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La amenaza chola. La participación popular en las elecciones bolivianas, 1900-1930 1 Marta lrurozqui Victoriano " Pues basta un ligero análisis de la historia para saber que, aparte de la mediterraneidad de la nación, que es uno de los más grandes factores en contra de nuestro total desarrollo, son los gobernantes cholos, con su manera especial de ser y concebir el progreso quienes han retardado el movimiento de avance en la república, ya no únicamente bajo el aspecto institucional, sino también en sus factores económicos e industriales, de tan grande inf1ucncia en el mundo" (Arguedas 1922: 58). Terminada la Guerra Federal boliviana de 1899 con el triunfo del Partido Liberal frente al Conservador, se inició un periodo de debates políticos en el que la di scusión de lo nacional con ll evaba la discusión del problema indígena. El "qué hacer con el indio", tan repetido en la prensa y en los ensayos de la época, al encerrar una interrogante general sobre el diseño de Bolivia como nación, fue también un "qué hacer con el mestizo" 2 ; un qué hacer Este trabajo fue rea li zado gracias a un Proyecto l+D (SEC 930780 C02 02) financiado por el Minis - terio de Educación y Ci ene,ia español. 2 Se utilizan las categorías indio y mestizo-cholo no porque la complejidad social y étnica boliviana se reduzca a eUas, sino porque en los textos di sc ursivos empleados se usan tales términ os con la intención de presentar un universo polarizado entre lo popular y la elite, entre lo mesti zo e indio y lo blanco, entre lo erróneo y lo correcto, entre lo que destruye la nación y lo que la construye. Si bien lo indígena no admite variables y pertenece por completo en su calidad de campes in o al grupo subalterno, lo mestizo ¡xisee escalas que van desde el pequeño propietario rural al terrate ni ente que debe su status a los excesos e inestabilidad caudillista, de sde las autoridades locales, curas, corregi- dores, subprefectos, hasta el presid en te de la República, desde el pobre artesano al agitador político. Nº 2, diciembre 1995 357

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La amenaza chola. La participación popular en las

elecciones bolivianas, 1900-19301

Marta lrurozqui Victoriano

"Pues basta un ligero análisis de la historia para saber que, aparte de la mediterraneidad de la nación, que es uno de los más grandes factores en contra de nuestro total desarrollo, son los gobernantes cholos, con su manera especial de ser y concebir el progreso quienes han retardado el movimiento de avance en la república, ya no únicamente bajo el aspecto institucional, sino también en sus factores económicos e industriales, de tan grande inf1ucncia en el mundo" (Arguedas 1922: 58).

Terminada la Guerra Federal boliviana de 1899 con el triunfo del Partido Liberal frente al Conservador, se inició un periodo de debates políticos en el que la discusión de lo nacional conllevaba la discusión del problema indígena. El "qué hacer con el indio", tan repetido en la prensa y en los ensayos de la época, al encerrar una interrogante general sobre el diseño de Bolivia como nación, fue también un "qué hacer con el mestizo"2 ; un qué hacer

Este trabajo fue rea li zado gracias a un Proyecto l+D (SEC 930780 C02 02) financiado por el Minis­terio de Educación y Ciene,ia español.

2 Se utilizan las categorías indio y mestizo-cholo no porque la complejidad social y étnica boliviana se reduzca a eUas, sino porque en los textos di scursivos empleados se usan tales términos con la intención de presentar un universo polari zado entre lo popular y la elite, entre lo mestizo e indio y lo blanco, entre lo erróneo y lo correcto, entre lo que destruye la nación y lo que la construye. Si bien lo indígena no admite variables y pertenece por completo en su calidad de campes ino al grupo subalterno, lo mestizo ¡xisee escalas que van desde el pequeño propietario rural al terrateniente que debe su status a los excesos e inestabilidad caudillista, desde las autoridades locales, curas, corregi­dores, subprefec tos, hasta el presiden te de la República, desde el pobre artesano al agitador polí tico.

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con sectores populares urbanos agresivos y emergentes, con una población mayoritaria cuyas posibilidades de movilidad social y de definición de lo político y lo público amenazaban las tradicionales relaciones de poder.

Dado que el objetivo de este trabajo es ahondar en la comprensión de la lógica interna del comportamiento de la elite a través de los discursos literarios y políticos que generó sobre otros sectores sociales, ambas preguntas permiten poner de manifiesto cómo la discusión de la elite sobre la participación india y mestiza en la vida pública boliviana informaba más de sus divisiones y competencias internas, que del desenvolvimiento de dichas poblaciones. Se parte del presupuesto de que si bien la conversión del indígena en trabajador dócil y esfor.lado era uno de los objetivos fundamentales de la preocupación política por él, el problema del mestizaje y del destino, funciones y cualidades del mestizo era el tema que subyacía y articulaba el debate sobre qué hacer con el indio. La insistencia discursiva no sólo en la imagen contradictoria de éste como víctima y criminal, sino también en responsabilizar de ello a la población mestiza en su triple versión de autoridad, hacendado y cura, informa, primero, de cómo se buscó evitar la conversión del indio en mestizo y, segundo, del modo en que se trató de controlar la capacidad electord.l de éste a través de la invalidación de lo indio.

Es sobre este último aspecto sobre el que gira el presente estudio, interesado en reconstruir el imaginario colectivo de la elite a través de los miedos, resentimientos y des­precios dirigidos a los sectores populares. Bajo el principio de que no existen entre la elite diferencias partidarias ,sociales o profesionales y que las distinciones ideológicas informan sólo de un acceso diferenciado al poder, causante de las denuncias de fraude y abuso electoral por parte de la oposición política, en este texto se van a discutir tres cuestiones. Primero, el alcance de las presiones internacionales y los modelos políticos en la definición de elite de Bolivia como nación; segundo, las formas que emplea el grupo privilegiado para descalificar el voto mestizo; y, tercero, la utopía rural. Tales aspectos están trnbajados a partir de ensayos y novelas, escritos, entre 1900 y 1950, por autores que, a excepción de Carlos Medinacelli y Antonio Díaz Villamil, pertenecieron a la llamada "Generación de la Amargura". Su participación en la política boliviana, tanto en el gobierno como en la oposición, durante las tres primeras décadas del siglo XX, su interpretación de sí mismos como progresistas e incluso revolucionarios, y su cercanía o marginación respecto al poder hacen de sus opiniones políticas y sociales un reflejo de las preocupaciones de la elite en cuanto a clase, al igual que resultado de sus obsesiones concretas como individuos perteneciente a la elite intelectual. Dado que son autores con reflexiones y propuestas diferentes y contradictorias no sólo unos respectos a otros sino también respecto a sí mismos, en este artículo únicamente se recoge

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La dificultad de delimitar en lo mestizo lo que pertenece a la elite y lo que pertenece a lo popular, y el peligro de nivelación social que esto conlleva en un país lleno de contradicciones de identidad, hacen de esta categoría una expresión de los miedos y frustraciones de una sociedad acostumbrada a definirse por oposiciones jerárquicas. De esta manera aunque la elite participe de lo mestizo, tal palabra no está destinada a ella, sino que junto al término cholo se refiere al producto pebleyo de "las razas europea e india" o al "indio sin mezcla de sangre proviniente de otras razas, que adquiere costumbres de los blancos, viste como éstos y habla el castellano" (Paredes 1906: 177), "a las clases humildes, a la enorme masa de artesanos, obreros y demás gente que se dedica a trabajos manuales y otras muchas cosas útiles" (Pedregal 1924: 155).

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una síntesis de sus coincidencias; esto es, aquellos aspectos que les confieren una lógica de grupo y los unifican en un proyecto común. En este sentido, es conveniente resaltar el disgusto que todos ellos expresaron hacia la población mestiza-chola, o mejor dicho, su negación a que la construcción nacional boliviana se resolviese con una definición del país como mestizo, tal como ocurrió en otros lugares3 • Este desagrado discursivo por lo cholo, sintetizado en hacer culpable a esta población de todos los defectos y vicios bolivianos, no comenzó ni se cerró con ellos, pero sí adquirió a través de sus obras una legitimidad formal que fue refrendada por la opinión pública. La necesidad de resaltar la continuidad y vigencia del prejuicio anti-mestizo y sus vinculaciones con los tópicos del caudillismo y el militarismo explica la inclusión en el artículo tanto de las novelas de Medinacelli y de Díaz Villamil como de algunos de los ensayos póstumos de Rigoberto Paredes.

1. Una nacwn con condiciones

La elite boliviana vivía sometida a una doble exigencia referida al destino que quería darse a sí misma y a la necesidad de que Bolivia fuera reconocida como una nación moderna. Su desarrollo como clase dependía tanto de la competencia y reconocimiento entablado con las elites extrnnjeras, como de las cuotas de poder que alcanzase en su propio espacio. Por un lado, esa situación requería una construcción nacional independiente que reuniese todas las virtudes de civilización y progreso necesarias para formar parte de los países "adelanta­dos". Por otro, conllevaba una interpretación de su entorno y de las posibilidades de éste en función de "ideales europeos"4

, que, al no coincidir con el escenario étnico boliviano (Pa­redes 1965:107), atrnpaban a la elite en un conflicto de identidades, agudizado por las ba­rreras culturales. Si la realización de una nación representativa era beneficiosa para su propio desenvolvimiento grupal, la población de "indios" y "cholos" (Paredes 1965: 182) no lo era tanto, en la medida en que serían sus características rnciales las que definirían lo boliviano:

"Sin poder decir por eso que se haya roto la monotonía calmosa en que vegetan las sociedades bolivianas, ni haya cambiado tampoco el extrafio aspecto de sus ciudades, con su aglomernción de indígenas que al conservar sin merma sus trajes heredados del coloniaje, con pocas variantes, constituyen una singular sorpresa para los viajeros de otros paises, que retoman a sus lares llevando el convencimiento absoluto y cabal de

3 Durante el periodo estudiado, únicamente en el Departamento de Cochabamba se advierte un interés discursivo por alcanzar una definición de lo nacional a través de lo mestizo. Pero a juzgar por la novela Juan de La Rosa, de Nataniel Aguirre, que sirvió y sirve de ejemplo sustentador de tal idea, este esfuerlO encierra una ambición regional, un deseo de que el país se defina por una única identidad, la cochabarnbina. En este sentido, el regionalismo cochabambino combatiría la hegemonía paccña mediante una exaltación del mestizaje, única vía de solución de lo nacional , y, por tanto, inevitable canrino de reconocimiento del derecho del Departamento de Cochabarnba a su independen­cia económica y política (Gotkowitz 1994).

4 Este gusto por modelos aparentemente foráneos no fue un fenómeno de dependencia cultural ni de imitación, se trataba de una reivindicación a la que las elites criollas tenían derecho legítimo por origen y por educación.

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que el elemento indígena es el que todavía predomina en las urbes bolivianas en este siglo trágicamente ilustrado con la guerra" (Arguedas 1922: 556).

"Desarticulados de la civilización, sin ser salvajes ni propiamente siervos, los indios, cuyo número pasa de un millón, constituyen en la República casi un peso muerto, dándonos el tipo de "población indígena" que es como se conoce a Bolivia en el extranjero" (Salmón Ballivián 1926: 148).

"Siente repugnancia por nuestro país. Me lo ha dicho a gritos y con tremenda fran­queza y con una cólera incontenible: ¡preferiría ahogar a mi hijo en el vientre antes de que nazca en esta miserable tierra de indios!" (Díaz Villamil 1967: 187).

El disgusto por esa imagen llevó a la elite a negar o a posponer sus posibilidades nacionales (Paredes 1906: 236-37). No podía ser reconocida como perteneciente a un país indígena, porque eso la igualaría a una población que consideraba inferior (Arguedas 1922: 55), desapareciendo, por consiguiente, la lógica de sus privilegios y descendiendo jerárquicamente respecto a otras elites nacionales, para las que serían simplemente advene­dizos enriquecidos o clases altas de segunda categoría. Era, por tanto, prioritario demostrar que Bolivia no era una nación de indios para impedir que fuese reconocida en el exterior a través de éstos y para reafirmar la validez de la elite boliviana frente a sus homónimas. Para ello, era básico que el grupo privilegiado encontrase alguna solución (Paredes 1906: 124) que homogeneizara étnicamente Bolivia hasta convertirla en un país a su medida y gusto, que pudiese ser visto en el exterior tal como ese grupo consideraba que era la forma correcta de ser visto, interpretado y aceptado. Entre tanto cualquier acto sospechoso de barbarie o atraso sería responsabilidad de esa masa salvaje e inferior que obstaculizaba el desenvolvimiento nacional del país (Paredes 1906: 192-193), impidiendo a la minoría culta y blanca hacerse cargo de éste e incluso obligándola a desentenderse de la vida política.

