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Integraciones metodológicas y epistemológicas en Teoría de la Comunicación: propuesta ejemplificada para la articulación de paradigmas distantes. Aplicación de técnicas de Análisis Cuantitativo de Contenido, Economía Política de la Comunicación y Análisis Semiótico del Discurso al estudio de la comunicación periodística en torno a la actual crisis económica. Autor Miguel Álvarez-Peralta - [email protected] Departamento de Periodismo III - Universidad Complutense de Madrid Abstract En esta comunicación se discuten las potencialidades resultantes de la combinación metodológica de ciertas formas de Análisis de Contenido, Análisis de Discurso y Economía Política de la Comunicación, defendiendo la conveniencia de considerar su articulación tanto en construcciones analíticas trianguladas, como secuencialmente a lo largo de diferentes fases de una investigación. Ambas posibilidades se ejemplifican a través de un estudio del discurso con que el principal diario español de pago ha representado el tramo inicial de la crisis económica. Ello nos llevará a una reflexión sobre el marco epistemológico que fundamenta dicha construcción analítica. Keywords: Triangulación metodológica, Epistemología de la Comunicación, Teoría de la Comunicación. 1. Contexto. A pesar de los crecientes llamamientos a la integración interparadigmática y transparadigmática en los estudios de la comunicación de masas, son todavía escasas las investigaciones aplicadas que reúnen creativamente técnicas procedentes del Análisis de Contenido y el Análisis Semiótico del Discurso, a menudo considerados incompatibles dada su inscripción en empistemologías divergentes. La epistemología hermenéutica o constructivista que caracteriza a los estudios semióticos, se posiciona habitualmente frente a la concepción neopositivista que corresponde al Análisis Computerizado de Contenido, a menudo de corte cuantitativo. Mientras la semiótica tiende a renegar de cualquier pretensión de objetividad, el Análisis de Contenido sitúa esta como su horizonte metodológico. De ambos polos pretenden, a su vez, distanciarse algunas posiciones denominadas de "epistemología crítica" o epistemología dialéctica, invocadas por la escuela de la Economía Política de la Comunicación.

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Integraciones metodológicas y epistemológicas

en Teoría de la Comunicación: propuesta ejemplificada

para la articulación de paradigmas distantes.

Aplicación de técnicas de Análisis Cuantitativo de Contenido, Economía Política

de la Comunicación y Análisis Semiótico del Discurso al estudio de la

comunicación periodística en torno a la actual crisis económica.

Autor

Miguel Álvarez-Peralta - [email protected]

Departamento de Periodismo III - Universidad Complutense de Madrid

Abstract

En esta comunicación se discuten las potencialidades resultantes de la combinación metodológica de

ciertas formas de Análisis de Contenido, Análisis de Discurso y Economía Política de la Comunicación,

defendiendo la conveniencia de considerar su articulación tanto en construcciones analíticas trianguladas,

como secuencialmente a lo largo de diferentes fases de una investigación. Ambas posibilidades se

ejemplifican a través de un estudio del discurso con que el principal diario español de pago ha representado el

tramo inicial de la crisis económica. Ello nos llevará a una reflexión sobre el marco epistemológico que

fundamenta dicha construcción analítica.

Keywords: Triangulación metodológica, Epistemología de la Comunicación, Teoría de la Comunicación.

1. Contexto.

A pesar de los crecientes llamamientos a la integración interparadigmática y transparadigmática en los

estudios de la comunicación de masas, son todavía escasas las investigaciones aplicadas que reúnen

creativamente técnicas procedentes del Análisis de Contenido y el Análisis Semiótico del Discurso, a menudo

considerados incompatibles dada su inscripción en empistemologías divergentes. La epistemología

hermenéutica o constructivista que caracteriza a los estudios semióticos, se posiciona habitualmente frente a

la concepción neopositivista que corresponde al Análisis Computerizado de Contenido, a menudo de corte

cuantitativo. Mientras la semiótica tiende a renegar de cualquier pretensión de objetividad, el Análisis de

Contenido sitúa esta como su horizonte metodológico. De ambos polos pretenden, a su vez, distanciarse

algunas posiciones denominadas de "epistemología crítica" o epistemología dialéctica, invocadas por la

escuela de la Economía Política de la Comunicación.

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En esta comunicación discutiremos y ofreceremos un ejemplo de posibles articulaciones metodológicas

que apuestan por superar las distancias epistémicas y ontológicas entre estos paradigmas para aprovechar

las potencialidades que ofrece su combinación, sin que esto deba dar pie a obviar la discusión epistemológica

o caer en el eclecticismo renegando de toda inclusión paradigmática. Esta reflexión teórica forma parte de

una investigación aplicada de mayor alcance sobre las construcciones discursivas en prensa de estos tres

años de crisis económica, que ha constituido el trabajo de tesina (Diploma de Estudios Avanzados) del autor,

disponible en el departamento de Periodismo III de la Universidad Complutense de Madrid.

2. Antecedentes.

Al afrontar el análisis de la cobertura periodística en torno a un tema concreto, la primera tarea es la

decisión del marco analítico a adoptar para su estudio. A diferencia de lo que ocurre en otras disciplinas, el

investigador novel no encontrará dos o tres metodologías que se disputan la hegemonía en este terreno,

flanqueadas por enfoques minoritarios, locales, o en desuso, que pugnan por hacerse un lugar en los estados

de la cuestión actualizados. La revisión de la bibliografía sobre análisis de la comunicación de masas, ni

siquiera proporcionará una cartografía que goce de amplio consenso representando el conjunto de técnicas y

enfoques posibles, identificando con claridad sus límites, focos de atención, textos fundacionales y autores de

referencia. Al contrario, el investigador encontrará un rico debate, mucho más animado que en otras

disciplinas, no sólo entre paradigmas que rivalizan en un escenario más o menos establecido, sino entre

metodólogos y defensores de paradigmas concretos que tratan de instaurar categorizaciones diferentes sobre

los tipos de análisis de la comunicación existentes y las diferentes valoraciones de su productividad.

Dos factores acrecientan esta dificultad para el investigador neófito en la elección fundamentada de

una perspectiva. De un lado, cierta tendencia de los paradigmas teóricos a presentar sus contenidos sin

presentar su continente, y mucho menos sus limitaciones y alternativas rivales. No procede citar aquí

ejemplos, fáciles de encontrar por su abundancia, de publicaciones que presentan análisis y comentarios

textuales sin reflexión detenida sobre el paradigma en que se encuadran. La tendencia opuesta, a reflexionar

sobre los déficits de las aproximaciones teóricas más empleadas con una amplitud, rigor y profundidad que

contrasta con la escasez de ejemplos que ilustren enfoques alternativos, también es fácil de localizar. Esto ha

motivado quejas en las que coincidimos con Guba (citado en Erlandson, Harris, Skipper, & Allen, 1993)

cuando asegura que “la literatura de los paradigmas alternativos ha sido extensa en teoría y corta en

sugerencias procedimentales”. En un estadio tan temprano de institucionalización de la mayoría de los

planteamientos analíticos de estudio de la comunicación de masas, cobra especial relevancia la reflexión

previa a cada estudio sobre la propia metodología.

De otro lado, la enorme diversidad de perspectivas teóricas desde las que observar el fenómeno de la

comunicación tiene su contraparte en el escaso desarrollo de su consolidación como paradigmas pre-

científicos en términos kuhnianos. El sistema de axiomas e interrogantes compartido es aún lo

suficientemente inestable como para provocar una cierta confusión en la determinación del repertorio de

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enfoques. Mientras algunos autores optan por dividir las perspectivas entre cuantitativas y cualitativas

(Delgado y Gutiérrez, 1994), otros diferencian entre positivistas y hermenéuticas o bien las organizan según

las disciplinas de procedencia (Valles Martínez, 2003). El número de paradigmas, nomenclaturas y

organización jerárquica también difiere entre autores. Incluso la consideración de lo que son paradigmas,

escuelas, tradiciones, orientaciones, teorías o disciplinas diverge ampliamente de unos manuales a otros. Son

varios los autores que han insistido en esta condición de inmadurez y pluridisciplinariedad de la investigación

en comunicación de masas, como estado previo a la constitución de una disciplina propiamente dicha.

