La clase sin atributos - Oscar Terán, un pensamiento en huída

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    COMUNIDADESLA CLASES IN ATRIBUTOSPOR Diego Carams

    1 . Como una sombra de aquel primer enigma que ubica enFacundo la clave problemtica de la realidad nacional, desde 1955un nuevo enigma comienza a nimbar la mirada de intelectuales ypolticos argentinos. Porque si el nudo gordiano que otra vez laespada no haba podido cortar consista en saber por qu las masasseguan haciendo suya (a pesar de la persecucin y, tal vez, justamen-te por ello, con ms encono que nunca), la identidad peronista, esemismo in terrogante involucraba otro no men os acuciante: cul erael alcance del desencuentro originario de las clases medias con elperonismo?Este interroga nte recorra .en esos anos todo el campo ideolgi-co: desde Jauretche, que abra un flanco en la cerrazn peronista aldialogar con ese actor que fungi como punta de lanza de la reac-cin "libertadora", a l preguntar si haba sido necesario vilipendiarhasta el hartazgo a esos sectores medios que bien podran habersesumad o -al menos parcialmente- a l movimiento popular,' hasta losintelectuales asociados al arco histricamente op ositor a los gobier-nos peronistas, quienes, como Amadeo y Sbato, aunque persistanen descalificar "el rgimen del tirano", se disponan ahora a lanzaruna mirada siquiera compasiva hacia esas masas que seguan mos-trando su lealtad a Pern. Desde uno y,o tro campo, entonces, una

    de las caras del nuevo enigma qu edaba planteado: luego de la radi-cal transformacin operada -simblica y materialmente- duran te eldecenio 45-55, bajo qu trminos sera posible una alianza entreesapequena burguesa creciente y el pueblo peronista?Promediando los aos 90 Carlos Altamirano ensaya el recorri-do que sigui la respuesta a estos interrogantes. "La pequea bur-guesa. Una clase en el purgatorio" es un sugerente artculo cuyohorizonte trasciende la intervencin exclusiva en el campo cultural.En primer lugar, reconstruye los pasos mediante los cuales ciertossectores radicalizados de aquellas capas medias forjaron -durantelos aos 60- un relato (auto) culpabilizador sobre el rol cumplidopor esa clase durante y con posterioridad al gobierno peronista.Co mo fuerza de choqu e de la oligarqua, haba defendido u n ordensocial de cuyos beneficios quedaba excluida; slo el miedo a lacada, a perder posiciones en la jerarqua social, la cond uca a abra-zar la causa de la clase dominante. En el cruce del peronismo y elmarxismo, la naciente izquierda nacional, al tiempo que enviaba unmensaje de mortificacin hacia esos "profesionales, intelectuales ytrabajadores de oficina", alentaba una salida para esa posicininfausta: "darse vuelta como una media" -en palabras de IsmaelVias-, compr ender y asimilar la situacin de las masas trabajado-ras, i.e., recorrer con ellas el camino de la liberacin nacional.Como concluye Altamirano, toda esa "literatura social y psicolgi-ca'' tena como horizonte un mito redentor: la revolucin. staexplicaba el sentido de aquella transformacin, por lo que "si esaliteratura de expiacin encontr eco, si contribuy a crear condi-ciones favorables para nuevos comportamientos, fue porque lamortificacin era indisociable de las recompensas de la recupera-cin, es decir, de las promesas que contena el llamado a reunirsecon los trabajadores, entendidos como proletariado en la visinmarxista o entendidos com o ncleo del pueblo en la visin pop u-lista del antagonismo".' Explicar las condicion es de emergencia detamao mito -que en cierto momen to se volvi relato hegemnicosobre las clases medias argentinas-, y con ello, conj urarlo, tal erauno de los sentidos eminentes de la intervencin.

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    Y con la conjura del viejo mito culpabilizador, despejar un nuevohorizonte para estas nuevas (viejas) 'clases medias -ahora- progresistas.He aqu otra lectura posible. En los anos 90, aquel texto se enlazabaen una serie de publicaciones que, si bien historizaban la intensa rela-cin entre ciertos sectores de las "clases medias" con el "pueblo", y deeste modo mostraban el carcter contingente de tal alianza, por otraparte no analizaban con el mismo detalle la vinculacin presente detales sectores. En parte porque confiaban en la potencia de lo que anpoda el Concepto -como el de "ciudadana", "opinin pblica" o "inte-lectual crticoJ'-, en parte porque la Ii st or ia pareca haber resuelto,por sus propios medios, el sentido del problema. En octubre del 97Fernndez Meijide venci al "duhaldismo" en la provincia de BuenosAires, al tiempo que Chacho Ivarez arras en Capital Federal, dandoun impulso fundamental a l proyecto de la Alianza. De este modo,mientras pareca culminar Lz lenta agonia de LzArgentina peronista, lasnuevas elites, modernas y democrticas, encontraban su sujeto polti-co: redimida y exculpada, diferenciada y a distancia de aquellos aluci-nados anos 70, luego del traspi alfonsinista, ila clase media vive an!(no ya en las tradiciones populares, como el viejo caudillo, sino en laclara conciencia de polticos e intelectuales progresistas). As, el textode la cultura y el texto de la poltica se anudaban para resolver el pri-mer rostro del enigma: la pregunta por la relacin entre los sectoresmedios y el peronismo haba sido producto de un doble malentendi-do; en primer lugar, el propio malentendido del peronismo, comoproyecto inviable de una comunidad ms justa e integrada, que fue unmal sueno que siquiera dur tres por otro lado, el malentendidode los jvenes radicalizados que en la dcada del 70 crean realizar lapatria socialista cuando e n realidad, con su furo r alucinado, conduc-an al campo popular a una batalla imposible. Bajo esta lente, mientrasel menemismo terminaba de liquidar la duplicidad del peronismo -el"emprico" y el "verdaderon-, sepultando la pregunta renovadora porla potencia y sentido de "las bases", la clase media pareca asumir sudestino olvidado: agentes de la nacin moderna, sujetos de racionali-dad compleja y conciencia (moral) crtica, an capaces de emprenderlos desafos del nuevo tiempo.

    2. Astucias de la Razn (argentina), la irona n o slo aparece en lahistoria narrada por los intelectuales, sino que se vuelve sobre losintelectuales en la historia. Ni las nuevas elites polticas se demues-tran capaces de operar una modernizacin ms justa y democrtica,ni las clases medias parecen encarna r apropia damente el rol d e acti-vos sujetos republicanos. El proyecto de la Alianza, que su po ilusio-nar a amplias franjas de la progresa, estall en 2001 hundiendo auna inmensa mayora de trabajadores en la pobreza e indigencia.Junto a estos sujetos, se destac un peculiar actor que cobr prota-gonismo en aquellas aciagas jornadas, el ahorrista, quien preso delcorralito financiero se convirti en vanguardia de la protesta de loscacerolazos. Uno de los efectos ms singulares de este proceso fue,precisamente, el acercamiento entre estos sectores que ocupabanlugares bien d istintos en la jerarqua social; mientras aquellos traba-jadores se manifestaban en intentos desesperados por asegurar susubsistencia material -en piquetes, primero, c ontra la prdida depuestos de trabajo, y luego, por planes sociales que solventaran m uyprecariamente aquella prdida-, los ahorristas reclamaban al Estado-al cual por otra parte no cesaban de impugnar- el reconocimientode sus depsitos en moneda extranjera, que haban cosechado condenodado esfuerzo. La consigna de esta particular alianza fue la yaclebre "piquete y cacerola, la lucha es una sola" -consigna que llegahasta nuestros das, pero bajo otros rostros, y configurando otrasal' anzas-.

    Entre la infinidad de significados que se atribuyeron a esa con-signa, no deja de resultar curiosa la palabra "lucha". .Por qu -yespecialmente, contra qu- "luchan" los sectores empobrecidos porel creciente desempleo, y esos ahorristas hiperactivados en el fragordel reclamo? Una parte significativa de la intelectualidad progresis-ta, como as tambin no pocos movimientos de izquierda, interpre-taron correctamente aquello que movilizaba la lucha de los sectoresmedios: el Estado. As, a secas. No un Estado cooptado por intere-ses de clase materializados en ciertas corporaciones; no un Estadoque, precisamente por haber operado bajo una ideologa definida,

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    renunci progresivamente a sus funciones constitutivas -a excep-cin de la funcin represiva-. No; el problema -el enemigo- era elEstado. En todo caso, se podan anexar ciertos adjetivos calificativosque daban cuenta de cmo las clases medias urbanas se representa-ron lopolitico durante los 90: el Estado clientelar, corrupto, ineficien-te, etc. En esta serie, claro est, injusto y excluyente, no parecen armartrama con las caractersticas anteriores, a pesar de haber estado pre-sentes en pancartas y consignas en las crecientes manifestacionespopulares, conforme avanzaba la dcada.

