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Octubre 2006 Número 430 La crítica y lo otro Morris Berman Abdennur Prado Ricardo Cayuela Gally Un cuento de Goran Petrovic Cómo me hice lector: Augusto Monterroso Rafael Cadenas Seis niños leen y reseñan La piedra azul de Jimmy Liao Poemas: Dávalos Faesler Moncada Quijano Segura Cravioto

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Octubre 2006 Número 430

La crítica y lo otroMorris BermanAbdennur PradoRicardo Cayuela Gally

Un cuento deGoran Petrovic

Cómo me hice lector:Augusto MonterrosoRafael Cadenas

Seis niños leen y reseñan La piedra azul de Jimmy Liao

Poemas:DávalosFaeslerMoncadaQuijanoSegura Cravioto

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Sumario

Seis niños leen y reseñan La piedra azul, de Jimmy Liao

(Matías Ramírez Noguez, Natalia Medina Levín,Martina y Aureliano Alvarado Faesler, OlmoAyala Armenta y Miquel Enrigue)

La biblioteca que tan pobre era que sólo tenía libros buenosAugusto Monterroso

Cuando no estásAlicia Segura Cravioto

Un hallazgo sin parRafael Cadenas

GárgolaCarla Faesler

Homero y los perros, los libros y el sarampiónLucas García París

Cuadros de la exposiciónGoran Patrovic

El verdadero oroMorris Berman

La democracia en la CoránAbdennur Prado

Comentarios impertinentes de un mexicano en el reino de España

Ricardo Cayuela Gally

AnécdotaDe ordinario

Luis Felipe DávalosCon qué lenguaLa perla negraTres últimas palabras

Miguel Ángel Moncada

Andar entre libros, de Teresa ColomerPor Rodrigo García de la Sierra

El ejército iluminado, de David ToscanaPor Luis Jorge Boone

Apuntes para un retrato de Álvaro QuijanoCarlos Mapes

Aurretrato con mi hermanaPoema

Álvaro Quijano

DIBUJOS DE PORTADA E INTRIORES: MARIO NÚÑEZ.

ILUSTRACIONES DE PÁGINAS 6, 10 Y 12 DE JIMMY LIAO. AGRADECEMOS

A MIRIAM MARTÍNEZ SU AUTORIZACIÓN PARA REPRODUCIRLAS.

la Gaceta 1número 430, octubre 2006

Augusto Monterroso. Este breve texto autobiográfico es una trascrip-ción de parte del vídeo “Monterroso en su jardín” editado por el ConsejoNacional para la Cultura y las Artes de México (Conaculta). Monterrosoes uno de los autores más imporantes de Hispanoamérica. Entre otrosreconocimientos tuvo el Premio Juan Rulfo en 1994. Nació en 1923 ymurió en esta ciudad hace tres años. El FCE publicó Tríptico. AliciaSegura Cravioto, es poeta y editora. Rafael Cadenas. Distinguido poeta,ensayista y traductor venezolano. Su obra lo ha hecho merecedor dediversos reconocimientos, entre ellos el Premio Juan Rulfo de literaturaLatinoamericana y del Caribe y el haber sido becario Gugenheim. CarlaFaesler es poeta y ensayista. Su libro más reciente es Anábasis maqueta.Lucas García París. Diseñador gráfico de profesión; ilustrador, novelis-ta y articulista de oficio. Este joven venezolano actualmente dicta clasesde diseño e ilustración en Instituto Prodiseño de Caracas y trabaja en supróxima novela. Goran Petrovic nació en Kraljevo (Serbia) en 1961.Estudió literatura serbia y yugoslava en la facultad de filología deBelgrado. Hoy en día es considerado uno de los novelistas y cuentistasmás importantes de Serbia. En español se encuentran publicadas dosnovelas: Atlas descrito por el cielo y La mano de la buena fortuna, ambas publi-cadas por Sexto Piso. Con esta última ganó el premio NIN en el año 2000,el mayor reconocimiento de las letras serbias, mismo que en su momen-to ganara Milorad Pavic con su novela Diccionario Jázaro. MorrisBerman es historiador de la cultura y crítico social. Es autor de varioslibros, entre los que se incluyen, El reencantamiento del mundo, Cuerpo yespíritu, Historia de la conciencia, y El crepúsculo de la cultura americana. Supróximo libro, La edad oscura de América, saldrá publicado en la primaveradel 2007, por la editorial Sexto Piso. Abdennur Prado es presidente deJunta Islámica Catalana, autor de El islam en democracia (ed. JuntaIslámica) y co-autor de Haikús de vuelo mágico (Editorial Azul 2005). Es elprincipal promotor del I y II Congreso Internacional de FeminismoIslámico(Barcelona, 2005 y 2006). Ricardo Cayela Gally es editor yescritor. Luis Felipe Dávalos, es poeta y estudia la carrera de LetrasClásicas en la facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Es conductor deradio. Miguel Ángel Moncada, es poeta y editor. Carlos Mapes, es edi-tor y poeta. Álvaro Quijano es autor de los libros de poesía La lucha conel ángel (SEP/CREA, Letras Nuevas, 1985) y Este jardín es una ruina (obrapóstuma, Trilce Ediciones, Colección Tristán Lecoq, 1995), y de la nove-la El libro de Tristán (Joaquín Mortiz, Serie del Volador, 1991), nació enHermosillo, Sonora, en 1955, y falleció en la ciudad de México el 24 deoctubre de 1994.

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La crítica y lo otro

Seis niños leyeron el mismo libro, La piedra azul de Jimmy Liao, y nos ofre-cen sus puntos de vista, experiencias directas cuyos resultados forjan un hata-jo de certezas. Nos dicen por qué les gustó, por qué no, cuál es el sentido queencuentran en la historia o en la historia que no se cuenta en el libro. Lospadres de los niños relatan la experiencia de ver y escuchar leer a sus hijos, deleer ellos mismos La piedra azul. Contagio de inteligencia y sensibilidad, deentusiasmo por la adquisición de un hábito indiscutiblemente necesario en lavida de todo ser humano: la lectura. Leer para entender el mundo, el exteriory el interior, ambos tejidos de cosas evidentes y de aspectos invisibles pero sinduda presentes.

La intuición infantil nos ofrece resultados inesperados y sus conclusionescoincidentes nos apuran a afirmar que, aunque cada cabeza es un mundo, very pensar el mismo objeto nos invita a conversar, no a la imposición de un solopunto de vista.

De ahí que en esta ocasión en la Gaceta propongamos combinar crítica yreconocimiento de los otros. Morris Berman observa cómo en una sociedadtan competida como la estadounidense se pierde la capacidad de reconocer alotro y que no se trata de aceptarlo sin más sino que hay que asumirlo comoparte de la pluralidad; Abdennur Prado ahonda en el sentido ontológico de lademocracia en la cultura islámica y evidencia cómo desde Occidente se prac-tica una teocracia acrítica; Ricardo Cayuela Gally reflexiona sobre la necesi-dad de debatir prácticas e ideas respecto a la cultura literaria en la Españaactual. Todo ello desde un ánimo crítico. Goran Petroviç nos deja el buensabor de boca al pasar de las apariencias, y su marea de poses, al absurdo.

Este número reafirma que leer nos libera de prejuicios, que tener un puntode vista crítico no es negar al otro sino diferenciar, que la literatura es casisiempre un acto clandestino frente a la imposición, como relata de él mismoel entrañable Augusto Monterroso.

Intentamos observar vasos comunicantes, porque la conversación no es unprevio acuerdo y sí una constancia de nuestras afinidades en la diversidad dela escritura. Porque, como afirma Rafael Cadenas en estas páginas, ser lectores una opción, una vía, que, y cita de memoria a Savater, nos pone junto a losgrades espíritus que han existido.

Directora del FCEConsuelo Sáizar

Director de la Gaceta

Luis Alberto Ayala Blanco

EditorJosué Ramírez

Consejo editorialConsuelo Sáizar, Ricardo Nudelman,Joaquín Díez-Canedo, Martí Soler, AxelRetif, Tomás Granados Salinas, ÁlvaroEnrigue, Max Gonsen, Nina Álvarez-Icaza, Paola Morán, Luis Arturo Pelayo,Citlali Marroquín, Geney Beltrán Félix,Miriam Martínez Garza, Fausto Her-nández Trillo, Karla López G.,Alejandro Valles Santo Tomás, HéctorChávez, Delia Peña, AntonioHernández Estrella, Juan Camilo Sierra(Colombia), Marcelo Díaz (España),Leandro de Sagastizábal (Argentina),Miriam Morales (Chile), Isaac Vinic(Brasil), Pedro Juan Tucat (Venezuela),Ignacio de Echevarria (Es-tadosUnidos), César Ángel Aguilar Asiain(Guatemala), Rosario Torres (Perú)

ImpresiónImpresora y EncuadernadoraProgreso, SA de CV

Formación y diseñoLeón Múñoz Santini

la Gaceta del Fondo de Cultura Econó-mica es una publicación mensual editadapor el Fondo de Cultura Económica,con domicilio en Carretera Picacho-Ajusco 227, Colonia Bosques delPedregal, Delegación Tlalpan, DistritoFederal, México. Editor responsable:Josué Ramí-rez. Certificado de Licitudde Título 8635 y de Licitud deContenido 6080, expedidos por laComisión Calificadora de Publicacionesy Revistas Ilustradas el 15 de junio de1995. la Gaceta del Fondo de CulturaEconómica es un nombre registrado enel Instituto Nacional del Derecho deAutor, con el número 04-2001-112210102100, el 22 de noviembre de2001. Registro Postal, PublicaciónPeriódica: pp09-0206. Distribuida por elpropio Fondo de Cultura Económica.

Correo electró[email protected]

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Fue muy buena experiencia, porque el libro está lleno de pa-labras que mi hija Natalia desconocía, lo que nos obligó a con-sultar el diccionario, para que en ella se forme ese hábito deesclarecimiento, y una vez entendido el significado, la lectura lefue resultando más amena. La vi interesada en la lectura y dis-frutar las ilustraciones. Su conclusión la comparto: es un librorecomendable.

DANA LEVÍN

Escuchar y ver leer a mi hijo Matías La piedra azul, de JimmyLiao, ha sido una experiencia bella y, como casi todo lo quesucede en relación con la educación y el crecimiento de misniños, cargado de asombro. Mientras leía, Matías me pregun-tó, “¿Por qué utiliza palabras que no entiendo?”, “¿Cómocuál?”, le pregunté: “silenciada” y “penetrante”. Le expliqué elsignificado de cada una. Enseguida quiso saber de dónde era elautor. Le dije que de origen chino y, en esa lógica asociativa dela infancia, Matías se explicó a sí mismo por qué el autor utili-zaba palabras para él nuevas y difíciles. Hubo momentos en queme pidió que yo leyera en voz alta, pero la mayor parte deltiempo mi hijo prefirió leer por él mismo las frases que correnparalelas a las ilustraciones. En un momento dado, una ancia-na, la cual había adquirido la piedra azul, cae desmayada y, másadelante, Matías observó que no se había desmayado sinomuerto. Entonces reclamó falta a la verdad. Supuse que se tratade una solución amable para el público lector infantil. Perodespués pensé que quizá es una consideración que está de másy él convino conmigo. Para que escribiera su reseña le fuihaciendo pregustas cuyas respuestas fueron escritas por él.

JOSUÉ RAMÍREZ

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Estas reseñas son una muestra de que todo lector, desde el inicio de su formación, mantiene una relación crítica con el objeto que

llamamos libro. Seis niños escribieron o dictaron sus comentarios y, el ejercicio, por demás lúdico, nos convoca a un diálogo: en

este caso entre hijos y padres, confirmando que un libro une a sus lectores aun cuando no coincidan del todo en la interpretación

de sus significados.

Lectores nuevos

Matías Ramírez Noguez

Natalia Medina Levín

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Martina y Aureliano Alvarado Faesler

Martina de siete años y Aureliano de nueve, leen con muchaatención el libro y pasan las hojas con bastante rapidez. Aunquees un volumen grueso, las ilustraciones ocupan casi la totalidadde las páginas y hay poco texto. Como el tiempo de lectura escorto, retienen en su memoria casi todas las etapas de la historia.

Cuando le pregunto qué le pareció el libro, Martina me dice:“la parte que más me gustó es cuando por fin puede llegar a suhogar. No me gusta que saquen las cosas de su hábitat. Es unpoco triste pero me alegra que haya llegado, pues la piedra nopuede ser feliz hasta ser añicos. Eso es lo que pienso y algo más:la historia es muy bella y me gustó cuando la hicieron un pája-ro. Se veía tan bella... La parte que no me gustó fue cuando sehace pedazos después de ser una luna que estaba en un museo

de arte. Eso es lo que pienso. Me gusta que termina comoempieza.”

Aureliano, por su parte, me dice: “me parece muy bonito ytambién muy triste y lo que no me parece tan buena onda esque la pobrecita piedra no pudo volver con su otra mitad sinohasta ser polvo. Lo que más me gustó es la parte en que escul-pen la piedra como una luna para un museo de arte y la parteque menos me gustó es cuando se incendió el bosque. La ver-dad sí le regalaría este libro a un amigo pues además de ser tris-te es una historia bonita y aunque ella no logró cumplir susueño sino hasta ser polvo, por lo menos alegró a muchas per-sonas.”

CARLA FAESLER

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Olmo Ayala Armenta

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Puse la idea literalmente en la mesa porque es donde se discu-ten los asuntos que involucran a más de un miembro de la fami-lia: Los editores de una revista muy importante que se llama laGaceta, le dije, quieren que escribamos algo sobre un libro.¿Qué libro? No sé, le respondí, nos lo van a mandar. ¿Y quévamos a escribir? Lo que opinemos. Se alzó de hombros: Estábien. Pasamos a comentar el gol de cabeza que había metido“El Conejo” Pérez —su ídolo— para empatar con los Tecos ysalvar la jornada del Cruz Azul.

A la semana siguiente llegué con el libro: La piedra azul, deJimmy Liao. Éste es el libro sobre el que vamos a escribir, ledije; lo tienes que leer. Estaba arrellanado en el sillón de la salade un modo que magnifica los veintisiete años de diferenciaque hay entre los dos: si yo entreverara los brazos con las pier-

nas así, se me caerían. Levantó los ojos del cómic que habíacomprado a la salida de la escuela y dijo, sin voltearme a ver:Bien. Dejé el volumen en la mesa de centro. Comimos. Amedia siesta me despertó su cara, a cinco centímetros de la mía.¿Qué pasó? Ya terminé, dijo; no se entiende nada. Qué termi-naste. El libro, no se entiende nada. Cómo que no se entiendenada. Bueno, sí se entiende, pero no muy bien: es una piedraque se va rompiendo y creo que la van pintando y se sigue rom-piendo y al final como que viaja en polvo por Australia.¿Australia? Eso parece, pero sin canguros. Si no hay canguros,seguro que no es Australia. Hay un pajarito. A lo mejor esMongolia. No, se parece a Australia en una película que visobre un canguro que habla. Los canguros no hablan. PareceAustralia. ¿Y qué más? Hay muchas palabras que no se entien-

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Miquel Enrigue

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den. Lo leemos juntos y te voy explicando —le digo. Sale delcuarto y regresa con el libro. Más tarde, le suplico.

