Infancia y Juventud Callejera, Un Panorama de La Situación Actual
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C O M M E N T A SEPTIEMBRE 2007
INFANCIA Y JUVENTUD CALLEJERA, UN PANORAMA
DE SU SITUACIÓN ACTUAL
La infancia mexicana
Algunos datos sobre el estado actual de la infancia en México servirá como introducción
para abordar la situación de los niños, niñas y adolescentes que viven en las calles.
- Se estima que, de los 37.8 millones de menores de edad que hay, seis de cada diez
viven en la absoluta pobreza.
- El nacimiento de más de 3.9 millones de infantes no fue registrado y carecen de acta
de nacimiento, por lo que son jurídicamente invisibles y viven al margen de
cualquier protección legal.
- Más de un millón 163 mil niños mexicanos son analfabetos (INEGI).
- Más de 5 millones y medio de niños mexicanos menores de 17 años no van al
colegio en preescolar, primaria, secundaria y bachillerato (Instituto Nacional para la
Evaluación de la Educación, INEE) por carecer de los recursos necesarios lo que los
obliga a trabajar.
- Más de 3 millones de niños mexicanos menores de catorce años (3.5 millones)
trabajan, la mayoría de ellos en condiciones de explotación laboral e incluso de
esclavitud (UNICEF, Organización Mundial del Trabajo —OIT— e INEGI).
-
Estas condiciones de vida de gran parte de la infancia en México se ven traducidas en
diversas problemáticas que afectan a sectores particulares de la infancia, los cuales
requieren medidas especiales de atención y protección, tales como la infancia en conflicto
con la ley, la infancia trabajadora, la que es víctima de la explotación sexual comercial, la
infancia indígena, los niños y niñas migrantes, los niños, niñas y adolescentes involucrados
en el consumo, venta y distribución de estupefacientes y la infancia callejera.
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La infancia y juventud callejera mexicana.
Uno de los indicadores para acercarse a un saber al respecto, se ha traducido en los intentos
por contabilizar el fenómeno. Actualmente, la UNICEF ha estimado que hay por lo menos
40 millones de niños de la calle alrededor del mundo, de los cuales 25 millones se
encuentran en las calles de América Latina.
Al parecer los primeros niños callejeros en México fueron los hijos de los antiguos
mexicanos asesinados por los españoles durante la conquista, los cuales fueron recogidos
por los frailes que llegaron para evangelizar, sin embargo, registros sobre la infancia y
juventud callejera en México existen a partir de la década de los 50´, fenómeno que se
masifica en los 80´ y que para los 90´ presenta no solo a niños, sino también a muchos
jóvenes que ya llevan varios años viviendo en la calle. Para el presente siglo, la
complejidad va en aumento, pues además de la infancia y juventud, podemos encontrar a
mujeres, familias, bebés y ancianos haciendo de las calles de las grandes urbes su lugar de
residencia para desarrollar modos de vida, costumbres y conocimientos, con los cuales
construyen un juicio de valor para decidir su permanencia en las calles.
En nuestro país existen dos fuentes que han aportado datos estadísticos que, si bien no son
confiables, son interesantes conocer para dimensionar el estado del fenómeno. El primero,
fue organizado en la Ciudad de México por UNICEF y la oficina local del Sistema
Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF-DF) publicado en 1996; el más
reciente a nivel nacional pero que excluye a la Ciudad de México, es el Segundo Estudio en
Cien Ciudades de Niños, Niñas y Adolescentes trabajadores 2002-2003.
Ciudad de México, 1996.
En este segundo censo realizado en la Ciudad de México durante 1995 y publicado un año
después, se contabilizaron a 13, 373 niños y niñas menores de 18 años, registrando a la
población encontrada en las calles y espacios públicos (de igual forma que en el primer
censo de 1991).
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Entre 1992 y 1995, se observó un crecimiento a una tasa promedio del 6.6% anual, siendo
importante mencionar que el fenómeno se extendió por todo el Valle de México ocupando
nuevos puntos de encuentro; para este momento, prácticamente ningún semáforo de la
ciudad estaba exento de la presencia de niños, niñas, jóvenes o adultos callejeros. Un
detalle a resaltar es que la ocupación infantil aumentó en actividades riesgosas como la
pepena* (1, 550%), estibadores (228%) y la mendicidad (308%).