    Si lo que articul en el 2001 esta peculiar unin entre ahorris-tas atrapados por el Estado y trabajadores desocupados desafiliadosde toda trama estatal fi~e que lfi ror destituyente sobre la clase pol-tica y la funcin-Estado, en los meses subsiguientes, frente al hori-zonte dramtico de la crisis, esta unin se reconfigur en trminosde una alianza de clase en clave moral. La sucesin de intentos falli-dos por recomponer un orden mnimo que hiciera posible una res-puesta poltica a la crisis evidenci, por un lado, que el proceso dedestitucin estaba consumado desde haca tiempo -y por mediosdistintos a las cacerolas-, y por otro , condu jo a que un sector impor-tante de las clases medias activadas en diciembre reorientara el sen-tido de sus prcticas. Pintar escuelas derruidas, intercambiar pro-ductos en mercados de trueque, diferenciar la basura para colaborarcon el "trabajo" de los cartoneros, fueron algunas de las muchas ymuy variadas actividades donde se mezclaron sectores socialesmedios y bajos de la Capital Federal y el conurbano bonaerense -yque se replicaron, en menor medida, en otros centros urbanos comoCrdoba y Rosario-. Estas actividades participativas configuraronun vnculo moral -y no poltico- en tanto que , en primer lugar,establecieron un lazo espontneo, basado en cierto pathos solidariocarente de algn tipo de organicidad que posibilitara una articula-cin estable y, en consecuencia, no asista a estos actores ningunapromesa de integracin duradera o proyecto de bienestar comunita-rio; antes bien, se trataba de que quienes an conservaban "algo" enmedio de la crisis ayudaran de "alguna manera" a quienes lo habanperdido

    No se puede comprender esta disposicin solidaria de una por-cin significativa de las clases medias urbanas si no es en el contex-to de una -nueva?- crisis fenomenal que, sin embargo, venaa rea-firmar la Idea-fuerza, la invariante, de la Argentina como un pas decrisis cclicas. Correlativamente, el revs de esta Idea es que cuandola crisis amaina, cuando la calma hace vivible estas pampas -en elfondo, monstruosas-, es preciso ganar el mximo, "hacer la diferen-cia", sacar "lo que se pueda". El otro rostro del pathos solidario, sucontraluz, no es ms que una lgicapredatoria salvaje. Ahora, si bienesta lgica predatoria, como contracara prctica de aquella represen-tacin com n, es extensiva al conjunto de la poblacin, en las clasesmedias adquiere un cariz definitorio y, muchas veces, exacerbado.Este fenmeno puede explicarse a partir del hecho de que quienespertenecen a la clase ms fortalecida -aquella fauna que la "encues-tologa" ha bautizado ABC 1- tienen recursos de sobra para poner-se a reparo de cualquier crisis; por su parte, los sectores populareshace ya mucho tiempo que han renunciado al ideal del ascenso social,y operan entre la mera subsistencia diaria y los lujos hipermodernosque hace posible el nuevo mercado global. Mientras que, por lti-mo, son los restos de lo que supo ser la tan mentada clase mediaargentina quienes estn ms expuestos al miedo a ''perder algo" delo que an conservan. Por todo esto, es claro que aquella alianza moralque establecieron las clases medias hacia abajo -all por 200 1-2002-tena como lmite la duracin del horizonte de la crisis.

    Con mucho esfuerzo -y bajo el paradjico augurio del destinode grandeza- el gobierno de Eduardo Duhalde, primero, y el deNstor Kirchner, despus, lograron una cierta estabilidad social ypoltica. Algunas medidas de urgencia, como los planes Jefes y Jefasde Hogar o la formidable "ley de genricos", buscaron contener eintegrar a quienes haban sido golpeados ms duramente por la cri-sis y se encontraban en los lmites de la subsistencia material. A par-tir del 2003, la lgica de integracin se profundiz en paralelo conel crecimiento macro-econmico del pas: junto con una importan-te recomposicin salarial -muy especialmente en los sectoresmedios, que gozan de una situacin laboral regular-, se oper una

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    ampliacin y diversificacin de los subsidios estatales. Por otro lado,algunas medidas significativas, como la recomposicin de laSuprema Corte de ~usti cia la poltica de derechos humanos, sehacan eco de las principales representaciones polticas que goberna-ron el imaginario de las clases medias progresistas duran te los 70. Ellmite de esta poltica activa -para estos sectores- era claro: el con-flicto. Lo que (los) seduca de la poltica kirchnerista no era ciertavivificacin de la lgica de h a n Politica -aquella que entiende quetoda transformacin, mdica o ingente, tiene c omo moto r el conflic-to, y, correlativamente, la lucha por la hegemonia-, que reaparecamdicamente en las pujas salariales, en las manifestaciones callejeraso en las declaraciones confrontativas y desprolijas del ejecutivo, sinoms bien la promesa de pais normal, con sus ambiguas representa-ciones. Lo que no supo ver el gobierno de IGrchner es que, contralo que se mostraba en el discurso dominante, amplios sectores de laclase media urbana no deseaban -no estaban dispuestos apol emiz arpor- un "proyecto de pas", por una nueva forma de lazo comunita -rio, sino (slo) buscaban quien "calme la tormenta", alguien queponga fin a la crisis. Exceder ese limite era romper la ambigua nor-malidad y, como todo exceso, trastocar el sentido de las fuerzas pol-ticas en conflicto.3.

    En 1912, a partir de la histrica protesta en la localidad deAlcorta, se constituy la Federacin Agraria Argentina. Formada porpequefios y medianos productores rurales, esta organizacin vino a

    11 4 operar una doble ruptura en el tradicional significante campo: porun lado, liquidaba la pretendida homogeneidad de los "dueios delcampo", la idea de que la produccin agropecuaria, que haca gran-de a la patria y la proyectaba en el concierto de las naciones, eraequiparable con las elites tradicionales; ruptura poltica, as, quedaba visibilidad a las clases me& rurales. Por otro lado, el surgimien-to de esta Federacin, que tena entre sus miembros a una mayora deCrdoba y Santa Fe, significaba un principio de descentramiento geo-grfico de Buenos Aires como el corazn de la "patria campera".

    Rupturas al interior de un significante que, sin embargo, no impidie-ron que a lo largo del siglo XX encontrara unidos a grandes terrate-nientes y pequeios arrendatarios frente a aquellos que osaran desaSiarla promesa de que el campo es el destino de la nacin argentina.

    Pocas frases tuvieron la contundencia y eficacia, en los largosmeses de conflicto entre la patronal agropecuaria y el gobierno,como la que pronunci Eduardo Buzzi luego del primer impasse dellock-out: 'ya demostramos que podamos desabastecer". Frase quesinceraba el conocimiento de los terribles efectos de la medida, almismo tiempo que los aceptaba como una consecuencia posible.Ms an, esas consecuiencias no pretendan ser ocultadas o minimi-zadas sino todo lo contrario: en esa capacidad de intimidar, d e gene-rar miedo y desconcierto, anidaba su poder. Era el reconocimientopblico de que estaban dispuestos a traspasar un limite. He aqu elprimer sentido de la frase. Asimismo, en ta nto ese enunciado brutalhaba sido formulado por el representante de la Federacin Agraria,era smbolo de una transformacin: las clases medias rurales deven-an -ellas tambin- "dueias del campo". Si bien era claro para cual-quier conocedor avezado del sector que esta alianza no era novedo-sa, el conflicto sald -ya no slo material, sino tambin- simblica-mente aquel hiato abierto casi un siglo atrs, en la localidad deAlcorta. El campo volva a su unidad prstina.

    Si los grandes producto res agropecuarios hicieron de espejo paralos pequeios y medios propietarios rurales, stos espejaron a las cla-ses medias de la ciudad. El pacto moral hacia abajo que stas hab-an realizado en el 2001 perm ut en una alidnza poltica hacia arri-ba en el 2008. El desencanto respecto de la poltica kirchnerista seanud -ahora s- con un deseo compartido: la (vieja) Idea de que lapatria es el campo. Deseo confeso, de un pas norma l, sin conflictos,y reencauzado en su destino no-latinoamericano, es decir, ajeno a lapobreza. Deseo inconfso, de aquello que se puede mien tras d ura laestabilidad -que antecede a una prxima crisis-: el rdito personal,la mxima ganancia, el impulso desesperado por lograr individual-mente aquello a lo cual han renunciado, hace ya varias dcadas,como clase: el ascenso social por la va del trabajo. As, la promesa

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    de felicidad campestre, centenaria, es la cara visible de aquellapasin anti-leviatnica de la clase media, constituida histricamen-te pero carente de (auto) comprensin histrica.

    Como un espectro, como una pregunta que atraviesa el tiemposin una respuesta cierta, vuelve, una vez ms, aquel enigma nacido amediados del siglo XX, que se crea resuelto: es posible, y deseable,una alianza entre las capas medias urbanas y los sectores populares?Los meses recientes muestran una doble torsin: las ches mediasabandonan el (imaginario del) progresismo, pero los intelectualesypoli-ticos progresistas no abandonan a las clases medias. Al respecto esimpor tante notar las dos lneas argumentativas que circularon sobreeste espacio ideolgico: quienes no comulgaban con el giro pro-enten-te rural que haban tomado aquellos sectores, sefialaban que "no sabenlo que hacen". Es decir, confundan su impulso -legtimo- contra ungobierno corrupto y populista con otros intereses -ilegtimos- que noeran los suyos. Amn del carcter "psicologista" de esta interpretacin,nadie podr negar que con el correr de los das, al menos por el ladode la patronal agraria, la idea de nacin que prometan era clara y dis-tinta. Y el deseo de muchagente de abrazarla, tambin . Por otro lado ,quienes no se sintieron tan incmodos con el comportamiento delos ccvecinos", ero vean all un lmite para una construccin futu-ra, apelaron al sociologema de "el carcter complejo del imaginarioe intereses de los sectores medios de la ciudad". La idea es que estosciudadanos pueden ser otra cosa adems de "caceroleros". Lo quenunca queda explicado en este anlisis es qu otra cosa podran deve-nir, ypor qu habran de hacerlo. Co mo tantas veces, lo difcil de ver116 es lo que simplemente aparece frente a los ojos.4.

