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perspectivas
ISSN 0718-4468
DDOONNAACCIIÓÓNN EEMMPPRREESSAARRIIAALL:: DDEE LLAA FFIILLAANNTTRROOPPÍÍAA AA LLAA IINNVVEERRSSIIÓÓNN SSOOCCIIAALL
Felipe Machado Pinheiro
Magdalena Gil Ureta
PONTIFICIA UNIVERSIDAD CATÓLICA DE CHILE
C E N T R O D E E S T U D I O S D E E M P R E N D I M I E N T O S S O L I D A R I O S | C E E S ∙ U C
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PERSPECTIVAS CEES‐UC La misión del Centro de Estudios de Emprendimientos Solidarios es contribuir al desarrollo de las organizaciones de acción solidaria y de las intervenciones que llevan a cabo, mediante los aportes de la reflexión, investigación y educación continua pluridisciplinaria. El centro es parte de la Facultad de Ciencias Sociales de la Pontificia Universidad Católica de Chile.
El objetivo de PERSPECTIVAS CEES‐UC es difundir ideas, investigación y conocimiento relativo al tercer sector, así como al sector público, para el aprendizaje y la reflexión. Busca presentar análisis sobre los temas permanentes o emergentes para las organizaciones, instituciones o personas que están vinculadas o interesadas en los emprendimientos solidarios.
Editor Daniel Díaz Vera Pontificia Universidad Católica de Chile
Comité Editorial Sergio Chacón Armijo Director de Programas Sociales, Fundación (PARENTESIS) Javier Guzmán Piña Junta Nacional de Auxilio Escolar y Becas, Gobierno de Chile Paola Jorquera Aguayo Universidad San Sebastián, Chile Karin Roa Tampe Pontificia Universidad Católica de Chile CEES‐UC Facultad de Ciencias Sociales Pontificia Universidad Católica de Chile Avda. Vicuña Mackenna 4860, Macul Santiago, CHILE
Sitio Web: www.cees.cl Correo Electrónico: [email protected]
SOBRE LOS AUTORES Felipe Machado Pinheiro Sociólogo de la Pontificia Universidad Católica de Chile, donde es Profesor Asistente Adjunto, trabaja en investigaciones en sociología de la organización y dicta el curso “Desarrollo Organizacional y Responsabilidad Social”. Ha trabajado como consultor en Responsabilidad Social Empresarial en Gestión Social, donde actualmente es socio y director. Magdalena Gil Ureta Socióloga de la Pontificia Universidad Católica de Chile y estudiante de doctorado en Sociología en Columbia University, U.S.A., donde es miembro del “Center on Organizational Innovation”. Es Profesor Asistente Adjunto de la Pontificia Universidad Católica de Chile, donde dicta el curso “Desarrollo Organizacional y Responsabilidad Social” .Ha trabajado como consultora en Responsabilidad Social Empresarial en Gestión Social. Correspondencias relacionadas a este artículo deben ser enviadas a: Felipe Machado Pinheiro, Instituto de Sociología UC, Pontificia Universidad Católica de Chile, Campus San Joaquín, Avenida Vicuña Mackenna 4860, Macul, Santiago de Chile. Correo electrónico: [email protected]
I S S N 0 7 1 8 ‐ 4 4 6 8 | P E R S P E C T I V A S C E E S ‐U C | N ° 9 | MA R Z O 2 0 1 0
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CONTENIDO
Presentación .................................................................................................................................. 3
Introducción ................................................................................................................................... 4
Donaciones y ecología empresarial ............................................................................................... 8
Cambios en la lógica de la donación y responsabilidad social empresarial en el siglo XIX y XX . 12
Las donaciones empresariales hasta fines del siglo XX .................................... 13
El proceso de internacionalización de la economía ........................................ 15
Responsabilidad e inversión social de empresas en el siglo XXI .................................................. 19
De la filantropía a la inversión social ........................................................................................... 22
Bibliografía ................................................................................................................................... 26
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PRESENTACIÓN Donación empresarial en Chile: de la filantropía a la inversión social
Se pueden tener muchas opiniones acerca de las empresas. Se las puede evaluar de distantes, de orientadas puramente al lucro, que son un aporte insoslayable al desarrollo del país, que dan trabajo a miles de hombres y mujeres, o cualquier otra visión, pero no cabe duda que su presencia resulta ineludible en todos los campos. Nos relacionamos con empresas al ir al teatro, cuando acudimos a nuestro restaurant favorito, cuando compramos un libro, cuando rellenamos combustible en el automóvil o cuando vamos al médico. Esta situación ha derivado en la necesidad de mirar y analizar el modo en que estas organizaciones se relacionan con su medio ambiente.
El medio ambiente de una empresa va mucho más allá de los espacios naturales en que tiene lugar su desempeño, pues involucra el mismo tiempo espacios urbanos, culturales, sociales y personales. En cada uno de estos niveles la empresa‐organización se hace presente en grados diversos, y puede ser fuente y sustento de micro y macro revoluciones en ese entorno. El desafío consta en tener conciencia de esa gravitación.
Mamiña es una localidad del norte de Chile que tiene algo más de 540 habitantes, se localiza a 127 kilómetros al este de Iquique, y alberga fuentes de aguas termales que alcanzan una temperatura de 57 grados Celsius. Más allá del dato turístico, un detalle no menor es que su ubicación dista 4 kilómetros de una faena minera de extracción de cobre. Hasta antes de la instalación de esta faena, es posible imaginar un flujo determinado de turistas que acudían en verano y los fines de semana del resto del año. La nueva empresa cambió esa situación, pues ha establecido relaciones con esa comunidad en tanto les da alojamiento y comida diaria a decenas de trabajadores todos los días de la semana, demanda que ha llevado al surgimiento de servicios de hotelería destinados exclusivamente satisfacer las necesidades de esta industria.
Este ejemplo muestra una relación de mutuo beneficio entre la empresa y la comunidad, pues ambas logran mejorar sus condiciones ‐o resolver problemas‐ a partir de la existencia de este vínculo en particular. Ya no se trata de una empresa enorme que dona una camioneta al centro comunitario, o un set deportivo a la escuela. Se ve una organización que busca establecer un vínculo ganar‐ganar con esa comunidad. Relación de la cual ambas partes obtienen un beneficio cuyo impacto puede, incluso, ir más allá del término de la relación. Esa comunidad ha desarrollado habilidades, competencias o capacidades individuales y comunitarias que quedarán entre ellos.
De estos temas nos hablan Felipe Machado y Magdalena Gil Ureta en este escrito. Sin duda que el tema no se extingue en sus palabras, pues gatilla nuevas preguntas que urgen por ser abordadas. ¿Cómo están preparadas las comunidades u organizaciones sociales para entablar relaciones horizontales con las empresas?, ¿cuán claro tienen las organizaciones solidarias aquello que tienen para ofrecer a las empresas?, ¿están las organizaciones solidarias listas para ser socios en las construcción y desarrollo de respuestas a los problemas sociales?, ¿es posible salvar las brechas de prejuicios mutuos que pueden separar a muchas empresas de las organizaciones sociales?. Quedan las preguntas abiertas, y este escrito es un aporte en este camino.