Merece la pena citar la descripción de Manuel Martínez (2008) , que resume esta situación cuando hace notar

que:

El desarrollo continuado que vienen experimentando desde hace aproximadamente una década los

estudios sobre comunicación (y en concreto los referidos a lo que tradicionalmente se ha

denominado comunicación de masas, y de forma más reciente comunicación mediática) autoriza a

tenerlos como uno de los campos de investigación más dinámicos en el ámbito de las ciencias

sociales y las humanidades en España. El reto que ahora debe afrontar la comunidad científica de

los investigadores de la comunicación, prolífica por el volumen de su producción académica y ahora

ya abiertamente pluridisciplinar, es el de alcanzar un estado de madurez que haga del campo algo

no sólo dinámico, sino dotado también de una progresiva solvencia científica.

Desde esta revisión sobre el estado de la cuestión en la investigación nacional en comunicación

mediática, el autor se duele de que esta “no ha sido pródiga en tomarse a sí misma por objeto de estudio y

reflexionar sobre sus intereses de conocimiento y prácticas científicas, sobre los saberes que genera, las

aportaciones realizadas, las carencias en que incurre o las condiciones en que trabajan los investigadores”,

haciendo notar que sigue pendiente “determinar la validez de los enfoques teóricos a los que recurrimos y el

rigor en el uso de las estrategias metodológicas”.

Sin embargo, a pesar de las mencionadas dificultades, y paradójicamente en virtud de ellas, es

deseable que el doctorando que necesita optar por uno u otro enfoque teórico no lo haga exclusivamente en

base al “ambiente académico” que ha acogido su formación, ni al primer o último manual que cayó en sus

manos, sino a una aceptable base de conocimiento sobre el panorama en la materia, que le permita evaluar

críticamente la adecuación de cada opción a su objeto de estudio concreto teniendo en cuenta los recursos

temporales y tecnológicos disponibles. El resultado de este esfuerzo es lo que trataremos de plasmar en las

páginas siguientes.

3. Aproximaciones teóricas a la comunicación de masas.

Antes de discutir la interrelación entre diferentes paradigmas, merece la pena reflexionar en las causas

y consecuencias de la inexistencia hasta el momento de una “comunicología” o una “ciencia de la

información” integradora de los diferentes aportes y con autonomía respecto de otras disciplinas.

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Manuel Martínez en Para investigar la comunicación: propuestas teórico-metodológicas, describe como

la tendencia a crear una comunicología va languideciendo en nuestro país desde mediados de los noventa, y

es remplazada por propuestas procedentes de las ciencias sociales, como la Economía Política de la

Comunicación (en adelante EPC), perspectivas como los Cultural Studies, que tienen una marcada

componente sociológica, o los estudios semióticos, deudores de la lingüística y la filosofía (Martínez, 2008).

Siguiendo la concepción del hacer científico promovida por Tomas Kuhn y sus continuadores, quizá la

condición necesaria para la integración y consolidación de paradigmas más ricos y globales en el estudio de

la comunicación de masas sea precisamente la creación del espacio en el cual los modelos actuales

realmente compitan por dar cuenta del fenómeno, y puedan compararse así la amplitud y diversidad de los

fenómenos que interpretan, la fertilidad de sus proyecciones teóricas, la adecuación entre las observaciones

empíricas de diferentes grupos de investigadores en el seno de un mismo paradigma, la necesidad de invocar

axiomas ad-hoc para dar cuenta de fenómenos particulares —lo que Imre Lakatos denominara paradigmas

degenerativos, por oposición a aquellos que progresan—, la capacidad de prognosis, o la consistencia interna

y externa del conocimiento que acumulan. Esto permitiría una medida razonable de la validez de las distintas

aproximaciones, incluso de aquellas que reniegan de las exigencias metodológicas del método científico. Si

de acumular conocimiento se trata, aun aceptando que no podemos afirmar como la comunicación humana

es, sería deseable aceptar, siguiendo la epistemología popperiana, el resto de determinar cómo la

comunicación humana no es. Si renunciamos a aceptar la falsabilidad como criterio de valoración para los

corolarios de las diferentes indagaciones, deberíamos quizá también renunciar a la consideración de

científicas para nuestras investigaciones, pasando a considerarlas como aportaciones literarias o meros

ensayos formales.

La actual dispersión entre escuelas dedicadas al estudio de la comunicación, constituye en nuestra

opinión un fuerte obstáculo para la fundación de una ciencia de la comunicación o la información, y obedece

entre otros factores al hecho de que numerosas disciplinas que cuentan con paradigmas bien establecidos a

lo largo de siglos se apresuran a llenar este vacío para dar cuenta del fenómeno tanto desde las ciencias

sociales como desde las humanidades: sociología, lingüística, economía, filosofía, psicología, etc. A ellas, se

suman estudios interdisciplinarios emergentes que reivindican la consideración específica de nuevos objetos

de estudio, como es el caso de la semiótica como disciplina dedicada a los procesos de sentido. En el

convencimiento de que es en las zonas de solapamiento entre estas áreas, necesariamente en los márgenes

de cada una y ajenas a toda ortodoxia, donde se encuentran los terrenos más fértiles en que se puede

desenvolver el análisis de la comunicación de masas de este siglo, trataremos a continuación de resumir los

elementos recuperados por nuestra construcción de cada una de las metodologías visitadas.

a. Análisis de Contenido.

De los paradigmas aquí considerados, muy probablemente el del Análisis de Contenido (en adelante,

AC) haya sido el más internacionalmente conocido —aunque no siempre bajo esta denominación— duradero

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y prolífico en la investigación de la comunicación de masas del siglo XX. Sin embargo, no encontraremos una

definición consensuada de su naturaleza. Tradicionalmente ha sido fuertemente asociado a la cuantificación

(Lasswell, 1949), y restringido al contenido explícito del mensaje, aunque en los últimos tiempos estás

exigencias han tendido a relajarse. Berelson, considerado por expertos del AC como su “padre fundador”

(Piñuel Raigada, 2002, p.10), define el AC como “una técnica de investigación para la descripción objetiva,

sistemática y cuantitativa del contenido manifiesto de la comunicación” (Berelson, 1952 citado en

Krippendorff, 1990, p. 29). Las limitaciones de esta concepción son evidentes, basta con notar que describir

no necesariamente es analizar, y que lo realmente importante en una interacción persuasiva empieza solo a

partir del contenido manifiesto de la comunicación, más allá de lo objetivable, en el terreno de los significados

latentes interpretables. Analizar la comunicación publicitaria, amorosa o política limitándose a operaciones de

conteo sobre lo manifiesto carece de la potencia que podría ofrecer un análisis interpretativo agudo.