    No se trata en modo alguno de reponer la interpretacin auto-culpabilizadora de la clase media. Tampoco de invertir la lente ilus-trada que en la dcada pasada quiso ver en aquella clase el germendemocrtico y modernizador que podra transfigurar los restospopulosos de una cultura poltica indomefiable. El proceso de frag-mentacin social y poltica iniciado hace ya ms de 30 afios, al calor

    de una derrota, que combin pocas de feroz aceleracin con tibiosintentos de recomposicin, si bien tuvo como epicentro a los secto-res populares -y muy especialmente a sus distintas organizacionessociales y polticas- tambin alcanz, en buena medida, a los muyheterogneos componentes de las clases medias urbanas. Tambinall se expresan memorias recortadas, prcticas desgranadas e impul-sos oscuros, que resisten a su reconversin. El nombre mismo, "clasemedia", mantenido por sus defensores y detractores, ensefia la equi-vocidad del fenmeno: qu sentido de clase puede aunar esos retazosde imaginarios y esas pulsiones inciertas -que, sin embargo, producenefectos-? Q u horizonte de mediania puede an resultar creble yposible para esos sujetos que, en su radical descreimiento, fagocitanel suelo de cualquier ~e rt ez a? ~

    Dije antes, sin embargo, que hubo una promesa clara, la Argentinadel Campo, y un deseo explcito de estos sectores medios urbanos, deBuenos Aires y el interior, de creer en esa promesa. Queda an por ver 5el estatuto poltico de esa unin. Queda an por ver que ser de aque- 2110s otros hombres y mujeres de las ciudades que no se vieron convo- 5cados por aquellas imgenes, pero que -en buena parte- tampoco se % m-Y '"sintieron interpelados para las memorias polticas que invoc el gobier- 6no en el momento ms dramtico del conflicto. Nombres y memorias SOque aciertan, al tiempo que se vuelven esquivas, que pasan frente a loscuerpos y no los tocan. Otra vez, la dificultad de poner en palabras quy cmo se dice lo que se hace, lo que se espera; el desafo de forjar undeseo que anude -e n otro gesto poderoso, como dice Matas Faras- aquienes en la ciudad y sus cordones an creen que es posible vivir entrenosotros. Otra vez, el enigma ah, silencioso, inquietante. 117

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    Notas' En un docum ento injustamente olvidado d e nuestra cultura poltica, A. Jauretche sealaba losimportantes lmites de la poltica de alianzas y de las estrategias de la propia construccin delmovimiento que haba llevado a cabo el peronismo durante los aos 1946-1955, colocandoespecial nfasis en la interpelacin a los sectores m edios: "una poltica tend iente a separar el pro-letariado de los sectores pertenecientes a las otras clases, que identif ican lo suyo con los de lostrabajadores en la lucha con el ascenso nacional, es fatal al movim iento de liberacin. Tanimpo rtante co mo cuidar la base obrera es mantener vivo el prestigio en esos sectores y utilizarsu colaboracin activa. [...] "Se cometi el error de desplazar y hasta hostilizar los sectores ded w e media militante en el movimiento, permitiendo al adversario unificarla en contra, mximecuando se le lesioriaron intilmente sus preocupaciones estticas y ticas, con una desaprensivapoltica de la administracin y en la eleccin de los instrumentos de go bierno. [...] Se hizo de ladoctrin a nacional u na doctrina d e partido, y de la doctrina de partido u na versin exclusivamen-te personalista, q ue en lugar de agrandar las f iguras y suscitar la emulacin, provocaba en el par-tidario una sit ~iac in eprimente. Se quit al militante la sensacin de ser, l tambin, un cons-tructor de la historia, para convencerlo de que todo esfueno espontneo y toda colaboracinpropia indicaba indisciplina y ambicin, co n lo que se le quit el estmulo partidario; y se impi-di sistemticamente la organizacin de abajo hacia arriba, sustituyndola por otra de arribahacia abajo, con lo que se gan un a apariencia de orden incapaz de enfrentar la arremetida delos acontecimientos pues se cegaron las Fuentes de la contribucin voluntaria y apasionada alconvertirse los militantes en m eros espectadores a la espera de la gracia". Ver JAURE TC HE, A .,Losprofctas del odio y la yapa,Bs. As., orregidor, 2004, pp. 228-229.

    A L T A MI R A N O , C., Peronismo y cultura de izqu ierda, Bs. As., Temas, 2001, p. 105.Nos re fer imos aqu a la te sis cen tra l de HALPERIN DO NG HI , T. , La larga agona de la

    Argentinaperonista, Buenos Aires, Ariel, 1998 . En efecto, para nuestro historiador el peronismoes una experiencia histrica que surge bajo las condiciones extraordinarias d e pleno empleo delperodo 1946-1948; el derrotero de la historia argentina ulterior, ese que va de 194 9 a 199 1, secaracterizara por la suma de esfuerzos que los diversos actores sociales y polticos, incluidos losactores militares ms feroces, deben realizar para reprimir la certid umbre de que esas condicio-nes se haban esfumado rpidam ente. En esta argumentacin llena de m atices e inflexiones nota-bles, y tambin de dosis sofisticadas de irona y malicia, slo un peronista, C. S. Menem, habr apodido, despus de la debacle hiperinflacionaria, colocar a la sociedad frente a esta evidencia quepreviamente todos hubieran preferido -como antes mehcionamos- reprimir. Recientemente, y138 ante los nuevos tr iunfos del peronismo en las ltimas elecciones, Halperin Dong hi reafirm envarias entrevistas la tesis sostenida en La larga agona..., aunque con este matiz: si bien la socie-dad peronista termina por explotar en 1991 , el peronismo, como mo vimiento histrico-polti-co, an pervive. Sin embargo, con esta verdadera hiptesis a d h o c Halper in no hace ms quereforzar el slido argum ento de J. M yers, quien ya para La arga agonfa planteaba el siguienteinterrogante: jcrno Fue posible que perdure un movimie nto poltico si sus bwes sociales de sus-tentacin se redujeron a un perodo extremadamente exiguo, i . e. , 1946 -1949? O bien el pero-nismo es ms que la sociedad peronista, y por ende hay que conceder a lo poltico una au tono-rna que llamativamente en este texto H alperin n o est dispuesto a otorgarle, o la sociedad pero-iiista es estructuralmente una sociedad ms compleja que la q ue surge en esos tres aos. Para verel notable ensayo de MYERS, J., "Tulio Halperin Donghi y la historia argentina contempor-nea" en : TR ~M BO LI , . - H O R A , R ., Discut i r Haker in , Bs. As., El cielo por asalto, 1998.

    Queda n exceptuadas de esta descripcin algunas asambleas barriales, como la de San Telmo ,que lograron establecer una cierta estructura organizativa, y realizaron diversas actividades socia-les y polticas. En este sentido, lo que intentamos sealar es el carcter general del proceso, msall de las singularidades que all pueden registrarse.' l ejemplo ms ilustrativo, que por su evidencia resulta casi obsceno, es el de las ltimas elec-ciones presidenciales de 2007. El llamado insistente, y con gran antelacin, para que los ciuda-danos participen co mo fiscales y presidentes de mesa en el acto electoral Fue tan notori o com oel escaso resultado del m ismo: especialmente en distr itos urbanos, hubo importantes niveles deausentismo y mesas que operaron sin todos los miembros recomendados para su ptim o hnc io-namiento. Este fenmeno, qu e se conoci desde la maana del d a de la votacin, no fue obst-culo, sin embargo, para que a partir del mom ento dond e se hicieron pblicos los primeros resul-tado oficiales, gran parte d e "la gente" ilustrada d e las ciudades impugn ara la eleccin c on elargumento de que muchas mesas no haban funcionado con todos los miembros que garantizala ley electoral. U n enunciado tal, incapaz de hacerse m nimam ente responsable de las condicio-nes de enunc iac in , no puede m enos que se r s n toma de una s ingula r m orb i da .

