James Hillman. "Cien años de Psicoanálisis y todo sigue igual"

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La vida vivida hacia atrás Fragmento de la respuesta de James Hillman dirigida a Michel Ventura, correspondencias compiladas en “Cien años de Psicoanálisis y todo sigue igual” Estoy elaborando la idea del núcleo, o la bellota, y el valor de esta idea en particular para imaginar la vida en sentido inverso, vivida hacia atrás, no en el tiempo cronológico, del nacimiento a la muerte, sino hacia atrás en toda su significación posible. Para ello, sugiero un método absolutamente distinto dentro de la psicoterapia. Ello significa: que lo que es totalmente efectivo en nuestras vidas es lo verdaderamente significativo, esto es, el carácter del fantasma que nos guía, cuya idiosincrasia –llamémosla síntomas- limita la vida a las únicas posibilidades que son verdaderamente propias. Los hindúes hablan del karma; los romanos hubieran denominado a este fantasma el genio y, probablemente, lo hubieran asociado a Saturno. En nuestro siglo, Saturno ha resurgido como el “viejo sabio” y la “vieja sabia” de Jung, que son, según él, configuraciones del yo orientador. El fantasma que nos guía es como el dios Saturno, en el sentido que Saturno nos obliga y pone límites y actúa como el daimon de Sócrates, una voz que nunca le dijo al gran filósofo griego lo que debía hacer sino tan sólo lo que no debía hacer: una voz aleccionadora, inhibitoria. Uno reconoce su propia semilla por la cáscara y la vaina, por los duros impedimentos, los presagios, las advertencias que contribuyen a preservarlo a uno dentro de su forma única, singular. Dije antes que esta forma de pensamiento sugiere un método por completo distinto para aplicarlo a la psicoterapia. En lugar de partir por lo pequeño (la infancia) y avanzar hacia lo grande (la madurez), en lugar de partir por traumas causales y culpas externas que determinan lo por venir, partimos por la plenitud de la madurez, por determinar quién y dónde y qué es uno en su universo comunitario del presente, y leemos desde las hojas y ramas de los árboles, y las cosas accesorias, hacia atrás, hasta las fases tempranas, como si fueran presagios, pequeños espejos de la persona mayor. ……………………………………..

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Diálogos y cartas donde junto a Michel Ventura echan una ojeada mordaz no tan sólo al legado de la psicoterapia sino a cada faceta de la vida actual, desde la secualidd a la politica pasando por los medios de comunicación, el entorno y la vida en las ciudades. Arremeten contra la esencia misma de nuestros dogmas y concepciones más arraigadas. Ed.Sudamericana

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La vida vivida hacia atrás

Fragmento de la respuesta de James Hillman dirigida a Michel Ventura, correspondencias compiladas en “Cien años de Psicoanálisis y todo sigue igual”

Estoy elaborando la idea del núcleo, o la bellota, y el valor de esta idea en particular para imaginar la vida en sentido inverso, vivida hacia atrás, no en el tiempo cronológico, del nacimiento a la muerte, sino hacia atrás en toda su significación posible. Para ello, sugiero un método absolutamente distinto dentro de la psicoterapia. Ello significa: que lo que es totalmente efectivo en nuestras vidas es lo verdaderamente significativo, esto es, el carácter del fantasma que nos guía, cuya idiosincrasia –llamémosla síntomas- limita la vida a las únicas posibilidades que son verdaderamente propias. Los hindúes hablan del karma; los romanos hubieran denominado a este fantasma el genio y, probablemente, lo hubieran asociado a Saturno. En nuestro siglo, Saturno ha resurgido como el “viejo sabio” y la “vieja sabia” de Jung, que son, según él, configuraciones del yo orientador. El fantasma que nos guía es como el dios Saturno, en el sentido que Saturno nos obliga y pone límites y actúa como el daimon de Sócrates, una voz que nunca le dijo al gran filósofo griego lo que debía hacer sino tan sólo lo que no debía hacer: una voz aleccionadora, inhibitoria. Uno reconoce su propia semilla por la cáscara y la vaina, por los duros impedimentos, los presagios, las advertencias que contribuyen a preservarlo a uno dentro de su forma única, singular.Dije antes que esta forma de pensamiento sugiere un método por completo distinto para aplicarlo a la psicoterapia. En lugar de partir por lo pequeño (la infancia) y avanzar hacia lo grande (la madurez), en lugar de partir por traumas causales y culpas externas que determinan lo por venir, partimos por la plenitud de la madurez, por determinar quién y dónde y qué es uno en su universo comunitario del presente, y leemos desde las hojas y ramas de los árboles, y las cosas accesorias, hacia atrás, hasta las fases tempranas, como si fueran presagios, pequeños espejos de la persona mayor. ……………………………………..