A su vez, esa actitud abocada a lo occidental entraba en contradicción con el imperati­vo de que Bolivia demostrase su independencia colonial, su originalidad e integridad nacionales a partir de lo que no fuera europeo, esto es, a partir de sus antecedentes indígenas. Como la "superioridad racial sólo se (iba) formando a base de tradición" (Saavedra 1901), y ésta provenía irremediablemente del pasado, la solución a tal dilema estuvo en el culto de la grandeza legendaria y ya perdida de quechuas y aymaras, que se combinó perfectamenta­mente con la subestimación del indio real, degenerado culturalmente por la presencia espa­ñola y del que sólo se podían heredar taras (Méndez 1993). La mitificación de los antepa­sados incas justificó que en el medio literario se rechazara el exotismo extranjero y se abogase por el rescate de "las cosas de la propia tierra, de nuestro carácter, paisaje, costumbres y modos de vida"5 , al tiempo que se suscribían las opiniones de Alberdi acerca de que difícilmente se podía "realizar la república representativa, es decir, el gobierno de la sensatez, de la calma, de la disciplina, por hábito y virtud más que por ocasión, de la abnegación y del desinterés", si no se alteraba "profundamente la masa o pasta de que se compone nuestro

5 Carta de Alcides Arguedas a Gabriela Mistral, Alta Mar, 10 de julio de 1922 (Arguedas 1979: 289).

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pueblo-americano" (Arguedas 1922: 510-511). Asimismo, la defensa de lo "propiamente boliviano" encerraba también una posible referencia a la conflictiva situación de Bolivia frente a otras naciones vecinas y a las sucesivas pérdidas territoriales que había tenido frente a éstas en guerras como la del Pacífico (1879-1881) y del Acre (1903).

Entre las razones que los intelectuales y políticos bolivianos expusieron para explicar el retraso nacional de Bolivia destacan cuatro aspectos interrelacionados: la ausencia de cultura política de la población, el abuso indiscriminado de los indígenas por parte de los mestizos, el excesivo localismo y la persistencia del caudillismo. El primero de ellos resume el principal argumento dado por la elite para retrasar la extensión del estatuto de ciudadano a aquella población que ésta consideraba no apta para ser presentada junto a ella como nacional . La definición de Bolivia como una república democrática implicaba no sólo que el candidato ganador en las elecciones accedía al poder asumiendo la representación del pueblo6,

depositario legítimo de la hegemonía, sino que a los individuos que componían ese pueblo tenía que considerárseles ciudadanos. La necesidad de disminuir el peligro que conllevaba la admisión de la voluntad popular, a través de la generali:zación de la ciudadanía, llevó a la elite a declarar la inmadurez política de gran parte de la población boliviana, a la que era necesario tutelar para que en un futuro se conviniera en un pueblo digno de ejercer la soberanía.

"Para reaccionamos y vivir como naciones civilizadas, necesitamos reformar nuestra civilización exótica, estudiar nuestras provincias, compenetrarnos de la idiosincracia del país, a comprender de él mismo sus necesidades y el modo como estima que podría satisfacerse; sólo a<;í combatiremos con éxito las fatalidades de la geografía y la raza, que impiden nuestro progreso y que nos ponen a un nivel muy bajo de las naciones vecinas, con quienes comenzamos la carrera de la civilización y la historia y que ahora nos llevan gmn ventaja" (Paredes 1906: 159-160).

Si bien era a través del progreso económico y de la educación moderna como dicha población iba a acceder a la calidad de ciudadanos (Irurozqui 1992: 195-196), había que ser muy cautelosos con el modo en que tales medidas se iban a desarrollar. Admitida la ineficacia de la instrucción pública vigente en la creación de un sentimiento nacional (Paredes 1956: 124-25), un nuevo e incorrecto uso de las escuelas indígenas podría traer peores consecuen­cias. En lugar de ayudar a que los grupos subalternos asumieran pacíficamente el papel que la elite les destinaba en su construcción grupal y nacional, esto es, el de trabajadores útiles y esforzados desinteresados de los avatares de la vida política, estas instituciones podrían hacerlos adquirir conciencia de su situación y del alcance de sus derechos de participación y representación públicas. La democratización cultural no sólo dejaría a los indios a merced de demagogos, sino que inculcaría en ellos impulsos de rebeldía que se traducirían en sublevaciones contra la mancomunidad criolla-mestiza, con la consiguiente subversión del orden vigente hasta entonces:

6 Respecto al contenido ambiguo, variable y confuso de este término vease "El pueblo soberano: incertidumbres y coyunturas del siglo XIX" en Fram¡:ois-Xavier Guerra, Modernidad e independen­cias. Ensayos sobre las revoluciones hispanas, (México: MAFRE-FCE, 1992), 351-381 y México: Del antiguo régimen a la revolución (México: FCE, 1991).

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"Si tal ocurre hoy, ¿qué sucederá mañana cuando el indio preñado de odios y vengan­zas contra el blanco y el mestizo, asimile y se apodere a medias de la cultura y civilización de éstos? ... " (Paredes 1956: 97).

Había entonces que educar y reformar pero bajo criterios minuciosos que mantuvieran la confusión entre el concepto de pueblo depositario de la hegemonía y de pueblo como conjunto concreto de sujetos que va a ejercer el poder. A la espera de que la población se transformara en pueblo, la democracia consistiría en el gobierno de una minoría que gozaba de la representación del pueblo futuro (Guerra 1992: 380). Pero para que esa dirección fuese legítima era imprescindible explicar las causas que imposibilitaban la participación de todos los habitantes del país en la vida pública, esto es, las razones que hacían del indio y del cholo factores de retroceso nacional.

A través de la prensa, las novelas, los ensayos y los discursos parlamentarios, los intelectuales y políticos dijeron que después de la Guerra de la Independencia, los abusos de las autoridades mestizas y el empleo del alcohol y de la coca provocaron la miseria y despoblación en las provincias, víctimas de "la anarquía y la guerra civil, y, por último, del militarismo" (Paredes 1956: 119, 115 y 130). La leva de hombres, las contribuciones forzosas, las dilapidaciones, las vociferaciones de los charlatanes y traficantes políticos enviciaron los hábitos de los provincianos, bastardeando su carácter y haciéndoles "malos y holgazanes". Esto tuvo varios resultados. Por una parte, los principales vecinos, "las familias acaudaladas y las personas inteligentes", emigraron a las ciudades "seguras de tener en ellas posición social espectable, comodidades y porvenir sus descendientes" (Paredes 1906: 80), quedando en el lugar "los peores elementos sociales" que hacían desaparecer de "los pueblos las garantías individuales" y obligaban a la juventud a militar y aniquilarse en "los ejércitos banderizados" (Paredes 1956: 182). Para colmo, la inmigración de europeos cesó también con la Independencia de las colonias, sin que sus pobladores pudieran ser sustituidos por "ninguna olla raz.a superior" (Paredes 1956: 80), dejando a las provincias y a los cantones "esquilmados y reducidos a familias pobres, de escasa o ninguna instrucción", presa fácil "de rencillas mezquinas que algunas veces se desencadenan en hechos sangrientos" (Paredes 1906: 81). Por otra parte, los adelantos introducidos por los españoles en la labranza del suelo no se desarrollaron, con el agravante de que la tranquilidad de que disfrutaban los campesinos durante la colonia desapareció con las levas y las exacciones de que eran objeto, "cuando los cuerpos del ejército pasaban por sus lares, obligándoles a satisfacer esa contribución forzosa y gratuita de víveres, conocida por el nombre de ramas". Como consecuencia de ello, los indios "quedaban quebrantados en sus intereses y distraídos de sus ocupaciones habituales" y los dueños de haciendas más preocupados "de la política que de atender sus propiedades" (Paredes 1956: 199-200).

Esto provocó que el número de colonos disminuyera en casi todos los fundos rústicos debido a su inmigración constante a la ciudad, "donde encuentran abundante trabajo, fácil y lucrativo, sin las contingencias ofrecidas por los años escasos y las fiebres palúdicas". Además, como el ganado correspondiente a los ex-comunarios había sufrido una notable disminución, "causada por las enfermedades y por las exacciones ejecutadas por las autoridades subalternas que ejercen mando en las jurisdicciones donde viven, las cuales persiguen con demasiada insistencia a los indios para que les vendan vacas, corderos y otras especies a precios ínfimos

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o les arrebaten sin retribuirles su valor", los terrenos que componían las fincas del Altiplano estaban esterilizados por la ausencia del estiércol del ganado comunal (Paredes 1911: 139). En cuanto a lo segundo, a la actitud displicente de los hacendados tradicionales, ésta hizo que "la ra71l mestiza que ha sucedido a esos laboriosos y emprendedores propietarios" descuidara y abandonase al aborigen el laboreo de la tierra (Paredes 1911: 205), al que tampoco se podía atribuir todo el "estado de atrnso o estacionario de la agricultura" acusándolo de ser "refrac­tario a todo progreso" (Paredes 1956: 205), sobre todo porque los nuevos hacendados mestizos habían dejado que se apoderase de él un espíritu de indolencia, al impedirle que se enriqueciera o que obtuviera "frutos abundantísimos, sin pensar en quitarle sus terrenos labrantíos, fértiles o arrebatarles sus cosechas a precios ínfimos" (Paredes 1911: 134).

A la despoblación de las provincias se añade otro impedimento para el desarrollo nacional: el sentimiento localista de la población boliviana. La mayor parte de los pueblos que componían la provincia se encontraban divididos en bandos, que se odiaban encarnizadamente (Paredes 1906: 83), debido a que sus habitantes, en su mayoría mestizos, habían heredado "los sentimientos de exclusivismo localista, obsecados y estrechos" que dominaban al indio. Este poseía "un profundo sentimiento localista, un intenso apego al terruño", que excluía "en su entendimiento la solidaridad nacional y en su corazón el cariño a la patria grande", impidiéndole entender la Constitución Política del Estado y darse "cuenta que pertenece a la República de Bolivia" (Paredes 1956: 106-107). Como "el amor prehistórico al ayllu con todos sus exclusivismos y caracteres particulares" reaparecía "en el egoísmo departamental dominante", la "triste condición que fisonomiza al Estado boliviano" sólo podía cambiar renovando a los "elementos étnicos", esto es, a través de "la inmigración, en mayor escala, de raws, que al mezclarse con las nuestms, ahogarán seguramente tales egoísmos e irán poco a poco infundiendo en el alma boliviana sentimientos de verdadero nacionalismo" (Paredes 1956: 109).

En resumen, a nivel discursivo se concluyó que el militarismo7, entendido como

caudillismo, favoreció el renacimiento del regionalismo, a la vez que generó "malos mesti­zos" que, con sus abusos, obligaban tanto a los vecinos acaudalados de las provincias, como a los indios a desatender sus obligaciones agrarias y a emigrar a la ciudad. El campo se despoblaba de hacendados capaces y de laboriosa mano de obra, reduciéndose la riqueza agraria del país y las posibilidades de progreso de éste. En contrapartida, en la ciudad crecía la población chola, originada por la inmigración india, que por su falta de instrucción era una víctima fácil de los demagogos. Estos, ansiosos de acceder al poder, buscaban utilizarla como clientela en sus pleitos políticos. Por ello, la hacían creer "fuente pura de todas las virtudes y abnegaciones", "despenando en ella la vaga noción de su valor como unidad y el concepto confuso todavía de su fuerza" (Arguedas 1922: 52 y 512), con lo que era arrastrada "a la fácil concepción de un igualitarismo bárbaro, difundido por todos los demagogos verbosos y sin disciplina según la cual un albañil o un carretonero rústico valen o representan idénticas

7 En la Fiesta de Santiago en la Provincia de Laja, pasada la procesión, los concurrentes disfrazados de militares, se dirigen a diversas rancherías indígenas a merodear y cometer violencias, autorizados por los perjudicados que, conocedores de estas costumbres, les esperan con viandas. Cuando alguien les pregunta porqué aceptan esas rapiñas responden: "son militares, si no abusasen y robasen no serían tales" (Paredes 1955 : 173).

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fuerL.as que un inventor, un sabio o un estudioso" (Arguedas 1922: 512, 52 y 53). El resultado era la aparición "de un populacho ignorante" que deseaba "hartarse con el robo de los bienes de los que se decían superiores" (Arguedas 1903: 129) y que carecía de grandes preocupa­ciones ideales, al estar sólo interesados en alcanzar "brillo social, figuración política y a la ostentación de títulos o riquezas". A pesar de esas taras, el cholo tenía la característica de rechazar toda imposición ilegal de las autoridades, pero "los gobernantes, lejos de cultivar esas buenas cualidades y encausarlas en un sentido que sea beneficioso para el país, hacen esfuerzos para ahogarlas y envilecer a los que las poseen"; de ahí que un mal caudillo hiciera "más daño al país que una epidemia mortífera, porque si ésta ataca a los cuerpos, hace aquel estragos en el alma de los ciudadanos. La corrupción del pueblo boliviano se debe a sus caudillos" (Arguedas 1922: 52, 188-189).

