo, y aleja, por el contrario, lo más quete sea posible, estas divagaciones de ahora, tan bajasy abyectas. Mira cómo tus servidores se agolpan entorno tuyo, dispuesto cada uno a servirte a la menorde tus indicaciones. ¿Te placería oír música? Escu-cha. (Se oye, en efecto, una música dulcísima.) El propioApolo toca, y veinte ruiseñores enjaulados cantan.¿Prefieres, acaso, dormir? Si es así, te conduciremosa un lecho más suave y mullido que el preparado exprofeso para Semíramis. ¿Es que acaso deseas pa-searte? Si así es, cubriremos el camino de alfombras.¿Te agradaría montar a caballo? Tus bridones estándispuestos y enjaezados con arneses bordados conoro y perlas. ¿Te apetece tal vez cazar con halcón?Precisamente tienes muchos, cuyo vuelo es más rá-pido que el de la alondra mañanera. ¿Acaso lamontería? Tu jauría hará resonar el cielo y desperta-rá con sus ladridos el eco estridente de las cavernas.

PRIMER CRIADO.-Di, señor, que lo que quie-res es cazar a la carrera, pues tus lebreles son tanrápidos como ciervos lanzados, y más ágiles que lascorzas mismas.

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SEGUNDO CRIADO.-¿Te placen los cuadros?Si es así, al punto te traeremos uno que representa aAdonis al borde de un arroyo, y a Citerea, ocultaentre unas cañas, que diríase que se mueven y on-dulan a causa de su aliento, lo mismo que cuandoson agitadas por la brisa.

NOBLE.-Te mostraremos a lo, aún virgen, en elmomento de ser seducida por sorpresa. La pinturaes tan viva que diríase que se ve la escena.

TERCER CRIADO.-O bien a Dafné, errando através de la agreste espesura que la araña las piernas.Pero con tal verdad, que se juraría que sangra, y queApolo, desolado, llora al verlo. ¡De tal modo, san-gre y lágrimas están pintadas con arte magistral!

NOBLE.-Eres un gran señor y tan sólo un granseñor. En cuanto a tu dama, infinitamente más her-mosa es que todas las de este degenerado tiempo.

PRIMER CRIADO.-Antes de que las lágrimasque vertió por tu culpa cayesen a raudales por suhermosísimo rostro, era la más hermosa criatura delmundo. Incluso hoy no cedería a ninguna otra enbelleza.

SLY.-¿De veras soy un gran señor? ¿Tengo, enverdad, una hermosa mujer? Pero, ¿es que sueño o,por el contrario, es hasta ahora cuando he estado

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soñando? Sin embargo, no estoy dormido, puestoque veo, oigo y hablo. Como huelo perfumes deli-ciosos y toco objetos delicados. Sí, ¡por mi vida!,señor soy y no calderero; no Cristóbal Sly. Magnífi-co. Pues traedme al punto a esa nuestra dama paraque yo la vea. Y aún otro jarro de cervecita.

SEGUNDO CRIADO.-¿Agradaría a VuestraSeñoría lavarse las manos? (Le presentan cuanto es ne-cesario para ello.) ¡Qué felicidad para nosotros ver anuestro señor vuelto a la razón! ¡Si de veras os die-seis bien cuenta de quién sois! Hundido habéis esta-do durante los últimos quince años en un verdaderosueño. Hasta cuando despertabais parecíais dormi-do.

SLY.- ¿Dormido durante quince años? ¡Largosueño, a fe mía! Y durante todo este tiempo, ¿no hedicho nada?

PRIMER CRIADO.-Por supuesto, Señor, peropalabras desprovistas de sentido. Aunque estabaisacostado aquí en esta hermosa cámara, pretendíasque habíais sido puesto de patas en la calle y llena-bais de injurias a la dueña de la casa, asegurando,además, que la citaríais ante la justicia. Y ello, porhaberos servido cántaros de gres en vez de botellas

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bien lacradas. A veces llamabais también a CeciliaHacket.

SLY.-Sí, la criada de la taberna.TERCER CRIADO.-Pues bien, señor, en reali-

dad no conocíais ni criada ni taberna. Corno tam-poco a ninguno de los hombres que citabais tantasveces: por ejemplo, Stephen Sly, el viejo John Napsde Greece, Pedro Turph, Enrique Pimprenelle yveinte más, de nombres parecidos, que nunca exis-tieron ni alguien vio jamás.

SLY.-Bueno... ¡Pues Dios sea alabado por ha-berme curado!

TODOS.-¡Amén!SLY.-(Al criado.) Te doy las gracias, y descuida

que nada perderás por lo que me has dicho. (Entra elPaje vestido como una gran dama y seguido de su séquito.)

PAJE.-¿Cómo está mi noble señor?SLY.-Muy bien, ¡pardiez!, pues aquí se está de

primera y hay de todo. ¿Dónde está mi mujer?PAJE.-Aquí, noble señor, yo soy. ¿Qué me orde-

náis?SLY.-¿Eres mi mujer y no me llamas tu marido?

Bueno que éstos me llamen “señoría”, pero para tisoy tu hombre.

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PAJE.-Mi marido y señor, mi señor y mi esposo.Y, yo vuestra mujer toda obediente.

SLY.-Ya lo sé. ¿Cómo debo llamarte?PAJE.-Señora.SLY.-¿Pero señora Alicia, señora Juana o qué?PAJE.-Señora y basta, pues de este modo un se-

ñor se dirige a las damas.SLY.-Señora mi dama: dicen que he soñado y

dormido durante quince años y tal vez más.PAJE.¡Ay!, quince años que me han parecido

treinta a causa de haber estado todo este tiempo au-sente de vuestro lecho.

SLY.-Largo tiempo, en efecto... Criados, dejadmesolo con ella.

(Los criados se retiran.) Señora, desnúdate y acos-témonos en seguida.

PAJE.-Os suplico, nobilísimo señor, que me ex-cuséis aún por una noche o dos; o por lo menos, es-perad a que el sol se ponga. Pues vuestros médicosme han recomendado muy mucho, so pena de quevolváis a caer en la antigua enfermedad, que meabstenga aún de vuestro lecho. Espero que tan justacausa será suficiente excusa.

SLY.-Sí, la razón es poderosa. No obstante, mu-cho me va a costar esperar tanto tiempo. Claro que,

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como no quiero volver a caer en mis ensueños, es-peraré a despecho de la carne y de la sangre. (Entraun criado.)

EL CRIADO.-Los cómicos de Vuestra Señoría,habiendo sabido vuestro restablecimiento, han ve-nido a ofreceros una agradable comedia. Tal ha sidoaconsejado por vuestros médicos; sabiendo que elexceso de tristeza ha congelado vuestra sangre y,por aquello de que la melancolía es madre del frene-sí, encuentran saludable que oigáis una pieza teatral,con objeto de que vuestro espíritu se predisponga ala bulliciosa alegría que, como es sabido, previenetoda suerte de males y alarga la vida.

SLY.-¡Pardiez!, la cosa me place; que representensu pieza. Una “comedia” ¿no es una de esas farsasde Navidad o uno de esos manejos de los titiriteros?

PAJE.-No, mi querido señor; es algo más agra-dable y mejor.

SLY.-¿Cuestión de cortinas y de papeles pinta-dos?

PAJE.-Es una especie de historia.SLY.-Bien. Ahora lo veremos. Señora mi mujer,

siéntate a mi lado y dejemos que el mundo siga dan-do vueltas. Jamás seremos más jóvenes que ahora.(El paje obedece y empieza a sonar la música.)

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ACTO PRIMERO

ESCENA PRIMERAPadua. Una plaza

(Entran LUCENTIO y su criado TRANIO)

LUCENTIO.-Por fin, Tranio, tras tanto comodeseaba ver la hermosa Padua, cuna de las artes,heme aquí al cabo llegado a Lombardía, jardín deli-cioso de la gran Italia. En ella estoy, sí, gracias al ca-riño y autorización de mi padre, y, además,enriquecido con tu fiel compañía. Tranio, mi lealservidor, cuya abnegación tantas veces he puesto yaa prueba. Respiremos, pues, satisfechos, aquí, y em-piece un período de trabajo sabio y de nobles estu-dios liberales... Pisa, afamada a causa de la seriedadde sus ciudadanos, me vio nacer. Y antes que a mí, a

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mi padre, de la raza de los Bentivolii, Vincentio,gran comerciante cuyos negocios se extienden por elmundo. El hijo de Vincentio, educado en Florencia,debe ahora, con objeto de responder a todas las es-peranzas que en él han sido puestas, añadir a susriquezas el adorno de sus acciones virtuosas. Heaquí por qué, Tranio, al mismo tiempo que estudiovoy a tratar de practicar la virtud, aplicándome es-pecialmente a esa parte de la filosofía que trata, enparticular, de la dicha que se puede conseguir me-diante la virtud... Dame, pues, tu opinión sobre estepropósito, pues he dejado Pisa y he venido a Paduacomo aquel que se aparta de un estanque poco pro-fundo para zambullirse en un gran río con el propó-sito de apagar en él su sed.

TRANIO.-Mi perdonato, mi gentil amo; compartoenteramente vuestros sentimientos y muy feliz serési persistís en vuestra resolución de libar los jugosde la suave filosofía. No obstante, mi querido amo,bien que admiremos la virtud y la disciplina moral,no nos volvamos, os lo ruego, estoicos, a punto depasar por leños, ni sigamos los preceptos de Aris-tóteles hasta el punto de rechazar y abominar deOvidio. Discutid sobre lógica con vuestros amigos.Pero practicad la retórica en vuestras conversacio-

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nes cuotidianas. Acu a-

matemática y de la metafísica no toméis más de loque vuestro estómago pueda digerir. Pues allí donde

amo, estudiad aquello que más os agrade.LUCENTIO. gracias, Tranio. Buenos

to a Biondello, lástima

hecho, podríamos tomar al punto nuestras disposiciones y escoger un alojamiento digno de recibir alos amigos que el tiempo que estemos aquí no dejará

que llega?TRANIO. vez una comisión, mi amo, que

viene a darnos la bien (Entran Bautista acomñado de sus dos hijas, Catalina y Blanca, seguidos de Gremio,viejo hidalgo, ridículo, y de Lucentio, y Tranio se apartan.)

-No me importunéis más, señores.suelto: no casaré a mi hija pe

queña sin que la mayor tenga ya marido. Por cons -guiente, si alguno de vosotros dos ama a Catalina,

e-

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GREMIO.-(Aparte.) ¿Hacerla la corte? Que nosea como es, he aquí lo que habría que hacerla. Pormi parte, la encuentro harto áspera. Pero vos, Hor-tensio, ¿la tomaríais tal vez por mujer?

CATALINA.-(A su padre.) ¡ Cómo! ¿Es que pre-tendéis hacer de mí un cimbel para la ristra de pre-tendientes?

HORTENSIO.-¿Pretendientes, hermosa criatu-ra? ¿Qué entendéis vos por pretendientes? Nada depretendientes, en lo que os afecta, mientras no seáismás dulce y más amable que en el presente.

CATALINA.-De veras, señor mío, que nadatendréis que temer jamás. No estáis aún, podéiscreerme, ni a mitad del camino que conduce al cora-zón de la hermosa. Pero de ocurrir, estad seguroque el primer cuidado de la bella sería peinaros lacabezota con las tres patas de un escabel, pintarra-jear vuestra cara y trataros, en fin, como lo que sois:como un necio.

HORTENSIO.-(Aparte.) ¡De demonios seme-jantes líbranos, Señor!

GREMIO.-(Idem.) ¡Sin olvidarme a mí, buenDios!

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TRANIO.-(A Lucentio.) ¡Atención, mi amo! Meparece que la vamos a gozar. Esa joven o es una lo-ca de atar o una arpía fenomenal.

LUCENTIO.-En cambio, en el silencio de laotra admiro la dulzura y la discreción de una vir-gen... Calla, Tranio.

TRANIO.-Bien dicho, mi amo. Callemos, con-tentándonos con mirar cuanto ocurre.

BAUTISTA.-Pues lo dicho, señores. Blanca, vetea casa. Y que ello no te disguste, mi querida Blanca.No te querré menos por ello, hija mía.

CATALINA.-¡ Pobrecita criatura! Metedle undedo en un ojo y sabrá al menos por qué llora.

BLANCA.-Sí, sí, que mi tristeza os sirva de ale-gría... Señor, obedezco humildemente vuestra vo-luntad. Mis libros y mis instrumentos de. músicaserán mi compañía. Unos me servirán de estudio; laotra, de entretenimiento.

LUCENTIO.-¿Oyes, Tranio? ¿No te parece es-tar escuchando a Minerva?

HORTENSIO.-Señor Bautista, extraña decisiónla vuestra. Pena me da que nuestro afecto haciaBlanca sea para ella causa de contrariedades.

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GREMIO.-Pero ¿es que queréis encerrarla enuna jaula y castigarla tan sólo porque este demonioinfernal de su hermana tenga una lengua de víbora?

BAUTISTA.-Señores míos; haced lo que mejoros plazca. En cuanto a mí, lo que he resuelto,¡resuelto está! Blanca, a casa. (Blanca sale.) Como séque ama con pasión música y poesía, haré venir a micasa profesores capaces de instruir su juventud. Siconocéis alguno, Hortensio, o vos, Gremio, en-viádmelos. Siempre tendré toda suerte de atencionescon los hombres de talento; así como no dejaré deser generoso en cuanto afecta a la educación de mishijas. Y esto dicho, adiós. Tú, Catalina, puedes que-darte; yo tengo que hablar aún con Blanca. (Sale.)

CATALINA.-Pero, ¿es que si me place largarmeno voy a poder hacerlo? ¡Pues no falta más sino quese me dijese lo que he de hacer con mi tiempo, cualsi yo fuese incapaz de saber lo que hay que tomar ylo que hay que dejar! ¡Está bonito! (Sale.)

GREMIO.-Puedes irte, sí, y si te place, a buscaral demonio y hacerte su mujer. Tan a propósito erespara él que nadie te retendrá aquí. Está tranquila.¡Bah!, el amor no nos acucia tanto, Hortensio, queno podamos esperar, barajando juntos nuestras es-peranzas y ayunando mientras sea preciso; nuestro

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bollo está aún crudo por ambos lados. Adiós, pues.No obstante, el afecto que siento hacia Blanca es tal,que si doy con un maestro capaz de enseñarle las ar-tes que le son tan gratas, no dejaré de recomendár-selo a su padre.

HORTENSIO.-Yo haré lo mismo señor Gre-mio. Pero una palabra aún, os lo ruego. Aunquehasta ahora la propia naturaleza de nuestra rivalidadno nos ha permitido conversar largamente, paréce-me, tras haberlo pensado bien, que, si queremospoder acercarnos aún a nuestra bella amada y pre-tender, como rivales felices, al amor de Blanca, te-nemos ambos el mayor interés en realizar una cosa.

GREMIO.-¿Qué cosa? Os escucho.HORTENSIO.-¡Pardiez, señor mío!, encontrar

un marido para su hermana.GREMIO.-¿Un marido? ¡Un demonio!HORTENSIO.-Un marido, un marido, digo.GREMIO.-Pues yo digo un diablo. Porque, ¿es

que creéis, Hortensio, que, pese a la gran fortuna desu padre, habrá en el mundo un hombre tan lococomo para casarse con ese infierno de mujer?

HORTENSIO.-¡Bah!, creedme, Gremio, aunquesea algo por encima de nuestra paciencia, de lavuestra y de la mía, el soportar sus gritos y sus que-

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rellas, no faltarán, amigo mío, barbianes atrevidos(la cuestión es dar con ellos), que carguen con lamoza, pese a todos sus defectos, si va bien envueltaen dinero.

GREMIO.-No me atrevería yo a asegurar otrotanto. En todo caso, y en lo que a mí respecta, yopreferiría recibir tan sólo su dote, aun con la condi-ción de ser azotado todas las mañanas en plena pla-za del mercado.

HORTENSIO.-Razón tiene el proverbio; enefecto, cuando las manzanas están podridas, es difí-cil escoger. En todo caso, puesto que la condiciónimpuesta por el padre nos hace amigos, man-tengamos esta amistad hasta que hayamos en-contrado un marido para la mayor de las hijas deBautista. Luego, una vez la pequeña en libertad decasarse, la batalla empezará de nuevo. ¡Blanca que-rida! ¡Dichoso el hombre que consiga tal tesoro! Elanillo al corredor más rápido. ¿No os parece, señorGremio?

GREMIO.-Estamos de acuerdo. Y el mejor ca-ballo de Padua daría, con gusto, con objeto de quellegase rápido a cortejarla, a aquel que quisiera em-pezar a enamorar a Catalina, casarse con ella, meter-

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la en su cama y librar de su presencia a la casa. Ea,vamos. (Salen juntos.)

TRANIO.-Pero decidme, mi amo, por favor, ¿esposible que el amor adquiera de pronto imperio tangrande?

LUCENTIO.-¡Oh Tranio!, antes de sentir que lacosa es cierta, no la hubiera creído posible, ni si-quiera probable. Pero, escucha, mientras estaba aquí,mirando lo que pasaba sin pensar en otra cosa, hesentido los efectos del amor, y ahora, te lo confesarécon franqueza puesto que eres para mí un confi-dente tan querido como lo fue Ana para la reina deCartago; ardo, languidezco, muero. Tranio, si noconsigo conquistar a esa modesta joven. Aconséja-me, Tranio, pues tú puedes hacerlo, bien lo sé. Ayú-dame, Tranio, pues también sé que querrás ayudar-me.

TRANIO.-Inútil ya, amo, tratar de regañaros.Jamás los reproches expulsaron el amor de un cora-zón enamorado. Si el amor os ha herido, no os que-da sino un recurso: “Redime te captum quam quaesminimo”.

LUCENTIO.-Gracias, amigo mío. Continúa; di-ríase que ya me siento aliviado. Lo que aún tengas

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que decirme me reanimará completamente. Tusconsejos son buenos.

TRANIO-Mirabais, mi amo, a la joven con talinsistencia, que tal vez no habéis notado lo princi-pal.

LUCENTIO.-¡Ya lo creo que lo he notado! Hevisto en su rostro una dulcísima belleza, tan sólocomparable a la de la hija de Agenor que obligó na-da menos que al poderoso Júpiter a humillarse anteella y a besar con sus rodillas las playas de Creta.

TRANIO.-¿Y es cuanto habéis visto? ¿No ha-béis notado cómo su hermana se ha puesto a gruñiry a tronar, tan fuerte, que no había oídos humanosque soportasen el estruendo?

LUCENTIO.-He visto, Tranio, moverse sus la-bios de coral y perfumar el aire con su aliento. Aella, y en ella cosas puras y suaves es cuanto he vis-to.

TRANIO. (Aparte.)-Lo primero, en verdad, essacarle de su arrobamiento. Despertad, mi amo, oslo ruego. Si amáis a la joven aplicad vuestros pen-samientos y vuestro corazón a conquistarla. La si-tuación es la siguiente: su hermana mayor es tanarisca y tan rabiosa, que mientras su padre no se ha-ya desembarazado de ella, vuestra amada, mi amo

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permanecerá clavada en la casa. Y sólo con estepropósito ha encerrado a la menor, con objeto deno verse importunado por sus pretendientes.

LUCENTIO.-¡De qué modo, oh Tranio, es cruelese padre! Pero, ¿no te has dado cuenta de que sepreocupa por encontrar maestros hábiles que pue-dan instruirla?

TRANIO.-¡Por supuesto, mi amo! Y, ¡pardiez!,he aquí lo que va a arreglar el asunto.

LUCENTIO.-Tal creo también.TRANIO.-Amo, apostaría a que ambos hemos

tenido pensamientos que se encuentran y no hacensino uno.

LUCENTIO.-Dime primero el tuyo.TRANIO-Pues que hagáis de profesor, y os en-

carguéis de instruir a la joven. He aquí vuestro pro-yecto.

LUCENTIO.-Exacto. Y ¿es realizable?TRANIO.-No, mi amo. Porque entonces, ¿quién

cumpliría aquí, en Padua, el papel del hijo de Vicen-tio? ¿Quién tendría dignamente su casa, estudiaríaen sus libros, recibiría a sus amigos, visitaría a suscompatriotas y les invitaría a comer con él?

LUCENTIO-Basta, no te inquietes. Tengo yapensado todo lo necesario. Como aún no nos han

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visto en casa alguna y no pueden leer en nuestrascaras quién es el amo y quién el criado, he aquí có-mo vamos a arreglar las cosas: tú serás, Tranio,quien hagas de amo en mi lugar. Tú quien llevarás lacasa, su tren, los servidores y cuanto necesites paraocupar mi puesto. Y yo seré otro personaje cual-quiera: un florentino, un napolitano o un hombrepobre cualquiera de Pisa. La idea está ya madura y lavamos a poner en práctica, Tranio. Conque despó-jate al punto y endósate mi sombrero y mi capa decolor. En cuanto a Biondello, al llegar se pondrá atus órdenes. Pero antes tomaré las precauciones ne-cesarias con objeto de frenar su lengua.

TRANIO.-Necesidad y mucha tendréis de ello.(Cambian sus vestidos.) En definitiva, mi amo, sea así,puesto que tal lo deseáis puesto que mi deber es serobediente. Vuestro padre me lo recomendó muybien antes de que partiésemos: “Sirve en todo a mihijo”, me encareció bien. Claro que entendía la cosade modo muy distinto. Total: que soy feliz siendoLucentio a causa de lo mucho que a Lucentio quie-ro.

LUCENTIO.-Debes decir, Tranio: en atención alamor que arde en Lucentio. En cuanto a mí, esclavoquiero hacerme tan sólo por conseguir a esa joven,

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cuya sola vista tan súbitamente ha cautivado, hi-riéndolos, a mis pobres ojos. (Entra Biondello.) Peroaquí llega este pícaro... ¿Dónde has estado, bribón?

