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1 de las Culturas del Mundo CORREO Títeres de la colección de Mireya Cueto

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d e l a s C u l t u r a s d e l M u n d o

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Títeres de la colección de Mireya Cueto

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Correo de las Culturas del Mundo

Director Leonel Durán Solís Editor Mariano Flores Castro

[email protected]

Correo de la Culturas del Mundo, Año 2013, No. 128, (1º de mayo de 2013), es una publicación quincenal editada por el Instituto Nacional de Antropología e Historia. Córdoba 45, Colonia Roma, C.P. 06700, Delegación Cuauhtémoc, México, Distrito Federal. Editores Responsables: Leonel Durán Solís y Mariano A. Flores Castro. Reservas de Derechos al Uso Exclusivo: 04-2012-091912305300-203. ISSN: en trámite. Domicilio de la publicación: Moneda 13, Centro Histórico de la Ciudad de México.

Distribuidor: se distribuye por vía electrónica [email protected] Este número se publicó el 1º de mayo de 2013.

©TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS

POR LOS RESPECTIVOS AUTORES

DE LOS ARTÍCULOS, NOTAS Y FOTOGRAFÍAS.

Publicación fundada el 15 de agosto de 2007.

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• Fallece Mireya Cueto, dramaturga y promotora cultural

• El lugar de la sensualidad, Museo de Arte Popular de México

• Qué modernos eran los antiguos

• Museo del Prado, versión para iPad

• Paulina Chiziane, contadora de historias, feminista africana

• Las encrucijadas actuales del latinoamericanismo

• Libros: Orígenes de la antropología científica

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Pérdida

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Mireya Cueto, reconocida como la gran Embajadora de México en el Arte de Títeres y por impulsar el desarrollo de programas infantiles de radio y televisión, falleció el 26 de abril a los 91 años de edad.

A través de su cuenta de Twitter, el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) emitió sus condolencias por el lamentable fallecimiento de la dramaturga, quien en febrero de 2012 recibió la Medalla Bellas Artes en reconocimiento a su trayectoria de más de 70 años dedicados al teatro.En aquel momento, Alejandra Peña, subdirectora de Patrimonio Artístico del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), reconoció a Cueto como una destacada figura que ha contribuido enormemente al conocimiento de la investigación y difusión de la literatura infantil y del teatro guiñol.También a través de sus respectivas cuentas de Twitter han expresado condolencias la Coordinación Nacional de Literatura del INBA y la Compañía Nacional de Teatro, que publicó "La @CNteatromx lamenta el fallecimiento de la dramaturga y titiritera mexicana Mireya Cueto".La radiodifusora de la Secretaría de Educación Pública escribió: "Radio Educación lamenta profundamente el fallecimiento de la dramaturga y marionetista mexicana Mireya Cueto. Descanse en paz".Desde 2001, la Coordinación de Desarrollo Cultura Infantil del Conaculta, Alas y Raíces a los Niños, creó el Festival Nacional de Títeres Mireya Cueto, como un homenaje a la maestra que con creatividad y respeto por la inteligencia e integridad de los niños ha trabajado durante tanto tiempo.

Mireya Cueto1922-2013

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Museos

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uchos años han pasado desde aquellos en los que se consideraba que

los museos eran los lugares de las musas. Corrían los días del siglo

XVIII cuando los viejos gabinetes de antigüedades se fueron abriendo

a curiosos e interesados, y por los pasillos y salones apretujados de objetos, los

documentos, libros raros y piezas de lejanas geografías despertaban exclamaciones de

admiración y desconcierto.

Hoy los museos siguen teniendo el poder de la sorpresa que desencadena

preguntas. Como diría Simon Schamma: los objetos que se despliegan en ellos “más

que duplicar la cotidianeidad del mundo conocido, la sustituyen con una realidad

propia. En sus espacios tenemos revelaciones a cada paso. Además de regalarnos

información a manos llenas, generan nuevas miradas porque nos invitan a verlas de

forma teatralizada. Los museos son la puesta en escena de la belleza.

Ese es el caso del Museo de Arte Popular, en el centro de la ciudad de México. Allí,

desde que uno cruza el umbral del hermoso edificio art déco diseñado por Guillermo

Zárraga y Alberto Mendiola y que abrió originalmente sus puertas en 1928 para ser

usado como Inspección General de Policía y Cuartel de Bomberos, uno advierte en

la piel que se despiertan los sentidos. Restaurado por Teodoro González de León y

concebido por María Teresa Pomar, Cristina Payán y Sol Rubín, el museo nos invita a

conocer la sabiduría y la sensualidad de los hombres y mujeres de México.

Desde que abrió sus puertas en 2006 la innovadora gestión de Walter Boelsterly y

Luis Haza es ejemplar. Más de un millón de personas hemos sentido la fuerza y la luz

del arte expuesto allí para nosotros buscando asegurar la difusión masiva de los valores

del arte popular mexicano; para salvaguardar técnicas, oficios y objetos de nuestro

El lugar de la sensualidadpor César Moheno

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pasado (y de nuestro presente, si recordamos los masivos desfiles de alebrijes que,

como producto de un concurso, reúne cada año ya a varios millones de personas en

lo que es quizá la celebración callejera del arte popular más grande del universo); para

lograr que los artesanos, niños y todo aquel que lo desee participen en talleres sobre las

técnicas del arte popular; para rescatar y conservar las fuentes primarias de productos

utilizados en las artesanías; y para dar a conocer, también, la enorme grandeza de la

biodiversidad del país y sus usos en la elaboración de estas piezas del arte.

Lo aseguro. Al entrar y caminar por sus recintos uno siente como si caminara por las

páginas de un libro. A través de sus salas nos sumergimos en un viaje del que siempre

salimos renovados, con mayor conocimiento y con la creatividad motivada.

En el Museo de Arte Popular todo es diálogo. Diálogo entre el visitante y los

creadores de las piezas porque aquí, como en los museos de arte, los objetos tienen

nombre y apellido: están hechos por manos y sentidos que vivieron y viven en nuestra

geografía. Al pasear por sus salas uno se interroga preguntando a las piezas. La

imaginación se carga aquí de sensibilidad.