Efectivamente, no hay una solución de continuidad transpa-rente entre las secuencias que van integrando el libro: la piedraes separada de su entorno y se rompe por nostalgia una y otray otra y otra vez, cuando está en presencia de algo azul. Es unametáfora opaca que no siempre cumple las reglas de su propiojuego: en la lectura que hicimos juntos notó que cuando la pie-dra es puesta en un muelle a la orilla del mar, no tenía por quéesperar a confrontar un sombrerito azul para quebrarse: Elagua es azul, dijo, en la vida real y en estos dibujos. Cuando vie-nen en un libro, los dibujos se llaman ilustraciones. Son dibu-jos —lo afirmó con la cara con que me va a ver cuando sea ado-lescente.

Fue una semana mala para emprender un proyecto denso,como reseñar un libro con un colega de diez años que ademáses mi hijo: tengo demasiada autoridad sobre él, no tengoninguna autoridad sobre él; la paternidad es, entre otras cosas,un ejercicio constante de convivencia dentro de esa paradoja.Yo estaba en pleno cierre de la revista en que trabajo, teníacompromisos. Ya lo leí otra vez, me dijo hacia el jueves oviernes, cuando llegué a comer —el libro acusador sobre lamesita de la sala; virgen de mí. ¿Y? Sigue sin gustarme, haymuchas palabras que no entiendo y no cuenta nada. ¿Nada? Lode la piedra, pero es aburrido; no hay personajes ni nada.Aburridos son los domingos, los libros pueden ser difíciles oraros, pero no son aburridos. Éste sí es. Tiene dibujos. Eso sí.Además debe haber una historia, a fuerzas. Más o menos: unapiedra que se va rompiendo, hay demasiadas palabras que no seentienden.

El sábado por fin nos sentamos a leerlo juntos. La verdad esque hay palabras que yo tampoco conocía. Después de unascuantas páginas farfullo que Laura Emilia, una buena amiga dela familia, se mandó con el vocabulario. ¿Laura Emilia lo escri-bió?, me pregunta. Alguien lo tradujo, le digo, y ella lo adaptó.¿Cómo? Lo escribió bonito. ¿Así, con metáforas y eso? Esomero. Hace un gesto que nuestros enemigos confundirían conla condescendencia, sopla por la nariz: Laura Emilia siemprehace su entrada triunfal a nuestro departamento con una cajade panes rellenos de chocolate tan buenos que ninguno de losdos podríamos hablar mal de ella ni aun si nos pegara. Clara-mente, el crítico se ablanda ante el fantasma de la gratitud:Nomás no entiendo por qué todos pintan la piedra si ya es azul;pero los dibujos están bien; y hay partes tristes; a lo mejor espara chiquitos, por eso me aburre. ¿Cómo te va a aburrir, si yalo leíste dos veces? Y espérate a la parte triste.

Nota la influencia de King Kong y de Babar en los primerosavatares de la piedra. Lo de que no se rompa ante el mar azulde plano lo impacienta —más tarde se mostrará verdaderamen-te irritado con la historia de los novios que labran un dije enforma de corazón, pero ésa no es una postura crítica, sino exis-tencial: todo lo que involucre novios le da cosa. A partir de quela historia se vuelve lúgubre —aparecen lápidas, huérfanos, cár-celes— cambia casi escandalosamente de actitud: nota el deta-lle de las ilustraciones, discute la probabilidad de los hechos, seentusiasma cuando uno de los prisioneros arroja por la ventanade su celda un resto de la piedra azul y le pega en la cola a unagaviota que iba pasando por ahí; incluso cuenta las plumas quese desprendieron del pájaro, le parecen pocas. Luego entra enescena un payaso y vuelve el desdén: en todos los dibujos el oso

aparece con bozal, menos en uno en que está durmiendo enuna tienda del circo, con la cabeza en el regazo de su amo. Sifuera tan salvaje que necesitara bozal, dice, lo amarrarían denoche afuera de la tienda. ¿Y si hacía frío? Truena la boca y meseñala que es un oso. Qué tal si hacía muchísimo frío. El paya-so está indefenso mientras duerme, se lo comería. Tiene razón.

Noto que el texto y la historia de la piedra ya han pasado asegundo plano, lo cual produce cierta libertad interpretativa,de una manera curiosamente generacional. Donde yo veía cla-ramente un subtexto sobre el desarraigo y una buena dosis depropaganda nacionalista señalando el viacrucis de los que van abuscar fortuna lejos de la patria, él ve una metáfora ambiental:La piedra es azul porque es como el planeta, papá: se va amo-lando. A lo mejor, le digo, deja que terminemos el libro. Yo yalo terminé dos veces. Entonces no es tan aburrido. Te digo queha de ser para chiquitos.

Finalmente entiendo su desconcierto: sus lecturas solitariasson de cómics –todo lo que quepa, por ejemplo, entre Mad yMortadelo y Filemón—y de unos libritos de terror que se llamanen español “Escalofríos”; por las noches lee con mi mujer loque ambos —son gringos— llaman “chapter books”: novelas.Ahorita están leyendo Robinson Crusoe. La piedra azul le parecealgo intermedio e inclasificable: tiene las dificultades lingüísti-cas e interpretativas de una novela, pero está ilustrado, comolos libros más bien ñoños que leía antes de descubrir el placerun poco sucio de los comics y el terror.

Al final le pido que escriba sus opiniones. No sabe por dondeempezar. Hacemos un cuestionario de lo que nos pareceríaimportante: el índice de su reseña. Saca las flamantes tarjetas quecompramos el sábado en la papelería porque en la escuela estánaprendiendo a hacer ficheros. ¿Y eso?, le pregunto. Son fichasbibliográficas, me dice, rebosando seriedad y tradición. G

ÁLVARO ENRIGUE

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Soy guatemalteco, pero yo nací en la ciudad de Tegucigalpa,capital de Honduras, en 1921. Ahí tuvo lugar mi primera infan-cia en una forma muy geográficamente movida pues mi padreera guatemalteco y mi madre hondureña. Mi padre había esta-do en Guatemala toda su vida, había ido a Honduras, conocióa mi madre, se casaron y yo nací en Tegucigalpa. Pero la aficiónde mi padre por Guatemala o por Honduras era tal que siem-pre estábamos moviéndonos de una ciudad a otra, así es quetuve una infancia bastante inestable. Esto dio por resultado quemis estudios de primaria fueran muy irregulares y por esa razónyo he tenido que ser un autodidacto, porque nunca terminabalos cursos en ninguna de las ciudades en las que estábamos.

En mi casa yo estaba rodeado por libros, por gente de libros.Mi padre era periodista tirando a poeta y era muy aficionado apublicar revistas literarias. Todavía guardo algunos que otrosoriginales de estas revistas que se han ido perdiendo con eltiempo. Eran revistas literarias de un nivel bastante alto, mu-cho más alto del que creo que soportaba la sociedad de Hon-duras o de Guatemala, de manera que esas revistas siempreeran un fracaso. Tal vez si hubieran sido malas todavía estaríancirculando muy bien.

El ambiente de mi casa era un ambiente muy literario y muyartístico en general. Mi padre, algún hermano de él, sobre todouno de ellos, eran gente de teatro, de ópera, de zarzuela y hastade toreo. Era, precisamente, una vida bohemia. Esto tenía losdos aspectos: por una parte, era muy alegre, la parte alegre dela bohemia, y la otra parte era muy triste no sé por qué, por-que la bohemia siempre ha estado abocada al fracaso.

Esta vida terminó de pronto al decidir mi familia trasladarsedefinitivamente de Honduras a Guatemala. Ambas eran repú-blicas tristemente llamadas bananeras, pero la verdad es queGuatemala, como antigua capital que había sido desde la colo-nia, tenía un desarrollo mucho mayor, cultural, en la vida so-cial, e incluso en la parte política, en el mal sentido de estaparte, porque el dictador de Guatemala era mucho mejor orga-nizado, tenía un ejército mucho más organizado y una policíarepresiva mucho más eficiente y organizada, también, de la quepodía haber en Tegucigalpa.

Pronto pues, a los dieciséis años, yo tuve que asumir un pa-pel, si no de hermano mayor porque no lo era, yo tenía un her-

mano mayor, sí de sostén de la familia. Mi padre, desgraciada-mente, siguió viviendo en el mundo de las ilusiones de hacerrevistas y nuevamente fracasó en Guatemala, siguió sus afi-ciones bohemias, nunca cambió y regresó a Honduras endonde murió en 1939.

Así pues, una vez en Guatemala, yo tuve que empezar unavida muy diferente y muy dura. Mi primer trabajo ahí fue enuna carnicería. Esto yo quisiera que no sonara tan fuerte ni tanaparentemente dramático porque si bien era una carnicería, yotrabajaba en la parte contable de la carnicería. Yo nunca fui car-nicero como se ha dicho en alguno de mis libros traducido alalemán, que en la cuarta de forros del libro se dice que yo en elcurso de mi vida he sido carnicero y diplomático. Eso lopusieron los editores alemanes para impresionar a los lectoresde este país. Pero no, no era carnicero, era ayudante de con-taduría.

Sin embargo, el trabajo no era fácil, era duro, porque loshorarios eran de carnicería. Yo tenía que trabajar desde las cua-tro de la mañana hasta las seis de la tarde. Eso se podía haceren Guatemala porque no había leyes de trabajo y cualquiera lepodía poner a uno los horarios que quisiera. Así que duranteseis o siete años yo tuve ese tipo de trabajo y de horario, en queaun cuando no era lógicamente trabajador manual de la car-nicería, sí convivía con los trabajadores de esta carnicería. Yome mezclaba mucho con ellos, tenía que mezclarme con ellostodos los días, y cuando digo todos los días, quiere decir todoslos días del año, porque el único día que no se trabajabaentonces en esa carnicería era el Jueves Santo. Ese día era elúnico del año, quiero repetirlo; porque no había descanso losdomingos, los sábados ni días de fiesta, ni días patrios ni nada.Sólo el Jueves Santo porque el Viernes Santo no se iba a vendercarne porque había vigilia de Semana Santa. Ése fue, durantesiete años, mi único día de descanso cada año.

Pero al mismo tiempo, no me puedo quejar, como es mi cos-tumbre. Generalmente no me quejo de lo que me pasa, senci-llamente lo he asumido siempre. No me puedo quejar del tra-bajo en esta carnicería por la sencilla razón de que ahí encon-tré a un individuo, un hombre que era mi jefe, el contador, queresultó un gran aficionado a la literatura. Este señor debe dehaber sido un escritor frustrado porque era un enorme lector.

la Gaceta 7número 430, octubre 2006

La formación literaria está hecha de circunstancias únicas a la vez que muybien pueden resultar comunes. Pero los hechos y el que se asumanhacen a lo particular. ¿Cómo se hace un escritor, sobre todo, uno bueno? Leyendo a los clásicos. He aquí la historia de un lector que se hizo escritor y que sin duda contribuyó a percibir la realidad de otra manera.

La biblioteca que tan pobre eraque sólo tenía libros buenos

AUGUSTO MONTERRROSO

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Cuando no estásALICIA SEGURA CRAVIOTO

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para Darío

Día de flores, canto de ventanasclavado súbito de nieve gris,en los ojos una rayatan lejos mi corazón.

Ya sé contar las avecitas de tu beso a mi mirada:cientos por instantes divididos en otros cientossuben vaporosas de emoción.

Cuando no estáshay una nube, un perro, un camiónpero si los miras conmigotambién tienen lluvia y ladran, echan a andar. G

Leía muchísimo y cuando se dio cuenta de que yo tenía afi-ciones más o menos literarias, que traía desde chico, me ayudóen el sentido de que me regaló muchos libros, me habló deautores a los que yo jamás hubiera llegado por mí mismo.

La enseñanza, pues, de la carnicería, fue doble. En primerlugar, lo que dije antes, yo me mezclaba con los trabajadores,yo me di cuenta de cómo eran explotados y haciéndome amigode ellos me despertaron siempre una solidaridad. Yo era declase media alta, digamos, venida a menos, porque mi familia sehabía quedado pobre. Pero yo no era pobre de nacimiento. Encambio, éstos sí lo eran y eran individuos que trabajaban bajounas normas de explotación terribles. Yo me hice amigo deellos y creo que, así, esta enseñanza, este contacto con sereshumanos, perdonando el juego de palabras tratándose de unacarnicería, de carne y hueso, y al mismo tiempo el contacto conlos libros, me dio una formación más o menos extraña.

A todo esto, yo comencé a hacer mis primeros intentoscomo escritor. Claro, eran intentos que hacía sólo para mí.Aquí vuelve a aparecer esta palabra de autodidacto o autodidac-ta, que yo soy. Yo me enseñé solo a escribir, lo cual fue unaenorme pérdida de tiempo. No se lo recomiendo a nadie. Peroyo no iba a la Universidad.

Mi Universidad, en realidad, fue la Biblioteca Nacional deGuatemala. Ahí yo, por puro instinto, sintiendo que me iba adedicar a la literatura, acudí todas las tardes, después de esasseis de la tarde en que yo salía de la carnicería, hasta las diez dela noche. Todas las tardes durante esos seis o siete años, a leer.Ahora bien, en esta biblioteca yo no podía leer lo que quisiera.Siendo una biblioteca pobre, ya lo he consignado esto algunavez, sólo tenía libros buenos. Tan pobre era que sólo teníalibros buenos. Eso quiere decir que las de los países subdesar-rollados son generalmente bibliotecas que están hechas condonaciones que hacen abogados, notarios, juristas de las local-idades, y estos señores generalmente tienen bibliotecas buenas,de clásicos. Así que en la biblioteca yo sólo podía leer clásicos,no podía leer a un autor contemporáneo, y eso me salvó de leera Hemingway, por ejemplo. Tuve esa buena suerte.

Estas bibliotecas son muy raras. Yo, teniendo 17 años, llega-

ba a la biblioteca, pedía un libro de Baltasar Gracián y metraían la primera edición de mil seiscientos y pico. No teníanningún prejuicio, ni creo que conocían, francamente, el valorde lo que me estaban dando.

En el camino de la carnicería a la biblioteca había un billar.En este billar yo empecé a encontrarme con seres extraños que,al mismo tiempo que jugábamos billar, yo les oía decir frasespoéticas, les oía decir versos que yo tal vez conocía porque erande Góngora o les oía decir versos que yo no conocía entoncesporque eran de Neruda, y yo hasta entonces no sabía quién eraNeruda porque yo estaba todavía en el siglo XVI.

Al encontrarme yo con estos amigos hubo otro cambio enmi percepción de las cosas y de la vida. Por una parte consolidémi afición a la literatura, al tener con quién hablar de literatu-ra, al tener con quién comparar las cosas que hacía o comentar,y me convertí en escritor. Eso fue en 1941 cuando yo publiquémi primer cuento en un periódico de Guatemala al cual estosamigos tenían acceso. Ellos me llevaron a ese otro mundo.

Ya una vez metido en esto, con ellos mismos formamos unaasociación de escritores. Eso era una pantalla, en realidad, de loque ya estábamos empezando a hacer que era, francamente,conspirar. Empezamos a organizarnos la manera de luchar.Tenía que ser clandestina, por fuerza, pues luchábamos contrala dictadura. G

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la Gaceta 9número 430, octubre 2006

Comenzaré con una confesión: en el pequeño apartamentodonde vivo con mi esposa y dos nietas, los libros amenazan condesalojarnos, situación que cada día se agrava pues su númerose acrecienta sin cesar, aunque también lo haga el precio que losacompaña.

Cuando voy tras alguno que me interesa de momento, almenor descuido cualquiera de ellos, acaso por celos, me puedecaer en la cabeza y no dentro de ella, que sería lo deseable, por-que probablemente no he tenido tiempo de leerlo.

También al lado del sillón, donde suelo leer, se apilan ya sinriesgo, pero como están en el suelo acostados unos sobre otrosy no de pie, en hilera, con sus títulos visibles, buscar alguno aveces cansa un poco.

