En El Balneario - Hermann Hesse

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    Herman Hesse, se aventur con frecuencia en el campo de la narracin

    autobiogrfica. En el balneario y Viaje a Nuremberg, demuestra cmo

    tambin la observacin y la experiencia pueden convertirse en vas de

    acceso a un mundo de ficcin. A un mundo tenuemente mgico, anclado, sinembargo, y firmemente, en la realidad, la insoslayable realidad, a la que se

    hace referencia incluso desde lo ms profundo del recuerdo.

    Suspendidas, pues entre la verdad y el sueo, son las reflexiones sobre el

    mundo, la vida cotidiana, la grandeza y le mezquindad de los seres

    humanos, el motivo principal de estas pginas de Hesse: pginas

    inolvidables, ejemplares, de un maestro que no admite comparaciones.

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    Hermann Hesse

    En el balneario

    ePub r1.0

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    Ttulo original:Kurgast - Die Nurnberger ReiseHermann Hesse, 1953Traduccin: Pilar Giralt GorinaRetoque de portada: JeSsE

    Editor digital: JeSsEePub base r1.0

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    NOTAS DE UN TRATAMIENTO EN BADEN

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    Dedicado a los hermanos

    Josef y Xaver Markwalder

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    un solitario por desgracia inteligente, que no necesita ser internado, de la familia delos esquizofrnicos. Mientras tanto, yo utilizo tranquilamente el derechoconsuetudinario de todos los hombres, incluidos los psiclogos, y proyecto no slosobre los hombres, sino tambin en las cosas y objetos que me rodean, s, hasta en elmundo entero, mi modo de pensar, mi temperamento, mis alegras y mis dolores. No

    me dejo robar el placer de considerar correctos y justificados mis pensamientos eideas, pese a que el mundo circundante intenta sin cesar convencerme de lo contrario;no me importa tener contra m a la mayora, y me inclino ms a darme la razn a mmismo que a ella, como en el caso de los grandes poetas alemanes, a quienes norespeto, amo y utilizo menos porque la gran mayora de alemanes actuales haga locontrario y prefiera los cohetes a las estrellas. Los cohetes son bonitos, los cohetesson encantadores, vivan los cohetes! Pero las estrellas! Unos ojos o un pensamientolleno de su sereno resplandor, lleno de su msica vibrante y universal oh, amigos,

    esto es algo muy diferente!Y mientras yo, pequeo poeta actual, emprendo la tarea de esbozar la estancia en

    un balneario, pienso en las muchas docenas de viajes y excursiones a balnearios quehan sido descritos por autores buenos y malos, y pienso con embeleso y veneracinen la estrella entre todos los cohetes, en la moneda de oro entre todos los billetes deBanco, en el ave del paraso entre todos los gorriones, en el viaje al balneario deldoctor Katzenberger; pero no por ello permito que este pensamiento aleje a miscohetes de la estrella y a mis gorriones del ave del paraso. Vuela, pues, gorrin mo!

    Asciende, mi pequea cometa!

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    En cuanto mi tren se detuvo en la estacin de Baden, en cuanto me ape delvagn con ciertas dificultades, el encanto de Baden se dej sentir. En pie sobre el

    hmedo suelo de cemento del andn, espiando la llegada del mozo del hotel, vi bajardel mismo tren en que yo llegara a tres o cuatro colegas citicos, claramentereconocibles como tales por la temerosa tensin del trasero, el paso inseguro y lasmuecas de dolor y desamparo con que acompaaban sus cautelosos movimientos.Cada uno de ellos tena su especialidad, su propia variedad de la dolencia, y porconsiguiente, su propio modo de caminar, de vacilar, de moverse, de cojear y tambinsus propias y especiales muecas, pero predominaba el denominador comn y losreconoc a la primera mirada como citicos, como hermanos, como colegas.

    Quienquiera que conozca las tretas del nervio citico, no por el libro de texto, sinopor propia experiencia, llamada por los mdicos sensacin subjetiva, las reconoceen seguida. Me qued quieto, contemplando a estas personas marcadas. Y he aqu quelas tres o cuatro teman peor cara que yo, se apoyaban con mayor firmeza en susbastones, contraan ms sus nalgas temblorosas, posaban en el suelo las suelas de suszapatos con ms miedo e indecisin que yo, como si todos sufrieran ms, fuesen mspobres, ms enfermos, ms dignos de lstima que yo, y esto me hizo un bienextraordinario y continu siendo durante mi cura en Baden un consuelo permanente e

    inagotable: el hecho de que a mi alrededor la gente cojeara, la gente caminarainclinada, la gente suspirara, fuera en sillas de ruedas y estuviera mucho ms enfermaque yo, y con muchos menos motivos para el buen humor y la esperanza! Yo habaencontrado ya en el primer minuto uno de los mayores misterios y hechizos de todoslos balnearios, y sorb mi descubrimiento con verdadera fruicin: la hermandad en elsufrimiento, el socios habere malorum.