Posteriormente, se han venido relajando estas exigencias, hasta llegar a definiciones como “técnica de

investigación para formular inferencias identificando de manera sistemática y objetiva ciertas características

específicas dentro de un texto” (Stone et al. 1966, citado en Krippendorff, 1990, p. 32) (nótese que ya han

desaparecido las referencias a lo cuantitativo y manifiesto), o incluso, más recientemente, “una técnica de

investigación destinada a formular, a partir de ciertos datos, inferencias reproducibles y válidas que puedan

aplicarse a su contexto” (Krippendorff, 1990, p.28). La excesiva laxitud de este enunciado permitiría englobar

bajo su expresión prácticamente toda actividad científica, por lo que parece muy débil para caracterizar el

Análisis de Contenido. En este sentido, nos parece mejor la definición propuesta por Bardin (1986) que

identifica el AC con “el conjunto de técnicas de análisis de las comunicaciones tendentes a obtener

indicadores (cuantitativos o no) por procedimientos sistemáticos y objetivos de descripción del contenido de

los mensajes permitiendo la inferencia de conocimientos relativos a las condiciones de producción/recepción

(contexto social) de estos mensajes”, que combina la apertura a las técnicas cualitativas y “contenidos no

manifiestos” con la identificación precisa del ámbito de aplicación al análisis de las comunicaciones.

Si hemos acumulado hasta cuatro definiciones distintas, es para hacer notar que el denominador

común de todas ellas, aquello que motiva su inclusión como punto de partida de nuestro marco metodológico,

es su mención a la objetividad —que en el enunciado de Krippendorf se oculta bajo los términos “validez” y

“reproductibilidad”—.

Efectivamente, la potencia del AC como herramienta para la obtención de conocimiento radica en su

preocupación por la búsqueda de la objetividad, lo que le lleva a hacer un uso intenso de las matemáticas y

en concreto de su aparato estadístico. Parece evidente la fortaleza argumentativa que la búsqueda de

objetividad aporta a un estudio de la comunicación de masas. Sorteando por el momento la discusión

epistemológica que enfrenta diferentes posiciones al respecto, nos conformaremos con ejemplificar que las

interpretaciones ideológicas que de una interacción discursiva se ofrecen tienen siempre una fuerte

componente subjetiva, y son ampliamente cuestionables, mientras que los datos de primer y segundo orden

obtenidos mediante técnicas muy definidas como exige el AC, solo serán refutables en términos científicos, es

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decir en la medida que es discutible la teoría que organiza su producción a partir de un texto. Dicho de otro

modo, cabe considerar los datos como un elemento mucho menos refutable que su interpretación: establecer

si la palabra “Washington” aparece tres o trescientas veces más en un texto concreto que la palabra

“Burundi”, así como identificar los adjetivos y adverbios que acompañan a cada una, y aplicar a estos datos

algún algoritmo matemático que compare los resultados con los de otros textos, por ejemplo, resulta por si

solo estéril en cuanto a generación de teoría, pero la corrección del proceso ofrece poca “discusión” en tanto

que restringe hasta el extremo el papel de la subjetividad. Otro asunto serán las conclusiones que dichos

datos puedan arrojar en cuanto a las estrategias de tematización o de construcción de marcos interpretativos

que el analista infiera a tenor de esos datos, así como las causas o consecuencias que interprete para dichas

estrategias. Entrevemos desde aquí nuevas potencialidades de este tipo de análisis: al estar más

relacionados con una técnica —incluso una tecnología— claramente ubicable, resulta muy asequible para la

formación del investigador neófito, a diferencia de enfoques interpretativos en los que las dotes “artísticas” y

retóricas —léase competencia semiótica— que exigen dificultan formidablemente el confuso camino de

acceso a su aplicación, de carácter más “artesanal”, que nunca exime al investigador de tener “buena mano”.

Por otro lado la validez de dos análisis de contenido que estudian un mismo fenómeno es más fácilmente

contrastable, lo que permite establecer amplios y argumentados consensos dentro de este paradigma sobre

cuáles son buenos análisis de contenido y cuáles no lo son, salvando desde un principio el riesgo de incurrir

en una metodología anárquica donde las investigaciones tengan todas un mismo valor, o adquieran un valor

arbitrario. Paradójicamente, las debilidades que se han señalado del AC provienen del mismo ángulo que sus

virtudes. El ajuste obsesivo a las exigencias positivistas más estrictas convierte toda indagación en un trivial

juego de conteo léxico y aplicación estadística para inferir posibles relaciones entre texto y contexto, que en

última instancia jamás pueden considerarse definitivamente demostradas. Al recorrer la historia del AC, otros

autores (cfr. Andréu Abela, 2003) ya han mencionado la decepción que llevó a investigadores a reivindicar

desde este paradigma también la “inspección” puramente teórica y poco sistemática de relaciones textuales y

defender las técnicas cualitativas de análisis (Barton & Lazarsfeld, 1961) como intento de salir del callejón de

la esterilidad teórica en que el cientificismo dogmático había encerrado al análisis de la comunicación de

masas. En nuestro caso, la investigación parte de un AC cuantitativo que describirá el universo léxico

asociado a la crisis, como base para interpretaciones propias del análisis discursivo.

b. Análisis Semiótico del Discurso.

Si resulta complicado alcanzar una definición y tipología de los Análisis de Contenido, podemos de

antemano abandonar la intención de trasladar esta empresa con éxito al terreno de los Análisis del Discurso

(AD). Algunas valoraciones del AD realizadas desde la sociología lo caracterizan en virtud de su laxitud

metodológica, y constatamos también para este paradigma la ausencia de criterios ampliamente compartidos

y la necesidad de un mayor desarrollo teórico de su caracterización. Sin embargo, también encontraremos un

denominador común a casi todas las definiciones de este paradigma, precisamente aquello que más interesa

a nuestra construcción metodológica: la concepción performativa y no representacional del lenguaje. En

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palabras de Vicente Mariño (2006, p. 7), “desde las posiciones discursivas se concibe el lenguaje no como

reflejo o representación del mundo, sino como acción y construcción social, donde el discurso es constitutivo

de objetos, mundos, mentes y relaciones sociales”.

En este sentido, la diferencia entre los análisis de contenido y los análisis del discurso es la tendencia

al objetivismo de los primeros, que consideran el texto su objeto de estudio, y a cierta forma de

constructivismo de los segundos, que estudian más bien la interacción textual, donde el texto es “solo” el

dispositivo creador de los efectos de sentido que persigue el análisis. Evidentemente no hay ni habrá una

metodología estricta para esto, que garantice la reproductibilidad de los análisis o permita medir su fiabilidad.

Respecto a las posibles tipologías de AD, pensamos, con Vicente Mariño (2006), que si bien se pueden

arracimar los análisis de discurso en un cierto repertorio de enfoques, en última instancia cabe afirmar que

“hay tantos análisis del discurso como analistas del discurso”. Recientemente, el AD “ha pasado de ser una

aproximación marginal, desarrollada por un puñado de académicos, a una perspectiva representada en un

vasto espectro de revistas empíricas y teóricas, presentadas en diferentes conferencias o desarrolladas por

un cuerpo creciente de doctorados” (Antaki, Billig, Edwards, & Potter, 2003). Por este motivo, Van Dijk (2008),

uno de los autores que ha hecho notables esfuerzos por trazar la geografía de esta disciplina, opta por el

término “estudios del discurso” para evitar mencionar un “análisis del discurso” que podría ser leído en

singular.

Ahora bien, que existan muchas y muy diferentes formas de hacer AD no debe dar a entender que todo

vale en este paradigma. Si bien se reconoce una amplia variedad de actividades incluidas en su seno, existen

unos principios básicos exigibles a todas ellas. Recalquemos que “análisis” implica analizar, y en este sentido

es muy ilustradora la contribución de Antaki y otros (2003) al esforzarse en delimitar lo que no es análisis del

discurso en su Crítica de seis atajos analíticos o estrategias habituales de pseudo-análisis, como son (1)

realizar resúmenes; (2) exponer la propia toma de posición respecto de un discurso; (3) acumular citas

discursivas en la intención de que “hablen por si solas”; (4) limitarse a identificar elementos dentro de un

discurso, (5) sobre-generalizar conclusiones limitadas, o (6) hacer pseudo-análisis circular de discursos donde

se definen categorías sociológicas, ideológicas o psicológicas en función del contenido de un discurso y

luego, con mayor o menor elaboración, se atribuyen dichas categorías al discurso en la medida en que

muestra dichos contenidos. Este ensayo trata de deslindar las fronteras metodológicas del AD, y

encontraremos también solventes intentos de precisar descripciones positivas de esta metodología en Coyle

(1995), Gill (1996), Potter (1996) Wood, L.A., Kroger, R.O. (2000) y Yates, S., Taylor, S., Wetherell, M. (2001).