De lo anterior se desprende que la elite percibía lo popular como un universo inquie­tante y amenazador habitado por indios y cholos. Los primeros eran objeto de innumerables abusos que, a la larga, los incapacitaban para desenvolverse como ciudadanos, a no ser que fueran tutelados por la mancomunidad criolla-mestiza, que a través de la reforma educativa pretendía devolverles la humanidad y salvarles del estado de barbarie en que se encontraban. Como los largos períodos de dominación habían doblegado su carácter, "amortiguando las luces de su inteligencia, educándolo sólo para trabajos mecánicos, labores agrícolas y pastoriles" (Paredes 1906: 77), la regeneración del indígena debía centrarse en el rescate de sus virtudes laborales:

"En Bolivia, si el indio desapareciera, no podría ser reemplazado. En efecto, él está admirablemente adaptado a las elevadas tierras del altiplano y se entrega a los duros trabajos agrícolas sin mostrarse molestado por la rarefacción del aire, lo que no sucede con el europeo. Este vive muy bien en las ciudades de grandes altitudes, pero con la condición de morigerar en él algo de sus actividades naturales. La oxigenación es más lenta y, por consiguiente, en un trabajo igual el cordZón debe hacer un esfuerzo mucho más considerable. El europeo que duerme siete horas en su país de origen, tiene necesidad de nueve a diez horas de sueño en el altiplano. Se concibe, pues, fácilmente que estas necesidades no cuadren bien con los gastos enormes de energía que debe desplegar el agricultor, resultando de aquí, necesariamente que el campesino europeo no irá a instalarse en el altiplano para dedicarse al trabajo de la tierra y que el indio desde luego deviene indispensable" (Paredes 1906: 120-21).

La educación del indio se convertía, así, en un bien general y en una necesidad para la colectividad, ya que sin trabajadores dóciles y esforzados difícilmente se iba a crear riqueza nacional. De ahí que se dijera que la verdadera y única profesión del indio era y debería ser la agricultura y que su educación tenía que girar alrededor de ésta, sólo de este modo "se convertiría muy pronto en fuerza viva, engrandeciéndose la nación de una manera pasmosa, dejando de ser lo que es hoy, una riqueza negativa" (Salmón Ballivián 1926: 134, 148 y 173). El objetivo era, entonces, evitar los males que obligaban al indio a trasladarse a la ciudad, esto es, impedir los abusos de las autoridades provinciales, la conversión del indio en soldado y el mal ejemplo que le proporcionaba el mestizo. Sin embargo, a pesar de la exaltación de

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"las admirables condiciones de sus costumbres, de su naturaleza física y moral , que hacen de él uno de los factores humanos más ricos y considerables que puede ofrecer la historia" (Tamayo 1986: 163), el indio era el principal responsable del alraSO boliviano. A consecuen­cia de la ubicación geográfica de Bolivia, el elemento étnico no se renovó, de manera que "los elementos dominantes de la raza, indios y cholos fueron desalojando paulatinamente, y no obstante los prejuicios de casta de las clases superiores, la poca sangre europea que quedó en los comienzos del siglo" (Arguedas 1988: 81). Al no existir renovación en los grupos étnicos componentes del país éstos habían ido descendiendo en grado cullural, de tal manera que se podía afirmar que el origen del fracaso nacional y económico de Bolivia, o mejor, de su retardada conformación y de sus dificultades en el mercado internacional, residía en la presencia india. En la medida que se estableció un intercambio con la raza blanca, el indio la degeneró (Paredes 1992: 57). Se expandió el espíritu sumiso y avasallable de las "turbas" indígenas, incapaces de guiar por sí mismas sus propias deseos, y Lodo se fue "acholando, aplebeyándose, ordinarizándose como Lodo se achola y se ordinariza en Bolivia desde hace muchos lustros, o desde la colonia, en suma, pues, repito igualmente, es el mestizaje el fenómeno más visible en Bolivia, el más avasallador y el único que explica racionalmente y de manera satisfactoria su actual retroceso" (Arguedas 1988: 328 y 377).

Esta condena final del mestizo en su múltiples versiones de pequeflo propietario, hacendado y autoridad local que abusa del indio, de indígena que se traslada a la ciudad y se hace cholo, de cholo víctima de los demagogos urbanos, de demagogo y de mal caudillo posibilita que el interrogante sobre qué hacer con el indio se convierta finalmente en qué hacer con el mestizo. El indio era un problema porque daba una imagen equivocada a Bolivia y porque generaba mestizos, pero resultaba imprescindible como trabajador, de ahí que sufriese críticas y alabanzas contradictorias. Mientras no emigrase y permaneciera en su lugar, esto es, trabajando, sería tolerado e incluso objeto de proyectos de integración nacional. En contrapanida, la variedad de representaciones del mestizo hacían de éste un elemento de inestabilidad social, al que no tenía sentido ni ubicar ni tutelar, porque su calidad de no indio le daba acceso a los privilegios públicos. Como masa electoral necesaria tenía la capacidad tanto de ayudar a una facción de la elite a subir al poder, como de acceder él mismo a éste. Ese poder tanto de legitimar un resultado electoral, como de confirmar con ello que Bolivia era un país escrupulosamente democrático hacía que la elile dependiera de su participación para continuar como grupo privilegiado y para definir su hegemonía interna Pero como esa actuación tenía dos direcciones, una que refrendaba el poder oligárquico, y otra que subra­yaba la presencia popular activa en la vida pública, la elite se vio obligada a encontrar mecanismos de control y de invalidación de la participación mestiza8 • Esto se tradujo en una conduela de exclusión pública encubierta que a la larga perjudicó a la elite, atrapada entre las fórmulas de la política moderna y su negación a reconocer los derechos reales que les compctian a los grupos subalternos en la democracia por ellos querida. Veamos cómo esa confusión de ideas y términos apareció en la contienda partidaria.

8 "Es preciso pensar en mecanismos como este u otro análogo, para evitar reformas violentas en las que intervenga la fuerza militar o la oblicuidad de la fuerza bruta popular; recurso que en nuestro concepto no haría sino producir mayores transtomos perj udicando aún más nuestro pres tigio ante el mundo ci­vi li 7ado que hace ti empo nos contempla con irritante mirada de piedad" (Salmón Ba1 li vián 1926: 22).

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2. Los malos electores

La imposibilidad de prescindir de la participación electoral y clientelar del mestizo llevó a la elite boliviana a responsabilizarlo de los problemas que su propia competencia interna generaba9• En los discursos que desarrollaron en medios académicos, el mal funcio­namiento del régimen de partidos políticos era resultado de la continuidad de las prácticas caudillistas, sostenidas gracias a la ignorancia, sentimentalismo, audacia y fanatismo de los "cholos"10• Estos, en sus ansias de mejora social, ofrecían su apoyo a cualquiera que los embriagara con "los humos capciosos de ideas, que ni nosotros (la elite) comprendemos bien pero que las sabemos utilizar óptimamente; democracia, igualdad, socialismo, sufragio, que son para ellos más perjudiciales que el aguardiente y la chicha" (Pedregal 1924: 162). El descontento con el sistema político se manifestaba, entonces, mediante dos críticas. Una estaba dirigida a la incapacidad de los electores, y la otra destinada al "núcleo diminuto de gente blanca que dominando por rasgos morales ambas castas y en la cumbre de la jerarquía social, se muestra hoy capaz, activa y sobresaliente, tal como se presenta en los medios de donde se procede" (Arguedas 1922: 58). Este grupo era culpable del atraso boliviano en la medida en que con "su ineptitud, negligencia y gandulería" había permitido "la abundancia desproporcionada del elemento mestizo y el predominio pernicioso de la plebe". Esa acción les convertía a ellos11 y a los demagogos blancos, que distraían a los mestizos de sus acti­vidades manuales, en "cholos más inútiles que todos los cholos" (Pedregal 1924: 174). Con

9 En la Constitución política de Bolivia de 1880 vigente hasta la Constitución de 1936 figura: "De la ciudadanía Art. 33 . Para ser ciudadano (luego para votar)se requiere: 1. Ser boliviano. 2. Tener 21 años soltero, y 18 casado. 3. Saber leer y escribir y tener propiedad inmueble o una renta anual de 200 bolivianos que no provenga de servicios prestados en clase de doméstico. 4. Estar inscrito en el Registro Cívico" (Trigo 1958).

10 "Las muchedumbres electorales son organizadas por el gobierno que con su poderosa influencia reúne · a su rededor numerosos partidarios que apoyen su política y acepten sus imposiciones, o por agita­dores particulares que logran sugestionar a algunas personas que se convierten en sus admiradores y panegiristas, y unidos a los descontentos del régimen imperante forman grupos que, a medida que dan crédito a las promesas seductoras de aquellos, crecen en número y poder, los proclaman candidatos y después los convierten en caudillos ( ... ). El ciudadano elector, al menos el de la clase indígena y mestiza, manifiesta invencible preferencia por los candidatos adocenados y de ningún valor intrínseco, pero que participan de los vicios y tendencias estrechas que le caracterizan y lo confunden con él. Al elector le agrada embriagarse y ser comprado por el elegido. La muchedumbre odia por instinto natural a los hombres notables por su talento y honradez que no se mezclan con ella, que no está a su nivel, y cuando los acepta, lo hace mediante influencias agenas, no nacidas de la colectividad por impulso propio; tales son las influencias electorales" (Paredes 1992: 37 y 40).

11 "Además, una gran porción de personas conscientes que no se mezclan en política, permaneciendo indiferentes al triunfo, o la de derrota de los candidatos, cualesquiera que fuesen sus méritos o defectos; porción compuesta por industriales engreídos por la fortuna, por médicos, abogados y artistas pagados de su suficiencia, que creen en su fatuidad descender de su alto rango al tomar parte en las luchas electorales, o en siquiera clasificarse de ciudadanos. Esa masa social de vanos y egoístas, es la que facilita la exaltación de los políticos mediocres, verdaderos simuladores del talento, que llegan a gobernar el país sin control, cuando ella con sólo asumir actitud política pudo desvirtuar los planes de éstos, contrariar sus aspiraciones e imponer a la república una administración honrada y progresista .. De la prescindencia de los unos y de la alucinación y apoyo de los otros surge el predominio de los malos elementos sociales" (Paredes 1992: 38-39).

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esa clasificación, los errores políticos no Lenían un carácter institucional sino personal, que afectaba a Lodos aquellos que favorecían el ascenso popular. Pero, aunque en principio LOdos ernn culpables, la actitud de la mancomunidad criolla-mestiza recibía un trato más benévolo, ya que, dada la miseria mornl y física de la plebe boliviana, se comprendían sus escrúpulos y desinterés a participar en política.

Por supuesto, esto sólo ocurría a nivel de discurso. La vida política real pertenecía a la elite, que utilizaba la presencia popular tanto para resolver su restructuración interna, como para adjudicarle las equivocaciones políticas a nivel nacional que se desligasen de ese pro­ceso. A través de "la insensatez y bajos instintos de la plebe", la oligarquía justificaba la necesaria y sana exclusión de ésta de la vida pública y el olvido de sus reivindicaciones sociales12• Además, la apreciación negativa de las actitudes colectivas de la población chola demostraba cómo en Bolivia la raza desvirtuaba la democrncia, impidiendo que esa vía política fuera la más adecuada para la modernización de un país, que requería ideologías más restringidas para acceder al progreso y la civilización:

"Es en mi concepto menos absurdo que pretender que la democracia y sus aditamen­tos puedan dar resultados donde no se los comprende( ... ). Se le da el nombre de Cosa Pública, interés nacional, derecho ciudadano, deber cívico y otros cien más, igualmen­te inintclegibles y aparatosos. Todo el mundo tiene que sufrngar bajo pena de no sé qué, pero ¿por quién? Por el que le conviene al cacique, al subprefecto o por el que mediante la módica suma de cinco pesos, cuatro reales y una botella de aguardiente y cuatro mentiras almibaradas, pasa a ser el propietario de su conciencia ciudadana, de su deber cívico, de su derecho democrático, de su soberanía y de cuanto en nombre de la democracia posee con título inalienable e imprescriptible" (Pedregal 1924: 164).