    Y cuando abandon el andn y emprend una placentera y suave marcha por elcamino que conduca al valle del balneario, cada paso me confirm y acrecent la

    valiosa experiencia: los baistas aparecan por doquier, sentados con expresin decansancio y algo encorvados en bancos colocados sobre el csped o cojeando ycharlando en grupo. Pas una mujer en una silla de ruedas, con una sonrisa de fatigay una flor medio marchita en su mano enfermiza, y detrs de ella, empujndola, unaesplendorosa enfermera. Un caballero anciano sali de una de las tiendas en que losreumticos compran sus postales, ceniceros y pisapapeles (necesitan mucho de estosltimos y nunca pude averiguar la razn), y este anciano caballero que sali de latienda emple un minuto para cada escaln y contempl el camino que tena delantecomo un hombre cansado e inseguro contempla una difcil misin que le ha sidoimpuesta. Un hombre ms joven, con una gorra militar de color grisverde sobre la

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    hirsuta cabeza, se impulsaba hacia delante ayudado por dos bastones, enrgica ylaboriosamente. Ay, esos bastones, que aqu se vean por doquier, esos malditosbastones de enfermo con puntera de goma que se adheran al asfalto como ventosas!Cierto es que tambin yo usaba bastn, un delicado bastn de Malaca cuya ayuda meera muy valiosa; slo por necesidad hubiera prescindido de l, pero nadie me haba

    visto nunca con uno de esos tristes bastones de goma! S, era evidente y todos debanadvertir mi rapidez y agilidad al bajar por este agradable camino, mi aire juguetn alusar el bastn de Malaca, un puro elemento decorativo, un mero ornamento, lo pocoque se notaba en m la caracterstica de los enfermos de citica, esa temerosa tensindel muslo que yo apenas esbozaba, y en general mi forma airosa de bajar por estecamino, mi juventud y energa en comparacin con todos estos hermanos y hermanasms viejos, ms enfermos, ms dignos de lstima, cuya decrepitud se ofreca a lavista tan inconfundible y despiadadamente. Mi aprobacin y afirmacin de m mismo

    crecan a cada paso, me senta casi sano, por lo menos infinitamente ms sano quetodos estos pobres seres. Si estos cojos y semilisiados, estas gentes con bastn degoma esperaban curarse, si Baden poda ayudarlos incluso a ellos, entonces mipequea e incipiente dolencia desaparecera aqu como la nieve bajo el viento clidode las montaas, y el mdico descubrira en m a un ejemplar nico, a un fenmenoextremadamente agradecido, a un pequeo milagro de la curacin.

    Miraba amistosamente a estas estimulantes figuras, lleno de compasin ysimpata. De una pastelera sala ahora una mujer anciana que al parecer haba

    renunciado haca tiempo a la pretensin de ocultar sus achaques, no se permita elmenor movimiento reflejo, recurra a todos los alivios imaginables, a todas lasposibilidades de una musculatura auxiliar, y en consecuencia realizaba ejerciciosgimnsticos, se balanceaba y vacilaba abrindose paso por la calle como una morsa,slo que ms lentamente. Mi corazn la acogi con alegra, ensalc a la morsa yensalc a Baden y a mi buena suerte. Me vea rodeado de colegas y competidores alos que yo llevaba una gran ventaja. Qu buena idea haber venido aqu tan a tiempo,en la primera fase de una ligera citica, a los primeros y dbiles sntomas de unaincipiente gota! Me volv, apoyado en mi bastn, y durante largo rato segu con lamirada a la morsa, lleno de ese conocido sentimiento de bienestar que nos demuestraque el lenguaje an no ha encontrado expresiones para ciertos estados psquicos, pueselementos lingsticos contrastantes como satisfaccin en el mal ajeno y compasinestn aqu ntimamente ligados. Dios mo, pobre mujer! Hasta qu extremos podauno llegar!