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    Las restablece, quiz como nunca antes haban lucido, pero mucho ms paraque las contemplemos que para in ducirnos a la amistad o enemistad con e l las.Vigencia sin significado es la f igura que segn Giorg io Agamben da cuenta denuestra re lacin contempornea con la Ley en tanto que tradicin. Los momen -tos ms notables de este l ibro, que son may or a, se entregan a representar estaposicin, que tanto habla de las posib i l idades ms prom isor ias de una cul tu racomo de sus l mites atormentadores.Por l t imo. conversbamos con Mara Pa Lpez sobre la re lacin por lomenos trunca que exist i entre Tern y La obra de Martnez Estrada. Noto sinembargo que su produccin existe sobre la base de una d istancia respecto delas ideas que l legan del pasado que d i f icu l ta toda amista d, no slo con e l auto rde Radiografa de la pampa. Distancia que no convendr a emparentar con esepathos que admiraba Nietzsche. tampoco, c laro est, con la indi ferencia aca-dmica, sino, siguiendo con la sugerencia de Agamben, con la de l campesinode Ante la ley de Kafka, d istancia que es tambin espera. As y todo, mientrasque Martnez Estrada l lamaba a leer con miedo los ma ter ia les de nuestra cul-tura, casi como la nica lectura genuina posib le, e l miedo es otra de las ma r-cas que se hacen presentes en este l ibro y lo hacen an m s notable. La inco-modidad que se percibe en las pginas de En busca de la ideologa argentinanace de la percepcin inquietante de que entre las ideas que l legan d el pasadoya no podremos hal larnos en nuestra propia casa, han dejado de ser refugiopara er ig irse como otra cosa. Sin embargo, una vez ms, Tern no puede sinopermanecer atento a e l las, a la espera.La l t ima oracin del l ibro contiene una g losa sin velos del Angelus Novusde Klee y de Benjamin, que aunque ya clebre, me permito agregar , quizmucho s descubr imos en esta pgina. La referencia es notable sobre todo porla torsin que Tern le in troduce. Entrando a la dcada de los sesenta y a len-tados por las ideas que haban hecho suyas, los actores de esta h istor ia des-

    344 plegaron sus a las agi tadas por un viento que, uno s y otros en posiciones d ist in-tas sino i r reconci l iab les, creyeron que era e l de la Histor ia y que les per tene-ca. No hay aqu melancola en e l ngel, n i paisaje de ru inas. Slo la constata-cin, que slo puede surgi r del sobreviviente, de que e l viento los estre l lar a unda. Oscar Tern es senci l lamente en En busca de la ideologa argentina quienrepone con trabajosa minuciosidad ideas que h icieron estre l lar a los hombres.Y mira con respeto in f in i to .

    DOSSIER

    OSCAR TERN,U N PENSAMIENTO EN HUIDA'P O R Matas Far as

    'Qu pas es ste en que nos encontramos?Sfocles. Edipa en Colono

    "No s lo que quiero, pero s de lo que huyo".' La frase la encontram os enalguna de las tantas entrevistas que concedi 0. Tern en los ltimo s aos, y enun punto pareciera d i f ci l poner la en ser ie con su obra h istor iogrfica, sa queinsista en disecar imaginarios intelectuales, escrutar representaciones y perse-guir las derivas de las ideas argentinas. Sin embargo. a m i entender esa fraserecorre enteramente su obra, m s an, la preside. En efecto, en la serie de librosque profus ament e escribi desde los aos ochenta hasta este ao (esa serie quebien puede ser leda -as quiso que fuera el propio Tern- como aportes para elconocimiento de una poca o como una contribucin a la historia de las menta-lidades), hay algo an ms importante y, ciertamente, peligroso: la construccinpaciente, trabajosa, y probablemente imposible de un pensamiento en huida.

    Se puede pensar en huida? Tal vez ser a me jor pregunt ar si es posib lepensar la Argentina (a e l lo se dedic Tern todo este t iempo] de otra manera.En todo caso. entre la huida y lo que acecha, Tern c onstruy una obra entera-mente habitada po r d iversas voces, que repl ican e l movimiento de la frase: seescapan, se acechan, se desfiguran. Son la s voces d el exi l iado, e l cientf ico y e l 345trgico, en su versin moderna.

    E l exilado y el cientfico. "Quirase o no, estos trabajos -d ice Tern en e l yafamoso pr logo de En busca de la ideologa argentina- son igua lmen te pa r te deuna h istor ia que, por colectiva, puede escr ib irse sin apelar a los narcisismosi legt imos. En la lt ima dcada. en e l seno de una d ia lct ica de la in to lerancia,mue rte y vio lencia, cuyas causas efectivas son mucho ms com plejas de deter-mina r de lo que cier to maniquesm o supone, e l gesto de la exclusin fue poten-

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    ciado hasta el paroxismo p or la paranoia de u n Estado mi l i tar izado que vio entodo lo Di ferente el antasma tr as e l cual se ocul taban Las potencias misma s dela disgregacin. Entonces renaci para u na porcin considerable de la intelec-tua l idad argent ina la fi gura romnt i ca de l e ~ i l i o " .~

    La frase brinda la traduccin ms obvia de la expresin "no s lo que quiero,pero s de lo que huyo": se huye de la cacera mi l i tar. de l Poder con maysculas,del Estado militarizado-clandestinizado, y de todo esto que bien conocemos. Enese escape, se descubre lo Di ferente. tambin con maysculas, s igni f ique loque el lo s igni f ique. En este sent ido, su ob ra podra ser leda como un a denun-cia contra los "me canismos de l poder" para que, una vez reunidas esas eviden-cias, poder sostener as el "no tr iv ial sent imiento de la esperanza". S in embargo,si el lector de Tern t iene permis o para sospechar de estas pistas apol neasque no obstante a veces nos invi taba a transi tar, es porqu e nunca queda claroen qu sent ido las memorias que sus escri tos efect ivamente l iberan conducena la l i berac in misma d e l su je to .

    De aqu que el prlogo de En busca de la ideologa argentina resu l te unpoco ms inquietante: en l se condensan algunas de la s tensiones que atra-v iesan la obra de Tern, y que tornan m s compleja la traduccin de la frase deMontaigne. Comenzando, s in dudas, po r la marca autobiogrfica, sa que estinscripta en toda su obra' pe ro que al mis mo t iempo parece que se di luye ah,absorbida por el furor de los t iempos, l a majestad de la cul tura (eso que "novemos", como sol a decir] , o la inclemencia de la historia. De algn modo el loest ant icipado en el mome nto en que Tern dice "entonces renaci para unaporcin considerable de la intelectual idad arg ent ina la f igura ro mntica d el exi-l io". En un punto, toda la obra de Tern se condensa en este movimiento [y enlos avatares de este movimiento]. Quiero decir: en el movimiento que le per mi-te decir a l exil iado que el exi l io es una f igura romntica.

    Qu impl ica este movimiento? Lgicam ente, que el yo escindido de l exi-346 l iado, se que se sost iene en la im posible coincidencia entre e l sujeto y el obje-to, la historia y la pol t ica, el cuerpo y l a patr ia , ya no puede pensarse a s mis mocomo una f igura conceptual e histrica mente cont ingente al inter ior de unaunidad mayor y ms r ica que lo cont iene, se trate sta de la Historia, laRevolucin o la Nacin mi sma : para e l exi liado los t iemp os de la dialct ica sehan ido por completo. Ahora bien, s i el horizonte de ref lexin ya no permitepensar la conci l iacin co n el objeto, la pol t ica y la patr ia m isma : se puedeseguir pensando? Y si se puede: 'qu signi f ica pensar? La respuesta es tenta-dora para cualquier le ctor de Tern: la idea de objeto, la idea de pol t ica y laidea de nacin. En fin, las representaciones: e l exi l io es una f igura romntica.

    Entonces: estamos rente a un exi l iado o frente a la representacin de unexi l iado? Estamos, nuevam ente, f rente a una tensin, pero qu e se desplaza: elyo exi l iado aparece absorbido po r el yo que objet iva del c ientf ico. Es el movi-miento que p ermite la ap ertura a la historia de las ideas, porque slo el yo-cientfico, que en principio es cualquier yo, es e l que, sobre e l ab i smo ahoraentrevisto entre e l sujeto y el objeto. y en el que emerge e l universo s imbl icode las representaciones, puede formu lar las "preguntas me todolgicas" c lavesque Tern siempre lanzaba, resumidas en la ms invest ida de sospecha:"quin habla?".5

    Ahora bien: quin preg unta 'quin h abla'? Si lo hace el cientfico, es porqueha traspasado un umb ral , un l mi te: el de las condic iones de posibil idad de enun-ciacin del sujeto-objetivado, esto es, del sujeto-objeto a quien interro ga. "E l exi-l io es una f igura romntica": s i lo dice e l c ient fico, entonces ha emergido una vozque traspasando los l mi tes de su objeto puede indagarlo, const i tui r lo com o tal eincluso demo strarle que por su boca habla el maginario romntico.

    Hasta aqu hemos dicho q ue e l c ient f ico trabaja habiendo traspasado losl mi tes de enunciacin de su objeto. Todos los l mi tes ha traspasado estanueva voz? No todos y hay algo que esta nueva voz no indaga, esto es, que nonegocia: la democracia entendida como e l "reconocimiento de las otredades".ta l como d ice e l p rop io Tern en e l mismo pr logo de En busca de la ideologaargentina. Sabemos, de todos modos, que lo que no es suscept ible de dudal leva e l nombre d e mito , pero el lo no es inconveniente para que trabaje el de-ario del c ient f ico [y no-slo por la obvia razn de que e l mi to se enca rga siem-pre de expl icar lo que la c iencia no alcanza a expl icar] : el mi to es en este casolo que impulsa a establecer un l mi te en tre el exi l iado y el que habla del exi l ia-do, entre e l sujeto y el objeto, entre la historia y la pol t ica, en f in, entre e l pasa-do y el presente. El mi to sera aqu lo que empuja.