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El diálogo entre un nosotros está aquí asegurado. Recreamos lo que está ante

nuestros ojos y compartimos nuestra propia experiencia con otros. Se genera un

movimiento que se dirige a la belleza y se despiertan deseos de conocimiento que

nos hacen buscar lo mejor de nosotros. Aquí encontramos al artista de los pueblos de

México, aquel del que nos contaba Nezahualcóyotl en sus versos: El artista discípulo,

abundante, múltiple, inquieto. / El verdadero artista: capaz, se adiestra, es

hábil; / dialoga con su corazón, / encuentra las cosas con su mente.

Todos los artístas que se muestran en el Museo de Arte Popular, desde la gran

variedad de sus técnicas y estilos, recrean la textura universal mexicana haciendo gala

de la belleza de sus ciudades, de la luminosidad de sus paisajes y de la riqueza ancestral

de sus tradiciones, orgullosos de su herencia cultural. Desde sus propias búsquedas y

múltiples hallazgos, los creadores aquí expuestos nos regalan los jirones de luz que

tienen en las manos. Con ellos nos ofrendan la revelación de una intuición ancestral

que comparten con su paisaje y con su gente. En un equilibrio entre imaginación y

rigor plástico, afinan las miradas y nos seducen con los colores de su tierra, esa que es

también nuestra.

Como diría Octavio Paz de Rufino Tamayo, si alguna palabra resume la obra de estos

grandes maestros, esa palabra es Sol. Sol de barro, sol de mirada, sol de agua quemada.

Mirarnos en el espejo de las piezas que se exponen en el Museo de Arte Popular es

como vivir mil veces. Es asistir a un ritual de renacimiento. Es como asistir a una escuela

que cambia de colores, de voces, de cuadernos. Los estudiantes aprenden con palabras

diferentes, sentados en el piso o de pie, están acompañados de presencias de otros

tiempos y espacios. Las vitrinas y las piezas se transforman aquí en pizarras para la

creatividad y en gises para el conocimiento.

Como cultiva nuestra curiosidad, motiva nuestra inteligencia, despierta nuestra

sensibilidad y amplía el alcance de nuestro pensamiento, este dejó de ser sólo el lugar

de las musas. Más que ninguno, el Museo de Arte Popular es un espacio donde habita

la sensualidad de México.

Fuente: La Jornada en Internet

Twiter: cesar_moheno

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Qué modernos eran los antiguospor Gerardo P. Táber

arafraseando a mi buen amigo Javier Gómez: la mujer gozó

de mayor campo de acción en el Egipto faraónico en contraste

con otras culturas de la antigüedad. Una mujer egipcia podía

poseer su propio patrimonio y administrarlo de manera totalmente

independiente a pesar de estar casada. En caso de divorcio, tenía derecho

a una parte proporcional de sus bienes y podía heredar a quien ella

deseara, prueba de ello es que existen documentos legales que marcaban

las responsabilidades y distribución de bienes en donde las mujeres fueron

las que designaron a los herederos, inclusive una dama de nombre Naunajt

–que vivió a finales de la dinastía XX (c.1190-1077a.C.)– desheredó a

varios de sus hijos porque no se ocuparon de ella en su vejez. Herodoto,

“el padre de la historia” no entendió cómo las mujeres podían gozar de

tantas prerrogativas en la tierra del Nilo y por eso escribió en su Libro II

(Euterpe) que en Egipto las cosas se hacían al revés, aseverando que los

hombres orinaban sentados y las mujeres de pie. En el Museo Nacional

de las Culturas se puede apreciar a una de estas milenarias damas (en la

imagen de la derecha), ella se llama Tinethut y fue esposa de Nebwaw;

ellos vivieron en la dinastía XVIII (c.1307-1070 a.C.) Estos cónyuges se

representan del mismo tamaño, lo que indica que tenían el mismo estatus

social. Como siempre digo “que modernos eran los antiguos”.

Ideas

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on motivo del Día del Libro, que se celebró el pasado martes 23 de

abril, el Museo del Prado lanza la ´Guía del Prado para iPad´, la primera

aplicación oficial del Museo, una nueva herramienta para profundizar en

su colección permanente.

La nueva app está disponible en cinco idiomas, español, inglés, francés, italiano

y portugués, y permite compartir el acceso del ‘corazón’ de la Colección a todo el

público interesado a través de 400 obras con imágenes y textos sintéticos redactados

por un equipo de especialistas coordinado por el Museo.

En abril de 2008, el Prado presentó La Guía del Prado en edición impresa, de la que

ya ha puesto en circulación más de 240,000 ejemplares. En abril de 2013 se convierte

en el primer museo que actualiza su guía completa en este soporte app.

El corazón del Prado

La obras aparecen presentadas de forma cronológica en una clasificación por escuelas

internacionales: española, italiana, flamenca, holandesa, francesa, alemana y británica,

a las que se añaden dos capítulos dedicados a obras sobre papel, escultura y artes

decorativas. Esta selección refleja las diferencias que existen entre las escuelas y los

artistas representados en el Museo, donde ocupa un lugar esencial Velázquez y los

pilares de las colecciones: Goya, El Greco, Tiziano, El Bosco y Rubens.

Además, una selección de 50 obras maestras incluyen imágenes de gran tamaño

que permiten navegar en ellas, y un acercamiento a la obra superior incluso al que se

consigue en la visita en el Museo. Y como valor añadido, las imágenes de las traseras

El Prado versión para iPad

Tecnología

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de los trípticos y dípticos, como el Jardín de las delicias, la Adoración de los Magos o

el Carro de heno del Bosco, no visibles en las salas de exposición.

Otro valor añadido se encuentra en los cinco recorridos temáticos del Museo que se

ofrecen: ’50 obras maestras’, ‘Velázquez’, ‘Pintura veneciana’, ‘Princesas’ y ‘Animales

del Prado’. Estas propuestas permiten situar las obras en el Museo, preparar una visita,

enriquecer el conocimiento de la colección con una visita temática o descubrir una

forma entretenida de acercar el Prado a los niños a través de temas como los animales

o las princesas.