Daniel Díaz V. | Editor
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DONACIÓN EMPRESARIAL EN CHILE: DE LA FILANTROPÍA A LA INVERSIÓN SOCIAL
INTRODUCCIÓN
Una donación puede ser descrita de manera amplia como la decisión de una persona o
una organización de voluntariamente ceder parte de sus bienes a otro. Este ‘otro’
puede ser una persona o grupo de personas desfavorecidas, una organización religiosa
o política, un artista, un científico, un deportista, una organización privada sin fines de
lucro o un proyecto concreto que promueve el bien común. Donaciones han existido
siempre. A lo largo de toda la historia de Occidente se narra la práctica del mecenazgo,
donde personas naturales o organizaciones pertenecientes a los estratos altos de la
sociedad han auspiciado el desarrollo de las artes y el conocimiento, y la práctica de la
beneficencia pública mediante iniciativas sostenidas bajo el alero de diversas
organizaciones religiosas ‐clericales y laicas‐, y del aporte de privados. Sea cual sea el
caso, todas estas prácticas tienen en común la lógica del traspaso privado de un don,
de algo valorado, a alguien –personas u organización‐ que lo necesita.
En la tradición occidental, se ha usado el término cristiano ‘caridad’ para denominar
este tipo de decisiones de aparente carácter altruista, y se la ha valorado socialmente
como algo deseable y bueno. Hasta finales del siglo XX, la estructura de la donación
empresarial se mantuvo relativamente idéntica a la estructura de la donación personal
en el sentido caritativo o filantrópico. (Marinetto, 1999). No obstante, gradualmente
se ha hecho evidente que las decisiones tomadas en la empresa moderna tienen
especificidades que la diferencian sustancialmente de las decisiones personales,
caritativas o no. Por nombrar algunas diferencias: las personas tienen motivaciones,
las empresas no (aun cuando sus miembros puedan tenerlas); las personas pueden
aportar sus recursos, habilidades y esfuerzo particulares para contribuir con proyectos
de beneficencia mientras que las empresas pueden llevarlos a cabo haciendo uso de
su capacidad organizacional, resultado de su particular modo de vincular a diversas
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personas y emplear diversos activos ‐know‐how, infraestructura, alianzas‐ para la
consecución de determinados objetivos y metas (Rodríguez, 2002); y finalmente, las
decisiones de las grandes empresas producen ‘externalidades’ a una escala que
difícilmente una persona pueda llegar a producir de manera individual. Por lo tanto,
todo lo anterior hace poco fructífera la tarea de homologar la lógica tradicional de la
donación individual como caridad a la lógica de las donaciones empresariales u
organizacionales.
Como consecuencia de las
diferencias recién señaladas, si
la estructura de decisión de
una empresa sigue la misma
estructura de las decisiones de
la donación personal, la
empresa incurre en al menos tres riesgos que en principio son poco deseables. En
primer lugar, utilizar la motivación personal de los miembros de la alta gerencia como
única premisa para la decisión. Cuando los proyectos y actividades en responsabilidad
social dependen exclusivamente, o sobre todo, de la motivación personal de algún
gerente o director no existe ninguna seguridad de que los proyectos se mantendrán en
el tiempo. Además, la posibilidad de que estos proyectos sean un aporte a la
estrategia organizacional queda en manos del azar, es decir, puede ser o no ser
dependiendo de cuál sea la motivación personal del líder en cuestión. Finalmente,
esto trae problemas porque no permite a los subalternos y/o administradores del
programa tomar decisiones sin consultar al líder o bien deben intentar adivinar el
espíritu que el proyecto debería tener en su idea. Como esto es imposible en la
mayoría de los casos, los proyectos terminan siendo el resultado de un patchwork de
motivaciones personales de distinta índole y sin ninguna vinculación a la planificación
y los objetivos organizacionales.
El segundo riesgo de identificar las donaciones de la empresa con las donaciones
personales es desperdiciar el potencial organizacional único de la empresa como
organización. Más allá de sus recursos financieros, y la integración que pueda haber
entre las competencias de su quehacer y las necesidades de sus grupos de interés, una
empresa es “más que la suma de sus miembros”. Como organización tiene
Los proyectos terminan siendo el resultado
de un ‘patchwork’ de motivaciones
personales de distinta índole y sin ninguna
vinculación a la planificación y los objetivos
organizacionales.
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capacidades que nacen de la sinergia entre las personas que trabajan en ella, las áreas,
departamentos y sus distintas funciones. Si una persona dona 10 millones de pesos o
una empresa dona 10 millones de pesos no existe mucha diferencia para quien lo
recibe. Pero una empresa puede hacer cosas que una persona natural no puede; por
ejemplo, puede acarrear materiales y/o personas, puede poner horas de sus
ejecutivos a disposición de una ONG, puede hacer placement a través de su marketing,
puede mejorar la seguridad de un barrio, entre muchas otras posibilidades. Muchas
veces, a la empresa le significara mucho menos en dinero hacer estas cosas que donar
el dinero necesario para realizarlas. De este modo, la sinergia de la empresa puede no
solo mejorar la entrega de valor sino que crear valor sostenible al hacerlo.
Por último, un tercer riesgo de ver las donaciones empresariales como equivalentes a
una donación personal es pasar por alto los impactos de la misma empresa en el
entorno. Las personas, como las empresas incurren continuamente en externalidades,
es decir, su actividad diaria tiene consecuencias para otros que pueden ser negativas.
Pero a diferencia de las personas, las empresas no dependen del buen humor, el
stress, o el ánimo sino que son bastante predecibles; basta fijarnos en su cadena de
producción para encontrar esos puntos en que una consecuencia es negativa para
otros. El riesgo de no vincular las iniciativas impulsadas con la mitigación de impactos
negativos o la promoción de condiciones favorables para el operar de la empresa en el
mediano y largo plazo es que las “buenas acciones” hechas en otros ámbitos por la
empresa no son percibidas por la comunidad, o son interpretadas meramente como
lavado de imagen.
Todos estos riesgos tienen posibles daños
asociados y pueden ser evitados si pensamos
la donación empresarial haciéndonos cargo
de la complejidad involucrada en la toma de
este tipo de decisión con el fin de hacer más
probable el logro de resultados que sean
estratégicos y sostenibles, tanto para la
empresa como para la comunidad que se ve
beneficiada.
Si una persona dona 10 millones de pesos o una
empresa dona 10 millones de pesos no existe mucha
diferencia (…). Pero una empresa puede hacer cosas
que una persona (…) no puede: puede acarrear
materiales y/o personas, puede poner horas de sus
ejecutivos a disposición de una ONG, puede hacer
placement a través de su marketing, puede mejorar
la seguridad de un barrio.