    Pensemos bien, de todos modos, este asunto. Si el mi to democrt ico per-mit iera, pues, que e l cient f ico haga su trabajo, s i el mi to demo crt ico es lo queimpulsara a afe rrarse a l nuevo presente. entonces e l hiato. la escis in propiadel exi l iado, no perdera dramatismo pero tampoco sera lo "otro" de l c ient f i -co, s ino un mom ento insospechada mente enriquecedor de esta l t ima mirada.O dicho de otro m odo: los t iempos de la dialct ica se han fugado? S, pero hayun Tern que nos dice que es l quien fuga de esos t iempos. Es posible estafuga? S. en la medida en que la experiencia misma de la escis in pueda serracional izada co mo un descentram iento product ivo: desde Mxico se puedecompre nder la Argent ina. De esta manera, rei tero, e l hiato propio del exi liadose t ransf igurara e n la di 's tancia entre otro s dos sujetos v inculados po r una

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    re lacin de conocimiento: e l que actu y e l que piensa por qu se actu cornose actu; entre e l que crey en cier tas creencias y e l que sabe e l destino funes-to en que der ivaron esas representaciones; e n f in, entre e l pol t ico que juntocon toda una generacin decid i ma tar para alcanzar e l b ien mayor y e l cient-f ico que se interroga p or las razones que hicieron posib le esa decisin abismal.'Esta nueva distancia no sera necesariamente gozosa, porque estamos. claroest, en presencia de un pasado t raumt ico. Sin embargo, an as cabr a sos-tener e l "no tr ivial sentimiento de la esperanza" : la fras e "no s l o que quiero,pero s de lo que huyo'', m s que la enuncia cin de una fuga, significara ga narespacios de Libertad ms satisfactorios para la nueva democracia y en estesentido, e l trabajo de la h istor ia para la vida consist i r a en as umi r la misinteraputica- i luminista de dar cuenta de l carcter h istr ico -y p or lo tanto,removible- de aquello que sobrevive como t rauma, para de ese modo domearlo que amenaza con repetirse eternamente.

    Sin embargo: qu ocurre si . por e l contrar io, e l mi to democrtico, ese queempuja a l cientf ico i luminista, pron to se ca rcome y e l sujeto objetivado, quems que Oscar Tern ya podemos l lam ar "Argentina" , no es tan s enci l lamentedomable? En ese caso, ya no po dr amos decir que e l exi liado es un m omentoque el cientf ico integra y supera, sino m s bien lo inverso: e l cientf ico es unaestacin en esta fuga intermina ble de l exi l iado. Si esto es as, estaramoscabalmente acompaando a un pensamiento en huida, si t iado por un pasadoque acecha y un presente que no ofrece la ddiva del mit o. en u n escenar iodonde las fronteras entre e l pasado y e l presente se desdibujan y ya no sabe-mos si habla e l cientf ico o habla e l exi l iado.

    En este contexto, "no s lo que quiero pero s de lo que huyo" adquiere unsigni f icado muy dist into, y aquel la d istancia que estableca e l h istor iador con s uobjeto reclama otras matr ices de pensamiento, capaces de pensar de otromodo e l vnculo entre lo que l imita y l o que excede. Por qu? Porque en estainstancia e l propio pensar en huida ha adquirido La estructura misma de la t ra-gedia, en la medida en que la huida remite persistentemente a aquello que laprovoca. Por eso la tragedia de l yo que afi rma que el exi l io es una f igura romn-tica consiste en que cuanto ms quiere objetivarse y, en tanto ta l , perdersecomo "yo" , ms t iene que retornar sobre s; cuanto ms s e coloca en las inf in i-tas representaciones, m s obl igado est a preguntarse quin es el que repre-senta; en f in, cuanto ms busca colocarse en otro, ms s e vuelve sobre s. 'Porqu? Porque precisamente no puede colocarse en otro: si e l presente demo-crtico no transfigura al exi l iado, si e l presente no t iene la suficiente fuerzapolit ica para rebautizarlo7, entonces su nica l igazn con su t iempo es el

    espanto de lo que ha sido, de lo que ha ocurr ido y de una histor ia en que cier-tamente se han excedido demasiados l mites. En este punto, pensar en huidapara Tern es pensar ese espanto, pensar aquel lo que lo hace huir , en f in, pen-sar su propia h istor ia, nuestra h istor ia. Por eso pensar en huida es imposib le [noes posible huir de s mism o] y a l mi smo t iempo es lo nico que puede pensar e lexiliado.' N o puede ser casual que el histor iador que escribi toda su obra a par-t i r de la "post -sar treanaV estrategia [por lamar la de algn modo) consistente en"destronar" a l yo del cetro de lo real , sea al mism o t iempo e l inte lectual msautobiogrfico; tampoco lo es que aquel escr i tor que ms nfasis puso en e l an-lisis de las "representaciones", sea asimismo el ms autoreflexivo.

    E l destiempo: "Villa Olvido" Quin escribe, entonces. cuando escribeOscar Tern? Escr ibe e l cientf ico que incorpora y supera a l exi l iado, o escr i-be el exi l iado por boca del cientf ico?

    En el punto sin dudas ms al to de Para leer el Facundo, Tern se detieneen e l anl isis de una escena que, con bastardi l las obviamente, define como t r i -vial. Es la batalla de Chacn. Conocemos la escena, aunque nadie se haya dete-nido en ella. En un pun to de cruces que remi te a l universo trgico, y habiendosido ya derrotado en La Tablada, Fac undo Quiroga elige el camin o ms desfa-vorable: marc har hacia Mendoza donde se agrupan los coraceros de la civi l iza-cin, com andados po r e l general Videla Casti l lo . Tiene todas las de perder , y sinembargo, tr iunfa. Por qu? Porque Facundo acta con imprevisin y nadieespera tamaa ir racional idad; porque los generales unitar ios im itan a Europa,pero no t raducen; y porque, en defin i t iva, son tan brbaros o m s brbaros queel propio Facundo y por eso, en lu gar de presentar batal la con la infanter a, lohacen con la cabal ler a: quieren luc har cuerpo a cuerpo y a l l cabalmente vana l muere. Resultado? Tr iunfan, una vez ms, los brbaros. Tern concluye: "ElFacundo deja p lanteado de este modo otro tema que seguir generando ecos alo largo de toda n uestra tradicin cu l tural : Argentina contiene una civi l izacinde superficie que esconde una barbarie profunda".' Una barbarie profunda.

    Con un poco menos de dramatismo, tam bin leemos que Ale jandro Korn,haciendo suya la sentencia orteguiana que declaraba caduca a la ciencia posi-tiva, suea con investi r a la f i losofa de una misin especia l : ser la por tadora deu n deal que conjugue la l ibertad creat iva con la usticia social y l a usticia socialcon la tolerancia. Es en vano; poco t iempo despus el peronismo har suyovarios de estos tpicos espir i tual istas, pero para confinar a los herederos delreform ismo universi tar io - los h i jos de Korn- a un espacio polt ico mucho msmodesto del que seguram ente aspiraban: la "universidad en las sombras" .

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    Irona, t ragedia o dimensin i rnica de la tragedia? Por lo pronto, la nuevacons tatac in de que los i l umin i s tas l l evan todas las de pe rder en las pampas[en una de las l t imas entrevistas, Tern confesaba que estuvo tentado deescribi r una novela que tuviera como personaje a Diego Alcorta; la t rama eraobvia: el profesor i lustrado dicta c lases en'm edio de la barbarie. No se anim aescribi r la porque no conf iaba, nos dice, en sus "dotes l i terarias". La novela, detodos modos, habra s ido redundante: toda su obra histor iogrf ica puedeentenderse como captulos en entrega de esta histor ia] .S igamos. Anbal Ponce, con las herramientas cul turales ms prest igiosasde Occidente" ', no est capaci tado para p ensar lo q ue Tern sugiere que debapensar: la nacin. Y cuando logra pensarla, est en e l exi l io y mue re pronto.Irona, t ragedia o dimensin i rnica de La tragedia? Por lo pronto, un prob le-ma severo para el ma rxismo argent ino a la luz de lo que va a venir despus;pero al mism o t iempo tal vez un h omena je a la generacin que quiso, el la s ,cruzar marxismo y nacin. Un homenaje que va a estar acompaado, c ierta-mente , por e l exorc ismo.

