Hesse, Herman - Peter Camenzind

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    Hermann Hesse

    Peter Camenzind

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    Sinopsis

    Publicada en 1904, Peter Camenzind fue la primera novela de HermannHesse (1877-1962) y conoci de inmediato un gran xito. En ella encontramos

    ya en germen las principales seas de identidad del autor y de su obra posterior:el descontento o turbacin interiores, el ansia de trascendencia y de plenitud(que toma aqu como va a San Francisco de Ass y que ms tarde habra deplasmarse en obras como Siddhartha), la comunin con la naturalezaenfrentada a la artificialidad de las relaciones sociales, la persecucin por vecesdesesperada de una respuesta al sentido de la vida... Genuino representante delmalestar que acompa al alumbramiento del siglo XX, lo que hace de Hesse unescritor plenamente actual es su conciencia de ese malestar y su constante afnde bsqueda de la faceta espiritual del hombre en un mundo cada vez msalejado de ella.

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    INTRODUCCIN

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    I

    Naci Hesse en el pueblecito de Kalw, en el ducado de Wrttemberg,

    regin agrcola de cierta altitud, en el verano de 1877. Ignoro qu estudioscursara ni siquiera si los curs despus de prepararse en el Gymnasium desu pueblo, pero debi ocurrirle algn percance en su carrera porque tantoenPeter Camenzind(de una forma velada), como en Unterm Rad(de unamanera agria, satrica y explcita) y enDemian, late una azarosa preocupacinpor la escasa solidez de los planes de enseanza. Tuvo muy diversas profesiones,que simultane con sus primeros balbuceos literarios, a los veintin aos, enunas poesas aparecidas enRomantischen Lieder. Acuciado por la llamada delSur como ms tarde lo sera por la llamada de Oriente se dirigi a Suiza eItalia. Un comentarista le llama romntico vagabundo. Bajo la influencia delpoeta y novelista suizo-alemn Gotffried Keller, escribi en 1901 una

    narracin,Hermann Lauscher, de discreta importancia. Pronto public nuevaspoesas, recopiladas en un volumenGedichte y de sbito, se revel coninslita fuerza conPeter Camenzind, que alcanzaba cincuenta ediciones en1909 yLinterm Rad. En esta poca le anima una gran actividad literaria, enrevistas y peridicos alemanes y suizos (biografas de Boccaccio y San Franciscode Ass, enDie Dichtung), que le permite acomodarse en Gaienhof, al pie delhermoso lago de Constanza y del ancho Rin, tomando la ciudadana suiza.

    Algunas de sus ms bellas y profundas pginas en prosa, las cinco narracionesamatorias reunidas enDiesseits, son de esta fecha, 1907. Pronto su inquietud learranca del Rin y le lleva de nuevo al Sur, atravesando el San Gotardo, hastaLugano, en el Tesino, el ms pintoresco, montaoso y meridional de los

    cantones suizos, a donde volver definitivamente despus de un viaje a la India.Este afn errante, que recuerda a Rilke o a von Kleist, lo reflejan incluso losttulos de sus narraciones, en su mayora breves: Wanderung (Peregrinaje,1920);Die Morgenlandfahrt(Viaje a Oriente, 1932); Tramfhrte (El caminodel ensueo, conjunto de cuentos recopilados en Suiza en 1945). Unos treintattulos ms, novelas, libros de viajes, crticas, ensayos y poesas, forman el restode su obra.

    Creo que pueden sealarse en ella tres momentos cruciales, que coincidenel primero con su perodo ms puro, espontneo y fecundo, el de PeterCamenzindy su devocin mstica por San Francisco de Ass, a principios desiglo; el segundo a continuacin de la guerra europea, fruto de una profunda

    renovacin espiritual en el alma de Hesse, que se inicia con Blick insChaos (Mirada al Caos, 1920), prosigue conDemian y se cierra con la msextensa de sus novelas,Der Steppenwolf(El lobo estepario. 1927), poca sta enla cual el autor conoce una extensa e intensa fama, despertando un apasionadointers en cierto sector de la juventud alemana, la curiosidad de los crticos yuna considerable bibliografa. (En 1922 se recopilan sus poesas AusgewhlteGedichte, y en 1925 se empiezan a editar sus obras completas, GesammelteWerke). El tercer momento hay que situarlo en 1946, con la concesin delPremio Nobel a los setenta aos.

    Aunque afincado en Suiza, casi todos sus libros han visto por primera vezla luz en Berln, y el contenido de su obra y su pensamiento son, aunque dentro

    de una actitud independiente y original, tpicamente alemanes. La mismaotorgacin del Premio Nobel en un ao en el que se realiza un colosal balance

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    negativo de la filosofa alemana moderna, adquiere en Hesse, en tanto quealemn, pleno significado.

    Las tres fases indicadas no son ms que en apariencia contradictorias. AlleerPeter Camenzind, obra de juventud, se advierte una desconcertantepluralidad de ideas y sentimientos que, como un manojo de flechas abiertas en

    arco, pueden alcanzar madurez y dispararse hacia el blanco. En presencia de suobra posterior vemos que slo algunos lo hicieron, y que estos blancos fueronprecisamente los ms insospechados, pero es incuestionable que en la pocade Camenzind hacia sus veintisiete aos el carcaj estaba ya lleno.

    Hendiendo un fondo literario de fabuloso romanticismo, corren a travs dela primera poca de Hesse tres corrientes bien definidas: mstica en el terrenoreligioso, idealista-pantestica en el filosfico, y de furiosa exaltacin de lalibertad individual, hasta extremos antisociales, en el politicosocial. Estas tresconstantes, tejidas sobre un idntico caamazo romntico, las hallaremos en laobra de Hesse. nicamente la direccin mstica, que pareca sealar con SanFrancisco de Ass hacia el Catolicismo, se encamina, fundindose con elementos

    contemplativos, a una especie de quietismo bdico (Siddharta, 1922), del queantes de Hesse ya haba otros representantes en Alemania. A pesar de que estascorrientes no son puras (hay indubitables influencias en Hesse del pesimismode Schopenhauer) el paisaje ideolgico que Hesse nos muestra es, pues,radicalmente germnico. En lo que discrepa es en la enrgica defensa de lapersonalidad, mejor aun, en su exacerbacin casi morbosa, que va mucho msall de la exaltacin del yo fichteana o romntica. A mi entender en talsupervaloracin del hombre frente al Estado y la Sociedad debe buscarse,adems de en su mrito literario, la causa de que se le distinguiera a l, unalemn, con el Premio Nobel en un momento en que Alemania se hallaba en la

    bancarrota, arrastrada por un sistema que era precisamente la deificacin del

    Estado.

    LA HERENCIA ROMNTICA

    Si no palpitara a lo largo de la literatura alemana un hlito permanente deromanticismo, cabra considerar a Hermann Hesse un rezagado del siglo XIX.Pero su forma de manifestarse, lo que Adolfo Salazar llamaba en msica el biesde la expresin, ata a Hesse a nuestra poca. No obstante, aislado de todaescuela o grupo en particular, es difcil situarle en el panorama de la literatura

    moderna. Es un solitario, y en esto se halla en profundo acuerdo consigo mismo.Cuando a principios de siglo aparece Peter Camenzind, corren muy

    dispares vientos por el mosaico de estados que forman Alemania. No hace casian dos aos que ha muerto Zola dejando, con su voluminosa Historia Natural

    y Social de una familia bajo el Segundo Imperio, una extensa cohorte deseguidores por toda Europa. Los alemanes han recibido al naturalismo comootrora hicieran con las doctrinas de la Revolucin francesa o los soldados deNapolen, abrindoles primero los brazos para despus arrojarlos por la borda.Miguel Jorge Conrad es el nico novelista que colabora con el enemigo. EnBerln andan a vueltas con las audacias de lbsen y Strindberg y los sperosdramas de Hauptmann y Sudermann. Aunque el arte alemn navega alejndose

    de las sucias aguas del naturalismo, va cargado de tan amplia inquietud socialque se deleita ms que en la creacin de tipos humanos, en la de casos o

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    ambientes. Sus personajes son seres que viven una vida extraa, sujetos a lacadena de los smbolos; en Sudermann o en el muniqus Pablo Heyse merosrepresentantes de conceptos distintos del honor o de una moral vieja y otranueva; en Hauptmann, ni siquiera son hombres en tanto que hombres, sinooprimidos sociales, tejedores o mineros vistos en funcin de su trabajo, como

    otros ocurre en la obra de Max Kretzer. EnLos tejedores, Hilse, los Baumert, elpotentado Dreissinger, constituyen simples pretextos para personificar lahonrada inocencia, el hambre y el capitalismo egosta. No son hombres a secas,con su alma, sus problemas, su Dios, sino elproletario, elpatrono, elprobo

    viejecito vctima de la brutalidad de los tiempos... Edificada sobre talessupuestos, la novelstica olvida su ntima esencia humana para convertirse, o enmedio de excitacin del sentimiento ajeno, o en mensaje social.

    Pues bien, en ese ambiente, cuando Hauptmann y Sudermann se dedican asubvertir la moral hasta entonces cotidiana o a componer cuadrosestremecedores, cuando Gabriela Reutter inaugura el feminismo y Berta deSuttner ha lanzado a Europa sus manifiestos pacifistas, cuando los poetas

    jvenes inflamados por Nietzsche o por la loa a los hroes de Stein se enardecencantando las hazaas alemanas en frica y le vuelven la espalda al viejo Heyse,que suea aun con un viaje a Italia, cuando inicia su oracin solitaria RainerMara Rilke, cuando la pomposa exuberancia wagneriana encuentra mil ecos enla fantstica caja de resonancia del alma germnica y todava no gusta la austeramsica de Brahms, entonces se asoma al mundoPeter Camenzind, cuyoprotagonista es un ser de pureza casi evanglica, un mstico que espera or la vozde Dios en las armonas de los bosques, los lagos y las montaas de su pasnatal, un peregrino del amor que no tiene otro drama" que amar y no seramado, un vagabundo que ignora la existencia de Wagner y Nietzsche, unescritorcillo que en poesa no se ha enterado an de la oleada de poemas picos

    que despert la guerra del 70, pues su ltima divinidad potica s Heme, o mslejos aun, Goethe.

    No es, por tanto, singular, la perplejidad de los eruditos gremiales de laLiteratura, cuando buscan el compartimiento bajo el cual etiquetar a Hesse.

    Aunque superficialmente pudiera decirse delPeter Camenzindque sigue latnica de la reaccin neo-romntica o espiritualista contra el naturalismo, ni enla forma ni en el fondo puede tenderse un puente entre Hesse y los simbolistas.

    Veinte aos despus, en la poca de Demian yEl lobo estepario, Hesse utilizarun simbolismo propio y sui generis, pero ni ste ni su idealismo de PeterCamenzindguardan relacin con la manera vaga y difusa de aqullos. Por elcontrario, Hesse ha descrito las crisis psicolgicas de sus personajes en su

    obra todo son crisis, y en especial de la adolescencia con la lcida, aristada yntida precisin de contornos que poseen sus amadas montaas alpinas.