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Es precisamente la complejidad específica de la donación empresarial en la sociedad
contemporánea lo que queremos tratar en este trabajo. Para lograrlo, primero
examinaremos teóricamente la relación empresa/entorno para entender qué tipo de
fenómeno estamos analizando y cuáles son las especificidades de los vínculos sociales
que están en juego en la donación empresarial. Segundo, analizaremos la evolución de
las donaciones empresariales en Chile, desde la perspectiva tradicional –conocida
como filantropía corporativa‐ hasta la perspectiva estratégica que aquí se propone.
Luego, ahondaremos en qué consiste una donación empresarial estratégica, a la que
llamaremos ‘inversión social’.
Sin embargo, antes de entrar de lleno en el desarrollo de estos puntos, es necesario
hacer una última aclaración sobre la perspectiva disciplinaria con la que lo
abordaremos. Existen varios estudios en las ciencias sociales que han abordado el
tema de las donaciones investigando las motivaciones personales que llevan a que una
persona o grupo de personas tome este tipo de decisión (Gunderman, 2008; Payton &
Moody, 2008; Adloff, 2009; Bornstein, 2009; Campbell, Gulas, & Gruca, 1999; Simcic
Brønn & Vidaver‐Cohen, 2009). De acuerdo a Jeavons (2009), por ejemplo, lo que
distinguiría a los estudios sobre filantropía es su pregunta por los valores. Sin
embargo, esta no es la perspectiva disciplinaria en la que nos situamos. En nuestra
opinión, para la sociología es poco fructífero entrar a especular sobre las
motivaciones, dimensión de la realidad que es de difícil acceso y poco adecuada para
la forma de problematizar que distingue a la disciplina de los autores. Sin embargo, la
mirada sociológica sí tiene un enorme potencial para observar las donaciones
empresariales desde otros ángulos, iluminando el fenómeno en su evolución socio‐
histórica, observando las características de estas decisiones y de las percepciones y
expectativas sociales que confluyen sobre las empresas que donan y los demás grupos
de interés involucrados en los proyectos y alianzas que buscan la integración entre los
objetivos estratégicos de la empresa y el bienestar de los grupos y personas
involucrados. Esta es la perspectiva que asume el presente trabajo.
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DONACIONES Y ECOLOGÍA EMPRESARIAL
La perspectiva de una ecología empresarial1 releva el hecho de que no se puede
abordar el fenómeno organizacional sin tener en cuenta la relación entre empresa y
entorno (Morandé, 2005). Es por ello que todos los enfoques de gestión
organizacional incluyen en algún grado la interacción de ésta con su entorno, o más
bien suponen el ajuste del sistema organizacional a su entorno como requisito previo
para su adaptación y sobrevivencia (Rodríguez, 2002). La importancia del ambiente ‐
tanto físico como social‐ del cual la empresa se diferencia como una organización,
pero sin el cual no podría existir ni operar, implica reconocer el entorno como
elemento constitutivo de la existencia y sostenibilidad de la propia organización. En
este sentido, no da lo mismo entender a una empresa como una organización en
relación con un entorno ambiental y social, que entenderla como una unidad
autónoma y autosuficiente que puede tomar decisiones teniendo en cuenta
exclusivamente su interés o el de algunos de sus miembros. La última concepción sería
una suerte de ‘autorreferencia solipcista’ que, desde la perspectiva ecológica,
constituye una miopía que conlleva serios riesgos para la sostenibilidad organizacional.
Un análisis de las organizaciones económicas con fines de lucro bajo la perspectiva
ecológica en cambio, parte del reconocimiento de los vínculos de interdependencia
que son condición necesaria para que pueda tener lugar la actividad empresarial, y
este es el tipo de enfoque que en este articulo se propone (Machado Pinheiro & Gil
Ureta, 2008).
1 La palabra ecología proviene del griego οἰκο (oiko) ‐que significa casa, morada o ámbito vital‐ y λογία (logía) que significa tratado, estudio, ciencia. (Real Academia Española , 2009) En este sentido, desenmarcamos el uso de la palabra ecología de su uso reducido a la relación entre seres vivos o grupos humanos entre sí y con su entorno, como objetos que pueden ser observados desde fuera y nos remitimos a una visión constructivista donde las organizaciones son una unidad de observación y comunicación emergentes, con un nivel de realidad que no radica en sus miembros sino que en el conjunto de premisas de toma de decisiones –manifiestas y latentes‐ que la conforman y sirven como orientación para las comunicaciones y toma de decisiones que pueden tener lugar en su interior, pero que sólo se puede entender en la medida en que remite a su entorno, es decir, a sus accionistas, directores, gerentes, trabajadores, proveedores, clientes, autoridades políticas y reguladoras, líderes de opinión, vecinos, organizaciones de la sociedad civil y su entorno físico o natural.
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Una empresa se diferencia de su entorno para
poder operar y en este proceso empieza a tomar
sus propias decisiones de manera autónoma. Sin
embargo, no podría prescindir de su entorno, por
lo que se ve presionada a desarrollar
herramientas para observar, comprender, y tomar
en cuenta las percepciones y expectativas de sus
principales grupos de interés en su toma de
decisiones (Machado Pinheiro, 2006; Rodríguez &
Arnold, 2007). La existencia de una organización
depende de la correlación activa, de la interdependencia entre ella y sus
circunstancias. Las organizaciones no operan aisladas, sino que están insertas en una
comunidad que las acoge y de la cual son parte, e interactúan con otras
organizaciones, grupos e individuos que le son relevantes en distintos grado, es decir,
que tienen un efecto o son afectados por su operación. En este sentido, la empresa,
como toda organización, siempre se encuentra en relación con su entorno, el cual está
conformado por el medio ambiente en el que está inserta como también por los
llamados grupos de interés o stakeholders.
La emergencia de una empresa como una organización particular supone, por un lado,
un entorno ambiental, no sólo en términos de insumos para la actividad productiva,
sino que también como un lugar concreto con condiciones ambientales compatibles
con la vida humana. Por otro lado, supone la existencia de vínculos sociales de
confianza que hacen posible la actividad empresarial, el intercambio de bienes y
servicios en base a los principios de la reciprocidad, y el respeto por el marco legal
vigente2 (el cual regula sólo la dimensión jurídica de los vínculos de la empresa con sus
grupos de interés).
El entorno social y ambiental constituyen el espacio vital en que cualquier
organización se desempeña y del cual depende para poder desplegar su estrategia.
2 Como lo señala Morandé: “La idea de que la sola sociedad formada por la ley positiva, por el contrato, por la voluntad legislativa y de poder, podría sustituir a la naturaleza como morada del hombre, se ha ido revelando, paulatinamente, como una ilusión.” (1993)
La existencia de una organización depende de la
correlación activa, de la interdependencia entre
ella y sus circunstancias. Las organizaciones no
operan aisladas, sino que están insertas en una
comunidad que las acoge y de la cual son parte, e
interactúan con otras organizaciones, grupos e
individuos que le son relevantes en distintos
grado, es decir, que tienen un efecto o son
afectados por su operación.