    Pero ni siquiera en este momento entusiasta de vitalidad renovada, ni tampocodurante la dulce euforia de esta hora feliz callaron del todo en mi interior aquellasvoces inoportunas que omos tan de mala gana y que tanto necesitamos, las voces dela razn, y ellas me hicieron notar, en su tono tranquilo, fro y desagradable, que la

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    fuente de mi consuelo era un completo error, un mtodo falso, que yo, el literato decojeo insignificante que apenas se apoyaba en su bastn de Malaca, al compararmeagradecido con todas las figuras desgarbadas y de cojeo pronunciado, olvidaba teneren cuenta la interminable escala de sntomas que exista ms all de mi persona y nome fijaba en absoluto en las figuras que eran ms jvenes, ms giles, ms robustas y

    ms sanas que yo. Mejor dicho, me fijaba en ellas, pero me negaba a introducirlas enla comparacin, y durante los dos primeros das llegu a estar primitivamenteconvencido de que todas aquellas personas que paseaban sin bastn, sin un cojeoperceptible y con rostros satisfechos no eran en modo alguno hermanos y colegas, noeran baistas y competidores, sino habitantes sanos y normales de la ciudad. El hechode que pudiera haber enfermos de citica que caminasen sin bastn y sinmovimientos convulsivos, de que hubiera muchos artrticos en los cuales nadie nisiquiera un psiclogo, pudiera advertir su dolencia al verles pasar por la calle, de que

    yo, con mi paso ligeramente deformado y mi bastn de Malaca, no estuviera enabsoluto en las primeras e inofensivas fases de un trastorno del metabolismo, de queno slo inspirara la envidia de los autnticos cojos y lisiados sino tambin lacompasin burlona de numerosos colegas a los cuales serva de morsa y de consuelo,en resumen, el hecho de que yo, con mi atenta observacin y comparacin de losgrados de la dolencia, no estuviera realizando una investigacin objetiva sinohacindome ilusiones optimistas, fue algo que no comprend hasta pasados variosdas de un modo lento e inevitable.

    Pues bien, sabore a conciencia la felicidad del primer da, me entregu a orgasde ingenua inseguridad en m mismo, y no me arrepiento de ello. Atrado por lasfiguras de mis colegas baistas, de mis hermanos ms enfermos, halagado por la vistade todas las personas que cojeaban, movido a una alegre compasin y a una piadosacomplacencia por cada silla de ruedas que se cruzaba en mi camino, bajaba yo a pasolento por la carretera, esta carretera tan cmoda y tan sabiamente trazada por la quese conduce hasta los baos a los huspedes llegados a la estacin, y que con curvassuaves y pendiente agradable y uniforme lleva a los antiguos baos y all, como unro que se infiltra, se pierde ante la entrada del balneario. Lleno de esperanzas ybuenos propsitos me iba aproximando al Heiligenhof, donde tena intencin dealojarme. Era cuestin de resistir aqu de tres o cuatro semanas, baarme diariamente,pasear cuanto me fuera posible y alejar de m toda emocin y preocupacin. Quizllegara a ser algo montono de vez en cuando, no transcurrira sin aburrimiento,porque aqu se impona lo contrario de la vida intensiva, y para m, el viejo solitario aquien repugna la vida gregaria de los hoteles, significara vencer algunos obstculos yrealizar no pocos esfuerzos. Pero no caba duda de que esta vida nueva y totalmenteinslita para m contendra tambin, pese a sus aspectos algo burgueses e inspidos,experiencias alegres e interesantes, pues acaso no me haca verdadera falta, tras aos

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    habitacin contigua, que de modo nefasto se encuentra en la mayora de estashabitaciones, casi siempre consciente de su perverso papel y por ellovergonzosamente oculta tras una cortina! Con qu dolor y resignacin levantamos lavista hacia el techo enjalbegado, que en el momento de la inspeccin siempre ofreceuna sonrisa hueca y maligna y que despus, por la noche y por la maana, retumba

    con los pasos de los huspedes del piso superior, ay, y no slo con los pasos, que porser conocidos no son los enemigos peores! No, sobre esta superficie blanca einofensiva resuenan a la hora de la fatalidad, como tambin a travs de las delgadaspuertas y paredes, ruidos y vibraciones inesperadas, botas y bastones que caen alsuelo, golpes fuertes y rtmicos (que indican los prescritos ejercicios gimnsticos),sillas derribadas, un libro o un vaso que resbala de la mesilla de noche, el traslado demaletas y muebles. Y adems las voces, las conversaciones o los monlogos, lastoses, las risas, los ronquidos! Y por si esto fuera poco, lo peor de todo, los sonidos

    desconocidos e inexplicables, todos esos rumores inslitos y fantasmales que nosabemos interpretar, cuyo origen y posible duracin no podemos prever, todos esosgolpes y crujidos, pataleos, chasquidos, murmullos, resoplidos, libaciones, suspiros,chirridos, picoteos, hervores, slo Dios sabe qu orquesta invisible puedeocultarse en los pocos metros cuadrados de una habitacin de hotel!