    Tal carcter de solitario ha influido en la escasa atencin que Hesse recibede los historiadores de la Literatura. Max Koch, en su resumen de Literaturaalemana, se limita a ignorarlo. En su anterior Deutsche Literaturgeschichte encolaboracin con Fernando Vogt, le dedica una lnea en el tomo segundo, alocuparse de los novelistas suizos, y aun as trayndolo por los pelos con otroautor, Walter Siegfred, por haber tratado ambos un tema artstico, Siegfred enuna novela titulada Tino Moralt, y Hesse en el Camenzind. Max Koch juzga,pues, la obra de Hesse en funcin de una pura ancdota exterior, y de igualmodo podra emparentarle, basndose con causa ms justificada en su viv

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    sentimiento de la naturaleza, con Ernest Zahn, cantor del paisaje y de loscampesinos alto-alemanes, o con cualquier otro novelista ya olvidado1 .

    Para comprender a Hesse hay que acercarse a l desde un punto de partidadistinto. Su romanticismo, que un crtico llama agotador, no procedepuramente de una influencia literaria. Vive en Hesse una alma romntica de

    nacimiento, impregnada, como la de Uhland, de una dulce melancola y de unaamorosa comunin con la Naturaleza. Sobre esta alma va aposentado unespritu crticamente lcido, a veces sarcstico, que recuerda la irona de Heine.

    Y aun me atrevera y o a citar en su genealoga espiritual a Amiel, por su uncinreligiosa y porque posee como Amiel dice en su diario la subjetividad delsentimiento. Slo una alma que ha amado, anhelado y sufrido mucho puede ala postre desear el amor sin deseo, el anonadamiento contemplativodeSiddharta, y slo un espritu penetrante y poderoso puede llegar al

    voluntarioso frenes psicolgico deDemian. En Hesse es la experiencia de lossentidos la que ofrece de modo continuo un torrente de ideas para ser probadasen el fuego del pensamiento, y que tal experiencia es honda y autntica, y no

    engaosa como la del romanticismo literario y superficial, nos lo indica tanto laraz eterna de sus problemas como la altura y perennidad del blanco perseguido.Pues, en definitiva, Hesse es, como todos los filsofos alemanes, un buscador deDios, un peregrino de Dios por caminos equivocados. Y ora le querr encontrardentro de s, en el tras fondo ms intimo de su propia personalidad, en elhondn de su alma, como lo objetivar en algo exterior a l, en el amor, en lascreaciones del espritu o en la Naturaleza, cosas todas que un da fueron capacesde regir su completa existencia.

    Hay, desde luego, una incuestionable grandeza en su orgulloso caer yvolver a levantarse, en un continuo hacer y rehacer el mundo en torno a unsmbolo. Porque el hombre o es eso, un peregrino de Dios, un amador o un

    odiador de Dios, o no es nada. Y Hesse llama desde nio al gran Dios, pero ni leconoce, ni sabe si es un Dios personal o un mito, ni dnde vive ni cmo es, y sualma se llena de tristeza, de una melancola profunda, procelosa y confiesa unda demonaca. Y ser siempre como Peter Camenzind: un eterno caminante,

    forastero en todas partes, suspendido entre el tiempo y la eternidad.Rigurosamente es imposible sealar dnde comienza en Hesse la filosofa

    y dnde la poesa, hasta qu lmite su misticismo es sentido como nostalgia deDios, o querido por la razn. Sin sonrojo pueden aplicrsele aquellas palabrascon que Menndez y Pelayo calificaba las manifestaciones ms diversas delpensamiento idealista, cuando el eterno artstico se des borda sin diques ni

    barreras y convierte la filosofa en una especie de potica y deslumbradora

    1 Tan grave error de bulto no es inslito en Max Koch, que con un criterio confuso ylamentable mide a los intelectuales por sus himnos blicos y su hoja militar de serv icios en elfrente, y para quien precisamente los peores poetas y nov elistas de Alemania son los que hanobte nido el Premio Nobel. E Ado lf Bartels,Historia de la Literatura Alemana, Haessel-Verlag,Leipzig 1928, tomo tercero, pg. 566, se halla una interpretac in ms ecunime de la figura deHesse, aunque no con gran simpata. Bartels 1 6 enc asilla en el mismo captulo e n que trata delos mo derno s simbolistas y decadentes, y despus de se alarle como portador de "algo de sangre

    juda", le cuelga a c ausa de Demian el sambenito de influido por Spengler y laDecade ncia deOccidente,Bartels desposee, por tanto, a Hesse de toda or iginalidad, puesto que en su primerapoca la del Camenzind le considera un simple imitador del arte de Godofredo Keller. A lgohay, en efecto, en Hesse, de la melancola del autor de Der grne Heinrich, pero a mi ver esta

    influencia es ms de raz humana que I ftcrafia. Y muy singulares semejanzas entre artistasenco ntraramos si tomsemos por afinidades de obra lo que responde a su comn co ndicin dehombres: la tristeza, el impulso amatorio, la, creenc ia en Dios, etc.

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    teosofa, llena de mitos, alegoras y smbolos que en su origen tienen tanto depotico como de metafsico, si es que la Metafsica y la Poesa no se 'identificantotalmente en su aspiracin ideal y en sus determinaciones ms altas. Por estoHesse comienza elPeter Camenzind, Im Anfang war der Mythus, como unapgina de Schelling.

    EL PROBLEMA DE DIOS

    En Hesse este problema es confuso y a menudo contradictorio. Hesse da laimpresin de ser un hombre que construye con el corazn, para despus derruirlo construido con las fras armas de un criticismo sarcstico. Si por susentimiento es un mstico, por su espritu tiene ribetes de iconoclasta. Cmocon, ciliar esto?

    No se halla en Hesse la menor referencia concreta a un Dios tal como

    nosotros lo entendemos, un Dios personal que garantiza la inmortalidad de*nuestra alma, de la nuestra propia, distinta de la de todos los dems. Hesse creeen la inmortalidad, porque tal certeza la cantan los torrentes, los ros y losmares, las nubes y las tempestades, que siempre hablan de Dios. Pero quDios es ste? En una ocasin dice que senta el anhelo infinito de echarse en elpecho de Dios, viviendo la libre existencia de las montaas o perdindose en elmar. En otro prrafo aade: tuve la seguridad de que el zumbido del vientocon mil tonos entre las hojas de los rboles, el ruido de las aguas al precipitarsepor las torrenteras y el aullido de la tempestad en las onduladas llanuras, eran la

    voz de Dios. Si a estas palabras se aaden otras no menos significativas: mishermanas las nubes, o, cuando habla de los vecinos de su aldea: nuestros

    hombres y mujeres se parecan a los rboles, y desde nio aprend yo a"considerar a los hombres como si fuesen rboles, sin reverenciarlos ni amarlosms que a los pinos silenciosos, obtendremos una impresin decididamentepantesta de su pensamiento. Y cmo conciliar tan exaltado anhelo de' no ser lmismo, de dejar de ser hombre para fundirse con los espritus de los lagos y lasmontaas, de comulgar con otros entes sin personalidad, con sus otrasafirmaciones de radical defensa de la personalidad humana? Cmo ha salvadoHesse el abismo que separa su impulso de negacin de ser hombre para serparte del espritu universal de Dios, con su tremendo y categrico aserto de quecada hombre es nico, es un ensayo precioso de la Naturaleza, un puntosingular en el que se cruzan los fenmenos del mundo, slo una vez de aquel

    modo y nunca ms? O es que Hesse pretende, a la inversa de la mayora de loshombres, que vivamos en la vida terrena una existencia libre, magnfica yanrquica, ferozmente individualista, sin limitaciones con los dems hombres nicon la sociedad, para luego ser inmortales de una forma impersonal, comn yanodina?

    Su problemtica contradiccin no se detiene aqu. EnPeter CamenzindyenDiesxits el misticismo de Hesse se vuelca en un cristiansimo mensaje defraternidad entre todos los hombres, mucho ms, en una fraternidadfranciscana con cualquier ser que pueble el mundo circundante. EnDemian porel contrario, Hesse se dedica a predicar la adoracin de la propia personalidad,hace del individuo un dios y reniega del mundo que le rodea, hasta el extremo

    de slo interesarle el hombre a secas, el hombre dentro de s mismo, sin relacinsocial ni histrica. A qu obedece tan notorio renversement des ides?

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    Ms que una volta face espiritual provocada por la guerra, yo consideraraesta segunda actitud de Hesse como la consecuencia lgica de ciertos supuestosque se encontraban ya latentes en la poca del Camenzind, Como seal antes,de las infinitas posibilidades que apuntaban en la juventud de Hesse,maduraron las ms insospechadas, y al hacerlo dejaron a las otras nonatas. Por

    de pronto, esos hroes tristes y nostlgicos de sus relatos de 1904 a 1910, que seredimen de sus errores sintindose posedos de amorosos anhelos hacia sussemejantes, ofrecen la paradjica actitud de ser unos solitarios que aprovechanla menor ocasin para excluirse de la sociedad. Claman la comunin de todoslos hombres, pero ellos viven o intentan vivir aparte. Son seres incapaces dedesdoblarse en una vida exterior, que es pura ancdota, y en su vida interior, laque ellos tienen por autntica. Quieren ser absolutos y no limitarse; la nicalimitacin que aceptan con gozo es la de su-inmensurable y demonaca tristeza.Una tristeza de tal ndole que por el solo hecho de experimentarla les invalidapara la vida en comn, les asla. Retirarse fuera del mundo, y no regresarnunca ms a l, es lo que pretende Peter Camenzind cuando se percata de que

    es un egosta. La cultura moderna le parece varia y de risible ridiculez.Prefiere andar hecho un arrapiezo por el vasto mundo: hay pocos lugares entreBasilea y Brieg, entre Florencia y Perugia, que no haya hollado dos o tres vecescon mis botas, caminando tras muchos sueos, de los cuales ninguno se hahecho realidad. El protagonista de Unterm Rad, que no carece tampoco detalento, huye del seminario, vaga por los campos, cae torpemente en el amorfsico en brazos de una vendimiadora, se ahoga en una acequia y muere. PeterCamenzind llega a sumirse en un profundo menosprecio por todo lo humano.En la novela se advierte que su gesto posterior, compartiendo su cuarto con unparaltico, viene forzado por la precisin de dar una moraleja. Qu fraternidadofrecen pues estos seres, cuyo camino les lleva a una estril recreacin en s

    mismos, a la contemplacin de su ms ntima encarnadura? Y no respondertambin su anhelo hacia Dios a una cobarda?

    Al final del captulo IV, cuando Camenzind ha perdido a Richard y se halladesengaado de la juventud y del amor, exclama: Por qu no creer en Dios yentregarme a su mano generosa? Pero yo siempre fui orgulloso y obstinado, ycontinu esperando el milagro de una existencia propia...