El acceso al contenido se puede realizar por el índice de colecciones y por el de

artistas. Cuenta con la posibilidad de guardar y seleccionar las obras o los artículos

que al lector le parezcan más relevantes en la sección de ‘Favoritos’, así como la de

compartir los contenidos en las redes sociales a través de enlaces directos desde las

fichas de las obras.

* En el Appstore, la app se ofrece con un precio de 139 pesos mexicanos.

Fuente: www.hoyesarte.com

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SIEMPRE DIGO QUE A PESAR de haber vivido tantos años en Sierra Leona descubrí la

literatura africana muy tarde. Hasta hace pocos años no existían librerías en Freetown

y la mayoría de mis libros los adquiría en las escalas europeas de mis vuelos. Ahora, al

moverme por el continente descubro con sorpresa que la realidad en muchos países es muy

distinta, por eso hoy puedo hablar de uno de mis últimos descubrimientos: Paulina Chiziane.

Me tope con ella el pasado mes de septiembre, cuando un sábado por la mañana,

acompañado de mi amiga Marga Sanmartín, entré en la librería Conhecimento, en la Avenida

24 de Julho, en el barrio de Polana de Maputo. Pregunté al dueño sobre algunos autores

mozambiqueños y me recomendó, evidentemente, a Mia Couto y a Ungulani Ba ka Khosa, Lília

Momplé y a Paulina. De ella tenía dos libros: Niketche: Uma historia de poligamia y Ventos do

apocalipse.

De los cinco libros que compré, el primero que me llamó la atención fue el de Niketche,

quizás, pienso yo, porque esos días estaba visitando un proyecto de Médicos del Mundo en

Matola, cerca de la capital, sobre violencia de género, y empecé a devorarlo sin demora.

Paulina vivió en el campo hasta los 7 años, cuando se trasladó a un suburbio de Lourenço

Marquez, que es como se llamaba entonces la capital del país, para poder estudiar. En su pueblo

hablaba su lengua materna, el chope, y tuvo que aprender el portugués en el colegio. Llegó

hasta la universidad pero no terminó sus estudios. Con 20 años presenció la independencia de

Mozambique y la celebró con gritos contra el colonialismo. Años después comenzó la guerra

Paulina Chiziane, contadora de historias, feminista

por Chema Caballero*

Letras del mundo

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civil que arrasó el país y que llevo a Paulina al desencanto, como bien se lee en Ventos do

apocalipse.

A Chiziane no le gusta que la etiqueten como escritora y prefiere definirse como contadora

de historias, de aquellas que aprendió de su abuela o de otros ancianos alrededor de la

hoguera durante su infancia y su juventud.

Niketche es el nombre de una danza de iniciación sexual femenina de los macua, un grupo

étnico que habita en el norte de Mozambique. Es también el título de la novela que Paulina

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publicó en 2002 y que cuenta la historia de amor entre Rami, una mujer del sur y de clase social

alta, y de Tony, un importante jefe de la policía de Maputo.

Casada desde hace veinte años y madre de varios hijos, Rami siente que su marido la

desprecia y, tras una dolorosa investigación, descubre que tiene otras cuatro mujeres y muchos

otros hijos. En un principio se enfrenta y pelea con las amantes de su marido, pero al final

termina siendo amiga y asesora de todas ellas, propiciando que Tony se case con cada una de

ellas y las dote, para que adquieran respeto y reconocimiento delante de la sociedad.

A través de estas mujeres Rami entra en contacto con siglos de tradición y de costumbres,

muchas de ellas crueles, y con la diversidad de mundos y culturas que conviven en un mismo

país.

Desde fuera, es difícil entender que las cinco mujeres decidan compartir un mismo hombre

y, luego dos de ellas el mismo amante. ¿Qué sacan de este juego? ¿Por qué participan en él?,

me pregunto.

Es difícil entender cómo unas y otras se dan consejos para atender al marido común con

la mayor sumisión: de rodillas, reservándole las mejores partes del pollo, dejando todo para

atender a sus deseos tal y como la tradición requiere.

Es difícil comprender a la suegra de Rami para la que la monogamia es un sistema inhumano

que margina a una parte de las mujeres y otorga privilegios a otras.

Es difícil aceptar que cuando se hable de violencia se diga: “Mi padre siempre golpeó a mi

madre, pero ella nunca abandonó el hogar. Las mujeres antiguas son mejores que las de hoy,

que se asustan con un simple azote”.

Es difícil entender que Rami se someta a la ley del levirato con gusto para vengarse de su

marido, asintiendo a la tradición.

Me viene la duda de si todo esto no es un recurso que usa Chiziane para mostrar y

denunciar el sufrimiento de las mujeres africanas, cuestionando al mismo tiempo los valores

tradicionales. Y la pregunta que me surge después de leer el libro es: ¿Se puede decir que

Paulina es feminista?

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Alguna vez me he cuestionado sobre el feminismo en África. Nunca me he parado a

estudiarlo o a leer mucho sobre él. Pero a un grupo de amigas sierraleonesas, muchas de ellas

abogadas y médicas que en su mayoría han estudiado y vivido fuera del país, con las que de

vez en cuando coincidía en Freetown, cuando les pedía consejos sobre dudas que me surgían

al trabajar algunos valores, o ver las actitudes frente a determinados temas, de las chicas que

estaban en los programas que yo dirigía, constantemente me insistían en que no se puede

equiparar el feminismo africano al europeo. Una de ellas, Hawa, siempre me recordaba que

la civilización europea llevó tanto sufrimiento a África que cualquier idea proveniente de allí,

incluso hablando de derechos humanos, siempre se recibe con desconfianza. No sé hasta qué

punto esto es cierto, pero leyendo Niketche me acordé de alguna de aquellas conversaciones.

La novela de Paulina Chiziane me hizo recordar el conflicto interno al que están sometidas

muchas mujeres africanas, especialmente las más jóvenes y sobre todo las de las ciudades (y más

si estudian), que tienen que debatirse entre el mundo moderno, muchas veces erróneamente

identificado con lo occidental, y el mundo tradicional, aquel que es eminentemente machista,

donde la mujer es siempre una propiedad (del padre, del marido, del cuñado o del hijo mayor

si tiene suerte) y donde su función en la vida es la de servir y procrear.