    As pues, la eleccin de un dormitorio es para nosotros una empresa en extremodelicada, importante y hasta casi imposible, hay que pensar en veinte cosas a la vez,en cien posibilidades. En una habitacin hay armario de pared, en otra hay

    calefaccin, en la tercera, un tocador de ocarina puede ser la fuente de sorpresasacsticas. Y como se sabe por experiencia que en ninguna habitacin del mundo esposible determinar la existencia de la tan ansiada paz que nos garantice el sueo,como la habitacin de aspecto ms tranquilo puede ocultar sorpresas (acaso no habavivido ya en un solitario cuarto para la servidumbre en el quinto piso, a fin deasegurarme de que ningn vecino alterara mi paz, para encontrar, en vez de unruidoso coetneo, una buhardilla infestada de ratas?), no sera mejor acabarrenunciando a toda eleccin, tirarse sencillamente de cabeza en brazos del destino ydejar decidir a la casualidad? En lugar de atormentarse y afligirse, slo para rendirsea lo inevitable pocas horas despus, triste y decepcionado, no sera ms inteligentedar carta blanca al ciego azar y aceptar la primera habitacin que nos ofrecen? S, nohay duda de que sera ms inteligente. Sin embargo, no lo hacemos, o lo hacemosmuy raramente, porque si la inteligencia y la evitacin de emociones dirigieran todosnuestros actos, cmo sera nuestra vida? Acaso ignoramos que nuestro destino esinnato e ineludible, y pese a ello nos aferramos esperanzados a la ilusin de laeleccin, del libre albedro? No podra cada uno de nosotros, cuando elige al mdicopara su enfermedad, su profesin y lugar de residencia, su amante o su novia, dejarlotodo, tal vez con mayor xito, a la pura casualidad, cuando, por el contrario, opta por

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    la eleccin y dedica a todas estas cosas gran cantidad de pasin, de esfuerzos, deinquietudes? Quiz lo hiciera ingenuamente, con entusiasmo infantil, creyendo en supoder, convencido de que puede influenciar al destino; pero tambin es posible quellegue a hacerlo con escepticismo, profundamente convencido de la inutilidad de susesfuerzos, pero igualmente convencido de que la accin, las ambiciones, la eleccin y

    el sufrimiento son ms hermosos, vibrantes, decorosos o al menos divertidos que noinmovilizarse en una pasividad resignada. Pues bien, del mismo modo acto yo,demente buscador de habitacin, cuando pese al profundo convencimiento de lainutilidad y absurda insensatez de mi proceder me enfrasco cada vez en largasnegociaciones sobre la eleccin de mi cuarto, investigando concienzudamente lacuestin de vecinos, puertas, puertas dobles, y todo lo imaginable. Es un juego, undeporte para m el entregarme cada vez en esta cuestin insignificante y vulgar a lailusin y a ficticias reglas de juego, como si asuntos de esta ndole merecieran una

    actuacin lgica. Mi comportamiento es tan inteligente o tan insensato como el de unnio al comprarse golosinas o el de un jugador que basa sus apuestas en clculosmatemticos. Sabemos perfectamente que en tales situaciones estamos en manos dela casualidad, y ello no obstante actuamos, por profunda necesidad espiritual, como sila casualidad no existiera y todo en este mundo dependiera de nuestra razn y nuestrogobierno.