El montón de periódicos y revistas que acostumbro guardar,van igualmente amontonándose, no sin protestas domésticas.

Se trata de una desmesura, lo sé y lo reconozco contritamen-te, pero he de solicitar indulgencia en nombre del libro que hoyrequiere tanto apoyo, pues si bien es respetado por los más,también lo han puesto en peligro unos adversarios poderososentre los cuales la televisión ocupa el primer lugar, en santaalianza con la computadora y la radio. Nunca podrá ser susti-tuido, pero se le arrebata un tiempo del que disfrutaba a susanchas cuando no había aparecido el huésped invencible, elcual lo ha llevado a un relegamiento que no había conocido ensu larga trayectoria.

“La televisión es muy educativa. Cada vez que alguien laenciende me retiro a otra habitación y leo un libro”. Esto lodice Groucho Marx y lo hace, pero seguramente sólo él y algu-nos otros, no muchos, porque hasta los buenos lectores suelenquedar atrapados por la pantalla que se ha apoderado de loshogares.

Sin embargo, el libro resiste. Lo muestra en forma patentela incesante productividad de las editoriales y la firme perma-nencia de las librerías. Aun de aquellas afectadas por la crisisque sufren algunos países.

Cómo me hice lector, pues soy eso más que escritor, es loque trataré de contar.

Yo no crecí entre libros como otros afortunados. En casa,durante mi niñez, había muy pocos, tres o cinco, y ninguno

atraía mi atención. Comencé leyendo tiras cómicas o cómics.Recuerdo sobre todo una pequeña revista —tenía formato delibro— “Chamaco Chico”, editada en México. ¡Con qué ansie-dad la esperaba! Tan pronto como la tenía en mis manos meinstalaba a solas con el fin de averiguar qué les había pasado alos protagonistas de sus historietas. Los mexicanos que hoyandan entre sesenta y setenta años deben haberla conocido.¡Cómo me gustaría tener un ejemplar de esa cuasi revista!

Poco después pude leer libros de los que Alicia considerabainservibles: los que carecen de imágenes. En realidad, todos lastienen, pero nacidas de las palabras, sus huidizas genitoras. Estepaso debo de haberlo dado a los doce o trece años. Por mis ojosdesfiló la serie de Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas. Otranovela suya poco conocida, Los hermanos corzos, me embriagóuna tarde. Hubo una de Julio Verne que me impidió dormir,pues no pude soltarla: Miguel Strogoff. Emilio Salgari, en cam-bio, no me cautivó, tal vez por no encontrarlo en el momentojusto. El elenco de autores fue aumentando con los libros quemi padre me traía de Caracas ?pues vivíamos en el interior?entre los cuales recuerdo La vida es sueño de Calderón, Los debe-res del hombre de Manzini y La madre de Gorki. En una ocasióntuve la imprudencia de encargarle algunos libros en ingléscuando yo apenas comenzaba a estudiar ese idioma con unmétodo muy elemental que no me hubiera permitido leer ni elmás sencillo cuento para niños. Pues bien, me trajo las Poesíascompletas de Alfred Tensión, el Balzac de Stephen Zweig y ¡elUlises de James Joyce! Todavía conservo el libro del poetainglés. En cuanto a Zweig, su Fouché, su Magallanes, su Elmundo de ayer me hicieron pasar muchas noches en vela. AlUlises me acerqué años después cuando una dictadura me exilóa Trinidad, donde pude familiarizarme con el idioma inglés.

Lo que cuento se me confunde un poco con el tiempo enque uno de mis abuelos, a quien se le daba el título de generalpor haber peleado en nuestras guerras y que tampoco teníaquien le escribiera, solía narrarme, con cierto dramatismo,obras que él recordaba puntualmente aunque las había leídohacía mucho tiempo. Después yo salía a buscarlas en la únicalibrería de la ciudad que, no casualmente y mostrando poca ori-ginalidad, se llamaba La Única. Así me introduje en Doña

La biografía de un hombre de letras son sus lecturas. De ahí que el ejercicio de rememorar cómo se hizo uno lector sea una revelación y al mismo tiempouna constancia, un auto de fe y una puesta en práctica de un hábito imposible de corromper cuando de verdad se ha adquirido, pues leer es un acto que engendra nobleza y hace de este mundo un espacio habitable. Así el poetavenezolano nos introduce en la formación de su espíritu.

Un hallazgo sin par: el libro

RAFAEL CADENAS

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Bárbara de Gallegos; en El 93 de Hugo y en Hamlet de quien yase sabe.

Más tarde, entre los catorce y quince años, comencé a leerpoesía romántica hispanoamericana y española. Un día, graciasal novelista Salvador Garmendia —todavía no lo era sino muybuen lector, siempre se comienza así— salté a Rubén Darío queme deslumbró y seguí luego con autores como AntonioMachado, Juan Ramón Jiménez, los poetas del 27, sobre todoAlberti, Lorca y Salinas, así como el Neruda inicial y poetasvenezolanos del grupo “Viernes”. Por aquellos años no meadentré en la poesía de Rilke. “Pasé a tu lado / y no te vi” diceuno de los poemas que le he dedicado. Mucho tiempo despuéssí pude leerlo y estudiarlo. Desde entonces ha sido para mí unapresencia acompañante. Es que a cada edad parecen correspon-derle determinados autores y la hora de Rilke no me había lle-gado. Aunque uno de sus libros más leídos es Cartas a un jovenpoeta, él no es para adolescentes. Se necesita haber vivido máspara abrir su puerta y hasta creo que eso requiere la orientaciónque pueden darle al lector ciertos libros sobre su poesía. Lomismo cabe decir de otros poetas. De ahí la importancia de losestudios que allanan el camino hacia ellos.

Mi encuentro con la obra de poetas modernos como Eliot,Ungaretti, Pessoa, Yeats, Kaváfis, Michaux, Borges, Paz, y tan-tos otros, ocurrió a partir de 1956 cuando regresé de Trinidad.

Al tratar de hacer memoria, he recordado muchísimos nom-bres que omito. Mencionar mis lecturas sería imposible ni es deello que se trata. Mi intento es mostrar mis comienzos de lec-tor —cómo entré al palacio encantado de las letras— y el tra-yecto que he recorrido aunque falta mucho para dar una ideacabal de toda la ya larga aventura, que así puede llamarse. Lodicho pues requeriría ser completado. Sobre todo siento que lasausencias me hacen reclamos, por ejemplo, entre otras, las delos clásicos que tanto he frecuentado. Quede el pago de estadeuda para otra oportunidad. Se me antoja que existe la vía dellector. Ojalá que lo contado brevemente aquí anime a algúnjoven como era yo a tomarla. De momento y con la mismaintención usaré unas líneas que trae a cuento Fernando Savater,un gran amador de los libros: leer es “entrar en coloquio conlos grandes espíritus que han existido” y renunciar al placer de“tenerlos a nuestro lado” le parece “una mutilación sorpren-dente”. En realidad, es una pérdida voluntaria o involuntariapor parte de quien no llegó a descubrir la mina que guardan laspalabras. G

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Aunque mi padre es un periodista de medios impresos y mi ma-dre una profesora universitaria de redacción que durante añosdesempeñó labores de librera en el Banco del Libro (institu-ción venezolana que por más de 40 años se ha encargado de lapromoción de la literatura infantil y juvenil), mi incursión a lalectura y la escritura como actos de placer, y no como la mate-ria que se imparte en las escuelas con el objetivo de que apren-damos a escribir un cheque o presentar un currículum sin pare-cer unos lerdos, tardó un buen rato en producirse. Si bienaprendí a leer y a escribir normalmente, cada vez que me rega-laban un libro de cuentos saltaba los textos para regodearmeen las ilustraciones. Jamás aprendí a enunciar en orden correctolas letras del abecedario, y hasta el día de hoy presento ciertadificultad en reconocer los sujetos y predicados, los adverbios ylos prefijos de la frase más sencilla.

Esta resistencia al verbo escrito se mantuvo durante miniñez, ayudada por mi predilección por los libros de imágenesy fotografías, al cine y la televisión y la cultura del cómic. Losprimeros “libros” que recuerdo haber “visto” con interés fue-ron unos fascículos de la editorial Burulan con las aventuras deFlash Gordon, ilustradas por el gran Alex Raymond. Olímpica-mente desdeñé toda clase de libros que mi madre, en su infini-ta paciencia, dispuso para mí avalados además por el infali-ble Comité de Selección del Banco del Libro y que, en el ordende mis predilecciones, no tenían comparación a las aventurasde Tintín, Asterix y Obelix, Lucky Luke o (en una permutaciónde mi personal gusto pictográfico) cualquier publicación conreproducciones de fotografías de cine o pinturas famosas. Po-día contemplar por horas pinturas del renacimiento apreciandola exactitud del trazo y la eficacia de una composición y verfotogramas de Humphrey Bogart con su perenne cigarrilloatornillado en una esquina de la boca, pero leer el ejemplar másmiserable de la Pandilla de los Cinco o algún sencillo cuentode Rabindranath Tagore no despertaba en mí el menor atisbode interés.

Y así fue durante un buen tiempo. Recuerdo un episodio enque una de mis maestras me sorprendió, emocionada, leyendouna edición de bolsillo argentina de Ivanhoe, creyendo que mehabía seducido el inflamado verbo de sir Walter Scott o la re-cuperación de la novela de caballería en la que se inscribe la

obra. Su decepción fue palpable cuando le dije que en realidadhabía visto en televisión una película del Príncipe Valiente y mehabían encantado las escenas en que los caballeros se rompíanla crisma durante los torneos. Además esta edición tenía la ven-taja de presentar la novela con una versión paralela en formatode cómic, que era, por supuesto, la que yo estaba leyendo, espe-rando la viñeta en la que Ivanhoe ensartaría cómo una aceitunaal caballero negro. La literatura, de nuevo, había sucumbidoante las otras variables comunicacionales y, a medida que meinsertaba como preadolescente en los ochenta, con el boom delas películas en Beta y las traducciones de cómics entrando ensu apogeo, mi futuro como lector convencional, de libros sinilustraciones y párrafos con letras de puntaje reducido, parecía,cada vez más improbable.

Al cumplir los catorce años, la peor edad, creo yo, para inte-resar a nadie en nada, a menos que se trate de sexo y rock &roll, la paradoja se manifestó en forma de un ataque de saram-pión que me postró durante cuatro semanas en la cama. La pri-mera semana devoré toda mi colección de cómic y consumí unaestricta dieta de películas y fármacos para la fiebre. A finales deesa semana se hizo evidente que ya no podía releer ninguno demis cómics y que ver a Clint Eastwood interpretando a Harryel Sucio tenía un límite (una balacera se vuelve aburrida cuan-do se ve más de tres veces seguidas). Si no encontraba un sus-tituto con el que entretenerme, el ardor del sarampión iba avolverme sencillamente loco. Mi padre, en un arranque deintuición que agradezco hasta ahora, apareció entonces la tardedel domingo con un paquete de libros que había encontrado ensu biblioteca y que supuso podían interesarme. Habiendo per-cibido mi interés por el cine policial recolectó una serie denovelas que había guardado desde su juventud. Se trataba de ungrupo heterogéneo de libros: antologías del sello Bruguera decuentos de Dashiell Hammett y Raymond Chandler, los padresdel Hardboiled norteamericano, novelas pulp de la editorialDiana con las aventuras de Mike Hammer y Burns Bannion (eldetective karateca cuyas manos eran “letales como cuchillos”),las obras de un tal Vernon Sullivan, seudónimo que ocultaba,para mí, al desconocido Boris Vian.

Mucha gente recuerda el día en que aprendió a manejar odio su primer beso. Para bien o para mal, yo recuerdo esas dos

Los caminos de iniciación a la lectura son diversos. Así, hay lectores que antes que leer palabras vieron imágenes, secuencias narrativas.Lo importante es la conformación de un gusto y la permanencia de una clara intención al leer, a lo largo de la vida, libros que conformanun universo asombroso de vasos comunicantes.

Homero y los perros, los libros y el sarampión

LUCAS GARCÍA PARÍS

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semanas enfebrecidas en las que leí, absolutamente cautivado,las peripecias de aquellos personajes, sus conflictos morales enmedio de un ambiente de sombras chinescas y sus maravillososdiálogos cincelados en concreto. Para mí fue una entrada por lapuerta trasera al mundo de los libros. El vaso comunicantehacia un universo mayor. Leer en un prólogo que la escriturade Hammett surgía en la misma época que Hemingway y ScottFitzgerald generó mi curiosidad sobre estos autores y sus obras.Saber que Marlowe, el detective chandleriano, debía su nom-bre a un poeta isabelino, me llevó a esa época que me permitióacceder, incluso, a Shakespeare. Las novelas de Sullivan fueronmi entrada al lúdico mundo de Vian y, por rebote, a sus con-temporáneos existencialistas, Camus y Sartre, autores que leísin esa especie de canícula espesa que las cubre en bachilleratocuando uno debe presentar un examen sobre sus obras.

Está “iluminación” me ha ayudado a lo largo de mi vida aentrar en “la ciudad letrada” por todas sus autopistas secunda-rias y barrios satelitales. A entrar en los libros por una frase deuna canción, una anécdota en una fiesta, una referencia de unapelícula. No comparto la visión apocalíptica de que en estostiempos hipermediáticos la literatura es una especie en extin-ción, sino todo lo contrario, un recurso en perpetua renova-ción. Si los hermanos Washowsky, autores del film The Matrix,monumental fábula de la realidad virtual y, en general, unarevisión maravillosa de la cultura pop de mediados del sigloveinte hasta nuestros días, reconocen, en medio de helicópte-ros que estallan, tiroteos inauditos y estilizadas coreografías dekung fu, a la obra de Baudrillard y sus teorías sobre el simula-cro como una de sus más importantes influencias, puedo respi-rar tranquilo por la salud de la literatura en general, que nosrecuerda una y otra vez que se encuentra en estado latente entodas las cosas y en nuestra visión (nuestra lectura) de éstas.

Para muestra un botón. He aquí un fragmento de una entre-vista del escritor cubano Guillermo Cabrera Infante publicadaen la página web de la BBC:

...un día un profesor, que cuando hablaba se volvía un histrión,empezó a contar un cuento, que de pronto resolvió con la visitade un viajero que muchos años antes había dejado su isla y alregresar no era reconocido más que por su perro.

Entonces, como yo era un gran fanático de los perros... yosiempre tuve perros, desde niño e incluso ya de mayor... pues,me interesó la historia. Y este perro, después de reconocer alviajero, moría.

Ya usted sabrá que estoy hablando de Ulises y de su regresoa Ítaca, y de La Odisea, pero yo no lo sabía. A mí lo que me inte-resó verdaderamente fue la anécdota del perro tan leal y tantoreconocimiento que le hacía a su dueño. Pero eso picó mi curio-sidad por saber exactamente qué ocurría antes y después de lamuerte del perro, y después del regreso de Ulises a Ítaca, y fui ala biblioteca del instituto, que era magnifica, y me leí La Odisea.

Para mí, esta entrevista, plantea un hermoso problema. Alfinal ¿a quién le debe Cabrera Infante el descubrimiento de LaOdisea? ¿Al profesor, que era un histrión? ¿A Homero, porhaber recogido esa anécdota del perro? ¿O a los perros, engeneral, por existir y serles tan simpáticos? Yo apuesto por todos. G

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Hoy desperté y pensé, inmediato, cumdel órmone dintel en la ventana gris,la gárgola enojada, en el cristal un “noc”.