BIONDELLO.-¿Que dónde he estado? Puesyo... Pero, y vos mismo, ¿dónde estáis ahora? ¿Esque mi compañero Tranio, amo, os ha robadovuestro vestido? ¿O es, al contrario, vos quien lehabéis robado el suyo? ¿U os habéis robado mu-tuamente uno a otro? Decidme qué ocurre, os loruego.

LUCENTIO.-Acércate, granuja. El momento noestá para bromas; por consiguiente, trata por tuparte de ponerte de acuerdo con las circunstancias.Tranio, tu compañero, al que ves aquí, se ha puestomi traje y toma mi personalidad para salvarme la vi-da. Y yo me he endosado los suyos para poder esca-parme. Porque desde que hemos desembarcado hematado a un hombre querellándome con él y temohaber sido descubierto. Por consiguiente, sírvelecomo si se tratase de mí mismo, mientras yo mealejo con objeto de salvar la vida; ¿me has com-prendido?

BIONDELLO.-¿Yo, mi amo? Ni una palabra.LUCENTIO.-¡Y jamás en la boca el nombre de

Tranio! Tranio se ha cambiado ya en Lucentio.

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BIONDELLO.-Suerte que tiene el pícaro. ¡Lás-tima que no me sucediese a mí otro tanto!

TRANIO.-Yo hago el mismo voto, compañerito,con tal de que se realice otro: que Lucentio puedaconseguir a la hija más joven de Bautista. En cuantoa ti, tarugo, ¡mucho cuidado! Y no a causa de mí,sino a causa de nuestro amo. Y trata de comportartedel modo más conveniente, sea cual sea la clase degente con que nos relacionemos. Cuando estemossolos, Tranio seguiré siendo. En toda otra ocasión,Lucentio, tu amo.

LUCENTIO.-Vámonos, Tranio, que aún hay al-go que debes hacer tú mismo: ponerte entre el nú-mero de los pretendientes de Blanca. No mepreguntes por qué, bástate saber que tengo para ellobuenas razones. (Salen. Los del prólogo hablan a su vez.)

PRIMER CRIADO.-Dormitáis, señor. ¿Acasono os agrada la pieza?

SLY.-Ya lo creo, ¡por Santa Ana! Buena historia,no hay duda. ¿Van a dar aún otra?

PAJE.-Excelencia, ésta empieza apenas.SLY.-Por seguro que es un trabajo hábilmente

hecho, ¿eh, señora mi mujer? Pero yo preferiría quehubiese acabado. (Sigue escuchando.)

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ESCENA IIPadua. Delante de la casa de Hortensio

(Entran PETRUCHIO y su criado GRUMIO.)

PETRUCHIO.-Verona, adiós te he dicho por al-gún tiempo con objeto de venir, como he venido, aver a mis amigos de Padua. Y antes que otroalguno al más querido y mejor probado, mi buenHortensio. Y ésta es, si no me equivoco, su casa.¡Aquí, Grumio, majadero! Da un porrazo.

GRUMIO.-¿Que dé un porrazo, mi amo? ¿Aquién debo pegar? ¿Es que alguien ha insultado avuestra señoría?

PETRUCHIO.-Pronto, bribón, golpéame ahí ybien fuerte.

GRUMIO.-¿Que os golpee ahí, mi amo? ¿Yquién soy yo, amo, para golpearos ahí?

PETRUCHIO.-¡Necio!, golpea al punto en esapuerta como es debido, o seré yo quien golpee tucabeza de animal.

GRUMIO.-Estáis, mi amo, con ganas de disputa.Por supuesto, si yo empezase a golpearos, bien séque pagaría al punto los vidrios rotos.

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PETRUCHIO. -¡Cómo! ¿No obedeces? Puesbien, granuja, puesto que no quieres golpear, yo loharé por ti. Vamos a ver si sabes o no solfear ycantar. (Le tira de las orejas)

GRUMIO.-¡Socorro! ¡Socorro! ¡Mi amo se havuelto loco!

PETRUCHIO.-Esto te enseñará a golpear cuan-do yo te lo mando, ¡idiota!, ¡bribón! (Hortensio abre supuerta.)

HORTENSIO.-¿Qué pasa?. ¿Qué ocurre aquí?¡Pero si son Grumio y mi muy querido Petruchio!¿Cómo estáis todos allá por Verona?

PETRUCHIO.-Llegas, mi buen Hortensio, apunto para poner fin a la batalla. Con tutto il cuore, bentrovato, puedo decirlo.

HORTENSIO.-Alla nostra casa ben venuto, molto ho-norato signor mio Petruchio. Levántate, Grumio, le-vántate. Ya arreglaremos esta cuestión.

GRUMIO.-No, caballero; en verdad que pocoimporta cuanto explica en latín. Y decidme si nohabría ahora una razón sobrada para abandonar suservicio. Porque escuchad, señor: me ha dicho quele golpease, que le golpease sin duelo. Y decidmevos si hubiera estado bien que un criado hiciese talcosa con su amo. Sin contar que se trata de un

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hombre que (a simple vista se advierte) no parecetener talla como para defenderse. Pero más me hu-biera valido haber golpeado fuerte, como me decía.No hubieras recibido ¡pobre Grumio!, lo que hasrecibido.

PETRUCHIO.-¡Qué idiota!, querido' Hortensio.Lo que he dicho a este majadero ha sido que gol-pease tu, puerta y no ha habido medio de que meobedeciese.

GRUMIO.-¿Que golpease la puerta?. ¡El cielome valga! ¿Es que no me habéis dicho exactamente:“¡Pícaro, golpéame ahí!, ¡golpéame bien, golpéamefuerte!”, y ahora decís se trataba de golpear la puer-ta?

PETRUCHIO.-Anda, idiota, quítate de mi vistao calla, te lo aconsejo.

HORTENSIO.-Paciencia, Petruchio; salgo ga-rante de Grumio. No vale la pena, en verdad, unaquerella entre tú y él, tu antiguo, tu fiel, tu excelenteservidor. Pero dime querido, ¿qué buen viento tetrae de la antigua Verona aquí, a Padua?

PETRUCHIO.-El viento que dispersa siempre alos jóvenes por el mundo y les envía en busca defortuna lejos de su país natal, que no les ofrece re-cursos suficientes. En pocas palabras, amigo Hor-

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tensio, he aquí cómo se han presentado para mí lascosas: Antonio, mi padre, ha muerto. Y yo me helanzado al torbellino del mundo con objeto de verde casarme y de hacer fortuna del mejor modo queme sea posible. Tengo escudos en la bolsa; allá enmi país, un patrimonio, y me he dicho: en camino ya ver mundo.

HORTENSIO.-Pues que es así, ¿quieres que tehable con franqueza? Porque es que puedo presen-tarte a una mujer áspera de veras y de un carácterinfernal. Bien sé que mi proposición no vale ni lasmás mínimas gracias; ahora bien, como rica, estotambién te aseguro que lo es, ¡y mucho! Claro que,no obstante, eres demasiado buen amigo para queyo te desee tal suerte.

PETRUCHIO.-Querido Hortensio, entre amigostales que nosotros, pocas palabras bastan. Por con-siguiente, si conoces una mujer suficientemente ricacomo para ser la mujer de Petruchio, como el oro esel estribillo de mi danza de boda, aunque fuese tanfea como la novia de Florent y tan vieja como la Si-bila; tan áspera y malhumorada como Xantipa, lamujer de Sócrates o peor aun, no cambiaria de ideani sería capaz todo ello de embotar el filo de la pa-sión que me inspiraría, incluso si era más indomable

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que las poderosas olas del Adriático desencadena-das. Precisamente he venido a Padua a hacer bodarica: matrimonio rico, matrimonio feliz.

GRUMIO.-Ya veis, caballero, que os dice sin ro-deos lo que piensa. Dadle oro y se casará con unamuñeca, con la figurilla de un lazo de zapato, o conuna bruja vieja que no tenga un diente y si másachaques que cincuenta y dos matalones. Abunde lapista y todo irá como sobre ruedas.

HORTENSIO.-Petruchio, puesto que tal son lascosas, vuelvo otra vez sobre lo que por pura bromate había dicho. Puedo, sí, Petruchio amigo, procu-rarte una mujer no solamente con mucho dinero,sino joven y bella, mas educada como correspondea una doncella de calidad. Un solo defecto tiene,ahora de marca; a saber: que es inaguantable, áspera,violenta y terca. Pero todo de tal modo, que habíade ser mi fortuna muy inferior a lo que es, y no mecasaría yo con ella aunque el hacerlo me valiese unamina de oro.

PETRUCHIO.-Detén la lengua, Hortensio. Noconoces el poder del oro. Dime el nombre de supadre y ello me basta. E iré a dar la batalla así rujamás que el trueno cuando revienta las nubes en oto-ño.

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HORTENSIO.-Su padre es Bautista Minola, ca-ballero afable y cortés. En cuanto a ella, CatalinaMinola se llama; célebre en toda Padua a causa de laviolencia de su lengua.

PETRUCHIO.-Por mi parte, no la conozco; pe-ro sí a su padre, que, por cierto, en tiempos conocíatambién mucho al mío. Y desde ahora te digo queno descansaré hasta haberla visto. Por consiguiente,permíteme que te deje apenas encontrado, a menosque gustes acompañarme a su casa.

GRUMIO. (A Hortensio.)-Dejadle, dejadle que va-ya, caballero, mientras le canta el capricho de hacer-lo. Os doy mi palabra que si la paloma le conociesecomo yo le conozco, sabría que chillar con él escomo si nada. Puede llamarle ganapán u otras cosassemejantes una docena de veces, y se quedará tantranquilo. Y como se decida a que haya tormenta,¡ tormenta habrá! Esto os lo garantizo también, ca-ballero. Es más, por poco que le resista, la caerátanto y tan bien caído en plena cara, que pronto,desfigurada, sus ojos no serán mas grandes que losde un gato. Creedme, señor, que no le conocéisbien.

HORTENSIO.-Pues aguarda un instante enton-ces, Petruchio, e iré contigo. Porque Bautista tiene

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también bajo su poder a mi tesoro, a la joya de mivida: su hija menor Blanca, a la que ha apartado demis ojos, así como a los de todos sus pretendientes,mis rivales, porque, suponiendo que, a causa de to-dos los defectos que te he enumerado a propósitode Catalina, nadie la solicitará en matrimonio, porver precisamente de conseguirlo, el padre ha decidi-do que nadie podrá acercarse a Blanca si previa-mente la maldita Catalina no ha encontrado unmarido.

GRUMIO.-¿Catalina la maldita? ¿Podría haberapodo peor para una joven?

HORTENSIO.-Y ahora, mi querido Petruchio,vas a hacerme un favor. Voy a disfrazarme con eltraje más modesto que encuentre, y me presentarásal anciano Bautista como un experto profesor demúsica que daría con Ruste lecciones a Blanca. Me-diante esta estratagema tendré al menos la libertadsuficiente para seguir haciendo la corte a mi amadasin inspirar sospechas, es decir para hablar a solascon ella.

GRUMIO.-No me parece que haya en ello trapa-cería. No obstante, ved cómo los jóvenes saben po-nerse de acuerdo para engañar a los viejos (EntranGremio Y Lucentio, éste disfrazado de maestro de escuela y

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llevando unos libros bajo el brazo.) ¡Amo!, ¡amo!, miraddetrás de vos, mirad. ¿Quiénes serán esos que lle-gan?

HORTENSIO.-Silencio, Grumio. Es mi rival.Apartémonos un instante, Petruchio.

GRUMIO.-¡Hermoso joven!, de veras. Y con ai-re de muy enamorador. (Se apartan.)

GREMIO.-Muy bien ¡muy bien! La lista de li-bros, ¡perfecta! Porque, escuchadme, quiero no so-lamente que todos estén muy bien encuadernados,sino que sólo traten de amor. Tener cuidado de nohacerla leer otros, ¿me comprendéis?... Además delo que os procuraría la liberalidad del señor Bautis-ta, yo añadiré largamente lo que merezcan vuestrosservicios. Tomad vuestra lista. (Se la entrega.) Y quecuanto vaya a sus manos esté bien perfumado, puesmás suave es que todos los perfumes la a quien loslibros están destinados. ¿Qué vais a leerle hoy?

LUCENTIO.-Estad tranquilo; sea lo que sea delo que trate la lección, pleitearé vuestra causa, puestoque lo haríais vos mismo. Y hasta quizá en términosmás persuasivos. A menos, señor, que seáis letrado.

GREMIO.-¡Ah, el saber! ¡Las letras! ¡Qué cosagrande las letras!

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GREMIO (aparte.)-¡Oh los besugos! ¡Qué besu-go más grande este asno!

PETRUCHIO.- ¡Silencio. idiota!HORTENSIO.-Calla, sí, Grumio (Avanzando.)

Dios os guarde, amigo señor Gremio.GREMIO.-¡Ah! Sed bien venido, señor Horten-

sio. ¿Sabéis adónde voy? A casa de Bautista Minola.Le había prometido ocuparme en, encontrar un pro-fesor para la hermosa Blanca, y he tenido la fortunade tropezarme con este joven que, a causa de suciencia y sus modales, le conviene perfectamente. Essumamente versado en poesía y en otros libros, to-dos excelentes, os lo garantizo.

HORTENSIO.-Pues me parece muy bien. Pormi parte, he dado a mi vez con un hidalgo que meha prometido encontrar un maestro de música ca-paz de instruir a nuestra amada. Con ello, no seré yomenos que vos en salir útil a la deliciosa Blanca, a laque tanto quiero.

GREMIO.-Lo mismo digo, y mis actos lo proba-rán.

GRUMIO. (Aparte.)-Y sobre todo sus sacos bienrepletos.

HORTENSIO.-No es éste el momento, señorGremio, de dar al viento vuestro amor. Por el con-

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trario, escuchadme y hablando razonablemente, osdiré algo muy bueno para los dos. Ved aquí un hi-dalgo al que he hallado por casualidad, y con el quetras haber conversado amigablemente, hemos llega-do a un acuerdo: está dispuesto a hacer la corte aCatalina la maldita, e incluso a casarse con ella si ladote le conviene.

GREMIO.-Si lo que hasta ahora sólo es un dichollega a ser un hecho, todo iría de maravilla. Pero ¿lehabéis informado, Hortensio, de los defectos de lahermosa?

PETRUCHIO.-Sé que es una joven insoportable,escandalosa y querelladora. Por supuesto, señores, sino es sino esto, no veo en ello nada de alarmante.

GREMIO.-¿Nada decís, amigo mío? ¿De dóndesois?

PETRUCHIO.-Verona fue mi cuna y el ancianoAntonio mi padre. Este muerto, viva en cambio y ami servicio está mi fortuna, y mi esperanza: que ellame haga vivir a mí largos y felices días aún.

GREMIO.-Es que con semejante mujer, señormío, sorprendente sería que alcanzaseis tal vida. Pe-ro si tenéis estómago para ello, ¡adelante y que Diosos ayude! En cuanto a mí, contad que os prestaré

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apoyo en todo... Pero ¿en verdad estáis dispuesto aintentar la conquista de ese gato montés?

PETRUCHIO.-Tan seguro como que estoy vivo.GRUMIO.-¿Que si le hace el amor? ¡No se lo ha

de hacer! Que me ahorquen si no cumple lo quepromete.

PETRUCHIO.-¿Para qué he venido aquí sinocon este objeto? ¿Creéis que un poco de escándalopueda espantar mis oídos? ¿Es que no he oído du-rante mi vida rugir a leones? ¿No he escuchado elmar hinchado por los vientos bramar como jabalífurioso cubierto de espuma? ¿No he oído el tronarde los grandes cañones de campaña, y en las nubesartillería del cielo, o en lo más fuerte de la batalla lasalarmas espantosas, los corceles relinchar y el agrioclamor de las trompetas? ¿Y tras todo ello venir ahablarme de la lengua de una mujer, que no llega ahacer el ruido que hace una castaña que crepita alasarse en el hogar de un campesino? ¡Bah, bah!,guardad vuestro coco para los niños.

GRUMIO.-¿Quién dijo miedo a mi amo?GREMIO.-Me parece, Hortensio, que este hidal-

go ha caído lo que se dice del cielo, tanto para él co-mo para nosotros.

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HORTENSIO.-Le he prometido que tomaría-mos parte ambos, vos y yo, en cuanto gaste corte-jándola, sea la cantidad que sea.

GREMIO.-¡Aceptado! Por supuesto, con tal deque se haga aceptar.

GRUMIO.-¡Que no tuviese yo tan segura unabuena comilona! (Entra Tranio ricamente vestido, seguidode Biondello.)

TRANIO.-Caballeros, ¡Dios os guarde! Dispen-sad mi atrevimiento, y decidme, os lo ruego, cuál esel camino más corto para ir a casa del señor BautistaMinola.

BIONDELLO.-¿El que tiene dos lindas hijas?¿No es por él por quien preguntáis?

TRANIO.-Por él, exactamente, Biondello.GREMIO.-Decidme, caballero... ¿Venís acaso

por ver la...?TRANIO.-La y el quizá, caballero. ¿Tenéis algo

que oponer a ello?PETRUCHIO.-En todo caso, no por la querella-

dora, ¿verdad?TRANIO.-No me gustan las querellas, caballero.

Partamos, Biondello.LUCENTIO. (Aparte).-Buen principio, Tranio.

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HORTENSIO.-Una palabra, caballero, antes deque os marchéis. ¿Pretendéis la mano de la joven aque os referís, sí o no?

TRANIO.-Y si tal ocurriese, señor mío, ¿sería uncrimen?

GREMIO.-No. Sobre todo si os largaseis excu-sando ya toda palabra.

TRANIO.-¡Cómo, caballero! ¿Acaso la calle noes libre para todo el mundo?

GREMIO.-La calle, sí; la joven, no.TRANIO.-¿La razón, si hacéis el favor?GREMIO.-Si queréis saberla, hela aquí: porque

es la bienamada del caballero Gremio.HORTENSIO.-Sobre ser la que el caballero

Hortensio ha escogido.TRANIO.-Despacio, señores. Si sois hidalgos,

hacedme el favor de escucharme con paciencia, puesa ello tengo derecho. Bautista es un caballero aquien mi padre no es enteramente desconocido; encuanto a su hija, de ser aun más hermosa de lo quees, nada la impediría tener más pretendientes de losque ya tiene, y a mí entre ellos. Mil enamorados tuvola hija de la hermosa Leda; por consiguiente, bienpuede Blanca tener uno más. Y le tendrá. Y éste será

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Lucentio, que espera ser el que triunfe, incluso si Pa-ris mismo apareciese de repente.

GREMIO.-Pero, bueno, ¿es que este caballero vaa cerrarnos a todos la boca?

LUCENTIO.-Pasadle la rienda, señor, y veréisqué poco avanza.

PETRUCHIO.-¿Para qué tantas palabras, Hor-tensio?

HORTENSIO.-Caballero, ¿me atrevería a pre-guntaros si habéis visto alguna vez a la hija de Bau-tista?

TRANIO.-No, señor mío; pero me han dichoque tiene dos: una tan conocida por su lengua dis-putadora como la otra por su modestia llena de gra-cia.

PETRUCHIO.-¡Alto ahí, caballero! La primeraes para mí, no os ocupéis de ella.

GREMIO.-Sí, dejemos este trabajo al poderosoHércules, dejémosle que eclipse los doce trabajos deAlcides.

PETRUCHIO.-Caballero, dignaos comprenderlo que sigue: la pequeña, a la que vos aspiráis, su pa-dre la ha sustraído a todos. No quiere prometerla aninguno, sea quien fuere, antes de haber casado a la

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mayor. Sólo entonces la pequeña quedará libre, perono antes.

TRANIO.-De ser así, caballero, y de ser vos elhombre que ha de hacernos tal servicio a todos, amí como a los demás; si sois el hombre que deberomper el hielo; a quien incumbe la hazaña de con-quistar a la mayor, dándonos con ello acceso a lapequeña, el que al fin tenga la dicha de poseer éstano será tan perverso como para mostrarse ingrato.

HORTENSIO.-Bien habláis y bien pensáis, ca-ballero. Y pues confesáis ser también de los preten-dientes, debéis, como nosotros, estar agradecido aeste hidalgo, a quien nosotros estamos asimismosobligados.

TRANIO.-Podéis estar seguro de ello, señormío. Y como prueba, os propongo que pasemosjuntos la tarde bebiendo a la salud de nuestras ama-das. Es decir, haciendo como los abogados, queante el juez luchan implacablemente, pero que luegocomen y beben juntos como los mejores amigos delmundo.

GRUMIO y BIONDELLO. (A un tiem-po.)-¡Excelente proposición! Partamos, camaradas.

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HORTENSIO.-La proposición es buena, enefecto. Aceptada, pues. Petruchio, eres mi invita-do.(Sale)

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ACTO II

ESCENA ÚNICAUna cámara en casa de Bautista

(CATALINA, látigo en mano, amenaza con él aBLANCA, que está pegada a la pared con las manos ata-

das)

BLANCA.-Hermana querida, no me hagas ni tehagas a ti misma la injuria de tratarme como a unasirvienta o a una esclava. Desprecio tales actos. Encuanto a los perendengues, suéltame las manos y yomisma me los quitaré. Sí, me quitaré adornos y ba-ratijas, e incluso el jubón si quieres. Todo cuanto meordenes lo haré, pues bien sé cuales son mis deberesrespecto a mi hermana mayor.

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CATALINA.-Entre todos tus galanes, ¿a cuálprefieres? ¡Responde! ¡Te mando que respondas, ycuidado con mentir!

BLANCA.-Puedes creerme, hermana, que entretodos los hombres vivos no he encontrado una caraque me agrade particularmente más que otra.