    Por consiguiente, hablo largo y tendido con la amable seorita acerca de las cincoo seis habitaciones disponibles. Me entero de que junto a una de ellas vive una

    violinista que practica diariamente durante dos horas; esto ya es algo positivo, slo setrata de dirigir mi eleccin hacia el lado ms opuesto del cuarto y del piso en que estsituado. Por otra parte, en lo referente a las posibilidades acsticas del hotel gozo deuna sensibilidad y percepcin que ojal poseyeran muchos arquitectos. En suma, hicelo necesario, lo sensato, obr cuidadosa y minuciosamente, como ha de obrar unhombre nervioso en la eleccin de su dormitorio, con el resultado habitual que podraformularse as: No sirve absolutamente de nada y es seguro que en esta habitacintendr las mismas aventuras y decepciones que en otra cualquiera, pero por lo menoshe cumplido con mi deber, me he esforzado, y el resto lo dejo en las manos de Dios.Y simultneamente, como siempre en tales casos, habl otra voz, ms baja, en lasprofundidades de mi ser: No hubiera sido mejor dejarlo todo en manos de Dios yrenunciar a esta comedia?. O la voz, como siempre, y al mismo tiempo no la o, ycomo de momento estaba de muy buen humor, todo se desarroll de modo agradable,vi con satisfaccin cmo desapareca mi maleta en el nmero 65 y pas de largo,porque era la hora de mi cita con el mdico.

    Y, oh, sorpresa!, tambin aqu me fue bien. Ahora ya puedo confesar que estavisita me asustaba un poco, no porque temiera un diagnstico pesimista, sino porquepara m los mdicos pertenecen a la jerarqua espiritual, porque concedo al mdico un

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    rango elevado y porque soporto con dificultad una decepcin causada por l, mientrasque la tomo muy a la ligera si proviene de un empleado de banca o de ferrocarril, eincluso de un abogado. Espero del mdico, sin saber muy bien por qu, un resto deaquel humanismo al que pertenece el conocimiento del griego y el latn y ciertapreparacin filosfica, y que ya no es necesario en la mayora de profesiones de la

    vida actual. En este aspecto, y pese a estar lleno de entusiasmo por lo nuevo yrevolucionario, soy totalmente retrgrado, exijo cierto idealismo de las esferas altas yeducadas, cierta disposicin a la comprensin y al dilogo que est muy por encimade las ventajas materiales, en suma, un poco de humanismo, aunque s que estehumanismo ya no existe realmente y que incluso sus indicios no se encontrarndentro de poco ms que en los museos de cera.

    Tras una corta espera fui introducido en una habitacin muy bonita y amuebladacon gusto que inmediatamente me inspir confianza. El mdico entr por la puerta de

    un aposento contiguo donde se haba lavado las manos; su rostro inteligente prometacomprensin, y nos saludamos como dos boxeadores civilizados, con un apretn demanos antes del combate. Iniciamos la pelea cautelosamente, estudindonos el uno alotro, probando con vacilacin los primeros golpes. An estbamos en terreno neutral,nuestra disputa trataba del metabolismo, la alimentacin, la edad y enfermedadesanteriores, y pareca totalmente inofensiva; slo al decir palabras aisladas se cruzabannuestras miradas, dispuestas a la lucha. El mdico tena en su paleta algunasexpresiones del lenguaje secreto de la medicina que yo slo poda descifrar de modo

    aproximado, pero que adornaban mucho su disertacin y reforzaban sensiblemente suposicin con respecto a m. En todo caso, a los pocos minutos comprend conclaridad que de este mdico no haba por qu tener aquella horrible decepcin que laspersonas como yo encuentran penoso en los mdicos: tropezar, tras una atractivafachada de inteligencia e instruccin, con una dogmtica rgida cuya primera frasepostula que el modo de pensar, el criterio y la terminologa del paciente sonfenmenos subjetivos que para el mdico son de un valor puramente objetivo. No,ahora trataba con un mdico por cuya comprensin tena sentido luchar, que no sloera inteligente como caba esperar, sino tambin sabio hasta un grado imposible dedeterminar al principio, pero lo suficiente para captar la relatividad de todos losvalores espirituales. Entre personas cultas y discretas ocurre a cada momento quecada uno de ellos reconoce la mentalidad, el lenguaje, la dogmtica y la mitologa delotro como un mero intento subjetivo, un mero y fugaz smil. Pero el hecho de quecada uno de ellos reconozca lo propio en s mismo y conceda tanto a s propio como asu enemigo el derecho a ser, pensar y hablar como le dicte su conciencia, el hecho,por consiguiente, de que dos personas intercambien ideas entre s y no olviden ni porun momento la fragilidad de sus herramientas, la ambigedad de todas las palabras, laimposibilidad de una expresin verdaderamente exacta, y tambin, en consecuencia,

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    la necesidad de una entrega intensiva, de una sinceridad mutua y una caballerosidadintelectual, esta situacin hermosa, que debera ser natural entre dos seres capaces depensar, se produce tan raramente que saludamos con ardor cualquier aproximacin,cualquier realizacin aunque sea parcial. Y entonces, hallndome frente alespecialista de enfermedades del metabolismo, vislumbr algo parecido a la

    posibilidad de semejante comprensin e intercambio.El examen, pendientes an los resultados del anlisis de sangre y las radiografas,

    fue alentador: corazn normal, respiracin excelente, presin arterial muy aceptable;en cambio existan los signos inconfundibles de la citica, principios de artritis y unestado algo defectuoso de toda la musculatura. Se produjo una pequea pausa ennuestra conversacin mientras el mdico volva a lavarse las manos.