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Como consecuencia, si la empresa se encuentra en desequilibrio ya sea con su entorno
ambiental –como es el caso de la contaminación‐ o social –como es el caso de la
desconfianza‐, aumenta el riesgo de verse presionada a detener sus operaciones en la
medida que la calidad de su entorno y de los vínculos con éste se deteriora3. Por lo
tanto, la incapacidad organizacional para contar con un buen ‘mapa’ de su entorno
aumenta la probabilidad de que eventos relevantes en éste no sean percibidos y
tematizados a tiempo al interior de la organización y la sostenibilidad de la empresa en
cuestión se vea amenazada. Así lo señaló el Presidente del Consejo Empresarial
Mundial para el desarrollo Sostenible (WBCSD): “No pueden haber negocios exitosos
en sociedades fracasadas. No hay ningún futuro para las empresas si las sociedades
que la rodean no funcionan bien” (Stigson, 2008).
Además, debemos tener en cuenta que la relación empresa/entorno puede darse a
través de interacciones directamente o indirectamente relacionadas con sus
operaciones principales. En el primer caso, sabemos que la operación de cualquier
empresa inevitablemente implica diversos impactos o ‘externalidades’ sobre su
entorno, las cuales pueden ser positivas y/o negativas4. Por ejemplo, para una
comunidad en el norte de Chile tener una empresa minera operando cerca puede
implicar ‘externalidades’ negativas como el levantamiento de partículas de polvo en el
aire, la contaminación de las napas de agua subterránea, el aumento del tráfico en las
carreteras de la zona, entre otras. Ahora bien, las operaciones de la misma empresa
minera también pueden impactar positivamente el comercio local en la medida en
que aumenta la demanda por productos de la zona o mejora la infraestructura de
conectividad vial para el tránsito de sus camiones y maquinaria, entre otras posibles
‘externalidades’ positivas. En el caso de las interacciones indirectamente vinculadas a
las operaciones principales de la empresa, la relación entre empresa/entorno se da
bajo formas que no están directamente vinculadas a sus principales operaciones o
core business. En este segundo modo de relacionarse con el entorno, la empresa
3 Ortega y Gasset ilustra muy bien esta idea de interdependencia, que es válida tanto a nivel personal como organizacional, con su frase: “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo” (1914, pág. 43)
4 La tradición económica ha llamado ‘externalidades’ a estos impactos no planificados de una acción económica sobre un tercero (Samuelson & Nordhaus, 2002).
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realiza actividades que se consideran ‘anexas’ o de ‘extensión’ sin necesariamente
explicitar la forma en que éstas se vinculan con su quehacer o función, como es el caso
de la mayoría de las donaciones, proyectos o aportes sociales. Siguiendo con el
ejemplo de la empresa minera en el norte de Chile, este tipo de interacción se podría
ejemplificar con la eventual construcción de una nueva escuela en la comunidad, la
donación de computadores y la instalación de una red de Internet inalámbrica de
acceso público, la creación de un programa de capacitación técnica para los jóvenes de
la comuna, o bien en un programa de fortalecimiento de las competencias y acceso a
microcrédito a potenciales emprendedores de la localidad. Y en cualquiera de las dos
formas de interacción –directa e indirecta‐ entre la minera y la comunidad vecina, la
empresa puede ‘perder’ o ‘ganar’ de acuerdo a los criterios de cómo se maneja la
relación.
Finalmente, es necesario aclarar que para cualquier organización su entorno no se
presenta como algo ‘objetivo’, observable imparcialmente desde ‘fuera’, sino que
depende de la capacidad de observación de la propia empresa (Rodríguez, 2002).
Entendemos que “el entorno [de una empresa] no es algo dado sino algo definido,
observado e interpretado como importante para una organización o subsistema
especializado dentro de ella” (Rodriguez & Arnold, 1990, pág. 161). Es decir, la
capacidad de observación que tenga una empresa respecto a su entorno es una
variable que incide de manera sumamente relevante en la calidad de la relación que
ésta establece con su entorno. El paradigma constructivista que aquí se propone hace
evidente que: a) es muy difícil establecer relaciones beneficiosas y duraderas con
personas u organizaciones que no se conocen o no se distinguen de manera adecuada;
b) la ignorancia o ‘ceguera’ no implica que la
interdependencia deje de ser operativa, es decir, aun
cuando la empresa no lo vea, el entorno existe; y c) el
riesgo radica justamente en la probabilidad de estar
navegando en un submarino con radares defectuosos
(Luhmann, 2000; Rodríguez & Arnold, 2007).
En conclusión, si bien a primera vista una empresa depende principalmente de la
calidad de sus activos y procesos internos para operar de manera exitosa, una
perspectiva ecológica pone de relieve inmediatamente el problema de la
Para cualquier organización su entorno no
se presenta como algo ‘objetivo’, observable
imparcialmente desde ‘fuera’, sino que
depende de la capacidad de observación de
la propia empresa.
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interdependencia, tanto con el entorno ambiental como social de la organización. Las
empresas –como las demás organizaciones‐ se han visto crecientemente presionadas
a generar herramientas cada vez más precisas para ‘escanear’ su entorno y lograr
comprender los grupos y dinámicas sociales que son relevantes para la sostenibilidad
de su operar. Como hemos expuesto en un trabajo anterior (Machado Pinheiro & Gil
Ureta, 2008), la capacidad de observación de las organizaciones ha ido evolucionando
en las últimas décadas, principalmente debido al aumento de complejidad de la
sociedad contemporánea. Y, como consecuencia inevitable, los dilemas, problemas y
oportunidades que confluyen en la relación de la empresa con sus grupos de interés
también han cambiado sustancialmente.
CAMBIOS EN LA LÓGICA DE LA DONACIÓN Y RESPONSABILIDAD SOCIAL EMPRESARIAL EN EL SIGLO XIX Y XX
El hecho de que solo en las últimas dos décadas se hayan acuñado términos como
‘sostenibilidad organizacional’, ‘ciudadanía corporativa’ o ‘RSE’ no implica que antes
las empresas no hayan asumido ningún tipo de responsabilidad social en la relación
con su entorno (Paul Lee, 2008). De hecho, si analizamos la historia de las empresas en
Chile, la mayoría de los empresarios han ejercido algún tipo de patronazgo, filantropía
o retribución a la comunidad en que operan, principalmente bajo la forma de
donaciones en vida y/o legados testamentarios.5 Desde la época de la colonia hasta
hoy, la mayoría de las familias que han conformado la élite económica del país han
asumido como parte de sus responsabilidades llevar adelante, junto a las
organizaciones de la Iglesia Católica y Fundaciones privadas sin fines de lucro,
iniciativas asistenciales con el fin de abordar problemas sociales que afligen a los más
necesitados en nuestra sociedad. De hecho, se reconoce que el protagonismo de los
5 Por ejemplo, Juana Ross de Edwards, Carlos van Buren, Federico Santa María, Alberto Haverbeck, Carlos Irarrázaval, Mercedes Matte Mackenna, Juana Isabel Lepeyre de Bastidas, Santiago Ossa Amstrong, Alberto Bascuñan Monte, son algunos representantes de las familias de grandes empresarios que ocupan un lugar destacado entre los grandes filántropos de la primera mitad del siglo XX (Cortés, 2001).