CATALINA.- ¡Mientes, hipocrituela ¿A que esHortensio?

BLANCA.-Si sientes afecto hacia él, hermanamía, te juro que haré cuanto me sea posible para quelo consigas para ti.

CATALINA.-¡Ya! Sin duda lo que te atrae es lafortuna y por ello preferirías a Gremio, ¿verdad?,para que te mantuviese como una gran dama.

BLANCA.-¿Es a causa de él por lo que me de-testas? Entonces bien veo que bromeas y que no hashecho hasta ahora sino bromear. Pero suéltame lasmanos, Lina, te lo ruego.

CATALINA.-Si tal cosa te parece una broma,esto te lo parecerá también. (Le pega. Entra Bautista.)

BAUTISTA.- ¡Cómo! ¿Qué modales son ésos,hija mía? ¿De dónde nace tanta insolencia? Apártatede ella, Blanca. ¡Hijita querida! ¡Y la ha hecho llo-rar!... Vuelve, vuelve a tus labores sin ocuparte másde tu hermana. En cuanto a ti, ¡largo de aquí, pécora

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endemoniada! ¿Por qué la hacer sufrir, sabiendo queella jamás te ha hecho a ti nada malo? ¿Es que algu-na vez siquiera te contradijo con una palabra desa-gradable?

CATALINA.-¡Precisamente es su silencio lo queme insulta, y no dejaré de vengarme! (Se lanza sobreBlanca.)

BAUTISTA (deteniéndola).-¿Aún? ¿Y ante mispropios ojos? Vete a tu cuarto, Blanca. (Blanca sale.)

CATALINA.-¡Claro! ¡Como que a mí no me po-déis soportar! No hay duda. Vuestro tesoro es ella.Y, naturalmente, preciso es que tenga un marido. Laqueréis tanto a ella, que a mí cuanto me queda esbailar descalza el día de la boda y llevar manos alinfierno... No, no me digáis nada. Me iré, sí; me tira-ré al suelo y lloraré hasta que llegue el momento demi venganza. (Sale.)

BAUTISTA.-¿Hubo jamás hombre más desdi-chado que yo? Pero ¿quién va?

(Entran Gremio y Lucentio, éste vestido humildemente ytransformado en CAMBIO, maestro de escuela, y tras ellosPetruchio, acompañado de Hortensio, que a su vez se ha cam-biado en LICIO, maestro de música; y Tranio, que hace elpapel de Lucentio, y que llega acompañado de su paje Bionde-llo, que trae un laúd y varios libros.)

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GREMIO.-Buenos días, vecino Bautista.BAUTISTA.-Buenos días, vecino Gremio... Dios

os guarde, señores.PETRUCHIO.-Y a vos lo mismo, querido señor.

Pero decidme, ¿no tenéis una hija, bella y virtuosa,que se llama Catalina?

BAUTISTA.-En efecto, tengo una hija llamadaCatalina, caballero.

GREMIO. (A Petruchio.)-Sois demasiado brusco;poned un poco de tino.

PETRUCHIO.-Me juzgáis mal, señor Gremio;dejadme hacer. (A Bautista.) Yo, señor mío, soy unhidalgo de Verona que habiendo oído hablar devuestra hija: de su hermosura, de su talento, de suafabilidad, de su púdica modestia; en fin, de sus ma-ravillosas cualidades y de su carácter encantador, mehe tomado la libertad de venir a vuestra casa sinmás cumplidos con objeto de que mis ojos sean tes-tigos de lo que tantas veces he oído alabar. Y comopago, y con objeto de merecer vuestra acogida, ospresento a uno de mis servidores (señalando, a Horten-sio), muy versado en música y matemáticas, que po-dría dar a vuestra hija un conocimiento perfecto deestas artes o acabar de hacerlo, pues bien sé que noes ignorante en ellas. Aceptadle, pues, os lo ruego, si

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no queréis hacerme una afrenta. Su nombre es Licio;su patria, Mantua.

BAUTISTA.-Sed bien venido, caballero, y él,puesto que con vos llega. En cuanto a mi hija Cata-lina, demasiado sé que no es lo que necesitáis, bienque mucho lo deplore.

PETRUCHIO.-Paréceme comprender que noqueréis separaros de ella. A no ser que ocurra quemi persona no os agrada.

BAUTISTA.-No os equivoquéis respecto a loque pienso. Lo que hago es decir las cosas tal comoson. ¿De dónde sois, caballero, y cómo debo llama-ros?

PETRUCHIO.-Me llamo Petruchio, y soy hijo deAntonio, hombre bien conocido en toda Italia.

BAUTISTA.-Le conozco muy bien, sí, y en re-cuerdo de él, sed bien venido.

GREMIO.-Un alto en vuestra historia, Petru-chio, os lo ruego, y permitid que hablemos nosotrostambién, pues que también tenemos una causa quedefender. Porque, ¡diablo, qué atrevido sois y quéprisa tenéis!

PETRUCHIO.-Excusadme señor Gremio, peroes que me gusta ir derecho a lo que busco.

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GREMIO.-No lo dudo, pero es que tal vez mal-digáis luego vuestra prisa. (A Bautista.) Vecino,puesto que el regalo de este caballero os ha sidoagradable, estoy seguro de ello, permitidme que oshaga un amabilidad semejante, ya que por mi partetanto os debo, ofreciéndoos a este joven sabio (se-ñala decirlo a Lucentio) que ha estudiado mucho tiem-po en Reims y que es tan versado en griego, latín yen otras lenguas como el otro en música y en mate-máticas. Se llama Cambio. Os ruego, pues, queaceptéis sus servicios.

BAUTISTA.-Gracias mil. amigo Gremio. Sedbien venido, señor Cambio. (Volviéndose hacia Tranio.)En cuanto a vos, noble señor, paréceme que soisextranjero. ¿Puedo tomarme la libertad de pregunta-ros el objeto de vuestra visita?

TRANIO.-Sois vos, señor, quien habréis de per-donar mi libertad, pues extranjero, en efecto, en estaciudad, me atrevo a pretender la mano de vuestrahija, la bella y virtuosa Blanca. Por supuesto, no ig-noro vuestra firme resolución de casar antes a suhermana mayor, y cuanto pido como gracia especiales que una vez hayáis conocido mi nacimiento, nome concedáis peor trato que a los otros que asimis-mo la solicitan. Es decir, permiso para venir y la be-

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nevolencia que a ellos les otorgáis. Y para ayudar ala educación de vuestras hijas, me tomo la libertadde ofreceros este modesto instrumento y este pa-quete de librillos griegos y latinos. (Biondello se ade-lanta y le ofrece laúd y libros.) Poca cosa es, mas si voslos aceptáis, su valor será grande.

BAUTISTA.-¿Os llamáis Lucentio? ¿De dóndevenís? Decídmelo, os lo ruego.

TRANIO.-De Pisa, caballero. Soy hijo de Vin-centio.

BAUTISTA.-Vicentio, es en Pisa un gran perso-naje. Le conozco muy bien de reputación. Por con-siguiente, sed bien venido. (A Hortensio.) Tomad eselaúd. (A Vincentio.) Y vos ese paquete de libros. Vaisa ver a vuestras alumnas al momento. ¡A ver! ¡Unoaquí! (Entra un criado.) Tú, pícaro, conduce a estoscaballeros junto a mis hijas y diles a ambas que sonsus profesores. Que les concedan la buena acogidaque se merecen. (Sale el criado seguido de Hortensio y deLucentio.) En cuanto a nosotros vamos a dar un pa-seo por el jardín y luego pasaremos a la mesa. Sois,ciertamente, los bien venidos y como tales os ruegoa todos que os consideréis.

PETRUCHIO.-Señor Bautista, mi cuestión pideser resuelta. Mis asuntos no me permiten venir to-

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dos los días a hacer la corte a vuestra hija. Puestoque habéis conocido a mi padre suficientemente,por él podéis conocerme a mí. Único heredero soyde sus tierras y bienes, que más bien he aumentadoque disminuido. Por consiguiente, os ruego que medigáis qué dote obtendrá vuestra hija, si consigoobtener su amor.

BAUTISTA.-Luego de mi muerte, la mitad demis tierras; e inmediatamente, veinte mil coronas.

PETRUCHIO.-Pues bien, a cambio de esta dote,si me sobrevive, yo le aseguraré, en calidad de viudaheredera, todas mis tierras y todas mis rentas. Porconsiguiente, establezcamos el contrato con objetode que por ambas partes sea respetado.

BAUTISTA.-De acuerdo. Pero cuando. tengáisla cláusula esencial; quiero decir, el amor de mi hija;pues todo depende de ello.

PETRUCHIO.-¡Bah!, eso tenedlo por seguro.Pues he de deciros, mi querido padre, que si vuestrahija es imperiosa, yo autoritario. Y cuando dos fue-gos violentos se encuentran, consumen el objetoque alimenta su furor. Algo de viento basta paratransformar en un gran fuego otro pequeño; pero unhuracán acaba con un incendio. Pues bien, yo serépara ella el huracán, y preciso será que ceda. Enérgi-

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co soy y no de esos enamorados con los que se jue-ga como si fuesen chiquillos.

BAUTISTA.-¡Ojalá puedas casarte con ella, ycuanto antes mejor! En todo caso, acorázate contralas palabras desagradables.

PETRUCHIO.-A toda prueba soy, como lasmontañas que desafían los vientos, que nada puedencontra ellas pese a soplar eternamente. (Entra Horten-sio con la cabeza partida.)

BAUTISTA.-¿Qué te pasa, amigo mío? ¿Por quéestás tan pálido?

HORTENSIO.-Si estoy pálido es, ¡de miedo!, oslo aseguro.

BAUTISTA.-¿Pues? ¿Es que quizá mi hija no eshábil en lo que a la música atañe?

HORTENSIO.-Creo que hará mucho mejor decabo de vara. El hierro tal vez resiste entre sus ma-nos más que un laúd.

BAUTISTA.-¡ Cómo! ¿No puedes meterle el la-úd en la cabeza?

HORTENSIO-No, a fe mía, es ella la que ha he-cho entrar mi cabeza en el laúd. Le decía suave-mente que se equivocaba de cuerda, y doblaba unpoco su mano con objeto de que pusiera sus dedosdebidamente, cuando acometida de un exceso de

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impaciencia diabólica, ha gritado: “¿Que no toco avuestro gusto? ¡Pues ved, al menos si pego bien almío!” Y diciendo esto me ha dado tan fuerte con elinstrumento en la cabeza, que me le ha metido hastael cuello. Durante unos instantes he quedado atur-dido, sacando la cabeza por entre las astillas del la-úd, cual hombre en la picota, mientras ella mellamaba rascacuerdas improvisado, insoportableatormentador de oídos, y veinte calificativos más, enmodo alguno agradables. Pero tan ágilmente lanza-dos que diríase que había tomado lecciones de inju-rias para poder mejor insultarme.

PETRUCHIO.-He aquí, ¡por el diablo!, lo que sedice una mujer de nervio. Diez veces más que laamaba la amo ahora a causa de ello. Nadie puedeimaginarse la impaciencia que tengo por enten-dérmelas con ella.

BAUTISTA.-Ea, venid conmigo y no tengáis eseaire tan lastimero. Vais a continuar vuestras leccio-nes con mi hija pequeña que, sobre tener excelentesdisposiciones, es sumamente agradecida por cuantose hace en su favor. En cuanto a vos, señor Petru-chio, ¿queréis venir con nosotros o preferís que osenvíe a mi hija Catalina?

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PETRUCHIO.-Enviádmela, sí, os lo ruego. Aquíla espero. (Salen todos menos él.) En cuanto llegue levoy a hacer la corte como es debido. Como le con-viene. Que empieza a vociferar, le diré tran-quilamente que su voz es tan dulce como la del rui-señor. Que frunce el entrecejo; le aseguraré que sucara es tan tersa como las rosas matinales empapa-das de rocío. Que, por el contrario, se obstina enpermanecer muda; entonces alabaré su hablar volu-ble y su incomparable elocuencia. Que me dice quetome la puerta; le daré mil gracias, cual si oyera queno me fuese de su lado en toda una semana. Que seniega a casarse conmigo; le preguntaré amorosa-mente qué día hay que publicar las amonestaciones ycuál ir a la iglesia. Pero aquí llega; tú tienes la pala-bra, Petruchio. (Entra Catalina.) Buenos días, Lina.Pues tal es vuestro nombre, según he oído decir,¿no?

CATALINA.-Sordo no sois, pero sí, sin duda,duro de oídos, porque los que hablan de mí me lla-ma Catalina.

PETRUCHIO-Mentís, no hay duda. Os llamanLina, ni más ni menos; la buena Lina; o bien, a ve-ces, Lina, la maldita. Pero Lina, la más encantadoraLina de la cristiandad, Lina, apetitosa como una ex-

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quisita golosina. Lina, la deliciosa, pues decir Linaes como decir golosina. Y he aquí por qué, Lina demi corazón, quiero que escuches lo que tengo quedecirte. Habiendo oído en toda las ciudades que heatravesado alabar tu dulzura, celebrar tus virtudes yproclamar tu hermosura, por cierto, que mucho me-nos todo de lo que mereces, me he sentido inclina-do a buscarte para hacer de ti mi esposa.

CATALINA.-¿Inclinado? ¡Qué te parece! Puesbien; que el que os ha inclinado que os enderece.Nada, más veros he comprendido que erais algo quese inclina, se endereza, se maneja... Vamos, ¡unmueble!

PETRUCHIO.- ¡Magnífico! Pero, ¿qué es unmueble?

CATALINA.-Digamos un taburete.PETRUCHIO.-¡Exacto! Ven, pues, a sentarte

sobre mí, Lina.CATALINA.-Quisierais llevarme, ¿verdad? No

me extraña; para llevar se han hecho los asnos.PETRUCHIO.-Habiendo sido hechas las muje-

res para llevar también (hace señas refiriéndose al emba-razo), aplícate lo mismo.

CATALINA.-Si yo tuviese que llevar y soportar,jamás sería a un mostrenco de vuestra especie.

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PETRUCHIO.-¡Mi dulce Lina! ¿No sabes queme esforzaré en no ser para ti una carga pesada, sa-biéndote tan joven, tan frágil... ?

CATALINA.-Demasiado frágil y ligera, bien quepese lo suficiente, como para que un patán comovos no pueda cargar conmigo.

PETRUCHIO.-Eso lo veremos bien, tanto máscuanto que veo te ciernes a maravilla.

CATALINA.-¿Cerner? No está mal para haberlodicho un cernícalo.

PETRUCHIO.-El cernícalo te cogerá, ¡tortolillade vuelo lento!

CATALINA.-La tortolilla tendrá con vos paraun bocado, cual si fuerais un abejorro.

PETRUCHIO.- ¡Hola, hola, avispilla querida!Eres muy rabiosa.

CATALINA.-Si soy avispa, ¡cuidado con elaguijón!

PETRUCHIO.-El remedio es fácil; se le arrancay en paz.

CATALINA.-Los idiotas no saben dónde está.PETRUCHIO.-¿Quién ignora dónde tienen las

avispas el aguijón? ¡En la cola!CATALINA.-En la lengua.PETRUCHIO.-¿En la lengua de quién?

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CATALINA.-En la vuestra, que habla sin ton nison. Adiós. (Hace ademán como para irse.)

PETRUCHIO.-Ea, Lina, no te vayas. (La coge entresus brazos.) Lina querida, yo soy un hidalgo.

CATALINA.-Es lo que voy a ver. (Le da un so-plamocos.)

PETRUCHIO.-Hazlo otra vez y por quien soyque te ganas un par de bofetadas.

CATALINA.-Entonces perderíais vuestros es-cudos. Si pegáis a una mujer, no sois hidalgo; y si nosois hidalgo, ¡adiós blasones!

PETRUCHIO.-¡Hola! Te nombro mi reina dearmas. Puedes inscribirme en tu registro.

CATALINA.-¿Cuál es vuestra cimera? ¿La crestade un gallo?

PETRUCHIO.-Un gallo sin cresta si Lina llega aser mi gallina.

CATALINA.-No os quiero como gallo cantáiscomo un capón.

PETRUCHIO.-Ea, Lina, ¿a qué tanto vinagre?CATALINA. -No puedo evitarlo en cuanto me

acerco a un pepinillo.PETRUCHIO.-No habiendo pepinillo aquí, no

hay necesidad de vinagre.

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CATALINA.-¡Ya lo creo que lo hay! Os aseguroque hay uno.

PETRUCHIO.-Entonces, enséñamelo.CATALINA.-Si tuviese un espejo, le veríais al

punto.PETRUCHIO.-¡Cómo! ¿Te refieres a mi cara?CATALINA.-(Luchando por salir de sus brazos.)

¡ Cómo lo ha comprendido pese a sus pocos años!PETRUCHIO.-¡Por San Jorge!, bien veo que soy

demasiado joven para ti.CATALINA.-Nadie lo diría, viendo vuestras

arrugas.PETRUCHIO-¡Pesan sobre mí tantos cuidados!CATALINA.-(Debatiéndose siempre.) Cosa que a mí

me tiene perfectamente sin cuidado.PETRUCHIO.-Ea, escúchame, Lina... Inútil todo

forcejeo, no me escaparás.CATALINA.-¡Si no me soltáis os arranco los

ojos! ... ¡Dejadme marchar! (Se debate con violencia, lemuerde y le araña mientras habla.)

PETRUCHIO.-Por nada del mundo. Te en-cuentro adorable. Me habían dicho que eras brusca,tristona, desagradable, y veo que todo ello era puramentira. Eres, por el contrario, deliciosa, alegre,amable como ninguna. Tu lengua es un poco tarda,

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cierto, pero dulce y suave como una flor primaveral.Incapaz eres de fruncir el ceño, ni de mirar de travésy mucho menos de morderte los labios como hacenlas muchachas cuando se llenan de cólera. En vezde complacerte en contradecir, acoges a quienes,como yo, te adoran, con palabras amables y gratas ysonrisas encantadoras. Además, ¿por qué se empeñatodo el mundo en que Lina cojea de un pie? (Lasuelta.) ¡Oh mundo calumniador! Lina es derechacomo vara de avellano; su tinte moreno, como laspropias avellanas maduras y mucho más agradableaún que ellas. Anda, anda un poco, lucero, para queyo te vea y esté seguro de que no cojeas.

CATALINA.-Vete a dar órdenes a tus servido-res, ¡imbécil!

PETRUCHIO.-¡Jamás Diana alguna embellecióel bosque como Lina esta cámara con su andar deprincesa! O sé Diana, o que Diana se torne Lina. Yque entonces Lina sea casta y Diana locuela.

CATALINA.-¿Dónde has aprendido tan lindapalabrería?

PETRUCHIO.-Acuden a mí espontáneamentedesde el fondo, madre de mi espíritu.

CATALINA.-Poco espíritu debe de tener talmadre cuando tan menguado muéstrase el hijo.

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PETRUCHIO.-¿No tienen ingenio, calor, mispalabras?

CATALINA.-Apenas para que no te enfríes.PETRUCHIO.-¡Pardiez!, más caliente estaré en

tu cama, adorable Lina. ¡Allí, allí es donde quierocalentarme! Conque dejemos aparte toda palabreríay hablemos claro. Tu padre consiente en que seas mimujer. Ya nos hemos puesto de acuerdo sobre ladote y quieras o no quieras, me casaré contigo. Ycréeme, Lina, que yo soy el marido que te hace falta.Pues por esta luz que se recrea alumbrando tu her-mosura, que no te casarás con otro hombre queconmigo. Porque yo he nacido, para domarte, Lina,y para transformarte, mi gatita salvaje, en una Linadócil como son todas las demás Linas que tienen unhogar... Aquí llega tu padre; ¡cuidado con desmen-tirme! Quiero a Catalina por mujer, ¡y la tendré!(Entran Bautista, Gremio y Tranio.)

BAUTISTA.-Y bien, señor Petruchio, ¿cómo vavuestro asunto con mi hija?

PETRUCHIO.-Del mejor modo, caballero. ¿Po-dríais dudarlo? Imposible era que no quedase ven-cedor.

BAUTISTA.-¿Y tú, Catalina, hija mía? ¿De malhumor, como siempre?

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CATALINA.-¿Y tenéis aún la audacia de lla-marme vuestra hija? De veras que me dais una her-mosa prueba de ternura queriendo casarme con unmedio chiflado, con un bárbaro feroz, que jura co-mo un demonio y que cree poder conseguir lo quele place a fuerza de audacia y de blasfemias.

PETRUCHIO.-Mi querido padre, he aquí los he-chos: vos, así como cuantos hablan de ella, lo hacena tontas y a locas. Si a veces se muestra huraña, porpura cortesía es; pues, lejos de ser arrogante, es mo-desta como una paloma; lejos de ser violenta y en-cendida, apacible y fresca como el aire de la mañana.En cuanto a paciencia, es una segunda Griselda, yen lo que a castidad atañe, una Lucrecia romana. Enuna palabra, nos entendemos tan bien que nos casa-remos el próximo domingo.

CATALINA.-¡Preferiría verte ahorcado el sába-do!

GREMIO.-¿Oís, Petruchio, que prefiere ver có-mo os cuelgan?

TRANIO.-¿Es así como triunfáis? ¡Adiós nues-tras esperanzas!