    Qu gnero de existencia es ste? Est claro: una que sea personal ypropia, y que no necesite el sustento cotidiano de la creencia en Dios. Sobretales bases olvido del mundo circundante, hostilidad hacia las formas socialesorganizadas, y progresiva adoracin del propio yo est edificada precisamenteJa doctrina deDemian.

    Ya enRosshdde, escrita un ao antes de la Guerra Europea, Hesseplanteaba el turbador problema del individuo en cuanto ente nico y solitario.EnRosshdde un hombre y una mujer, que deben vivir juntos a causa de su hijo,son dos extraos d uno al otro que se sienten separados por el infinito. No hayninguna comunidad entre ellos: son dos mundos, dos universos distanciadospor otro universo. Esta terrible concepcin de la radical soledad del hombre enun mundo hostil si bien le eleva de jerarqua (cada individuo es un ensayonico, existe en funcin de una frmula dada en l y en nadie ni nunca ms) yle hace un pequeo dios, le condena a la vez a una trgica desesperacin. Afirmala suprema inviolabilidad personal pero transforma al hombre en un cerebroque trabaja en el vaco, en un alma sin esperanza de comunicarse ni perdurar.

    Cuando la guerra impone su dura experiencia, su aplastamiento delindividuo, al que reduce a la categora de masa o nmero, se opera en Hesse el

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    paso definitivo hacia lo que l considera la salvacin del hombre. Ese hombresolitario siente una imperiosa necesidad de salvarse, de evadirse del caos, nopara retornar a un estado de cosas anterior, a la sociedad de anteguerra, dondel ya no se encontraba y de la cual l no se senta partcipe, sino para crear unmundo nuevo y distinto. En el fondo se dira que Hesse, aunque horrorizado por

    la tragedia, se alegra de que aquella sociedad ficticia se haya derruido; no slo sealegra, sino que adems acepta como un hecho cierto la decadencia del mundooccidental. Lo que a l le importa salvar no es la cultura de occidente, pues yanos ha dicho que era vana, risible y ridcula (y en el Camenzindhay un prrafomuy significativo, en el que los dos amigos alemanes se mofan de la Catedral deMiln) sino al Hombre, a ese ser precioso y nico, e inyectarle la conciencia desu divinidad. Hesse coloca, pues, una barrera entre el hombre y el mundo; stepuede hundirse y debe hundirse para conseguir la pureza de aqul. Teoratanto ms singular cuanto que el Hombre as en abstracto, desligado de unasituacin ambiente, del tiempo, de un mundo que le rodea no existe.

    El hombre-dios antihistrico y antisocial de Hesse, no pasa, en definitiva,

    de ser ms que una quimera. El buscador de Dios se ha fabricado una anarquade mil millones de dioses.

    DEMIAN

    Hacia 1920, fecha de suZarathustras Wiederker (El regreso deZarathustras) Hesse extraviado arriba a las playas de Nietzsche y, como l, cogela piqueta y empieza a convocar a los hombres para demoler la configuracinactual de la sociedad. Los escritos crticos y filosficos que constituyen El

    regreso de Zarathustra encontrarn nueva expresin dos aos despus, enforma simblico-novelesca, en la historia de la juventud de EmilSinclair: Demian.

    Numerosos comentaristas coinciden en que Hesse da muestrasenDemianpese a haberla escrito en edad ya madura de una renovadafuerza juvenil. Ciertamente, al correr de sus breves pginas, el perfil msacusado que la obra nos presenta es l de pretender darnos una frmulaabsoluta, con el inflamado e irreductible absolutismo de la juventud.

    Demian tiene la penetrante y rotunda contundencia de un aforismo filosfico; escomo una frase aislada en el vaco, que sostiene que es vlida y verdadera perse. Cualidad sta a la par muy alemana, y por extremista tan peligrosa que

    cuanto ms acentuada sea, ms posibilidades ofrece a un crtico de impugnarla.Su tema fundamental es el tema eterno en Hesse: la lucha de un espritu joven,presa de tan altos como vagos anhelos, contra la sociedad que le rodea. Peromientras enPeter Camenzindy en Unterm Red, Hesse se detiene y no va msall de la morosa descripcin de tal incompatibilidad, enDemian apunta susparticulares soluciones, y a estos jvenes angustiados les predica que se

    busquen a s mismos, que hallen su verdadero yo, porque en lo ms profundode su alma se encuentra su resorte mgico, el secreto de su existencia.

    Actitud lgica en una mente que en su bsqueda de salvacin se vuelvehacia el mundo circundante, y lo halla en caos, hacia la sociedad, y la veinhumana e imperfecta, hacia la cultura, y la siente ridcula... Y hacia Dios?

    Pero si Nietzsche ya ha afirmado hace tiempo que Dios ha muerto! Dndebuscar, pues? Y Hesse responde que el camino y no el fin es lo que da sentido a

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    la vida, que hay que hurgar en el hombre, cada vez ms profundo, cada vez msdentro. As, por paradjica irona, Hesse construye una doctrina ni con muchonueva que obedece a una singularsima circunstancia geogrfica e histrica.Quiero decir que suDemian, lejos de ser un arquetipo vlido para cualquiertiempo, posee una filiacin clara y limitada: el hombre de la Alemania derrotada

    de 1920.La juventud vivi enDemian su propia angustia escribe un ensayistafrancs. Alrededor deDemian surgieron espontneamente grupos casireligiosos de admiradores dice otro crtico. No en vano Hesse prometa a losiniciados el dominio de las voluntades ajenas. Tal promesa fue suficiente paraque en Alemania donde cualquier error espiritual fructifica con tal de que esteal servicio del instinto de dominacin se congregaron en torno a Sinclair-Demian grupos de jvenes fervorosos, dedicados a buscar frenticamente, consu yo, las llaves maravillosas de la vida. Al sagaz crtico espaol le parece todoesto muy complicado, y en efecto, nosotros que tenemos conciencia de quenuestra personalidad es limitada y que lo nico infinito que hay en nuestra alma

    es el reflejo de Dios de un Dios personal, no de un vago espritu csmicosabemos que buscar dentro de nosotros el reflejo de Dios, es lo mismo quebuscar a Dios. Por esto escriba yo antes que la contradictoria filosofa de Hesse,aunque enDemian no lo diga, me parece que sigue siendo una despistadanavegacin hacia la incgnita faz de Dios.

    EL CAMINO DE LOS SMBOLOS

    Despus deDemian, que es un poco una especie de confession d'un

    enfant du sicle, Hesse acenta su menosprecio por todo lo que no sea lantima esencia del individuo, y prescinde de su circunstancia. Pero al pocosiente la necesidad de situar a su nuevo yo en un mundo, e inventa ununiverso tan nuevo como extrao, un mundo de smbolos. As enEl loboestepario hace penetrar a su protagonista, despus de unas curiosas aventurasmstico-erticas, en un pas fantstico poblado de seres mticos y simblicos. Talclima literario es tan infrecuente, y tan inaceptable para nuestro pensamientomoderno lleno de criticismo, que hemos de preguntarnos, a qu se debe esto?

    Desde un punto de mira psicolgico, este simbolismo fantstico puede serel ltimo estadio de un cuadro clnico que comienza con aquella morbosa yexagerada tristeza, autismo, indiferencia por todo lo humano, etc. Pero no creo

    que nos condujera a resultados fructferos considerarlo bajo tal aspecto, a mi verasaz parcial. Ms me interesa resaltar aqu lo que hay de bifronte en todosimbolismo, es decir, en la dileccin que un hombre o un grupo de hombresmuestran por expresarse, o por sentir, valindose de smbolos.

    Generalmente el escritor que de un modo voluntario y consciente gusta deusar smbolos y que por ende necesita de una clave bajo la que serinterpretado tiene algo de conceptista; aparece en un ambiente desedimentacin cultural, no en un perodo de formacin cuando las ideas seempujan unas a otras para nacer y son aun confusas, sino en un perodo en elque los conceptos se concretan en torno a ciertas figuras o ciertos nombres, cuyoslo enunciado despierta y arrastra tras s un cortejo de circunstancias que son

    las que van implcitas en el smbolo. Hay, pues, un matiz culterano en su uso,porque el escritor presupone en su pblico la posesin de las mismas

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    asociaciones de ideas por las que l se gua. Es un simbolismo de pocas deplenitud cultural como que en cuanto se vicia se le llama decadente precisopara podar la exuberancia de conceptos, acortar la frase, y quintaesenciar suconcepto. Es lo contrario de la metfora, que mediante una imagencomplementa el significado de otra anterior. Cuando Esquilo compara a una

    ciudad griega con una nave batida por el oleaje de los soldados que la hostigan,est haciendo una metfora para lectores de imaginacin sencilla; cuandoGracin enEl Criticn se vale de mil obscuras alegoras, se est dirigiendo aunos hombres que tienen detrs la riqusima experiencia cultural delRenacimiento y diecisis siglos de latn y griego.

    Pero existe otro gnero distinto de simbolismo, que hunde sus races no enel intelecto sino en la imaginacin, y no tanto en una tradicin cultural como enel inconsciente humano, donde yacen conceptos ticos y estticos simples yprimitivos. El escritor que de l participa no lo hace despus de un detenido y

    voluntario estudio del valor y alcance del smbolo que va a utilizar, sino de unaforma que en cierto modo podra llamarse automtica, traduciendo las

    impresiones directas de su conciencia. Simbolismo eminentemente elemental de carcter representativo, y que juega con ideas de la vida cotidiana ciertosinvestigadores romnticos como J. J. Bachofen, y otros modernos de la escuelaantimecanicista de Luis Klages, Alfredo Schuler y Carlos Wolfskehl, han credoencontrar en l la cualidad psquica predominante de ciertos pueblos primitivos,poseedores de una conciencia pthica, que piensa con smbolos o imgenes. Elhecho de que en Hesse existan reminiscencias de este simbolismo, carece por ssolo de mayor importancia, ya que significara una mera averiguacinpsicolgica, y por otra parte cada da los psiclogos descubren en nuestra almaremotos restos atvicos o ancestrales. El detalle cobra, sin embargo, un valordistinto, cuando al espigar entre las pginas de Hesse vamos percatndonos no

    slo de su perenne impulso juvenil, sino advirtiendo una a modo de concepcinprimitiva de los hombres y del mundo. Concepcin no inslita en un escritorque es esencialmente dionisaco.

