Juárez y Cárdenas
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Cárdenas frente a Juárez
Ensayo
Jaime Mireles Rangel
Introducción:
El presente análisis histórico tiene como propósito establecer semejanzas y diferencias
entre la forma de gobernar de los presidentes Benito Juárez y Lázaro Cárdenas.
Los aspectos comparados tienen que ver con la forma que ellos actuaron, de acuerdo a
su circunstancia política, en asuntos que consideraron como fundamentales para llevar a
cabo su mandato gubernamental.
Entre las coincidencias destacan las condiciones adversas que tuvieron que enfrentar al
momento de asumir el poder, la forma en buscaron el fortalecimiento del presidencialismo
como una vía para lograr la unidad nacional. Además, se abordan los enfoques políticos
adoptados de cara a los conflictos internacionales propiciados por el espíritu nacionalista
impreso en sus respectivas administraciones.
Estos aspectos interrelacionados entre sí fueron clave para la conformación de la nación
que ahora disfrutamos, aunque en la actualidad se pierde esa visión en aras de una
globalización que sacrifica a las naciones, en especial las llamadas en desarrollo, para
consolidar el imperialismo monetario internacional en manos de unos cuantos, lo que
constituye la etapa superior del capitalismo, donde la justicia social y el ser humano en
general pierden relevancia y significación.
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JUÁREZ Y CÁRDENAS
Una de las discusiones políticas fundamentales del siglo XIX mexicano fue la manera de
lograr la unidad nacional, después de la invasión estadounidense y la consecuente
pérdida de más de la mitad del territorio nacional en 1847. La amputación geográfica hizo
tomar conciencia a la clase política mexicana sobre la necesidad de que el país se
unificara rápidamente sino quería desaparecer en manos de nuestros poderosos vecinos
del norte. La política se situaba como una altamente nacionalistas.
Los conservadores concluyeron que la unidad nacional era fundamentalmente un
problema de carácter político. Para lograrla bastaría con fortalecer a la iglesia, por ser
esta la única institución organizada en el ámbito nacional y por ser la religión católica el
único lazo ampliamente compartido por una población heterogénea.
Los liberales estaban convencidos que la unidad nacional sólo se lograría después de
cambiar la estructura económica del país. El establecimiento de un mercado nacional era
la condición indispensable para el establecimiento de un estado nacional. Este proyecto
consideraba necesario poner en circulación la gran riqueza del país, la tierra en manos del
clero.
El liberalismo se apoyó en los caciques locales para destruir en el ámbito regional el
poder económico de la iglesia, y una vez alcanzada esta meta se vio obligado a liquidar a
aquellos caciques, que habían combatido en sus filas, pero que se oponían al
establecimiento de un mercado nacional que rompería con el aislamiento de sus
mercados locales.
Cuando el presidente Benito Juárez regresó a la capital el 15 de julio de 1867, se
restableció la república liberal. La derrota del Imperio de Maximiliano había sido el último
intento del partido conservador por controlar el poder político en México. A partir de ese
año el liberalismo iniciaba su etapa de monopolio del poder, bajo los gobiernos de Juárez
y Lerdo de Tejada.
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En el periodo de 1867 a 1888 se logró en México la unidad nacional. Para llegar a la
ansiada unidad, el Presidente Juárez delineó, en agosto de 1867, una doble política: Por
una parte, planteó la necesidad de fortalecer políticamente al Ejecutivo Federal por ser
este el representante del proyecto nacional frente a los múltiples proyectos locales,
representados por los caciques y, por la otra, vio la necesidad de establecer una política
de conciliación que integrase al proyecto nacional a los vencidos.
Por su parte, Cárdenas desterró a sus opositores o los alejó del gobierno, para fortalecer
al Presidente de la República, el cuál se había convertido en un ente decorativo con la
aparición del “Maximato”. El Congreso fue depurado en su representación, con el
desafuero de los representantes del callismo; en tanto que las gubernaturas y los poderes
federales fueron despojados de aquellos vestigios de independencia frente al Ejecutivo,
residuos que en gran medida habían podido mantener como resultado del caciquismo y
de los espacios creados por la diarquía que había prevalecido hasta 1935.