La noción de AD que aquí recuperaremos para nuestra indagación del discurso de crisis, recoge

principalmente cuatro aportaciones: el análisis semiótico narrativo heredado del modelo actancial

greimasiano, que reconoce el relato como estructura cognitiva privilegiada de representación de la realidad,

idea que ya hemos desarrollado recientemente (Álvarez-Peralta & Zamora Bonilla, 2010), el análisis de

isotopías, también de origen greimasiano pero transversal a todas las tradiciones semióticas, el análisis

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metafórico popularizado por Lakoff (Lakoff & Johnson, 1980), que toma la metáfora como proceso cognitivo

básico, y el análisis del proceso enunciativo de Benveniste (1989).

c. Economía Política de la Comunicación.

La Economía Política ha declarado como su objetivo “el estudio de las relaciones sociales,

particularmente las relaciones de poder, que mutuamente constituyen la producción, distribución y consumo

de recursos, incluidos los recursos de comunicación” (Mosco, 2006). Su práctica, a menudo centrada en el

seguimiento analítico de las complejas relaciones de propiedad, deuda, asociación, legislación, etc. en los

mercados mediáticos globales, adquiere un cariz especialmente “militante” de la democratización y

descentralización del poder simbólico de los mass media, y cuenta hoy con escuelas por todo el globo, con

especial incidencia en Norteamérica —donde aparecen sus figuras fundacionales, Dallas Smythe y Herbert

Schiller—, Europa y Sudamérica —donde se funda la ULEPICC, una de sus principales y actualmente más

activas escuelas formales, que hoy cuenta con sedes en Europa —. La EPC se ha autoconsiderado

enmarcada “en el contexto más amplio de la Teoría Crítica, donde los trabajos de la Escuela de Frankfurt, la

corriente crítica latinoamericana que trabajó sobre las Políticas Nacionales de Comunicación y el Nuevo

Orden Mundial de la Información y la Comunicación (NOMIC), en los años setenta o investigadores como

Halloran, Hamelink, Varis, Nordestreng, etc. son referentes obligados para nuestro trabajo” (Quirós, 2007).

Tanto desde el Análisis de Contenido, como desde el Análisis del Discurso, se viene haciendo cada vez

mayor hincapié en la necesidad de dar cuenta en todos los análisis de los procesos de enunciación e

interpretación que involucran a sujetos reales inmersos en contextos materiales concretos. Contextualizar la

comunicación implica ofrecer descripciones detalladas de la situación de interacción, de las características de

los sujetos participantes y de sus relaciones. En el caso de la comunicación interpersonal, la conveniencia del

recurso a conceptos y técnicas prestadas por la Psicología o la Etnografía, y el acercamiento a las posturas

de sujeto participante es ineludible. En el caso de la comunicación social masiva, además de las anteriores, la

EPC se revela como herramienta especialmente adaptada a informar sobre la estructura y situación

sociolaboral de las instituciones y grupos sociales implicados en las prácticas de comunicación, así como la

caracterización del entorno histórico concreto que acoge dichos macroprocesos de interacción. En el caso de

nuestra investigación, si bien los recursos disponibles impiden elaborar estudios de Economía Política ad-hoc,

aprovecharemos resultados concretos publicados desde la perspectiva de la EPC para caracterizar al sujeto

enunciador —diario El País— sobre el que se centra esta etapa del estudio.

4. Consideraciones epistemológicas.

Tras haber reconocido los tres paradigmas que deseamos articular en esta investigación, pasamos a la

exploración del lugar epistemológico en que esta decisión nos sitúa. Sin ambicionar un tratado que

pertenecería más bien al terreno de la Gnoseología, hemos de remarcar al menos un factor que ninguna

propuesta ecléctica debería pasar por alto: esta opción remite a diferentes concepciones sobre el proceso de

obtención de conocimiento. Los diversos marcos teóricos invocados, conducen a nociones muy divergentes

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en incluso excluyentes de la naturaleza misma de la realidad, del lenguaje, la ciencia, la verdad, etc. Antes

que una reconciliación imposible, conviene intentar una correcta ubicación de los propios planteamientos y un

lugar teórico para acomodar los invocados por paradigmas ajenos, pero (re)apropiados desde nuestra

metodología.

En primer lugar, para hablar de triangulación, es necesario distinguir los diferentes niveles en que ésta

puede darse, pues es habitual el uso del término para referirse indistintamente a unos y otros. No son el

mismo proceso la triangulación de fuentes de datos, imprescindible en investigación histórica o la

triangulación entre investigadores, empleada para la evaluación de la fiabilidad de procesos de codificación,

que la triangulación de perspectivas teóricas, que confronta críticamente aproximaciones a un mismo corpus

desde distintos paradigmas o finalmente la triangulación metodológica, de la que nosotros haremos uso, que

ateniéndose a un marco teórico común sobrepone distintas metodologías buscando su complementariedad y

la formulación de un “diálogo” entre sus resultados que fortalezca las conclusiones extraídas.

La propuesta de triangulación entre Análisis del Discurso y Análisis de Contenido, es una línea de

trabajo cuya viabilidad ha sido evidenciada por múltiples investigaciones, como las de Julio Cabrera (Cabrera

Varela, 1992), que ilustra la complementariedad de técnicas cuantitativas como el análisis multivariable y

análisis cualitativos como los que aquí proponemos — estructuras míticas, campos semánticos—; o la de

Prieto, Pascual y March (2001), que recurren al AD y AC apoyándose en el uso de software informático; o el

trabajo de Gutiérrez et. al. (2001), una consideración conjunta de los enfoques y recursos del análisis de

contenido cuantitativo y del análisis del discurso, opción que encontramos también en estudios específicos

sobre el discurso de portada en El País (Penalva & Mateo 2000), etc. Son sólo algunos ejemplos recientes en

nuestro país de planteamientos teórico-metodológicos paralelos al nuestro. Existen igualmente ejemplos de

combinación de análisis cuantitativo y cualitativo aplicados en concreto al estudio del discurso mediático

sobre esta misma crisis global (Abrudan 2010). En esta línea, Andréu Abela (2003, el subrayado es nuestro)

reivindica que

los mejores análisis de contenido actuales utilizan, en realidad, la técnica de la “triangulación” en la

que se combinan los métodos de estadística multivariante (análisis de correspondencias múltiples,

análisis factoriales...) con las técnicas cualitativas más sutiles (análisis de redes semánticas, análisis

de intensidad y árboles jerárquicos, etc.) […] métodos de análisis tenidos habitualmente como

antitéticos,

lanzando un panegírico a una integración en absoluto inmediata, cuyo carácter «paradójico» es

también destacado por Vicente Mariño (2006, el subrayado es nuestro):

Aunque el trasfondo histórico de ambas técnicas empuja a un esfuerzo previo de integración entre

perspectivas teóricas de signo opuesto […] los mensajes lanzados por los medios de comunicación

pueden ser estudiados siguiendo un protocolo de análisis de contenido, pero los resultados

resultarán más significativos si se completa con una revisión de los procesos lingüísticos que

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acontecen a su alrededor. Obviamente, al hablar de mensajes no debemos pensar sólo en palabras

y sonidos, sino que las propias imágenes pueden ser un objeto de estudio válido a la hora de

estudiar los mecanismos de construcción de realidades. Con la realización de un análisis del

discurso sistemático se superan, en consecuencia, algunas de las carencias advertidas en el

análisis de contenido y se respalda el conjunto de la investigación.