    El espejo invert ido de Anbal Ponce, Maritegui , construye en cambio unpensamiento desde el atraso y justamente porque piensa desde ese lugar esque logra art icular marxismo y nacin, t radic in y modernidad, las luchas delindgena y las de l proletariado. An as, paga un precio demasiado caro por suclar iv idencia: precisamente porque comprende todo, los marxistas lo sancio-nan y los seguidores de Haya de la Tor re l o acusan de "europeizante". As, sequeda slo, postrado y muere pronto -el dato f inal (que Tern siempre re tomacada vez que tuvo oportunidad d e escribi r sobre e l autor de Los siete ensayos1de que quiere v iajar a la Argent ina momentos antes de su muerte opaca anm s las cosas: con esa opcin ni s iquiera queda claro que e l propio Mariteguisupiera lo que haba sido capaz de ver. Irona, t ragedia o dimensin i rnica dela tragedia? Por lo pronto, otra agria constatacin: los que comp renden no pue-350 den actuar y los que actan no pueden comprender.Todava ms? Bue nos Aires f in-de-siglo corona una serie de inquietudesque haban surgido durante lo s aos ochenta y que priv i legiaba como temticacentral e l problema de las representaciones asociadas a la idea de la nacin.Al l encontramos un Tern que, en el modo m s eminentemente cient fico.disemina po r todo e l texto una serie de clasi f icaciones: nacional ismo con cepacriol la aqu, con base autctona al l, los que siguen queriendo la m ezcla, losque ya no la quieren y los que la quieren sin me zclarse. En f in: gr i l las, posibi l i -dades bien f initas de combinacin, e ideologas como "crceles de lar ga dura-cin"; en esos trminos, Tern diseca el imaginario intelectual al inter ior del

    cual se for jaron algunas de la s ideas de nacin que tuvieron no poco impactodurante el s iglo XX." Sin embargo, abruptamente las f iguras anal izadas en eltexto (Can, Ramos Mej a, Bunge, Quesada e Ingenieros] se tornan anacrnicasy Tern, luego de ci tar las y de extraer de sus frases sent idos ampl iados quefaci l i tan que nuestra atencin se detenga en el las por un t iempo que largam en-te excede el que [con la excepcin de Ramos Mej a] s in duda mereceran, lasl iquida as en las tres l t imas pginas f inales del l ibro: "J . M. Ramos Mej amora en e l ao l mi te de 1914. cuando la guerra incendiaba Europa y aqu elgenera l Roca advert a contra las consecuencias caot izantes del sufragio un i-versal . Bunge, 'cuando n i sus m s al legados lo prevean, el 10 de Mayo de 1918se confes y recibi la comunin de manos de monseor Terrero, quien se lahaba dado por pr imer a vez al l en su lejana infancia' . Muri e l 22 de Mayo de1918, a los 43 aos de edad. Quesada sufrira. a part ir de su posicin pro germ -nica en la Pr imera Guerra, una marginal idad que ya no lo abandonara hasta sumue rte en 1934. Don los 80.000 volmenes d e su biblioteca al Estado alemn yse recluy en el autoexil io en una residencia suiza a la que puso por nom bre Vil laOlvido"'. Y el que tal vez se salva de la pronta mu erte intelectual . nos referimosa Jos Ingenieros, no logra esquivar empero la inesperada muer te f s ica: "enesa va act iva, lo sorprend er en 1925 la mue rte joven que haba proclamadodesear para no estar expuesto a las claudicaciones de la vejez"."Irona? Tragedia? O dime nsin i rnica de l a tragedia? M s bien exi l ios:Tern escribe los me jores captulos de la histor ias de las ideas argent inas, losmejores que se h an escri to en este l t im o t iempo aqu, con esta c lase de mate -r iales. Y de tensiones; el l ibro donde asume de m anera m s eminente la voz dela c iencia, en el ibro m s gri l lado, ms, s i se quiere, contextual ista (y por ende,aquel donde las fronteras entre e l pasado y el presente aparecen de mane rams nt idas], es el mism o que le devuelve una respuesta insospechada a l quepretende indagar los t iempo s idos salvaguardando la distancia cr t ica: en po-cas de aburr imiento dramticot3, esos otros que l lama mos pasado pueden 351resul tar nuestros mejores contemporneos. De aqu que Tern busque a losmoder nos intensos que bri l lan po r su ausencia en los t iempos "descafeinados"d e l a p o ~ m o d e r n i d a d ' ~ ;e aqu tambin que encuentre, en esas figuras mo rtuo-r ias que para el autor de 6s. As- f in-de-siglo fueron los fundadores del magi-nario nacional moderno. los contornos de unos personajes que compartenintensamente, an m s que la adscripcin a la "cul tura c ient i f ic ista", e l hde pasar rpidamen te a v iv i r a dest iempo.Quin escribe. entonces. cu ando escribe Oscar Tern? Escribe el cieco que incorpora y supera al exi l iado, o escribe el exi l iado po r boca del c ient t icoi

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    Escribe el exi liado que. asumiendo e l ostro d el c ient f ico, termina escribiendo losmejores captulos de la histor ia de la s ideas argent inas en clave trgica.

    Argent ina com o hbrido. Por qu hay tragedia? Volvamos al anl is is de labatal la de Chacn, donde Tern dice, ni ms ni menos que invocando aSarmiento . que "un m al p lag io c iv i li zado m as un er ror brbaro no se neut ra l i -zan, s ino que da lugar a ms ba rbarie". Se trata de un pensa miento profundo,a tono con lo que Martnez Estrada seala en los primeros captulos de suensayo m s clebre, en el que sostena que la Argent ina era el sueo de u nconquistador implantado en u n medio. brbaro. Para ese M artnez Estrada,tambin un mal plagio civilizado ms -en este caso- un medio brbaro no seneutralizan. Lo dice al l mism o, en la escena qu e inaugura e l ensayo: el con-quistador quiere a Trapalanda, quiere l os tesoros de la c iv i lizacin y est dis-puesto a dar su vida, a sacri f icarse. Cuanto ms busca este ideal , ms se alejade la t ierra: al deposi tar sus expectat ivas de real izacin en otra pa rte, est sen-tando las bases superestructurales del colonial ismo. Inseguro. de todosmodos. en su propia patr ia, desprecia toda evidencia que desmienta 'esasexpectat ivas. El pobre resu l ta para l su peor gual icho, en u n pas que imaginasuperabundante. Por eso t iene que negarlo, con la mis ma fuerza con que per-seguir. matar y v iolar a la mu jer de l indio. Resul tado? Cuanto ms avanzaen su "proyecto", m s trabaja c ontra s : v iolando todos los l mi tes. se ha con-vert ido en el ms brb aro de todos.

    La Argent ina pa ra el Mart nez Estrada de Radiografa de la pam pa era lapersistente rei teracin de esta escena. Haba que retrocede r ante ese pas pro-ducto de una mala hibr idacin, pero con otra c lase de miedo que el -del conquis-tador: no se t ra ta de l miedo burgus que impu lsa a l ex termin io , s ino de u nmiedo t rg ico , que a l p roven i r de l fondo de los t i empos , obliga a ret roceder.Por qu? Porque si se junta lo que no debi juntarse, entonces se desencade-na la tragedia, los l mi tes son transgredidos y se toca lo intocable." De estaforma, e l hbrido const i tuye la su stancia de lo trgico y lo trgico, la sustanciade l pensamiento en hu ida . Con her ramientas notor iamente d i s t in tas - j amshubiera querido f i l iar su obra con la de Martnez Estrada-, Tern tambin penslos aos 60 y 70 argent inos como t iempos de hybris.I6Qu se mezcl al l ? El cientfico. que ahora hab la como un poeta trgico,responde: determinadas pasiones ideolgicas " intensas", y un contexto pol t i -co asf ix iante, dominado por el "bloqueo tradic ional ista". Eso era lo que nodeba mezclarse. De este modo, las pasiones revolucionarias de los aos 60 y70 , que incluso hubieran podido contr ibui r a un proceso de modernizacin

    pol t ica y cul tural en caso de que un campo pol t ico c iv i l izado lograra amort i -guarlas ofrecindoles algn cauce inst i tucional (as razona Tern en su textoclsico sobre esos aos ], se i nsc r ib ie ron s in embargo a l n te r io r de un te r r i to -r i o carac teri zado por l a p rosc r ipc in de l peron ismo y l a reaccin tradicionalis-ta , es to es, a l n te r io r de un medio brbaro . E l desen lace de la t raged ia , en ton-ces, era inevi table, y slo queda discu t i r s i comienza en 1966, 1969, 1973, 1974o 1976.

    Un trgico moderno. Era inevi table? El f inal de Nuestros aos sesenta fo r -mula dicho interrogante, como si la clave trgica anteriormente expuesta, y queclaramente dom ina el l ibro, debiera sortear una lt ima resistencia al argume nto.Esa resistencia nos coloca, por fin, fre nte a la ltim a estacin del pensamiento enhuida. Por qu?Pensemos bien este punto. Si el poeta trgico" t iene razn, entonces pode-mo s ent rever una sa li da a l a maldicin trgica, esto es, podemos vis lumbraruna ma nera de recomponer e l equ il i b r io soc ia l y csmico. Slo hay que saberque si los revolucionarios hubieran querido un poco menos, y que los mil i taresargen tinos hubieran sido alg o (bastante] ms civilizados, entonces no se hubie-ra mezclado lo que no debi mezclarse. La idea, que parece obvia. dice sinembargo me nos de los aos 60 y 70 que de nuestros das: a modo de adverten-cia, la enseanza t rgica preten de persuadirnos de que el desenlace fatal delpasado debera transf igurarse en el ejercic io de la l ibertad responsable en e lpresente. Habra, as, una posibi l idad de reconstru i r el equilibrio de la Pl is.De qu modo? Admit iendo que la armona social se sustenta en el saberque obliga a retroceder frente a determinados lmites. O como lo ha enunciadoun gra n f i lsofo argent ino en estos das: no matars. Y la condicin de posibi l i -dad que requ iere aduearse de ese saber consiste, ya lo sabemos, en renun-cia ra la excepcin, esto es, renunciar a atr ibui r se la potestad de t ransgredir ell mite. se es e l saber que br inda la comprens in de la t rama reve lada y de l quehay que apropiarse pa ra preser var a la Pl is de l desenlace trgico.