Si Bolivia no se gobernaba por sus instituciones, ni se mantenía por la justicia, porque en ella todo se desvirtuaba y destruía "por el abuso de los gobernantes o de los partidos políticos y por la pasividad del pueblo en aceptar esas prácticas deformes, era porque el país "en su raza, en su cultura, en sus instituciones, en sus costumbres" continuaba siendo "un Estado en vías de formación". Y como tal debía esperar a que la "mezcla de razas diferentes con la cultura embrionaria" diera lugar al tipo de boliviano definitivo" (Paredes 1992: 96-97). Mientrds esto ocurría, los modelos políticos internacionales quedarían en suspenso sin que ello significase la inferioridad de Bolivia, que tenía que encontrar en sus propias característi­cas la solución nacional. Al mismo tiempo, la elite quedaba disculpada del subdesarrollo del país, porque sus actos apenas tenían relevancia en un territorio dominado por herencias y pasiones raciales.

12 "Los pueblos tienen vicios políticos arraigados que no los destruyen agitaciones aisladas, y el nues tro se encuentra embrutecido por servil y rapaz proselitismo, e imposibilitado para comprender los principios republicanos y practicarlos por propia y perseverante voluntad. ¿Ni cómo suponer que tales principios tengan cabida en el cerebro embotado de la gran masa de labriegos y menestrales, que constituye las tres cuartas partes de la población, y la que yace en un estado de ignorancia, pasividad y atonía intelectual análoga al imbécil?" (Paredes 1992: 134).

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En la práctica, tales razonamientos no redujeron la presencia popular en las eleccio­nes, porque era básica para la definición interna de la elite; lo que sí hicieron fue que los sectores subalternos interiori7.a.ran su supuesta incapacidad pública, que vieran la política como un asunto de otros, un juego de intennediaciones sobre el que no debían opinar y que se acostumbraran a entender el sufragio como un proceso adulterado de compra-venta. En este sentido, las clientelas no fueron fruto de la presión popular por obtener participación política (Guerra 1994: 35), sino expresión de la voluntad de la elite que encontró en esa fónnula corporativa una manera de obtener y refrendar su legitimidad nacional y un modo de obligar a los sectores populares a una participación pública no representativa. Eso retrasó la toma de conciencia de su responsabilidad nacional y de sus derechos de representación y participación, enviciando muchas de sus posteriores prácticas públicas. Con estas afirmaciones no se niega que existiese una relación de reciprocidad entre el patrón y el cliente en la que la fidelidad del segundo al primero le garantizaba protección. A través de ella no sólo se podían lograr mejoras económicas individuales, posibilidades de promoción social por medio de un puesto en la administración o en el ejército y ayuda para obtener decisiones favorables por parte de una burocracia débil y de una justicia a menudo corrupta, sino que también los beneficios extraídos de las prebendas anteriores pennitian al cliente establecer su propia red de clientelas e influencias. Pero la existencia de prestaciones y contraprestaciones no significaba que los derechos y deberes que poseían tanto el patrón como el cliente fueran iguales ni equivalentes, ya que dependían de la posición de autoridad que uno tenía frente al otro y que se fortalecía en una sola dirección por el mismo hecho de admitir la relación patrón-cliente. Este tipo de prácticas no se reducía a un universo concreto sino que penneaba todos los estmtos de la sociedad boliviana conviniéndose en un estilo de vida y conducta, en el que todos eran dispensadores de prebendas y solicitantes de tales; lo que significaba también que aquellos que las concediesen fueran interiorizados como personas a las que se las debía tanto deferencia, lealtad y obediencia Esa acción reforzó aún más un sistema social basado en relaciones familiares e interpersonales y, por tanto, la lógica de una estructura social jerarqui­zada y discriminatoria muy difícil de quebrar debido a que este sistema trabajaba para todos, a pesar de que lo hiciera a distintos niveles. Se trataba de un sistema organizador y ubicador de la población y de sus aspiraciones que intercambiaba beneficios por obediencia y recocimiento de autoridad, y en el que los lazos entre los líderes y sus seguidores reducían las tensiones sociales entre los que tenían y no tenían, con lo que era posible contener la demanda de justicia social.

Veamos más despacio el ejercicio de las elecciones a través de varias novelas que recogen el enfrentamiento entre conservadores y liberales durante el periodo de 1880 y 1920 y entre liberales y republicanos en la etapa de 1921 y 1926. La idea-eje es la amenaza política ejercida por la población "chola" que, a causa de sus malos hábitos y herencias, desvirtuó el sistema partidario impidiendo que fuera un canal adecuado para la modernización nacional. Detrás de esa reiteración de la corrupción mestiza subyace la dinámica de ascenso y descenso interna de la elite, su posible regeneración a partir de sectores pertenecientes a estratos sociales considerados tradicionalmente marginales y ajenos a la cosa pública, la resistencia a ese proceso y la farsa política e ideológica que se desligaba de él.

En 1907, en Política Parlamentaria de Bolivia, Manuel Rigoberto Paredes desarrolló un análisis sociopolítico del sistema electoral de los liberales ( 1900-1921) con el que cues-

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tionó la estructura de poder y fundamentos institucionales del liberalismo. Los aspectos en los que se centró para censurar las prácticas del gobierno fueron la naturaleza de los candida­tos y el tipo de participación desarrollada por los votantes en las urnas. Al igual que en otras realidades amerirnna<; y europeas, los primeros solían ser abogados y médicos sin clientela, jóvenes que recién habían terminado sus estudios, políticos de profesión, industriales ansiosos de prestigio, en general "los vanos y los desocupados" que casi nunca estaban cualificados "para las labores legislativas". A causa de la inmoralidad política que caracterizaba al régimen parlamentario, los "hombres de talento que deseaban lealmente servir a su patria" apenas participaban en política, quedando ésta en manos de los elementos más mediocres, a los que les gustaba "ser autoridad en cualquier jerarquía que fuese, con tal de darse importancia, tener subordinados a quienes ordenar, y poder aprovechar de su puesto para realizar negociaciones no permitidas por la ley". Esto resultaba aún más evidente en las provincias donde el diri­gente era "por lo común audaz, abusivo y exento de toda noción de moralidad, falto casi siempre de consecuencia con sus más jurados compromisos", a quien tan pronto se le veía "ofreciéndose a un candidato, de igual manera que a su contrario", sin importarle "poco o nada aquellos asuntos de palpable interés general". Estos caciques, que sólo buscaban en la política un medio de encubrir sus maldades, sus robos y crímenes, terminaban siendo "los ganadores de elecciones, los secuestradores de la voluntad popular". Y todo bajo el visto bueno del partido gobernante que se servía de ellos para perpetuarse en el poder falsificando el sufragio y corrompiendo el sistema representativo (Paredes 1992: 47-49).

En cuanto a los electores se dividían en tres grupos, uno culto que se abstenía de ir a sufragar, otro lleno de resentidos sociales, arribistas muy activos y un tercero, compuesto por los sectores subalternos, incapaces de asimilar conceptos como los de patria, progreso y libertad. El resultado cm el dominio de electores inconscientes, dirigidos y arrastrados "por mangoneadores, que a veces los sacrifican sin remordimiento después de haberlos corrom­pido con el cohecho, que en verdad es el gran recurso, empleado siempre con éxito para atraer electores, al menos de aquellos que forman el proletariado de levita y las clases bajas de la sociedad". Esto ocurría porque en "las muchedumbres se encuentran individuos que apenas saben escribir su nombre y deletrear pocas palabras, los cuales no pueden ser considerados sino como analfabetos; los otros son tan tímidos y tan serviles que es imposible que se desenvuelvan lejos del tutelaje de los fuertes o de las autoridades( ... ). También tienen cabida los delincuentes, ocupando muchos de ellos lugares espectables, los hombres de mala conducta, las gentes sin profesión; en fin, todos esos componentes que han sacudido el freno de las leyes y de los sentimientos morales y que forman el fango social". La ignorancia e inmora­lidad de la "multitud electoral" contribuía a perpetuar la conducta corrupta de los políticos, que aprovechaban las camcterísticas caudillistas y serviles de sus seguidores para hacerlos "cometer actos crueles en los días de elecciones o cuando hay asonada o motín", sin que importe que con ello se violase la ley o se atropellara los derechos individuales de los electores. Es decir, el régimen de la democracia parlamentaria sólo servía para el encumbra­miento de los inferiores e impedía la transformación nacional de Bolivia; lo que no significaba un rechazo de la democracia y del parlamentarismo sino de la raza.

Entre los recursos empleados para falsear el sufragio destacaban: la introducción de cédulas escritas en las urnas antes de colocar éstas sobre la mesa, la repetición de votos por un mismo elector, la coacción oficial, mediante la que sólo se permitía sufragar a los ciudada-

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nos del bando del gobierno, negándose a los opositores, la ocultación de los libros talonarios por las autoridades subalternas y el "lokkeo"13 • A su vez, las autoridades para alcanzar el triunfo de los candidatos, acostumbraban repartir en abundancia a los agentes electorales papeletas de votación en blanco, timbradas con el sello de la prefectura, iguales a las que debían emplear las mesas receptoras, para que las distribuyesen entre los sufragantes de confianza o cohechados inscribiendo previamente el nombre de los candidatos oficiales. El ciudadano sobornado introducía esta papeleta en la ánfora, y se llevaba consigo la que le daba oficialmente la mesa receptora, para que le sirviera de constancia ante el candidato o agente el haber cumplido su instrucción (Paredes 1992: 50-52).

Aunque esos datos estaban referidos a los usos y abusos electorales del Partido Libe­ral, en otros textos se describen las mismas prácticas pero realizadas por candidatos conser­vadores o republicanos. Esto evidencia no sólo la generalización, interiorización y legiti­mación de comportamientos políticos concebidos en la actualidad como discriminatorios o incorrectos, sino también que lo que estaba en debate en la contienda electoral era el éxito de una facción de elite y no la imposición de un progrdITia ideológico. La política sostenida por clientelas era un medio de alcanzar y mantener situaciones de privilegio, un medio de ascenso y restructuración social y una forma de adecuación entre los intereses del poder central y las necesidades de los poderes locales. En este sentido, Bolivia no era tanto un país de archipiélagos políticos regido por micropoderes, como un espacio en donde la comunica­ción y control gubernamentales resultaban efectivos a través de formas no burocratizadas de adscripción personal. A través de ellas, el gobierno no sólo arbitraba las diferencias entre los miembros de la elite y ejercía con eficacia su autoridad hasta las regiones más apartadas del país, sino que lograba el control de la "representación nacional".

Esta multiplicidad de aspectos se puede observar a través de la novela de Armando Chirveches, La Candidatura de Rojas (1908). Interesado en retratar la incesante reproducción de la corrupción política, dicho autor reconstruye en tono de sátira los pasos que da un individuo para obtener el reconocimiento social necesario que le permita vivir con holgura. Se trata de un sujeto perteneciente a una familia acomodada pero sin los medios que le garanticen el disfrute eterno de sus privilegios. La solución es hacerse diputado, ya que ésta actividad permitía, a quien la ejerciera, el tiempo necesario para dedicarse a lo que quisiese, al igual que gozar de un emolumento regular, obtener aplausos, llamar la atención pública y merecer "grandes consideraciones por pasar algunas horas sentado en un sillón forrado con cuero de Córdoba, en un elegante local en el que abunda el terciopelo de seda entre altas

13 Esta práctica de origen cochabambino consiste en la formación de cuadrillas de "canalla sacada de la hez del pueblo" que, con la promesa de ser amparada por la policía, debe presentarse a primera hora del día de las elecciones con sombreros embadurnados con humo de pez u otras pinturas. A la señal convenida con los candidatos, se abalanzan contra alguna persona distinguida del bando contra­rio, manchándole la cara y ridiculizándole con risas . El individuo ofendido recurre a la polícia, que en vez de apresar al agresor lo detiene a él para evitar venganzas y más altercados. Después de dos o más escenas como éstas los "caballeros se recogen a sus hogares para no ser ultrajados, los jóvenes se desbandan, y si alguno se atreve a protestar es molido a palos en la plaza pública y llevado a la policía en medio de una algaraza infernal, donde le obligan a pagar fuertes sumas para obtener su libertad" (Paredes 1992: 51).

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columnas de doradas comisas, en el que se puede hablar cualquier tontería con aire de sabio" (Chirveches 1988: 18). Pero para lograr ese cargo político resultaba imprescindible contar en primer lugar con influencias familiares:

"merced a las numerosas influencias que poseo en esta provincia y a la posesión espectable que ocupo podría trabajar con posibilidades de éxito a fin de que fueras ele­gido representante por el próximo período legislativo. Sólo es cuestión de incluir tu nombre en alguna candidatura, ya sea oficial o de la oposición, que lo mismo da, por­que creo asegurado el triunfo, no obstante lo cual, no estaría de más ponerse de acuerdo con las autoridades, parn que la victoria fuern más fácil" (Chirveches 1988: 12).