Este autor aclara que si «en ocasiones se opta por presentarlas en una relativa confrontación» esto se

debe «a los enfoques deductivo e inductivo que, en sus principios fundacionales presentan». A este motivo,

nosotros añadimos otro que va más allá, pues la combinación de técnicas de Análisis de Contenido y Análisis

del Discurso en principio parece obligar, como vamos a ver, a una articulación de epistemologías diferentes y

contrapuestas. Este “bricolaje teórico” que va a caracterizar nuestro marco, dificulta la defensa de un criterio

de objetividad transparadigmático, empresa que no pretendemos llevar a su fin pero merece cierta reflexión.

No es fácil establecer cuántas formas de entender los procesos de obtención de conocimiento “válido”

conviven en el espacio teórico de la comunicación. Algunos autores reducen la cuestión al enfrentamiento

entre dos paradigmas (Ibañez, 1985) efrentados por sus ontologías, que podríamos etiquetar como

racionalista-positivista vs. constructivista-interpretativista. Los primeros concebirían una única realidad externa

al sujeto y en buena medida cognoscible, mientras que los segundos consideran realidades múltiples,

simplificando mucho los términos de su oposición.

Otros autores (Habermas 1968, citado en Valles Martínez, 2003) prefieren matizar una triple distinción,

entre las (1) epistemologías materialistas —más o menos identificadas con un realismo positivista ingenuo,

cuantitativista y de laboratorio, que concibe el conocimiento como un edificio que crece indefinidamente y

esgrime la reproductibilidad como argumento de validez en su búsqueda de verdades últimas—, (2)

epistemologías constructivistas —o hermenéuticas, que a menudo son acusadas de relativismo dado que no

buscan verdades sino relatos variados convergentes, descripciones contextuales, interpretaciones coherentes

desde la experiencia, y que en general conciben el conocimiento como un acuerdo revisable—, y (3)

epistemologías críticas —relacionadas hoy con el posestructuralismo y el postmodernismo, y originalmente

con la Teoría Crítica de la Escuela de Frankfurt, denominadas en ocasiones como de “realismo histórico”, que

oponen lo verdadero (coherente) a lo real (contradictorio), y esgrimen un saber histórico, relativo a un orden

sistémico concreto, tratando de articular los anteriores paradigmas para desenmascarar la ideología, y

situando entre sus objetivos la transformación social, dado que entienden el conocimiento como proceso

histórico dialéctico, orientado a la vida social y al uso del poder, que relaciona indisolublemente teoría y

praxis—. La visión habermasiana, heredera de la escuela de Frankfurt, describe a su manera las tres

fronteras epistemológicas que atraviesa la metodología aquí discutida.

A este esquema, necesariamente incompleto por lo breve, otros autores suman un cuarto ámbito que

es el del postpositivismo (Guba & Lincoln, 1994), una suerte de revitalización del paradigma positivista clásico

mediante la superación de las limitaciones impuestas por su realismo ingenuo, llegando a un realismo crítico,

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reflexivo, que no considera verdades sino grados de certeza, y reivindica la objetividad como desideratum,

sustituyendo la exigencia de verificación por el principio de falsación popperiano, y concibiendo el

conocimiento como un puzle dinámico, que no persigue verdades sino la mejor explicación posible en

términos mensurables —como validez o fiabilidad—. Nosotros nos resistimos a concebir el llamado

postpositivismo como una cuarta fuerza en epistemología, pues consideramos esta visión sencillamente

como la evolución histórica lógica del paradigma positivista, al emanciparse de sus planteamientos primitivos

comteanos y crecer asimilando las críticas recibidas desde diversas posiciones.

Para entender el modo en que las diferentes epistemologías se relacionan, es muy interesante invocar

una cuarta versión, sostenida por Hammerseley (1995), que rechaza toda posibilidad de aislar un conjunto

claro de supuestos paradigmáticos, alegando que solo existe un continuo epistemológico donde cada

investigación invoca sus propios principios epistémicos. Hammerseley rechaza tanto la epistemología de la

“Teoría Crítica”, que considera un intento de disfrazar un compromiso político a través de una posición

universal epistemológica, como la “radicalidad textual” del constructivismo extremo, al que acusa de

desconectarse de la realidad.

Sin llegar a una disolución tan absoluta de las posturas epistemológicas, nosotros compartimos esta

última visión y preferimos entender las distintas posiciones no como compartimentos en los que encajonar las

investigaciones, sino como polos de fuerza, que postulan diferentes formas de obtener y validar el

conocimiento hasta el punto de negarse mutuamente en sus formulaciones más esencialistas. En

consecuencia, no nos preocupa tanto “descubrir” a qué orden epistemológico pertenece nuestro método,

etiquetable si se desea como una forma híbrida de neopositivismo, como tener presentes los procesos de

legitimación involucrados en su aplicación, para captar una “lógica del error” (Bachelard) y así poder tener la

honestidad de reconocerlo cuando se produzca y reconocer la lógica de nuestra “verdad” como polémica

contra el error. Desde nuestra perspectiva, aquellos análisis que no confrontan sus resultados con la práctica,

y que por tanto no pueden errar o reconocer su error, ni pueden contrastar su grado de acierto con respecto a

otros en virtud de un criterio epistémico compartido (que les permita rectificar), carecen de todo interés desde

el punto de vista del aporte de conocimiento. En este sentido la reproductibilidad y fiabilidad que exige el

análisis de contenido permitirá conectar las hipótesis formuladas desde el análisis del discurso con la realidad

textual de la comunicación, aportando así métodos para contrastar, aunque limitadamente, su grado de

acierto o error.

En nuestra metodología tenemos, de un lado, el Análisis de Contenido cuantitativo, que remite a una

epistemología positivista crítica (postpositivista, si se prefiere), puesto que su principal aporte a nuestro

análisis del discurso es la conexión de nuestra interpretación con la realidad material objetiva del corpus, por

encima del savoir faire interpretativo del analista, de la autoridad que su bagaje cultural y competencia

académica le otorgue, o de la legitimidad que su posición ideológica participante le conceda. A buen seguro

que esta preocupación resulta carente de toda importancia para quienes postulan un saber estrictamente

Page 12: Integraciones metodológicas y epistemológicas en Teoría de la ...

interpretativo, donde la relación con el corpus material de la investigación, así como con el contexto, viene

legitimada por la experiencia del analista o por mor de su “pasión política”.

Del otro lado, el Análisis del Discurso nos orientará en cambio hacia el polo hermenéutico o si se quiere

hacia el polo constructivista (la distinción es pertinente puesto que obedecen a categorías claramente

distinguibles: “interpretación” vs. “deconstrucción”), es decir, en sentido opuesto. Como hemos mencionado

antes, en los actuales estudios de comunicación de masas cobra mayor interés, por su potencia heurística, la

búsqueda de interpretaciones fuertemente argumentadas, antes que la búsqueda de verdades universales.