    Como era de esperar, en este momento se introdujo el cambio, el terreno neutralfue abandonado y mi interlocutor pas a la ofensiva con la frase cuidadosamente

    acentuada y en apariencia indiferente:No cree usted que sus dolencias puedan tener en parte una causa psquica?Lo esperado, lo sabido con antelacin se produca por fin. El diagnstico objetivo

    no encontraba justificacin para mis diversos males, exista un sospechoso exceso desensibilidad, mi reaccin subjetiva a los dolores de la gota no corresponda a lanormal prevista, yo deba ser considerado un neurtico. Pues bien, a la lucha!

    Con idntica cautela y como de paso, expliqu que no crea en estados y doloresdeterminados psquicamente, que en mi biologa y mitologa personal lo

    psquico no era una especie de factor derivado de lo fsico, sino la fuerza primaria,y que yo, por consiguiente, consideraba todos los estados vitales, todos lossentimientos de bienestar y dolor, todas las enfermedades, todos los accidentes y lamuerte como psquicos, como nacidos del alma. Cuando tengo nudos de artritis en lasarticulaciones de los dedos, es mi alma, es el venerable principio vital, el Algo quehay en m lo que se expresa con material plstico. Cuando el alma sufre, puedeexpresarse de muy diversas maneras, y lo que en uno se presenta como cido rico yprepara la disgregacin de suyo, en otro cumple el mismo objetivo bajo la forma dealcoholismo, y en un tercero se condensa en un trozo de plomo que sbitamentepenetra en su crneo. Entonces admit que la misin del mdico ha de limitarse en lamayora de los casos a buscar los cambios materiales, o sea secundarios, y lucharcontra ellos con medios igualmente materiales.

    Aun ahora contaba yo con la posibilidad de que el mdico no me comprendiera.Por supuesto que no me dira: Seor mo, lo que usted dice es una idiotez, pero talvez me dedicara una sonrisa demasiado indulgente, pronunciara una palabra banalsobre la influencia de los estados anmicos, especialmente en un alma de artista, y eraposible que adems aadiera la palabra fatal imponderables. Esta palabra es unapiedra de toque, una delicada balanza para cocientes intelectuales, que el cientfico

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    medio ya ha convertido en imponderable. Utiliza esta cmoda palabra siempre quese trata de medir y describir las expresiones vitales, para las cuales los aparatos demedicin existentes son demasiado burdos y la disposicin y capacidad del oradordemasiado pequea. El fsico no suele saber mucho, no sabe, por ejemplo, que paralos valores fugaces y elusivos, que l llama imponderables, hay mtodos de medicin

    y expresin antiguos y muy refinados fuera del mbito de las ciencias fsicas ynaturales, y que tanto Toms de Aquino como Mozart, cada uno en su lenguaje, nohan hecho otra cosa que sopesar con inaudita precisin estos llamadosimponderables. Poda yo esperar de un mdico de balneario, aunque fuese un fnixen su campo, esta delicada sabidura? Sin embargo, la esperaba de l, y, oh,sorpresa!, no sufr una decepcin. Me comprendi. El hombre reconoci que no veaen la ma una dogmtica extraa, sino un juego, un arte, una msica en los que ya nocaba ergotismo ni discusin, slo asentimiento o negativa. Y no neg nada, me

    comprendi y reconoci, no como poseedor de la razn, naturalmente, lo cual no soyni quiero ser, sino como un hombre que busca, que piensa, como una antpoda, comoun colega de otra facultad, muy apartada de la suya, pero igualmente vlida.