    Por qu el poeta trgico p uede revelar este saber? Porque conoce e l des-en lace de la t rama, c la ro es t , pero fundamenta lmente porque la au tor idad desu voz reside en que est contando la histor ia de l hroe trgico que se a t r i bu-y esa potestad, esto es, est contando su propia histor ia. Edipo, pues, le cedela palabra a Sfocles. Por eso no puede ser casua l que e l h i s to r iador aue escr i -bi las mejore s pginas de la histor ia de las ideas argent inas sosteniendo que"somos hab lados" por e l s mbo lo sea, a l mism o t i empo. e l h i s to r iador msautobiogrf ico. Pero Edipo va a se guir hablando.

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    Descubier ta la trama trgica sesentista, e l poeta entonces la proyecta a laentera h istor ia argentina, para as reclama r a toda la sociedad lo que l mism ose exige: renunciar a la excepcin o, en palabras de Tern, ajust ic iar severa-mente nuestra "vie ja conciencia mito lgica". Si e l la deber a escuchar estapalabra, es porque su i t inerar io demu estra b ien que no ha podido evi tar que semezcle lo que no deba mezclarse. y si e l lo ocurr i , es porque se ha atr ibuidorecurrente mente la potestad de Lo excepcional. se es e l d iagnstico de l poetatrgico y lo leemos bien en su obra, que en este punto d ia loga de man era muyflu ida con La de Halper n Donghi: creyndose excepcionales e igual i tar ios, lo sargentinos hacen una revolucin que los enorgul lece, se modernizan, buscanreconocimiento en las sociedades "civi l izadas" y no es tn d ispuestos a a su m i rsu profundo rostro sudamer icano. Suean as con un destino de grandeza a lque no renunciarn n i siquiera cuando las "seales" que enva eso que -no si ningenuidad, dira Tern- LLamamos "realidad" van en sentido contrario. Sinembargo, pe rs is ten y cuan to m s p re tenden m i ra rse en e l espejo de la moder -n idad, ms barbar ie colectiva producen, defin indose as e l p er f i l de una socie-dad que "avanza" slo a par t i r de l o que excluye. E l ina l trgico es conocido: enla ciudad ms i lust rada de Lat inoamrica, la ESMA.

    El problema, sin embargo, no se agota aqu. En efecto, la adver tencia d elpoeta trgico no t iene escucha y as es test igo de las "nuevas pestes" que aso-lan una Pl is que sigue, ya ms recientemente, trasgrediendo los l mites : en lasociedad latinoamericana con mayores niveles de integracin social, las "refor-mas estructurales" y el capital ismo ms b rbaro. EL equilibr io social, se queacompaa la muerte del hroe en la tragedia clsica, no se ha recompuesto.Cmo no pensar en huida?

    Pero ese "pensar en huida". lo d i j imos, posee asimismo una estructura tr-g ica, porque su propia tragedia reside en que cuanto ms ref lexiona sobre susactos, cuanto ms, en vir tud de la enseanza t rgica. se ve obligado a respon-

    35 4 der por e l los, mayores dosis de clar ividencia adquiere de s y de todo e l cuerposocia l , a l precio, sin embargo demasiado a l to, de perderse en La soledad quesurge del peor acompaamiento. Se trata as de un t rgico moderno, se que,segn la defin icin de Kierkegaard en De la tragedia, ' a l tene r [...] una concien-cia ref lexiva, esta ref lexin sobre s mi sm o no slo lo asla de l Estado, la fami-l ia , y e l destino, sino que muc has veces lo desvincula de s u vida anter ior"."EL trgico moderno, entonces, tam bin es u n exi l iado. Ese es e l sentido desu desvinculacin. Sin embargo, an as permanece indisolublemente l igadocon aquel la trama de La cual pretende d istanciarse. porque esa trama trgicaes Lo que lo hace singularmente argent ino, j us to en e l m ismo momen to que

    argumenta, y ese es un mom ento fund amental del pensamiento en huida, quela nacin es una invencin. Y porque sabe la verdad del cuerpo socia l , pero nopuede sino enunciar la desde una d istancia que imposib i l i ta su audicin; o por-que quiere a just iciar su propio pasado, y lo juzga con notable sever idad cadavez que vuelve sobre l , l legando a l punto de valorar lo asumiendo la mira da dedos enamorados en una p laza de La ciudad de Buenos Aires d urante Los aossesenta", o decretando l isa y l lanamente su mu erte invocando las tumbas deEl adolescente d e D o s t o i e v ~ k y ~ ~ ,s que est desvinculado; pero cuanto msajusticia ese pasado. cuanto ms in tenta desvincularse. m s l igado se encuen-tra con l , como bien Lo muestra su L ibro de autobiografa in te lectual . donde nopuede dejar de escr ib ir sobre e l lo . Esa l igazn con e l pasado lo coloca asimis-m o dentro y fuera de su t iempo presente, porque habiendo renunciado a con-vertirse en la excepcin, que es la condicin para d i ferenciarse de todo estepasado nacional, se vuelve l mismo excepcional en el presente: s lo l y unpuado de sobrevivientes ha e jercido la necesar ia "autocr t ica", en u n pas enque se siguen excediendo los l mites. Y en el que' la razones que d ieron or igena l marxismo ( lo deca todo e l t iempo) siguen en p ie.

    Rebelda. Llegam os as a la pregunta decisiva: por qu, finalmente, persis-te ese pasado y, por ende, las condiciones que hacen posible pensar en huida?Sabemos que, para responder esta verdadera esfinge nacional, Ternrecurr i , una vez ms, a la f igura de la tragedia y a la de los muer tos s in sepu l -tura : es e l pasaje de Edipo Reya Ant gona. El nom bre "desaparecido" es la tra-duccin nacio nal de ese pasaje y su presencia en e l modo de la ausencia per-peta indefin idamente en e l t iempo la trasgresin de un Lmite realmentesagrado, que impide, entre o tras razones, sostener una lgica de equivalentesentre Los Rebeldes y Los Inquisidores, a pesar de las renovadas voces quesiguen arguyendo en este sentido y cont ra los no pocos actores de nuestra vidaen com n que han trabajado en todo este l t imo t iempo para que devolver le un 355nomb re humano a esa ausencia.Sin embargo, hay todava otro motivo para expl icar la insid iosa persisten-cia del pasado -y ta l vez sea ste e l verdadero l mite del pensam iento en huida,aquel lo que no puede decir pero que sin embargo d ice todo e l t iempo; arl mite que lo hace posib le, en tanto pensar en huida es retroceder ustamcfrente a este l mite, pe ro tambin aquel lo que ret iene a lgo del l mite desboido y que, como resto, habilita an la historia aunque los tiempos de la dialcca se hayan por completo esfumado. Es e resto es e l que imp ide e l c ie r re t rco y permite asimismo que e l propio Edipo siga hablando; no encuentro i

    k t i -gi-3qu

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    ot ra fo rma de exp l i car lo que remi t i ndome a la nove la ms pro funda que unmor t a l ams haya escr ito , me re f i e ro a Los hermanos Karamazov.All. F . Dostoievsky le hace pronu nciar a Ivn Karamazov una idea abismal ,que podemos resumir de este modo: Si sufre el inocente, entonces hay querebelarse. Se t ra ta de un pensamiento vanguard is ta , por e l cua l , en no mbre dela Just ic ia, uno quiere hablar en nomb re de muchos. No hace fal ta aclarar, nosgus te ms o menos es ta reve lacin , que los cap tu los ms impor tan tes de lapol t ica moderna estn hechos con la sustan cia de esta idea, y con sus avata-res, crmenes, y despojos histr icos. Tan poderosa es esta idea, que no es exa-gerado decir que toda la novela puede ser leda como el monlog o af iebrado dequien, habindola extrado en una sbi ta i luminacin, debe sin embargo r etro -ceder frente a los corolar ios qu e se siguen de el la, para as decir: no matarsa tu Padre, aunque sea el peor de los borrach os, el peor de los humano s y per-pete un orden cuya reproduccin implica el sufrimiento del inocente. Hacerlosera como tocar lo intocable.El repl icante del "Rebelde", que est dispuesto a toc ar lo intocable, es el"Gran Inquis idor", quien, ante la presencia inesperada de un Jess que haretornado a la Sevil la del s iglo XVI para op erar la serie de mi lag ros que desdehace rato aguardaban Los humi l la dos y ofendidos, decide enviarlo a la hoguera,no sin antes expl icarle, a part i r de una antropologa absolutamente pesimista,que los hombres no podran sostenerse en ese gesto de rebelda; que pronta-ment e se desquiciaran con el orden depuesto y que a par t i r de al l reclamar-an para siempre la proteccin de los panes, de la autor idad y d e l mister io, qu e l mismo - l , que tambin razona de maneravanguard is ta , a ta l punto que sedispone a corregir la obra de Jess- se atr ibuye con exclusiv idad. Ivn imagi-na, para el inal de la escena, a un Jess - hombre besando la f ren te de l to r tu -rador. Pero ese f ina l no est escri to.