Nuestra condición de sujetos necesariamente participantes de los procesos masivos de comunicación,

respecto de los cuales lo relevante, el sentido de la comunicación, es ajeno a toda objetivación posible, así

como la imposibilidad de un metalenguaje ajeno a los propios juegos de sentido analizados, deberían

llevarnos a desistir de la pretensión de describir las “leyes universales de la comunicación de masas” como si

de un sistema físico se tratara. Sin embargo, creemos que sería necesario establecer con claridad los

mecanismos que van a distinguir la interpretación que ofrece el investigador social de la lectura “espontanea”

que realiza el consumidor habitual de prensa —incluido el propio investigador cuando cuelga sus gafas

metodológicas para deslizarse hacia ese hacia rol— y esta distinción debe ir más allá de la obligación que

exige al primero que explicite y argumente por escrito su punto de partida y los motivos de su interpretación,

es decir, que se “responsabilice” públicamente de la construcción de su lectura, sino que, además debe

apuntar hacia el establecimiento de un salto cualitativo que la distinga de una simple lectura informada,

aquello que justifica su consideración social y difusión, y no encontramos herramienta mejor para establecer

esta distinción que la persistencia en la objetividad como apuesta metodológica fruto del consenso entre

investigadores. Pensamos, en suma, con Bourdieu (1976), que “la influencia de las nociones comunes es tan

fuerte que todas las técnicas de objetivación deben ser aplicadas para realizar efectivamente una ruptura.” No

cabe duda de que la categorización cualitativa, la codificación de relaciones y la cuantificación de estos

elementos que aplicamos en nuestra investigación son potentes técnicas de objetivación, sin que esto

autorice a considerar los resultados finales como objetivos.

Si alguna vez el positivismo ha gozado de una posición de indiscutido dominio entre las epistemologías

de las ciencias sociales, este ha sido crecientemente cuestionado y resquebrajado bajo los impactos de las

críticas que desde diversos terrenos epistemológicos se le han formulado durante el siglo pasado. Lejos de un

contundente triunfo muchas veces proclamado pero raramente obtenido, las autoproclamadas alternativas al

paradigma positivista a menudo han enfrentado un enemigo que ellas mismas han caracterizado a medida de

su batalla. Un “hombre de paja” creado precisamente para golpearle y proclamar su superación definitiva. Así,

la tosca imagen de una ciencia que descubre verdades universales inmutables mediante la aplicación de un

método único, predefinido e inalterable, queda hoy muy lejos de la concepción que los propios científicos del

siglo XXI tienen de su actividad, sea en ciencias sociales o naturales.

Es así que nuestra perspectiva, arriesgándose a pecar de eclecticista, se enriquece y encuentra sus

límites por rechazo tanto a esta arcaica fe ingenua en las verdades universales y la concepción del

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conocimiento como un agregado eternamente creciente que garantiza el acercamiento asintótico a la realidad

del mundo, como a aquellos enfoques relativistas que niegan la existencia o posibilidad de conocimiento de

toda realidad exterior al sujeto y su lenguaje. Pretende alejarse también el anarquismo metodológico

promovido por Feyerabend, que hace del “momento creativo” en ciencia, inasequible a toda norma, el todo de

la investigación, y rechaza así las fases de formalización que dan lugar a una metodología unificada.

Concebimos, para ir concretando, la existencia de una realidad exterior al lenguaje, aideológica, no solo una

realidad natural, sino también social, la realidad material de los hechos y objetos del mundo humano, lo

extralingüístico, lo pre-cultural, aproximable siempre de forma limitada, a la cual nos acercamos

necesariamente con la herramienta cultural de los lenguajes y de una percepción sensorial imperfecta y

mediada por construcciones culturales que inmediatamente la impregnan de significados ideológicos,

históricos, contextuales e indeterminados, nuestro “conocimiento” de la misma, pero aceptamos el consenso

histórico de la búsqueda de objetividad no sólo como estrategia manipuladora, de autolegitimación de los

discursos, función evidente, sino en tanto que práctica social que constituye una estrategia eficaz de

aprehensión de dicha realidad aunque solo fuera por su capacidad para generar un amplio e intuitivo

consenso en torno a un mecanismo pragmático de valoración de los diferentes “conocimientos”, como, por

ejemplo, su capacidad de prognosis. Tampoco nos interesa impugnar la división entre escuelas

epistemológicas, convencidos de que la conversión entre sus diferentes posturas se produce, como diría

Tomas Kuhn, no en virtud de un proceso racional o de convicción por la vía de los argumentos, sino de

manera más parecida a lo que ocurre en las conversiones religiosas. Las fronteras entre la razón y la simple

adhesión emocional se desdibujan aquí. Los diferentes postulados epistemológicos —e.g. nociones de

realidad— mencionados al inicio se comparten o no, pero una vez se adopta un conjunto de axiomas es

imposible acceder desde uno al otro.

Esta postura tiene, como casi todas, vocación de producir conocimiento científico útil, pero este criterio

de utilidad no ha de leerse únicamente en el sentido tradicional objetivista de fiable, es decir, reproducible.

Aunque en nuestra metodología triangulada esta dimensión objetivadora viene aportada por lo cuantitativo

entendemos que ha de ser complementada por la utilidad que aporta la interpretación de los resultados

obtenidos. Este concepto de interpretación pretende llevarnos más allá de aquél que toda investigación se ve

obligada a hacer sobre sus datos “objetivos” finales, nos referimos a la interpretación en sentido hermenéutico

como intento de aprehensión de los procesos de negociación de sentido que los agentes que participan en el

proceso discursivo analizado realizan en cada una de sus prácticas comunicativas.

En conclusión, parece que la razón para “casar” los análisis de Contenido, Estructural y de Discurso en

una perspectiva integradora, es precisamente el hecho de que están orientados a distintos objetivos

epistémicos, lo que les proporciona diferentes potencialidades complementarias. Mientras el primero busca

establecer relaciones estables, reproducibles y “objetivas” entre los textos y su contexto, requeriremos la

perspectiva crítica del segundo para un adecuado conocimiento del mismo, y aun así, sin recuperar lo mejor

de los grandes autores de la tercera corriente, toda esta valiosísima y costosa información no nos dirá nada

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por sí sola acerca del sentido que los humanos confieren a esas prácticas comunicativas, la manera en que

estas engranan con sus constructos mentales previos modificándolos, sus motivaciones y expectativas, la

dimensión pasional de su comunicación y otros ítems subyacentes pero principales en todo hecho

comunicativo inasequibles a cualquier intento de objetivación.

Este proyecto de integrar las potencialidades de diferentes modus operandi y sus respectivos modus

cogitandi en el estudio del discurso de los medios de comunicación masiva, goza ya de una amplia difusión

entre varias tradiciones investigadoras y se inscribe en la actual tendencia a la pluridisciplinariedad de los

proyectos. Si el acercamiento en las últimas décadas desde el AC hacia los planteamientos del Análisis del

Discurso ha sido evidente, no es tan habitual una actitud recíproca desde el paradigma del AD, lo que apunta

hacia un desplazamiento de la hegemonía al menos en ciertos ámbitos de investigación. La renuncia a la idea

misma de objetividad, en incluso de realidad externa, parece estar en la base de dicha reticencias. Otro factor

importante es que precisamente una de las características esenciales del AD es su tendencia a echar mano

de una gran variedad de técnicas y articularse con las teorías y prácticas procedentes de diferentes

disciplinas, por lo que el apoyo puntual del AC solo constituye un caso particular de la norma. Para VanDijk

(1980) el análisis del discurso precisamente se caracteriza por su transdisciplinariedad y su base teórica

abierta. Quizá por ello, la literatura acumula cada vez más referencias a estudios combinando ambas técnicas

y además realizados con apoyo del ordenador, de modo paralelo al practicado en el trabajo que discutiremos

a continuación.

5. Ejemplos de aplicaciones concretas al análisis del discurso de crisis.

En la investigación que constituye nuestra tesis doctoral, y que ha dado lugar ya a diversas

publicaciones de resultados parciales (Álvarez-Peralta, 2010, 2011a, 2011b), se ejemplifica la aplicación de la

metodología aquí expuesta. No procede repetir aquí todo el proceso analítico, pero pasemos a repasar los

detalles que ilustran lo que aquí nos interesa: las áreas de intersección entre metodologías, el modo en que

estas se articulan y retroalimentan incrementando sus potencialidades.

a. Del análisis léxico a la isotopía semiótica.