    As, mi buen humor, acrecentado ya por el visto bueno de mi presin arterial yrespiracin, subi hasta el grado mximo. Ya no me importaba lo que ocurriera con lalluvia, mi citica o el tratamiento, no estaba en manos de los brbaros, me hallabafrente a un hombre, un colega, de mentalidad elstica, diferente! No es que yohubiese contado con hablar con l largo y tendido, con dilucidar con l todos mis

    problemas. No, esto no era necesario, slo una posibilidad agradable; me bastaba queel hombre a quien consentira en obedecer durante un tiempo y a quien debaconfiarme, poseyera a mis ojos la suficiente madurez humana. No importaba que elmdico me considerase hoy un paciente intelectualmente inquieto, pero, pordesgracia, un poco neurtico; llegara el da en que lograra abrir los pisos superioresde mi estructura y mi autntico credo, mi ms ntima filosofa, que entablaran unacompeticin amistosa con los suyos. Quiz incluso ganara terreno mi teora delneurtico, basada en Nietzsche y Hamsun, aunque esto no me importaba mucho. Elcarcter neurtico visto, no como enfermedad, sino como un proceso de sublimacindoloroso pero altamente positivo, la idea era bonita. Sin embargo, me pareca msimportante vivirla que formularla.

    Satisfecho y provisto de numerosas instrucciones para el tratamiento, me despeddel mdico. La hoja que me guard en la cartera y cuyas prescripciones debaempezar a seguir maana a primera hora, me recomendaba muchas cosas saludables ydivertidas: baos, cura de aguas, diatermia, lmpara de cuarzo, gimnasia teraputica.Estaba claro que no me quedara mucho tiempo para el aburrimiento.

    El hecho de que la velada de mi primer da de balneario transcurriera de modohermoso y amable y alcanzara su culminacin, se lo debo al dueo de mi hotel. La

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    cena, que ante mi asombro result ser un banquete de gran estilo, se compuso deplatos tan agradables para el paladar y que yo no probaba desde haca aos comognocchicon hgado de pollo, estofado irlands y helado de fresa. Ms tarde me sentcon mi anfitrin ante una robusta mesa de nogal y una botella de vino tinto, y nuestraanimada conversacin en la hermosa y antigua cervecera me depar el gozo de

    encontrar un eco en un hombre desconocido, de otra procedencia, otra profesin,otras ambiciones y otro modo de vida, el gozo de poder participar en suspreocupaciones y alegras y el de ver compartidas por l muchas de mis opiniones.No nos cantamos mutuamente ningn himno, pero no tardamos en hallar puntos devista comunes y nos hablamos el uno al otro con la franqueza que fcilmente seconvierte en simpata.

    Durante un corto paseo antes de irme a dormir vi las estrellas reflejadas en loscharcos de lluvia y vi dos viejos rboles extraordinariamente hermosos en la orilla del

    ro, cuyas aguas rumoreaban con estrpito bajo el viento nocturno. Los rbolesseguiran siendo hermosos por la maana, pero en este momento tenan la bellezamgica e irrepetible que procede de nuestra propia alma y que, segn los griegos,slo resplandece en nosotros cuando Eros nos ha dirigido su mirada.

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    UN DA CUALQUIERA

    Al disponerme a describir el curso habitual de un da de balneario, elijo paramayor equidad un da del montn, un da sin carcter extremo, un da normal de sol y

    nubes, sin acontecimientos especiales en el exterior ni presagios o hechizosespeciales en el interior. Porque aqu existen, como es natural, y no slo para literatosnerviosos, sino para el conjunto de citicos, sea cual fuere la fase de su tratamiento,das llenos de achaques y depresiones y das suaves y ligeros, llenos de bienestar y deesperanza renovada, das en que damos brincos y das en que nos arrastramos,angustiados o permanecemos en la cama, perdida toda esperanza.

    Pero por mucho que me esfuerce en la descripcin de un da cualquiera, de un danormal y corriente, no podr ahorrarme una confesin que me resulta penosa, porque

    cualquier da, incluso un da de balneario, empieza con una maana. Probablementese trata de mi mayor vicio y deficiencia, el sueo difcil, y no cabe duda de quecorresponde en todos los aspectos a mi modo de ser, mi filosofa, mi temperamento ymi carcter el hecho de que nunca s cmo enfocar esa maana ensalzada por tantos ytan maravillosos poemas. Es una vergenza y me cuesta confesarlo, pero, qusentido tendra escribir si no existiera el propsito de decir la verdad? La maana, esahora famosa de frescura, iniciacin, impulso joven y alegre, es fatal para m, penosa ymolesta; no nos gustamos mutuamente. Esto no quiere decir que me falte