PETRUCHIO-Paciencia, caballeros. Quien la es-coge soy yo. Y si ella y yo estamos contentos, ¿quéle importa a nadie? Hemos convenido, cuando está-

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bamos solos, que ella continuaría siendo hoscamientras estuviese acompañada. Por lo demás, justoes que os diga que me ama de un modo inimagina-ble. ¡Oh dulcísima Lina mía! ¡Cómo se me colgabaal cuello y cómo me prodigaba beso tras beso, pro-mesa tras promesa! De tal modo que, en un abrir ycerrar de ojos, me ha hecho compartir su amor. Pe-ro, ¿qué sabéis vosotros, pobres novicios, de esto?Prodigioso es ver cómo un hombre y una mujer, asolas, él, el más chorlito e infeliz de los mortales,puede suavizar a la más indomable tarasca. Dame tumano, Lina. A Venecia me voy a comprar el ajuarnecesario para la boda. Preparad el festín, mi que-rido padre, e invitad a cuantos deban acudir. Sí, se-guro quiero estar, encargándome de todo, que miCatalina resplandecerá, de hermosura.

BAUTISTA.-Yo, la verdad, no sé qué decir.Dadme los dos la mano. ¡Dios te bendiga, Petru-chio! Asunto terminado, pues.

GREMIO y TRANIO.-Amén. Seremos vuestrostestigos.

PETRUCHIO.-Padre, esposa, amigos, adiós. AVenecia me voy. El domingo llegará pronto. Ten-dremos sortijas, joyas, ¡trajes magníficos! Dame unbeso, Lina. (La coge entre sus brazos y la besa. Ella se

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arranca y escapa fuera de la cámara, mientras que él sale porotra puerta)

GREMIO.- ¿Viose jamás matrimonio alguno tanpronto zanjado?

BAUTISTA.-A fe mía, señores, que represento elpapel de un mercader que se aventura, a ojos ce-rrados, en un negocio desesperado.

TRANIO.-Era una mercancía que en vuestra ca-sa se deterioraba. Ahora, de no perderse en la trave-sía, obtendréis beneficio.

BAUTISTA.-Yo no busco otro beneficio en esteasunto que tranquilidad.

GREMIO.-En cuanto a él, sí que a fuerza detranquilidad va a conseguir una buena dote. Peroahora, Bautista, hablemos de la pequeña. He aquí,llegado al fin, el día que tanto esperábamos. No ol-vidéis que yo soy vuestro vecino y su primer pre-tendiente.

TRANIO.-Y yo soy aquel a quien Blanca amacomo no haya palabras para expresarlo, ni vuestropensamiento puede concebir.

GREMIO.-Jovenzuelo, incapaz de amar tan tier-namente como yo.

TRANIO.-Barbagris, vuestro amor es hielo puro.

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GREMIO.-El vuestro achicharra, en cambio.Atrás, mequetrefe. Sólo la edad madura da buenosfrutos.

TRANIO.-A los ojos de las bellas lo que florecees la juventud.

BAUTISTA.-Calma, señores; yo arreglaré la que-rella. El premio será concedido, no a las palabras,sino a los actos. Aquel de vosotros que asegure a mihija una dote más fuerte, tendrá el amor de Blanca...Hablad, señor Gremio. ¿Qué podéis garantizarle?

GREMIO.-Ante todo, y como bien lo sabéis, micasa, aquí, en la ciudad, está abundantemente pro-vista en vajillas de oro y de plata; de aljofainas y dejarras para que pueda lavar sus delicadas manos.Mis cortinas son todas de tapicería de Tiro. Mis es-cudos, apilados están en cofres de marfil. Y en ar-marios de ciprés almacenadas colchas de Arras, tra-jes suntuosos, colgaduras, tapices preciosos, ropafina, almohadones de Turquía bordados con perlas,baldaquines de Venecia, hechos a aguja y recamadosde oro, servicios en estaño y en cobre y todo cuantoes necesario en una casa y a un matrimonio. Ade-más, en mi granja tengo cien vacas lecheras, cientoveinte bueyes grasos en el establo y todo lo demásen proporción... En cuanto a mí, yo ya no soy joven,

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lo confieso, pero si muero mañana, todo lo dichoserá para ella, con tal de que ella quiera ser para mísólo, mientras tenga vida.

TRANIO.-Este “para mí sólo” está bien dicho.Por mi parte, señor, escuchadme. Yo soy hijo único,y heredero, por consiguiente, de mi padre. Si consi-go tener a vuestra hija como mujer, le legaré tres ocuatro casas no menos bellas que las del señorGremio, situadas dentro de los muros de la opulentaPisa; es decir, que la que éste tiene en Padua. Sincontar una renta anual de 2,000 ducados, asegura-dos sobre buenas tierras, que serán su viudedad.Creo, señor Gremio, que estáis cogido.

GREMIO.-(Para sí.) ¿Una renta anual de 2,000ducados garantizada con tierras? Todos mis inmue-bles no llegan a tanto. (En voz alta.) Además de todolo dicho, para ella será una carraca que ahora estáanclada en la rada de Marsella. ¿Qué? Esta carracaos ha cortado el resuello, ¿verdad?

TRANIO.-Todo, el mundo sabe, señor Gremio,que mi padre no tiene menos de tres grandes carra-cas, más dos galazas y doce hermosas galeras. Queaseguro a Blanca. Más el doble de cuanto vos ofrez-cáis sea lo que sea.

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GREMIO.-Yo he ofrecido ya todo. Ni más ten-go, ni más puedo darle de aquello que poseo. Si osconvengo, Bautista, tendrá mi persona y mis bienes.

TRANIO.-En este caso y de acuerdo con vuestrapromesa formal, para mí es vuestra hija con ex-clusión de todo otro. El señor Gremio ha quedadoeliminado.

BAUTISTA.-Debo convenir en que vuestraoferta es la más hermosa. Si vuestro padre respondede ella, mi hija será para vos. Y digo aún, excusad-me, si llegaseis a morir antes que él, ¿cuál sería laviudedad de mi hija?

TRANIO.-Eso no pasa de una sutileza ingrata;mi padre es viejo y yo soy joven.

GREMIO.-¿Es que los jóvenes no pueden morirlo mismo que los viejos?

BAUTISTA.-Pues, bien, señores, he aquí lo quehe resuelto en definitiva: el domingo próximo, sa-béis, mi hija Catalina se casa. Si me dais la garantíade vuestro padre, Blanca será vuestra al domingosiguiente; si no, lo será del señor Gremio. Y trasello, permitidme que me retire tras haberos dado lasgracias a ambos. (Sale.)

GREMIO.-Adiós, mi querido vecino. Y ahora yano temo nada. En verdad, joven trapacero que

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vuestro padre sería bien inocente si os diese cuantotiene, quedándose sometido a vivir a vuestra costalo que le quede de vida. Y, ¡bah!, todo lo demás espuro cuento de niños. Un viejo zorro italiano no estan bobalicón como para hacer tales cosas, hijo mío.(Sale a su vez.)

TRANIO.-¡Maldita sea tu piel, no menos vieja yajada! En cuanto a mí, ¡pardiez!, he echado en eljuego todos mis triunfos. Se me había metido en lacabeza hace ganar a mi amo. Y como sigo con laidea, no sé por qué un falso Lucentio no tendría unfalso padre llamado... supongamos Vincentio. Loque sería un prodigio; pues de ordinario son los pa-dres los que hacen los hijos, mientras en esta histo-ria de matrimonio, es un hijo, si mi ardid triunfa, elque va a engendrar a su padre (Sale.)

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ACTO III

ESCENA PRIMERAEn Padua, en la casa de Bautista

(En la cámara de BLANCA, que está sentada junto aHORTENSIO, disfrazado o transformado en Licio.LUCENTIO [Cambio], de pie y un poco separado.

HORTENSIO, coge la mano de BLANCA para ense-ñarle a poner los dedos en el laúd)

LUCENTIO.-(Interviniendo.) ¡Eh, señor músico!Diríase que os tomáis demasiadas libertades. ¿Ha-béis olvidado acaso la encantadora acogida que oshizo su hermana Catalina?

HORTENSIO.-Es que ahora, señor pedante es-candaloso, estoy con la dama protectora de la celes-tial armonía. Permitidme, pues, usar de mi

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prerrogativa, y cuando hayamos consagrado una ho-ra a la música os tomaréis vos un tiempo igual paravuestras lecturas.

LUCENTIO.-¡He aquí un asno tan ignoranteque ni sabe con qué fin fue creada la música! ¿Acasono fue hecha para refrescar el espíritu del hombretras sus estudios y trabajos habituales? Dejadme,pues, el placer de enseñarla algo de filosofía, y en laspausas que yo haga la emprenderéis con vuestra ar-monía.

HORTENSIO.-(Levantándose.) ¿Es que creéis quevoy a soportar vuestras bravatas, bellaco?

BLANCA.-¡Basta, señores! Ambos me ofendéisquerellándoos por algo cuya elección de mí sola de-pende. Yo no soy un escolar al que se puede amena-zar con el látigo, ni quiero estar sometida al que seme impongan tales lecciones para tal hora del día, niel tiempo que han de durar; sino que quiero arreglaryo misma estas cuestiones como me plazca. Porconsiguiente cortemos esta querella sentándonosaquí, y vos, tomad vuestro instrumento y tocadmientras él me enseña. Su lección habrá terminadoantes de que hayáis afinado vuestro laúd.

HORTENSIO.-¿ Dejaréis su lección cuando estéya afinado?

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LUCENTIO.-Ello querría decir ¡nunca! enton-ces. ¡Hala, afinad vuestro instrumento! (Hortensio seretira; Blanca y Lucentio se sientan.)

BLANCA-¿Dónde habíamos quedado?LUCENTIO.-Aquí, señora.

“Hic ibat Simois, hic est Sigela tellus; Hic steterat Priami regia celsa senis”.

BLANCA.-Traducid.LUCENTIO.-“Hic ibat”, como ya os he dicho;

“Simois” soy Lucentio; “hic est”, el hijo de Vincentio,de Pisa; “Sigela tellus”, disfrazado de este modo paraconseguir vuestro amor: “hic steterat”, y el Lucentioque se ha presentado como uno más de vuestrospretendientes; “Priami”, es mi criado Tranio; “regia”,que ha- tomado mi puesto; “celsa cenis”, con objetode engañar al viejo Pantalón.

HORTENSIO.-Señora, mi instrumento está yaafinado.

BLANCA.-Que yo le oiga. (Hortensio toca.) ¡Quéhorror! Los altos desafinan.

LUCENTIO.-Escupa por el colmillo el amigo yvuelva a afinar. (Hortensio se retira de nuevo.)

BLANCA.-Veamos ahora si yo soy capaz a mivez de traducir: "Hic ibat Simois”, no os conozco; “hicest Sigela tellus”, y no puedo confiar en lo que decís;

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“hic steterat Priami”, tened cuidado no vaya a oírnos;“celsa senis” y no desesperéis.

HORTENSIO.-(Volviendo.) Ahora,HORTENSIO.-(Volviendo.) Ahora, señora, está

afinado.LUCENTIO.-¿Los bajos también?HORTENSIO.-Los bajos están a tono (Aparte.)

El que desentona, pícaro, eres tú. ¡Qué ardiente yqué audaz se está volviendo este pedagogo! Que mecuelguen si el bribón no hace la corte a mi amada.Será preciso que vigile a este maldito pedantucho.(Se desliza detrás de ellos.)

BLANCA.-Con el tiempo llegaré a creeros; por elmomento, desconfío.

LUCENTIO.-No dudéis... (dándose cuenta de queestá allí Hortensio), pues es cierto que Eacidas designaa Aiax, llamado así a causa de su abuelo.

BLANCA.-(Levantándose.) Naturalmente debocreer a mi maestro, de otro modo, os aseguro quecontinuaría argumentando sobre este punto dudoso.Pero quedemos aquí. A vos ahora, Licio. Queridosmaestros, si he bromeado un poco con los dos nolo toméis, os lo ruego, en mal sentida.

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HORTENSIO.-(A Lucentio.) Podéis iros a daruna vuelta y dejarme libre un momento. Mis leccio-nes no son un coro a tres voces.

LUCENTIO.-¿Tan formalista sois, señor mío?Bien, me retiraré... (Aparte.) Pero sin dejar de vigilar,pues o mucho me equivoco o el soplaflautas éste seestá enamorando. (Se aparta un poco. Blanca y Hortensiose sientan.)

HORTENSIO.-Señora, antes de que toquéis elinstrumento debo enseñaros, lo primero, cómo hayque poner los dedos. Y para ello, empezar por losrudimentos de este arte. La gama os la enseñaré me-diante un método corto y agradable; más seguro ymás eficaz que todos los métodos empleados pormis colegas. Vedle aquí en este papel, dispuesto delmodo más conveniente.

BLANCA.-Pero la gama ya hace mucho tiempoque la he pasado.

HORTENSIO.-Leed, no obstante, la de Horten-sio.

BLANCA.-(Leyendo.)“Gama de do”, yo soy la base de todo acuerdo.“A re”, yo vengo a abogar por la pasión de Hor-

tensio.“B mi”, Blanca, tomadle por esposo.

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“C fa”, pues os ama con todo su corazón.“D sol , re”, tengo dos notas para una sola llave.“E la, mi”, tened piedad de mí o muero.¿Y a esto llamáis una gama ¡Bah!, no me gusta

nada. Prefiero los métodos antiguos. No soy tan ca-prichosa como para ir a cambiar las antiguas reglascontra invenciones extrañas. (Entra un criado.)

EL CRIADO.-Señora, vuestro padre os ruegadejéis vuestras lección con objeto de que le ayudéisa decorar el cuarto de vuestra hermana. Ya sabéisque mañana es el día de su boda.

BLANCA.-Hasta la vista, mis queridos maestros,no tengo más remedio que dejaros. (Sale seguida delcriado.)

LUCENTIO.-En este caso, señora nada tengoque hacer aquí. (Sale a su vez.)

HORTENSIO.-En cuanto a mí, bien haré en vi-gilar a este pedagogo. Tiene todo el aire, todo, deestar enamorado... Por tu parte, Blanca si tus gustosson tan bajos como para llevar tus ojos hacia elprimero que se presente, que se case contigo el quequiera. Si tu corazón es tan ligero, yo cambiaré tam-bién de amor para no ser menos que tú.

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ESCENA IIPadua. Una plaza. Delante de la casa de Bautista

(Entran BAUTISTA, GREMIO, TRANIO [haciendosiempre de Lucentio], LUCENTIO [haciendo de Cambio],CATALINA [vestida de novia], BLANCA y numerosos

invitados)

BAUTISTA.-(A Tranio.) Señor Lucentio, hoy esel día fijado para el matrimonio de Catalina con Pe-truchio y henos aquí sin noticias de mi yerno. ¿Quévan a decir los invitados? ¿Qué irrisión no va a cau-sar la ausencia del novio cuando el sacerdote lleguedispuesto a efectuar el enlace? ¿Qué os, parece avos, Lucentio, de esta afrenta que sufrimos?

CATALINA.-No hay afrenta sino para mí. Heaquí la consecuencia de obligarme a dar mi mano aun insensato, en contra de mi corazón. A un male-ducado. A un impulsivo, que tras hacerme la corte atodo galope, luego no tiene prisa cuando llega elmomento de casarse. Por lo tanto, bien os había yodicho que era un disparatado, un loco, que bajo elmanto de una ruda franqueza lo que ocultaba erauna pura burla. Con tal de ser tenido por el más gra-

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cioso y festivo de los amigos, es de esos chuscosque no dudan en hacer la corte a mil mujeres, en fi-jar el día del matrimonio, en preparar un banquete,en invitar a sus amigos y en publicar amonestacio-nes. Todo ello sin la menor intención de desposar ala que corteja. Y he aquí que ahora todo el mundoseñalará con el dedo a la pobre Catalina diciendo:“¡Esa es la mujer del taravilla de Petruchio! Por su-puesto, cuando le dé la ventolera de casarse conella.”

TRANIO.-Paciencia, querida Catalina. Paciencia,señor Bautista. Yo estoy seguro, por mi vida, de quePetruchio tiene buenas intenciones, sea cual sea lacasualidad que le impida cumplir su palabra. Esbrusco, pero sensato; alegre vividor, pero honrado.

CATALINA.-¡Ojalá no le hubiese yo visto ja-más! (Va hacia la casa, llorando, seguida de Blanca y de losinvitados.)

BAUTISTA.-Anda, hija mía, anda. Esta vez nopuedo censurar tus lágrimas. Tal afrenta indignaría auna santa misma. Mucho más, claro, a una mucha-cha tan dada al arrebato y a la impaciencia como tú.(Llega Biondello corriendo.)

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BIONDELLO.-¡Amo, amo! ¡Una noticia! ¡Unanueva vieja! La nueva más vieja que jamás hayáisoído!

BAUTISTA.-¿Una nueva vieja? ¿Cómo es posi-ble tal cosa?

BIONDELLO.-¿No es una nueva anunciarosque Petruchio llega?

BAUTISTA.-¿Ha llegado?BIONDELLO.-No, señor.BAUTISTA.-¿Qué es lo que dices entonces?BIONDELLO.-Que llega.BAUTISTA.-¿Y cuándo estará aquí?BIONDELLO.-Cuando esté donde yo estoy y os

vea como yo os veo.TRANIO.-Pero, vamos a ver, ¿cuál es la nueva

vieja entonces?BIONDELLO.-Pues bien, mi amo: Petruchio

llega con un sombrero nuevo y un jubón viejo.Pantalones también viejos, vueltos ya tres veces, yun par de botas que han servido de caja a los cabosde vela. De ellas, una va sujeta con una hebilla; laotra con un lazo. Al cinto, una antigua espada todaoxidada, tomada a préstamo en el arsenal de la ciu-dad; con la empuñadura rota y la vaina agujereadapor abajo; cierto que los hierros de la cruz partidos

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en dos. Su caballo, que cojea de la cadena, se adornacon una silla carcomida cuyos estribos están desca-balados. Sin contar que el pobre animal es víctimadel muermo, gracias a lo cual sus narices no dejande fluir; amén de sufrir de tolanos infestados delamparones; además de estar acribillado a fuerza deespolonazos, abatido un tanto por la ictericia y cu-bierto de adivas incurables. Y claro, cual suele ocu-rrir, aturdido por los vértigos; sí que comido dereznos. Por el contrario, tiene todo el espinazo des-peado, las costillas dislocadas y de las manos de-lanteras es patizambo. Por suerte suya, al bocadoque trae le falta la mitad, y como cabezada, una pielde carnero, que a fuerza de haber sido estirada paraimpedirle que se moviera demasiado se ha roto másde una vez, por lo que ha habido que reajustarla afuerza de nudos. También la cincha ha sido remen-dada seis veces. En cambio, le avalora una grupera,de terciopelo, para mujer, con dos iniciales perfec-tamente marcadas con clavos y apañada aquí y allá,pero con buena cuerda.

BAUTISTA.-¿Y quién viene con él?BIONDELLO.-Su lacayo, señor. Su lacayo, en-

galanado en armonía con el caballo. Es decir, conuna media de hilo en una pierna y una calza de lana

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gruesa en la otra. Como ligas, un cordón rojo en unay otro azul en la otra. En la cabeza, un sombreroque fue nuevo tal vez. Cierto que a guisa de plumase adorna con un penacho de lo menos cuarentacincuentas. En cuanto al traje, hay que decirlo, ¡esalgo verdaderamente monstruoso! De tal modo, queni aire tiene de paje cristiano, ni de lacayo de hidal-go.

TRANIO.-Sin duda le ha cogido el capricho ex-traño de presentarse así. A veces se le ocurre, enefecto, la idea de salir pobremente vestido.

BAUTISTA.-De todas maneras, venga comovenga, con tal de que venga, será para mí él bienve-nido.

BIONDELLO.-Pero es que, señor, no viene.BAUTISTA.-¿Pero no has dicho que venía?BIONDELLO.-¿Quién? Petruchio?BAUTISTA.-Sí, que Petruchio venía.BIONDELLO.-No, caballero; lo que yo he di-

cho era que su caballo venía trayéndole encima.BAUTISTA.-Pues bien, es todo uno.BIONDELLO.-¡Ay, que no, por San Jamy!

Yo dos cobres apuestoque un caballo y un hombremás de uno son, cierto.

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Sin ser varios, no obstante,como también sostengo.(Petruchio y Grumio, vestidos de cualquier manera,

cual Biondello les ha descrito, entran súbitamente.)PETRUCHIO.-¡Vamos a ver! ¿Dónde están los

amigos? ¿Quién en hay esta casa?BAUTISTA-Sed bienvenido, caballero.PETRUCHIO.-¿Aunque no llegue mejor vesti-

do? Pero cada uno se presenta como puede.BAUTISTA-Menos mal que no cojeando aún.TRANIO.-En todo caso, no tan bien vestido cu-

al yo hubiera deseado.PETRUCHIO.-¿No era mejor llegar, bien que

fuese de este modo? Pero, ¿dónde está Lina? ¿Dón-de está mi encantadora novia? Y ¿cómo va mi que-rido padre? Pero diríase, señores míos, que estáisincomodados. ¿Por qué tan amable compañía ar-quea las cejas como ante un prodigio extraordinariocual un cometa o algún otro fenómeno inusitado?

BAUTISTA.-Porque, comprendedlo, hoy es eldía fijado para vuestra boda y, claro, primero está-bamos tristes pensando que no ibais a llegar. Y aho-ra lo estamos más aún viéndoos llegar de estemodo. Ea, ea, despojaos de ese traje que avergüenza

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vuestra condición, sobre deshonrar una fiesta tansolemne como ésta.

TRANIO.-Y decidnos qué asunto importante osha retenido tanto tiempo lejos de vuestra esposa yos hace llegar tan diferente de vos mismo.

PETRUCHIO.-Larga cosa sería de contar e in-grata de oír. Que os baste saber que aquí estoy, dis-puesto a cumplir mi promesa. Si en algo me heapartado de lo que había dicho, ya me excusarécuando tenga la ocasión necesaria para ello, y en-tonces quedaréis completamente satisfechos. Pero¿dónde está Lina? Se me tiene demasiado tiempoalejado de ella. La mañana avanza y ya deberíamosestar en la iglesia.