Esto, quizás, pueda ayudarnos a recordar, enlazando con nuestra manía tan occidental de poner

a todo etiquetas y con lo que me decían mis amigas sierraleonesas, que no existe el feminismo

como visión universal y monolítica de la situación de la mujer en el mundo, como muchas veces el

reduccionismo etnocéntrico de los países del Norte quiere imponer al resto del mundo.

Creo que una de las grandes aportaciones de la novela de Paulina Chiziane es el poner de

relieve que en el caso de las mujeres africanas elementos como la colonización, el racismo, la

religión, las tradiciones culturales o la pobreza, entre muchos otros, tienen que ser tomados en

cuenta. Además, nos insiste en que el punto de vista de las mujeres africanas tiene la prioridad,

un aspecto tantas veces ignorado en el Norte que sigue imponiendo como universales, en lo

que es un claro ejercicio de neocolonialismo, postulados que no se adaptan a las realidades de

las mujeres de los países en desarrollo.

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Por eso, a los que llegamos de fuera, muchas veces nos da la impresión de que el feminismo

es algo muy de nuestras sociedades y caemos en el error de pensar que las mujeres africanas no

quieren cambiar su situación. De ahí que existan tantas ONG y organizaciones internacionales

que tienen como único objetivo abrir los ojos a las mujeres africanas y que muchas veces no

tienen en cuenta lo que ellas mismas piensan.

Me pregunto: ¿Qué significa ser feminista en África? y, evidentemente, no tengo la

respuesta, pero quizás la clave nos la dé Paulina al demostrar que poco a poco, y con la

ayuda y apoyo de sus compañeras, cada una de las mujeres de Tony encuentra la forma de

ser autosuficiente, de no tener que depender de un hombre y poder decidir su propio destino.

Historias que rezuman empoderamiento y educación de mujeres, aunque en la novela Paulina

Chiziane no utilice esos términos.

En Niketche, una historia de poligamia (traducida al castellano y publicada por Ediciones El

Cobre en 2004), Paulina hace oír las voces de las mujeres del continente, que denuncian los

conflictos y la dominación que viven cada día, describen la violencia a la que están expuestas

y la denuncian como una forma grave de discriminación y una violación de sus derechos

como personas.

Lo trágico es que la mayoría de las mujeres africanas no puedan leer obras como esta. A

pesar de los avances conseguidos en los últimos años, todavía son muchas las mujeres y niñas

en África que no son capaces de leer. Queda mucho trabajo por hacer y posiblemente sean las

mujeres africanas las que más tengan que implicarse y esforzarse para cambia su propia suerte.

Como siempre me repetían mis amigas sierraleonesas cuando les planteaba temas como

la mutilación genital femenina o la violencia contra las mujeres, por ejemplo: “Esas son cosas

que sólo nosotras podemos cambiar, tenemos el conocimiento para saber que eso no debe

ser así, hablamos el mismo lenguaje que nuestras abuelas y madres y podemos entrar en el

bosque sagrado, donde estos temas se discuten, pero lo haremos a nuestro ritmo y no al que

nos impongáis desde fuera”.

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* Chema Caballero. Llegó a África en 1992 y desde entonces su vida giró en

torno a sus gentes, su color y olor, sus alegrías y angustias, sus esperanzas y

ganas de vivir. Fue misionero javeriano y llevó a cabo programas de educación

y recuperación de niñ@s soldados en Sierra Leona durante dos décadas, que

fueron modelo.

Fuente: http://blogs.elpais.com/africa-no-es-un-pais/2013/04/

paulina-chiziane-una-feminista-africana.html

África no es un país

“Salvo por el nombre geográfico, África no existe”, decía Ryszard Kapucinski. Y sí, desde Europa, acostumbramos a simplificar su realidad hasta hacerla una y pobre, catastrófica y dependiente. Pero África es un continente: 55 países, mil millones de personas, multiplicidad de mundos, etnias, voces, culturas...

Lola Huete Machado

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por Adolfo Colombres

I.

A PESAR DEL ÉNFASIS de los discursos que exaltan en nuestros países la diversidad cultural, lo cierto es que aún el Estado-

nación siente que el pensamiento y escala de valores de las identidades históricas relativizan sus esquemas, encuadrados casi por completo en patrones occidentales. Y esto es así porque los sectores ilustrados, aun los más progresistas, poco han hecho por acceder a las cosmovisiones de sus propios pueblos, como si fueran piezas de museo que nada pueden aportar en la construcción de una modernidad propia, descolonizada. El respeto –real y no solo declamado– a la diversidad cultural es algo que rebasa el tema de los derechos humanos, e incluso el de la necesidad de preservar el patrimonio cultural tangible e intangible. Para América, la descomposición de sus matrices simbólicas, ya sea por la vía del mesticismo o de la globalización, significará el naufragio de su proyecto civilizatorio. Toda cultura exhibe una dimensión civilizatoria fundamental, algo así como un horizonte de legitimidad en cuyo marco se opera la innovación y la apropiación que renuevan su sistema simbólico. Salvando algunas experiencias interesantes, como las de Bolivia y Ecuador, las culturas indígenas no son tomadas en cuenta cuando se trata de proyectar el futuro, algo que tendrá pronto que cambiar, pues ellas no constituyen ya un conjunto de arcaísmos destinados a extinguirse, sino más bien las raíces y semillas del futuro de la región, y en alguna medida también del mundo entero. Y esto es así porque mientras en los otros

Las encrucijadas actuales del latinoamericanismo

Cultura y natura

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continentes son escasas hoy las propuestas para salvar a la herencia humana y la vida del planeta, en nuestra América los movimientos indígenas y sociales se están convirtiendo en ricos laboratorios, de los que van surgiendo nuevos paradigmas para refundar el Estado, replantear la democracia, lograr la inclusión social y salvar al medio ambiente de la depredación irracional a la que está siendo sometido en nombre de los nuevos avatares de la ya anquilosada Razón imperial. El mal llamado «Primer Mundo» aún se siente la vanguardia de lo humano, pero de hecho retrocede velozmente hacia el pasado zoológico, aferrado a sus intereses mezquinos. Gianni Vattimo, en un reportaje reciente, declaró:

«No solo creo que los socialismos latinoamericanos tienen un futuro. Creo que ellos son el futuro, hasta del posible socialismo europeo, que solamente aliándose productivamente con los líderes de izquierda de América Latina tendrá la posi-bilidad de construir una Europa capaz de enfrentar al poder exorbitante de los Estados Unidos y a las nuevas superpotencias neocapitalistas que se presentan en la escena del mundo actual».