Al reestructurar al ejército, Cárdenas incorporó a sus filas a militares carrancistas, villistas,
zapatistas, repudiados por el “jefe máximo”; reformó al partido en el poder al eliminar a los
representantes del pasado inmediato; y aglutinó en su seno a las organizaciones de
trabajadores, campesinos y a los sectores popular y militar, de nueva manufactura. De
esta manera, también, el partido oficial se transformó en un instrumento del Presidente.
La derrota política del callismo era el paso previo necesario para la reestructuración,
ensanchamiento y consolidación de la alianza del gobierno con las organizaciones de
masas. Para que esta alianza fraguara -prefigurada en el Plan Sexenal-, el gobierno
cardenista debió de tomar una espectacular serie de decisiones que afectaran intereses
creados: acelerar el reparto agrario por un lado, permitir la organización de los obreros y
apoyar sus demandas frente al capital. De esta manera, el latifundio y las grandes
empresas industriales y comerciales -muchas de ellas en manos de capital extranjero-
fueron las que pagaron el precio de la alianza y subordinación de las organizaciones de
masas con el régimen.
La identificación de los proyectos de nación de ambos estadistas, consistió en que ambos
deseaban que la unidad nacional se llevase a cabo dentro del marco constitucional, a fin
de otorgarle un carácter permanente. Otro de los aspectos convergentes se identifica con
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la necesidad de combatir el latifundio, aunque en Juárez dicha intensión no se pudo
concretar, a pesar de la confiscación de los bienes eclesiásticos; en tanto que Cárdenas,
con el reparto agrario, se constituyó en el constructor del ejido, institución campesina que
vino a sustituir la hacienda prevaleciente desde la época colonial.
El gobierno liberal encabezado por Benito Juárez fue instaurado en 1858 y duró hasta
1861 como presidente sustituto, quien gobernó de forma paralela a seis gobiernos
conservadores. A partir de este último año fue Presidente Constitucional, encargo que
dejó en 1872, año de su muerte. Juárez tuvo que enfrentar una guerra civil y una
intervención extranjera, así como un país en bancarrota, sin capacidad siquiera para
pagar los intereses de la deuda exterior.
El último caudillo de México, Plutarco Elías Calles, a pesar de haber dejado la Presidencia
de la República, prácticamente gobernó al país a partir de su ascenso al poder en 1924 y
se extendió hasta unos meses después de la toma de posesión del general Lázaro
Cárdenas del Río, llevada a cabo en 1932. Los mandatarios en turno fueron manipulados
al antojo del “Jefe Máximo”, a partir del misterioso asesinato de Alvaro Obregón cuando
resultó Presidente Electo de México, por segunda ocasión.
Calles, para el grupo gobernante, representó un problema de legitimidad, pues el centro
real del poder no estaba en la Presidencia, sino en una persona que no ocupaba cargo
formal alguno. El mandato popular era violado al usurparse las funciones presidenciales.
El poder político recaía en un solo hombre, a cuya personalidad se le rendía un culto
superior al otorgado al Presidente de la República. La nación se había constituido en una
dictadura simulada.
El “Jefe Máximo” salió de México en contra de su voluntad y por orden de Cárdenas, y no
volvería al país en todo lo que restó del sexenio cardenista. El general Lázaro Cárdenas,
libre del yugo callista, pudo estructurar y ejercer el poder presidencial como ningún otro
jefe del Ejecutivo lo había hecho.
La centralización del poder político, tanto en Juárez como en Cárdenas, fue un
instrumento de fortalecimiento de la Presidencia de la República, aunque “El Tata” se
propuso -y logró- algo relativamente nuevo: proveer al nuevo régimen de una serie de
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organizaciones de masas que le sirvieran como una sólida base social de apoyo, y que
actuaran de acuerdo con el proyecto presidencial.
La unidad nacional se visualizaba, en la época cardenista, como una conjunción
heterogénea de fuerzas y voluntades en torno a un partido político oficializado, que
otorgaba expectativas de participación para todos a través de cuatro grupos organizados,
los cuales, si bien la nación mexicana no se agotaba en ellos, sí conformaban su esencia.