TRANIO.-No se os ocurra presentaros delantede vuestra prometida tal cual vais vestido. Venid ami cámara y yo os daré ropa mía.

PETRUCHIO.-Ni mucho menos, creedme. Alcontrario, tal cual estoy voy a presentarme.

BAUTISTA.-Mas espero que no pretenderéis ca-saros con ella de este modo.

PETRUCHIO.-¿Y por qué no? ¡Tal cual estoy!No se hable más de ello. Es conmigo con quien secasa, no con mis vestidos. De poder renovar lasfuerzas que ella agotará en mí tan fácilmente como

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podría cambiar de traje, Lina se alegraría mucho yyo aún más. Pero qué tonto soy charlando de estemodo con vosotros en vez de correr a saludar a miprometida y a sellar este dulce título con un beso deamor. (Sale seguido de Grumio.)

TRANIO.-No hay duda que ha venido como havenido “ex profeso”. Pero veamos de convencerle,si ello es posible, de que se vista mejor para ir a laiglesia.

BAUTISTA.-Corro tras él a ver en qué acaba to-do esto. (Sale seguido de Gremio.)

TRANIO.-(A Lucentio.) Pero, señor, no hastacontar con el amor de Blanca, sino que es precisotener asimismo el consentimiento del padre. Y paraconseguir éste, cual ya he dicho a vuestra gracia, voya valerme de un hombre. Quién sea este hombre,poco importa; lo esencial es enseñarle debidamenteel papel que tiene que representar. Es decir, que ha-brá de hacerse pasar por Vincentio de Pisa y garan-tizar aquí en Padua una viudedad aún mucho másimportante que la que yo he prometido. De estemodo obtendréis sin esfuerzo lo que deseáis y po-dréis desposar a la dulce Blanca con el consenti-miento de su padre.

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LUCENTIO.-Si mi colega el profesor de músicano vigilase como lo hace tan de cerca los pasos deBlanca, creo que lo mejor sería que nos casásemosen secreto. Una vez el matrimonio celebrado, habríael mundo entero de oponerse y yo sabría guardar mitesoro frente a todo el universo.

TRANIO.-Ya veremos, sin precipitarnos, lo quemás conviene realizar. Lo primero que hay que ha-cer es engañar a ese vejancón de Gremio; luego alpadre, el receloso Bautista Minola; en fin, a ese mú-sico astuto, el enamorado Licio. Y todo por afectohacia Lucentio, mi amo... (Entra Gremio.) ¿Venís, se-ñor Gremio, de la iglesia?

GREMIO.-¡Y tan alegre como de chico lo hacíade la escuela!

TRANIO.-Y el novio y la novia, ¿vuelven a lacasa?

GREMIO.-¿El novio decís? Mejor diríais di-ciendo un mozo de cuadra, un palafrenero zafio.¡La pobre criatura se enterará pronto!

TRANIO.-¿Es que tal vez es más huraño queella? ¡No es posible!

GREMIO.-¿Él? Ese hombre es un diablo. ¡Unverdadero demonio!

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TRANIO.-Pues ella en todo caso una diablesa.La verdadera mujer del diablo.

GREMIO.-¡Quiá, mi amigo! Junto a él es unacordera, una paloma, una futesa. Os voy a contar loocurrido. Escuchad, mi señor Lucentio. Figuraosque cuando el cura le ha preguntado si quería a Ca-talina por mujer ha respondido, pero jurando tanfuerte que el sacerdote todo asustado ha dejado caersu libro: “¡Rayos de rayos!, pues ya lo creo.”Y cuan-do se agachaba el pobre cura para recoger su brevia-rio, ese disparatado loco le ha dado tal puñetazo,que cura y libro y libro y cura han rodado por elsuelo. “Ahora -ha rugido-, que los levante el quequiera!”

TRANIO.-¿Y qué ha dicho la joven cuando elcura se ha levantado?

GREMIO.-Ella temblaba y se estremecía, pues elfenómeno pataleaba y tronaba cual si el cura hubiesetratado de hacerle cornudo. Y he aquí que una veztodas las ceremonias acabadas, el monstruo pide vi-no. “¡A la salud de todos!”, grita, cual si hubiese es-tado a bordo de un navío bebiendo por suscamaradas tras una tormenta. Traga el moscatel sindejar para los demás, y lo que quedaba en el fondode la copa se lo tira a la cara del sacristán pretextan-

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do para ello que la barba del infeliz crecía tan rala yfamélica que le estaba pidiendo a voces mientrasbebía un poco de brebaje. Tras ello, coge a la reciéncasada por el cuello, le sacude en plena boca un be-so tan escandaloso, que resuena en toda la iglesia. Yes cuando yo, al ver aquello, he escapado, avergon-zado. Por supuesto, todo el cortejo viene tras de mí.Jamás, se había visto un matrimonio tan extraordi-nario... Pero escuchad, escuchad. Oigo a los músi-cos. (Música. Entran los músicos precediendo a los de labodas Petruchio y Catalina, seguidos de Blanca, Bautista,Hortensio, Grumio y todos los invitados y comitiva.)

PETRUCHIO.-Caballeros, y vosotros, amigosmíos, mil gracias por el trabajo que os habéis toma-do en venir. Sé también que contabais comer con-migo y que habéis preparado un copioso banquetede boda. Pero sucede que asuntos inaplazables mereclaman lejos de aquí; por consiguiente, obligadome veo a despedirme de vosotros en este precisoinstante.

BAUTISTA.-¿Es posible que queráis partir estatarde misma?

PETRUCHIO.-Hoy mismo, sí, antes de que seade noche. Y que ello no os extrañe. Si supieseis lasrazones que me mueven a ello, más bien me roga-

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ríais que partiese, que no me quedase. Por consi-guiente, doy muchas gracias a todos, nobles com-pañeros, testigos de mi unión con la más paciente, lamás dulce y virtuosa de las esposas. Comed encompañía de mi suegro, bebed a mi salud, y en loque a mí afecta, como es preciso que me vaya, adiósa todos.

TRANIO.-Permitidnos suplicaros que os quedéishasta después de la comida.

PETRUCHIO.-Imposible.GREMIO.-Dejadme que os lo suplique yo tam-

bién.PETRUCHIO.-Imposible digo.CATALINA.-Yo uno mis ruegos a los suyos.PETRUCHIO.-Me place en extremo.CATALINA.-¿Os place en extremo quedaros?PETRUCHIO.-Me place en extremo que me su-

pliquéis que me quede. Pero podríais hartaros desuplicarme y no me quedaría.

CATALINA.-No obstante, si es que me amáis,quedaos.

PETRUCHIO.-¡Grumio, los caballos!GRUMIO.-Dispuestos están, mi amo. Y con la

tripa llena de avena.

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CATALINA.-Pues bien, haced como os plazca.En cuanto a mí, no partiré hoy, ¡no! Ni mañana. Niantes de que me dé la gana hacerlo. La puertaabierta está, señor mío; el camino ahí le tenéis. Po-déis trotar hasta que vuestras botas no puedan yamás. Pero yo no partiré más que cuando se me an-toje hacerlo. Un hombre que desde el primer mo-mento se muestra tan bruto y tan grosero, ¡de verasque promete ser una alhaja de marido!

PETRUCHIO.-Ea, Lina querida no te enfades, telo ruego. Echa lejos de ti el mal humor.

CATALINA-¡Me da la gana enfadarme! ¿Quédiablos tenéis que ir a hacer? En cuanto a vos, pa-dre, puedes estar tranquilo. Esperará hasta que a míse me antoje.

GREMIO.-(A Bautista.) Esto ya es otra cosa, ca-ballero. La cólera de Catalina empieza a producir suefecto.

CATALINA.-Señores, ¡a la mesa todos! Ya veoque se puede hacer de una mujer un espantajo si notiene el valor de resistir.

PETRUCHIO.-(Con violencia tremenda.) ¡Estos ca-balleros irán a comer, Lina, puesto que se lo orde-nas! ¡Obedeced a la recién casada, vosotros todoslos que habéis formado su cortejo! Id al banquete,

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sí; divertios, haced francachela, brindad hasta harta-ros por su doncellez, alegraos, haced el loco, Y sino, ¡que os ahorquen! En cuanto a mi Lina, mi her-mosa Catalina, ¡partirá conmigo! (La coge por la cinturacual si la defendiese contra los otros,) Ea, lucero, no te ha-gas la enfadada, no patalees ni te revuelvas; no echesmiradas furibundas ni hagas gestos de cólera. Yoquiero ser dueño de lo que es mío. Mi mujer es mibien, mi todo, mi casa, mi mobiliario, mi campo, migranja, mi caballo , mi buey, mi asno: ¡cuanto quieroy tengo! (Desenvaina la espada.) ¡Aquí la tenéis! Pero¡ay de quien la toque! ¡Desafío a todo matachín dePadua que se atreva a cerrarme el camino! Grumio,¡desenvaina, que estamos rodeados de bandidos!¡Ven a socorrer a tu señora si es que eres un hom-bre! En cuanto a ti, mi Lina adorada, no temas nada,que nadie se atreverá a tocarte. ¡Aquí estoy yo paraser tu escudo incluso contra un millón de enemigos!(Se la lleva de la plaza violentamente mientras Grumio haceque protege su retirada.)

BAUTISTA.- ¡Dejad, dejad que se vayan enho-rabuena! ¡Apacible pareja!

GREMIO.-Si no se van tan pronto, reviento derisa.

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TRANIO.-No creo que haya habido jamás ma-trimonio de locos semejantes.

LUCENTIO.-(A Blanca.) Señora, ¿qué pensáis devuestra hermana?

BLANCA.-Que para una loca de atar siemprehay un loco rematado.

GREMIO.-Creo, por mi fe, que Petruchio ha en-contrado una horma digna de su zapato.

BAUTISTA.-Amigos míos, vecinos: si el casadoy la casada no están para ocupar su puesto en la me-sa, sí habrá, en cambio, comida y bebida en abun-dancia. Vamos, pues, Lucentio, vos ocuparéis elpuesto del marido, y Blanca, el de su hermana.

TRANIO.-¿Va la encantadora Blanca a aprendercómo se hace de recién casada?

BAUTISTA.-Así es, Lucentio. Venid, señores,vamos. (Entran a la casa.)

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ACTO IV

ESCENA PRIMERAGran sala a la entrada de la casa de campo de Petru-

chio

(Entra GRUMIO todo cubierta de barro)

GRUMIO.-¡Mal haya! ¡Mal haya de todos losjamelgos derrengados, de todos los amos locos y detodos los malos caminos! ¿Ha habido jamás hom-bre más zarandeado, más enlodado y más molidoque yo? Me ha echado por delante para que encien-da el fuego y llegan tras de mí para calentarse. De noser yo uno de esos pucheritos que al punto estánhirviendo, mis labios helados se pegarían a misdientes, mi lengua a mi paladar y mi corazón a mistripas antes de que tuviese fuego para deshelarme.

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Pero me calentaré con sólo soplar lo que arda; unhombre mayor que yo, con este tiempo, no habríaquien le librase de un resfriado. ¡A ver! ¡Hola!¡ Curtis! (Entra Curtis.)

CURTIS.-¿Quién llama con voz que tirita?GRUMIO.-Un pedazo de hielo. Si lo dudas, en-

saya y verás que puedes patinar de mis hombros amis talones sin otro impulso que el que tomes de micabeza a mi cuello. ¡Lumbre, lumbre, mi queridoCurtis!

CURTIS-¿Es que el amo y su esposa llegan,Grumio?

GRUMIO.-Sí, sí, Curtis; están al llegar, conque,¡ fuego!, ¡fuego! Y no se te ocurra echar agua encima.

CURTIS.-Y dime: ¿la fiera tiene la cabeza tan ca-liente como dicen?

GRUMIO.-La tenía, excelente Curtis, antes deesta helada. Pero bien sabes que el invierno domatodo: hombre, mujer y bestia. Este ha domado a miamo de siempre, a mi ama de ahora y hasta a mimismo, excelente Curtis.

CURTIS.-¿Qué estás diciendo ahí? ¿Es que creesacaso que soy tonto, títere de tres pulgadas?

GRUMIO.-Prefiero no tener sino tres pulgadas allevar, como tú, cuernos de más de a pie. Además

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¿es que quieres hacernos fuego, o será preciso queme queje de ti a nuestra ama? Te aseguro que si tar-das tanto en preparar lo necesario para que se ca-liente, ella te hará en menos tiempo sentir la cariciade sus manos heladas.

CURTIS.-Ea, Grumio, hombre, dime, te lo rue-go, qué pasa por el mundo.

GRUMIO.-(Mientras Curtis enciende fuego.) Pasa quese hiela. Pasa que el único oficio bueno es el de fo-gonero: el tuyo. Por consiguiente, atiza. Haz tu de-ber y hallarás recompensa. Mi amo y mi ama estánmedio muertos de frío.

CURTIS.-Ya tienes el fuego encendido, conqueahora, mi buen Grumio, vengan las noticias.

GRUMIO.-Tantas noticias cuantas quieras conmúsica de “¡Jacobo, muchacho!, ¡eh, muchacho!”.

CURTIS.-¡Siempre el mismo! En embarcar a losdemás no hay otro.

GRUMIO.-Pero como el agua está terriblementefría, ¡atiza el fuego de firme! Por cierto, ¿dónde estáel cocinero? ¿Está la sopa lista, la casa en condicio-nes, el piso esterado y barridas las telas de araña?¿Se han puesto los criados los trajes nuevos, lasmedias blancas y cuantos hayan de servir el traje deboda? Las marmitas, ¿están bien limpias por dentro

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y los marmitones por fuera? ¿Tienen las mesasmanteles? ¿Está todo preparado?

CURTIS.-¡Todo! Por consiguiente, ¡habla, hom-bre!

GRUMIO.-Pues bien, ante todo, sabe que mi ca-ballo está rendido y que el amo y el ama se han caí-do...

CURTIS.-¿Qué se han caído?GRUMIO.-...de sus sillas en medio del barro, y

aquí empieza la historia.CURTIS.-Cuéntamela, mi excelente Grumio.GRUMIO.-Aguza el oído.CURTIS.-Alerto está.GRUMIO.-(Dándole una bofetada.) Pues aquí la tie-

nes.CURTIS.-Esto es más sentir una historia que

oírla.GRUMIO.-Es que te la quería hacer palpable.

Por supuesto, el soplamocos era tan sólo para ad-vertir tu oreja y hacerte escuchar mejor. Y ahora,empiezo: primero hemos bajado por una cuesta ma-lísima; el amo a la grupa, detrás del ama...

CURTIS.-(Interrumpiendo a Grumio.) ¡ Diantre, losdos sobre el mismo jamelgo!

GRUMIO.-¿Qué has dicho?

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CURTIS.-He dicho: los dos sobre el mismo ja-melgo.

GRUMIO.-Pues si lo sabes, sigue tú contando.¿Ves?, de no haberme interrumpido hubieras sabidocómo el caballo ha caído, y ella debajo, pero preci-samente encimita del cenagal. Luego, la clase de ce-nagal que era; de qué modo se rebozó en el barro;cómo el amo la dejó, caballo y todo sobre ella; ycómo a mí me sacudió por haber tropezado el caba-llo del ama. Luego lo que ella chapoteó en el barropara venir a librarme de sus manos; de qué maneraél juraba, ¡y cuanto ella le suplicaba! Ella, que jamáshabía suplicado antes. Y como yo chillaba de talmodo, que los caballos salieron escapados. Cómo labrida del ama se rompió. Cómo yo perdí mi grupe-ra. Y muchas otras cosas más dignas de memoria,pero que morirán en el olvido, mientras tú, igno-rante de lo que ha pasado, bajarás a la tumba.

CURTIS.-A juzgar por lo que dices, está él másrabioso que ella.

GRUMIO.-De ello no hay duda. Y esto, tanto túcomo el más majo de la casa lo descubriréis encuanto llegue. ¿Pero a qué tantas palabras? Llama aNataniel, a José, a Nicolás, a Felipe, a Walter Pilónde Azúcar y a todos los demás. Y ¡mucho ojo! Que

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estén bien peinados, las libreas azules bien cepilla-das y las ligas perfectamente atadas. Que hagan lareverencia con la pierna izquierda, y que no se to-men la libertad de tocar una crin de la cola del caba-llo del amo sin previamente haberle enviado unbeso con la mano. ¿Están todos dispuestos?

CURTIS.-Lo están.GRUMIO.-Llámales entonces.CURTIS.-(A voces.) ¡A ver! ¿me oís? ¡Que cada

uno vaya al encuentro del amo, con objeto de hacerbuena cara al ama!

GRUMIO.-¿Cómo? Te advierto ella tiene ya sucara.

CURTIS.-¿Quién podría ignorarlo?GRUMIO.-Diríase que tu, puesto que les llamas

para que le hagan una buena.CURTIS.-Lo que hago es invitarles a que le

presten sus respetos.GRUMIO.-¿Pero es que tú crees que ella viene

aquí a que le presten algo? (Entran cuatro o cinco servi-dores, que se agrupan en torno a Grumio.)

NATANIEL.-Bienvenido, Grumio.FELIPE.-¿Qué tal, Grumio?NICOLÁS.-¡Querido Grumio!NATANIEL.-¿Cómo, te ha ido, muchacho?

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GRUMIO.-Hola tú... Y tú, ¿cómo estás?... ¿Estástú aquí también... Adiós, compadre... y ya basta desaludos. Y ahora, mis buenos mozos, ¿es que todoestá dispuesto? ¿Todo en orden?

NATANIEL.-Todo. ¿A qué distancia está elamo?

GRUMIO.-A dos pasos. Ya debe incluso haber-se apeado del caballo. Luego basta de charla. Pero,¡silencio, por el gallo de la Pasión, que ya le oigo!(Entran Petruchio y Catalina, llenos de barro.)

PETRUCHIO.-¿Dónde, están ese hatajo de inú-tiles? ¿De modo que nadie a la puerta para tenermeel estribo y para recoger al caballo? ¿Dónde estáNataniel? ¿Dónde Gregorio? ¿Dónde Felipe?

LOS CRIADOS.-¡Aquí! ¡Aquí, señor! ¡Aquí!PETRUCHIO.-¡Aquí! ¡Aquí, Señor! ¡Aquí! ¡Ta-

rugos! ¡Asnos! ¡Unos grandes asnos!, he aquí lo quesois. Aquí estáis, pero nadie se ha presentado paraservirnos. Nadie para saludarnos y desearnos labienvenida. ¿Dónde, está ese idiota, ese papanatas alque he enviado por delante?

GRUMIO.-Aquí estoy, señor, tan idiota como decostumbre.

PETRUCHIO.-¡Palurdo!, ¡rocín de cervecero!¡hijo de zorra! ¿No te había dicho que salieses a es-

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perarme al parque en unión de esta cuadrilla de gaz-nápiros?

GRUMIO.-Señor, la librea de Nataniel no estabacompletamente acabada y los escarpines de Gabrielestaban, por el contrario, perfectamente acabadospor los tacones. No había negro de humo para daruna mano al sombrero de Pedro, y la daga de Gon-trán aún no se la había enviado el fabricante de vai-nas. Es decir, ninguno estaba listo a excepción deAdán, Raúl y Gregorio. Los demás estaban, por de-cirlo así, hechos jirones. Más usados en sus trajes,que mendigos. No obstante, tal cual estaban han ve-nido a vuestro encuentro.

PETRUCHIO.-¡Largo, bribones! ¡Id a buscar lacena! (Los criados salen. Petruchio canta.)

¡Qué fue de la vida que yo llevaba!...¿dónde están...?(Fijándose en Catalina.) Pero siéntate y sé la bien-

venida, Lina... A comer, a comer, ¡a comer! (Entranlos criados trayendo la Cena.) ¿Qué? ¿Llega la cena, alfin? Ea, mi buena, mi dulce Lina, anímate. Pero,¿qué hacéis que no me quitáis las botas, canallas?¡Vivos! (Canta.)

“En otro tiempo, un fraile gris siempre que ibade viaje...”

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¡Detente animal, que me tuerces el pie! ... (Le pe-ga.) ¡Toma! ¡Así tendrás más cuidado al sacar laotra!... Alégrate, Lina... Pero, ¿no hay agua? (Entra uncriado trayéndola.) ¿Y dónde está Troilus, mi poden-co? En cuanto a ti, bribón, escapa de aquí y ve a ro-gar a mi primo Fernando que venga. (El criado sale.)Se trata de alguien, Lina al que será preciso queabraces y al que quiero que conozcas. ¿Dónde estánmis zapatillas? Y esa agua, ¿llega o no llega? (Le pre-sentan la aljofaina por segunda vez.) Ven Lina, ven a la-varte, y de todo corazón, sé la bien venida. (Empujaal criado, que deja caer el agua.) ¡Idiota! ¡Hijo de perdi-da! ¡Ni que decir tiene que la has tirado toda! (Le pe-ga.)

CATALINA.-Tened paciencia, os lo ruego. Loha hecho sin querer.

PETRUCHIO.-¡Es un hijo de zorra!, ¡una cabe-za de leño!, ¡un orejas de asno! Ea, Lina, ven a sen-tarte, que sé que tienes mucha hambre. ¿Quieresdecir el Pater Noster, mi querida Lina, o lo digo yo?Pero, ¿qué es esto?, ¿carnero?

PRIMER CRIADO.-Sí, mi amo.PETRUCHIO.-¿Quién le ha traído?PRIMER CRIADO.-Yo.