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grandes empresarios del siglo XIX jugó un rol fundamental en el desarrollo e
institucionalización de la práctica de la beneficencia en Chile (Cortés, 2001).
No obstante, el contexto de negocios actual es muy distinto de principios del siglo XX y
las donaciones empresariales con fines sociales en Chile ya no pueden ser abordadas
desde la perspectiva tradicional de la filantropía. En este sentido, a continuación
analizaremos cuál es la perspectiva tradicional acerca de las donaciones y la
responsabilidad social de las empresas y cuáles son los cambios que han gatillado la
necesidad de una nueva perspectiva sobre el tema en los últimos años, principalmente
a partir de 1990.
LAS DONACIONES EMPRESARIALES HASTA FINES DEL SIGLO XX
Hasta 1975, la actividad económica en Chile era realizada mayoritariamente por
empresas estatales o empresas familiares de capital nacional donde, en el caso de las
últimas, el rol de gerencia e inversionista se concentraban en un mismo individuo. En
este sentido, la mayoría de las grandes empresas o eran ‘del pueblo’, en tanto
manejadas por el Estado, o tenían nombre y apellidos conocidos. Además, gran parte
de las operaciones de producción y comercialización se daban en un contexto de
relaciones más bien presenciales, es decir, en una escala donde los grupos de interés –
dueño, mandos medios, trabajadores, proveedores, clientes, vecinos y autoridades‐
interactuaban continuamente cara a cara y mantenían vínculos relativamente
duraderos marcados por la lealtad y la sociabilidad (Rodríguez & Ríos, 2007;
Rodríguez, 2004).
Hasta finales de 1980, la mayoría de las empresas asumían la premisa de que el
cumplimiento de sus responsabilidades con la sociedad se resumía en ofrecer puestos
de trabajo digno, aportar el máximo posible al crecimiento del PIB nacional, pagar sus
impuestos y operar dentro del marco otorgado por la ley. Si además las empresas o
empresarios se inmiscuían en actividades de beneficencia, esas eran decisiones que
remitían al carácter del empresario y a su prestigio personal ante la sociedad (Cortés,
2001). Pero tematizar su responsabilidad social con grupos que no fueran los
accionistas, los clientes o trabajadores, era algo ajeno al mundo empresarial, y hasta
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un oxímoron (Paul Lee, 2008). En palabras de Milton Friedman, premio nobel de
economía y uno de los economistas más influyente de las décadas de 1970 y 1980: “la
única responsabilidad social de la empresa es aumentar sus ganancias” (1970).
En este escenario, las donaciones empresariales se hacían a título personal, tanto de
parte del dueño como de la empresa, y no había lugar para un cuestionamiento de
fondo acerca de la existencia de un posible conflicto de interés entre el aporte privado
y la forma de gobernar la empresa. Es decir, los roles de accionista, directorio y alta
gerencia convergían en una
misma persona o grupo de
familiares y el fundamento de la
decisión de donar bastaba con
que fuera del mutuo acuerdo
entre los familiares o de la
preferencia del dueño de la
empresa, al final eran sus activos
los que estaban en juego.
En consecuencia, las donaciones empresariales con fines sociales se caracterizaban
por ser poco sistemáticas, y usualmente se dirigían a alguna iniciativa de beneficencia
de la comunidad vecina a las operaciones de la empresa o que era de la simpatía de
algún miembro de la familia del dueño. Ahora, ¿en qué sentido podemos hablar que
eran decisiones poco sistemáticas? Lo asistemático se debe al hecho de que no
necesariamente las iniciativas beneficiadas respondían a un problema social
relacionado al rubro de la empresa, ni mucho menos a un diagnóstico o análisis cabal
del mismo; tampoco implicaba un compromiso de mediano o largo plazo con una
causa específica; y rara vez se exigía algún tipo de rendición de cuentas respecto del
uso de los recursos donados. Es decir, la donación remitía a la decisión individual del
dueño y en este sentido descansaba en su voluntad, obligaciones y motivaciones
personales, sin necesidad de mayor justificación del vínculo de la donación con los
objetivos estratégicos del negocio o rendición de cuentas a los demás grupos de
interés de la empresa.
Las donaciones empresariales (…) sociales
se caracterizaban [hasta fines del siglo XX]
por ser poco sistemáticas, y usualmente se
dirigían a alguna iniciativa de beneficencia
de la comunidad vecina a las operaciones
de la empresa o que era de la simpatía de
algún miembro de la familia del dueño.
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El grueso de las iniciativas beneficiadas por las donaciones empresariales estaba
vinculado a organizaciones sin fines de lucro de corte asistencial relacionadas a la
Iglesia, a fundaciones laicas, a los municipios o a las organizaciones de base de la
comunidad vecina a la empresa. Desde la perspectiva de estas organizaciones de
beneficencia, los empresarios eran una importante fuente de financiamiento de sus
actividades dado que desde el siglo XIX se había consolidado la práctica del aporte
privado, principalmente en la forma de dinero, con la finalidad de financiar ‘buenas
causas’ (Cortés, 2001).
En conclusión, la perspectiva tradicional de la donación empresarial se sostuvo en un
acuerdo tácito entre empresas, gobierno y organizaciones sin fines de lucro, de que
cada uno se limitara a su función –financiamiento, regulación, supervisión y ejecución‐
sin mayor necesidad de coordinación o comunicación entre los distintos grupos de
interés involucrados en la búsqueda por la solución de los problemas sociales
abordados. Esta impermeabilidad sólo se rompía cuando el empresario o alguno de
sus colaboradores, como persona natural y no en su rol organizacional, decidía
participar como director o voluntario en estas organizaciones. Y la empresa en sí no
asumió ningún rol relevante en el desarrollo social local más que ofrecer empleo,
pagar impuestos y aportar al crecimiento económico del país.
EL PROCESO DE INTERNACIONALIZACIÓN DE LA ECONOMÍA
La década de 1980 está marcada por hitos relevantes para la actividad empresarial en
Chile: la privatización de servicios y empresas públicas, la caída del muro de Berlín y la
consolidación del sistema económico de mercado a nivel mundial, y la apertura de la
economía local al mercado internacional6. El ingreso al mercado internacional tuvo
6 El objetivo de nuestro trabajo no es hacer un análisis historiográfico ni mucho menos un juicio valórico sobre la evolución de la economía chilena o internacional. Pero como lo señalan Rodríguez y Ríos: “Uno de los cambios que más fuertemente se asocian con la inserción de nuestro país en el mundo [globalizado] es el de la imposición del paradigma de la eficiencia de las organizaciones. […] En el año 1975, se produjo –con la “política de shock” del ministro Cauas‐ la apertura de los mercados […] El resultado fue que, tras la quiebra de numerosas empresas y la semidesaparición de rubros industriales, la empresa privada empezó a encontrarse en condiciones de competir…” (2007, pág. 5)
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consecuencias significativas para la economía local, implicó un aumento de la llegada
de bienes y de capitales extranjeros, un aumento del nivel de competitividad del
mercado; y, como consecuencia para el empresariado nacional, una mayor necesidad
de ser eficientes, generar economías de escala, realizar fusiones, atraer inversionistas,
abrirse a la Bolsa, crecer y hacerse más competitivo frente a las grandes corporaciones
transnacionales (Rodríguez & Ríos, 2007). Ante la evolución de este nuevo escenario,
las empresas se vieron presionadas por el imperativo de desarrollar nuevas
competencias y sistematizar la gestión no sólo para realizar adecuadamente sus
funciones sino también legitimarse y ser competitivas en las ‘grandes ligas’. Es decir,
debieron insertarse en la lógica de la planificación
estratégica, contratar expertos en administración ajenos
a la familia para manejar la toma de decisiones, y en la
búsqueda por atraer nuevos inversionistas, tuvieron que
empezar a responder a nuevas expectativas y estándares
emergentes propios de un mercado más competitivo y
funcionalizado.