El PRM quedó formado el 30 de marzo de 1938. La organización corporativa real del
nuevo partido mantuvo, de hecho, aunque no en la forma, a la autoridad del presidente en
la cúspide de su estructura. Dentro y fuera del partido oficial, los cuatro sectores que la
formaban negociaron con el presidente, pero éste, de hecho, tomó la iniciativa y siempre
tuvo la última palabra.
Cárdenas, como sus antecesores y sus sucesores, habría de gobernar en nombre de los
intereses populares, pero a diferencia del pasado estos intereses tenían nombre,
organización y estaban incorporados al partido; los intereses y sectores que estaban
fuera, tenían derecho a existir pero subordinados a las necesidades populares, pues su
legitimidad era menor.
La gran paradoja de la política mexicana consistió en que la idea de Calles de
institucionalizar la vida política mexicana se hizo realidad en el momento que él dejó la
escena política. México no sería más un "país de hombres" y sí uno de instituciones.
En política internacional, tanto Juárez como Cárdenas debieron enfrentar graves
desacuerdos con las naciones desarrolladas ansiosas de saciar sus ambiciones a través
de la explotación y control de las riquezas naturales del país.
El indio de Guelatao, con la instauración del estado republicano, a raíz de la ruptura de las
estructuras socioeconómicas que subsistían desde la colonia, se acabaron las
expectativas europeas con respecto a México y el país quedó bajo la influencia de los
Estados Unidos de América. El Estado mexicano, empobrecido, sin capacidad para
enfrentar sus compromisos internacionales, presentaba a un país que era presa fácil para
desarrollar las codicias económicas y territoriales de las potencias extranjeras.
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La industria minera estaba en manos de compañías extranjeras –inglesas, francesas y
alemanas–. El erario público estaba en bancarrota, lo que exigía recurrir a mayores
empréstitos, en tanto que la riqueza del clero era ostensible. Como resultado de ello, se
nacionalizaron los bienes eclesiásticos apoyados en la expedición de las Leyes de
Reforma, recursos que se extinguieron por las constantes luchas intestinas.
Así, contra la Constitución de 1957 la alta jerarquía eclesiástica promovió una guerra civil
y contra las Leyes de Reforma, la intervención extranjera. Juárez decretó la suspensión
del pago de la deuda, pero Francia, España e Inglaterra firmaron una alianza tripartita –en
la cual Estados Unidos de América no participó debido a la Guerra de Secesión– para
obligar a México a cumplir con sus compromisos, sin interferir en la problemática interna
del país.
Por su parte, Francia, motivado por los afanes imperialistas de Luis Napoleón, quería
establecer en el país un gobierno subsidiario suyo, por lo cual lo invadió, en tanto que los
navíos españoles y británicos tenían como objetivo obligar a México a pagar su deuda. La
ambición francesa y la entrega servil de los conservadores mexicanos, inclusive el clero,
hicieron posible la instauración de un segundo imperio encabezado por Fernando
Maximiliano de Habsburgo, apoyado por las fuerzas conservadoras más reaccionarias de
México. Con el fusilamiento del emperador y sus compinches mexicanos, Juárez pensaba
en un modelo diferente de nación.
Cárdenas, en su momento, tuvo que enfrentar a una gran industria nacional –petrolera,
minera y eléctrica– en manos del capital extranjero, las cuales incrementaban su
producción sin aumentar su inversión, solamente hacían uso de su capacidad instalada.
Estas grandes empresas desconfiaban de Cárdenas, sobre todo por la expedición de la
Ley de Expropiación, emitida en 1936, apoyada en el artículo 127 constitucional que
declaraba a todos los depósitos de hidrocarburos propiedad de la nación.
El 18 de marzo de 1938, Cárdenas anunció la expropiación de 16 empresas petroleras
extranjeras, previa huelga que parecía no tener solución ante la negación de los
empresarios de ceder primero a las demandas obreras y, después, al ordenamiento de la
Suprema Corte, a favor de los trabajadores del ramo. Las consecuencias de esta medida,
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llevaron al país a la crisis económica, debido al poder de las empresas afectadas, las
cuales boicotearon al petróleo mexicano en el mercado internacional.