    Cuando enDemian yEl lobo estepario Hesse recurre a efectismos de granguignol (deformaciones de rostros humanos, etc.), el lector piensa de unamanera instintiva en un lenguaje de representaciones mticas de pueblos hoy yadesaparecidos. Los personajes centrales de Peter Camenzind, de Vnternt RadydeDemian profesan tanta veneracin por la figura de la madre, como odio haciasus padres; y precisamente una sociedad es tanto ms paternalista cuanto mscivilizada. El anhelo de fundirse con la inmensidad de la Naturaleza que yaantes quedaba sealado tiene un inconfundible perfil de llamada pnica. Y yo

    creo que no es casual, sino muy significativa, la aversin dePeterCamenzindpor el mundo occidental: hacia finales de siglo, en un ambiente detiempos satisfechos, cuando Pars es considerada la capital de una Europadonde por doquier brillan luces, esta ciudad despierta en el personaje de Hesse

    vehementes ideas de suicidio... Su afn nmada, su singular dileccin por loscampesinos entre los que encontr verdaderos hombres son otros detallesque incitan a formarse de Hesse una idea de escritor colocado, no en un grupodecadente, como le sita Bartels, sino al principio de un mundo que est anpor nacer, y que l trata de intuir con vigorosos golpes.

    El uso de tales smbolos y alegoras aunque humanas no por ello menosextraas de que Hesse se vale para demostrarnos que nuestra sociedad es un

    organismo caduco, no sera, pues, ms que una forma de dar mandobles paraconmover nuestra sensibilidad. Cual Don Quijote alanceando los bquicos botos

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    de vino del ventero, como si de ellos fueran a surgir gigantes, as Hesse aporreael vientre de la humanidad para que nazca ese ser zaratstrico que, segn l, esel hombre.

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    II

    He esbozado en las pginas precedentes una interpretacin personal y

    por ello impugnable de casi toda la obra de Hesse. Ahora quiero insistirobjetivamente sobre ciertos aspectos de la novela a la cual este trabajo sirve deprlogo.

    En rigorPeter Camenzindno es una novela, en el gran sentido siglo XIXde esta palabra; yo la llamara ms bien niato. Y no me fundara para ello en laausencia de intriga, y aun de otros personajes que no sean el protagonista, sinoen la forma en que est conducida la narracin, o mejor, en la manera en que se

    ve que est hecha. PorquePeter Camenzindes un relato tan desnudo, tanaustero y tan ntimo, que se le ve la encarnadura. Nosotros los espaolestenemos un lxico muy poco concreto para estas cosas; nuestras palabras suelenser amplias, y podemos aplicar cuatro o cinco a un solo objeto, con lo que en el

    fondo hacemos lo contrario de definirlo. As hemos dado en llamar novela aescritos que a mi entender no lo son. El asunto se complica porque la novela enorme camisa de once varas carece de una forma preestablecida. Yprecisamente porque carece de ella, habra que limitarla y que ordenarla. Yo no

    veo por qu una novela no ha de poseer medidas, como una octava real enpoesa o una sonata en msica. O es que quiz la definicin de la novela es seruna cosa indefinida?

    Pues bien, llamo aPeter Camenzindrelato para diferenciarlo decualquier novela que lo sea de verdad, por ejemplo el Quijote porque en l haymuy poco, o nada, de invencin, de imaginacin. Y esta palpable ausencia dehlito inventivo es lo que le confiere su forma peculiar, ms que lo que en l se

    cuenta o se dice, que desde el punto de mira novelesco es muy poco, y muchodesde el punto de mira humano. Quiero significar con esto que el distingo entrenovela y confesin o relato no tiene nada que ver con el tema. Schubert escogila grcil arquitectura del irnuetto para escribir una de sus pginas ms acerbas

    y tristes; el tema en s hubiera podido formar el adagio de una sinfona, pero lodistinguimos por su forma.

    Mientras me leaPeter Camenzindme pareca asistir a uno de esosexperimentos que hacen los nios pegando dibujos de colores en las tapas desus libros, diversin que tiene su punto de ms emocionado inters cuando sedespega poco a poco la calcomana para ver si se reprodujo bien o mal. Es tanobvia la comunin personal entre el personaje de Hesse y su autor, que la obra

    me despertaba a veces la idea de una inmensa calcomana, en la que de unamanera dolorosa y clida se arrancasen sus pginas del alma misma de Hesse.Confesin, al fin, y tan ntima como llena de pudor. Y, o mucho me equivoco, oprecisamente tal carcter de relato ntimo y sosegado, rigurosamente referidocon moroso deleite siguiendo el orden natural de las cosas, su marcha temporal,como un ro que fluye lento, repantingado en innmeros meandros, habr dedesconcertar a bastantes de nuestros lectores. Porque se nos ha acostumbrado aun gnero de novela que yo no niego que sea la autntica novela de agitada

    vida exterior, donde no caben hombres, o almas o espritus, a secas y ensoledad. Hesse, como decidido apologista de los solitarios (a los que ha dedicadoun libro,Musikdes Einscmen. 1915), encuentra que en mayor plenitud est l

    hombre cuanto ms a solas est. Tal idea podr ser cierta o no, y tengo para mque en ciertas personas s lo es, pero sienta una afirmacin que se contradice

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    radicalmente con la naturaleza de la novela, que juega con seres que disimulansu irrealidad hacindose en alto grado hombres y mujeres sociales. Pues si a lanovela le estuviera encomendado descubrir el hombre real y en qu reside suplenitud, sera entonces una ciencia metafsica, y no una mera historia deficcin. O ficcin de una historia mejor.

    Ni a los personajes ni a la obra de Hesse se les puede juzgar de un modounilateral por los azares de su existencia exterior. Si lo medimos por estaregla,Peter Camenzindno consta de mucho ms que de la ancdota de un jovencampesino que sale al mundo con veleidades intelectuales, y de la descripcin desus correras, todas iguales en ltima instancia, bajo un fondo decorativo decierto romanticismo, paseos en barca por el lago a la luz de la luna, fogososrevolcones en la hierba a la luz de las estrellas y otras lindezas. No hay a lo largode sus prietas pginas ni un solo golpe de efectopour pater al honrado lector,una escena deliberadamente violenta, que sacuda los nervios y ponga el nimotenso, ni siquiera una frase que insine esa morbosidad estragante y estragadaque ahora tanto priva. Cito todo esto, no como prueba de moralidad o de buen

    gusto, sino de calidad literaria. Porque nada hay ms fcil que componercuadros terribles y estremecedores; una historia natural, describiendo las luchasentre animales, est llena de ellos, y a nadie se le ha ocurrido citarla comomodelo de novelas. El lector que busque, pues, enPeter Camenzindun clima de

    violencia emotiva, saldr necesariamente defraudado. Si se me permite lacomparacin, dira que saldr tan defraudado como el oyente que predispuesto

    ya a prioripor un estado de nimo peculiar, abre su radio esperando or losaltisonantes efectismos de Ricardo Strauss, y le sirven en cambio una pieza decmara de Brahms, el ms austero de los msicos y el ltimo gran msico. Peroas como para comprender a Brahms no es preciso pertenecer al que fue sumundo, para entender a Hesse basta tan slo un poco de humansima

    curiosidad. Porque en definitiva las sensaciones de su personaje no pretendenconstituir una excepcin, ni se caen en refinadas de puro espirituales. El amorplatnico, el orgullo que impide arrojarse en brazos de Dios, el fraternosentimiento de la naturaleza, la nostalgia de una vida sencilla, son sentimientoscomunes a muchos hombres. Y a mi ver el arte del escritor se ha de valorar en lamanera en que consigue que tales cosas tan antiguas y resabidas nos parezcannuevas en su apariencia, y que aun sabiendo que en el fondo es lo mismo, nosmaravillemos primero y despus nos identifiquemos con ellas.

    EL PESIMISMO EN PETER CAMENZIND

    Sin rubor puede confesarse quePeter Camenzindes, a pesar de su amablemoraleja de fraternidad franciscana, una obra triste. No es que deje mal saborde boca, que no se trata ahora de eso, sino que se desprende de toda ella unangustioso y resignado hlito de infinita tristeza. El protagonista repite endiversas ocasiones que se senta triste, que el paisaje le pareca impregnado demelancola, que soaba con msica triste... Todo esto parece un cortejo desntomas romnticos, tan decorativos como la luna y el lago. Slo una vezconcreta ms y escribe: Quien no ha sentido en su alma la melancola, nopuede comprender lo que representa. Tena una horrible sensacin de soledad.

    Todo me era indiferente. Las grandes noticias que publicaban los peridicos, lasdesgracias que ocurran, en la ciudad o en el crculo de mis relaciones, qu me

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    importaban? Se celebraban fiestas, se enterraban muertos, nacan nuevas vidas,se daban conciertos, recepciones. Y todo ello para qu? para qu?

    En esta breve frase el lector perspicaz cree or todo un concierto de lejanosecos: de modo implcito suenan acordes aquellas afirmaciones de Schopenhauer

    y Nietzsche de que el mundo es un inmenso pudridero, la vida una cosa sin

    sentido, a lo ms una rueda que da vueltas y se repite eternamente. El flamanteembajador Leibniz se hubiera lanzado, armado de punta en lanza con suoptimismo, afirmando que este mundo es el mejor de los posibles, contra estospreguntones del infinito. Para qu vivimos, por qu da vueltas la tierra, porqu no penetramos la razn de nuestra existencia?... En la novela de Hesse lacosa se agrava, porque el personaje es un joven poeta abrumado de melancola.Sin querer uno recuerda aquella aguda stira de uno de los libros de AldousHuxley que por ingls y emprico necesariamente ha de mostrar poca simpata alas lucubraciones puramente intelectuales, pero que en cuanto novelistareconoce la autenticidad de ciertos sentimientos en el que un viejo cnico, Mr.Scogan, clasifica y destruye con cuatro palabras el proyecto de novela de un

    poeta amigo suyo, Dionisio Stone: No se moleste en describirme elargumento; su hroe se siente aplastado por ideas melanclicas y le parece quelleva sobre sus espaldas la carga del universo entero. El personaje de Hessecomparte su tristeza (y el hecho no me parece ocioso) con un exacerbadocriticismo, que le muestra, bajo una fra lucidez, lo que de ridculo tiene nuestromundo. Yo creo que hay aqu un problema ms complejo, por encima de esefastidio literario y romntico, vago y agobiante, que no le abandona nunca, no sefunda en nada ni conduce a parte alguna, como no sea el aserto budista de queel mal es la existencia.

    En primer lugar ha de notarse que el criticismo sarcstico y amargado deCamenzind-Hesse es de races ms intelectuales que humanas. No es una

    actitud crtica ante la vida, en el sentido de una facultad de desentraar lo queen nuestros semejantes y en su obra hay de despreciable, que conduce a adoptaruna conducta irnica y socarrona (la actitud de Molire y Voltaire, Cervantes yQuevedo), sino un criticismo escptico, seco y demoledor, de filiacin muy fin-de-siglo. Detalle curioso: de l se salva la mujer, que queda nimbada de unaaureola de idealidad. Pero tal criticismo no es por s solo fuente de tristeza, sinode menosprecio; y aun es ms, es acicate para la bsqueda de una vida mejor,que Peter Camenzind encontrar entre los campesinos de Ass. Su angustia,suspor qus a la existencia y al mundo, cobran por tanto un significado distinto;

    y yo los hara nacer precisamente de su soledad. Tena una horrible sensacinde soledad, escribe. Y como de ella no puede liberarse, porque es algo

    connatural a su ser, extiende entonces su tristeza al mundo circundante, alpaisaje, y pronto a los dems hombres, y proclama una devocin primaria de lahumanidad entera en el dolor. As otra vez la llamada oriental estremece elalma de Peter Camenzind un soplo de fraternidad de todos los hombres en latristeza. Lo que con la mente ha rechazado, burlndose de Buda o Tolstoi, loconstruye luego l mismo con su corazn; pero como buen alemn, su filosofaest constituida por su sentimiento.