En este sentido, el entorno social de la empresa también cambió, aparecieron nuevos
grupos de interés y expectativas respecto a las premisas que debían guiar la toma de
decisiones. La despersonalización de los vínculos entre grupos de interés que es propia
de la funcionalización y crecimiento, sumado a nuevos conocimientos y una mayor
conciencia de las consecuencias del desarrollo económico, gatillaron una
predisposición a tener menos confianza en las empresas privadas. Por otro lado, el
proceso de apertura a nuevos inversionistas implicó una mayor exigencia de
transparencia y justificación de la toma de decisiones bajo los acuerdos de ética y
gobierno corporativo que buscan mantener al margen de las premisas de decisión los
conflictos de interés individuales que cada uno de los grupos involucrados en el
gobierno corporativo –accionistas, directorio y alta gerencia‐ pueda tener en el
ejercicio de su rol (Zadek, 2007).
Las decisiones en relación a las donaciones empresariales tampoco quedaron ajenas a
estas nuevas ‘presiones de modernización’ y ‘lógica de operación funcional’ de las
empresas. Por un lado, la mayor predisposición de la ciudadanía a la desconfianza
también llevó a un cuestionamiento de la ‘buena fe’ de las donaciones, es decir, surge
Las decisiones en relación a las
donaciones empresariales tampoco
quedaron ajenas a estas nuevas
‘presiones de modernización’ y ‘lógica de
operación funcional’ de las empresas.
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la sospecha de que ‘con una mano donan y con la otra roban’, de que ‘donan para
lavar la imagen’, o de que ‘donan para evadir impuestos, lavar dinero o obtener
favores de manera sospechosa’ (Porter & Kramer, 2006). La percepción de que es
‘bueno’ que las empresas aporten a la sociedad evoluciona a una expectativa de que
éstas se hagan responsables por sus impactos en el entorno y sean protagonistas
activos del desarrollo sostenible de la comunidad en la que están insertas (Zadek,
2007).
Por otro lado, la separación entre persona y rol, es decir, entre dueño y manager
implicó que en muchas empresas el rol de gerente ya no coincide en su totalidad con
el de inversionista. Ahora hay accionistas, y de distintos tipos, con intereses diversos y
cuyo único interés que se puede presuponer en común es la maximización de la
inversión en el mediano y largo plazo. En este sentido, cualquier uso del capital que no
esté justificado bajo la línea de la planificación estratégica diseñada y aprobada por el
directorio puede, y debe, ser cuestionado por los directores en su rol de garantes del
interés de los accionistas7. Y la donación tampoco queda ajena a esta nueva lógica
operativa, es decir, bajo las expectativas vigentes se podría llegar al extremo de
afirmar que donar de manera asistemática es
‘robarle’ a los demás dueños o accionistas, y se
vuelve cada vez más difícil justificar donaciones
frente al directorio. En este sentido, tanto desde la
ciudadanía como desde los accionistas y directores,
hay una mayor expectativa de escrutinio respecto de
los recursos destinado a donaciones sociales (Zadek,
2007).
En este contexto de transformaciones, los privados siguieron participando aportando a
las iniciativas de beneficencia a través de legados testamentarios y donaciones en vida.
Pero a partir de finales de 1980 se puede observar un fenómeno novedoso, algunas
empresas empezaron a crear fundaciones propias que han enriquecido el campo de la
7 Ver Marinetto (2009) The Historical Development of Business Philanthropy: Social Responsibility in the new corporate economy Business History Vol 41 No 4. para una definición y discusión del problema en el Reino Unido.
La percepción de que es ‘bueno’ que las
empresas aporten a la sociedad evoluciona a una
expectativa de que éstas se hagan responsables
por sus impactos en el entorno y sean
protagonistas activos del desarrollo sostenible de
la comunidad en la que están insertas.
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beneficencia en nuestro país y que proliferaron en forma notoria en la década de
1990.8 . Creemos que el surgimiento de estas fundaciones corporativas es una
evidencia de los primeros intentos de las empresas como organizaciones, y ya no sólo
de los empresarios como personas, por incorporar las nuevas expectativas respecto al
rol de las empresas en la sociedad. Las fundaciones corporativas responden a la
necesidad de sistematizar las iniciativas sociales de las empresas en un proceso de
transición ‐que todavía hoy día está en curso‐ hacia una perspectiva que analiza las
decisiones relativas a donaciones como inversión social y no como filantropía o caridad
de la empresa (o más bien del empresario).
Por su parte, algunas organizaciones sin fines de lucro también han comenzado a
cambiar su perspectiva frente a este nuevo escenario, se han profesionalizado y
sistematizado para dejar atrás el estigma de “pedigüeñas” y presentarse como
posibles aliados estratégicos en la tarea de cumplir con las nuevas expectativas
sociales que convergen sobre el sector privado y la sociedad civil (Rodríguez & Ríos,
2007).
En conclusión, la globalización, y el aumento en riesgo y complejidad que ésta supone,
ha gatillado cambios en las expectativas respecto a la repartición de funciones y
potenciales sinergias entre el desempeño del Estado, las empresa y la ciudadanía. Los
límites de las responsabilidades de cada uno de los tres sectores que componen la
sociedad ya no son tan claros y
pareciera ser unánime el juicio de
que ninguno de ellos puede hacerse
cargo por sí solo de los problemas
sociales. En específico, con relación
a las empresas, se espera que: a)
planifiquen a largo plazo; b) se
8 Un ejemplo de esto es Celulosa Arauco, una de las primeras empresas que en 1989 creó una fundación corporativa para organizar las acciones sociales que desempeñaban con las comunidades aledañas a sus operaciones. Pero además de Fundación Educacional Arauco, también surgieron: Fundación CAP, Fundación Citicorp, Fundación de Asistencia Social de la Cámara Chilena de la Construcción, Fundación Consorcio Nacional Vida, entre otras (Cortés, 2001, pág. 59).