Convergente con esto, el ecosocialismo representa una ruptura radical con la ideo-logía del progreso lineal y el paradigma económico y tecnológico de acumulación indefinida del capitalismo, con la deificación de la productividad y el consumo. Esta tendencia, después de navegar por los clásicos europeos, termina haciendo pie en el Buen Vivir de los indígenas americanos, como el modelo más genuino de igualdad, democracia y bienestar común. A menudo me pregunto si la recurrente invocación al pluralismo y a la diversidad cultural no es un nuevo mea culpa de la tan cristiana conciencia occidental, que a lo largo de los siglos hizo lo mismo: destruir y oprimir de un modo despiadado, y luego golpearse el pecho en una confesión atenuada de sus pecados, para pecar de nuevo en la semana siguiente, en otra cruzada «civilizatoria». Y en esto vamos hacia atrás, pues en la edad de oro del colonialismo nos colonizaban con culturas prestigiosas, que en muchos casos fueron debidamente apropiadas y convertidas en parte de nuestro patrimonio simbólico. Lo que hoy nos coloniza, en cambio, no es ni siquiera una cul-tura, sino productos híbridos y mediáticos que banalizan el mundo, lo homogeneizan en base a meras pautas de consumo y destruyen el lenguaje, que es lo que caracteriza al Homo sapiens sapiens. Se trata entonces de algo más que de un nuevo proceso de colonización cultural, pues podríamos estar cayendo por esta vía en una verdadera mutación antropológica, en la que el hombre que desea explorar los abismos del pensamiento y los sentimientos está siendo desplazado por un homínido conformista

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y sin solidaridad alguna, cuyo único objetivo vital no es ya saber y producir en base a ese saber obras valiosas, sino consumir y vaciar a las pocas palabras con las que se ha quedado de su contenido de verdad: bien sabemos que para ponerlas al servicio de la mercancía es preciso abolir su vínculo con la acción. A nosotros, los herederos de antiguas civilizaciones a las que Occidente consideró bárbaras para destruirlas, coloni-zarlas y despojarlas, nos toca acaso hoy la penosa misión de civilizar a los civilizadores de antaño, cuya Razón devino consumista y se olvidó del hombre, de sus luchas eman-cipadoras, de su empeño alucinado de entrar en el corazón de las cosas. No ya para despojarlos, a modo de venganza y reparación, sino para ayudarlos generosamente a retomar el camino de la especie y aceptar el diálogo que el pensamiento único rechaza de plano. No podemos mostrarnos indiferentes ante la comprobación de que en el siglo XX se deterioró más el planeta que en los milenios anteriores, y que, de seguir todo así, el XXI será el de la extinción de la especie, el colapso En el siglo XX se deterioró más el planeta que en los milenios anteriores, y que, a este ritmo, en el XXI se terminará de destruirla, como consecuencia de este antropocentrismo radical, que impulsa un fundamentalismo de mercado cada vez más radical en lo que hace al medio ambiente, por más que en muchos países se atenúe en lo social.

II

La rebelión de Chiapas sacó definitivamente a los pueblos originarios del pasado, de su triste papel de referencia inmóvil para medir la modernidad o «progreso» de los sectores dominantes, y los instaló en el futuro. Un futuro no solo para ellos, sino tam-bién para Nuestra América y el mundo entero, como un ejemplo a seguir y no como una imposición. El mismo día en que México traicionaba su propia historia, al firmar su pacto con Estados Unidos pensando que así ingresaba al Primer Mundo, los mayas lo rechazaron de plano, para no embarcarse en ese regreso a la barbarie, mostrándose así fieles a la gran civilización de sus ancestros, que fuera comparada con la griega. Esta puesta en valor de las culturas de los pueblos originarios no implica circunscribir a ellos el tema de la diversidad cultural. Son nuestras raíces más antiguas, pero no las únicas, y todas ellas deben juntar sus saberes recuperados para desbrozar las sendas de nuestro despegue como civilización. Lo que he tratado hasta aquí es denunciar los nuevos avatares de la ya vieja ideología del crisol de razas, embuste que sirvió, y sigue sirviendo, para negar la persistencia de tradiciones culturales diferentes que aún

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luchan para hacerse visibles, reelaborando en términos actuales su matriz simbólica y recuperando su autonomía. Defender la pluralidad cultural es defender esas matrices, no fundirlas. Hacia el final de su vida, Darcy Ribeiro se atrevió a decir que surgimos de una negación, de la desindianización del indio, de la desafricanización del africano y la deseuropeización del europeo, pero eso, añade, no nos convirtió en seres culturalmente más ricos, sino, salvo algunas excepciones, en gente tabula rasa y hasta más pobre culturalmente que cualquiera de las matrices que destruimos de ese proceso. Lo valioso de la afirmación de Darcy Ribeiro es la idea de que lo que fue desindianizado, desafricanizado y deseuropeizado puede ser recuperado desde una conciencia residual y recompuesto. Bonfil Batalla defendió esta idea en su libro México profundo. Una civilización negada y en otros textos. O sea, nuestros pueblos originarios dan un no rotundo a la hibridación –a la que llamé alguna vez «el huevo de la serpiente»– y a la tan mentada como imposible «identidad cosmopolita», y un sí entusiasta a un pensamiento identitario fundado en el territorio, para defender de la depredación a sus lugares antropológicos, frutos de largos procesos de significación. Esto implica un rechazo a los monocultivos excluyentes, que hacen del campo un mero espacio productivo, en el que el paisaje rural, o lo que resta de él, se parece a una fábrica a cielo abierto al servicio de la inversión extranjera, con menos misterios, flora y fauna que un barrio urbano, y con muy pocas inscripciones simbólicas que merezcan ese nombre. Cuando la Constitución de Ecuador habla de los derechos de la Pachamama, señala Sousa Santos, realiza una fusión entre el mundo moderno de los derechos humanos y los de la Pachamama, esa Tierra Madre a la que nadie puede otorgar derechos por ser la fuente misma de todos los deberes y todos los derechos, y que fija las pautas del Buen Vivir.1 Ya vimos cómo este principio vital se enfrenta con los emisarios de la muerte abstracta, que la depredan hasta agotarla y se van con su capital a otra parte, dejando a sus espaldas el desierto y basuras tóxicas. Son los indígenas, y no los que vienen con doctorados de Estados Unidos, quienes levantan la bandera de la refundación del Estado, la que es más una demanda civili-zatoria que una simple reforma política e institucional, y no solo en nombre de ellos, sino de toda América. Claro que no puede haber refundación si no se suprimen el capitalismo y el colonialismo, y tampoco sin tomar cierta distancia de la tradición crí-tica eurocéntrica. En Bolivia y Ecuador se hizo patente que hay un constitucionalismo desde abajo enfrentado al de tipo occidental. Ello se relaciona fuertemente con el concepto de cultura, que para los indígenas cubre todos los ámbitos de la vida y es lo central, por representar su cosmovisión. Para Occidente, en cambio, es algo ligado al entretenimiento e incumbe a los organismos de Cultura (siempre de segundo orden