Abrí entonces a ella mi habitación ulshummariposa voló entre libros yarcótécne, le dije, arcándele de amor...sus ojos preciú cerró; lloré...

Cuerpo levanto en cuidados mirmíle adecuo en mortaja el terciopelo blú,vacío mi caja de cedro mervelés,encierro eternamente sus alas kelopet.

Todos los soles, de flores la regaloy a veces me dice al oído, “endenderé”. G

Madrid, marzo de 1994

GárgolaCARLA FAESLER

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La inauguración

Los invitados limpiaban sus pasos de hojas y del claro de luna. Ante la puertaabierta se quedó la despejada noche de otoño. Un sinfín de susurros. Y polvoscelestes.

Pero aquí, en la galería —una casa neoclásica de dos pisos con elementos delromanticismo tardío que, dependiendo de los caprichosos cambios históricos delos siglos pasados, fue la antigua sede del Magisterio, posteriormente del Ayun-tamiento Municipal, más tarde del comando de ocupación Reichswehr, y despuésdel Consejo Popular, luego una construcción durante mucho tiempo abandona-da y deteriorada, y desde hace poco, un edificio adaptado para un nuevo propó-sito—, había luz de sobra. Caía de algún lado del techo adornado con moldurasrestauradas, irradiaba de las paredes perfectamente lechosas, brillaba sobre elpiso pulido de mármol, brotaba de cada rincón de una sola sala grande, creadapor la unión de seis pequeñas, en la planta baja. El brillo se juntaba en las son-risas solemnes, en los ojos de los invitados, resplandecía noblemente sobre los

Cuadros de la exposiciónGORAN PETROVIC

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collares de perlas y aros de aretes, en las piedras pre-ciosas de los dijes y anillos, en las mancuernas denácar… De tanta luz, no se podía ocultar nada. Nohabía una sola sombra. Cada detalle quedaba bienexpuesto a la vista: las cejas regulares, los cuellos almi-donados, las cautivadoras neblinas de perfumes, lascorbatas discretas, los encantadores lunares, los pañue-los de seda en los bolsillos superiores, las rosadas ye-mas de los dedos, las rayas rigurosamente planchadasde los pantalones, el talle de las prendas ajustadas y elvuelo de los vestidos más lujosos; bajo las delicadastelas, a su vez, se podían adivinar contornos excitantes:por dónde se extendían las tiras y ribetes de la fina ropainterior de damas, hasta dónde llegaban, y dónde seintroducían por completo…

Las paredes de la galería estaban totalmente vacías.Pero, el creciente murmullo parecía desafiar ese hechoinsólito. La inauguración de una exposición sin cua-dros no impidió a nadie mostrar la máxima cantidadposible de buen humor, preparado durante horas y díaspara esta ocasión. Se conversaba sin un motivo particu-lar. Por lo general, agradablemente, con complacencia.Aunque algunos hablaban sólo para rozar el oído de suinterlocutora, incluso, para deslizarse atrevidamentepor el cuello, cuesta abajo por los pechos, hasta dondeel escote dejaba adivinar la bifurcación. También laparte femenina del público se arrimaba, cada vez conmayor osadía, a los invitados masculinos con una risasonora, directa, o un parpadeo abundante. Aun cuandohabía aquellos que se percataron de la ausencia de cua-dros, no había ingenuos que se atreverían a comentarese hecho insólito en voz alta. Nadie tenía ganas deexpresar una duda. Todos, sin falta, se comportabancomo si conociesen a detalle la particularidad de laexposición pictórica, muchos incluso afirmaban, confi-dencialmente, que el artista les había explicado susprincipios personalmente, en su estudio, desde hace unaño, aunque en realidad no se sabía quién era el autormisterioso.

Tal vez por todo eso nadie prestó atención a unpuñado de ayudantes de la galería que quitaron lascubiertas de las ventanas, unas telas blancas con las queel arquitecto había creado hábilmente la ilusión de unasuperficie de exhibición uniforme. Y sólo un instantedespués, la brillante iluminación fue apagada.

El catálogo

Tal pareciera que la oscuridad total se concentraba pre-cisamente ahí. Por las ventanas se veía que afuera todoestaba como siempre. Sólo que ahora, desde esta oscu-ridad, todo eso parecía más claro, más acentuado. Lasventanas daban acogida a sus vistas.

Cuatro en la fachada del edificio: a la calle principalde la ciudad.

Las cuatro opuestas a éstas: al patio interior de lagalería.

Dos a la derecha: al patio de la iglesia que flanqueabael ala este.

Otros dos laterales: a la pendiente que, un poco másallá, bajaba suavemente a la orilla del río, en el poniente.

Al desaparecer la luz, también el resplandor se apagóde inmediato. Los vestidos de gala perdieron su impor-tancia. Las miradas intercambiadas entre los invitados,también. La algarabía se tornó silencio. Doce ventanasse abrían como doce espectáculos en la despejadanoche de otoño. Alrededor de la oscuridad, brillabanlos cuadros externos. No había elección, la única luzentraba por los cristales descubiertos.

El sur

Dondequiera que se hubiera quedado cada quien sevolvía hacia el cuadro, en realidad, el marco de la ven-tana más cercano. El bullicio de la ciudad aún no secalmaba, la calle era transitada por la gente de tezmacilenta a causa del alumbrado de neón; el claro deluna llegaba hasta la altura de las lámparas, sólo unospocos rayos lograban traspasar hasta el suelo asfaltado.Abajo de los importantes frontones de edificios guber-namentales la procesión de la gente avanzaba despacio.A poca distancia de ella, estaban las siluetas que sedetuvieron frente a los gruesos cristales de escaparatesque lucían abundancia. Un perrito que jalaba tanto sucorrea como a la anciana que vestía un abrigo de astra-cán apelmazado. Un revendedor de cigarrillos queempacaba apresurado su mercancía. Una chica espiga-da, vestida demasiado ligeramente, que con cada pasoque daba se desencontraba inequívocamente con subuena suerte. En la parada de autobús —los trabajado-res temporales tardíos, una aterida pareja joven abraza-da y, por lo menos, una decena de personas detrás delos periódicos abiertos, un estudiante de música con lacaja desgastada de violín bajo el brazo, y un soldadoimberbe en su uniforme de camuflaje completamentenuevo. Un viejito clavaba una esquela al árbol cercano.De una dirección venía indecisa una figura cargandosus bienes: una pequeña maleta de cartón atada concuerda. De la otra se apresuraba un hombre joven conun niño en los brazos. Tras él iba una mujer con el ros-tro aterrado. Se acercaron a un auto estacionado fren-te al edificio de la galería. Intercambiaron gestos y unaque otra frase con el chofer. Luego siguieron corrien-do. Evidentemente, el del auto se rehusó a llevarlos.Una escena verdaderamente desagradable, podía con-cluirse de lo expuesto.

El norte

El público del lado opuesto, frente a las ventanas quedaban al patio interior de la galería, podía ver sólo unafigura: un anciano de aspecto desaliñado dormitandoen un rincón. Aquí no había alumbrado público, lasestrellas centelleaban libremente. Bajo sus gotas con-

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soladoras, se mojaban montones de desperdicios, unpájaro muerto hace mucho tiempo, botellas de vinobarato desechadas, boletos de tómbola usados, cuadrosdelineados con gis para el juego del avión, un lechometálico de pescado en conserva destapado, una rata allado de un montoncito de heces, seis casquillos, coli-llas, una cuchara con el mango doblado, una pelota debaloncesto apachurrada, cáscaras de pepitas de girasol,y sobre las espaldas cacarizas del edificio vecinocon grandes tatuajes, los graf-fiti entrecruzados: “¡SER-BIA!”, “Mishutka, amor,feliz cumpleaños”, “Re-gresen al Rey…”, “¡Al-borotadores!”, “Y al fi-nal —hubo asco…”, “Ven-do palos a buen precio…”,“¡Con orden y disciplina!”,“No tengo comentarios”,“¡Piksi, maestro!”, “¿Porqué ha de morir un hom-bre en cuyo jardín crecela salvia?”, “KGS”, “Hi-jos, ¡ponchen las llantas!”,“Zorica es una manteni-da”, “El partido con docemejorías”, “I want you toroll me”…

El sur, de nuevo

En la calle, aquella pareja con el niño simplemen-te no tenía manera de irse de ahí. Sin percatarse de lapresencia de observadores en la galería, una mujer deedad mediana se aproximó a la última ventana de laizquierda, probablemente para verificar su aspecto. Surostro era melancólico, ni siquiera los labios distendi-dos en una sonrisa podían mejorar esa impresión. Sequedó mucho tiempo ante su reflejo como si ensayaraesa sonrisa para sí misma, o para alguien amado, peroalejado por una vida entera. Aquella pareja, la mujer yel hombre con el niño inmóvil de la cabeza caída en susbrazos, ahora ya no corría —sólo estaba parada junto ala calzada. La madre ora levantaba los brazos, ora losbajaba impotente. Nadie quería pararse. Nadie. Losvehículos pasaban a toda velocidad. Los faros encendi-dos iluminaban el terror de la mujer hasta la náusea.

El poniente

Los invitados en el ala poniente de la galería, junto alas dos ventanas que daban a la ladera del río —tembla-ban. No, los cristales no estaban abiertos. Sin embar-go, las personas reunidas sentían escalofrío de esa vistaa los álamos deshojados junto al agua nocturna y lassombras espectrales de las ramas entrecruzadas de sau-ces. La gente sentía temor ante esa corriente que no se

veía pero que, arrastrando todo tipo de cosas, seguroarrollaba los tiempos alevosamente, reacomodaba elpasado y el futuro, dispersaba caprichosamente a losahogados, cardúmenes, cangrejos y bancos de arena,redondeaba las piedras, y despacio deslavaba las orillasdel presente. La gente tiritaba de la lejana montañaencorvada con la cima ya cubierta de hielo azul, apenasseparada por sus contornos del firmamento recostado.

Temía ante la vastedad que seexpandía desde la ciudad

directa e ininterrumpi-damente, sin obstáculo,

hacia lo incierto, dondeno había señales de cami-no claras, donde uno podía

extraviarse en un sinfínde direcciones a pesarde que la vida general sereducía a la circulación,donde supuestamente,

según la leyenda, ace-chaban desde la pretérita

oscuridad las malignasrendijas de los ojos del te-jón, relampagueaban lasescleróticas de los chota-cabras, traspasaban las pu-pilas de los búhos...

El norte, otra vez

Alrededor de la imagendel patio interior del edificio: el silencio. El mutismo.Aquel anciano, tal vez un borrachín, desde luego indi-gente, se despertó. En cuanto se levantó y escupió, des-abotonó impaciente su cierre y mirando a las constela-ciones —orinó. Se escuchó largamente cómo el chorrochapoteaba sobre las bolsas carcomidas por el pega-mento.

En el charco se mecía flotando el círculo de la luna.

El sur, también

En la calle, los eventos transcurrieron varias veces.Sobre los carteles de campañas electorales, inclusosobre las esquelas, pegaron nuevos rostros de confian-za. Sólo aquella mujer desolada y aquel hombre jovensosteniendo al niño con la cabeza caída de manera poconatural, sólo aquella pareja en desgracia, no lograbairse ni escaparse del sino.

—¡Bravo! —exclamó alguien en la galería demasiadoalto, otro murmuró algo importante.

El oriente

Los cristales en el ala este, sin embargo, mostrabandesde el mismo inicio una sola escena: pinos y abetos,

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la lápida sepulcral de un obispo de finales del sigloantepasado y los contornos de una iglesia cuyas tresventanas bíforas, altas y estrechas, y sus vitrales emplo-mados brillaban por las llamas de los cirios y de las can-dilejas ante los iconos. Aquí, desde la inauguración dela exposición, nada había cambiado. Pero, por lomismo, ante esas imágenes constantes se juntaban cadavez más visitantes. Primero, de manera imperceptible.Luego, en tales cantidades que se hizo un tumulto. Yluego un alboroto sin par, en el cual los más fuertessacaban a empujones a los más débiles para aproximar-se más, lo más cerca posible. Al final, en la total oscu-ridad de la galería, tanta gente se apiñaba ante esasventanas que los primeros quedaban aplastados contralos cristales con las mejillas y las narices deformados,mientras a sus espaldas reinaba una verdadera reyertapor acercarse al regazo de aquella luminosidad lejanade calidez irreal.

Cóctel

De repente, tal y como desapareció, la luz brilló denuevo. Las doce ventanas se perdieron de pronto en lablancura del techo, de las paredes y del piso de már-mol. Los concurrentes empezaron a apartarse de losmarcos, arreglándose deprisa los vestidos de gala y lasexpresiones confusas de sus rostros. Una dama jovenescrutaba con curiosidad las miradas de los hombrestratando de averiguar quién de ellos, en aquel tumulto,había colocado su cálida palma de la mano sobre elmuslo de ella. El personal de la galería volvió a taparlas ventanas casi imperceptiblemente. El silencio fueinterrumpido primero por los meseros que discreta-mente ofrecían refrigerio. Con el tintineo de los vasosy el vaivén de las bebidas selectas, comenzaban a bro-tar de nuevo las amables sonrisas e interlocuciones…G

TRADUCCIÓN DE DUBRAVKA SUZNJEVIC

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Confieso que nunca dediqué gran parte de mi pensamiento aColombia; o al menos, no más de lo que dediqué, digamos, aKenya o Bangladesh. A decir verdad, esto es prueba de miignorancia (a pesar de estar familiarizado con la obra de Ga-briel García Márquez); en realidad, mis impresiones deColombia son las mismas que las de cualquier estadounidensecomún, de tal manera que lo primero que uno asocia cuando elpaís se menciona son drogas y violencia. Pero justo hace pocotiempo recibí una invitación para dar una plática en Bogotá, asíque decidí hacer a un lado mis prejuicios y me subí al avión.

La invitación se debía al “lanzamiento” de la segunda edi-ción de un libro mío que hace unos cuantos años había sido tra-ducido al español. Durante la semana que estuve de visita, mipatrocinador, al que me referiré como José, organizó una cenaen la que me sería dado conocer a algunos de los más distingui-dos escritores de latinoamérica. Todos ellos eran los ganadoresde un concurso internacional —llevado a cabo en Colombia,España, México 0 Venezuela— y como resultado habían llega-do a Colombia para impartir talleres durante una semana aaspirantes de escritores. En total éramos diez los que nosencontramos alrededor de las 8:30 pm en un restaurante muyelegante ubicado en el centro de Bogotá.

Fue una velada encantadora. Lo que más me impresionó fueel ambiente, la energía que se movía alrededor de la mesa. Encambio, haz una reunión de destacados escritores, académicos,hombres de negocios y artistas —prácticamente nadie—, todosellos juntos en Estados Unidos y, frecuentemente, te encontra-rás con un manojo de egos agresivos, todos ellos compitiendopor ser el Número Uno. La conversación pronto se tornarásutilmente presumida, llena de giros ingeniosos y una suerte denarcisismo controlado (o no tan controlado) que es tan comúnen Estados Unidos y que, incluso, ya no lo notamos; antropo-lógicamente hablando, es parte del aire que respiramos. Encontraste, estos latinos eran graciosos, suaves y discretos.Bromeaban, reflexionaban sobre arte y literatura, y era obvioque todos disfrutaban de la compañía. No me ayudaba muchopensar que en Estados Unidos todo este ritual de interacciónsocial pareciera cumplir con una agenda tácita o un subtexto depromoverse a uno mismo a expensas de los otros, mientras queaquí la interacción entre estas gentes giraba alrededor del res-peto de los unos a los otros, en torno a hacer sentir que todos

eran valorados. Ya sé que es un cliché, pero a veces no es posi-ble percibir el don de tu propia cultura, hasta que eres enfren-tado a la otredad. Una vez que terminó la cena, nos estrecha-mos las manos y partimos. José, yo y otro escritor, Alberto, sali-mos del edificio y caminamos por la calle. Mientras Albertocaminaba, noté que estaba un poco pasado de peso y que suandar estaba acompañado de un leve cojeo. Había algo muyhumano en ello; algo real y vulnerable. Y de improviso, Albertovolteó hacia mí y dijo “Bienvenidos”. Todo esto fue casual, peromuy conmovedor: inclusión deliberada del extranjero; recono-cimiento.