    Aunque no sea la nica ni la t ragedia ms reciente, la histor ia argent ina de356 es tos d as tambin puede ser l e da a par t i r de l mon logo in te rminab le de lrebelde que una y otra vez reto rna sobre l os Pro, pero fundamenta lmente sobrelo s Contra, de l c r imen comet ido , an te e l s i l enc io de unos inqu is idores que nohablan y que. ya Lo sabemos, nunc a lo van a hacer."Este es el proble ma que, am i en tender , cons t i tuye e l nc leo de l pensamiento en huida. Por eso es impe-r ioso acompaar este pensa miento, porque si los contenidos de just ic ia que elRebelde reclamaba no se t ransf iguran y cobra n vida en la sociedad, la demo-cracia y el Estado nacional , Edipo no podr ser ent errado y su voz seguir s inacal larse, a menos que decidamos f inalm ente conval idar, con un beso a oscu-ras en la frente, el s i lencio fr o, calculador, pero tamb in "patotero", tamb in

    desbocadamente pasional (es la peor de 1es la sombra ms te r r i b le ] Inqu is idores. ;tros terribles (ys mezcla de nuec

    Notas' Me gustara dedicatrabajo. r lo que e: ta revista y a mis compafieros dei ie ros e es '' a frase Tern se la atribuye a . .-. ..-,,, , ,, nos en TERN. O., "Las ideas y La crisis" 20001en: De utopas catstrofes y esperanzas. Un cami no intelect ual, 6s. AS., Siglo XXI editore s. 2006. p. 141.' ERN, O. . En busca de la deologa argentina , 6s. As., Catlogos. 1986. p. 10.j

    J ' a marca autobiogrfica aparece en casi todos los prlogos de si ICIUSO en el art culoposesivo del ttulo de su obra ms conocida. Y tambin en e l sub t i t~ e tapa del l ibro quei1 recopila sus textos y reportajes no incluidos anter iormente en ning efiero a "un caminol intelectual", ttulo autobiogrfico. por otra parte.JS obras e inilo y la foto dn l ibro: me r

    lu dice?":N. O.. P ~ r a

    Las otras son: "cra explcita e n TER

    cmo lo dice?"; "para quin ?", etc. Las preguntas aparecen de mane-lee r el Facundo. 6s. As.. Claves pa ra todos, 2007.

    ' Y mientras e l exi liado no pued hiato entre el sujeto y el objeto, el cientfico se constituirjustamente salvaguardando esa e siempre puede ser tematizada en clave escptica -no hayconocimiento posible del real nc posible en lo real, slo pueden asirse las mediaciones. estoes. las representaciones; o en c .., que es la forma por excelencia de toda distancia. De todosmodos, si los escr itos de Tern pudieran entenderse como el pasa sin dramtica queexperime nta el exiliado entre el sujeto y el objeto. La poltica y La histoi y La patria. a la dis-tancia irnica o escptica en la que se coloca el historiador con su o1 pos en que los dio-ses han huido, entonces Tern hubiera sido no ms -ni menos- que un notable epgono de HalpernDonghi. que es e l maestro de La irona. Pero el cientfico Tern es un momento desplazado del exiliado.

    e su tu rar e ldistancia. quh a y sintesisIz,,.~~A,.&2 ,

    je de la esci'-a. el cuerpobjeto en tiem

    ' En TERN. O.. De utopas. catstrofes y esperanza. Un ca mino intelectual. Bs. As.. Siglo XX editores,2006. se renen un coniunto de entrevistas aue van mostran do bien el diagnstico cada vez ms som-brio que Tern ofrece ntina. an cuando ello en ningn momento suponga, lgi-camente. el rechazo a que regulan nuestra vida en comn desde 1983.

    de la demlos princil

    ocracia argel)os politicos

    O para decir lo de otru i i iuuu: ~ iu , l t r r l~lob e la dialct ica se han fupado? Si. oero hay un Tern que 357nos dice que es l quii s. Es posible esta fuga? I aqu.Argentina sigue acect esos tiempo, - r -No. si aun asn uga deiando. .en Mxico i

    ' TERN. O.. Para leer et racunoo. op. cir.. p. ~3''ver, tanto para as ideas de Tern sobre Ponce como para sus ideas sobre Maritegui, TERN,O ., ~ ~ ; b ~ lPonce: 'el marxismo sin nacin? Mxico. Cuadernos de Pasado y Presente, siglo MI editores, 1983;TERN. O.. Discutir Maritegui, Mxico. Sigio XXI editores. 1981 y TERN. O., E,, bu ologaargentina. op. cit. Sobre la figura de Alejandro Korn. tambie n este ltim o Libro, lsca de la ide

    naginario naHay. ciertamente. una novedad respecto a Los textos de Tern que indagaban el ir cional

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    de fin de siglo de los aos ochenta: la p regunta en to rno a l azo social. De ese modo, la idea de nacinno es ya nicamente el rostro detrs del cual acecha el "discurso de lo Mismo". sino una inquietudque a veces asoma con alguna legitimidad. an cuando Tern nunca dejar de evocar esta idea conmltiples sospechas." Las citas corresponden a TERN. O.. Vida inte lectu al en el Buenos Aires f in-de-siglo 11880-1910/.0s. As.. FCE. 2000. pp. 305-306." La expresin subrayada la encontramos en TERN, O.. -Las ideas y la crisis". op. cit.. p. 143"Ver TERN, O.. -El dest ino sudamericano de un moderno extremista" en Punto de Vista, ao 17. n.51. 1995.'' La expresin en bastardilla corresponde a O. Tern. Ver TERAN. O.. "Argentina: tocar lo intocable"e n Punto de Vista. nro. 28. noviembre de 1986.lb "Puesto que si la tragedia se desencadena con la h ybr is en tanto emprendimiento so brehumano quevlola las normas de la Polis o del Cosmos y que. como Edipo. junta todo aquello que no deba juntar-se. y a part ir de al l se despliega una ser ie de acontecimientos dramticos que slo a consum arse enuna larga cadena de desgracias puede culminar en el reestablecimiento del equil ibr io csmico osocial. es preciso preguntar p or lt ima vez lsubrayado nuestro1 a esos aos qu fue lo que all se"hibrido'. al juntar aque llo que no se debi juntarse". TERN. O.. Nuestros aos sesenta, Bs. As..Puntosur. 1991. No ser sta. sin embargo. la "lt ima vez" que Tern interrogar esos aos. Hay algoque resiste, tal como veremos." Este apartado.se sostiene sobre la dist incin entre e l hroe trgico, que es aquel que. quer iendoliberar a la Plis de las pestes que la asolan, transgrede sin embargo las leyes del cielo y de la t ierra,y e( poeta trgico quien. si bien reconoce e l carcte r excepcion al del hroe. oficia su sepultura a lextraer la enseanza de que slo con su muerte se recuperar el equil ibr io csmico. esto es. slo conella se repararn los actos provocados por la desm esura humana. La idea de que Tern narra la his-tor ia argentina reciente como si fuera "un poeta trgico" La encontramos en otra intervencin suge-rente de GONZLEZ.H., en: Los dias de la Comuna: Fi losofando a or i l las d el r io: Actas del CongresoNacional de Filosofa y Ciencias Sociales realizado en la Comuna de Puerto Gral. San Martn del 5 al8 de noviembre de 1986. Sin embargo, creo que Gonzlez no detecta las tensiones entre el poeta y losrestos del hroe trgico que seguirn hablando en la obra de Tern.la IERKEGAARD. S.. De la tragedia, Es. As.. Quadrata, 2004, p. 31 .

    358 ' )ve r - ~e ct ur a n dos t iempos'. en O. Tern. De utopas, catstrofes y esperanza. Un camino infelec-tual. op. cit . Es increble cmo Tern en este texto repr im e preguntarse. como mnimo. en qu anda-ban esos enamorados ese da soleado de domingo, esto es. si queran a Pern. si no lo queran. o sisimplemente la "inocencia" del amor los preservaba de esa caldera que era Argentina en esos aos.

    Me ref iero al f inal de -Cambios epocales. derechos humanos y memo ria" en: Tern. O.. De uicatstrofes y esperanza. Un camino intelectual. op. cit.. p. 193. Nunca le un texto en que de rrtan concluyente se pretenda sepultar -la palabr a no es excesiva- u n legado propio y generalOostoievsky. por otra parte. es el maestro de la autorreflexividad." O que. cuando balbucean lo que hicieron. no se les ocurre responder por tantos crmenes ccdos. Lo propio de nuestros lnquisidores es que no se hacen cargo, ni tampoco se arrepienten.

    !opas,lanerazional.

    f= NRO.