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en nuestros países, y con escaso presupuesto), y rechaza en su miopía que el desarro-llismo apoyado en la megaminería y el monocultivo ilimitado sea ecocida, etnocida y contrario a los fundamentos de nuestra civilización. Lo grave es que tal lectura del desarrollo humano está fuertemente instalada en todos los países de la región, y no solo de los que firmaron el ALCA o coquetean con él. Nada habremos avanzado his-tóricamente si la integración latinoamericana se basa en esta concepción heredada y nos dedicamos a destruir nuestro territorio de una manera salvaje, que avanza incluso sobre los parques nacionales de mayor biodiversidad del planeta, o sea, con más saña que los países llamados «centrales», que se abstienen de hacer en su propio territorio lo que tanto propician fuera de ellos. En otras palabras, en este punto nada desdeñable que es la salvación del planeta,

estamos repitiendo nuestro pecado original: tomar cierta distancia de las potencias imperiales y criticar su comportamiento en los foros internacionales, pero adoptando lo peor de sus costumbres y filosofía de vida, que nada tienen que ver con el Buen Vivir, nuestro principio civilizatorio fundamental, por la gran racionalidad que lo sus-tenta. Claro que el cambio no puede producirse de un día para otro, pero urge iniciar sin demora un proceso de transición hacia un desarrollo económico sustentable, pues de lo contrario nada podrá aprender el mundo de nosotros, y aquí no habrá futuro

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para nuestros hijos. Muchos años atrás, cuando de esto se hablaba poco, Fidel Castro ya decía que la crítica más objetiva (o no ideológica) al capitalismo es el hecho de no ser sustentable a mediano o largo plazo.

III

Señala Fernando Coronil que la globalización neoliberal esconde la presencia de Occidente y la continuidad de su dominación por medio de una racionalidad consu-mista y anticultural. Traslada así el centro rector del crimen de Europa y Occidente a «lo global», o sea que todos somos criminales.2 Hay por eso que extender la crítica del eurocentrismo al globocentrismo, ya que este no es más que un nuevo avatar del occidentalismo. Con la globalización, continúa sin mayores disfraces el sometimiento a lo no occidental, y el daño que se le causa no se atribuye ya a un país determinado y ni siquiera a una corporación, ya que todo es consecuencia de la misma economía de mercado, y no de un proyecto político deliberado. Occidente se disuelve así en el mercado para matar con guantes blancos, y además anónimos. A estas «vanguardias» del progreso humano, Sousa Santos opone lo que llama «teorías de retaguardia», que son no las de las elites que actúan en nombre de los pueblos sin conocerlos, sino las de quienes acompañen de cerca la labor de transfor-mación de los movimientos sociales, pensando con ellos y no sobre ellos. Esas teorías de retaguardia son tanto intelectuales como emocionales; o sea, se hacen con los dos hemisferios cerebrales, y acercándose al método de la investigación-acción, que con-vierte en teoría la propia praxis. Para él, hay que pensar el Sur global desde adentro y desde abajo, como el mejor camino para alcanzar el socialismo del siglo XXI.3 El Sur global, aclara Sousa Santos, no es un concepto geográfico, por más que la mayoría viva en el hemisferio sur. Es más bien una metáfora del sufrimiento humano causado por el capitalismo y el colonialismo a escala global, así como de la resistencia para superarlo y minimizarlo. Es por eso un Sur anticapitalista, anticolonial y antiim-perialista. Este Sur existe también en el Norte global, en las poblaciones excluidas, silenciadas y marginadas, como los inmigrantes, desempleados, minorías étnicas o reli-giosas, las víctimas del sexismo, de la homofobia y el racismo. Hay asimismo un Norte global en los países del Sur, al que llama «el Sur Imperial».4 Esta barbarie a la que nos dejamos arrastrar por la globalización neoliberal está destruyendo las matrices culturales del área rural, por la expansión vertiginosa de las fronteras agrícolas, unida a un alarmante proceso de concentración de la tierra con miras a los cultivos de exportación, en detrimento de la soberanía alimentaria y de una