Un par de días después tuve suficiente tiempo libre, por loque decidí ir a visitar el famoso Museo de Oro en Bogotá.Francamente me pareció un poco aburrido. Haciendo a un ladola importancia antropológica, el oro simplemente no me enlo-quece, aun cuando esté grabado a mano artísticamente. Estabaparado frente a una vitrina de la exhibición, cuando observéque estaba siendo rodeado por algo así como cincuenta estu-diantes de entre doce y dieciséis años de edad, todos ellos uni-formados. Tres chicas del grupo se acercaron a mí; la más “atre-vida” me preguntó en español si sabía qué hora era. Observé mireloj y le dije “tres y diez”. “¿Es usted un visitante?” continuó(ahora se encontraba a sólo 20 centímetros de mí). De prontome di cuenta de que lo que estaba sucediendo sería una nota sinigual en un contexto estadounidense. Tanto como he observa-do, los estadounidenses no están muy interesados en los extran-jeros; por poner un ejemplo, sólo doce por ciento de los adul-tos poseen pasaporte. Y las chicas estadounidenses no estaríangustosas de acercarse a un sexagenario canoso, a menos de quefuera parte de una broma. En un principio fui intimidado porlo simple y directo de este encuentro; claramente, esta jovenci-ta tenía todo el derecho de ser tomada en serio. Platicamos porun rato en español, mientras dos de sus amigas escuchabanatentamente la conversación. Le dije que yo era un escritor deEstados Unidos y que estaba ahí para dar una plática acercade uno de mis libros. Le pregunté de qué escuela eran (SanAgustín), y de qué era su clase (antropología). Finalmente deja-mos de platicar y sólo sonreímos; toqué ligeramente su hom-bro, al tiempo que decía “Adiós”.

Aproximadamente una hora después yo estaba sentado en elinterior de la entrada del museo, justo en el extremo final de

El verdadero oro

MORRIS BERMAN

El prejuicio nos distancia de los otros, nos impide gozar de los bienesgenerados por la humanidad en su conjunto. El historiador estadounidense Morris Berman hace una dura crítica a susconnacionales y encuentra su antítesis en un país sudamericano.

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una repisa baja de piedra, escribiendo estas notas, cuando mistres nuevas “amigas” se introdujeron ruidosamente por el pasi-llo en el lobby, con el resto del grupo detrás. De pronto la repi-sa estaba llena de gente, con las tres chicas apretujadas junto amí, tanto que me vi obligado a mover mi maleta y mi chamarrapara hacerles un lugar a donde sentarse. Dos de las muchachasse abrazaban, lo cual me pareció muy dulce y —de nuevo—esto es algo que no se ve en Estados Unidos. La chica “atrevi-da” deslizó su vista sobre mis notas.

“¿Qué escribe?”, dijo, al tiempo que me miraba. No pudedecirle que mis escritos se referían a ella y a sus amigas, así quele pregunté en qué otras clases los habían llevado de viaje. “Éstaes la primera vez”, dijo, “pero el siguiente mes iremos al plane-tario”. Le pregunté qué pensaba del oro; ella sólo encogió loshombros. “Tal vez las estrellas serán más emocionantes” suge-rí. Ella rió. En este momento su maestro anunció que ya eramomento de partir, así que todos se levantaron y se fueron.Mientras el grupo se alejaba, las dos chicas, que todavía se man-tenían abrazadas, voltearon para mirar. “Bye”, dijo en inglésuna de ellas sonriéndome. “Bye”, respondí. El salón se vació,quedando de nuevo en silencio. Me quedé sentado ahí, pensan-do en la “inocencia” pura, en la natural amigabilidad, en la totalinteracción de una clase que ya no parece ser parte del panora-

ma social en Estados Unidos. Cuánto, pensé, hemos perdidosin siquiera darnos cuenta.

Así que no encontré nada de drogas ni violencia enColombia, aunque no tengo duda de que existan en ese país.Sin embargo, no puedo evitar reflexionar sobre la posibilidadde que hay distintos tipos de violencia en este mundo y que lamás implacable destrucción del “capital social”, tal y como elsociólogo de Harvard, Robert Putnam, llama a las relacioneshumanas positivas, es una de sus formas más perniciosas, espe-cialmente cuando ésta parece haber permeado a toda una socie-dad (como una clase de gas inodoro, o como algo puesto en elabastecimiento de agua). ¿Qué es lo que hemos recibido, nos-otros los norteños, en pago por nuestro extremo individualis-mo, por nuestra constante competencia, por nuestra triste con-fusión de “bienes” con “buena vida”? Otro sociólogo, RobertBellah, lo describe de esta manera: “Nuestro éxito material”,escribe, “es nuestro castigo, en los mismos términos en los queeste éxito ha dañado al medio ambiente, a nuestra fábrica socialy a nuestras vidas personales.”

Tengo la sospecha de que ya no hay retorno. G

TRADUCCIÓN DE MIGUEL ÁNGEL MONCADA

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A las doce de la mañana, en el avión se sirve el desayuno, mien-tras leo un artículo de Marc Carrillo sobre “Inmigración yvalores constitucionales” (El País, martes 26 de noviembre de2002, pág.13). En la parte trasera del avión el desayuno esrechazado tan solo por un par de personas: una hermosa mujerde color cubierta con un velo y el joven español, rubio y de ojosazules, que esto escribe. Estamos en Ramadán, y la azafata, quereconoce los motivos de la mujer velada, se sorprende cuandoun occidental rechaza el desayuno. En el artículo citado hayuna pregunta que me sobresalta:

...cuando los comportamientos individuales y colectivos —porejemplo, de los musulmanes— se guían por normas no raciona-les, ¿debe el Estado democrático ser tolerante con ellos?

Esta clase de opiniones han dejado hace tiempo de indignar-me, y sin embargo ahora siento una leve irritación: ¿Somos losmusulmanes seres que basan sus vidas en normas no racionales?¿Y qué pasa con los católicos, acaso debe la sociedad democrá-tica tolerar a alguien que cree en la Santísima Trinidad? ¿Y quépasa con el resto de los ciudadanos, habrá que crear un índicede racionalidad para saber si cada individuo debe ser o no tole-rado? ¿O se da por supuesto que los nativos, por el hecho deserlo, son todos racionales? ¿Qué pasa entonces conmigo,musulmán español…?

Además: si lo que el catedrático afirma es que un creyentebasa su vida en principios irracionales, y que esto es un peligropara la democracia… entonces habría que preocuparse por lasituación de Estados Unidos. Una encuesta reciente revela queel 86% de los estadounidenses creen que Dios les ama. Sí,claro, Dios les ama, pero ¿debe el Estado ser tolerante conellos?

Por lo que respecta a los musulmanes en España, la pregun-ta ha sido contestada con un NO rotundo durante más de qui-nientos años, así que no debemos extrañarnos. España estátodavía empezando a habituarse a la pluralidad, y hay que notarque la mayoría de los que ahora son catedráticos iniciaron susestudios durante la dictadura franquista. Parece que hay algoque se siente amenazante, y que inspira tal desconfianza quesalen a flote extraños atavismos.

Al hilo de sus prejuicios, esta clase de catedráticos llegan aponer en duda derechos tan fundamentales como la libertadreligiosa, nos hablan de una supuesta guerra entre dos entida-des ilusorias, que nos conminan a escoger: o ellos o nosotros.Es curioso que se hable de la conveniencia de ser intolerantesen nombre de la tolerancia. El dictamen del conocido GiovaniSartori es estremecedor: “el Islam, que pasa ahora por un fuer-te renacimiento, es [...] hoy, absolutamente incompatible con lasociedad pluralista y abierta en Occidente” (entrevista a G.Sartori, El País 8 de abril de 2001). A esta supuesta incompati-bilidad se refiere Marc Carrillo:

...¿hasta qué punto ha de ser abierta una sociedad sin llegar aautodestruirse? La preocupación al respecto se centra sobretodo en la incidencia que puedan llegar a tener los inmigrantesde convicciones sociales teocráticas en la estabilidad de las socie-dades democráticas. Es decir, cuando los comportamientos indi-viduales y colectivos —por ejemplo, de los musulmanes— seguían por normas no racionales, ¿debe el Estado democráticoser tolerante con ellos?

Llama la atención la expresión “inmigrantes de concepcio-nes sociales teocráticas”. Que nosotros sepamos el Islam escontrario a una concepción teocrática del gobierno. Y lo esnecesariamente porque no admite la existencia de representan-tes de Dios sobre la tierra.

A veces el lenguaje nos confunde. En los años cincuenta, elarabista Luis Gardet definía el modo de organizarse de la socie-dad islámica como una teocracia laica e igualitaria. El profesoregipcio Hasan Hanafi ha escrito: “el Islam es en su esencia unareligión laica”. El paquistaní Mawdudi hablaba de una teo-democracia, en la cual la soberanía de Allah es ejercida conjun-tamente por gobernantes y gobernados. Expresiones comoéstas ponen en evidencia que las palabras “teocracia” y “laicis-mo” pertenecen a un orden de cosas no aplicable al Islam sinviolentar su sentido.

Es evidente que los musulmanes creemos —sabemos— queAllah es el único Soberano, pero eso es algo que sucede no anivel político, sino como una característica de la Creación en suconjunto. Es decir: por supuesto que Allah gobierna, pero lo

La democracia y el Corán

ABDENNUR PRADO

Lo otro, lo diferente invita a saber de él, a conocer de fondo su sentido,su intención. En este ensayo se revela un significado poco difundido en Occidente: en el origen el Islam es una experiencia de democracia.Desde el aire de Ramadán, reflexiones críticas y cuestionamientospuntuales, hacen de su claridad su vigencia.

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hace en todas partes, tanto en Norteamérica como en el desier-to. Se trata de una cuestión ontológica y no de una forma deorganización social. Él es al-Malik, el Único Soberano al cualel hombre consciente se somete. Frente al poder de Allah elhombre inventa estructuras de poder, se da a sí mismo la ficciónde la soberanía.

Cuando el musulmán reivindica que “todo el poder viene deAllah”, lo que está diciendo es casi lo contrario a lo que estafrase significaba en el Ancien Régime, en el cual se refería a unasoberanía divina ejercida por un poder centralizado en la figu-ra del monarca. Cuando el musulmán se refiere a la soberaníade Allah está denunciando la usurpación del poder por parte deuna oligarquía. Esto es lo que escribe Lahouri Addi en su artí-culo “¿Tiene cabida el Islam en la democracia?”, en Webislamnúmero 125:

El eslogan “la soberanía sólo pertenece a Dios”, no tiene elmismo significado político en los países musulmanes hoy y en laEuropa de hace cuatro siglos. En este último caso servía paraimpedir la autonomía del poder temporal a favor de la Iglesia,que pretendía ser la única fuente de legitimidad por tener elmonopolio de lo sagrado. En el primer caso, por el contrario, setrata de quitarle el poder a una oligarquía —civil o militar— ydar a ese poder carácter público, gracias a la religión con la quese identifica la mayoría de los creyentes. Tal reivindicación de“soberanía divina” expresa, en realidad, una profunda aspiracióna la participación en los asuntos del Estado. El sentimiento delhombre de la calle es que, si los hombres ejercieran el poder ennombre de Dios, lo harían por el bien común y por el interés dela colectividad, y dejarían de sentirse excluidos del ámbito delEstado.

Es habitual oír que los musulmanes tenemos una visión teo-céntrica del mundo, con lo cual estaríamos defendiendo unasociedad jerarquizada. Sin embargo eso es justo lo contrario alo que la cosmovisión islámica proclama: el carácter insondablede Allah se da como no localización, descentralización, apertu-ra hacia lo ilimitado. Allah es irrepresentable: no puede ser sus-tituido por imágenes ni por seres humanos, ya que esto signifi-caría una limitación contraria a Su Realidad omnipresente.Esto no es algo marginal, sino algo medular, y profundamentearraigado en la conciencia de los musulmanes. Se trata delrechazo del Shirk, la idolatría.

El concepto occidental de ciudadanía está asociado a eso queMichel Foucault llamaba “biopolítica”: una política que seimpone al “cuerpo-social”, a través de dispositivos que regulansu natalidad, su fecundidad, su mortalidad. En el artículo 8.1del Tratado de Maastricht se establece que “será ciudadano de laUnión toda persona que ostente la nacionalidad de un Estadomiembro”. Quien no tiene la nacionalidad de uno de losEstados miembros de la Unión no es ciudadano. Éste es el lími-te interno de los derechos del hombre. Habría que estudiar elproceso a través del cual los Estados-nación han ido apropián-dose cada vez más férreamente de la idea de ciudadano, comola idea de un individuo emancipado ha quedado reducida a lade miembro de una entidad política concreta. Esto convierte ala ciudadanía europea en una regla de exclusión: una regla a lacual se enfrentan cada día muchos inmigrantes. Frente a esto,la pertenencia a la Ummah no es algo que ningún poder terre-nal otorga, sino una toma de conciencia.

De la visión islámica se desprende un concepto alternativode la soberanía, que va de lo interior (el corazón, el centro)hacia lo colectivo. Este concepto choca con una concepciónestática del Estado-nación. El hombre soberano es aquel capazde adaptarse a la Creación continua que Allah opera sobre elmundo, y es capaz de reconocer al Creador en todo lo que lerodea. Una frase del pensador andalusí al-Tustari nos revela laprofundidad que una teoría islámica de la soberanía puedealcanzar, muy lejos ya de los conceptos de laicismo y teocraciacon que algunos tratan de explicarse lo que desconocen:

La soberanía divina tiene un secreto y ese secreto es tú, ese túque es el ser de quien se habla; si ese tú llegará a desaparecer, lasoberanía sería igualmente abolida.

Todo lo dicho tiene como resultado una teoría de la sobera-nía que puede equipararse a la idea de una democracia partici-pativa, basada no en las estructuras del Estado sino en la con-sulta directa. Esto está basado en el principio que establece quecada creyente tiene la capacidad de recibir la revelación y deaplicarla en su vida según Allah le de a entender.

Según nos dice Allah en el Corán, los que son creyentes:“tienen por norma consultarse entre sí” (surat ash-Shura 38).Los musulmanes saben que no hay Soberanía fuera de laMisericordia creadora, y que ésta no puede ser representadapor nadie. El Corán se dirige al Profeta Mahoma en lossiguientes términos:

Y consulta con ellos [los creyentes] en todos los asuntos de inte-rés público; luego, cuando hayas tomado una decisión, pon tuconfianza en Allah: pues, ciertamente, Allah ama a quienesponen su confianza en Él. (Corán, al-Imram 159)

Comenta Mahoma Asad, en El Mensaje del Corán:

Este precepto, que implica el gobierno mediante consenso yconsulta, debe considerarse como una de las cláusulas funda-mentales de la legislación coránica relativa al régimen degobierno. El pronombre “ellos” se refiere a los creyentes, esdecir, a toda la comunidad, mientras que la expresión al-amr queaparece en este contexto —así como la frase amruhum shura bai-nahum en 42:38 revelada mucho antes— denota todos los asun-tos de interés público, incluida la administración del Estado.Todas las autoridades coinciden en que esta ordenanza, si bienva dirigida en primer lugar al Profeta, es vinculante para todoslos musulmanes y en todos los tiempos. Algunos sabios musul-manes deducen del texto de esta ordenanza que el jefe de lacomunidad, si bien está obligado a someter los asuntos al conse-jo, es libre de aceptar o rechazar sus recomendaciones; sinembargo, resulta evidente que ésta es una conclusión arbitraria,si se recuerda que el Profeta se consideraba obligado a acatar lasdecisiones de su consejo.