Se ha dicho, y con justicia, que fue durante el gobierno del general Lázaro Cárdenas
cuando el nacionalismo mexicano alcanzó su punto culminante, sobre todo a raíz de la
expropiación petrolera. Este nacionalismo había sido generado por las luchas contra el
extranjero en el siglo XIX y acelerado por la confrontación entre el régimen revolucionario
por un lado y Estados Unidos y ciertas potencias europeas por el otro.
Cárdenas terminó su mandato presidencial sin haber solucionado el conflicto internacional
creado por la expropiación y sin haber hecho una evaluación de lo confiscado, en tanto
que Juárez no pudo acabar con los caciques, sino que salieron fortalecidos al adueñarse
de las propiedades del clero.
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Conclusiones
El apego al derecho del proyecto de Benito Juárez tiene más similitudes al país de
instituciones que consolidó Lázaro Cárdenas, ambos aspectos se circunscriben en claros
proyectos de unificación del país, así como las dificultades que ellos enfrentaron en el
ámbito internacional.
Es importante destacar que los dos mandatarios tuvieron diferencias y similitudes entre sí;
pero resalta la manera en que ambos buscaron el fortalecimiento del presidencialismo,
institución endeble ante la pérdida de gran parte del territorio nacional y la instauración de
un gobierno imperial, en el caso de Juárez; y en la asunción de un caudillaje con poder
superior al presidencial, en el de Cárdenas. En ambos casos, resalta el sentido unificador
y nacionalista.
Es indispensable dejar en claro los fines perseguidos por Juárez y Cárdenas se
sustentaron en un férreo amor a la patria; es decir, pensaron primero en México. El
nacionalismo fue el motor de la política nacional durante sus respectivos mandatos.
En ambos estadistas se advierte la necesidad de establecer ligas económicas y de buena
vecindad con Estados Unidos de América, pero en ninguno de ellos se vislumbró siquiera
la posibilidad de actitudes entreguistas, como las que se presentan en la actualidad con el
presidente Vicente Fox. El ejemplo más reciente lo encontramos en la, para los
mexicanos, vergonzante expulsión de Fidel Castro –tradicional amigo de nuestro país- de
la pasada cumbre de Monterrey, ante la inminente llegada del presidente Bush al foro de
estadistas.
La globalización de la economía ha superado al poder presidencial en muchos países. El
nacionalismo ha pasado a segundo término, frente a los dictados de un liberalismo
económico, comandado por los grandes capitales asociados que rigen los mercados
internacionales. Las alianzas son con el capital. El hombre pasa a ser un instrumento.
Los mandatarios hacen a un lado el proyecto histórico de sus naciones, en aras de apoyar
la producción masiva de bienes de consumo ajena, situación que se hace más evidente
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en los países en desarrollo, los cuales se ven envueltos, cada día más, en la explotación
irracional de sus recursos naturales y al encauzan sus mejores esfuerzos a la prestación
de servicios a los grupúsculos de privilegiados.
En este sentido, se hace inminente la instauración de unidad, e identidad nacional, capaz
de actuar en lo interno con una visión que permita su integración, en igualdad de
circunstancias, en los mercados mundiales de bienes y servicios, libres de toda
posibilidad de dominación, sin comprometer su soberanía y con el acento en el respeto a
las riquezas y valores nacionales.
Ello supone la integración de las capas más desprotegidas de la sociedad a estadios de
vida cada vez más dignos, a través de mayores y mejores oportunidades de educación y
capacitación para el trabajo productivo, que los conduzca a un verdadero desarrollo
sustentable y sostenible. Los dirigentes de las naciones, paradójicamente son elegidos
por los más necesitados, pero sirven exclusivamente a los fines del poder económico.
De continuar esta tendencia deshumanizada de globalización de la economía, tendremos
que enfrentar un escenario mundial de miseria y hambruna generalizada, donde los
acciones del nazismo de fines de la primera mitad del siglo XX, parezcan inocentes
ensayos de dominación y muerte.
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Bibliografía consultada
Apuntes de Historia Nacional. Zavala, Silvio. Apuntes de Historia Nacional 1808-1974.
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Diccionario de Biografías, La llave del conocimiento. Barnat y Vives. Terranova Ediciones
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