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perspectiva civilizatoria propia. A título de ejemplo, la población rural argentina repre-sentaba, en 1970, el 21.5 % del total. En el censo de 2001 había descendido 10.7 %, y los datos del censo de 2010 acusan otro importante descenso, lo que habla no solo de una falta de políticas serias de arraigo, sino más bien de un vaciamiento sistemático, al que se considera espontáneo y voluntario y no producido por el avance sistemático sobre campesinos e indígenas legalmente desprotegidos. Entre 1969 y 2008 desapare-cieron en Argentina 232,419 pequeñas y medianas explotaciones agropecuarias en el país, absorbidas por terratenientes que dicen representar al dios Progreso y beneficiar a los humildes por el efecto de derrame. De 2003 a 2010, la superficie sembrada de soja pasó de 13.7 millones de hectáreas a 18.6 millones, lo que representaba entonces el 61% de la superficie agrícola argentina. Lejos de disminuir, siguió creciendo, y hoy se proyecta expandirla. Esta economía sojera y agroexportadora exalta con entusiasmo sus logros, sin dedicar siquiera un responso a la tierra que degrada y envenena ni a los pobladores que expulsa. Hoy el l.3 % de los propietarios poseen el 43% de la tierra, y el 55 % de los arrendatarios rurales no son, como antes, campesinos que acceder a ella de este modo precario, sino de terratenientes que buscan expandir la producción de granos exportables. En Colombia, las transnacionales poseen más de 43 mil kilómetros

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cuadrados en concesiones, las que se extienden incluso en zonas protegidas. En Perú, los movimientos sociales señalan que casi el 70% de los bosques están en manos de las empresas extranjeras. Y no bien éstas llegan, las comunidades son hostigadas por gru-pos paramilitares. Los indígenas selváticos expulsados por las petroleras y otras expre-sas extractivas se extinguen, pues optan por no tener descendencia en esas condiciones de parias errantes. También los monocultivos que devastan los bosques naturales son etnocidas, al condenar a los antiguos pobladores a una vida nómada y la pérdida de su mundo simbólico. Si pienso que estamos «con la soga al cuello» no es para quedarme con estas frías estadísticas ni caer en la crítica de la economía neoliberal, ya harto lapidada en el mundo entero. Lo que más duele, porque poco se nombra, es la demolición cultu-ral que subyace bajo estos monocultivos bendecidos por Monsanto, pues al arrasar la fauna y la flora y expulsar a los antiguos pobladores, acaban con toda forma de cultura tradicional y hasta con los paisajes que tanto canta el folklore como señas de identidad. Hablar en esos desiertos simbólicos de diversidad cultural es un acto de

© Moisés Zúñiga Santiago

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humor negro. A ello cabe sumar la minería a cielo abierto, tan promovida por las grandes corpora-ciones y aceptada sin consulta previa a los pueblos por los gobiernos de la región, pues saben que estos, sentados sobre sus principios civilizatorios y una racionalidad elemental, prefieren el agua al oro, o sea, la vida al afán de lucro. Por cada gramo de oro, hay que volar cuatro toneladas de rocas, explosión que, además de destruir la montaña, y con ella el paisaje ancestral, libera minerales que al oxidarse contaminan el aire. Y esto sin contar los millones de litros de agua pura que, en esas alturas donde siempre fue escasa, consume dicho proceso, a los que contamina con arsénico y otros potentes venenos, y van a parar a los ríos, lagunas y napas profundas, sin reparar que en esos ámbitos se encuentran los últimos refugios de los pueblos originarios y el campesinado criollo que nos unen a la gran civilización andina y la América profunda. Con estas concesiones al gran capital especulativo, el Estado no recibe ni siquiera el dinero suficiente para reparar el daño ambiental ni atender a los cientos de miles de personas desplazadas en los últimos años, que migran a las ciudades, dejando atrás su vida comunitaria y memoria histórica. En Argentina, se calcula que serían unas 350 mil fami-

lias, y en Brasil, casi 900 mil. Las políticas sociales se financian con el mismo extractivis-mo intensivo que destruye la naturaleza y expulsa poblaciones de una gran tradición cultural, lo que parece un mefistofélico círculo vicioso. ¿No sería mejor arraigarlas en su propio territorio, potenciando una economía comunitaria y social, volcada a asegurar, antes que nada, nuestra plena soberanía alimentaria y no combustible al creciente parque automotor? A los expulsados, claro, se les puede dar una ayuda eco-nómica, pero eso no hace más que convertir en mendigo a quien ha perdido su ser en el mundo. La inclusión social bien entendida debe comenzar por retener a los pueblos en sus territorios, con programas de desarrollo económico que aparejen a su vez el desarrollo cultural de sus matrices simbólicas.

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Sí, otro mundo es posible, pero debe ser posible para todos, y el precio del creci-miento no puede ser acabar con los mejores valores de la especie y con la identidad profunda de la región. La semilla de este mundo nuevo reside en el espíritu de la comunidad, y sobre todo en lo que llamo «tradicionalismo revolucionario», y no en los almacenes de Monsanto ni en las mineras que destruyen tanto el territorio físico y simbólico como la misma vida. Repito por eso que no basta con definirnos como latinoamericanos y luchar por el destino de la región y una sociedad más igualitaria, aunque esto es de por sí valioso y debemos defenderlo. La humanidad espera algo más de nosotros: que lo hagamos desde nuestra propia perspectiva civilizatoria, que condensa y actualiza los valores morales de la especie, tan traicionados por Occidente. De poco sirve entonces pronunciarse por América latina si ello no se sustenta en una opción de este tipo, emergencia que no puede darse sobre un orden que privilegia al capital sobre el trabajo, fabrica pobres y excluidos y tiende alfombras a las transna-cionales que arrasan el planeta y la diversidad cultural. De este modo, estamos retro-cediendo dos siglos, a una sociedad americana que en el tiempo de la Independencia rechazaba a los europeos, tomando el poder en sus manos, pero veneraba su modelo civilizatorio como el único posible, negando todo lo propio. Si deseamos definir un modelo capaz de salvar al mundo, se debe empezar por respetar los derechos de la Naturaleza, convertidos ya en algunos países en un principio constitucional. Más que pronunciar exaltados discursos para expandir el consumo de bienes innecesarios, ten-dríamos que intentar un cambio cultural profundo, cimentado, no en él, sino en los valores de la especie humana, y que tome en cuenta la ya grave situación de la Tierra. Si bien resultaría caótico tratar de imponer a rajatabla un desarrollo sustentable en un corto plazo, no hay ya tiempo para diferirlo para un futuro lejano: la transición hacia el uso racional y cultural del territorio y los “recursos” naturales (la naturaleza no puede ser vista solo en términos de recursos, porque esto es también propio del esquema occidental) debe empezar ya, pues de lo contrario el mundo nada puede esperar de nosotros, unos pueblos que invocan altos principios filosóficos y destruyen su ambiente con una saña que los mismos inventores de ese modelo se cuidan meticu-losamente de ejercer sobre su suelo. En Argentina existirían hoy más de 600 proyectos mineros en marcha (en el 2003 eran sólo 40), en buena proporción a cielo abierto, que producen unos 40 mil empleos (o sea, el 0.24% de la población económicamente acti-va), lo que representa en total el 2.55% de las exportaciones del país. Cabe preguntar-se si tan magros porcentajes justifican la abolición del paisaje, la destrucción territorial, cultural y social de la que venimos hablando. El mero hecho de que esto ocurra sin dar lugar a grandes debates, habla del muy escaso lugar que ocupa la cultura en las