Volviendo al artículo de Marc Carrillo, no podemos más quepreguntarnos: ¿de dónde saca que los inmigrantes tienen “con-vicciones sociales teocráticas”? Sin duda se trata de un prejui-cio, o de un malentendido. Es un mecanismo de la mente elasociar algo que se desconoce a algo conocido. El catedráticocomete la torpeza de referirse a algo que ignora mediante suequiparación a las formas religiosas que le son conocidas: el

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nacional-catolicismo en el cual (probablemente) ha sido educa-do. Sus prejuicios sobre el Islam se dan a dos niveles: el delcomportamiento individual (irracionalidad) y en el plano colec-tivo (teocracia). Lo que subyace detrás de estas opiniones es elviejo complejo de superioridad de la sociedad occidental, obse-sionado con una mitología de las edades del hombre: de haberlogrado el paso de un estadio religioso hacia una era de racio-nalidad. Es difícil de creer, pero hay gente que sigue pensandode ese modo, sin tener en cuenta la destrucción operada en elplaneta, la corrupción en todos los órdenes de la sociedad, lasinrazón de los mecanismos sociales dominantes: la eficacia atoda costa, el consumismo, el sistema carcelario, la acumula-ción de riqueza en unas pocas manos, la pobreza de la mayoría,condenada a sufrir el hambre a causa de la supuesta racionali-dad de un mundo cada vez más deshumanizado.

Se me ocurre —como resultado del la irritación producidapor la pregunta—, que el catedrático está bloqueado en su pro-pio conflicto interno (Iglesia/ Madre-Estado/ Padre), y no con-templa la posibilidad de acceder a un plano que no es sino lasuperación de ese conflicto, mediante la superación de todaestructura jerárquica como modo de organizarse una sociedadpacificada. Esto puede desprenderse de su artículo, cuandohabla del papel del Estado como Padre:

El Estado no puede ejercer una especie de paternalismo que loconduzca a tolerar comportamientos individuales o colectivosque constituyan una violación de la dignidad y los derechoshumanos esenciales. Contra esto, el Estado ha de ser beligeran-te, pues es evidente que la democracia ha de servir para liberarpersonal y socialmente al individuo.

En la primera parte de esta frase se refiere al Estado: “ElEstado no puede [...] tolerar”, y en la segunda a la democracia:“la democracia ha de servir para liberar”. El papel del Estado esel de limitar lo que el individuo puede o no hacer, pensar, creer,sentir: lo que no es tolerable no se puede tolerar. Al mismotiempo, el Estado decide quién es o no es un ciudadano. Lotolerable debe coincidir con la liberación que la democraciaproporciona, con lo cual se comprende que se busque hacercoincidir el Islam con una conducta intolerable, para justificarel trato que se les da a los inmigrantes.

Lo que no se nos dice es cómo una democracia bajo seme-jantes parámetros puede contribuir a liberar al individuo. Másbien estamos abocados a todo lo contrario: la injerencia cadavez mayor del Estado en la vida de los ciudadanos, bajo la ame-naza constante de la exclusión. El pueblo gobierna, pero nodecide qué leyes le gobiernan: la ley sigue siendo el objeto demonopolio por parte de una casta. La voluntad de la mayoríade la población es ninguneada por una oligarquía mediática,militar y económica que actúa “en nombre de la democracia”.No hay que engañarse: se trata del Estado contra el pueblo, dela contradicción esencial entre Estado y democracia.

Porque, ¿qué es el Estado? Se trata del lugar donde cadapersona deposita su poder para ya no tener que seguir cargan-do con él. El Estado es el producto de un supuesto pacto dondetodos nos comprometemos a delegar nuestro poder en algoque, en forma de representación, lo va a detentar y ejercer ennombre del bien común.

¿Cuándo será capaz el hombre de liberarse de esas estructu-ras de poder y poder comunicarse directamente con la reali-dad? ¿Hasta cuándo seguirá preso de las representaciones? SóloAllah sabe. La dependencia del hombre de una jerarquía es esoque el Islam vino a abolir hace cientos de años, con la posibili-

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dad otorgada de recibir la revelación en cada corazón, segúnla capacidad de cada uno. Esta posibilidad nos exige el uso dela razón, tal y como Allah nos dice en el Corán:

Ciertamente, en la creación de los cielos y de la tierra, en lasucesión de la noche y el día: en las naves que surcan el mar conlo que es de provecho para el hombre: y en las aguas que Allahhace descender del cielo, dando vida con ellas a la tierra, antesmuerta, y haciendo que se multipliquen en ella toda clase decriaturas: en la variación de los vientos, en las nubes sujetas a sucurso entre el cielo y la tierra: en todo eso hay mensajes clarospara gentes que usan su razón. (Corán, al-baqara 164)

El uso de la razón es esencial al Islam, tal y como el Coránnos dice en muchos otros pasajes. Esto es así hasta el punto deque, según el dicho del Profeta (paz y bendiciones): “Sólo secomprende todo el bien con el intelecto. No hay modo de vida(o religión genuina) para quien no tiene intelecto” (de TuhafulUqul, pag. 44). Pero esto es algo que el catedrático no puedecomprender, por el momento, pues parece acostumbrado aasociar la espiritualidad con el irracionalismo.

La razón es un animal extraño, capaz de lo más noble y de lomás horrible. Los filósofos nos han hablado de una razón indi-vidual y de una razón colectiva. Existe también una razón ins-trumental que ha sido situada (por Adorno y Horkheimer, entreotros) en el origen de las diversas formas de barbarie del sigloXX —Auschwitz, el Gulag o Hiroshima. Todos los grandesmovimientos del terror del siglo XX reivindicaron una raciona-lidad al servicio del progreso, ese mismo progreso que ahora sedice amenazado por un colectivo de seres irracionales y concep-ciones teológicas. La razón de Estado es perversa porque partede la tiranía del concepto y del positivismo con los que el serhumano pretende dominar la naturaleza de una forma impulsi-va y totalitaria y, en definitiva, dominar al hombre.

Lo que Allah nos propone es usar nuestra razón para com-prender aquello que nos rodea, no a través de aplicarle ningúnsaber positivo, sino en ser capaz de recibir el sentido directa-mente como experiencia que emana de una realidad en cons-tante movimiento, y por eso capaz de transformarnos. El usode la razón no puede reducirse a la aplicación de un saber pre-establecido. Frente a las ciencias del hombre, que proyectanuna determinada estructura mental asociada (como ya mostróMichel Foucault) a un ejercicio de poder, la revelación nosofrece la posibilidad de permanecer en lo abierto sin dependerde ninguna teoría, ninguna coartada. Nuestra razón no puedeser un instrumento de dominio, sino de comprensión de nues-tro entorno. No es sólo un instrumento, pues un instrumentopuede ser usado para otros fines que los que la razón propug-na: puede usarse la razón al servicio de un afán de lucro, de undesequilibrio que nada tiene de racional. La razón es un cami-no para comprender lo que es anterior a ella: los procesos deldía y de la noche, el movimiento de los astros, el latido internode las cosas. Para acceder a esa comprensión hay que comenzarreconociendo que nuestro saber es siempre limitado, que larecta razón nos abre, no nos protege en un saber cerrado, sinoque nos conmina a mirar a lo desconocido de lo que formamosparte.

Aceptar la revelación no es aceptar el libro revelado como unconjunto de leyes inmutables. Aceptar la revelación es comuni-

carse con la realidad directamente, nos ofrece la posibilidad depermanecer en el mundo tal y como se nos revela, con su diver-sidad esplendorosa. Ésta es, sin duda, la verdadera amenaza queel catedrático siente: la de acceder a su mayoría de edad comoser humano, liberarse de las estructuras de saber-poder (MadreIglesia-Padre Estado) como referente, y acceder a este encuen-tro directo con la realidad, en la desnudez de su conciencia, enel vacío de las representaciones. El Islam no es más que eso: larelación directa que cada ser humano entabla con la fuente detodo lo creado, según su capacidad y entendimiento. La relacióndel uno (el hombre unificado) con nuestro origen Único,común y compartido. En esa relación el ser humano desaparececomo un ente separado, se reconoce inscrito en el orden mile-nario de la tierra, formando parte de un mundo regido por unasLeyes anteriores a cualquier ley creada por el hombre. Se reco-noce sometido, y no acepta otra guía que la palabra revelada.

Sed firmes en establecer la justicia, dando testimonio de la ver-dad por Allah, aunque sea en contra vuestra o de vuestros padresy parientes. Tanto si la persona es rica o pobre, el derecho deAllah está por encima de los [derechos] de ambos. No sigáis,pues, vuestros propios deseos, no sea que os apartéis de la justi-cia.(Corán, surat 4, 135)

No os devoréis la hacienda injustamente unos a otros, ni emple-éis artimañas legales tratando de devorar injusta y deliberada-mente lo que por derecho pertenece a otros. (Corán, surat 2,188)

El encuentro de cada criatura con el Creador nos conduce alumbral de otro diálogo: el que entablan los hombres entre sí.Un contrato social basado en estas premisas tiende a mostrarque el hombre, cuando se ha liberado de toda idolatría, es capazde convertirse en el califa de la Creación, de ejercer esa respon-sabilidad que emana del sometimiento, de la aceptación cons-ciente de la Unidad de todo lo creado. Responsabilidad que mearranca de mí mismo, de mi solipsismo, de mis límites de cria-tura, para insertarme en un entramado de relaciones donde elotro no es un ser ajeno, sino otro modo de yo, el hombre. Lacomunidad de los creyentes, in sha Al-lâh. Ante esta perspecti-va es lógico que el Estado se defienda. Pero sólo Allah sabe. G

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La realidad

La sociedad española, por razones que sería largo y afanosoreseñar en este texto, se debate entre el aplauso fácil y la desca-lificación absoluta. Vítores o vituperios. Se trata de una socie-dad en donde nadie está dispuesto, ni tan siquiera anímicamen-te, a cambiar sus puntos de vista. Y entonces, ¿para qué dialo-gar, debatir, criticar? Incluso se tiene como timbre de orgullopersonal la permanencia de las viejas ideas, la constancia,inmarcesible, en la visión del mundo.

Salvo en los últimos 25 años, nunca España ha sido unasociedad libre, aunque ha tenido aquí y allá momentos de liber-tad esporádicos y esta ausencia deja inevitablemente unaimpronta idiosincrática. Una marca de agua. Un impulso atávi-co. Una tara congénita. La pérdida de casi toda su inteligenciaen el 39, por muerte o exilio, verdadera sangría intelectual y laduración de una dictadura por décadas, celosa sobre todo de lalibertad, hicieron el resto. Sin entrar en detalles, y asumiendoel fértil camino intelectual de los hombres de la transición, creoque el problema de España es que la dictadura, pese a sus infi-nitos males, todos imperdonables, propició, a partir de la déca-da de los cincuenta, el desarrollo económico. Así, cuandoEspaña recobró la libertad, llevaba lustros creciendo y se des-cubrió, casi, como un país desarrollado. No podía serlo mien-tras viviera bajo una dictadura, porque la libertad es condiciónde desarrollo: es la llave maestra que propicia mil y una relacio-nes sociales, espacios de discusión, iniciativas individuales ycolectivas. El éxito económico de España no fue construidogracias a la libertad, sino pese a su ausencia y eso nuevamentedeja una huella. Franco dejó una sociedad traumatizada, amor-dazada, muda de espanto, pero igualitaria en el ingreso, si nospermitimos dejar de lado, en este análisis de brocha gorda, algrupo, pequeño, de sus privilegiados, muchas veces con nego-cios subsidiarios de sus relaciones con el poder.

El problema de España y su relación con una cultura de lacrítica es que muere de éxito. Su triunfo es su fracaso. Encontróla solución, o las soluciones, a muchos de sus problemas histó-ricos antes que las preguntas. Encontró la vacuna para sus

males sin necesidad de estudiar la sintomatología de su enfer-medad. El país pasó de la precariedad a la posmodernidad casicon el simple cambio de régimen. Y muchas cosas se le queda-ron en el tintero. Desde luego que la conquista de la democra-cia destrabó importantes iniciativas y proyectos y, junto a laentrada del país en la Unión Europea, esto explica en buenamedida el éxito trepidante de la España post-franquista. Porello, el intento de golpe de Estado, tan sólo seis años despuésde la muerte del dictador, resultó de un anacronismo insultan-te para la inmensa mayoría del país. La sociedad española vela-ba la anunciada muerte de su “patriarca”, para declararsehomologable con Europa. Y por ello quedaron muchas cosaspor resolver, asuntos que los países desarrollados fueron con-quistado lentamente, algunas veces a lo largo de siglos, con vai-venes y reconquistas lentas.

España no ha saldado cuentas con su pasado dictatorial, niha reparado a las víctimas de la dictadura, ni ha elaborado un“libro blanco” oficial de la represión, ni pidió cuentas a quienesse enriquecieron en sus años. Todo esto es lógico, habida cuen-ta del riesgo real de los sables en los años posteriores a la muer-te de Franco, y de que la transición fue un proceso legal, perono haberlo hecho tiene un costo y eso es lo que ahora pagaEspaña, con intereses acumulados. Tampoco ha explicado suhistoria intelectual a partir del trabajo de sus exiliados, que sonrecuperados si acaso en el panteón nacional a fuerza de cente-narios, pero cuyas obras y semblantes siguen ausentes de la vidacotidiana de España.

Dos ejemplos veloces: ¿cómo se explican la recepciónmediática ante la muerte de Jesús Gil, el luto colectivo en losmedios, incluida la portada de El País, el minuto de aplausos enlos estadios, las honras fúnebres con dolidos “aficionados”, poralguien que tenía a honra engañar a Hacienda, que era respon-sable de la muerte de medio centenar de personas, que vivíafuera de la cárcel gracias, presuntamente, a un indulto delCaudillo, que congregaba en su persona la patanería, el machis-mo y la insensatez? Bajo su yugo, el tráfico de influencias y lacorrupción inmobiliaria de Marbella alcanzaron cuotas nuncasuperadas. Incluso en términos estrictamente deportivos, que

Comentarios impertinentes de un mexicano en el reino de España

RICARDO CAYUELA GALLY

Concisas, lúcidas y asertivas, estas reflexiones y observaciones sobre un país (España) y su cultura literaria, ponen sobre la mesa asuntos presentes no sólo en la geografía española sino en otras latitudes del orbe.La función de la crítica y los espacios impresos en los que se lleva a cabo,se ven exigidos de independencia intelectual y urgidos a generar en la industria editorial a la que se deben, nuevas formas de abordar la literatura y a sus autores.

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llevó a un club de futbol español a la segunda división, mismoen el que ejercía una especie de neronato despótico en sus ves-tidores, con su caballo Imperioso de convidado de piedra.Entiendo reírse de él por extravagante y arcaico, inclusoentiendo su transformación en un icono posmoderno, dignocontertulio de la televisión basura. Lo que no entiendo, conhonrosas excepciones, es el obituario elogioso y las lágrimasnegras que suscitó, a diestra y siniestra, su deceso.