    EL SENTIMIENTO DE LA NATURALEZA

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    En Hesse el paisaje, sea Considerado como Naturaleza, como expresin deDios, o como un mundo de smbolos, no adopta nunca la forma de un mero

    valor plstico. Es algo que posee v ida propia, algo que acompaa a la vida de suspersonajes, y que es capaz de sostener una comunicacin con ellos; les rodea, lesmece y acuna, o bien se levanta rudo y primitivo ante ellos, no les abandona

    jams y aun en algunos momentos participa de su misma existencia. De unamanera decidida, pues, Hesse no se sita ante la Naturaleza en calidad deespectador, sino de igual. Y no cabe decir que le envidia su espontnea libertadporque sta en cuanto individuo l ya la practica.

    EnPiter Camenzindtal sentimiento adquiere calidades hondas y lricasplasmadas en prrafos de gran belleza, que forman una de las constantes msautnticas a lo largo de la obra. Y no es el apego utilitario del campesino por sutierra, sino el impulso pantesta, el que late en su personaje, nostlgico hijo delas montaas, peregrino de mil sueos y nmada eterno. Ya nuestro Unamuno

    vea muy bien que el sentimiento de la naturaleza ha de ser pantesta cuando lereprochaba a Pereda el escaso fuego que pona en sus descripciones

    montaesas, nada ms que minuciosas miniaturas. Peter Camenzind lacontempla, de nio, con el alma vaca y esperanzada, en una silenciosa yrendida admiracin; yo creo que adopta un poco ante ella idntica actitud a laque le sorprendemos de adolescente en la muerte de su madre, que no le inspiraningn temor, sino un radical y absoluto asombro (Ich war voll Staunen und

    Ehrjurcht, escribe, estaba lleno de asombro y veneracin) que recuerda, de unmodo asaz categrico, al primordial saber admirarse platnico.

    EnPeter Camenzindse diferencian muy bien aquellos pasajes desentimentalismo romntico, en los que el personaje adscribe a los rboles, a unriachuelo, etc., la tristeza que l siente (prrafos que suenan a falso), de aquellosotros en los que se enfrenta con la avasalladora realidad de ese mundo que se

    halla a la vez fuera y dentro de l. Cuando canta al viento del sur, al fhn alpinoque precede a la primavera y desnuda de nieve las laderas de las montaas y rizalas aguas de los lagos azules, pasa por la prosa de Hesse la profunda vibracinde los bosques de su pas natal. Como l dice, el hombre puede estudiarfilosofa o historia naturalis durante aos enteros, sin llegar a compenetrarsecon la verdad de Dios; pero cuando presiente de nuevo el inquieto viento delSur, siente temblarle el corazn en el pecho y piensa en Dios y en la muerte... Yen otro prrafo recuerda que en la Biblia los ngeles se anunciaban con un soplode viento. Aqu, pese a la rotunda modernidad del hecho de ocuparse tanhondamente de la naturaleza, se transparenta el mismo sobrecogido temorancestral del hombre primitivo, que con ojos hundidos en el firmamento, o en

    las cambiantes aguas de los lagos, o en las vagarosas siluetas de los montes,impetraba o esperaba ver a Dios. Toda la soledad del hombre, su huidizo pasarpor este mundo, su nostalgia inmensa de asomarse al infinito, su sed de Dios,toda la exaltacin del alma desbordndose del cuerpo para correr con el vientopor los valles, las montaas y las llanuras, ondear con las mieses, vibrar con lasespadaas de las ermitas, fluir con las rpidas aguas de los torrentes, todo eseanhelo de renuncia personal para entregarse a la vida eterna, halla en Hesse unadefinitiva expresin.

    EnPeter CamenzindHesse se coloca en el ngulo opuesto al retratista, queconsidera a la naturaleza un accidente, tanto como distante es su postura delescritor minucioso que analiza una a una las sensaciones recprocas del paisaje y

    sus personajes. Hesse resuelve entre el realismo y el psicologismo tirando por elamplio y vigoroso camino de un amor simple y hondo, tan arraigado y violento

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    como las rfagas delfhn que desmochan y barren las quebradas delSennalstock. Actitud literaria que, siendo post-romntica, no tiene ningunarelacin con las tendencias de la literatura moderna.

    Desde el Renacimiento a nuestros das el hombre ha venido hacindosems extenso y profundo. Percepciones que eran desconocidas para el hombre

    medieval han prendido en su alma, y la han disparado hacia una fugaz plenitud,que naturalmente se ha reflejado en el arte. La conquista del paisaje para laliteratura, y la creacin de la msica de gran estilo, son quiz las dos formas msambiciosas con que el hombre moderno ha sabido navegar por su vastouniverso. Luego, cual insaciable Cronos, ha empezado a devorar a sus propioshijos; ha descompuesto la naturaleza en un mecanismo de impresiones, y a lamsica en una escala cromtica. Un buscador de afinidades del futuro, pensarque no fue un milagro que coincidieran en el tiempo Mr. Kodak, Proust yStrawinsky.

    En esta ruta Hesse est, como de costumbre, solo.

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    III

    CONCLUSIN

    No es inslito que al Hesse preocupado por hallar una finalidad al mundo(suspara qu sin respuesta a la vida y a la muerte) sucediera un Hesse queafirmara que es el camino y no el fin lo que da sentido a nuestra existencia.

    Aproximadamente por las mismas fechas cuatro aos despus de la guerraeuropea otro escritor, D. H. Lawrence, que propugnaba tambin un retorno alhombre primitivo, afirmaba lo mismo en Italia: buscar la finalidad en elmundo es demolerlo. A Lawrence se le ha falseado y calumniado tanto, queestablecer aqu una tabla de semejanzas y contrastes con Hesse, suena pocomenos que a hereja. Por esto no lo har. Si escojo a Lawrence entre la plyade

    de escritores que pintan al hombre oprimido bajo la ndole actual de la sociedady predican la necesidad de un mundo nuevo, es precisamente porque lo busca enla direccin opuesta de Hesse. Lo que no puede dudarse es del agitado clima deinquietud que a ambos les ha impulsado a construir sus propias quimeras. Puesresulta curioso que en un tiempo en que por doquier se han afirmado, social ypolticamente, los derechos del individuo, sea cuando los artistas se han sentidomenos satisfechos y con mayor aficin a convertirse en reformadores sociales.O es que el pandemnium de ismos que se han sucedido en lo que va de siglo esla expresin artstica de la democracia?

    En un prlogo a una reciente edicin de unos artculos de ngel Ganivet,Ortega ha sealado la estimacin mxima y prcticamente ilimitada de la

    profesin y figura literarias que priva en el perodo de trnsito a nuestro siglo.Aunque tan exacerbada estima se halle y a en franco declive. Hesse, Lawrence ymuchos otros, han vivido asaz cerca de ella para no creer que no llegaron adisfrutarla con bastante vigencia. No podemos explicarnos, pues, por lasituacin ambiente, su tnica general de angustia y desasosiego y su furiosarebelin contra la sociedad. Intuicin de los trgicos acontecimientos que nosiba a tocar vivir? Quiz; pero en este caso se equivocaron radicalmente en sussoluciones. Porque y el fenmeno es tan importante que merece ms largoestudio en el mismo perodo de tiempo en que estos artistas, ms o menoslejanamente influidos por Max Stirner o Nietzsche, declaman el valor absolutodel capricho individual, los espritus ms selectos y perspicaces de Europa les

    vuelven la espalda e inician una cuidadosa y serena revisin de los ideales de laEdad Media edad de deberes ponindola ante nuestros ojos como ejemplode poca histrica donde el hombre haba alcanzado su centro espiritual. Esdecir, que mientras en la orilla de la literatura filosfica se pretende romper laconfiguracin actual de nuestro mundo para alumbrar a un poderoso hombrenuevo, cuya ms distintiva cualidad es la de sentirse insolidario de su pasado yde la cultura en la cual nace, en la acera de los historiadores se busca lasalvacin precisamente hundiendo las manos en ese pasado que hemosheredado y que en parte nos constituye. La cuestin que esta disparidad suscitano es menos inquietante. Reside en saber si la cultura es algo artificial respectoa la vida del hombre, o es una encrucijada de circunstancias en la cual la

    existencia humana cobra su ms alto sentido. En otras palabras, si se puede dar

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    o no un corte en el tiempo y hacer tabula rasa; si lo nico que se perpeta a lolargo de la historia es el hombre biolgico a solas.

    A D. H. Lawrence le hubiera irritado profundamente el camino deintrospeccin previa, de descubrimiento del verdadero yo, que Hesserecomendaba de un modo muy germnico a los jvenes de la posguerra.

    Para l, que tambin haba buscado materiales para su hombre nuevo por lasms remotas aldeas de Italia, lo que importa no es una abstraccin espiritual,sino la liberacin humana con todos los instintos de la naturaleza: estoy hastalos pelos de esas gentes que no cesan de escrudiar su interior, escribe.

    Lawrence es en esto todo un primitivo; Hesse me parece ms mesurado.Aunque reniega de la sociedad en que le ha cado en suerte vivir, sabe que elespritu del hombre moderno es, precisamente por ser un rico heredero delpasado, muy complejo. Antes he insistido en las formales contradicciones querevela el pensamiento de Hesse. Se dira que percatndose l mismo de sumltiple inquietud, es por lo que aconseja que se consiga hallar, a toda costa, elautntico yo. Para Hesse dice Klabund hasta Dios es a la vez bueno y

    malo. Y en ltima instancia tal es su postrera e involuntaria gran leccin: lade la maravillosa e inagotable complejidad de la vida humana.