Una segunda condición era escoger el partido donde afiliarse. Aquí sólo existían dos o¡x:iones, o acogerse al gobierno o marcharse a la oposición. En ningún caso resultaba ventajoso presentarse como independiente debido a que la circulación de las elites estaba regulada por un sistema bipartidista que resumía la dicotomía: elite del poder y desposeídos de la elite (Arguedas 1934: 90). La elección de un partido no dependía de criterios ideoló­gicos sino de las vacantes. Se era conservador o liberal dependiendo de que los jefes de esos partidos necesitasen candidatos14 y de que se tuviera segura la adhesión de gran parte del vecindario de la provincia que se quería representar en el Congreso. Por esta razón, el protagonista de la novela, Enrique Rojas y Castilla, opta por la oposición una vez que el Ministro de Gobierno le ha informado que no puede patrocinar su candidatura porque ya tenía un compromiso previo. Esta situación manifiesta que "aunque las constituciones sostengan que ciudadano es el individuo apto parn elegir y ser elegido, en definitiva sólo se elige a aquellos que son impuestos por las clases directoras, por la aristocmcia del dinero y la aristocracia del poder" (Chirveches 1988: 16).

Una vez decidido el partido, había que organizar la campaña electoral en la que convenía "pronunciar muchos discursos, prometer caminos de herradum y caminos carre­teros, vías ferreas, puentes y calzadas sobre ríos, mejoras en el alumbrado y redes telegráficas en todos los villorios", al tiempo que la disminución de impuestos dado " ... que prometer no cuesta mucho" (Chirveches 1988: 56-57). Pero a los electores no sólo había que convencerlos con promesas, sino con dinero que solía ser desembolsado por los parientes del candidato que planeaban beneficiarse con su elección. Como Enrique Rojas no era un candidato oficial sino de la oposición, se daba por supuesta su integridad, se le consideraba "un estadista que iba hacia el sufragio, esa cúpula grandiosa de la libertad, ese torneo del derecho, con el corazón abierto de par en par y ofrecía a sus electores ferrocarriles, caminos y telégrafos, a cambio de sus votos" para reconstruir "la libertad burlada miserablemente por los mandarines de la provincia" (Chirveches 1988: 78). En esa tarea le ayudaría un periódico llamado La Voz del Pueblo, a través del cual el candidato podría combatir a su adversario, Manuel María Garabito.

14 Los políticos se interesaban principalmente por candidatos que tuvieran el favor de "las clases bajas", que fueran populares entre los artesanos: "Cosas de nuestros caciques. Saben éstos que cuenta con simpatías entre los artesanos y le han ofrecido la diputación por la ciudad" (Arguedas 1981: 22).

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Dado que los familiares de su opositor desempeñaban todos los puestos públicos de justicia y poder más importantes de la provincia15, Enrique Rojas se enfrentaba conua el poder provincial de una familia que había desplegado todo tipo de esuategias para impedir que el gobierno interviniera en el control de su territorio y de la que, a su vez, se servía éste para derrocar a sus adversarios políticos. El origen de su hegemonía provenía del período caudillista gracias a cuya inestabilidad y guerras el fundador de la familia había podido enriquecerse y adueñarse de la región colocando a todos sus parientes en los puestos que contribuyeran a ampliar la influencia del grupo familiar. Su conducta fue en todo momento deshonesta y abusiva, especialmente con la población indígena que se veía degrndada por las usurpaciones de tierras a la que la somete el clan Garabito. En este juego electoral, su candidato era, por tanto, el candidato de la facción popular que se dedicaba a obtener votos repartiendo dinero y alcohol enlre los mestizos16

• En con1rapartida, Enrique Rojas decía representar al elemento aristocrático del lugar, es decir, a los grandes propietarios rurnles de la provincia, depositarios de los valores morales, que llevaban a sus colonos a votar. Sólo en ese momento era necesario y permitido considerdf a los indios-peones como ciudadanos, cosa que ocurría si demosuaban escribir dos nombres, el suyo y el del candidato que apoyaban. De manera que la responsabilidad de la gestión política local dependía de "individuos inca­paces de votar por oua persona ni de vender su voto, puesto que a duras penas sabían trnzar el nombre del candidato impuesto por el patrón" y de individuos a los que se compraba con alcohol, ya que "en Sud América en general y en Bolivia, en particular, el mejor elector es el alcohol, de suerte que los representantes del pueblo sólo representan, en muchísimos casos, el fabricado por una casa alemana o por una de Perú". Realizada la votación venía el escrutinio de los votos que solía realizarse en medio de una atmósfera de altercados donde se cruzaban injurias enlre los individuos de los grupos contendientes, "alzáronse los bastones, se arrancaron los revólveres, un tiro fue a deshacer una de las colmenas que con tanto 1rabajo habían cons1ruido las abejas de la torre de la iglesia y se armó una descomunal batalla de palos y golpes que habría terminado desas1rosamente" si no hubiera comenzado a llover (Chirveches 1988: 183, 16 y 188). El resultado final de todo el proceso fue el 1riunfo del candidato apoyado por el gobierno.

Carlos Medinacelli en La Chaskañawi (1948) es más explicito acerca del modo en que operaban los agentes electorales y en lo referente al desarrollo de la lucha política el día de

15 Enseguida que comenzó a hacer dinero, incluyó a su familia en los beneficios de sus actividades y "pronto hubo una aristocracia de Garabitos. Manuel María y José Garabito, militares; Enrique, Patricio y Manuel, abogados; Justo, cura; y Víctor, holgazán" que "se adueñaron de los destinos públicos" y sumieron a la provincia en un clima de terror que quedó impune porque la justicia en primera instancia debía dictarla un miembro del grupo. Este dominio territorial se completó cuando el gobier­no delegó en Manuel María Garabito su representación.

16 En La Virgen del Lago, Armando Chirveches retrata al mismo tipo de individuos, responsables del estancamiento, barbarie y amoralidad de las provincias: "excepción hecha de un cacique poseedor de varios fundos en la península, el cual tenía cierta significación como agente de votos y ganador de elecciones. Era éste, especie de señor feudal apedillado Madueño, que hacía y deshacía autoridades, ponía jueces y dictaba su voluntad. Como todos los individuos de su jaez distinguíase por su amorali­dad. Había engendrado numerosos hijos, otros tantos caciquillos, díscolos y criminaloides" (Chirveches 1920: 165).

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las elecciones. La acción transcurre en San Javier de Chirca, un pueblo cercano a Sucre, con mayoría de simpatizantes libernles17

, al que llega de La Paz un nuevo subprefecto, Dioscoro Yañez, "por las trnzas y las mañas, tipo del cholo altoperuano". Se trntaba de un matón de Achacachi, "pueblo que en aquel entonces iba cobrando celebridad por la ferocidad de sus habitantes, acérrimos adictos del gobierno de donde este se proveía de autoridades parn distribuirlas en las provincias más singularizadas de opositores", que había sido expresamente enviado por el gobierno para las elecciones (Medinacelli 1990: 183). Después de entrnr en contacto con el representante principal de los intereses republicanos, el diputado y cura18 tata Pérez19 , decide con éste que la mejor forma de amedrentar a la oposición es atacando a uno de sus más notables miembros, don César Alvarez, "un hombre de moral intachable". Después de la reyerta, "los liberales residentes en San Javier, que eran los caballeros y jóvenes decentes", en previsión de nuevos abusos, decidieron dirigirse "telegráficamente al Supremo Gobierno solicitando garantías" y enviar agentes a los cantones parn trner electores, "no con la espernnza de obtener un triunfo electoral, sino de que el tata Pérez y el Achacachi no se

17 "Este pueblo, señores, como bien sabéis todos vosotros, es un pueblo de antiguas y fumes tradiciones liberales desde los heroicos tiempos de Camacho .. . Sabido es señores que durante los gobiernos nefastos de la Oligarquía (los conseJVadores), todo nuestro pueblo fue liberal y sufriendo toda clase de sacrificios, supo mantenerse firme sin ceder una línea al enemigo. Tan liberales éramos -exclamó emocionándose paléticamente, lo que le dio a su voz una trémula entonación conmovida- que cuando el Presidente Pacheco, y también don Aniceto Arce, nos ofrecieron toda clase de ventajas, a cambio de que apoyáramos sus candidaturas, y éste último hasta nos ofreció cedemos gratis los terrenos de la banda que eran suyos, para que allí edificásemos de nuevo el pueblo, para libramos así de la constante amenaza de "la quebrada", respondimos con todo orgullo y dignidad: "Preferimos que nos arrastre la avenida antes que ser arcistas". ¡Así liberales hemos sido los chirqueños, señores!" (Medinacelli 1990: 187-88).

18 La presencia del curd cholo como un elemento de gran influencia social que pervierte e indisciplina a los sectores populares obligándoles a cometer todo tipo de excesos y de infamias criminales (lrurozqui 1994b), tiene su otra contrapartida negativa en el cura blanco que abusa de la confianza de los devotos aristócratas para minar su patrimonio y favorecer a advenedizos arribistas (ChiIVeches 1988). Esa coincidencia pese a las diferencias étnicas entre los modelos remite a la discusión sobre el papel de la iglesia en la sociedad, y sobre todo en la educación, ya que ésta constituye el medio de crear masivamente ciudadanos.

19 El tata Pérez había sido "criado en una sebosa chichería de Potosí", donde su madre, "a trueque de innúmeros esfuerws, con ese espíritu de admirable maternismo estoico que tiene la chola, la cual puede pasar por todos los sacrificios, incluso el de que su propio hijo le niegue como madre, con tal que su hijo ascienda en rango social y prospere, había obtenido enviarlo al Seminario de Sucre". Una vez ordenado clérigo, Pérez retomó a Potosí, donde pretendió introducirse en "la buena sociedad", pero no alcanzó su intento porque allí "todos lo conocían como el hijo de la Polvorita, una chichera camorrera y pendenciera". Desde entonces "comenzó a germinar en su alma todo ese caos de malas pasiones y el resentimiento con que de por vida ven al señorío privilegiado y poltrón los cholos doctorados". Anduvo por muchos curatos "politiqueando siempre y corrompiendo a la plebe y a las imillas", a los que conquistaba "con el intuitivo conocimiento que de la psicología de ellos poseía, dada la identidad espiritual que les unía a ellos, lo que hizo que el tata Pérez se creyese dotado de gran talento político". Después alcanzó el curato de "primera clase" de San Javier de Chirca, donde desarrolló "obcecada oposición al gobierno" hasta que éste se derrumbó después del golpe de Estado Republicano en 1921. Gracias al apoyo de "la chusma" y de los méritos conquistados ante los miembros de la Junta de Gobierno fue elegido diputado de la provincia y consiguió que "los cargos de mayor importancia de la provincia fueran concedidos a gente inepta e irresponsable" (Medinacelli 1990: 190-191).

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salieran con las suyas". Al tiempo, acusaron al subprefecto y al cura de traer la intranquilidad al pueblo y encender "la fogata de los antiguos, crónicos, indesarraigables odios políticos, tan inflamables en un pueblo de Bolivia cuya existencia toda está asentada sobre el odio". Al dedicarse a envalentonar a la chalada y al hacerle concebir toda clase de ilusiones "y que ellos tenían todos los derechos, sin recordarles ninguno de sus deberes", habían ahondado "en el secular odio de clases". Como resultado, "el cholo antes sumiso, comenzó a rebelarse y ahora son ellos los que se creen llamados a ocupar todos los puestos que, por derecho propio y competencia, antes eran legítimo patrimonio de la clase intelectual que, como la única preparada para ello, es la que debe administrar el país" (Medinacelli 1990: 185-189).

Por su parte, los cholos republicanos20, que seguían al cura Pérez "con la docilidad

de una piara a su pastor", se reunieron en la ca<;a del "pastero" que servía de club político21 ,

donde fueron paternalmente alabados por el diputado:

"Ha llegado el momento de que ustedes, los valientes obreros republicanos, hagan sentir el peso de su fuerza a los bandidos liberales. que por tantos años han abusado del poder, robando a la nación y explotando al pobre pueblo trabajador y honrado ... El señor Presidente de la República, que es mi amigo personal íntimo y a quien yo le doy consejos, ... me ha dicho que a ustedes les dará todo lo que pidan, ¡con tal de que seaís obedientes y llevéis en el corazón la imagen de nuestro querido padre don Bautista!. .. la causa del Partido Republicano es la causa de los hombres honrados y trabajadores, es la causa del pueblo, es la causa de la patria, es la causa de la huma­nidad, es la causa de Dios" (Medinacelli 1990: 192-93).

Después de los discursos, se repartió chicha y aguardiente de chancaca que "los honrados artesanos se ingurgitaban con la mejor gana del mundo" y se renovó el directorio del Partido. Una vez ebrios, salieron en manifestación a recorrer el pueblo dando vivas al Partido Republicano, a Saavedra, a Villanueva y al tata Pérez. Ningún liberal se atrevió a salir a la calle ... "la chalada había dominado el pueblo" (Medinacelli 1990: 195).