La globalización, y el aumento en riesgo y
complejidad que ésta supone, ha gatillado
cambios en las expectativas respecto a la
repartición de funciones y potenciales
sinergias entre el desempeño del Estado,
las empresa y la ciudadanía.
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hagan cargo e internalicen lo que tradicionalmente se ha llamado ‘externalidad’; y c)
se abran al dialogo y a las iniciativas multi‐stakeholders para buscar estrategias que
hagan más probable su sostenibilidad y la de los grupos de interés que de alguna
manera afectan o son afectados por sus operaciones. Y del mismo modo, a las
organizaciones sin fines de lucro a cargo de las iniciativas sociales, se les pide que: a)
logren organizarse profesionalmente; b) planifiquen sus actividades en el corto,
mediano y largo plazo; y c) transparenten el uso de sus fondos y evalúen el impacto de
sus actividades.
RESPONSABILIDAD E INVERSIÓN SOCIAL DE EMPRESAS EN EL SIGLO XXI
Si quisiéramos buscar una palabra para definir el nuevo escenario en que nos
encontramos esta sería probablemente complejidad.9 Por un lado, la complejidad de la
sociedad ha aumentado debido al amplio alcance y cobertura de las comunicaciones
que el desarrollo de la tecnología satelital hizo posible. Las nuevas tecnologías de la
comunicación y transporte han trasformado la vida social en diversos aspectos: el
mercado se ha consolidado y unificado a nivel mundial; los valores occidentales de
democracia, libertad y dignidad de la persona se han expandido bajo pretensiones de
universalidad; los medios de comunicación nos permiten comunicarnos y estar
informados en tiempo real de lo que sucede hasta en los lugares más recóndito del
planeta; y las posibilidades de transporte son literalmente hasta la luna. Y en
9 De acuerdo a Luhmann, la complejidad puede ser vista de dos maneras. Por un lado, la complejidad se refiere a la incapacidad de relacionar todos los elementos y las relaciones entre estos. Es decir, si se tienen dos o tres elementos, la complejidad es baja ya que no es difícil relacionarlos. Sin embargo, al tener cientos o miles de elementos la complejidad es mayor ya que la capacidad de relacionarlos todos con todos disminuye. Pero por otro lado, la capacidad de relación depende del observador. De este modo, una segunda manera de pensar la complejidad es como una medida de la falta de información. Es decir, a menor información, mayor complejidad. La relación entre ambas conceptualizaciones es que mientras mayor sea el número de elementos en relación, más difícil se hace la observación de estos (Rodríguez & Arnold, 2007).
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consecuencia, las tecnologías han cambiado radicalmente nuestras referencias
espaciales y temporales (Jonas, 2004).
Por otro lado, la complejidad se ha potenciado con la internacionalización de la
economía. El mercado traspasa las barreras políticas y geográficas, y el entorno de
cada organización económica es hoy en día es global, es decir, ya no es posible pensar
que lo que está fuera de su ámbito inmediato de operación le es indiferente a una
empresa.10 Es decir, la evolución de la economía nacional hacia la integración
internacional implica de suyo un aumento de la complejidad del entorno de negocios
en el que operan las empresas chilenas y, a la vez, una mayor sensación de
incertidumbre respecto al futuro. La cantidad de información disponible y la velocidad
de las transacciones han aumentado exponencialmente, y el nivel de
interdependencia en el mercado financiero ya no permite hablar de crisis locales sin
que éstas repercutan en el desempeño de cada organización que opera en la
economía global. Y en este sentido, la vivencia del futuro como riesgo, como algo que
depende de la toma de decisiones de la alta gerencia en el presente pero cuyos
resultados son cada vez menos predecibles debido a la multiplicidad de factores
involucrados y el número de grupos de interés involucrados, presiona cada vez más
por una gestión proactiva de los posibles daños futuros (Luhmann, 2006).
En este escenario el problema central de las organizaciones es: ¿cómo escanear
adecuadamente la complejidad de las ‘circunstancias’ en las que deben operar? “La
complejidad del tejido de las organizaciones a nivel planetario hace necesario un
esfuerzo de coherencia y visibilidad para poder entender qué está pasando y quién es
quién y hace qué cosa” (Vallaeys, 2006). Como hemos visto, en caso de que no se
10 “La globalización engloba un proceso de creciente internacionalización del capital financiero, industrial y comercial, nuevas relaciones políticas internacionales y el surgimiento de nuevos procesos productivos, distributivos y de consumo deslocalizados geográficamente, una expansión y uso intensivo de la tecnología sin precedentes. La nueva escena sociocultural que se presenta ante nuestros ojos […] incluye un conjunto de procesos reveladores del cambio, como la creciente pérdida del peso de las instituciones públicas locales y nacionales en beneficio de los conglomerados empresariales de alcance transnacional, la reformulación de los patrones de asentamiento y convivencia urbanos, la reelaboración de lo propio con la consiguiente redefinición del sentido de pertenencia e identidad de los pueblos y el paso del ciudadano como representante de una opinión pública al ciudadano como consumidor interesado en disfrutar de una cierta calidad de vida” (Rühlemann, 2007).
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cumpla con esta tarea de manera adecuada, la empresa corre el riesgo de ‘chocar’ con
lo que no ve; ‘choque’ que en la mayoría de la veces es, sobre todo, de expectativas. Y
sea que se hable de ‘Responsabilidad Social’, de ‘Filantropía Estratégica’ o de
‘Ciudadanía Corporativa’, estas presiones ecológicas sobre las empresas se viven
internamente como el imperativo por incorporar criterios para la toma de decisiones
que permita manejar la complejidad del entorno y generar información que permita
ajustar la estructura organizacional y tomar las decisiones menos riesgosas ante el
constante cambio en el entorno (Machado Pinheiro & Gil Ureta, 2008).
En este sentido, no es
casualidad que justamente en
los últimos diez años se haya
generalizado el desarrollo y la
comunicación de estrategias
de RSE o de preocupaciones
por la sostenibilidad de la
empresa y su entorno. Lo anterior da cuenta de la forma en que los gerentes se ven
cada día más presionados por sus accionistas, por los potenciales inversionistas, por
los movimientos de protesta de la sociedad civil, y diversos otros grupos de interés, a
dar señales de que cada decisión que se toma al interior de la organización busca
hacer más probable su sobrevivencia y capacidad para generar valor futuro en un
entorno cada día más complejo e incierto.
El imperativo de que las empresas absorban por su cuenta, en la gestión misma del
negocio, los riesgos que se encuentran tanto en sus decisiones como en sus programas
también pasa a estar presente a la hora de realizar una donación. Por un lado, los
accionistas exigen que la donación esté relacionada con la estrategia de negocios de la
empresa y que de algún modo aporte a la sostenibilidad, ya sea generando un vínculo
positivo con los clientes o grupos de interés relevantes o aportando en problemas que
están directamente relacionados con la sostenibilidad del rubro del negocio, si lo
anterior no se cumple, se considera que el recurso donado es un activo mal empleado
que podría ser utilizado de mejor manera. Por otro lado, la ciudadanía exige mayor
transparencia en las donaciones y señales de un compromiso real –con impacto
positivo y de largo plazo‐ con el problema social abordado. De otro modo, no se
Los gerentes se ven cada día más presionados
(…) a dar señales de que cada decisión que se
toma al interior de la organización busca hacer
más probable su sobrevivencia y capacidad
para generar valor futuro en un entorno cada
día más complejo e incierto.