    E. P. de las Heras

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    PETER CAMENZIND

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    I

    En un principio fue el mito. As como el gran Dios inspiraba las almas de

    los indios, griegos y germanos, anhelantes de expresin, vuelve tambin ainspirar diariamente el alma de cada nio.Yo no saba an cmo se llamaban los lagos, las montaas y los arroyos de

    mi tierra natal, pero contemplaba ya ensimismado la superficie de las aguas, deun color azul verdoso donde reverberaba a trechos un rayo tembloroso de sol.Las montaas se extendan como una majestuosa corona en torno al lago, connieve en sus cumbres, arroyos deslizndose entre los peascales y formandopequeas cascadas, y prados verdes, ligeramente ondulados, con rbolesfrutales, chozas y ganado paciendo en sus pastos. Y mi pequea almacontemplaba todo aquello en silencio, vaca y esperanzada; escuchando tan slolas voces de los espritus del lago y de las montaas, que hablaban sin cesar de

    sus bellas y osadas acciones. Las costumbres, los desfiladeros y los precipiciosrepetan respetuosos las alusiones a aquellos primeros tiempos de sunacimiento. Mostraban sus cicatrices, entreabran sus grietas y hablaban yhablaban sin cesar de entonces, cuando la tierra temblorosa se movaconvulsivamente y su superficie se contraa haciendo surgir cimas y crteres.Las rocas se embestan unas a otras y los montes pugnaban por abrirse pasoentre ellos. Las luchas eran horribles y slo venca el que destrua a su hermano

    y ocupaba su lugar. An quedaban huellas de aquellos tiempos lejanos. Eranvisibles en las cumbres bravas o las rocas abruptas y a cada deshielo cedanalgunos resquebrajados bloques de granito que acababan de romperse comocristal contra las orillas o eran arrastrados por la corriente, montaa abajo hasta

    las mismas lindes de la pradera.Pasaban los aos, pero las montaas seguan diciendo siempre lo mismoY era fcil comprender su lenguaje. Basta una sola mirada a las paredesabruptas, a los desfiladeros recnditos, a las rocas resquebrajadas. Todas ellasestaban llenas de espantosas cicatrices.

    Hicimos algo horrible repelan sin cesar y todava lo estamospagando.

    Pero aun cuando las palabras sonaban a lamentacin, su tono eraorgulloso, sereno y obstinado, como el de un viejo guerrero nunca vencido.'

    Y guerreros seguan siendo. Yo contemplaba siempre sus luchas con latempestad de aire y agua, en aquellas horrorosas noches que precedan a la

    primavera. El irascible viento del Sur2 ruga en torno a sus cumbres y lostorrentes desatados arrastraban rocas y por sus vertientes arrancaban la tierrade sus faldas. Como las tempestades menudeaban en la estacin, los montes seaferraban a la madre tierra y oponan sus paredes granticas a Ja violencia de loselementos, haciendo acopio de todas sus fuerzas en unidad obstinada y difcil. Ya cada herida tronaban temerosos y llenos de ira, llegando su entrecortado yconfuso gemido hasta los ms apartados parajes.

    Pero mis ojos no slo estaban acostumbrados a estos espectculos.Contemplaban tambin praderas y laderas cubiertas de hierba, de flores y dehelechos vegetales a los que el dialecto delpueblo haba dado nombrespintorescos y llenos de significado. Eran hijos y nietos del monte y yo poda

    2 Fhn, viento alpino que pro cede del Sur. (N. del T.)

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    tocarlos, aspirar su aroma y aprender su nombre. La vista de los rbolescausaba, en cambio, una impresin mucho ms honda y grave en mi nimo. Misojos trataban de escrutar la vida en cada uno de ellos, la forma peculiar de sucopa y de su tronco y tambin la propia manera de proyectar su sombra. Meparecan ermitaos y guerreros, emparentados de cerca con las montaas e

    identificados con ellas, pues todos y especialmente los que crecan en las alturas,tenan tambin su propia lucha por la existencia; pugna constante con el viento,el tiempo y las rocas. Cada cual llevaba su cruz y por eso tena sus propiasconformaciones y sus heridas especiales. Haba pinos a los que las tempestadeshaban respetado tan slo las ramas de un lado, y otros que crecan retorcidoscomo serpientes en torno a las rocas desprendidas de las cumbres, de tal modoque ambos se confundan sostenindose mutuamente y semejando un solocuerpo. sos aparecan a mis ojos como los ms belicosos de todos los guerreros

    y en tal condicin despertaban en m respeto y temor al mismo tiempo.Nuestros hombres y mujeres se parecan tambin a los rboles. Eran duros

    como ellos, adems de severos y poco habladores. Los mejores eran los ms

    parcos en palabras. Y con su ejemplo aprend yo a considerar a los hombrescomo si fuesen rboles, sin reverenciarlos ni amarlos ms que a los pinossilenciosos.

    Nimikon, nuestro pueblecillo, se elevaba en una pradera, lindante al Nortecon las faldas de los montes y al Sur con el lago. Estaba comprimido entre lascumbres y el agua y slo un camino estrecho conduca hasta un monasteriocercano y otro ms estrecho todava hasta una aldea vecina, a la que se tardabaunos tres cuartos de hora en llegar. Los restantes pueblerinos del lago slo eranasequibles por el agua. Nuestras casas estaban construidas de madera segn elestilo antiguo y casi nunca se edificaba ninguna nueva. Las vetustas viviendaseran reparadas segn las necesidades y no era raro que un ao se arreglara el

    entarimado del vestbulo y el siguiente la mitad de las vigas. Algunas veces seutilizaban los arrimaderos procedentes de la pared de la estancia como vigas ycuando pasaba el tiempo y quedaban tambin inservibles para ese menester,iban a parar al establo como remiendos en los pesebres, como techo del graneroo refuerzos para la puerta de la casa. Exactamente igual suceda con loshabitantes. Cada cual haca su papel durante el tiempo que le era posible, seretiraba a engrosar los que eran ya intiles y luego desapareca sin que suausencia se notara demasiado. Los que regresaban a la aldea tras largos aos deausencia no hallarn ms cambio que un par de tejados renovados y otro parmucho ms viejos que cuando se marcharon. Los ancianos de entonces tambinhaban desaparecido para dejar paso a otros ancianos que habitaban las mismas

    chozas, llevaban iguales nombres, cuidaban de un parecido regimiento dechiquillos y apenas se diferenciaban en el rostro o la apariencia de los que yahaban muerto.

    Nuestra comunidad careca de una oleada de sangre fresca y de vicia nuevaque le llegara del exterior. Sus habitantes, de casta vigorosa y robusta, estabanemparentados estrechamente los unos a los otros y casi unas tres cuartas partesllevbamos el apellido de Camenzind. ste llenaba las pginas del libroparroquial, se vea repetido con mucha frecuencia en las cruces del cementerio,campaba en las fachadas de las casas pintado al aceite sobre los portalones otallado primorosamente en las puertas y poda leerse sobre el carruaje delcorreo, en los cubos de los establos y en las barcas que surcaban las aguas del

    lago. Tambin sobre el portaln de mi casa paterna era visible la siguienteinscripcin:

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    ESTA CASA FUE CONSTRUIDA POR JOST Y FRANCISCA CAMENZIND

    Pero la leyenda no aluda a mi padre, sino a un antepasado nuestro queera, segn creo, mi bisabuelo. Y yo poda tener la completa seguridad de que si

    mora sin dejar descendencia, otro Camenzind ocupara mi lugar en el viejo nidoy el apellido se prolongara hasta que el tejado se sostuviera sobre las cabezas delos moradores.

    A despecho de aquella paciente monotona, exista tambin en nuestraaldea lo bueno y lo malo, lo distinguido y lo inferior, lo poderoso y lo dbil yalgunos listos al lado de un deleitoso nmero de insensatos. Como todo lugar,era aqul una reproduccin en pequeo del ancho mundo, con la particularidadde que se conocan o estaban estrechamente emparentados pequeos y grandes,cuerdos y locos hasta el punto de darse el caso de albergar un mismo techo a lams absurda arrogancia y la ms estpida ligereza. Lo hondo y lo cmico del serhumano estaba patente siempre en los habitantes de la aldea y slo un eterno

    rebozo o una misteriosa opresin estorbaba la libre expansin de los caracteres.La dependencia de los hombres a las fuerzas de la Naturaleza y la miseria de undestino lleno de trabajo y penalidades haban ido limando toda alegra y dando aaquella vieja casta una inclinacin a la melancola. Pero a pesar de la austeridad,se acostumbraba a prestar atencin al par de locos que no faltaban y que si lamayora de veces se mostraban reservados y graves, no dejaban de suministrarocasiones y lances para risa y burla de sus convecinos. Una rfaga regocijante ygozosa atravesaba los adustos semblantes de los hijos de Nimikon cuandoalguno de ellos daba que hablar a causa de una nueva jugarreta. Y a la alegra dela burla se aada la propia superioridad y la complacencia de creerse a cubiertode tales tropezones y locuras. A aquella mayora situada en el trmino medio

    entre los justes y los pecadores, participando de ambos sin llegar a ser ninguno,perteneca tambin mi padre. No haba tenido lugar en la aldea ninguna locuraque no hubiera llenado su alma de inquietud y su espritu vacilante nunca suposi inclinarse por la admiracin incondicional hacia el que la haba hecho o elreconocimiento de la propia pureza de intenciones que le haba impedido tomarparte en ella.

    Mi to Konrad perteneca, en cambio, al partido de los locos. Pero no porello se senta empequeecido en presencia de mi padre o de otros hroes de larazn. Antes poda asegurarse que se crea mucho ms listo que ellos, pues suespritu inquieto, tocado siempre de fiebre inventiva, lo elevaba a mucha alturasobre la realidad circundante. Aquel que buscara algo nuevo en vez de

    conformarse con la melancola perenne de la aldea estaba llamado a obtener lagloria. Eso pensaba mi to, sin que los dems habitantes del lugar compartierantales ideas. Las relaciones entre mi padre y su cuado no eran ms que unconstante oscilar entre el menosprecio y la admiracin. Cada nuevo proyecto demi to despertaba en mi padre una poderosa curiosidad y una gran agitacin,que siempre trataba de ocultar con frases irnicas y alusiones de doble sentido.Cuando mi to crea seguro el triunfo, comenzaba a representar su regio papel.ste no tardaba en obrar sus efectos y a los pocos das mi padre se dejabaarrastrar por el entusiasmo y cercaba a su cuado con requerimientos fraternoshasta que el fracaso le abra los ojos de nuevo. Mi to acoga la desventura conun encogimiento de hombros, un gesto de indiferencia, mientras que mi padre

    no poda reprimir las expresiones de mal humor y durante meses enteros nocruzaba palabra ni saludo con su cuado.

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    Nuestra aldea debe a Konrad la aparicin de las primeras velas sobre lasaguas del lago. Mi to las hizo pacientemente, as como el cordaje necesario yluego las mont sobre un primitivo aparejo en la barca de mi padre. Claro queno fue suya la culpa si sta result demasiado estrecha para navegar a vela. Lospreparativos duraron semanas enteras. Los das que precedieron a la prueba

    estuvieron llenos de esperanzas y de temor para mi padre y de cierto apasionadointers para mi to. Tampoco en el pueblo se hablaba de otra cosa ms que delnuevo intento de Konrad Camenzind. Y por fin, un da memorable para nosotrosse desliz el bote hasta las aguas azules del lago. Era una maana de verano yhaca mucho calor. Mi padre pareca sospechar la catstrofe y se mantena algoalejado del grupo de vecinos, despus de haberme prohibido una vez ms y conla mayor severidad, que acompaara a mi to. Fuesli, el hijo del panadero, era elsegundo tripulante de la embarcacin. Todo el pueblo estaba en nuestroembarcadero, pues nadie quera perderse el comienzo de la temeraria proeza.