Pero seamos aùn menos especulativos: tan sólo déle la vuelta a cualquiera de los episodios psicológicos importantes de su propia vida. Léalos hacia atrás. Escogió usted a su esposa porque era muy distinta (o muy parecida) a su madre. Éste es un viejo adagio dentro de la psicología. Pero supongamos que su alma disfrutó de una práctica con su madre para la vida que posteriormente habría de vivir con su esposa. O supongamos que una mujer concibe sus enfermedades infantiles (que la mantuvieron en cama y aislada durante años cruciales en términos de su socialización) como una práctica temprana para la labor que realiza ahora, como puede ser la escritura en soledad, la invención de artilugios tecnológicos o la labor terapéutica. Debía estar aislada en aquella época para atenerse a lo que determinaba su semilla. Esta forma de concebir las cosas les quita a esas etapas tempranas la carga que supone percibirlas como un error y a uno mismo como una víctima de ciertas falencias o crueldades; en lugar de ello, es el núcleo en su totalidad reflejándose en el espejo, el alma repitiendo indefinidamente, en sus múltiples disfraces, el patrón fundamental de su karma. La psicología parte de una premisa al revés, la de que la infancia es lo primordial y lo determinante, que el desarrollo es un proceso acumulativo, un tipo de evolución orgánica, que llega a un punto culminante luego decae. Y las cicatrices más tempranas se convierten en heridas supurantes o pulsiones ya curadas, pero no en una poda

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necesaria para conservar la forma del árbol, una forma que la propia semilla ordena. No es sólo que la infancia esté, así, sobrevalorada, sino que la maduración queda a la vez entrampada en un modelo orgánico, teñido de melancolía. Más que la psicología evolutiva, debiéramos estudiar la psicología esencial, la estructura del carácter, la dotación innata de talento, las psicopatologías inalterables. …………………………………….

Si partiéramos con Saturno, llegaríamos a reconciliarnos en bastante mayor grado con nuestras cualidades dadas, incluyendo todo aquello que no funciona y es percibido como un trauma, una maldición y pura mala fortuna, y nos sentiríamos bastante menos impacientes con nuestro propio crecimiento. Puede que la vida humana sea orgánica, pero en el sentido de Goethe relativo a la forma negativa. La forma de una hoja, decía él, está determinada por los espacios ausentes (como la forma de un jarrón oriental está moldeada por, y en torno de, el vacío en su interior). Puede que los fragmentos perdidos y los infortunios sean, en rigor, una bendición, lo que nos ha convertido en la persona singular que hoy somos. A medida que he ido envejeciendo, he llegado a entender que las maldiciones, las frustraciones y las deficiencias de carácter que me legó Saturno tienen un significado completamente distinto del que les atribuía cuando era joven. Entonces las asumía literalmente como maldiciones y maldecía a mi estrella por no brindarme lo que yo creía necesitar y anhelaba. Esto es, maldecía a Saturno, para emplear la antigua expresión. Pero no es Saturno el que nos maldice a nosotros; nosotros lo maldecimos a él. Lo convertimos en el viejo dios pobretón, esquivo y cojeante, porque no entendemos su forma de bendecirnos. ¡Qué maldición ha de ser ésa, la de vivir haciendo obsequios que son recibidos como castigos! Las deficiencias y frustraciones que nos adjudica son su forma de mantenernos fieles a nuestra imagen particular. No hay escapatoria. La vieja tradición atribuía los últimos años de vida a Saturno. Eso tiene sentido. Tan sólo ahora comienzo a reconciliarme con, y no a rebelarme en contra de, lo que soy y lo que no soy.