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genera la ventaja competitiva de llegar ‘al corazón’ de los grupos de interés, no se
afecta positivamente la reputación o estima social de la empresa y, por ende, no es
una decisión sostenible desde el punto de vista de la rentabilidad en el largo plazo. En
definitiva, la empresa enfrenta hoy un escenario muy diferente al que contemplaba
hace 20, 10 o incluso 5 años atrás. Es más, su medio cambia día a día y se espera que
toda organización sepa sostenerse en estas nuevas condiciones. Para las empresas que
opten por resistirse, el resultado será una creciente vulnerabilidad, dado que el
creciente monitoreo y control ciudadano no permitirá que ‘se salgan con la suya’ muy
fácilmente. Para las empresas que, en cambio, entiendan correctamente este nuevo
panorama, el resultado será la ventaja competitiva y su premio la sostenibilidad en el
largo plazo de su propio operar.
DE LA FILANTROPÍA A LA INVERSIÓN SOCIAL
Postulamos que la función de incorporar la RSE como paradigma organizacional es
aumentar la probabilidad de rentabilidad y éxito de la organización en el corto,
mediano y largo plazo. Desde la sociología es evidente que la confianza de los grupos
de interés es un activo igual de importante que el financiero para lograr la
sostenibilidad organizacional, y que la reciprocidad es el mecanismo social por el cual
se establece y se mantiene la confianza, no sólo en las relaciones cara a cara, sino que
también de intercambio (Morandé, 2005). En este sentido, la RSE se puede ver
internamente como una oportunidad o como necesidad de trasformar el peligro
experimentado por posibles daños externos sobre el cual la empresa tiene escaso
control, en un riesgo calculable y gestionable a través de la observación y toma de
decisiones internas de la empresa (Luhmann, 2006).
Es decir, desde la sociología de las organizaciones, la Responsabilidad Social es una
perspectiva de planificación estratégica que incorpora dos premisas fundamentales en
el decidir y actuar de la organización:
• La sostenibilidad o incorporación de consideraciones de mediano y largo
plazo en la toma de decisiones presente.
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• Los stakeholders o incorporación de consideraciones acerca de la
percepción y expectativa de los principales grupos de interés que
conforman el entorno social de la empresa en la toma de decisiones
presente.
En este sentido, esta respuesta adaptativa de las organizaciones remite al cómo se
llevan a cabo la toma de decisiones en la empresa y no al qué se dedica el negocio. Ser
socialmente responsable no implica cambiar de rubro o desconocer que la función
primaria de una organización económica con fines de lucro es justamente rentabilizar
el capital invertido en la empresa. Lo que sí implica es un compromiso con una forma
de gestionar proactivamente para que la rentabilidad sea sostenible, es decir, que se
mantenga en el tiempo y no ponga en jaque la posibilidad de existencia de la propia
empresa y de las condiciones de equilibrio mínimas de su entorno a futuro ‐una vida
humana auténtica, recursos naturales disponibles, y una cultura de confianza‐. Y es
para esto que se requiere:
• Ampliar el horizonte de la planificación estratégica más allá del corto plazo
e incorporar premisas de mediano y largo plazo en la misión, visión y
políticas organizacionales.
• Observar y monitorear proactiva y periódicamente el entorno social de la
organización.
• Involucrar a toda la organización en esta lógica operativa.
Las consecuencias de este nuevo paradigma organizacional para las decisiones
respecto a las donaciones en las empresas implican que:
• Ya no se buscan iniciativas de caridad sino que socios con los cuáles co‐
construir la solución a los problemas sociales que de algún modo están
relacionados con el quehacer de la organización.
• Ya no se utiliza solo la donación en dinero sino que la asociación pareciera
ser más sostenible cuando la empresa puede aportar con sus competencias,
con su ‘capital humano’ y/o con sus productos y servicios. De este modo, la
donación no queda sujeta a los vaivenes del mercado y a la disposición de
entregar un cheque ahora y la incertidumbre del apoyo en el futuro porque
en un año a la empresa le puede ir muy bien y en el otro no.
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En este sentido, cambia la lógica de la relación entre las empresas y las organizaciones
del sector sin fines de lucro desde una perspectiva de ‘donante/beneficiario’ a una de
‘socio‐empresarial/socio‐comunitario’, lo cual implica que:
• Se deben buscar metas afines y objetivos comunes para que la alianza se
pueda sostener en el tiempo.
• La sostenibilidad de la asociación queda enmarcada en las reglas de la
reciprocidad, donde ambas partes donan, reciben y retribuyen (Mauss,
2003).
• Las contraprestaciones entre la empresa y la organización social quedan
expuestas al escrutinio de los grupos de interés de la empresa ‐tanto de los
accionistas y directores que velan por su carácter estratégico‐, como de los
grupos de interés de la organización ciudadana, quiénes sólo estarán
dispuestos a valorar positivamente la alianza en la medida en que haya un
mínimo de transparencia respecto de los interés involucrados y de las
beneficios sociales y privados de la asociación (Zadek, 2007; Porter &
Kramer, 2006).
• Al ‘socio‐comunitario’ se le exige rendición de cuentas como una manera de
prevenir que sus actividades o el mal manejo de los recursos donados
puedan afectar la reputación del ‘socio‐empresarial’.
• El ‘socio‐empresarial’ busca explícita y legítimamente obtener algún tipo de
contraprestación del ‘socio‐comunitario’ que puede ir desde participar en
su estrategia de marketing, acoger y apoyar el voluntariado de los
colaboradores de la empresa, o simplemente estar dispuesto a aparecer en
la esfera pública vinculado a la marca.
• Al ‘socio‐empresarial’, por otro lado, se le requiere justificar lo estratégico
de la asociación, se le exige responder por el uso de los recursos donados y,
en muchos casos, estas presiones del entorno han sido suficientes para que
en las empresas surja la necesidad de diferenciar sistemas de gestión para
manejar el flujo de peticiones externas y administrar las inversiones sociales
que se llevan a cabo.
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En conclusión, podemos ver claramente que la inversión social dista enormemente de
la perspectiva tradicional de donación empresarial de carácter filantrópico, donde el
empresario dona parte de sus recursos a una iniciativa social de beneficencia que sea
de su interés. En la perspectiva de inversión social, es la empresa la que toma la
decisión y se asocia con algún grupo de interés para lograr objetivos comunes y que
sean de provecho mutuo. Es decir, mientras en la donación filantrópica tradicional se
transfiere recursos, en la inversión social se busca crear valor común en el mediano y
largo plazo.
C E N T R O D E E S T U D I O S D E E M P R E N D I M I E N T O S S O L I D A R I O S
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