Otro ejemplo dramático, la buena, casi unánime acogida alForum de las Culturas de Barcelona en los principales medios.Para el resto del mundo, incluida su inauguración, el Forum esuna No-noticia. Simplemente no existe. Curiosa metáfora deun evento que pretende ser una apuesta por el diálogo y elentendimiento entre las culturas del mundo. Dejemos de ladola sospecha del derroche publicitario ejercido por el Forum enlos distintos medios y centrémonos en su esencia. Para ello hayque recordar que Barcelona se declaró, a través de sus consis-torio municipal, ciudad antitaurina. Como bien dijo AlbertBoadella, el líder de El Juglars, “se declaran ciudad antitaurinaporque aún nos se atreven a declararse ciudad antiespañola”.Una ciudad, que persigue consaña a su propia feria de abril,que escruta en sus finanzas ybusca terminar con esta romeríapopular, que congrega a cientosde miles de personas todos losaños, felices de tomarse unosvinos a la salud de la Virgen delRocío o de San Rafael Bendito,y salir por bulerías, una fiestaque no hace mal a nadie, salvo aaquellos que tienen una idea preconcebida y mecánica de loque es, o no es, ser catalán. Una ciudad incapaz de alentar supropia y real diversidad, cada vez mayor, como un simple paseopor el Raval vendría a confirmar, promueve como la sede, lacampeona de la diversidad y de lo “multiculti”. Eso sí, todorotulado sólo en catalán, no vaya a ser que nos entiendan loscharnegos. La multiculturalidad entendida como compartimen-tos estancos, inmutables e imperturbables. Los catalanes somosasí. Pase y vea a su vez cómo es una tejedora de mimbre deMalí. Todo por los siglos de los siglos. Un parque temático delas culturas. Parafraseando a Savater diría que lo asombroso noes la variedad, sino el intento de unidad que subsiste en ella,pese a ella; el milagro no es que se hablen mil y una lenguas(Babel es nuestra condena), sino que se pueda traducir de una aotra. Y pensando con Amartya Sen, la identidad es, ha sidosiempre, un proceso híbrido, mestizo. La globalización es inhe-rente a nuestra especie. La humanidad es la historia de susmezclas. Sen propone, frente a la quimera de las identidadescerradas, las afinidades electivas. Antes que sentirme mexicanosoy editor, lector de Proust, amante de la cocina libanesa, juga-dor de ajedrez y en cualquiera de estos campos puedo tener afi-nidades mayores con ciudadanos no mexicanos que con unpolicía mexicano o un vendedor de agua de chía.

Una crítica por la izquierda al Forum: si una pareja de jóve-nes estudiantes, con toda la buena voluntad del mundo, quierecompartir los ideales que animan el evento, eso no la excluye degastar sus buenos cien euros. Un evento para personas bienpensantes, pero con poder adquisitivo. Una crítica desde elliberalismo, ¿por qué no se invitó a nadie que piense distinto?

A Jean-François Revel, o André Glucksmann o Adam Michnik.¿Qué debate puede haber entre personas que previamenteestán de acuerdo? Eso sí que es pensamiento único. Encima,que se asume moralmente superior. Toda ciudad tiene derecho,casi diría la obligación, de plantear un modelo de desarrollo yBarcelona es una maestra en esto, pero disfrazar su crecimien-to inmobiliario y la extensión, en los hechos del área metropo-litana a los municipios colindantes, no merece la zanahoria delos buenos sentimientos. Demasiadas contradicciones y flancosabiertos en un evento como para suscitar tal nivel de aproba-ción.

Así, pues, la crítica se inscribe en este marco amplio de cosas.Y no se trata de una atmósfera demasiado propiciatoria.

La crítica en general

Detecto un divorcio entre la realidad de la industria editorialespañola y su recepción social. España, con enorme inteligen-cia y sensibilidad ha sabido construir una prodigiosa industriaeditorial. La tercera o cuarta del mundo. Dejemos de lado los

libros institucionales, las auto-ayudas, los best sellers, los librosde personajes mediáticos, loslibros oficiales y los libros edita-dos por el propio autor, aún así,sobre el universo de los 60 miltítulos anuales, quedan variosmiles de títulos al año de enor-me interés. El trabajo de rescatede autores centroeuropeos de ElAcantilado, la ampliación del ca-

non de clásicos que lleva a cabo Pre-textos, la imprescindiblecolección de clásicos medievales de Siruela o los clásicos greco-latinos de Gredos, la impronta de catálogos históricos como elde Seix-Barral, la pionera y casi insuperable labor de Anagramao Tusquets, o el trabajo actual con los clásicos latinoamericanosde Alfaguara, etcétera, forman un conjunto admirable, atento alas novedades del mundo, consciente de la vigencia del pasadoen las letras y que abarca a todo, o casi, autor vivo de interés.Por no mencionar a Galaxia Gutembreg y el Círculo deLectores, con su apuesta intelectual y moral por los disidentesdel Este y los supervivientes de los horrores de la segunda gue-rra mundial y el Holocausto. Y sin embargo, este universo tanrico y denso no queda reflejado en el debate cotidiano de lasociedad española. Cae en una suerte de mar de los sargazos.Casi en ninguna tertulia radiofónica o televisiva existen libros,ni siquiera como decorado, y el único programa de libros de latelevisión pública y general del país es una suerte de soliloquioa mayor gloria de quien lo dirige. Negro sobre negro. No sécómo los editores españoles no se han organizado aún parafinanciar un verdadero programa de libros en la televisión,hecho por profesionales independientes, abierto y plural.Entretenido. Para adultos y ciudadanos libres.

Así pues, una industria que podría alimentar los debates delos medios en todas y cada una de las ramas del saber, cine, tea-tro, cocina, ciencia, artes plásticas, política internacional, etcé-tera, se circunscribe a los espacios tradicionales: los suplemen-tos culturales y las revistas. Un verso del poeta mexicanoRamón López Velarde me parece que resume la relación entrela industria editorial española y la sociedad. “Una cornucopia

Los críticos suelen ser el último escalón de lapirámide literaria. Y por lo tanto un estamentoansioso de subir peldaños y hacer “carrera litera-ria”. Los medios no promueven y valoran su tra-bajo y ellos mismos lo usan como trampolín,como punto de arranque. La crítica debe ser algovalioso en sí mismo. No un vehículo para.

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(es decir, un cuerno de la abundancia) que se vuelca en uncadalso”. Una paradoja más: los lectores de suplementos ya hanhecho su trabajo por su cuenta y tienen un criterio más omenos establecido de qué leer y por qué.

Revistas y suplementos

Como en tantas familias, las revistas y los suplementos compar-timos muchos defectos y pocas virtudes. Los suplementossiguen el pulso menudo, su papel es el de escaparate: qué tienederecho y mérito para ser exhibido y por qué. Guiar a los lec-tores a un universo de claras jerarquías. No existe el relativis-mo cultural: unos libros son mejores y más importantes queotros. Esto deben decirlo los suplementos. Las revistas, dada sutemporalidad, híbridos entre la prensa y los libros, deben fun-cionar más como filtro: por donde sólo se cuele lo excepcional,por las buenas o malas razones.

Algunos problemas externos, exógenos a la crítica en Españason:

—Los suplementos no tienen autonomía. Dependen no sólodel periódico en que se editan (lo que los marca ideológica-mente y les impone una serie de censuras tácitas o explícitas)sino que muchas veces los propios diarios son piezas de ungrupo mediático más amplio, con intereses en la industria edi-torial, que presiona para recibir un trato de privilegio. Por citarun ejemplo de una obviedad pasmosa, un libro de Cebrián tieneun trato diferente en Babelia que en el cultural de El Mundo. Ylo mismo, pero a la inversa, con un libro de Pedro J. Ramírez.Las revistas, por su parte, suelen depender también de ungrupo o ser publicaciones subsidiadas, por alguna instancia ofi-cial o particular, con lo que su responsabilidad con los lectoresqueda circunscrita a las buenas intenciones de sus editores, alno depender de los lectores para sobrevivir. Peor aún másgrave, suele no tener presupuesto para pagar las reseñas y crí-ticas, lo que invalida su libertad. Queda sujeto al capricho delautor y éste siempre tiene un interés especial en publicar untexto no pagado. Un interés extra-literario. No es posible ejer-cer la crítica profesional y responsable desde el altruismo.

—Los suplementos y revistas suelen delegar su mayor respon-sabilidad: la selección de un libro dado para un crítico en con-creto. Muchas veces se aceptan sugerencias de los propios auto-res y/ o de sus críticos de confianza. Las hay que incluso acep-tan críticos espontáneos. Un medio nunca debe aceptar unareseña no pedida y debe huir como de la peste de los textosespontáneos.

—Los críticos suelen ser el último escalón de la pirámide lite-raria. Y por lo tanto un estamento ansioso de subir peldaños yhacer “carrera literaria”. Los medios no promueven y valoransu trabajo y ellos mismos lo usan como trampolín, como puntode arranque. La crítica debe ser algo valioso en sí mismo. Noun vehículo para.

—La mayoría de los críticos son jóvenes y la crítica exige lacapacidad de comparación, el trabajo crítico exige puntos dereferencia. Por ello la tendencia de la crítica en España a des-cubrir Mediterráneos ante el primer charco que se le cruce en

el camino. La crítica debe tender vasos comunicantes. Para esoes necesario haberse bebido más de un vino, de distintos odres.

Ahora algunos factores propios del texto de la crítica:

—Lo literario es materia subjetiva. La crítica literaria es, odebería ser, una rama del árbol de la literatura: por lo tanto, lacrítica literaria es subjetiva. No hay verdades absolutas. Sihablásemos con colores, la crítica de la pintura lo sería aún más.La materia del arte está hecha con la misma materia con que sele critica. Esto sólo le sucede a la literatura y eso lo confunde ylo relativiza todo. Por eso es tan frecuente el contagio entre elmaterial reseñado y la forma de reseñarlo. En la crítica de poe-sía el caso es extremo. No sólo las reseñas de poesía son idén-ticas, bastaría cambiar el nombre del poeta y se podría, a vecessin retoques, publicar la reseña referida a otro autor sin quenadie lo note, sino que el contagio suele ser mucho más fre-cuente. He bautizado el género como “Reseñas a lo”.

—El género de la reseña, tal como se practica actualmente, estáagotado, anquilosado, momificado. Es un formulario que serepite. Una letanía. Lo mismo que las presentaciones de libros.Es una fórmula vacía de significado, que no le sirve al autor, nial editor, pero sobre todo, no le sirve al potencial lector. Hemosolvidado lo básico. Este libro de qué sustancia está hecho, enqué tradición se inscribe y si es bueno o malo. Una buena rese-ña debe saber valorar, emitir un juicio razonado. En funcióndel libro que tiene delante, no del prestigio del autor, ni delsello editorial, ni de las palabras de la contraportada (de verdadlo he leído), ni del trabajo que le haya costado al autor parirlo,en caso de que lo sepa (o se lo hagan saber oportunamente: elautor dedicó 25 años de su vida a... o lleva una década tradu-ciendo a... es bueno o es malo. Punto). En función de su ver-dad, no de la circunstancia.

Todos estos factores son previos al texto en sí mismo, aunque,claro, lo determinan. Condicionantes del ambiente, pero quedeterminan el bajo perfil de la crítica en España. Existe muchosmás, una nada sutil, es que la crítica suele ser exigente, e inclu-so despiadada, con los que llegan. Los autores noveles, losdebutantes. Hay que cerrar el paso a la competencia. Y compla-ciente, incluso obsecuente, con los consagrados. Véase si no larecepción acrítica o francamente elogiosa del último libro deJosé Saramago (una apología del totalitarismo) para que seentienda lo que quiero decir.

Resumo a una sociedad refractaria a la razón crítica, unosmedios condicionados por factores externos, una delegación enla responsabilidad de elegir los títulos y un cuerpo de autores yreseñistas empeñados en la utilidad extra-literaria de su traba-jo... Son los principales males que detecto en la recepción crí-tica de las obras en España. G

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Dos poemas

LUIS FELIPE DÁVALOS

Anécdota

Buenos en su quehacer malandro salieron los canijos de la nada.La muy muy por patas le temblaron sus chichitas azotó la puerta.Puercos y espolvoreados: “saca la feria, saca la lengua”con culatazo por tres en la cabeza, los riñones ya sabrás;todo atolondrado y firme a la convicción logré patético diálogo:”pero mis discos tranquis padre, que rifo karatazo”,“sí mi rey, mi agüe también” con carcajada chimuela y noqueo multicolor.Chale, así ni modo, así cómo, todo el hormiguero reino de cacalandia recorrido en busca de campo y cero,ni un flautín encima.Y yo sólo quería una voladita,chale, así mejor me callo.Y el pendejo insiste: “pus primero me matas”,“cámara” y cortó cartucho el chaparrales misericordioso,un chorro de pis todito el pantalón meado olorífico de terror mas no cedí.Los culeros tampoco entendieron que éramos amantes:era su vuelo, no ellos. Los envidio, pequeñas deidades del hormiguero como peseros y judaspero más re jijos.Robusto claxon más sirena salvó la discoteca. Alivio. Será pa’ la próxima y presta pa’ndar igual.A la otra ni me la mencionen.

De ordinario

Camino por el pasillo, contrario a toda lógica, finitocon paso pequeño y apresuradoque mantiene ritmo pertinente o así concluyo, sin esquivar mirada y saludo indiferentepues busco atención lo que acompleja el instante.Cafetero a máquina gracias si bien sea calcetín mojadoy acompañado, para perfección del binomio recurrente,de humareda nicotínica en misma mano.Gestos que dicen, maneras engañan. Camino transitado: caras son máscaras.Grito adentro. De ordinario. G

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Tres poemas

MIGUEL ÁNGEL MONCADA

Con qué lengua

Con qué lengua nombrar la desnudez de la amapola,su ojo brillanteque palpita sobre el corazón, su promesa de constituirun mundo en la ebriedad,su existencia de demonio a medianoche,su retorno hacia la sangre.

Cómo nombrar nada sin mentir,sin cambiar los ojos ni las sombrasel lugar de las palabras;cómo tender la red hacia las cosasy no extraer sacos de harina. Tender la red a la amapolay obtenerme a mí.

La perla negra

Hace tiempo dejé la senda fácily es que me hirióla perla negra.

Tres últimas palabras

La jaula es de cristaly te contiene, dentro, tú sueñascon palabras oscuras como tigres:tres últimas palabras bastarían,sólo trespara elevarte como el tigre. G

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Andar entre libros. Es decir marchar,moverse con soltura en el universo de lacultura escrita. Tal es, a grandes rasgos, elnúcleo temático de este libro. Pero, sien-do más precisos, se puede decir que estapublicación constituye una herramientaútil para todos aquellos que asumen ladifícil tarea de construir, en el ámbitoescolar, una andamiaje que haga de la lec-tura literaria un soporte formativo, unbasamento para interactuar, de maneracreativa, autónoma, con el complejoentorno que constituye la letra escrita enlas sociedades contemporáneas. Para locual, sobra decir, no hay recetas ni fórmu-las preestablecidas, pero sí —como lomuestra Colomer— maneras de entrete-jer los conocimientos derivados de expe-riencias de índoles diversas (didácticas,sociológicas, etc.) con la reflexión teórica,a fin no sólo de identificar con pertinen-cia los obstáculos para la progresión lec-tora, sino también a fin de describirloscon paciencia, sin alarmismo, multipli-cando los ángulos, y por ende, las estrate-gias.