Para 1996, las niñas y niños callejeros representaron el 13.84% del total de niños
contabilizados, significando un incremento de 81% con respecto a 1992. Dos posibles y
simultáneos escenarios surgen con estos datos: a) se incrementó la permanencia de los
chicos en los grupos callejeros y b) se mantiene la llegada de nuevos niños y niñas a este
modo de vida.
De acuerdo con este documento, el 85.40% eran varones y sólo el 14.60% mujeres. La vida
nocturna caracterizó a esta población, durante la cual, las ocupaciones se concentraban en
la mendicidad y el limpiar parabrisas.
El 75.35% refirió su origen en el Distrito Federal y Estado de México (Área
Metropolitana). Sobre el inicio de vida en la calle, el 40% de ellos comentó que ocurrió
entre los 5 y 9 años y el 60% restante, lo hizo entre los 10 y 14 años.
Entre los riesgos asociados a este fenómeno, está el abuso de sustancias tóxicas, que el 70%
aceptó consumir, siendo para este momento los solventes y la marihuana las
principales sustancias consumidas. El estigma social acompañado a este respecto, daba
lugar al maltrato por la gente a un 28% y a la extorsión por policías para un 20%. Al mismo
tiempo, 62.37% declararon haber sido detenidos por drogas, vagancia o robo.
Mayoritariamente adolescentes, pues el 85.4% fluctuaron entre los 12 y 17 años, su
condición asoció la vida sexual activa en 49.46% de ellos, de entre los cuales el 43.02%
aseguró que el inicio ocurrió entre los 7 y los 14 años.
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El estudio más reciente, 2002-2003… las dificultades metodológicas
El Segundo Estudio en Cien Ciudades de Niños, Niñas y Adolescentes trabajadores 2002-
2003, documenta un descenso del 17.2% en el número de niños y niñas trabajadores, esto,
al pasar de 114,497 de acuerdo al primer estudio de 1997 a 94,795 en éste último. Sin
embargo, el estudio presenta, a decir del Informe Alternativo para el Comité de los
Derechos del Niño de la Organización de naciones Unidas 1999-2004, una serie de
inconsistencias tanto en el orden técnico como en el social que ponen en duda la validez de
los resultados:
-Por un lado, el diseño del estudio de 2002 es diferente del de 1997, por lo cual no es
posible establecer datos comparativos. En particular, los puntos de observación en la calle
difieren en 1997 de los de 2002.
-A diferencia del estudio de 1997, en la elaboración del de 2002 se excluyó la participación
de las organizaciones más prestigiadas de la sociedad civil que cuentan con una cobertura
territorial sobre la población de infancia callejera, tanto en términos de diseño, como de
ejecución y validación de resultados. Estudios realizados por las mismas entidades
interesadas en mostrar el éxito de sus programas generan dudas respecto de su
imparcialidad.
-Las cifras resultantes de total de niños trabajadores en este estudio contrastan
territorialmente con las que resultan de otros estudios sobre niños trabajadores. Un ejemplo
de ello es el caso de los resultados del estado de Jalisco, el estudio referido contabilizó
7562 niños y niñas que viven y trabajan en la calle, mientras que el estudio del INEGI sobre
infancia trabajadora de 2003 muestra que el número de niños y niñas trabajadores en esa
entidad en 2002 de 6 a 14 años de edad era de 253,537.
Algunas consideraciones
Las limitaciones antes señaladas, son parte de un panorama complejo en el que se torna
difícil confiar en los datos numéricos arrojados por este tipo de estadísticas. Durante las
últimas décadas, el tema de fondo en estos intentos por contabilizar el fenómeno social,
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convertido en una guerra de cifras, ha estado en la definición que cada uno realiza de las y
los niños que ocupan diariamente las calles.
Es así que, tanto las imprecisiones conceptuales para definir el perfil de la población
(trabajadora o callejera), como las dificultades metodológicas para elegir entre padrón o
censo a fin de contabilizarlos, la movilidad que caracteriza a estas poblaciones y los
intereses políticos para no mostrar un “problema fuera de control” llevaron a estos estudios
a ser sólo un documento sin utilidad para los tomadores de decisiones.
Por otro lado, la falta de diferenciación entre situación y características entre infancia que
trabaja en la calle y la que vive en ella, dificulta la comprensión del fenómeno separado de
la estricta dinámica de trabajo y de la necesidad económica, para entender factores como
las razones de permanencia y presencia en las calles de un tipo particular de niñas y niños.