    Un viento procedente del Este rizaba la superficie de las aguas. Los de labarca tuvieron que remar al principio, hasta entrar en la corriente de aire que

    hinch las velas y empuj la embarcacin delante de nuestros ojos asombrados.Sali una exclamacin de todos los labios y en todas las mentes apunt la ideade felicitar al inteligente Camenzind a su regreso. Y volvi efectivamente, bienentrada ya la noche, pero con el aparejo roto y sin vela y sus tripulantes msmuertos que vivos. Mi padre tuvo que poner dos tablas nuevas a la barca y desdeentonces no ha vuelto a Manquear una vela en la tersa superficie del lago.

    Fueron tantas las burlas de los habitantes de la aldea, que mi padre tuvoque tragarse su ira y adoptar su nica solucin: desviar la mirada y escupirdespectivamente al suelo tantas veces como tropez con mi pobre to. Aquellodur hasta el da en que su cuado le expuso el proyecto de horno para cocerpan que tantas burlas report a su inventor y que cost cuatro tleros a mi

    padre. Pobre de aquel que se atreviera a recordarle la historia de aquel dinero!Mucho tiempo despus, cuando la miseria haba vuelto a enseorearse denuestra casa, se atrevi mi madre a aludir a los cuatro tleros. Mi padreenrojeci hasta las orejas, pero se contuvo y dijo tan slo:

    Lo habra gastado en vino en un solo domingo.Al finalizar cada invierno nos llegaba el viento del Sur con su zumbido

    hondo y grave, que los habitantes de las montaas escuchan con tanto temor ypor el que sienten, sin embargo, tanta nostalgia cuando estn lejos del terruo.

    La proximidad del viento la advertan muchas horas antes de su llegada loshombres y las mujeres, las montaas, los venados y el ganado. Su aparicin ibaprecedida por otros vientos tibios y de menor intensidad. Las aguas del lago, de

    un habitual azul verdoso, tomaban un tinte sombro y en pocos instantesblancas coronas de espuma cubran las crestas del oleaje. La quieta superficie seencrespaba y al silencio solemne sucedan los bramidos amenazadores, iguales alos que se escuchaban a la orilla del mar. Toda la campia pareca entoncesreplegarse sobre s misma y los contornos se destacaban claros y rotundos sobreel cielo. En las cumbres que antes sobresalan confusas entre la niebla, se podancontar las rocas y se distinguan tambin con claridad los tejados y ventanas delos pueblos que momentos antes no eran ms que manchas obscuras en ladistancia. Todo pareca replegarse sobre s mismo. Las montaas, los prados ylas casas, el paisaje entero, semejaba un ejrcito que huyera del enemigo. Yluego daba comienzo un horroroso zumbido acompaado de un gran temblor en

    la atmsfera. Las olas del lago se estrellaban contra la orilla con el golpe seco deun latigazo y muy a menudo, sobre todo durante la noche, se escuchaba el fragor

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    de la lucha que mantenan las montaas con la tempestad. Al da siguientellegaban a la aldea las nuevas que hablaban de arroyos desbordados, de casasderrumbadas, de barcas hundidas y hombres desaparecidos.

    En los aos de mi infancia tem tanto al viento del Sur que casi llegu aodiarlo. Pero los violentos impulsos de la mocedad y el despertar de la

    adolescencia cambiaron por completo mis sentimientos y llegu a amarlo. Seconvirti a mis ojos en un rebelde eternamente joven y pendenciero, quearrastraba consigo a la primavera. Era impresionante y magnfico verlecomenzar la lucha lleno de vida, de energa y de esperanza, escuchar sus rugidosa travs de las caadas y de los precipicios, ver cmo acababa con la nieve de lasmontaas y arrancaba los pinos que crecan retorcidos en las laderas. Pasaronlos aos y mi cario por el viento del Sur se fue haciendo cada vez ms hondo.En l adivin el saludo de tierras lejanas que nos enviaban torrentes de calor yde belleza. Pues nada era tan deliciosamente turbador como la fiebre dulce quedespertaba en la sangre el clido viento. Sus rfagas hacan perder el sueo a loshabitantes de la altura y todos, en especial las mujeres, se sentan inquietos, con

    la mente presta a la fantasa o la ensoacin. Y en el fondo no era aquello msque el Sur, avasallando acometedor al Norte spero y adusto, trastornndolo yturbndolo. Era el Sur, proclamando por los agrestes lugares de las montaas lallegada de la buena estacin a los lagos azules, cercanos y lejanos al mismotiempo, denunciando la floracin de sus orillas en una esplndida abundanciade prmulas, de narcisos y de flores de azahar.

    Luego que el viento ceda en sus violencias y los ltimos aludes sedeslizaban por las laderas, llegaba lo ms hermoso. Los prados florecidosextendan por doquier su magnificencia, mientras los picos novados, losglaciares centelleantes se destacaban sobre el cielo pursimo y se reflejaban enlas aguas mansas y verdosas del lago.

    Todo aquello llen mi infancia y pudo tambin llenar mi vida entera. Ellenguaje de Dios suena fuerte en la majestuosidad de la Naturaleza y quien lo haescuchado en su niez, sigue oyndolo durante toda su existencia aunque quierataparse los odos. El nativo de las montaas puede estudiar filosofa o historianaturalis durante aos enteros, sin llegar a compenetrarse hondamente con la

    verdad de Dios. Pero cuando presiente de nuevo el inquieto viento del Sur oescucha los crujidos del alud al desplomarse por su cauce, siente temblarle elcorazn en el pecho y piensa en Dios y en la muerte.

    La casa paterna estaba construida a orillas del lago. Un esmirriado jardnla preceda por su parte delantera. En l crecan unas speras lechugas, algunasplantas de nabos y varias coles, aparte del cuadro que mi madre reservaba a las

    flores y en el que lucan esplendorosos dos rosales, una mata de dalias y unpuado de resedas. En la parte trasera exista un pequeo embarcadero en elque se amontonaban dos toneles vacos y algunas estacas. En el agua cabeceabaamarrada nuestra barquichuela, que se calafateaba, reparaba y pintaba cadaao. Han permanecido fieles en mi memoria los recuerdos de cuando estosuceda. Acostumbraba a ser en una tarde clida del mediado verano, cuando lasmariposas jugueteaban al sol sobre las tablas del embarcadero. Las aguas dellago estaban mansas como el aceite y el aire apestaba a pez y a pintura, oloresque la barca seguira teniendo durante todo el verano. Muchos aos despus,durante mis travesas martimas, me bastaba oler de nuevo la apestosa mezclade brea y humedad para que volvieran a mi memoria los recuerdos de nuestro

    embarcadero. Y entonces me pareca ver de nuevo a mi padre, en mangas decamisa, con la brocha en la mano, como lo haba visto tantas veces. Tambin

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    vea las nubecillas azules de su pipa ascendiendo pesadamente en la atmsferasofocante de la tarde y los rpidos revoloteos de las mariposas amarillas porencima de nuestras cabezas. Aquellas tardes daban a mi padre un buen humordesacostumbrado. Garganteaba a media voz y slo de cuando en cuando seaventuraba a alzarla para que el eco resonara contra las montaas vecinas.

    Entretanto mi madre se encerraba en la cocina haciendo algo apetitoso para lanoche. Ahora me imagino que mientras cocinaba deba abrigar la ilusin de queCamenzind no fuera a la taberna, como era su costumbre. Pero llegada la hora,l se marchaba como siempre.

    No puedo decir, sin riesgo a incurrir en falsedad, que mis padresintervinieran excesivamente en mis cosas o me educaran arbitrariamente segnsu propio capricho. Mi madre tena siempre las manos ocupadas y mi padredistaba mucho por aquel entonces de ocuparse del problema de mi educacin.Le bastaba el cuidado del par de rboles frutales de su propiedad, la roturacinde la tierra destinada a la siembra de patatas y la siega del heno necesario parael invierno. Pero aunque aquellos trabajos absorban todo su tiempo, an le

    quedaba el suficiente para cogerme de la mano cada dos semanas, antes demarcharse por la noche a la taberna y llevarme hasta las profundidades delestablo. All tena lugar el extrao castigo, especie de acto expiatorio ejecutadocon el rigor y la solemnidad de un rito y que consista en administrarme unasoberbia paliza. Ni l ni yo sabamos la razn del castigo. Eran silenciosasofrendas en el altar de Nmesis y se llevaban a cabo sin reprimendas ni gritospor su parte y sin lamentos ni gemidos por la ma. Aos despus o hablar aalguien del ciego destino y me imagin inmediatamente aquellas misteriosasescenas como plsticas representaciones de la idea. De modo que, sin saberlosiquiera, sigui mi padre el camino que la simple pedagoga de la vidaacostumbra ensearnos cuando somos mayores. Pero por desgracia no me fue

    dado hacer entonces estas reflexiones y bastantes veces acept el castigo de malagana y con la nica alegra de saberlo alejado, lo menos por espacio de dossemanas.

    No de mucho mejor talante acog los intentos de mi padre para obligarmea trabajar. La caprichosa madre Naturaleza haba unido en m dos donesextraordinarios: una desacostumbrada fuerza y una pereza no menor. Fue intilque mi padre se esforzara en querer transformarme en una ayuda para sutrabajo. Yo me vala de todas las trapaceras y todos los engaos para evitaraquel empeo suyo, y siendo ya bachiller, no sent por ningn hroe griego tantacompasin como por Hrcules forzado a sus clebres trabajos cuando tanhermoso era vagar por los prados y las montaas y nadar en las aguas quietas

    del lago.Mis nicas amistades fueron, en aquellos tiempos, el sol, el lago y las

    tempestades. Hablaban conmigo y me deslumbraban con sus magnificencias,siendo para m mucho ms queridas que cualquier amistad humana. Pero misfavoritas eran las nubes, antepuestas en los favores de mi admiracin al

    brillante lago, a los melanclicos pinos o a las rocas baadas por el sol.Mostradme un solo hombre que conozca mejor las nubes y las ame ms

    que yo! O indicadme algo que sea en este mundo ms hermoso que ellas! Sonrecreo y consuelo de la vista, bendicin y regalo de Dios. Son blandas ytranquilas como las almas de los recin nacidos; son bellas, poderosas yesplndidas como ngeles buenos. Y algunas veces pueden tambin

    transformarse y volverse obscuras, amenazadoras y crueles, como unasmensajeras de la muerte. Se deslizan suavemente por el cielo, adquieren

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    tonalidades rosadas con la media luz del crepsculo y de la aurora y en otrasocasiones semejan almas fugitivas, huyendo sigilosamente de algn invisibleenemigo. Unas tienen formas de flotantes islas o de ngeles etreos, otrassemejan puos cerrados y amenazadores, o velas hinchadas por el viento, ogrullas lanzadas al vuelo. Estn suspendidas entre el cielo divino y la msera

    tierra, como ejemplo hermoso de todas las ansias y todos los anhelos humanos.Son eterna pauta del inquieto caminar, del incesante rebuscar, del deseo y deldesespero de los hombres. Y as como ellas estn suspendidas, tmidas yanhelantes, entre cielo y tierra, penden asimismo, anhelantes y tmidas, entretiempo y eternidad, las almas humanas.