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PETRUCHIO.-¡Pero si está todo quemado!¡Toda la carne está quemada! ¡Perros del demonio,qué sois! ¿Dónde está ese maldito cocinero? ¿Cómohabéis tenido la audacia de traer una carne seme-jante y de servírmela en este estado, sabiendo de quémodo la detesto así? ¡Quitadme de delante todo eso!¡Platos, vasos, todo! (Les tira la cena a la cabeza.)¡Idiotas! ¡Imbéciles! ¡Animales! ¡Malenseñados!¿Cómo? ¿Y aún refunfuñáis? ¡Dentro de un instanteme las entenderé con vosotros! (Echa a todos de la salamenos a Curtis.)

CATALINA.-Por favor, esposo, no os atormen-téis así. En cuanto a la carne, en su punto estaba,podéis creerme.

PETRUCHIO.-Pues yo digo, Lina, que estabatoda quemada; toda seca. Y la carne a tal punto asa-da me está enteramente prohibida. No debo ni pro-barla. Parece ser que produce bilis y que mueve a lacólera. Vale, pues, más para nosotros dos que denaturaleza somos ya un poco irritables, quedarnosen ayunas, que comer una carne como ésta, dema-siado asada. Ten paciencia. Mañana irá la cosa me-jor. Ea, ven. Voy a conducirte a la cámara nupcial.(Salen seguidos de Curtis. Los criados entran poco a poco.)

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NATANIEL.-Pedro, ¿viste jamás cosa semejan-te?

PEDRO.-La está domando a fuerza de imitar sucarácter. (Curtis vuelve.)

GRUMIO.-¿Dónde está?CURTIS.-En el cuarto de su mujer, pronuncian-

do un gran discurso sobre la continencia. Maldice,jura truena de tal modo que la pobre criatura no sa-be ya qué hacer, adónde mirar ni qué decir. Ha aca-bado por sentarse y está como alguien que acaba dedespertar de un sueño. (Entra Petruchio.)

PETRUCHIO.-Creo que he comenzado mi rei-nado como hábil político y espero llevar mi empresaa un buen fin. Por lo pronto, mi halcón está ham-briento y con el estómago una patena. Hasta que noesté bien amaestrada será preciso que no se veaharta; de otro modo, no habría medio de que acu-diese al señuelo. Y aun conozco otro medio de do-mar a mi ave de presa; de hacerla que aprenda aconocer mi voz y acuda a mi mano: que es impedirlaque duerma; como se hace con los milanos queagitan las alas y no quieren obedecer. Nada ha co-mido hoy y nada comerá mañana aún. La noche úl-tima no durmió y ésta no dormirá tampoco. Delmismo modo que con la cena, ya encontraré una

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estratagema cualquiera, por ejemplo sobre el modocomo han hecho la cama, y hallada, todo irá por losaires; aquí la almohada; allá, el almohadón; lasmantas, por un lado; las sábanas, por otro. Y, natu-ralmente, en medio del escándalo no dejaré de jurary de repetir que cuanto hago es por ella; en atencióny solicitud hacia ella. En una palabra, velará toda lanoche, pues en cuanto incline la cabeza me pondré ajurar y a maldecir como un condenado, y con vocesno habrá medio de que pegue los ojos. ¡He aquícómo agobia a una mujer a fuerza de la bondad! Sialguien conoce un medio mejor para domar a unafiera, que hable; haría una verdadera caridad indi-cándomelo.

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ESCENA IIPadua. Una plaza. Ante la casa de Bautista

(LUCENTIO [como Cambio] y BLANCA, sentadosen un banco, leen un libro; ´TRANIO [en Lucentio siempre]y HORTENSIO salen de una casa situada al otro lado de

la plaza)

TRANIO.-¿Sería posible, amigo Licio, que la se-ñora Blanca se interesase por otro hombre que pormí, Lucentio? Os aseguro que no puede estar con-migo más amable.

HORTENSIO.-Pues para que os convenzáis delo que os he dicho, no tenéis sino observar, sin queos vean, cómo le da su lección.

LUCENTIO.-Y bien, señora ¿sacáis provechode vuestras lecturas?

BLANCA.-Y vos, maestro, ¿cuales son las vues-tras? Responded primero a esto.

LUCENTIO.-Yo leo lo que profeso: El arte deamar.

BLANCA.- ¡Ojalá lleguéis a ser un maestro envuestro arte!

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LUCENTIO.-Lo seré mientras vos, amor mío,séais la dueña de mi corazón. (Se levantan, se besan ysalen embelesados.)

HORTENSIO-Sus progresos, ¡pardiez!, nopueden ser más rápidos. Conque, ¿qué decís ahora?Hacedme el favor de responder, pues hace un mo-mento os atrevíais a jurar que vuestra señora, Blancano amaba en el mundo a, nadie tanto como a Lu-centio.

TRANIO.-¡Oh engañador amor! ¡Oh inconstan-cia de las mujeres! Es coma para no creerlo, Licio, telo aseguro.

HORTENSIO.-Pues bien, cese la equivocaciónen lo que a mí afecta; yo no me llamo Licio, ni soyun músico, como aparento, sino un hombre hartode cubrirse con esta apariencia y de fingir por unamujer capaz de dejar plantado a un hidalgo para ha-cer su dios de semejante majadero. Sabed, caballero,que yo me llamo Hortensio.

TRANIO.-Señor Hortensio, con frecuencia heoído hablar de vuestro profundo afecto hacia Blan-ca; y puesto que mis ojos son testigos de su ligereza,quiero, al mismo tiempo que vos, si me lo permitís,abjurar para siempre de ella y de su amor.

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HORTENSIO.-¡Ya habéis visto cómo se besany se acarician! Señor Lucentio, he aquí mi mano.Desde este momento me comprometo formalmentea no hacerle más la corte y a renegar de ella como decriatura indigna de los homenajes con que hastaahora la he halagado tan locamente.

TRANIO.-Y yo, asimismo, hago juramento sin-cero de no desposarla jamás; incluso si me lo supli-case. ¡Se acabó para mí esta mujer! ¡Ved, ved aúnlos repugnantes cariños que le hace!

HORTENSIO.- ¡Merecería que el mundo ente-ro, menos él, renegase de ella! En cuanto a mí, conobjeto de estar aún más seguro de cumplir lo queprometo, voy a casarme antes de tres días con unaviuda rica que no ha dejado de adorarme mientrasyo amaba a esta desdeñosa y vanidosa faisana. Posconsiguiente, adiós, señor Lucentio. En adelante noserán los lindos rostros de las mujeres, sino la bon-dad de su corazón, lo que conseguirá mi amor. Medespido de vos resuelto a cumplir lo que acabo dejurar. (Salen. Tranio va en busca de los enamorados, quevuelven a su vez.)

TRANIO.-¡Que el cielo os conceda, señoraBlanca, todos los favores patrimonio de los amantesfelices! Debo deciros que, habiendo sorprendido

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vuestras caricias, tanto Hortensio como yo, hemosrenunciado a vos.

BLANCA.-¿No hablas en broma, Tranio? ¿Ha-béis renunciado, en verdad, a mí?

TRANIO.-Así es, señora.LUCENTIO.-Henos, pues, desembarazados de

Licio.TRANIO.-Ha partido en busca de una buena

moza, viuda por más señas, que se dejará seducir ydesposar en un día.

BLANCA.-¡Buen provecho les haga!TRANIO.-Y, además, él pronto la habrá doma-

do.BLANCA.-Al menos lo dirá, Tranio.TRANIO.-Seguro, pues ha partido en dirección a

la escuela donde se aprende a domar a las mujeres.BLANCA.-¿La escuela donde se aprende a do-

mar a las mujeres?, pero, ¿existe tal escuela?TRANIO.-Por supuesto, señora. Y en ella, Pe-

truchio es el maestro. El enseña los procedimientos,que caen como un treinta y un uno, para domar a lasmujeres ariscas, y para hacer dormir su lenguacuando es demasiado violenta. (Entra Biondello, co-rriendo.)

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BIONDELLO.-¡Amo, amo! A fuerza de estar ala espera, como un perro, estoy derrengado. Mas,por fortuna, he acabado por divisar a un viejo, a unbuen ángel, que bajaba por la colina, y que creo nosservirá perfectamente.

TRANIO.-¿Qué clase de hombre es, Biondello?BIONDELLO.- O un “mercadero” o un peda-

gogo, no lo sé. Pero la compostura de su traje y lagravedad de su rostro y de su aspecto, le dan ente-ramente el aire de un buen padre.

LUCENTIO.-¿Y qué quieres hacer con él, Tra-nio?

TRANIO.-De ser crédulo y de dar fe a lo quevoy a contarle, conseguiré que acepte con solicitud ydiligencia el papel de Vincentio, con objeto de quegarantice a Bautista Minola lo que haría el verdaderoVincentio. Conque llevaos a vuestra amada y de-jadme solo. (Lucentio y Blanca entran en la casa y el Peda-gogo aparece.)

EL PEDAGOGO.-¡Dios os guarde, caballero!TRANIO.-Y a vos también, señor mío, sed bien

venido. ¿Estáis de paso aquí, tan solo, o habéis lle-gado al término de vuestro viaje?

EL PEDAGOGO.-Voy a estar aquí durante unasemana o dos. Luego volveré a partir e iré hasta

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Roma. Y de Roma, a Trípoli. Si Dios me concedevida.

TRANIO.-¿De dónde sois, señor?EL PEDAGOGO.-De Mantua.TRANIO.-¿De Mantua? ¡Santo cielo! ¿Y venís a

Padua sin temor vuestra vida?EL PEDAGOGO.-¿Sin temor por mi vida, de-

cís? ¿Y por qué habría temer? Decídmelo, os lo rue-go.

TRANIO.-Pero, ¿no sabéis que es la muerte, pa-ra todo habitante de Mantua, el venir a Padua? ¿Eignoráis acaso el por qué? En Venecia han confis-cado vuestras naves, y nuestro Duque, a consecuen-cia de una querella privada con el vuestro, ha hechoproclamar por todas partes un edicto anunciandoesta pena. Claro que, como acabáis de llegar, lo ig-noráis aún; de otro modo, extraordinario sería queno hubieseis oído hablar ello.

EL PEDAGOGO.-Pues caballero, la cosa estanto más peligrosa para mí cuanto que soy porta-dor de letras de cambio establecidas en Florencia, yque debía presentar al cobro aquí.

TRANIO.-En efecto. Mas con objeto de ayuda-ros y por pura cortesía, he aquí lo que estoy dis-

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puesto a hacer y lo que os aconsejo. Pero ante todo,decidme: ¿habéis ido alguna vez a Pisa?

EL PEDAGOGO.-Sí, he ido con frecuencia aPisa, ciudad afamada a causa de la seriedad de susciudadanos.

TRANIO.-Y entre ellos, ¿conocéis a uno llama-do Vincentio?

EL PEDAGOGO.-Conocerle no le conozco,pero sí he oído hablar de él. Es un mercader inmen-samente rico.

TRANIO.-Pues es mi padre, señor. Y, en verdad,que hasta os parecéis un poco a él.

BIONDELLO.(Aparte.)-Exactamente como unamanzana a una ostra. Se equivocaría uno.

TRANIO.-Pues bien, con objeto de salvaros lavida, pues vuestro caso es muy grave, he aquí el ser-vicio que estoy dispuesto a prestaros, y que os haráver que no es poca suerte para vos el pareceros aVincentio; vais a tomar aquí su nombre y a hacerospasar por él. Por supuesto, seréis alojado en mi casay como corresponde a un amigo. Por vuestra parte,cuanto habréis de hacer consistirá en representarvuestro papel como es debido. ¿Me comprendéis?Por consiguiente, permaneceréis en mi casa hastaque hayáis terminado vuestros quehaceres en esta

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ciudad. Si este ofrecimiento, señor, os place, no te-néis sino aceptarle.

EL PEDAGOGO.-¡Pues no lo he de aceptar,caballero! Y siempre os consideraré como el pro-tector de mi vida y de mi libertad.

TRANIO.-En este caso, venid conmigo, que va-mos a disponer todo como es debido. ¡Ay!, y a pro-pósito; es preciso que os diga que precisamenteespero todos los días a mi padre para que asegurelos derechos de viudedad a la hija de un tal Bautista,con la cual debo casarme. Pero ya os pondré al co-rriente de todos los detalles. Venid conmigo, señor,con objeto de que os vistáis cual conviene a vuestraactual categoría. (Salen.)

ESCENA IIIUna gran sala en casa de Petruchio

(Entran CATALINA y GRUMIO)

GRUMIO.-No, no; de veras que no; por nadadel mundo me atrevería.

CATALINA.-Cuanto más sufro, más encoleriza-do está él. Además, ¿es que se ha casado conmigo

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para matarme de hambre? Los mendigos que llegana la puerta de mi padre no tienen sino pedir y almomento reciben la limosna que imploran. Y si seles negase allí, en otra parte hallarían caridad. Peroyo, que jamás aprendí a implorar, que jamás tuvenecesidad de implorar, privada me veo de alimentoy la cabeza se me va por falta de sueño. Despiertame tiene a fuerza de juramentos y maldiciones, ysólo con escándalos me alimenta. Y lo que aún medesespera más que todas las privaciones, es ver quetodo lo hace con el pretexto de un amor perfecto; esdecir, cual si comiendo y durmiendo fuese a sobre-venirme una enfermedad mortal o una muerte súbi-ta. Por lo tanto, te lo ruego una vez más; ve abuscarme algo de comer. No importa el qué, con talde que sea un alimento sano.

GRUMIO.-¿Qué os parecería un pie de ternera?CATALINA.-¡Pero un pie de ternera es delicio-

so! ¡Tráemelo al punto!GRUMIO.-Ahora me pregunto si no sería un

manjar demasiado fuerte. ¿Qué os parecerían, si no,unos callos bien preparados?

CATALINA.-¡Oh los callos! ¡Loca me vuelven!¡ Corre a por ellos, mi buen Grumio!

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GRUMIO.-¿Qué hacer? ¿Y si os resultan irri-tantes? ¿No sería tal vez mejor un buen pedazo devaca con su poquito de mostaza?

CATALINA.-¡Es uno de mis platos preferidos!GRUMIO.-Sí, pero he hablado de mostaza y la

mostaza es, seguramente, condimento demasiadofuerte.

CATALINA.-Pues bien, tráeme la carne y vaya aldiablo la mostaza.

GRUMIO.-No. Eso de ningún modo. Grumioos traerá, señora, la vaca con su buena mostaza, onada.

CATALINA.-Bueno; bien; sí; las dos cosas. Ouna sin la otra. O lo que tú quieras.

GRUMIO.-Tal vez entonces la mostaza sin lacarne?

CATALINA.-(Pegándole.) ¡Vete de aquí, insolente,que te burlas de mí, y como todo alimento no hacessino enumerarme los platos! ¡Ay de ti y de toda lamiserable banda que de tal modo abusa de mi des-gracia! ¡vete! ¿No te digo que te vayas? (Entran Petru-chio y Hortensio trayendo platos con comida.)

PETRUCHIO.-¿Cómo está mi dulce Linita? Pe-ro, ¿qué tienes, amor mío? ¿Qué carita es ésa de ca-dáver?

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HORTENSIO.-¿Cómo estáis, señora?CATALINA.-Si he de decir la verdad, tan mal

como es posible estar.PETRUCHIO.-No, querida. ¡Arriba el ánimo!

Mírame con alegría. Ea, bien mío, mira cómo me heocupado de ti con toda presteza. Yo mismo he pre-parado tu desayuno y aquí te lo traigo. (Ponen los pla-tos sobre la mesa.) Y esta atención, Lina, bien creo quemerece unas “gracias” afectuosas... ¿No? ¿Ni siquie-ra una palabra?. Entonces es que no te gusta lo quete traigo y que toda mi diligencia ha sido por nada,¡A ver!, ¡llevaos este plato!

CATALINA. - ¡No! Dejadle. Os lo ruego.PETRUCHIO.-El servicio más modesto suele

ser recompensado con un “gracias”. Tú recompen-sarás, pues, el mío, antes de tocar este plato.

CATALINA.-Muchas gracias, señor. (Se sienta a lamesa. Petruchio permanece de pie.)

HORTENSIO.-(Sentándose frente a Catalina.) ¿Note sientas tú? Haces mal. Pues comamos nosotros,señora. Yo os acompañaré.

PETRUCHIO.-(Por lo bajo a Hortensio).- Horten-sio, si me quieres hacer un favor, ¡cómetelo todo!(A Catalina, en voz alta.) Que te haga muy buen pro-vecho lo que vas a comer, corazón mío. Y date prisa

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te lo ruego, Lina mía, porque inmediatamente, midulce compañera querida, volveremos a casa de tupadre, adonde quiero que te presentes con trajes tanricos como los de las más ricas damas. Trajes, abri-gos, sombreros, sortijas de oro, gorgueras, puños deencaje verdugados y mil otras cosas bellas, sin olvi-dar los chales, los abanicos y las joyas a profusión,tales que brazaletes de ámbar, collares de todo esoque tanto os agrada a las mujeres. (Grumio arramblacon los platos.) ¡Ah! ¿Has acabado ya de desayunar?Pues muy bien. El sastre sólo espera que te plazcarecibirle para adornar tu graciosa persona con losmás suaves y acariciadores atavíos. (Entra un sastre,llevando un traje al brazo.) Adelante, sastre, y veamosese traje. Muestra tu maravilla. (Entra un mercero conuna caja.) Y tú mercero, ¿qué te trae?

EL MERCERO.-Traigo, vedla aquí, la toca queVuestra Señoría me ha encargado.

PETRUCHIO.-¿Llamas a esto una toca? ¿Lashas modelado, acaso con una escudilla? ¿Toca di-ces? ¡Esto lo que es, es un orinal de terciopelo!¡Quítamelo de delante! Es no solamente fea, sinorepugnante ¡Llamar toca a una especie de vaina!, ¡auna cáscara de nuez!, ¡a una baratija! ¡a un peren-

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dengue!, ¡a un juguete!, ¡a un gorrillo de muñeca! ¡Aldiablo tu toca! Yo quiero algo más grande.

CATALINA.-Pues yo no quiero una cosa másgrande. Esta toca está a la moda. Las damas de buentono llevan tocas como ésta.

PETRUCHIO.-¡Cuando dulcifiques el tuyo ten-drás una; no antes!

HORTENSIO.-(Aparte.) Pues ya escampa.CATALINA.-¿Cómo? ¿Es que yo no tengo de-

recho a opinar? Pues sabed que diré aquello que de-ba decir, porque yo no soy ni una niña ni unmuñeco. Gentes de más campanillas que vos tuvie-ron que soportar que dijese lo que pensaba; de mo-do que si vos no podéis soportarlo no tenéis sinotaparos los oídos. Porque preciso es que mi lenguaexprese la indignación que llena ya mi corazón, oque éste estalle a fuerza de cólera. Y antes de que talocurra, quiero ser libre, absolutamente libre de ha-blar como me plazca.

PETRUCHIO.-Pardiez, dices mucha verdad.Esta toca es lastimosa. Es fruslería. Una corteza depastel. Algo como de confitería montado sobre se-da. Te amo aún más viendo que no te gusta.

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CATALINA.-Me améis o no me améis, a mí megusta la toca. Y quiero ésa o ninguna. (Grumio hacesalir al mercero.)

PETRUCHIO.-¿Tu vestido dices? ¡Ah, sí!, esverdad. Acércate, sastre. Muestra lo que traes. (Elsastre obedece.) ¡Bondad divina de bondad divina! ¡Pe-ro es un traje de carnaval! ¿Esto qué es?, ¿una man-ga? ¡Pero si parece un cañón!, ¡una bombarda! Y...¡qué veo, además! ¿Cortado de arriba abajo comouna tarta de manzanas? ¡Más cortes, cortaduras ypicados: tajado agujereado, como el calentador de lapeluquería de un barbero! ¿Qué diablo de nombrede demonio das tú a esto, sastre?

HORTENSIO.-(A parte.) Que me cuelguen si nose queda sin toca ni vestido.

SASTRE.-Me habéis encargado, señor, que le hi-ciera elegante, bonito, a la última moda.

PETRUCHIO.-¡Naturalmente! Pero lo que no tehe dicho es que degollases la moda. ¡Largo! Fuerade aquí. A tu casa por calles y arroyos, lo máspronto posible, y sin esperanza de que yo sea tu pa-rroquiano. En cuanto al traje. ¡Ni verle quiero!Quítate de mi vista. Haz con él lo que te plazca.

CATALINA.-Pues yo no he visto nunca un ves-tido mejor cortado, más elegante, más bonito y más

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como es debido. Diríase que os empeñáis en tratar-me como a un pelele.

SASTRE.-Ya lo oís, señor. Bien claro dice quevuestra señoría quiere tratarla como a un pelele.

PETRUCHIO.-¡Será atrevido el afilado bellaco.¡Mientes, hembra humana!, ¡hilo!, ¡hebra!, ¡dedal,¡vara de medir!, ¡tres cuartos de vara!, ¡media varatan sólo!, ¡cuarto apenas! ¡Mientes; clavo, pulga,piojo, grillo de invierno! ¡Largo de aquí! ¡Pues noviene este estropajo a enfrentarse conmigo en mipropia casa! ¡Fuera, trapo sucio, pedazo, cacho, tro-zo de hombre, aborto humano! ¡Fuera o te mediréde tal modo con tu propia vara que te acordarás to-da su vida de lo que te costó hablar delante de mí!Yo te digo y te repito que has estropeado el vestido.

SASTRE.-Vuestra Señoría se equivoca. El trajeha sido hecho exactamente como mi maestro habíarecibido orden de hacerlo. Grumio puede decirlo,que fue quien vino a encargarle.

GRUMIO.-Yo no encargué nada. Cuanto hicefue dejar la tela.

SASTRE.-¿Y cómo dijiste que el vestido fuesehecho?

GRUMIO.-¡Pardiez!, con hilos y agujas.

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SASTRE.-Pero, ¿no encargaste que estuviesebien acuchillado?

GRUMIO.-Lo que seguramente ya habíais hechomás de una vez.