La autora tiene clara conciencia delhecho de que la lectura es una prácticaculturalmente situada, que responde aconfiguraciones históricas y sociales pre-cisas; de que, al igual que la instituciónescolar, las prácticas ligadas a la literaturay a la cultura escrita en general provienende focos culturales específicos, y de queello tiene implicaciones de una complejaconflictividad. En otras palabras, Colo-mer no asume el mandato escolar y alfa-betizador como una “misión universal”que haya que cumplir acríticamente; loque asume es el compromiso que comoagentes nos impone el estar históricamentesituados; y el consiguiente compromiso deintentar fomentar, en el seno mismo de laescuela, la operatividad de dispositivosque democraticen el acceso a esa capaci-dad que, ciertamente, tiene la literaturapara formar, en el sentido de la Humanitaslatina o de la Bildung alemana. Pues

el objetivo de la educación literaria es,en primer lugar, el de contribuir a laformación de la persona, una forma-

ción que aparece indisolublementeligada a la construcción de la sociabili-dad y realizada a través de la confron-tación con textos que explicitan laforma en la que las generaciones ante-riores y las contemporáneas han abor-dado la valoración de la actividadhumana a través del lenguaje (p. 38).

Esta conciencia de la historicidad de lasprácticas letradas en el seno de la institu-ción escolar es manifiesta sobre todo en laprimera parte del libro, donde la autoraelabora un breve y claro resumen de laevolución de las expectativas de forma-ción que aquélla ha depositado en la lec-tura literaria. Aunque, hay que decirlo,éste no es el asunto principal de la obra;como decía, este ejercicio no es sino esuna manera de situar la propia acción,para poder asumir mejor, con más ele-mentos, la tarea constructiva fundada enla visión de la literatura como componen-te central de la formación.

Y estos elementos son, en primera ins-tancia, el conocimiento, por parte delagente promotor (que por lo general es elmaestro), de los libros. Lo que parecebanal, sin serlo. La evolución de las prác-ticas lectoras, y del universo de lo escritoen general, ha multiplicado las categoríasde lector, las posibilidades de acceso a loescrito, y ha modificado los presupuestossociales y cognitivos sobre los que reposala lectura literaria. La mutación de la fun-ción social de la literatura, ligada a losavatares de las sociedades modernas entodas sus variantes, conlleva cambios en laproducción del libro en múltiples niveles—que la autora describe con profundidady al mismo tiempo con sencillez. Su des-cripción de las nuevas tendencias delcampo, sobre todo en lo relativo a la lite-ratura infantil y juvenil en tanto géneroespecífico, son una invitación al docentepara que se actualice —o, más llanamen-te, para que lea—, y se convierta en unguía capacitado para facilitar a sus alum-nos el acceso a un catálogo literario actua-lizado y con cada vez mayores especifica-ciones.

Colomer nos muestra cómo estas nue-

vas especificaciones provienen del impac-to que han tenido las amplias variacioneshistóricas, culturales y políticas aconteci-das a lo largo de los últimos decenios,sobre las maneras en la que se construye yaprecia socialmente a las generaciones delos “nuevos” (niñez, adolescencia, etc.); ycómo esto constituye un entramado quedesemboca en las elaboraciones teóricasde la lingüística, la pedagogía, la teoríaliteraria y otra disciplinas afines, revir-tiéndose a su vez hacia la oferta editorial ylas maneras de trabajar con los jóvenes enel ámbito de promoción de la lectura.

Sintéticamente, podemos señalar comoeje central de estas variantes teórico-cul-turales el papel que ahora se concede allector en la construcción del sentido,menos en tanto sujeto cognitivo universaly aislado, que en tanto miembro de unacomunidad interpretativa. Sintagma, esteúltimo, que obliga a reconocer a la escue-la como un espacio estructurante, en elcual, a pesar de reconocerse la importan-cia del sujeto del aprendizaje —o lapotencia liberadora de la imaginación—en la construcción del sentido, también esimportante asumir, como ya lo señalaraHannah Arendt, la necesidad de introdu-cir a los nuevos en la profundidad deltiempo y el espesor de la cultura a travésde la tradición: es decir, la necesidad adul-ta de asumir este mundo como propio, yde decir a los nuevos “he aquí nuestromundo”. Para lo cual se propone, porsupuesto, la inmejorable ayuda de labuena literatura.

Así, el aspecto más técnico del libro,relativo a las estrategias concretas conbase en las cuales la institución escolarpuede proponer una estructura sólida, y almismo tiempo flexible, para encaminarconvenientemente las prácticas lectoras,reposa no sólo en la recopilación de dife-rentes experiencias docentes, editoriales,etc., sino también, o sobre todo, en laconvicción de que la literatura no es unañadido decorativo en las curricula, sinoque puede, y debe ser, una práctica cons-titutiva de los procesos formativos de laescuela moderna. G

Andar entre libros,

de Teresa Colomer

POR RODRIGO GARCÍA DE LA SIERRA

Colomer, Teresa. Andar entre libros.La lectura literaria en la escuela.

México: FCE, 2005, 277pp.

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la Gaceta 29número 430, octubre 2006

La locura como poética. No una locuramalsana o criminal, oscura o violenta,sino una ligera (pero reveladora) altera-ción de los sentidos, una exaltación de lapropia fantasía, la conquista que empren-den las fuerzas de la imaginación en elterritorio de lo cotidiano. La excentrici-dad de quien se atreve a vivir sus propiosmundos y desdeñar así una normalidadapocada, simple. La misma locura quijo-tesca (aquí, el novelista sonríe) que encada libro de David Toscana (Monterrey,1961), una de las voces narrativas másrelevantes del país, deviene en aventuraíntima y humilde cruzada por nuestrapropia alma, en advocación de la libertadnecesaria para que los personajes existanplenamente, para que encarnen sus desti-nos.

Froylán, que abandonó su vida, aguijo-neado por las fantasías de un viejo y el ful-gor de una mujer que no conoce (EstaciónTula). Pruneda, visitante asiduo a loscementerios que adopta como centro degravedad en su vida los huesos de, supone,una niña anónima (Duelo por MiguelPruneda). Lucio, quien vive entregado a lainútil labor de preservar y condenar losbuenos y malos libros de una biblioteca deun pueblo moribundo (El último lector). Elmismo espíritu que los impulsa hacia suextravagante vocación, posee, en El ejérci-to iluminado, a Ignacio Matus, profesorretirado, maratonista, antiyanqui, funda-dor de un grupo paramilitar, general entiempos de paz.

Entre las novelas del regiomontano, Elejército iluminado se emparenta de modomás directo con Santa María del Circo. Enambas, el ritmo narrativo está impulsadopor la dinámica que cada personaje apor-ta (las introspecciones son escasas y bre-ves) y la locura de un viejo conduce a unpeculiar grupo a librar una batalla perdidade antemano.

El odio de Matus contra los gringostiene sus orígenes en la injusticia que lasglorias deportivas cometieron con él:arrebatarle la medalla del tercer lugar enlas Olimpiadas de Francia, en 1924. Almismo tiempo que la competencia de los42 kilómetros y 195 metros tenía lugar en

la sede olímpica, el profesor corre deforma paralela su propia ruta, enMonterrey, realizando la proeza de com-pletar la ruta 24 segundos antes queClarence DeMar, quien recibe en el podiola medalla de bronce. A lo largo de losaños el corredor fantasma exige al norte-americano le entregue el galardón, me-diante cartas que envía a DeMar dondeMatus argumenta que el hecho de noestar presente, no le quita el mérito de sermás veloz que él. Luego, al pasar de losaños un Matus ya anciano decide refren-dar su triunfo: la carrera que enfrenta escontra la vejez y la muerte.

Esta animadversión contra todo lo quehuela a norteamericano lleva al profesor areunir un ejército de iluminados, con elfin de recuperar el territorio y la honraperdida de la nación, ambos encarnadosen el estado de la estrella solitaria: Texas.Los reclutas son niños con retraso mentalquienes deciden, inspirados por el patrio-tismo de Matus, no ser lo que los demásdicen que son: no quedarse a comer gela-tina todas las mañanas, ni permanecerinmóviles frente al televisor, ni cantarletras con rimas insípidas, sino ser héroesen tiempos hipócritas.

El Gordo Comodoro, cuya reliquia debuena suerte es La inmaculada, una fichade dominó; Azucena, soldadera a quien,según el Gordo, se puede reconocer entrelos combatientes por su belleza; elMilagro, sobreviviente tembloroso de lacaída de un rayo; el Cerillo, eternamentedormido, cuya madre lo entrega a Matuspara que lo convierta en un guerrero;Ubaldo, el renegado del grupo que termi-na por revelarse como un líder. “Ellos tie-nen derecho a vivir y morir y disparar enel lugar del mundo que su ilusión lesdicte.” Poco importará que disparen susarmas en el lado equivocado de la fronte-ra, contra el ejército incorrecto y que hie-ran a los lugareños pensando que infligenheridas hondas a una nación enemiga:“…la cordura no tiene cabida esta nocheentre las almas grandes.”

Con esta trama descabellada, DavidToscana factura un libro bello, calado demomentos y personajes memorables; en

el que se demuestra que un hombre queha sufrido una humillación, por absurda einexistente que ésta pueda ser, tiene elderecho de exigirle a la vida una satisfac-ción.

Cada libro de David Toscana es unafiesta. Una parranda donde el lenguaje sedesliza al ritmo de una de las mejores pro-sas del país: precisa, expresiva, caracolera.Prosa capaz de describir y encarnar losmundos alucinados de personajes deliran-tes que no encuentran su sitio en elmundo.

Novela moderna de aventuras, vindica-ción de su autor como un novelista origi-nal y decantado, libro animado por lasrazones de la sinrazón, El ejército ilmunadonos habla desde esa revelación que signi-ficaba la locura para los antiguos griegos:la intrusión de las fuerzas divinas en elalma del hombre, con la finalidad de susalvación o su destrucción. Toscana es unnarrador de destinos humanos, grandespor pequeños, aventurados por únicos,tristes y claros por irreversibles. En cadauno de sus libros, el autor conduce a unejército de personajes hacia el conoci-miento de sí mismos, hacia el enfrenta-miento con su propia locura, a exterminarpeligros que quizá no existen y a borrarafrentas que nunca sucedieron; a salvar unmundo que quizá sea más real que éste.G

El ejército iluminado,

de David Toscana

POR LUIS JORGE BOONE

Toscana, David. El Ejército iluminado. México: Tusquets, 2006,

Andanzas, 233pp.

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30 la Gaceta número 430, octubre 2006

Álvaro Quijano murió hace doce años en esta ciudad, el 24 de octubre.Estas líneas rápidas definen su personalidad y los poemas que las acompañan el de su carácter lírico, con la compleja sencillez que

nutre y fortifica las fotografías escritas de la cotidianidad. Valga esta breve aproximación al recuerdo de su persona como invitación renovada

a la lectura de su obra.

Álvaro Quijano: una silla y una mesa improvisada como escritorio. La duda entre com-prar un grabado de Chagall o permanecer unos días más en París. Una pausa en el telé-fono para ir por un cigarrillo. Movimientos precisos y humor vikingo. Voz cavernosa,resonante. Dedos largos. Tez pálida. Sudor en la frente. Mirada lejana y a la vez pro-funda. Amante de la literatura rusa y de las mujeres de tipo eslavo. Ginecólogo autodi-dacto. Sueño inconcluso durante la noche. Pasión por el movimiento de la escrituraepistolar y por la quietud de los diarios. Destreza y elegancia en ambos géneros. ComoChagall, descubridor de la metáfora del amor. Taurófilo. Aficionado a la magia antiguadel I Ching. Un viaje lejano a Polonia: una fractura en la memoria. Caminante de losespacios abiertos y metafísicos de Giorgio de Chirico. “Necesidad de creer en algo másque en sí mismo.” Una bufanda sobre el cuello en invierno y una especial disposición ala charla. Gran conversador, capaz de hacer de los espejos agua detenida. Predilecciónpor el color de algunas tardes de octubre. Intérprete de los sueños. Al igual que Kafka,obsesión por descifrar el sentido de la puerta. Miedo a elegir un destino fijo. Extrañacombinación de medieval y renacentista. Amabilidad y honor en su corbata.Indignación provocada por un recado mío que escuchó en la grabadora de su teléfonoy que no incluía como saludo la palabra “compadre”.

Después de leer El sueño de los héroes, de Bioy Casares, Álvaro Quijano emprendió unviaje a Buenos Aires; el ejemplar de este maravilloso libro fue su único pasaporte, el cualcertificaba la íntima esperanza de toparse con Borges en algún lugar de la calle Maipú.

La gente asegura que cuando este vikingo, tierno y enamoradizo, se interesaba real-mente por alguien, era capaz de creer sólo en lo que la otra persona creía, sobre todosi se trataba de una mujer. También, que su identificación con la mula melancolía, comoél la nombró en La lucha con el ángel, podía llegar a tal punto que constantemente seautorretrataba con el rostro delgado y alargado, como si fuera un personaje deModigliani. (El escenario perfecto para tal estado de ánimo era la imagen de una ven-tana.) Su amplio entusiasmo por la vida lo obligaba a enredarse con las palabras, parahacer un mundo, una naturaleza, un idioma común. Por eso, Álvaro Quijano muypronto se aprendió de memoria los siguientes versos de Whitman: “Éstos son pensa-mientos de todos los hombres en todas las épocas y tierras: no son originalmente míos./Si no son tuyos tanto como míos, son nada o casi nada…/ Ésta es la hierba que crecedondequiera que haya tierra y agua,/ éste es el aire común que baña al planeta.”

Apuntes para un retratode Álvaro Quijano

(1955-1994)

CARLOS MAPES

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la Gaceta 31número 430, octubre 2006

Autorretrat0 con mi hermana

Cuando los árboles se inflaman…

Sentado en una banca de la plaza, entre niños, árboles, pájaros, ella mira la tarde. Las sandalias de la adolescente se arrastran coquetas (hay todavía un olor a sol).

Entre los pájaros, entre los árboles, ¡qué ruido inmenso es el crepúsculo!

Desde el café yo comparto la cerveza y los cigarros con mi hermana,como el pan y la sal.

De La lucha con el ángel(AQ)

Poema

Sólo quedan los nombres de las cosas y sus rastros en el derrumbe, como una fuente callada y la humedad de los sueños en la hierba del jardín. El instinto digital de la mirada busca un asidero entre las hojas de los árboles que se derraman.

(Esperábamos que los días se cumplieran como la noche de nuestra primera felicidad.)

Todo pasa como un segundo, igual que la fusión de la idea y el golpe; de tal modo que anclamos nuestros corazones y el amuleto de los nombres queridos. En ello nos va la suerte del suspiro y la hondonada del deseo.

En el arduo régimen de tu silencio aprendí este estilo de náufrago en cada frase que escribo. Y que el amor está hecho de pausas, que surgen de pronto flores y fauces. Y mi hechiza melancolía como un farol de pacotilla.

*(Sobre las sábanas, entre los pliegues nacen los laberintos.)

El amor es un frágil sueño que atraviesa las puertas del día. Por eso volvemos al texto, para editar la fractura del tiempo. Y aun así, tantas veces fallé en la recuperación de tu imagen.

¿Cómo salvarnos de la separación si no es a través de estirar el recuerdo? Por eso mi quieta decadencia de náufrago que escribe y mi afición a los toros,para ver cómo los toreros se acercan de nuevo después de la cornada.

Todo jardín es una ruina o un naufragio, pero hay que ver la insistencia de las flores y el esfuerzo de las luciérnagas, cómo las plantas buscan en lo alto y aún persiste la madrugada como una luz que restaura las ruinas de la noche. G

De Este jardín es una ruina(AQ)