    Oh, las nubes hermosas y eternamente cambiantes! Yo era un nioignorante y las amaba ya, sintiendo acaso la atraccin de nuestra semejanza.Tambin yo sera una nube ms, atravesando, rauda, el cielo de la vida. Yo seratambin un eterno caminante, forastero en cualquier parte y suspendidosiempre entre el tiempo y la eternidad. Quiz por eso han sido las nubes unas

    buenas amigas, unas verdaderas hermanas mas. No poda salir a la calle sin

    cambiar con ellas un saludo, sin que me hicieran seas con sus algodoneshinchados por el viento y yo correspondiera con una sonrisa a su amabilidad, Ynunca he olvidado sus formas, sus suaves tonalidades, sus juegos, sus danzas,sus bailes y descansos. Su realidad, celeste y terrena al mismo tiempo. Y suscuentos Henos de fantasa.

    Recuerdo an el de la princesa de las nieves. Eran los montes sus atalayasy sus castillos en los das tempranos del invierno. La princesa de las nievesapareca con su pequeo squito, procedente de las escarpadas alturas y

    buscaba un lugar de descanso en los desfiladeros agrestes o en las ampliascimas. El cierzo falaz contemplaba envidioso el asentamiento de la princesa y notardaba en precipitarse sobre ella, derribndola, tapndola con obscuras nubes,

    haciendo escarnio de ella y queriendo ahuyentarla. La princesa quedabasorprendida ante el ataque y algunas veces emprenda el regreso a sus alturas,pero otras, en cambio, reuna en torno suyo a su squito atemorizado, descubrasu rostro fascinador y arrogante y repela con mano helada el embate traicionerodel viento. ste retroceda aullando y por fin abandonaba el campo. La princesapoda entonces sentarse de nuevo en su trono de niebla y cubrir las montaas ylos valles con un manto de nieve nueva. Era su triunfo.

    Haba en este cuento algo noble y generoso, algo triunfante y bello quehaca latir mi corazn con fogoso misterio. Las nubes me lo contaban y yo loescuchaba, silencioso y lleno de fervor, transido en un xtasis.

    Transcurrieron los aos primeros de mi infancia y lleg por fin el instante

    de acercarme a las nubes, de tenerlas al alcance d la mano y aun verme msalto que ellas. No haba cumplido an los diez aos, cuando hice mi primeraascensin. La cumbre de Sennalsptock fue la elegida y por vez primera tuveocasin de comprobar el horror y la belleza de las montaas. Angostastorrenteras con los cauces llenos de hielo y agua de nieve, ventisqueroscentelleantes, rocas cortadas a pico, y abarcndolo todo, alto y redondo comouna campana, el cielo azul. Tras diez aos de existencia diaria encerrado entrelas altas montaas y las orillas del lago, tuvo lugar ese milagro que an recuerdomuy bien. Contempl por vez primera el cielo abierto sobre mi cabeza y abarqucon la mirada todo el horizonte. Fue al doblar un recodo, mediada la ascensin,cuando apareci ante m con toda su inmensidad. Sent una gozosa sorpresa.

    Tan grande era el mundo? Nuestra aldea estaba recostada en la hondonada,casi perdida a nuestros ojos, como una mancha insignificante a orillas del lago.

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    Y las cumbres que desde el valle parecan muy juntas se vean separadas desdela altura por muchas leguas de camino.

    Entonces comenc a presentir la inmensidad del mundo y tuve la intuicinde que all lejos, detrs de las montaas, existan grandes cosas de las que yo notena ni idea. Y al solo pensamiento not que temblaba en mi interior algo

    semejante a la aguja de una brjula y me sent atrado por la nostalgia delejana. Y aquello me hizo comprender una vez ms la belleza y el melanclicoencanto de las nubes, acuciadas siempre, empujadas por el viento haciahorizontes infinitos.

    Mis dos acompaantes adultos alabaron mi perfecto escalar y en el brevedescanso en la cima helada del monte, se burlaron un poco de mis ruidosasmanifestaciones de alegra. Pero yo no les hice caso y segu gritando jubiloso yexcitado. Y aquellos gritos fueron mi primer canto, inarticulado an, a la belleza.Mis balbuceantes garganteos sonaron en la majestuosidad de las alturas como eltrino entrecortado de un pajarillo y al escucharlos me llen un sentimiento de

    vergenza. Slo entonces contuve mi entusiasmo y procur mantenerme en

    silencio.Pero a partir de entonces pareci romperse el hielo que pesaba sobre mivida. A un suceso venturoso sigui otro y fui admitido en todas las ascensiones ala montaa, incluso en las ms difciles. Poco a poco fui desentraando elmisterio de las cumbres y entregndome por completo a la fascinacin de laaltura. Posteriormente me hice pastor de cabras y tuve ocasin de recorrer todaslas caadas y los vericuetos de los montes. En uno de los declives, donde llevabaa pastar con frecuencia a mis animales, haba un recodo protegido del viento delas cumbres y cubierto de gencianas azul cobalto y saxfraga encarnada, que erami lugar favorito. El pueblo resultaba invisible desde all y tampoco del lago

    vea ms que una franja brillante que se destacaba entre las rocas. Las flores

    crecan con generosidad, salpicando el csped con sus colores vivos y el cielo sedestacaba azul tras los picachos blancos. El murmullo del agua se confunda conel tintineo de las esquilas, componiendo un arrullo que me adormeca cuando,tendido al sol, contemplaba las blancas nubecillas que cruzaban el cielo. Lascabras se aperciban entonces de mi indolencia y comenzaban a retozar y lucharentre s y yo me tena que levantar para imponer la paz. Pero aquella plcidadicha no dur mucho, pues a la primera semana me ca en un barranco con unacabra huida del rebao. El animal se mat y yo me di un golpe muy fuerte en lacabeza. Pero eso no fue obstculo para que mi padre me moliera a palos alregresar a casa con una cabra menos.

    Ahora veo con cunta facilidad podan haber sido aqullas mis primeras y

    ltimas aventuras. No estara entonces escrito este libro, ni tampoco habracometido unas cuantas locuras. Es probable que me hubiera helado en el fondode un ventisquero o, de quedarme en el pueblo, me hubiera casado con algunaprima. Pero nada sucedi as, y no es cosa de lamentarlo, ni de hacercomparaciones entre lo que ocurri y lo que poda haber ocurrido.

    Por aquella poca, mi padre efectuaba de cuando en cuando algunospequeos servicios en el convento de Welsdorf. Un da cay enfermo y meorden que fuera a excusar su falta. En vez de ello, ped papel y pluma a un

    vecino y escrib una respetuosa carta al hermano superior del convento. Se laentregu a la mandadera y me march luego a efectuar mis acostumbradostrabajos.

    A la semana siguiente, al regresar un da a casa, encontr a un monje queestaba aguardando al que haba escrito la hermosa carta. Me sorprend al

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    escuchar sus alabanzas y mi sorpresa lleg al lmite al ver que trataba deconvencer a mi padre para que autorizara mis estudios. To Konrad, quedisfrutaba tambin aquella temporada de los favores de mi progenitor, fuellamado tambin a formar parte de las deliberaciones. Como es natural, acogicon entusiasmo la idea de tener un sobrino culto y apoy con todas sus fuerzas

    las pretensiones del monje. Mi padre se dej convencer y as pas mi porvenir aser una fantasa ms de mi peligroso to pese a sus estrepitosos fracasosanteriores con la barca de vela, con el horno de cocer pan y otros proyectossemejantes.

    A las palabras siguieron los hechos. Comenzaron mis estudios de latn,historia bblica, botnica y geografa, y a m me hizo mucha gracia todo aquello,sin que llegara a pensar que podra hacerme perder los aos mejores de mi vida.Claro est que la culpa de todo no la tuvo el latn. Mi padre estaba decidido aque yo fuera un labrador y lo habra sido, aun sabiendo de pies a cabeza, alderecho y al revs, todo el viri illustres. Pero el buen hombre haba descubiertomi pecado capital y saba que mi punto flaco era aquella invencible pereza que

    me tena sometido. Yo hua aterrorizado de todo trabajo y corra a refugiarme enlas montaas, permaneciendo escondido en los barrancos o tendindome aorillas del lago donde soaba y holgazaneaba a mi placer. El conocimiento deaquella dolorosa verdad acab de alejarle de mi lado, y dej que estudiara a miplacer.

    Creo llegado ya el momento de decir unas pocas palabras sobre mi padre.Mi madre haba sido hermosa antes de casarse, pero de aquel pasado esplendorle quedaba tan slo la buena talla y los ojos obscuros y grandes. Era alta,fornida, laboriosa y callada. A pesar de ser ms lista que mi padre y desobrepasarte en fuerza, no dominaba en nuestra casa, sino que haba resignadoen l todo mando. Mi padre era de estatura mediana, tema miembros delgados y

    casi delicados, posea una mente bastante turbia y un rostro colorado lleno depequeas arrugas casi imperceptibles. Cuando se irritaba, se le marcaba unprofundo surco en la frente y sus pobladas cejas se unan en lnea casi recta.Frecuentemente pareca su rostro estar impregnado de una vaga melancola,pero nadie se aperciba de ello, ya que los que habitaban en nuestra vecindad,tenan tambin casi, todos el alma turbia y tocada por aquel obscurosentimiento cuya causa haba que buscarla en el largo invierno, en los peligrosde la montaa y en el aislamiento casi absorto con que estaban respecto al restodel mundo.

    Mis padres influyeron ampliamente en la formacin de mi ser. Mi madreme dio la inteligencia aplicada a la vida, un poco de confianza en Dios y un

    natural callado y taciturno. De mi padre hered un temor a las sbitasresoluciones, la incapacidad de economizar dinero y el arte de beber sindescanso, aunque esto ltimo no lo demostrara todava en aquella tierna edad.

    Aparte de los vicios y las cualidades de mis progenitores, tena los ojos y la bocade mi padre, y de mi madre la conformacin robusta de mi cuerpo, la fuerzafsica y el andar lento y pesado. De nuestra raza en general hered unacazurrera campesina bastante desarrollada, pero tambin el turbulento ser y lainclinacin a la melancola de los habitantes de las montaas.

    Pertrechado con ese carcter y vestido con unas ropas nuevas, emprendmi primera salida a la vida. Los aos pasados al amparo de la casa paterna nohaban sido infructuosos, pues aun hoy s escalar una montaa, andar diez

    horas sin descanso, remar una jornada entera o derribar a un hombre sin msayuda que mis brazos. Pero el trato con el mu