Aunque los liberales chirqueños eran conscientes de las pocas posibilidades que tenían de ganar las elecciones, debían contrarrestar la política del cura trayendo a votar a los peones de sus haciendas y de las de sus familiares22 , porque de otro modo "los cholos se van

20 "Eran como cincuenta los obreros, carpinteros que hacían una mesa al año, zapateros remendones, herreros, sastres y pollereros, greñudos, rotosos y malolientes" (Medinacelli 1990: 90).

21 Con frecuencia, los clubes políticos se organizaban en chicherías. En la puerta, "y a guisa de centi­nelas, dos hombres de mala catadura que por sus trazas desastradas parecían gentes de tribunales, invitaban con gesto prometedor y palabra insinuante, a entrar al interior a todo el que por delante pasase". Allí era corriente ver a los diputados "bebiendo con los cholos, llamándolos por sus nombres, estrechando sus manos sudorosas". En los rincones se situaban varios hombres que miraban a los concurrentes sin acudir a la cantina ni mezclarse con el grueso del público como prueba de su disconformidad en opiniones, (Arguedas 1981: 180-181).

22 "Es preciso que nos presentemos en San Javier por lo menos con veinte electores, para que nos guarden las espaldas y "El achacachi" vea que los liberales somos la mayoría El Hipólito ha debido mandar también a Chilcara y si vienen los de Charaya más, no sería raro que todavía les ganemos la elección. Yo creo que en Yiñapampa encontraremos una buena peonada" (Medinacelli 1990: 204).

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envalentonar más y van a querer estar siempre encima de nosotros" (Medinacelli 1990: 197). Pese a ese intenlü, los republicanos mantenían la ventaja. Disponían de dos mil bolivianos que el tata Pérez había traído de La Paz para que las chicherías y cantinas de Chirca diesen a los republicanos la bebida y comida que pidieran, y eran mayoría gracias a la acción desplegada por los corregidores de los cantones, que enviaban electores para votar por quien ellos decían, a cambio de que se les abonara dos bolivianos por su bestia y otros dos por elector. Pero el éxilü de los candidalüs no sólo residía en el dinero y el cohecho, sino también y principalmente en la lealtad, en saber "portarse con sus adherentes", en recompensar los esfuerzos tanto de los votantes como de los agentes eleclürales que trabajaban "hasta matarse, de día y de noche, recorriendo talleres y chicherías". Para éstos no se trataba de meterse en política sin más, sino de saber a qué pared arrimarse:

"No había uno sólo de ellos que no estuviera bien colocado. ¿A quién debía su carrera Covarrubias, ese pobre muchacho, que no hallaba acomodo ni siquiera como descargador de una tienda de comercio? Al General Reyes. ¿Quién había librado de la cárcel a Yidal, para enviarlo nada menos que de Secretario de Legación? El General Reyes. ¿Quién mantenía en sus destinos a tantos otros, a pesar de las chillas de los periódicos? El Geneml Reyes. Esto era lo que no querían comprender muchos obs­tinados" (Canelas 1965: 93).

También influía en el triunfo de un candidato la parafernalia efectista que este pudiera desplegar. En Vida Criolla (1905), Alcides Arguedas describe a una comitiva política en La Paz y la movili1.ación social que ésta provoca. En primer lugar llegaban "chiquillos astrosos", a los que sucedían comparsas de indios vestidos con sus mejores ropas de gala, mientras, los jefes de las agrupaciones hacían " tremolar en las manos las banderas sacadas a lucir en los solemnes días de la fiesta parroquial o de cualquier otro inolvidable acontecimiento". Detrás de las comparsas, "varios CHOLOS conducían a distancia de algunos metros dos bandas de tela blanca desplegadas a todo lo ancho de la calle y sobre las que, en letras negras, los partidarios" habían pintado inscripciones laudatorias del candidato. A continuación llegaban las asociaciones gremiales de artesanos, cuyos socios "sudorosos y afónicos, lanzaban vivas al caudillo, bien que muchos ni de vista lo conociesen; llevaban el rostro abotargado, la mirnda turbia, bajo la cabeza como doblegada por el peso del trabajo que todavía no ha impuesto por allí su santa ley de redención e iban con ese aire cansado, deprimido, triste de los seres que viven mal comidos, sin aire, lejos del sol, en perpetua orgía camal y alcohólica". Tras las sociedades gremiales venían las literarias y científicas, también con sus estandartes enguirnaldados, que eran seguidas por coches arrastrados por mulas donde iban los directores del partido. "Allí había políticos de todos los colores, edades y opiniones, animados del común deseo de agradar al candidato, merecer su confianza y con ella, un puestecillo en la administración para trabajar en pro de los sagrados destinos de la patria". Y por último, llegaba "el caudillo. Reclinado sobre el terciopelo del coche puesto a su disposición por uno

"Eran unos míseros peones de Mollepata y "La Granja" que apenas si sabían dibujar sus apellidos. Iban a la capital de la provincia sin saber a qué iban: iban porque sus patrones así lo habían orde­nado", (Mcdinacelli 1990: 209).

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de los ricos partidarios, miraba a la turba triste y al parecer desdeñoso", mientras a su lado circulaban airosos los grupos de jinetes que recibían las coronas y ramilletes de flores ofre­cidas desde los balcones al político (Arguedas 1981: 57-59).

Llegado el día de las elecciones en la localidad de San Javier de Chirca, la superio­ridad de los republicanos se hizo evidente. Si bien ambos contendientes acordaron desarrollar estrategias agresivas, los saavedristas pegarían una paliza al primer liberal que fuese a votar para impedir que los otros entraran en la plaza, mientras los Liberales entnuían en ésta en grupo y a caballo, el triunfo final fue para los republicanos. Estos, tras un enfrentamiento campal con los liberd.les, desalojaron de las Mesas Electorales a los escrutadores sospechosos de ecuanimidad bajo el beneplácito de la policía y ultrajaron a quienes se atrevieron a votar por sus opositores23 • Terminado el recuento de votos, el tata Pércz pronunció otra vez un discurso sobre el ejercicio sagrado y legítimo de la ciudadanía, al que sucedió una gran borrachera (Medinacelli 1990: 212-219).

En Los Cívicos (1918) de Gustavo A. Navarro (Tristán Maroff), la narración del día de las elecciones posee mayor dramatismo al centrarse en la brutalidad de los partidarios del gobierno, "en el matonaje alebronante y semibárbaro". Tras la entrada a la plaza de los gendarmes a caballo24, llegaron los jurados con "silueta de bandoleros y cretinos", capitanea­dos por su presidente, "un cholo de tez roja, de ojillos oblicuos, la boca bribona y cinco pelos por bigote". A estos les sucedió "una turba que hurreaba a su partido", seguida de otras más que "en el paroxismo de la pasión y el alcohol, atacaron al grupo contrnrio y saciaron su furor" . Por una bocacalle apareció un piquete de soldados, "la bayoneta calada, má.<; ebrios de furor que los civiles" que, en vez de imponer la paz, "mojaron sus puntas con la sangre ciudadana". Derrotados así los opositores, "los astrosos que habían atacado a ciudadanos tímidos e inde­fensos, daban uno, dos, tres hasta diez y veinte sufragios ante las mesas receptoras por el candidato Peña", lo mismo hacían los soldados que, "arma al brazo, ponían su firma temblorosa al pie de veinte votos" a cambio de un billete por cada sufragio y "un vaso de licor que sor­bían con deleite". A ellos les seguían los presos que sabían escribir, sacados para sufragar hasta diez veces de la cárcel por el alcaide, "de carnes cholas con olor de presidio y de alcohol", a cambio de una rebaja de la pena. Terminada la votación, el diputado, "esmirriado, con la es­palda torcida, el perfil de un simio, retorcido sobre sí mismo", con ojos que encerraban "una

23 "Y es de entonces, es de esas luchas angurriosas y egoístas, que ha surgido la organización de esas cuadrillas de gente maleante, sin dignidad, sin espíritu cívico y sin conciencia, conocidas entonces con el nombre de mazorcas y que tiene por principal y única misión atemorizar con actos de fuerza bruta a los electores, sembrar el terror en el campo del plebiscito, alejar de él a los ciudadanos conscientes a fuena de hechos delictuosos que quedan impunes .. . , es de entonces que al peso honrado de la convicción política, se ha opuesto el brazo gañán de los pueblerinos cholos que amparados por los policías, pasan como trombas de reses bravas por las plazas públicas donde se realiza la ficción legal del sufragio" (Arguedas 1922: 460).

24 "Nada se había corrompido tanto como la policía. Era un antro abominable donde todos los crímenes , desde el estupro, el filicidio, el robo a mano armada, la tortura cobarde, el asalto en cuadrilla, se habían dado cita, recubriéndose con las togas de la ley. Todos los hombres feroces de provincias, cuatreros y matadores, viciosos y cínicos por instinto recíproco convivían allí, en unión compalit:ra y regalona sin más trabajo que martirizar, cuando caían ciudadanos opositores en sus manos con los tormentos más horribles ( ... ). En días de farsa electoral se multiplicaba el servicio, necesario era ganar las elecciones" (Navarro 1918: 43).

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malicia plebeya y una perversidad prestigiosa", era aclamado intensamente por las turbas y salía al balcón para saludar a sus súbditos. El "pueblo" ya no estaba, "había huido muy lejos, unos a sus casas temblorosos, custodiados por sus mujeres, ante el lloro de ellas y de sus cria­turas; otros, los más valientes, allá, en el fondo de los calabozos, desmayados, con el cuerpo hecho retazos, confundidos entre montones de escoria y barro". Por la noche continuaban los abusos y los ultrajes, como los "de diez embozados, la cara india, los modales de salvaje, recubiertos de capotes militares" contra algunos obreros borrachos que se atrevían a dar vivas al candidato vencido. Era el triunfo de la "barbarocracia y la canallacmcia" que habían sido impuestas por un presidente liberal, en cuya cara "se adivinaba al mestiw, ( ... ) al engendro fatal de negro africano, pervertido y sátiro, hablador y tirano, con la pasividad del indio, esclavo y vil" (Navarro 1918: 31-33, 70, 35-36, 34, 40, 29).

El triunfo de "la chalada" no siempre era de carácter electoral ni se obtenía mediante la exaltación de los malos hábitos de los electores; en él intervenían muchas veces las mismas elites que, en sus ansias por encumbrarse y alcanzar más prebendas, aceptaban el matrimonio de sus hijos con mestizos enriquecidos dedicados a la política. Esta actitud tan poco escrupulosa respecto a la raza dificultaba la conversión de Bolivia en una nación civilizada que no fuese conocida en el exterior como un país de indios. Almando Chirveches abordó las responsabi­lidades étnicas de los padres en dos novelas, Celeste (1905) y La Virgen del Lago (1920), con soluciones diferentes. En una triunfa "el cholo" y en la otra se impone el amor. Ambas namm un romance entre una joven muy bella y un muchacho de grandes virtudes morales y de noble origen, aunque sin grandes recursos económicos, en el que se interfiere un mestizo rico dispuesto a contraer matrimonio con la protagonista. Si bien los dos enamorados "blancos" poseen las mismas camcterísticas físicas en ambas narraciones, los dos pretendientes mestizos no. En Celeste, don Práxedcs Urcullo es un tipo con rasgos antropológicos que "hubiénmle hecho clasificar por un psiquiatra moderno como a criminal nato o como loco moml". Senador vitalicio y dueño de una cuantiosa fortuna "era el producto de un bastardo ayuntamiento de raza<;, tenía sangre de conquistador, sangre de indio y sangre de esclavo" (Chirveches 1976: 53 y 56). En La Virgen del Lago, Abelardo Topa es elegante y adolece "de esa vanidad hiperestesiada de los mestizos, de susceptibilidad morbosa e innata desconfianza", a pesar de conservar "ciertas cualidades de su raza: el espíritu práctico, el disimulo, la reserva, el arte de empicar bien su dinero y el hábito de velar por sus intereses" (Chirveches 1920 : 145). Pese a la lógica, es el primer pretendiente mestizo el que accede al matrimonio gracias a su nombramiento como ministro, mientras que el otro tiene que resignarse a ver cómo la pareja enamorada se ca<;a. La diferencia entre ambos casos reside no sólo en la madurez de la muchacha, sino también en la conducta de sus padres. En Celeste éstos son plutocráticos, frívolos y egoístas:

"ella no se preocuparía de la especie. Es algo que los padres no tienen en cuenta para casar a sus hijos. Y sin embargo, ¿qué herencias vergonzosas aportarían a la vida los descendientes de ese mestizo de cabello rubio ceniciento por un raro capricho, pero cuyas facciones innobles, cuyo cabello ordinario indicaban inequívocamente sangre mezclada y oscuridad de origen? Era un hijo del montón, como esos chiquillos desconocidos que llaman papá al primero que pasa por la calle. ¿ Y el amor? Otra premisa que apenas consideran los padres" (Chirveches 1976: 41).