Lo que las cifras no dejan de confirmar es lo que la realidad nos muestra en lo cotidiano de
las calles, y es que a pesar de que los estudios existentes no son sólidos, la tendencia que va
en aumento es la presencia de niñas, niños, adolescentes, hombres, mujeres, ancianos y
familias en las calles, ya sea para trabajar y/o vivir.
Las dimensiones de la complejidad del fenómeno también quedan en evidencia al seguir el
comparativo de resultados entre los Estudios de 100 Ciudades de 1997 y 2002 en el tópico
del consumo de sustancias, mostrando el aumento significativo en el consumo de drogas
tanto en niños como en niñas, ya que en 1997 se registró que 7 de cada 100 niños y 3 de
cada 100 niñas habían probado alguna droga al momento de la encuesta, mientras que cinco
años después, casi 11 de cada 100 niños y 4 de cada 100 niñas encuestados dijeron haber
consumido alguna droga.
El escenario se va complicando en este sentido, pues las niñas y niños callejeros con serios
problemas de drogas no cuentan con espacios públicos de tratamiento para sus adicciones,
la única opción son los llamados “anexos” –espacios civiles de encierro forzado- que
carecen de personal profesional, sin supervisión pese a las constantes denuncias de malos
tratos, uso extremo de violencia e incapacidad técnica.
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Aunado a esto, leyes como la de Cultura Cívica del Distrito Federal tienden a criminalizar a
la población callejera al equiparar el consumo, con la venta y distribución de drogas.
Pero la mirada puede ser también aquélla que los califique de víctimas, enfoque que han
adoptado aquellas iniciativas públicas y privadas con visión asistencial y que conceptualiza
a esta población como objeto de protección y como personas necesitadas de tutela. Es por
ello que podemos señalar que la representación social de esta población está sustentada en
un conjunto de falsas creencias que evitan la reflexión sobre la complejidad de este grupo
social y reducen el tema al ámbito familiar/privado considerándolos como víctimas,
inadaptados o peligrosos y depositarios de todos los males.
El reto actual
En general, a los distintos gobiernos les resulta más sencillo implementar programas
asistenciales y temporales para atender el fenómeno callejero, enmarcados en una política
social tutelar que se extravía en las acciones específicas, quedando muy lejos del impacto
real sobre el fenómeno. Desafortunadamente, este tipo de programas oficiales se repiten,
ignorando las severas deficiencias que contienen, tales como: carecen de continuidad ya
que dependen de los tiempos económico-electorales, no retoman las experiencias que ya
han demostrado eficacia, son programas que pretenden exaltar la figura de algún personaje
político, sus acciones de asistencia mantiene en situación de dependencia a la población
atendida, el personal que opera dichos programas no esta preparado, ni cuenta con el perfil
profesional o disposición necesaria y la evaluación de las acciones no existe. Además, no
existen organismos con autonomía y presupuesto suficiente para monitorear y dar
seguimiento a la situación y tamaño del fenómeno callejero
La existencia de poblaciones callejeras demanda a las sociedades contemporáneas
reconocer que son expresión de la interacción compleja de varios factores y permanecerán
en tanto las condiciones de exclusión social se mantengan sin cambios sustanciales. Es por
ello necesario desarrollar estrategias sustentadas en el principio rector de la No
Discriminación, para sensibilizar a la sociedad, a los líderes de opinión y funcionarios
públicos de todo nivel en el tratamiento adecuado de este fenómeno social, superando las
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falsas creencias y estereotipos negativos que permiten la discriminación, la violencia y las
acciones de limpieza social encubiertas de “remozamiento urbano” o campañas sociales
que profundizan el estigma social.
Por tanto, es indispensable formalizar presupuesto, recursos materiales y normas especiales
de atención, rehabilitación e inserción social de la población callejera, poniendo énfasis al
uso problemático de sustancias. Pero tales presupuestos, recursos y procedimientos deben
estar claramente diferenciados de otras poblaciones vulnerables como la infancia
trabajadora, en riesgo social o explotada sexualmente, pues servirá para intencionar una
evaluación del impacto real.
“Es necesario reconocer que no existirá política social pertinente para las niñas y
niños callejeros si no esta sustentada en el ejercicio presupuestal del gobierno, no
tiene futuro si deja intacta la política económica y el marco legislativo que
mantienen el fenómeno; será incompleta si no contempla a toda la población
excluida y tendrá poco impacto si se construye desconociendo la voz de los
afectados”
Bustelo, 1999.
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