SASTRE.-Naturalmente. ¿Y qué?GRUMIO.-Que no me acuchilles a mí, que yo no

soy un vestido. Y si asimismo estás acostumbrado avestir, no por ello debes vestirme a mí ahora conropa que no merezco. Yo no quiero ni que me acu-chillen ni que me vistan. Y repito que dije a tumaestro que cortase el vestido, pero que no le corta-se en mil pedazos. Ergo, mientes.

SASTRE.-¿Sí? Pues en prueba de lo contrario, heaquí la nota de encargo.

PETRUCHIO.-Lee.GRUMIO.-Si dice que yo he dicho tal cosa,

mentirá la nota.SASTRE.-(Leyendo.) Primero: un vestido con cor-

piño perdido.GRUMIO.-(A Petruchio.) Mi amo; si yo he dicho

jamás eso de vestido con corpiño perdido, que mecosan dentro de la falda y que me golpeen a muertecon un ovillo de hilo oscuro. Yo dije, tan sólo: unvestido.

PETRUCHIO.-(Al sastre.) Continúa.

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SASTRE.-(Leyendo.) Con un cuello pequeñito, re-dondeado.

GRUMIO.-Cierto. Pongo el cuello por lo delcuello.

SASTRE.-(Leyendo siempre.) Con una manga dejamón.

GRUMIO.-Confieso que dije no una sino dos.SASTRE.-Las mangas delicadamente recortadas.PETRUCHIO.-Y en ello está precisamente lo

abominable.GRUMIO.-Error en la lista, señor; error en la

lista. Lo que yo encargué fue que las mangas fuesencortadas primero, y luego cosidas. Y esto, sastre,dispuesto estoy a probártelo pese a que tengas elmeñique armado con un dedal.

SASTRE.-Lo que yo digo es la verdad, y si estu-viésemos en otra parte no tardarías en saberlo.

GRUMIO.-Estoy a tu disposición desde ahoramismo. Coge como arma tu lista, dame la vara y nome tengas compasión.

HORTENSIO.- ¡Dios me perdone, Grumio!, pe-ro con las armas no le das ventaja.

PETRUCHIO.-En una palabra, sastre, este ves-tido no es para mí.

GRUMIO.-Tenéis razón, señor; es para el ama.

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PETRUCHIO.-Por consiguiente, llévatele y quetu maestro haga con él el uso que quiera.

GRUMIO.-Lo que es eso, no, ¡bribón! ¡Por nadadel mundo! Usar tu maestro un traje de mi señor¡jamás!

PETRUCHIO.-¿Qué dices ahí?, ¿qué broma esésa?

GRUMIO.-Nada de broma, señor; se trata deuna cosa muy seria. ¿Usar su maestro un traje de miama? ¡Ah, no!

PETRUCHIO.-(En voz baja a Hortensio.) Horten-sio, ocúpate de que paguen al sastre. (Al sastre.) Lodicho. ¡Largo!, llévate eso, y ni una palabra más.

HORTENSIO.-(En voz baja al sastre.) Yo te paga-ré mañana el vestido. Que no te enfaden sus moda-les algo bruscos. Vete sin cuidado y milfelicitaciones a tu maestro. (Sale sastre.)

PETRUCHIO.-Ea, vamos, mi querida Lina. Ire-mos a casa de tu padre con los sencillos y modestosadornos que tenemos. Si nuestros vestidos son hu-mildes, nuestra bolsa, en cambio, estará repleta. Loque hace, en definitiva, rico al cuerpo, es el alma.Del mismo modo que el sol atraviesa las nubes mássombrías, así el honor muéstrase a través de los máspobres atavíos. Porque, ¿es que el arrendajo sería

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más precioso que la alondra tan sólo por tener lasplumas más bellas, y la víbora valdría más que la an-guila por ser los colores de su piel más gratos a losojos? ¡En modo alguno, mi excelente Lina! Asimis-mo, tú no eres menos hermosa con tu modesto ata-vío y tu humilde compostura. Y si ello te haceenrojecer, ¡caiga sobre mí la vergüenza! Por consi-guiente, alégrate a partir de este instante, con objetode poder banquetear y festejar, como es debido, encasa de tu padre. (A Grumio.) Avisa a mi gente, puespartimos en seguida. Lleva los caballos al extremodel camino grande. Allí montaremos tras dar unbuen paseo a pie. Vamos a ver, me parece que sonaproximadamente las siete, de modo que podemosestar allá, perfectamente, para la hora del almuerzo.

CATALINA.-Yo me atrevo a aseguraros, señor,que son cerca de las dos. Luego, lo que haremos se-rá llegar para la cena.

PETRUCHIO.-Las siete serán antes de que yomonte a caballo. Es curioso que diga lo que diga,haga lo que haga o piense lo que piense, siempre hasde salir al paso para contrariarme. (A los criados.)Dejadnos. Ya no partiré hoy. Y cuando lo haga seráa la hora que me plazca decir.

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HORTENSIO-He aquí, ¡por Cristo!, un barbiáncapaz de darle órdenes al sol. (Salen.)

ESCENA IVEn Padua, delante de la casa de Bautista

(Entran TRANIO [haciendo siempre de Lucentio) y elPEDAGOGO, vestido cual si fuese Vincentio, y con botas

de viaje cual si acabase de llegar)

TRANIO.-He aquí la casa, señor. ¿Os agradaríaque llamase?

EL PEDAGOGO.-Ciertamente. ¿Por qué no? Simucho no me engaño, el señor Bautista recordará,tal vez haberme visto hace unos veinte años, en Gé-nova, donde estábamos alojados en la posada delPegaso.

TRANIO.-¡Magnífico! Ocurra lo que ocurra,comportaos siempre con la gravedad propia de mipadre.

EL PEDAGOGO.-Estad seguro de ello. (LlegaBiondello.) Pero he aquí vuestro lacayo. Creo que seríaconveniente ponerle al tanto de la cosa.

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TRANIO.-No os preocupéis por él. ¡Bionde-llo!..., atención, que el momento ha llegado de quecumplas como es debido tu deber. No olvides queeste señor es el propio Vincentio.

BIONDELLO.- ¡Bah!, podéis estar tranquilos.TRANIO.-¿Has llevado mi mensaje a Bautista.BIONDELLO.-Sí. Le he dicho que vuestro pa-

dre estaba en Venecia, y que esperabais que hoymismo llegaría a Padua.

TRANIO.-¡Bien! Eres un muchacho astuto.(Dándole dinero.) Toma, para que eches un trago. (Lapuerta se abre y sale por ella Bautista, seguido de Lucentiohaciendo siempre de Cambio.) He aquí a Bautista. Dis-poneos a manifestaros como es debido. Señor Bau-tista, nos encontramos oportunamente. (Al Pedagogo.)Señor, he aquí al hidalgo del que os he hablado. Denuevo os ruego, pues que, como siempre, seáis unbuen padre, y hagáis que Blanca sea mía, contra mipatrimonio.

EL PEDAGOGO.-¡Calma, hijo mío, (A Bautis-ta.) Caballero, permitidme que os diga que, habiendovenido a Padua a cobrar ciertas deudas, mi hijo Lu-centio me ha puesto al corriente de un importanteasunto de amor, entre vuestra hija y él. Y teniendoen cuenta lo mucho bueno que de vos he oído decir,

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y el gran amor que mi hijo siente hacia vuestra hija,al que, por lo visto, ella corresponde, decidido a nohacerle esperar demasiado tiempo, concedo, comoes lógico que haga un buen padre, mi consenti-miento a este matrimonio. Por consiguiente, si talunión no os es tampoco desagradable, me hallaréis,una vez que nos hayamos puesto de acuerdo sobreciertos extremos, enteramente dispuesto a consentirsu matrimonio. Habiendo oído tanto bien de vos,señor Bautista, incapaz sería de suscitar dificultades.

BAUTISTA.-Señor, dignaos excusar lo que voy adeciros. Vuestra franqueza y recta manera de expre-sar vuestros pensamientos, me agrada mucho.Cierto es que vuestro hijo, aquí presente, ama a mihija, y que ella le corresponde; a menos que ambosfingiesen admirablemente sus verdaderos senti-mientos. Por consiguiente, prometedme con since-ridad lo siguiente: que obraréis respecto a él comoun buen padre, y que a mi hija la aseguraréis unaviudedad eficiente. Esto dicho, convenido está elmatrimonio. Vuestro hijo tendrá a mi hija con mipleno consentimiento.

TRANIO.-Mil gracias os doy, señor. ¿Dóndecreerá que será mas conveniente que nos prometa-mos y que el contrato matrimonial sea establecido,

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de acuerdo con lo más conveniente para ambaspartes?

BAUTISTA.-En mi casa, no, Lucentio, pues yasabéis lo de que las paredes oyen; y no son servido-res lo que me falta. Sin contar que el viejo Gremioestá siempre a la escucha, y fácilmente pudiéramosser interrumpidos.

TRANIO.-Entonces, si no os parece mal, pudie-ra ser donde yo habito. Allí, conmigo, se aloja mipadre. De modo que esta tarde misma arreglaremosprivadamente el asunto. Advertídselo a vuestra hijamediante este servidor que os acompaña (hace un gestoa Lucentio), y el mío irá al instante en busca del nota-rio. El único inconveniente es que, cogidos así, deimproviso estáis expuestos a cenar pobremente.

BAUTISTA.-Ello mismo me complace. (A Lu-centio.) Cambio, entra en casa y di a Blanca que searregle y prepare. Dile lo que ocurre, te lo ruego. Esdecir, que el padre de Lucentio ha llegado a Padua yañade que, sin duda, está destinada a ser la mujer desu hijo. (Lucentio se aparta, pero a una señal de Tranio,queda oculto)

BIONDELLO.-¡Que tal ocurra a los dioses detodo corazón!

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TRANIO.-Deja a los dioses tranquilos, ¡escapa!(Biondello sale.) Señor Bautista, ¿me permitís que abrala marcha? Seréis el bien venido, pero como cena nohallaréis sino lo de costumbre. En Pisa será otra co-sa. Vamos.

BAUTISTA-Os Sigo. (Salen Bautista, Tranio y elPedagogo. Lucentio y Biondello entran de nuevo.)

BIONDELLO.-¡Cambio!LUCENTIO.-¿Qué, Biondello?BIONDELLO.-¿Habéis visto a mi amo guiñaros

el ojo y sonreír mirándoos?LUCENTIO.-Sí, pero, ¿qué quieres decir?BIONDELLO.-Nada, sino que me ha encargado

me quede aquí para explicaros el sentido y morali-dad de sus gestos y guiños.

LUCENTIO.-¿O sea? Venga la moral.BIONDELLO.-Hela aquí, señor: el señor Bau-

tista está en lugar seguro, hablando con un padrepostizo y un hijo imaginario.

LUCENTIO.-Bien, ¿y qué?BIONDELLO.-Vos debéis conducir su hija a la

cena.LUCENTIO.-¿Qué más?BIONDELLO.-Que el viejo cura de iglesia de

San Lucas está a vuestra disposición a todas horas.

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LUCENTIO.-¿Consecuencia de todo ello?BIONDELLO.-¡Qué sé yo! A no ser que mien-

tras ellos están ocupados en hacer un contrato falso,bien podríais vos redactar uno verdadero con todaclase de derechos y privilegios, y tras ello ir a la igle-sia. Un cura, un empleado de notaría y algunos tes-tigos honrados, completarían lo que faltase. Si no esésta la ocasión que esperabais, no me queda sinocallarme. Claro que no sin aconsejaros que digáisadiós a Blanca para siempre. (Hace ademán como pararetirarse.)

LUCENTIO.- ¡Espera! Escúchame, Biondello.BIONDELLO.-No Puedo esperar más tiempo.

He conocido una muchacha a la que le bastó unatarde para casarse. Es decir, aprovechando el ir a suhuerta a coger perejil para preparar un conejo. Ha-ced como ella, señor. Tras lo cual ¡adiós mí amo! Elotro me ha ordenado que vaya a la iglesia de SanLucas con objeto de decir al cura que esté dispuestopara el momento en que lleguéis con vuestra mitad.(Sale.)

LUCENTIO.-Entendido y de acuerdo... si Blan-ca consiente. Que consentirá. ¿Podría dudarlo? Su-ceda lo que suceda le propondré la cosa sin tapujos;

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y mal tendría que irle a Cambio para volver sin ella.(Sale.)

ESCENA VEn el camino de Padua

(PETRUCHIO, CATALINA, HORTENSIO y va-rios criados, descansan al borde de la ruta.)

PETRUCHIO.- (Levantándose.) ¡En marcha, ennombre de Dios! En marcha hacia la casa de nues-tro padre. ¡ Señor de bondad, con qué claridadmagnífica resplandece la luna!

CATALINA.-¿La luna, decís? Querréis decir elsol. ¿Dónde está la luna ahora?

PETRUCHIO.-Yo digo que lo que brilla en elcielo es la luna.

CATALINA.-Y yo que esta luz es la luz del sol.PETRUCHIO.-¿Cómo? ¡Por el hijo de mi ma-

dre! ¡Es decir, por mí mismo, que ha de ser la luna,una estrella o lo que me dé la gana! De lo contrario,no seguiré marchando hacia la casa de tu padre!¡Atrás los caballos! ¡Cuidado que siempre ha de

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contradecirme! ¡Siempre lo contrario! ¡Eternamenteopuesta a cuanto digo!

HORTENSIO.-(En baja a Catalina.) Decid comoél o no llegaremos jamás.

CATALINA.-Continuemos, os lo ruego, ya quehemos venido hasta aquí. Y que sea luna, sol o loque gustéis. Y si os place que lo que nos alumbra seaun cabo de vela, os juro que, en adelante, un cabode vela será para mí.

PETRUCHIO.-Yo digo que es la luna y basta.CATALINA.-Pues bien, la luna; seguro.PETRUCHIO.-¿Por qué mientes? ¡Es el bendito

sol!CATALINA.-Sea entonces Dios bendito tam-

bién. ¡El bendito sol es! Y dejará de serlo si decísque no lo es. Como la luna cambiará a medida quese os antoje. Nombre que deis a las cosas, tal será sunombre verdadero. Y lo será siempre. Al menos pa-ra Catalina.

HORTENSIO.-Petruchio sigue tu camino. Todoel campo es tuyo ya.

PETRUCHIO.- ¡Adelante entonces! Así es comodebe rodar la bola, sin chocar ni tropezar torpe-mente... Pero... ¡calla! ... ¿Quién llega? (Ven venir aVincentio en traje de viaje. Petruchio se dirige a él del modo

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siguiente:) Buenos días, hermosa señora. ¿Adóndevais? Dime, querida Catalina, dime con toda fran-queza: ¿Has visto jamás una joven con un tinte decara tan fresco? Azucenas y rosas disputándose susmejillas. Y, ¿qué estrellas esmaltaron jamás el cielo,con belleza semejante a los dos ojos que adornan surostro celestial? Agradable y encantadora joven, unavez aún, ¡buenos días! Querida Lina, abrázala poramor a esa deliciosa belleza.

HORTENSIO.-¡Va a volver loco a este hombre,queriendo hacer de él una mujer!

CATALINA.-Joven virgen en flor, dulce, fresca ysuavemente hermosa, ¿adónde vas y cuál es tu mo-rada? ¡Dichosos los padres de tan encantadoracriatura! ¡Y más dichoso aún el hombre a quien suestrella favorable te destina, cual incomparablecompañero de su lecho!

PETRUCHIO.- ¡Pero, Lina! ¿Qué te ocurre? ¿Tehas vuelto loca? ¡Considera que se trata de un hom-bre! De un anciano, todo lleno de arrugas. Ajado,marchito; no de una muchacha como tú dices.

CATALINA.-Anciano padre, perdonad el errorde mis ojos. Están de tal modo deslumbrados poreste sol, que cuanto veo me parece envuelto en ce-gadora juventud. Mas ahora advierto, sí, que sois un

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venerable patriarca. Perdonad, pues, mi aturdidaequivocación.

PETRUCHIO.-Sí, perdón, noble anciano. Y de-cidnos, ¿hacia dónde dirigís vuestros pasos? Si vaisallí, donde nosotros, felices seremos con vuestracompañía.

VINCENTIO.-Buen caballero, y vos, encantado-ra señora, que por cierto mucho me habéis sorpren-dido con vuestra manera de abordarme (se inclinasaludando), mi nombre es Vincentio, mi patria, Pisa, yvoy a Padua para reunirme con mi hijo, al que no hevisto hace mucho tiempo.

PETRUCHIO.-¿Cómo se llama?VINCENTIO.-Lucentio, noble señor.PETRUCHIO..-¡Feliz encuentro el nuestro, y

aún más para vuestro hijo! La ley, en efecto, lomismo que vuestra venerable ancianidad, autorí-zanme a llamaros mi padre bien amado. Sabed quela hermana de mi mujer, la noble dama aquí pre-sente, acaba de casarse con vuestro hijo. Y queello no os sorprenda ni os aflija, pues no solamenteella goza de la más excelente reputación, sino que sunacimiento es tan honroso como rica su dote. Por lodemás, dotada está, asimismo, de cuantas cualidadesnecesita la esposa de un verdadero hidalgo. Abraza-

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dnos, pues, venerable Vincentio, y partamos juntos.Vayamos al encuentro de vuestro excelente hijo, alcual vuestra llegada colmará de gozo.

VINCENTIO.-Pero, ¿es verdad cuanto oigo?¿O es que, como viajeros llenos de buen humor, osentretenéis en bromear con cuantos encontráis envuestro camino?

HORTENSIO.-Os aseguro, venerable anciano,que cuanto os dice es la pura verdad.

PETRUCHIO.-Ea, ea, venid con nosotros y ve-réis cuan cierto es lo que digo. Claro, que se com-prende que nuestra primera chanza os hagadesconfiado. (Salen todos. Hortensio el último.)

HORTENSIO.-¡Bien por Petruchio! Todocuanto ha ocurrido me anima en mi propósito. Co-rro junto a mi viuda. Tú me has enseñado, caso deque sea arisca, a mostrarme aún más intratable queella (Sigue a los demás.)

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ACTO V

ESCENA I

(GREMIO en primer plano. Por un lado lleganBIONDELLO, LUCENTIO y BLANCA.)

BIONDELLO.-De prisa y sin hacer ruido, miamo. El sacerdote está preparado.

LUCENTIO.-Corro vuelo, Biondello. Pero quizátengan necesidad de ti en casa. Por consiguiente,déjanos.

BIONDELLO.-No, en verdad. Ante todo quierover un poco la iglesia por encima de vuestros hom-bros. Luego volveré junto al otro amo. (Salen Lucen-tio, Blanca y Biondello.)

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GREMIO.-Es sorprendente que Cambio no hayallegado aún. (Entran Petruchio, Catalina, Vincentio Gru-mio y demás criados del primero.)

PETRUCHIO.-(A Vincentio.) He aquí señor, lapuerta. Esta es la casa de Lucentio. La de mi suegroestá más lejos; hacia la plaza del mercado. Comodebemos ir allí, permitidme que os deje.

VINCENTIO.-No os separéis de mí sin que ha-yamos bebido juntos. Creo no equivocarme asegu-rando que seréis bien acogidos aquí. Además y a loque parece, están de fiesta dentro. (Llama a la puerta.)

GREMIO.-(Acercándose.) Están muy ocupadosdentro. Haríais bien llamando más fuerte. (Petruchiollama a grandes golpes. El Pedagogo aparece en la ventana.)

EL PEDAGOGO.-¿Quién llama de este modocual si quisiera hundir la Puerta?

VINCENTIO.-¿Está el caballero Lucentio en sucasa, señor?

EL PEDAGOGO.-En su casa está, pero no sepuede hablar con él en este momento.

VINCENTIO.-¿Incluso si alguien le trajese uncentenar o dos de libros para que se distrajese conellos?

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EL PEDAGOGO.-Guardaos los cien libros paravos. Él, mientras yo tenga vida no tendrá necesidadde nada ni dé nadie.

PETRUCHIO.-¡Cuando yo os decía que vuestrohijo era adorado en Padua! (Al Pedagogo.) Escuche,señor, para no perder tiempo serviros decir al caba-llero Lucentio que su padre acaba de llegar de Pisa,que está aquí en la puerta y que está impaciente porhablarle.

EL PEDAGOGO.-¡Mientes! Su padre ha llega-do ya de Pisa, y él mismo es el que mira por estaventana.

VINCENTIO.-¿Qué?, ¿eres tú su padre?EL PEDAGOGO.-Yo mismo amigo. Al menos

tal dice su madre; si es que puede creérsela.PETRUCHIO.(A Vincentio.) ¡Hola, hola, señor

mío! Esto de tomar el nombre de otro es picardíaredomada.

EL PEDAGOGO.-¡No soltéis a ese pícaro!Cuando toma mi nombre es porque pretende enga-ñar a alguien en la ciudad. (Entra Biondello.)

BIONDELLO.-Juntos los he visto en la iglesia.¡Dios les guíe a buen puerto! Pero, ¿quién está ahí?¡Mi anciano señor maese Vincentio! ¡Estamos per-didos! ¡Deshechos!

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VINCENTIO.-(Viendo a Biondello.) Acércate aquí,carne de patíbulo.

BIONDELLO.-Espero, señor, tener derecho aelegir mejor destino.

VINCENTIO.-(Cogiéndole por el cuello.) Ven aquí,¡ganapán! ¿0 es que ya me has olvidado?

BIONDELLO.-¿Olvidado? ¡Imposible! Imposi-ble olvidar a quien no se ha visto jamás.

VINCENTIO.-¿Cómo, solemne pícaro? ¿Queno has visto jamás a Vincentio, el padre de tu amo?

BIONDELLO.-Al anciano y venerable padre demi amo, cierto que sí. Como que ahora mismo, ve-dle vos, está asomado a esa ventana.