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En la Virgen del lago, conscientes:

"cuando te cases hazlo con un hombre bien nacido, que no sea ni un quidam ni un bribón; pero prefiere casarte con un bribón o un quidam a hacerlo con un indio. No destruyas, no eches a perder tu raza" (Chirveches 1920: 108).

Aunque en las novelas mencionadas es constante la idea de que la política y el dinero "blanquean" al cholo bajo el consentimiento de los miembros irresponsables de la elite, esto no significa que dominasen la escena pública. La exageración de su presencia política, su descripción como inadecuada, ignorclllte y corrupta muestra cómo entre los mecanismos de control de la movilidad social figuró la creación de acechantes fantasmas mestizos dispuestos a acabar con el clima tradicional de relaciones sociales imponiendo la barbarie y la desca­lificación internacional. El miedo actuó como garantía de segregación y de límite a los excesos sociales que amenazasen con subvertir el orden social. La idealización de la elite de sí misma y del valor y virtudes de sus miembros en contraste con la degeneración del resto de los bolivianos fue una forma de protegerse de la necesidad que ésta tenía de la participa­ción política de los sectores populares, así como de justificar que esa participación se man­tuviera como no representativa. A esto se unían las ambiciones concretas de las distintas fracciones o corporaciones de elite, que veían tanto en la exaltación de lo indio y en la censura de lo mestizo una forma de hacerse individuos indispensables en el destino de la nación y de obtener, por tanto, cargos públicos de responsabilidad que les permitiera inter­venir en el diseño nacional. Interesarse por la población indígena y ser hipercrítico y moralista con el entorno político y social fueron una característica de la elite intelectual, que se veía a sí misma como la única con capacidad legítima para regir el destino de Bolivia. En la medida en que este grupo creaba opinión e influía después en ella, reforzaba también el vínculo entre la ciudadanía y la educación. Sólo aquellos que poseían disciplina, ética y honor podían ser hombres-ciudadanos, capaces de escribir la Historia y, por tanto, de construir una nación. Los intelectuales se convertían, así, en líderes con la fuerLa moral necesaria para guiar y canalizar la energía de la multitud, justificándose con ello que la ciudadanía se definiese como una cualidad exclusiva de los individuos letrados.

3. La utopía rural

Mientras en la Candidatura de Rojas, el fracaso en la vida política a causa de los votos fraudulentos decide a Enrique a contraer matrimonio con su prima Inés y a dedicarse a la agricultura, tal como le venían aconsejando sus parientes:

"Ese no ha perdido el tiempo estudiando para abogado ni dedicado a literaturitas, ni a amorcillos, lo ha consagrado a la agricultura, que como tú sabes, es la principal fuente de riqueza" (Chirvcches 1988: 207),

en Aguas Estancadas y la Chaskañawi es el amor el que lleva a los protagonistas a retirarse al campo. En el primer caso se trata de un desengaño amoroso que sólo puede

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ser olvidado mediante el ejercicio de placeres honesLOs y sencillos como son los que reporta la naturaleza:

"Me iré a BellavisLa a barrer Loda la basura que ha quedado en mi espíritu y regene­rarme en contacto con la tierra, los árboles y las aguas corrientes" (Canelas 1965: 296).

En el segundo caso, el campo es el único espacio que permite la realización de un amor desigual y adúltero entre una chola enérgica y un "joven de sociedad" sin voluntad:

"¿Por qué no puedo abandonar mis absurdas pretensiones inLelecLualisLas y dedicarme a Lrnbajar en mi hacienda, ser un buen labriego, volver a la naturaleza?" (Medinacelli 1990: 249).

En LOdos los ejemplos, la vida en el campo asume para los personajes de las novelas los valores de la vida sencilla, llena de sinceridad e inocencia, conLrapuesta a una vida urbana carncLerizada por la mentirn, el fraude y la insidia. El medio rural les rescata de la frivolidad del medio político y de los convencionalismos sociales, les ofrece escapar de la coacción de la sociedad mestiza, sin perder sus privilegios y superioridad que les distinguen del resto de individuos incivilizados. Pero la índole ilusoria de esa utopía campesina se basaba, en última instancia, en que si bien sus representantes querían llevar una existencia campestre sana y pura, deseaban, a la vez, conservar y participar en Lodos los refinamientos del traLO humano que imponían las nuevas relaciones de poder y la modernización que éstas conllevaban. Ese hecho explica por qué la idealización de la vida agraria se conciliaba basLanLe bien con el desprecio a los campesinos-indígenas y con una cierta aversión a la vida del campo, La! como era en realidad. El paisaje de la sierra, "huraño y salvaje", era bueno para que sobre él viviese y procrearn el indio, "que es un hijo de la gleba", pero no para que se desarrolla'-C un espíritu refinado y superior al que correspondía el medio urbano (Medinacelli 1990: 252). En el caso de que eso sucediese, que un individuo del grupo privilegiado accediese a vivir en el espacio reservado parn los indígena<; y se fascinase por lo primitivo, la razón radicaba en su debilidad, en su carencia de valor para vivir y asumir los privilegios y deberes en la jerarquía social que le imponía su origen21

• En consecuencia, el incumplimienLO con la normativa interna de su clase conllevaba su descenso y la de los suyos en la escala social y, por Lanlo, su cholificación: "mi hijo ha de ser un buen chacarero como ésLOs y no "un doctor" inútil como yo" (Medinacelli 1990: 255). A cambio de cierta tranquilidad26

, el individuo quedaba desamparado social­mente y al margen de la vida pública; lo que no siempre era definitivo si su huida al campo

25 "pero yo aquí sumido en esta Tebaida, sin más sociedad que estos indios vueltos al "fclanismo" y una mujer que sólo sabe despertarme los apetitos de la carne, pero sin satisfacer ninguno de los del espíritu, mi tortura es mayor porque aquí me siento más sólo, sólo conmigo mismo, sólo con mi dolor incomprensible por los demás" (Mcdinacelli 1990: 252).

26 "En las llamadas entre nosotros ciudades, todo es malo, desde el agua potable hasta la moral pública y privada. Tampoco la provincia es buena: es el típico burgo mestizo"; lo menos malo es el campo. Por Jo menos ahí vive uno lejos del mundanal ruido y franciscanamente fraternizando con la hermana agua, el hermano árbol" (Medinacelli 1990: 260).

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se debía a un exceso de escnípulos ante la corrupción de la vida ciudadana, cada vez más más contaminada por las pasiones y deseos de los cholos emergentes. El que no les cortejaba, se mezclaba con ellos y accedía a sus peticiones no tenía futuro profesional. O se decidía "a penetrar en los juzgados malolientes, frecuentados por gente zaparrastrosa, por citadores que tenían trazas de patibuleros, por escribanos mugrientos, palidecidos por el hambre, por jueces barrigudos, de caras amoratadas por la chicha, por mujeres de mal vivir, a quienes cortejaban los empleados de las oficinas" (Canelas 1965: 79), o renunciaba a su carrera, que fue lo que le sucedió a Raúl Salinas en Aguas Estancadas ( 1907). Incapaz de trnbajar "con gentes de baja estofa" en las "oficinas públicas, asidero de las clases serviles y hambreadas, que formaban el sé-quito de los caudillos" y de representar judicialmente a los artesanos, por considerar sus causas una inmoralidad, el personaje no tiene otra salida que retirarse al campo, convencido de que si no se educa a las nuevas generaciones para la vida laboriosa, "el pueblo marcha a la corrupción y a la decrepitud" (Canelas 1965: 50-57). Y así ocurría cuando los "cholos politiqueros", comerciantes "en robos y señoras viudas" compraban las haciendas de las últimas familias "patricias", impidiendo que el campo fuese el último refugio de la honestidad (Navarro 1918: 85, 169, 172 y 186).

El miedo sentido por el conjunto de las fracciones de la elite, ante la competencia que ella misma generaba y ante una masiva y activa presencia urbana de los mestizos-cholos, contribuyó no sólo a la idealización de un terrateniente paternal en armonía con los trabaja­dores, el trabajo y la naturaleza, sino también a la exaltación de las virtudes campesinas, de la imagen idealizada del campesino y de la vida rural. El indio y el campo eran imaginados de lejos, contrapuestos a los vicios y las taras de una ciudad cada vez más mestiza, más pervertida, más ajena a patrones aristocráticos, más local, a la que le pertenecían miseria física y moral. Debido a esa contraposición, la carencia indígena fue vista como ancestral y aislada, dispersa y relativamente inofensiva frente a la miseria vergonzosa, colectiva, ame­nazadora del mestizo urbano. La salubridad del campo, la salud física y la salud moral del indio hacían de la pobreza campesina una virtud evangélica y patriótica que engendrnba otras virtudes como eran la simplicidad, la modestia, la sobriedad, la resignación frente a un mestizo amoral e irresponsable, sujeto al exceso y a la violencia27 • Tal polarización se concretaba en una rivalidad intra-elites entre los detentadores del poder y los aspirantes al

27 En La niña de sus ojos (1946), se relata la historia de inadaptación de una joven chola educada por sus padres en el mejor colegio de La Paz para "sacarla gente". A pesar de sus virtudes morales, belleza, inteligencia y sensibilidad es rechazada por su origen "plebeyo" en el medio social para el que ha sido adiestrada, con el agravante de que esa misma educación también le impide acomodarse a los hábitos y al espacio en el que viven sus padres. Ante la imposibilidad de dejar de ser chola y ante su repugnancia a comportarse y vivir como tal, la única solución que se le ofrece es retirarse a la puna como maestra en una comunidad indígena El contacto con la naturaleza y los indios y el trabajo de educación y transformación que realiza con ellos la redimen de su origen y le permiten reencontrar el amor. Pero dada la naturaleza aristocrática del enamorado, este sentimiento es sólo posible de realizarse si él renuncia a las ventajas sociales de la ciudad y de su clase y permanece en el Altiplano desempeñando labores de civilización. El campo salva a la protagonista de la maldad y envidias urbanas y de lo cholo, dándole la oportunidad de un matrimonio con un miembro del grupo social para el que había sido educada, siempre que ambos renuncien a ese medio y al ascenso social que conlleva y se dediquen a "redimir al indígena": "Quédate, Joaquín mío!¿no se te ha ocurrido que puedes ser aquí compañero y ayuda en esta bella obra?" (Díaz Villamil 1946: 12 y 270).

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mismo, que hizo de las virtudes potenciales de la familia indio-campesina un reflejo de las virtudes de las familias tradicionales, y de los vicios de los cholos una revelación de la inmomlidad de las contiaelites en ascenso cuyo deterioro e inferioridad moral estaban disimu­ladas trns la fachada brillante y elegante de la ciudad y de la agitación mundana. El discurso que tuvieron algunos sectores de la elite acerca de las virtudes de la tierra y de las virtudes que ésta prestaba al campesino constituyó, así, una forma de celebración de sus propios méritos denunciando la inmoralidad de las nuevas fracciones de la elite que luchaban por imponerse, la ilegitimidad de su poder y la forma perversa en que lo ejercían (Foucault 1981: 68-71). De ahí el discurso referente a que no existirían indios peligrosos con a"J)iraciones a mestizos y con ambiciones públicas, desinteresados del trabajo y del progreso nacional, si no hubieran malos gobernantes o aspirantes a serlo que se potenciasen a sí mismos favoreciendo el quiebre del orden tradicional.

La función de la vida campestre era también actuar como contrapartida del fracaso electoral para preservar el patrimonio social y moral del terrateniente. Se trataba de no quedar fuera de la redistribución de privilegios. Ante el peligro de no lograr una integración con éxito, se imponía un fuerte desprecio y crítica hacia esos grupos sociales que surgían y se asimilaban a las nuevas circunstancias. Se denigraba la situación política por parte de aquellos que estaban excluidos de ella y consideraban que sus antecedentes de clase les daban pleno derecho para diseñarla. En este sentido, el rechazo de Chirveches y Canelas a lo mestizo­cholo no significó que ese grupo social estuviese realmente imponiéndose en la configuración del Estado, sino que otros sectores de la elite lograron convertirse en hegemónicos dentro de su clase grncias a esa participación chola. La elite vencida no tenía, entonces, otra opción que acusar a la vencedora de mostiar un comportamiento desleal, es decir, aparentemente antioligárquico y favorable al ascenso popular.