Ésta se ha vuelto una carta muy, muy larga, y densa. Es tarde en la noche. Siento sobre mí el peso de Saturno. Puede que el fantasma esté escribiendo esta carta y por eso quizás se sienta como muy “al margen”. Pero la vida –este planeta, esta galaxia- es un enigma extraordinario y no es posible que nuestras vidas queden entrampadas en el cerco tendido por los departamentos de psicología de las universidades o los programas de formación como terapeutas. Con todo, esos departamentos y programas generan individuos que se ocupan del alma. Puede que el quedarse al margen sea un mejor inicio. Dejemos vagar nuestra imaginación más allá de los confines humanistas de la ideología terapéutica. ¿Es tan estrambótico suponer que los artistas, los místicos y los visionarios pueden tener nociones más acertadas de la vida y el alma humana que las que se derivan de los datos reunidos en los campus universitarios a partir de experimentos con alguna muestra aleatoria de alumnos secundarios?

Busco aquellas teorías que rompan esquemas, como lo hace el arte, no que anquilosen nuestras mentes. Y el valor de una teoría psicológica en particular descansa en su capacidad de abrir la mente, de volarle a uno la tapa del cráneo como hacen un buen poema o una voz maravillosa en mitad de una canción. La teoría evolutiva de la infancia, la vida vivida hacia delante, nos reduce a nuestra capacidad más baja, a la condición infantil y sus ineptitudes. Entonces requerimos de la idea de crecimiento y el desarrollo para impulsarnos a partir de la imagen básica que nosotros mismos

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propagamos, en virtud de nuestro énfasis en la infancia: el crecimiento nos salva de lo que la teoría evolutiva considera, en términos muy dogmáticos, nuestra naturaleza básica, la condición desamparada y esperanzada a la que designo como “mi niño interior”. El crecimiento se iguala a la salvación de naturaleza secular. La importancia abrumadora de la infancia en la cultura contemporánea es, creo yo, una consecuencia directa de la importancia que la psicología confiere a la infancia, y de la falta de imaginación de la psicología en el ámbito teórico. Quizás usted vaya un paso más lejos, arguyendo que la importancia abrumadora de la infancia en la cultura estadounidense hunde sus raíces históricas en nuestra separación de la madre Europa, y que la psicología es solo una expresión adicional del predominio del arquetipo infantil en toda la cultura derivada de ello. Sea lo que sea, quiero insistir tan sólo en la parte que juega en todo esto la psicología, y en que si la imaginamos de un modo distinto, la propia infancia se siente distinta. La vida vivida hacia atrás, desde arriba hacia abajo, con sus raíces en los cielos (una imagen tomada, por cierto, del misticismo de la cábala judía), percibe en el espejo de la infancia los rasgos, las heridas y las cosas maravillosas, pero los concibe como esencialmente inmotivados, aún cuando sean encarnados por actores como los padres, los hermanos y los maestros (y los violadores) en el drama que llamo mi vida. El que tales rasgos se vuelvan, con el tiempo, más pronunciados y más diestros, o en ciertos casos más difusos y torpes, no es ningún misterio. El desarrollo de nuestros rasgos esenciales depende, ciertamente, de las circunstancias que posibilitan la práctica y el correr riesgos. El desarrollo no es ningún misterio, pero sí lo es la bellota. Picasso decía: “No me desarrollo, soy”. Y el gran enigma dentro de la terapia no es el de cómo me embarqué en esta vía, sino el de a qué aspira mi propio Daimon conmigo. Buenas noches Michel, que duerma bien. Jim