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altas decisiones de Estado, y del predominio de un materialismo positivista al que la izquierda no fue nunca inmune. Evo Morales aclara que el buen vivir consagrado por la Constitución de Bolivia no es vivir mejor. Quien explota a otro, lo somete y lo despoja de sus tierras podrá con ello vivir mejor, o consumir más, pero eso no es vivir bien, como expresión civilizatoria. Tampoco atentar contra la naturaleza y sus derechos es vivir bien. La vía socialista se presenta así como la única posibilidad de preservar las culturas ancestrales y alcanzar una racionalidad ambiental que asegure una tierra más o menos limpia y habitable a nuestros descendientes. Los movimientos indígenas identifican hoy con un socialismo de cuño humanitario los viejos principios de sus comunidades, que inspiraron a Louis Baudin y otros precursores del socialismo. Observan asimismo que con la pérdida de la biodiversidad y el equilibrio ecológico de sus territorios se pierden los valores comuni-tarios y se diluyen sus matrices culturales. Es hora por eso de naturalizar al ser humano y humanizar a la naturaleza, apartándonos así del pensamiento occidental. Quienes propugnan este desarrollismo ecocida tildan a quienes se oponen de enemigos de la industrialización y los avances tecnológicos, pero esto es una falacia. García Linera admite que hay una tensión entre industrializar y vivir bien, pero se debe buscar siempre el punto de equilibrio que permita el vivir bien de los actuales habitantes, y a la vez preserve la naturaleza para las siguientes generaciones.5 Francia y Alemania son países altamente industrializados, pero llegaron a esto sin destruir su naturaleza ni arrasar el paisaje cultural. Lo mismo se puede decir de muchos otros paí-ses desarrollados. Este nuevo imperativo moral nos pide obrar de tal manera que los efectos de nuestra acción no destruyan la posibilidad futura de la vida. Esto, además, constituye un principio de racionalidad ambiental básica, pues la Tierra está ya can-sada de nosotros, y de seguir todo así no tardará en borrar a la especie humana de su superficie para recomponer sus tejidos. Me congratula hallar en Zaffaroni un fuerte apoyo filosófico y jurídico a esta posi-ción, en tanto integrante de la Corte Suprema de Justicia de la Nación. En el libro La Pachamama y el humano, afirma que vivimos oprimidos bajo un paradigma de civiliza-ción que nos exiló de la comunidad de vida, que se relaciona con la naturaleza median-te violencia y nos hace perder la reverencia ante la sacralidad de la vida y el universo.6 Nos recuerda que para Kant, el hombre no sólo tiene el derecho de dominar a la natu-raleza, sino también el deber de hacerlo, como una forma de coronar la obra humana. En respuesta a ello, las constituciones elevan hoy a la condición de derecho humano esencial el contar con un ambiente sano y habitable. El contrato de UNASUR reconoce como uno de sus principios básicos avanzar hacia un desarrollo sustentable.

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Hoy la ecología profunda propone ampliar la idea de sujeto a los no humanos, así como la necesidad de celebrar un contrato con la naturaleza, semejante al contrato social. Porque no todo lo no humano es para el humano, y no es la cultura la que declaró esta guerra suicida a la naturaleza, sino tan solo una cultura, subraya Osvaldo Bayer en el prólo-go a la obra de Zaffaroni7, la que por su brutalidad y poder bélico nos sumió en esta nueva barbarie, que avanza resuel-tamente, como un despreocupado heraldo del Apocalipsis.

NOTAS1 Boaventura de Sousa Santos, ob. cit., p. 76.2 Cf. Fernando Coronil, «Naturaleza del poscolonialismo: del eurocentrismo al globocentrismo», en La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas, ob. cit., p. 90.3 Boaventura de Sousa Santos, ob. cit., pp. 14-17.4 Ibídem, p. 49.5 Abya Yala. Una visión indígena, p. 221 ¿/6 Cf. Eugenio Raúl Zaffaroni, La Pachamama y el humano, Buenos Aires, Ediciones Colihue, 2012: p. 87-88.7 Ibidem; p. 17

Fuente: colaboración especial del autor, desde Argentina.r

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Libros

Orígenes de la antropología científica

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Colegio de Jalisco

Del mito a la ciencia en el pensamiento de los griegos

EL PRESENTE LIBRO pretende proporcionar a los estudiantes de antropología una breve guía intelectual que les ayude a apreciar lo que sucedió en la evolución cultural del pueblo griego, y que permita explicar el esfuerzo notable que realizaron algunos de sus pensadores para liberarse, en cierta medida, de los atavismos míticos y religiosos, logrando con ello establecer bases sólidas sobre las cuales se generaron las formas del pensamiento racional y científico, hace más de dos mil años.

El ensayo está fundamentado en diversos estudios de especialistas y conocedores de la sociedad griega, de su historia y su relación con el surgimiento de los análisis de orden científico sobre el ser humano y su relación con el mundo natural en el que se halla inserto. Se destaca en él la aportación que hicieron dichos autores a la historia de la ciencia, ademas de las implicaciones que ésta tuvo para el surgimiento del pensamiento y el enfoque específicamente antropológico.

ISBN:978-607-7770-64-0

EL COLEGIO DE JALISCO, 2012

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INSTITUTO NACIONAL DE ANTROPOLOGÍA E HISTORIA

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MÉXICO, D.F., 1º DE MAYO DE 2013.

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