En el arranque de la investigación que emplearemos a modo de ejemplo (Álvarez-Peralta, 2010),

construíamos la lista de frecuencias de lexemas aparecidos en la portada de El País durante la llamada

quincena negra en que arrancó mediáticamente la crisis, haciendo uso de los programas informáticos JFreq,

WordCruncher y Wordstat, y de varias técnicas habituales en análisis léxico computerizado (lematización,

stopwords, spellchecking, etc.). Obtenemos la siguiente tabla de palabras que aparecen catorce o más veces

en el vocabulario empleado en esta quincena en portada.

crisis 32

presidente 31

millones 27

gobierno 25

plan 25

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España 23

Wall Street 23

años 22

EEUU 21

PP 21

euros 21

rescate 21

bancos 20

vida 20

banco 19

Bush 18

juez 17

país 17

poder 17

ETA 16

artes 15

editorial 15

financiero 14

judicial 14

Tabla i . Lista «cribada» de palabras más utilizadas en portada.

En segundo lugar, mediante el software Concordance, haremos uso de la técnica KWIC (Key Word In

Context) (y por tanto nos adentramos ya en análisis cualitativo semántico), para explorar conjuntamente los

usos concretos que de un término dado se hacen en un cierto corpus, lo que nos permitirá por ejemplo

determinar que la palabra “millones”, cuyo contexto KWIC puede observarse más abajo, está fuertemente

asociada a la crisis (75% de las apariciones), mientras que la palabra “euros” presenta una asociación débil

con el tema de la crisis (sólo 39% de las apariciones).

De este modo reconstruimos el “universo léxico” de la crisis según la portada de El País, la nube

semántica que ahorma el relato de dicho fenómeno:

CRISIS 32

MILLONES 31

PRESIDENTE 31

GOBIERNO 25

PLAN 25

STREET 23

EE UU 21

RESCATE 21

BANCOS 20

WALL 20

BANCO 19

BUSH 18

FINANCIERO 14

EVITAR 13

MAYOR 12

LEHMAN 12

SISTEMA 12

HISTORIA 12

OBAMA 11

FEDERAL 11

QUIEBRA 11

ANOCHE 10

MCCAIN 10

RESERVA 10

ECONOMÍA 10

ANTE 9

PUEDE 9

DEBATE 9

EUROPA 9

ACTIVOS 9

MEDIDAS 9

YA 8

UNIDO 8

BOLSAS 8

DINERO 8

ESTADO 8

INVESTIGACIÓN 8

SOLBES 8

ZAPATERO 8

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16

Los datos lexemáticos obtenidos servirán de pie para una primera interpretación desde el análisis

discursivo, pues arrojan estrategias de temporalización, personificación, etc. siguiendo la idea de Greimas

(1979) de que «el discurso no es otra cosa que la explotación de un tesoro lexemático». Así por ejemplo, el

AC registra un fuerte incremento de la utilización de la palabra “anoche” y un descenso del uso de la palabra

“ahora” en el discurso de crisis (por comparación con otros discursos anteriores y contemporáneos), que el

análisis discursivo asociará a la simulación de una cobertura en directo, en competencia con los medios que

informan en tiempo real (Álvarez-Peralta, 2010, p.80). En este sentido el ordenador es muy útil para revelar el

léxico cuya frecuencia se desploma o aumenta significativamente con motivo de la cobertura de un fenómeno

dado (e.g. en el caso de la crisis, aparecen los términos “sistema”, “mayor”, “historia”, “capitalismo”,…)

aportando materia de indagación al analista discursivo que deberá observar cuidadosamente sus usos

concretos. Volviendo a nuestro ejemplo, otro dato sugerente para el análisis discursivo aportado por el

ordenador es la localización de los verbos más empleados en este periodo: “evitar” y “salvar”, lo que nos

ubica discursivamente en un escenario de rescate y protección, en el que cabe además preguntarse qué será

aquello que debe ser salvado y evitado, cuales son los complementos directos e indirectos de estos verbos.

La respuesta del ordenador dibuja dos haces léxicos que forman una isotopía semántica imperfecta,

representada en el siguiente cuadro:

SER EVITADO: crisis, colapso, desastre, bancarrota, caos total, descalabro total y avalancha.

SER SALVADO: empresas, empresas privadas, bancos, compañías, aseguradoras, economía

capitalista, entidades financieras y medidas (de rescate).

La imperfección isotópica que constituyen las palabras “bancarrota” y “medidas”, por ello subrayadas

es muy sugerente a efectos de análisis del discurso. Hágase el lector las siguientes preguntas:¿Hasta qué

punto es bancarrota sinónimo de sus compañeras de isotopía? ¿Por qué aparecen como elemento a salvar,

junto a la economía privada, las propias medidas salvadoras? Nuestro análisis postulará aquí una

intencionalidad ideológica implícita en esta selección léxica estratégica: presentar la bancarrota privada como

un desastre colectivo para aprobar a toda costa medidas de rescate bancario con dinero público.

b. Análisis de deconstrucción metafórica a partir de agrupamientos temáticos.

Más allá del mero conteo léxico, que como hemos visto puede ser enormemente fértil, aplicaciones

informáticas más complejas como T-Lab o Wordstat detectarán ciertos agrupamientos temáticos presentes en

el discurso, algunos predecibles, como la presencia de vocabulario financiero o el relacionado con el tópico

“gobierno”; otros más inesperados, como una fuerte presencia de vocabulario relacionado con “naturaleza”,

“mar” y “medicina”. A partir de estos datos, el analista discursivo podrá reconstruir, ponderar cuantitativamente

y jerarquizar los modelos metafóricos con que se nos presenta la crisis, así como valorar los sesgos

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17

cognitivos introducidos y postular la intencionalidad ideológica subyacente a estas construcciones (Álvarez-

Peralta, 2011b, p.13). En nuestro caso, hemos visto como la metáfora del desastre natural (la crisis como

“terremoto”, “tsunami”, “huracán” y el trasvase de fondos públicos como “rescate desesperado”) o la que

hemos llamado metáfora biomédica (“descalabro”, “sangría en los mercados”, y el gasto público como

“inyección de liquidez para frenar la hemorragia”), tienden a justificar las operaciones de rescate y desviar la

atención respecto de la responsabilidad asociada a la crisis. Otra construcción metafórica detectada a partir

del análisis semántico automatizado, que revelaba el uso de terminología en principio etiquetada como

“tecnológica”, es la que denominamos metáfora del ciborg, que caracteriza la empresa privada como

maquinaria antropomorfa, otorgándoles una materialidad que no tienen al considerarlas estructuras dotadas

de propiedades mecánicas, susceptibles de “ganar solidez”, “derrumbarse”, soportar “impactos” y acometer

“reestructuraciones”, pero a la vez dotándolas de autonomía en la acción y ocultando así una vez más las

responsabilidades que residen en las alturas de la pirámide empresarial. Reconstruidos los modelos

metafóricos de un discurso, el análisis de contenido vuelve a revelar aquí su utilidad al permitir comprobar la

correlación cuantitativa de sus hipótesis acerca de la posición jerárquica de cada construcción metafórica,

pudiendo incluso ponderar con precisión su utilización en un corpus concreto, en un movimiento de ida y

vuelta desde los datos al análisis discursivo y de nuevo al contenido léxico para contrastar las relaciones

entre las estructuras discursivas reconstruídas.

c. Del conteo léxico a la narratividad.