VINCENTIO.-(Pegándole.) ¿De veras? ¿Pero deveras?

BIONDELLO.- ¡Socorro! ¡Socorro! ¡Socorrocontra un loco que me quiere asesinar! (Escapa a todocorrer.)

EL PEDAGOGO.-¡Socorro, hijo mío! ¡Socorro,señor Bautista! (Cierra la ventana.)

PETRUCHIO.-Apartémonos un poco, Lina, telo ruego. Pero quedémonos para ver el fin de la que-rella. (El Pedagogo, rodeado de criados enarbolando garrotes,aparece. Y tras él Bautista y Tranio.)

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TRANIO.-¿Quién sois, señor, que os atrevéis apegar a mi criado?

VINCENTIO.-¿Que quién soy, señor mío? Yvos mismo, ¿quién sois? ¡Pero por todos los in-mortales dioses, vedme al emperifollado bribón!¡Jubón de seda!, ¡calzas de terciopelo!, ¡manto es-carlata!, ¡sombrero puntiagudo! ¡Mi ruina, mi ruina!Mientras yo hago economías en casa, ¡mi hijo y micriado derrochando en la universidad!

TRANIO.-¿Cómo? ¿qué ha dicho?BAUTISTA.-¡Bah!, este pobre hombre está loco,

sin duda.TRANIO.-Señor, a juzgar por vuestro traje, di-

ríase sois un hombre razonable y sensato, perovuestras palabras son las de un demente... Porque,en verdad, ¿qué puede importaros que yo lleve per-las y luzca oro? Por mi parte, gracias doy a mi exce-lente padre que me permite hacer tal cosa.

VINCENTIO.-Tu padre, ¡canalla! ¿Tu padre,que fabrica velas en Bérgamo?

BAUTISTA.-Os equivocáis, caballero, os equi-vocáis. ¿Cómo creéis que se llame? Decidlo, hacedel favor.

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VINCENTIO.-¿Qué cómo se llama? ¡Cual si yono lo supiese y soy yo quien le ha criado desde quetenía tres años! ¡Se llama Tranio!

EL PEDAGOGO.-¡Fuera, fuera ese asno insen-sato! Su nombre es Lucentio y es mi hijo único y elheredero de cuanto poseo. De toda mi fortuna, puesyo soy quien soy Vincentio.

VINCENTIO.-¿Lucentio él? ¡Oh! ¡Ha asesinadoa su amo! ¡Prendedle! ¡Os lo ordeno en nombre delDuque! ¡Hijo mío! ¡Pobre hijo mío! ¡Dime, bandi-do!, ¿qué has hecho de mi hijo?

TRANIO.-¡Llamad a un oficial! (Un oficial se acer-ca.) Conducid a ese disparatado loco a la cárcel. Bau-tista, mi querido suegro, os conjuro a que hagáis lonecesario para que comparezca ante la justicia.

VINCENTIO.-¿Conducirme a mí a la cárcel? ¡Amí!

GREMIO.-Un instante, señor Oficial. No irá, noa la cárcel.

BAUTISTA.-Callad, señor Gremio. Yo digo queirá a la cárcel.

GREMIO.-Tened cuidado, señor Bautista, novayáis a ser engañado en esta ocasión. Yo casi meatrevería a afirmar que el verdadero Vincentio es él.

EL PEDAGOGO.-¡Júralo si te atreves!

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GREMIO.-Tanto como a jurarlo, no me atrevo.TRANIO.-Lo mismo podrías decir que yo no

soy Lucentio.GREMIO.-Que eres el señor Lucentio sí, pues lo

sé.BAUTISTA.-¡Fuera ese viejo chocho!, ¡Que le

encarcelen sin más demora!VINCENTIO.-¿Es posible que de este modo se

insulte y maltrate a los extranjeros? ¡Oh banda decanallas! (Vuelve Biondello acompañado de Lucentio y deBlanca.)

BIONDELLO.-¡Ahora, sí que estamos perdidos!Ahí lo tenéis. Renegad de él, abjurad de él, ¡o acabacon nosotros!

LUCENTIO.-(Arrodillándose delante de Vincentio.)¡Perdón, padre mío!...

VINCENTIO.-¡Ah! ¡Mi hijo adorado está aúncon vida! (Biondello, Tranio y el Pedagogo escapan y se re-fugian a toda prisa en casa de Lucentio.)

BLANCA.-(Arrodillándose ante Bautista.) ¡Perdón,mi querido padre!

BAUTISTA.-¿Qué falta has cometido?... ¿Dóndeestá Lucentio?

LUCENTIO.-Yo soy quien es Lucentio, el ver-dadero hijo del verdadero Vincentio, y mediante

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matrimonio acabo de hacer mía a tu hija, mientrasque los demás; haciéndose pasar por lo que no eran,te engañaban.

GREMIO.-¡Es un verdadero complot para en-gañarnos a todos!

VINCENTIO.-¿Dónde está ese bribón insolentede Tranio, que se ha atrevido a desafiarme en mipropia cara?

BAUTISTA.-(A Blanca.) ¡Esta sí que es buena!Pero éste, ¿no es Cambio?

BLANCA.-Cambio se ha transformado en Lu-centio.

LUCENTIO.-Es el amor el que ha obrado estosmilagros. Mi amor hacia Blanca me hizo cambiar micondición con Tranio, mientras éste se hacía pasarpor mí en la ciudad. Mas, al fin, he podido llegar fe-lizmente al puerto de mi felicidad. Lo que Tranio hahecho, obligado por mí ha sido. Perdonadle, pues,mi querido padre, por amor a mí.

VINCENTIO.-¡La nariz he de cortar ese bribónque quería enviarme la cárcel!

BAUTISTA.-(A Lucentio.) Pero decidme, caballe-ro, ¿seríais capaz de haber desposado a mi hija sinobtener mi consentimiento?

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VINCENTIO.-No temáis nada, Bautista, os da-remos toda clase de satisfacciones. Pero yo es preci-so que me vengue de ese canalla. (Sale.)

BAUTISTA.-Y yo preciso es que reflexione biensobre esta picardía. (Sale también.)

LUCENTIO.-No palidezcas, Blanca; tu padre nose enfadará. (Lucentio y Blanca siguen a Bautista.)

GREMIO.-En cuanto a mí, perdí la partida. Perome iré con los demás, porque perdida queda ya todaesperanza, menos en el banquete hinchar la panza.(Les sigue.)

CATALINA.-(Asomando poco a poco, con Petruchio.)Vayamos nosotros también, esposo mío, a ver enqué queda todo esto.

PETRUCHIO-Con mucho gusto, Lina. Pero,ante todo, abrázame.

CATALINA.-¿Aquí, en medio de la calle?PETRUCHIO.-¿Por qué no? ¿Tienes vergüenza

de mí?CATALINA.-¡Oh, no, señor! Pongo a Dios por

testigo. Pero sí de hacerlo en plena calle.PETRUCHIO.-Pues. entonces volvamos a casa.

(A Grumio.) ¿Has oído, granuja? ¡Partamos!CATALINA.-¡No, no! Te voy a besar, sí (lo hace.).

Y mío, quedémonos te lo ruego.

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PETRUCHIO.-¿No es verdad que el cariño escosa buena? Ven, mi dulce Lina. Nunca es demasia-do tarde para obrar bien. Cierto que más vale tardeque nunca. (Salen.)

ESCENA IIPadua. Una sala en casa de Lucentio.

(Los servidores abren la puerta para que entrenBAUTISTA y VINCENTIO, GREMIO y EL

PEDAGOGO, LUCENTIO y BLANCA,PETRUCHIO y CATALINA, HORTENSIO y LA

VIUDA. Mas los criados, entre ellos TRANIO con lospostres.)

LUCENTIO.-Al fin, tras tan largas discusiones,henos, ya, de acuerdo. Es, pues, el momento, comotras una guerra furiosa, cuando, afortunadamente,ha acabado, de sonreír, pensando en los daños y pe-ligros pasados. Mi hermosa Blanca, da la bienvenidaa mi padre, mientras que yo presento mis homenajesal tuyo. Petruchio, hermano mío; Catalina, hermana,y tú, Hortensio, con tu amable viuda, haced honor anuestra invitación aún, y sed los bien venidos a mi

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casa. Este postre, destinado a cerrar nuestro apetitoestá, tras el buen almuerzo que acabamos de hacer.Sentaos pues, os lo ruego, y charlemos mientrascomemos. (Se sientan todos en torno a la mesa y los criadossirven frutas, dulces, vinos, etc.)

PETRUCHIO.-Instalémonos, sí, y sigamos co-miendo.

BAUTISTA.-Padua es quien os ofrece todas es-tas cosas deliciosas, Petruchio.

PETRUCHIO.-Nada ofrece Padua que no seaamable y dulce.

HORTENSIO.-Bien quisiera, pensando en vo-sotros dos, que lo que dices fuese la verdad.

PETRUCHIO.-¡Por mi vida, Hortensio! Me pa-rece que es el miedo de tu viuda lo que te hace ha-blar así.

LA VIUDA.-Por mi parte, os aseguro que elmiedo no sería el mejor medio de seducirme.

PETRUCHIO.-Sois muy inteligente, señora. Noobstante, esta vez os equivocáis respecto al sentidode mis palabras. Lo que quiero decir, por el contra-rio, es que Hortensio es el que os teme.

LA VIUDA.-Aquel cuya cabeza le da vueltas,cree que lo que gira es el mundo entero.

PETRUCHIO.-¡Bien dicho, a fe mía!

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CATALINA.-¿Qué queréis decir ello, señora?LA VIUDA.-Quiero decir lo que concibo de él.PETRUCHIO.-¡L hago concebir! ¿Qué te pare-

ce, Hortensio?HORTENSIO.-Mi mujer dice que es así como

ella interpreta el dicho.PETRUCHIO.-Eso se llama arreglar bien las co-

sas. Dadle un beso por el trabajo que se ha tomado,mi querida señora.

CATALINA.-Aquel cuya cabeza da vueltas, creeque lo que gira es el mundo entero. Ahora soy yoquien os ruega, señora, que me digáis qué queréisdecir con esto.

LA VIUDA.-Pues que vuestro marido, afligido acausa de una mujer malhumorada, mide la posibledesgracia del mío por la suya propia. Ahora ya co-nocéis exactamente mi pensamiento.

CATALINA.-Pensamiento bien bajo, cierta-mente.

LA VIUDA.-Exacto; en lo que a vos se refiere,en todo caso.

CATALINA.-Y tal vez más aún en lo que osafecta, señora mía.

PETRUCHIO.-¡Animo! ¡A ella, Lina!HORTENSIO.-¡Animo! ¡A ella, esposa!

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PETRUCHIO.-¡Cien marcos a que mi Lina que-da sobre ella!

HORTENSIO.-Eso de quedar sobre ella, sólo escuestión mía.

PETRUCHIO.-¡Linda expresión para un cuerpode guardia! A tu salud, amigo. (Bebe.)

BAUTISTA.-¿Qué piensa, Gremio, de este asaltode agudezas?

GREMIO.-Que saben atacar de frente y con lafrente, amigo mío.

BLANCA.-¿Con la frente? ¡A cornada limpiamás bien!

VINCENTIO.-¡Hola! Ved a la casadita cómodespierta. Diríase que empiezan a preocuparle loscuernos.

BLANCA.-¡Oh no! Si tal creéis, vuelvo a dormir.PETRUCHIO.-No os lo aconsejo. Pues que ha-

béis empezado, ¡en guardia! Voy a lanzaros un buendardo o dos.

BLANCA.-¿Me tomáis por un pájaro? En todocaso cambiaré de zarzal. Perseguidme si queréis, pe-ro preparad bien el arco... ¡Salud a todos! (Se levanta,hace una reverencia y sale. Catalina y la viuda la imitan.)

PETRUCHIO.-Se me escapa. Y que es el pájaroal que tú apuntaste también, mi buen Tranio, sin

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conseguir cobrarle. ¡Bebo a la salud de cuantos, trasapuntar, erraron el tiro!

TRANIO.-¡Ah caballero! Es que Lucentio mehabía lanzado como lebrel que corre como es debi-do, pero sólo caza para su amo.

PETRUCHIO.-Rápida y buena contestación,bien que huela a perrera.

TRANIO.-En cuanto a vos, bien hicisteis en ca-zar para vos mismo. Dícese, por tanto, que vuestracierva os tiene que ya no podéis más.

BAUTISTA.-Donde las dan las toman. Petru-chio. Tranio hace de ti ahora su blanco.

LUCENTIO.-Bien enviado, mi buen Tranio; tedoy las gracias.

HORTENSIO.-Confiesa, confiesa, que esta vezte ha tocado.

PETRUCHIO.-Me ha arañado ligeramente, loconfieso. Pero como el dardo ha salido de rebotecontra vosotros dos, apuesto diez contra uno a queos ha tullido a ambos.

BAUTISTA.- Hablando seriamente, Petruchio,hijo mío; yo bien creo que tu mujer es la más fierade las tres.

PETRUCHIO.-Pues bien, yo digo que no. Ycomo prueba, que cada uno haga llamar a su mujer.

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Y aquel cuya esposa se muestre más obediente yllegue antes, ganará la apuesta que establezcamos.

HORTENSIO.-¡Aceptado! ¿Cuánto?LUCENTIO.-Veinte coronas.PETRUCHIO.-¿Veinte coronas? Esta cantidad

yo la apostaría por mi halcón o por mi perro. Pormi mujer aventuraría veinte veces más.

LUCENTIO.-Entonces, cien coronas.HORTENSIO.-De acuerdo.PETRUCHIO.-Apuesta hecha.HORTENSIO.-¿Quién empieza?LUCENTIO.-Yo mismo. Biondello, ve a decir a

tu ama de mi parte que venga.BIONDELLO.-Al instante. (Sale.)BAUTISTA.-(A Lucentio.) Querido yerno, la mi-

tad de tu apuesta, para mí. Blanca vendrá.LUCENTIO.-Gracias, pero no quiero mitades

con nadie. Yo solo sostengo lo que he apostado.(Vuelve Biondello.) Y bien, ¿Qué hay?

BIONDELLO.-Señor, mi ama dice que os hagasaber que está ocupada y que no puede venir.

PETRUCHIO.-¿Cómo que está ocupada y queno puede venir? ¿Es esto una respuesta?

GREMIO.-Sí. E incluso amable. Rogad a Diosque vuestra mujer no mande que os digan algo peor.

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PETRUCHIO.-Una mejor espero, por tanto.HORTENSIO.-Pues andando, bribón de Bion-

dello; ve a rogar a la mía que venga al instante, queyo la llamo. (Biondello sale.)

PETRUCHIO.- ¡Hombre!, si la “ruegas” claroque vendrá.

HORTENSIO.-No obstante, mucho me temoque a la tuya le ruegues en vano. (Entra Biondello.)¿Qué pasa? ¿Y mi mujer?

BIONDELLO.-Dice que seguramente habéispreparado alguna broma y que no quiere venir. Quesi queréis, que vayáis vos.

PETRUCHIO.-Esto va de mal en peor. Blancano “podía”; ésta no “quiere”. Respuesta infame, in-tolerable, insoportable. ¡Grumio!, ve, tunante,adonde está tu ama y dile que la mando que venga.(Grumio sale.)

HORTENSIO.-Ya conozco la respuesta.PETRUCHIO.-¿Es decir?HORTENSIO.-Que no le da la gana.PETRUCHIO.-Qué le he de hacer. Peor para mí.BAUTISTA.-¡Por nuestra Señora! ¡Catalina llega!

(Catalina aparece y entra.)CATALINA.-¿Qué deseáis, señor? ¿Para qué

habéis enviado a llamarme?

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PETRUCHIO.-¿Dónde está tu hermana? ¿Quéhace la mujer de Hortensio?

CATALINA.-Están sentadas en el salón, char-lando junto al fuego.

PETRUCHIO.-¡Corre por ellas! Y si se niegan avenir tráelas hasta sus maridos a latigazos. ¡Escapa!¿No te digo que las traigas al instante? (Catalina vuel-ve rápida sobre sus pasos.)

LUCENTIO.-Como cosa prodigiosa, lo es. ¡Deveras!

HORTENSIO. -Cierto, pero, ¿qué puede presa-giar?

PETRUCHIO.-Nada más sencillo: es un presa-gio de paz, de amor, de vida tranquila, de sumisióndeferente, de superioridad respetada. En una pala-bra: de todo cuanto anuncia armonía y felicidad.

BAUTISTA.-Te felicito, Petruchio: Has ganadola apuesta. Por mi parte, añado veinte mil coronas alas que ellos han perdido. A hija nueva ¡nueva dote!Que en verdad tan cambiada está, que no hay mediode reconocer en ella a la antigua.

PETRUCHIO.-Pues entonces ganaré aún mejoresto que gano dándoos aún otra prueba de su obe-diencia. De esa virtud de obediencia que acaba denacer de ella. Pero aquí la tenéis trayendo a las re-

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beldes como prisioneras de su poder de femeninapersuasión. (Catalina llega acompañada de Blanca y de laviuda.) Catalina: esa toca que llevas no te sienta bien.Quítame de la vista ese perendengue y pisotéale.(Catalina obedece al punto.)

LA VIUDA.-¡Señor!, concédeme que jamás ten-ga ocasión de llorar sino el día que tuviese que estarsometida a tan tonta obediencia.

BLANCA.-¿Tonta? ¿Llamáis sólo tonta a obe-diencia tan disparata?

LUCENTIO.-Yo quisiera que la tuya fuese nomenos disparatada. Su cordura, hermosa Blanca mecostado cien coronas desde hemos comido.

BLANCA.-Si has apostado contando con miobediencia, doblemente loco eres tú.

PETRUCHIO.-Catalina, te intimo que digas amujeres tan rebeldes cuáles son sus deberes res-pecto a sus señores y esposos.

LA VIUDA.-¡Bah! Estáis de broma. No tene-mos necesidad de lecciones.

PETRUCHIO.-(Señalando a la viuda.) Habla, te hedicho. Y empieza por ella.

LA VIUDA.-No lo hará, y hará bien.PETRUCHIO.-Pues yo digo que lo hará. Em-

pieza por ella.

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CATALINA.-¡Ea, ea! Desarruga esa frente colé-rica y amenazadora y aparta de tus ojos esas acera-das miradas de desdén que hieren a tu señor, a turey, a tu amo. Ese aire díscolo empaña tu hermosuralo mismo que las heladas marchitan los prados.Quebrantan asimismo tu buen renombre cual lasborrascas arrancan los brotes primaverales ya enflor: lo que no es en modo alguno no conveniente niamable. Una mujer colérica es como un manantialremovido cenagoso, feo, turbio, desprovisto de todabelleza. Y mientras está de tal modo, nadie hay, porsediento que se halle, por deseoso de beber que seencuentre, que quiera remojar en él sus labios ni be-ber una sola gota. Tu marido es tu señor, tu vida, tuguardián, tu jefe tu soberano. El que cuida de ti yquien, porque nada te falte, somete su cuerpo a pe-nosos trabajos en tierra o mar; vigilando de nochemientras sopla la tempestad; de día, bajo el frío;mientras que tú, en el hogar, duermes a su calortranquila y segura. Por todo ello, cuanto te pide co-mo tributo de amor es una cara alegre y sinceraobediencia. Lo que es pagar levemente deuda tangrande. El homenaje que el súbdito debe a su prín-cipe es la sumisión que la mujer debe a su marido. Ycuando es indócil, malhumorada, terca, áspera;

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cuando no obedece cuanto de honrado la manda,¿qué es sino una mujer mala y rebelde, culpable deindigna traición hacia su abnegado señor? Vergüen-za me da pensar que haya mujeres tan necias comopara declarar la guerra a aquellos a los que deberíanpedir la paz de rodillas. Vergüenza de que reclamenel gobierno, el poder, la supremacía, cuando su de-ber es servir, amar y obedecer. ¿Por qué, si no, te-nemos el cuerpo delicado, frágil, tierno, impropiopara la fatiga y trabajos de este mundo, si no es paraque nuestro corazón y nuestras amables cualidadesestén en armonía con nuestra naturaleza material?¡Ea, ea, gusanillos de tierra insolentes y débiles! Yohe tenido también, como vosotras, el carácter alta-nero, el corazón orgulloso, el ánimo áspero y prestoa devolver regaño por regaño, amenaza por amena-za. No obstante, bien veo ahora que nuestras lanzasson cañas y nuestras fuerzas briznas de paja. Y queno hay debilidad semejante a la de buscar antes quenada lo que menos nos conviene. Abatid, pues,vuestra altanería, que para nada sirve, y ponedvuestras manos, en signo de obediencia, a los piesde vuestros maridos. Si mi marido lo quiere, las mí-as dispuestas están a rendirle este homenaje...

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PETRUCHIO.-¡He aquí una mujer como es de-bido! Ven y abrázame, mi querida Lina.

LUCENTIO.-Sigue tu camino, amigo. La partidaserá siempre tuya.

VINCENTIO.-¡Grata cosa es oír hablar a hijostan dóciles!

LUCENTIO.-¡Tanto como desagradable escu-char a mujeres insolentes!

PETRUCHIO.-Vámonos, Lina. Vamos a dor-mir. Henos a los tres casados; pero vosotros dos lle-váis faldas. Tú has dado en el blanco, Lucentio; pe-ro he sido yo el que ha ganado la apuesta. Vencedor,pues, me retiro. Que Dios os conceda a todos unabuena noche. (Salen Petruchio y Catalina.)

HORTENSIO.-Sigue, sigue tu camino; has do-mado a una famosa fierecilla.

LUCENTIO.-A fe que ha sido un milagro. Peroque la ha domado, ¡y maravillosamente!, no hay du-da. (Salen.)