El enfrentamiento intra-elites no poseyó un carácter frontal, sino que dependió de un sujeto ajeno a ellas al que consideraba como culpable. Los elegidos para esta función fueron el indio y el mestizo. El primero con su incapacidad impedía el progreso y el segundo lo corrompía. Esto sin olvidar que, en ningún caso, ellos actuaban en el conflicto al margen de sí mismos, eran actores con voz pero sin voluntad con los que se agredía una y otra vez al grupo dominante. La dicotomía de la elite entre la afmnación de un nuevo orden y la negación de cambios sociales estructurales fue sólo una resistencia a admitir que una parte de sí misma tenía que sacrificarse ante la necesidad de una remodelación que, considerada a largo plazo, confirmase las condiciones de desarrollo y conservación del grupo privilegiado. Debido a esto el terrateniente idealizó el medio rural porque representaba el espacio de su poder, un espacio amenazado por una nueva normativa de progreso dentro de la elite que le obligaba a participar en política si no quería dejar de ser parte del poder local. Con esto no se quiere decir que los hacendados no interviniesen antes en la vida pública, sino que el campo, a medida que se afianzó una política estatal centralizadora, fue convirtiéndose en un espacio más codiciado y disputado, sobre todo al constituir el poder local una plataforma de captura del poder nacional. Los competidores por ocupar un lugar en el medio rural eran cada vez más y eso conllevaba una generalización del uso de medidas coercitivas y de captación de adeptos que antes era un coto limitado. Así, cuando Chirveches presentaba los abusos de la familia Gambito no criticaba sus técnicas de extorsión, sino que lamentaba de que éstas se hubiesen colectivizado y pudieran ser utilizadas por grupos que arrinconasen a los tradi-

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cionales detentadores del control rural28 • Y al igual que hizo Medinacelli, los ridiculizó por no saber adecuarse con éxito a las nuevas circunstancias.

La rivalidad entre representantes políticos era la contienda entre los antiguos detentadores de los privilegios y ahora excluidos de la acción política y aquellos otros que habían sabido servirse de los sectores subalternos para imponer sus condiciones de dominación. Se trataba de un ejemplo de la lucha de competición de los grupos elitistas por las oportunidades de poder. La reivindicación de lo indio, expresada como ataque a la degeneración mestiza, fue parte de lo mismo ya que constituyó una forma de invalidar la base de poder de la elite hegemónica, de deslegitimarla a través de su irresponsabilidad:

" .. .indios opulentos fueron robados y victimados de la manera más cruel. Los asesinos que habían penetrado a las casas de éstos, armados hasta los dientes, marcháronse con el dinero del labrador indígena, ahorrado durante muchísimos años de trabajo, real por real, dejando a los hombres muertos y a las mujeres horriblemente ultrajadas" (Chirveches 1988: 96).

Por tanto, si el conflicto de una oligarquía destituida fue fruto de la desigualdad en la distribución del poder, su hostilidad hacia la oligarquía triunfadora fue también una manera de reconocer que ambas formaban parte de un proceso irreversible, al que se criticaba en la medida que no se había obtenido un buen lugar en él:

"La sociedad es escoria, espuma. Las familias patricias son precisamente las que no están en sociedad. Basta un apellido extranjero, algunos miles, mucha frivolidad; ¡entiendes!, ¡y la política!, hija, influye bastante también" (Navarro 1918: 202).

Conclusiones

Este es un estudio sobre el alcance y trascendencia de los discursos que la elite realizó sobre otros grupos sociales. Las referencias políticas e interpretaciones sociales que se hacen de lo "mestizo" e "indio" deben entenderse en un contexto imaginado, que informa más del tipo de problemática que afectaba a la elite que de las intenciones y circunstancias vividas por los sectores populares. Las preguntas que subyacen en los textos comentados, acerca de cuáles serían los medios para librar a la sociedad boliviana del elemento nocivo a su bienestar presente y a su prosperidad futura, ¿corregir la condición del cholo por la educación y las influencias benéficas, o propender a una nueva evolución etnológica, ya que es rehacio e incorregible?, fueron resultado del proceso de reconversión interna a que estaba sometida la

28 El jefe del clan Garabito, "un corpulento mocetón de barba rala y cobriza", fue hijo natural de una mujer de pueblo y nació en el Altiplano paceño. Después de una niñez llena de "privaciones y raterías" sienta plaza en el ejército como tamborilero. A eso sucede un ascenso rápido al que ayudó su carácter: " ... su moral era la de su madre, una mujerzuela, y la de la gente de tropa de aquellos tiempos en que todo era permitido a los liberales: robar, saquear, matar y después del combate, ultrajar a las mujeres en el yermo altiplano y desflorar indias, cuando el jefe ordenaba el rebusque" (Chirveches 1988: 94).

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elile. Los imperativos que generó ese hecho la llevó a que sus propósitos de modernización del país respondieran más a un universo democrático grecolatino, dividido en patricios y plebeyos, que a una república representativa en el sentido contemporáneo del término. Esta interpretación de la democracia explica la contradicción que caracteri:zaba el comportamiento del grupo privilegiado. Para su fonalecimiento futuro necesitaba una renovación de sí misma que incluyese también a los sectores populares, pero que no significara la ruptura de su equilibrio, dominio y cohesión grupal. Como la generalización de la ciudadanía afectaba directamente a esto último, era necesario encontrar fórmulas que, permitiendo formalmente la igualdad entre individuos, asegurasen su desigualdad respecto al poder y a los privilegios que de él se desprendían. La raza y su degeneración fueron una de ellas, que no sólo sirvió para disminuir discursivamenle la capacidad de muchos electores, sino también para cues­tionar la legitimidad de las elites encumbradas a partir de éstos. El contenido racial de las preguntas sobre qué hacer con el indio y el mestizo significó, entonces, una forma de man­tener y fortalecer hipotéticas diferencias entre los distintos actores sociales. Reconocer la igualdad étnica era igual a consentir la erosión de los privilegios de clase del grupo privi­legiado, y aún más de la fracción del mismo en decadencia. De ahí que esta última se esforzase en demostrar un origen "patricio", que impidiera su despla:zamiento del ámbito político, mediante contradictorios discursos raciales en los que a la vez se exaltaba y denigraba lo popular (Knigth 1990: 76; Jacobsen 1993: 4). Tal actitud no sólo reportó beneficios para ella, sino también para toda la elile en el poder, que debido a su fragilidad, contribuyó en conjunto a fonalecer la segregación como medida de preservar su identidad y privilegios inviolables. Sin embargo, la discriminación no fue únicamente asunto suyo; los sectores subalternos, inmersos en la misma lógica señorial del poder, fueron contrarios a la homoge­neidad étnica en la medida que disminuía sus logros de ascenso. Los problemas de estatus y preeminencia de las elites, tanto en descenso como en alza, permearon, así, el juicio de toda la sociedad, haciéndola cada vez más reacia a asumirse nacionalmente como mestiza o india.

Esta problemática interna de la elite se relacionaba, a su vez, con otra que afectaba a su autoimagen y que la remitía a teóricas obligaciones respecto a la construcción de su identidad de clase y su identidad nacional. Esa preocupación resumía la contradicción a que estaba sometida. Por un lado, se encontraba imbuida en un proyecto de redefinición interna que la obligaba a subordinar su comportamiento político al logro de su continuidad como grupo de poder. Por otro, las exigencias de inserción al espacio y mercado internacionales, a través de la construcción de un Estado-nación, originaban un choque entre lo que la elite decía ser y representar y la Bolivia real, que no correspondía a los modelos de ciudadanía asumidos por esa elite como correctos y aceptables. Tales aspectos hicieron que la vida pública boliviana se caracteri:zase por un esfuerzo de definición constante en función de lo étnico. Esto, aunque tampoco reportó ningún resultado concreto en términos raciales, porque hacerlo implicaba reconocer como legítimas las ambiciones populares al poder, reforzó los discursos patemalistas y la consideración de la mayoría de los bolivianos como "menores de edad". Al tiempo y debido a la generalización de las nociones democráticas, su exclusión política se disfrazó de inclusión gracias a las prácticas clientelares, garantes de una participa­ción pública ciudadana no representativa.

A partir de lo anterior puede decirse que las elecciones revelan cuatro aspectos de las necesidades de las eliles bolivianas. Primero, fueron el escenario donde se hizo evidente la

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dependencia del grupo privilegiado respecto a los grupos populares, ya que necesitaba de ellos para alcan:zar su definición interna y establecer cuál de las fracciones de elite debía resultar hegemónica. Pero la legitimidad del sistema partidario no sólo le exigía votantes que respaldasen candidaturas de elite, sino también la admisión de esos votantes como ciudadanos con plenos derechos de participación y representación. Y ahí estaba el problema. Por un lado, requerían de apoyo popular en su enfrentamiento interno y, por otro, necesitaban que ese apoyo no adquiriera conciencia de su poder, lo tiranizase con exigencias de extensión de los privilegios y se convirtiera en su competidor. La necesidad de evitarlo explicó por qué, al tiempo que en los discursos de elite existía una continua valoración del voto artesano y una exaltación de sus virtudes como trabajador, aparecía también la denuncia de su inmadurez política a causa de su origen étnico. Con esto, no sólo se disminuía y denigraba la importancia de su presencia pública, sino que también se la hacía responsable del incorrecto funciona­miento del régimen de partidos políticos, siendo esta descalificación extensible al grupo de elite que ganaba a través del voto mestizo. Es decir, infravalorar la actuación política de éste equivalió a fortalecer una de las contradicciones políticas de la elite. Se ponía en duda la legitimidad de acceso al gobierno de los triunfadores en las urnas, pero se disculpaba su futura y posible mala actuación por la falta de instrucción de quienes les votaron. Estos, en su mayoría artesanos mestizos urbanos y peones de hacienda, al carecer de las cualidades de verdaderos ciudadanos por su naturaleza racial, eran los culpables de que el sistema partidario reprodujese los males del caudillismo y, por tanto, los causantes de la imposibilidad de Bolivia como nación "civilizada".

Segundo, informan de que la elite valoró las revoluciones y los cambios políticos y sociales acaecidos en Europa y Estados Unidos en la medida en que procedían de los centros de poder político y económico; lo que significó que apoyaban el uso de elecciones libres porque su empleo se ejercía en países con exito internacional. Mientras crecía la admiración hacia ello, aumentaba el deseo de la elite de participar en ese sistema debido a que con ello demostraban el mismo rango de elite que las extranjeras, su pertenencia a la civilización europea y el derecho a ser tomados en cuenta internacionalmente como nación. Aunque hubo políticos disidentes, la mayoría consideró perfectamente aceptables los principios liberales y, en consecuencia, defendió que las libertades individuales debían ser respetadas, que la prensa tenía que estar abierta a todas las opiniones y que las elecciones no sólo debían ocurrir formalmente sino ser libres y reconocer los derechos de la minoría.

Aparte de que con las elecciones las elites bolivianas podían definirse a sí mismas como parte del mundo civilizado, existía una consideración más pragmática para su uso. Tal como señala Richard Graham para el caso brasileño, las elecciones conllevaban una legitimi­dad que podía garantizar el orden, el control de toda la sociedad por unos pocos y una disminución de la hostilidad que provocaba tal hecho. Asimismo constituían la prueba de la coherencia y la fuerza del sistema político (Graham 1990: 79). Esto es, demostraban las contradicciones de la elite en cuanto a la libertad y el orden, pero probaban la coexistencia del autoritarismo con la libertad. Y era el sistema de clientelas el que hacía posible la reconciliación entre victoria, orden y legalidad tanto porque la seguridad en las promesas del patrón generaba leales seguidores que demostraban fidelidad con su voto, como porque la victoria electoral demostraba la autoridad local y permitía cumplir con los compromisos adquiridos por el patrón con el cliente.

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Por último, las elecciones proporcionaban a las elites un espacio de negociación política que disminuía los riesgos de ruptura e inestabilidad social que conllevaba una guerra civil. Cuando el sistema era cuestionado, quienes lo hacían eran aquellos que estaban en competencia para la ascensión social con los miembros de las redes de fieles que gozaban de los privilegios que les otorgaba el favor oficial. Su no incorporación provocaba que se reuniesen en tomo a las facciones de elite excluidas y fonnarnn nuevas redes de lazos a través de las cuales poder obtener más oportunidades futurns de ascenso y acceso al uso del poder. En este sentido, la modernidad política, expresada en la aceptación, defensa y uso de elecciones locales, regionales y nacionales, puede interpretarse como el resultado de la presión ejercida por las elites caídas o marginadas. En la reivindicación electoral y en la supuesta superioridad intelectual que conllevaba, éstas encontraron una fonna de legitimar su regreso o acceso al poder. ¿Qué más obligaría a las elites a querer ser modernas, sobre todo si eso significaba a la larga el riesgo de perder su estatus de elite, sino competir consigo mismas, y qué mejor forma de invalidar los peligros sociales de ese enfrentamiento intraelites que denigrar a los supuestos y futuros protagonistas de la modernidad?

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Marta Irurozqui Victoriano Inst. Ortega y Gasset-CSIC

Madrid, España

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