También en la ubicación de estructuras narrativas que puedan dar cuenta del relato de crisis, tales

como el clásico esquema actancial greimasiano, el ordenador revela su apoyo al analista discursivo, de forma

paralela aunque algo más compleja a la que hemos visto en el caso del análisis isotópico. Si en esa ocasión

preguntábamos a los verbos más utilizados cuál era su objeto (¿qué o quién debía ser “evitado” o “salvado”?),

aquí podemos ampliar las preguntas realizadas al verbo: ¿quién realiza la acción? , ¿para quién?, ¿quién se

lo solicita? ¿quién sancionará la validez de su acción? ¿quién le ayuda? ¿quién se opone?.

Evidentemente las respuestas no son inmediatas ni ofrecidas automáticamente por el ordenador, sino

que requieren de elecciones que han de ser justificadas por el analista, y que le conducirán a diversos

esquemas narrativos. La discusión en torno a las estrategias de sobrerrepresentación, representación múltiple

o ambigua y ocultamiento de cada uno de los elementos de los tres ejes del esquema actancial

(Comunicación, Deseo, Acción) permitirá al analista ir revelando la cosmovisión del narrador colectivo de este

relato, en función de la cual asigna sus valores simbólicos e instituye un sistema de relaciones entre los roles

representados. Nótese que es en última instancia el analista quien reconstruye el esquema del relato e

identifica sus elementos, no son un “dato”, (no le son dados) sino una interpretación del discurso.

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18

De este modo obteníamos un esquema narrativo en cuyo centro aparecía George Bush, presidente de

los EE.UU. como Sujeto protagonista, cuyo Objeto de deseo es la estabilidad bursátil. El Destinatario de la

acción son los grandes bancos solo en primera instancia, porque indirectamente se benefician de dicho

rescate el conjunto de la nación y por extensión la humanidad. Los Ayudantes también aparecen claramente

representados en forma de Reserva Federal, FBI, Tesoro Público, etc. Resulta en cambio interesante es la no

representación de un Destinador del relato, quien encargaría y juzgará la acción del protagonista: no es

necesario, es una acción legítima que se justifica a sí misma, su Destinador es implícito como en los relatos

de superhéroes, son la misma Historia y la Humanidad quienes encargan dicha acción. Más interesante aún

es la representación dual de la Oposición a la unión entre Sujeto y Objeto, que se materializa en un doble

Oponente, uno enormemente sobrerrepresentado, las fuerzas naturales que “desatan” la crisis; y otro apenas

existente, mencionado en una única ocasión bajo la etiqueta de “la mayoría de los ciudadanos”. El esquema

narrativo subyacente a este relato de crisis, obtenido con ayuda del análisis léxico por ordenador, puede

resumirse en el siguiente cuadro actancial:

d. Triangulación desde la Economía Política.

Como se mencionaba al discutir la integración metodológica, es a la hora de evaluar la validez de las

intencionalidades hipotetizadas desde el análisis discursivo, pero también de señalar sus causas, cuando

cobra especial relevancia la triangulación de estos resultados con los obtenidos por la Economía Política de la

Comunicación al poner bajo su lupa las estructuras socioeconómicas responsables de estos discursos. En

nuestro caso, el análisis del discurso había identificado un marco no analítico, orientado a fomentar el miedo

ante la crisis antes que su comprensión, y a justificar los rescates bancarios con fondos públicos, postura que

en ese momento no estaba presente en los discursos de crisis que sostenían otros medios de la competencia

(Álvarez-Peralta, 2010, p.130).

SUJETO:

Bush

DESTINATARIOS:

Inmediato: Empresas privadas

Mediato: Todos // «La sociedad»

DESTINADOR:

Diegético: El Mundo // La Historia

Extradiegético:

La Prensa

EJE DEL DESEO

— EJE DE LA COMUNICACIÓN —

AYUDANTES:

Poderes políticos y

económicos públicos

ANTAGONISTA: La amenaza «natural»

OPONENTE CIRCUNSTANCIAL:

Instancias de «la ciudadanía»

— EJE DE LA ACCIÓN —

OBJETO:

Estabilidad bursátil

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19

Hasta aquí se ha empleado AD y AC organizadas de forma secuencial (en etapas sucesivas reiteradas,

base o corolario cada una de la anterior), pero al introducir análisis provenientes de la EPC lo haremos desde

un esquema triangulado, con la intención de obtener un refuerzo mutuo entre sus resultados. El AD está

permanentemente atravesado por hipótesis de intención interlocutiva, hipótesis acerca de la intentio auctoris

(Umberto Eco), que nos permiten leer y analizar los textos. Estas hipótesis deberían ser consistentes con el

análisis de la situación objetiva del enunciador. Por ejemplo: si el analista de un discurso político concluye que

está tratandose de exculpar a un agente económico de la crisis, habrá de observarse la situación

socioeconómica de su responsable y su relación estructural con dicho agente, con la intención explícita de

reforzar o poner en duda dicha hipótesis.

Efectivamente, en nuestro caso, a partir de contrastar los resultados de nuestro análisis del discurso

con los de los valiosísimos estudios del Grupo Prisa aportados por Nuria Almirón (Almirón, 2008, 2009)

refuerzan una interpretación integrada y coherente del fenómeno: las posturas ideológicas postuladas por

nuestro análisis sobre el enunciador corporativo del discurso son no solo consistentes con la descripción de

su situación financiera y económica (Álvarez-Peralta, 2010, p.113), sino que además confluyen con la

intencionalidad estratégica apuntada por Almirón en su análisis políticoeconómico: el Grupo Prisa, en graves

apuros económicos (su valor en bolsa cayó un 82% el año anterior a la crisis) a pesar de su condición de

gigante mediático, acuciado por una deuda a corto plazo que supera con creces el valor de su patrimonio y su

capitalización bursátil (y también de sus ingresos), necesitado de nuevas refinanciaciones constantes e

urgentes de la misma para sostener su arriesgada estrategia de expansión internacional, no puede dejar de

abogar por la financiación pública del desastre bancario acontecido tras la implosión de la burbuja

inmobiliaria, pues en caso de no poder acceder a dicha refinanciación de su deuda la propia continuidad del

grupo se vería definitivamente amenazada. En la quincena analizada por nuestro discurso, el Grupo Prisa no

solo es el más endeudado de los operadores mediáticos en España, sino que es el único que tiene la mayor

parte de su deuda a un plazo inferior al año, lo que será un factor decisivo para explicar por qué es el medio

que con más vehemencia asume la necesidad del trasvase de fondos públicos a bancos privados como

medida imprescindible para detener la crisis.

6. Conclusiones.

A tenor de los resultados obtenidos a través de la combinación de las metodologías aquí discutida, se

hace patente la viabilidad pragmática de dicho marco analítico, ilustrada con diversas formas de cooperación

que incluyen desde el aporte de datos sobre los que argumentar una interpretación de las estrategias

enunciativas seguidas por el autor, hasta la contrastación en términos cuantitativos de hipótesis formulables

desde el Análisis del Discurso o la Economía Política acerca de la presencia de conjuntos léxicos o

estructuras textuales susceptibles de alterar significativamente su presencia en un corpus concreto respecto

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de una muestra de comparación. Igualmente, los ejemplos aplicados revelan que la triangulación

metodológica sobre un mismo fenómeno permite establecer un diálogo entre paradigmas necesario para la

constitución de una disciplina integrada en torno a los estudios de comunicación de masas. Por último se ha

observado que las diferentes construcciones epistemológicas sobre las que se asienta cada aproximación no

constituyen un obstáculo efectivo a la hora de reapropiarse, desde algunas de las posiciones ontológicas

subyacentes, de las herramientas analíticas de las diferentes tradiciones.

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