    comprensin, sensibilidad frente a ese resplandeciente gozo matutino que suena tanclaro y evocador en muchas poesas de Eichendorff y Mrike; encuentro potica lamaana en versos, pinturas y tambin en el recuerdo, y desde la infancia nunca me haabandonado una vaga remembranza del fresco aire matutino, aunque hace ya muchosaos que ni una sola maana me ha inspirado alegra. Incluso en la alabanza msarmoniosa que conozco del aire fresco de la maana, la composicin de Wolf sobreun verso de Eichendorff, La maana es mi alegra, oigo sonar a lo lejos una notafalsa, pues por muy maravillosamente que suene, y por mucho que me convenza el

    nimo matutino de Eichendorff, me es imposible creer del todo en la alegra de HugoWolf, y encuentro su glorificacin de la maana melanclica, nostlgica y pocosentida. Todo lo que hace de mi vida un problema difcil y precario, s, inclusopeligroso, habla en voz ms alta por la maana, se me presenta con proporcionesexageradas. Todo lo que vuelve mi vida dulce, hermosa y extraordinaria, toda lagracia, todo el encanto, toda la msica, se aleja de m por la maana y casi se pierdede vista, casi se convierte en una saga o una leyenda. De la tumba poco profunda quees mi sueo, superficial, breve y con frecuentes interrupciones, me levanto sin elmenor asomo de un sentimiento de resurreccin, aturdido, cansado, pusilnime, sinninguna proteccin ni coraza contra el mundo circundante, que comunica todos sus

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    ruidos y oscilaciones a mis sensibles nervios matutinos como a travs de un potentemegfono. La vida no vuelve a ser tolerable y buena hasta el medioda y la tarde y lanoche llegan a ser en los das felices incluso maravillosas, resplandecientes, flotantes,baadas por una luz tenue, llenas de ley y armona, de hechizo y de msica, y medesquitan sobradamente de mil horas malas.

    Dir eventualmente en otro lugar por qu la falta de sueo y esta desazn matinalme parecen no slo una enfermedad sino tambin un vicio, por qu me avergenzo deellas y, sin embargo, siento que as debe ser, que no debo negarlas ni olvidarlas nicurarlas desde fuera porque las necesito como impulso y aguijn siempre renovadopara mi propia vida y su misin.

    El da en el balneario de Baden tiene para m una ventaja sobre los das de la vidaordinaria: durante el tratamiento, todos los das empiezan con un deber importante yprimordial, y este deber es fcil e incluso agradable de cumplir. Me refiero al bao.

    Cuando me despierto por la maana, no importa la hora que sea, mi primera y msimportante ocupacin no es algo fastidioso, no es vestirme ni hacer gimnasia niafeitarme ni leer el correo, sino el bao, una tarea tranquila, cmoda y sindificultades. Con una ligera sensacin de mareo me incorporo en el lecho, pongo denuevo en movimiento las piernas entumecidas con algunos ejercicios cautelosos, melevanto, me echo la bata sobre los hombros y camino lentamente por la penumbra delpasillo silencioso hasta el ascensor, que me conduce al stano donde se encuentranlas celdas de bao. Aqu abajo se est muy bien. Bajo las bvedas de piedra, muy

    antiguas, que resuenan suavemente, reina siempre un calor tibio y maravilloso puespor doquier brota el agua caliente de los manantiales; la sensacin clida y agradablede estar en una cueva me sobrecoge aqu todos los das, como cuando de nio meconstrua una cueva con una mesa, dos sillas y una sbana o alfombra. En la celdaque tengo reservada me espera la pila hundida en el suelo, llena del agua caliente quebrota sin cesar del manantial, entro en ella lentamente, bajando dos escalones depiedra, doy la vuelta al reloj de arena y me sumerjo hasta la barbilla en el aguabienhechora, que huele ligeramente a azufre. Muy por encima de m, por una ventanade cristales mate, se filtra hasta la bveda de can de mi celda, que me recuerdamucho una celda conventual, la luz tenue del da; all arriba, un piso sobre mi cabezay detrs del vidrio opalino, el mundo parece remoto y lechoso, ninguno de sus ruidosllega hasta m. Y a mi alrededor flota el calor del agua misteriosa, que mana desdehace mil aos de desconocidos hornos de la tierra y fluye en mi bao con chorrodelgado y continuo. Se me ha recomendado que mueva mucho en el agua todos mismiembros y realice ejercicios gimnsticos y de natacin. Obedezco dcilmentedurante unos minutos, pero luego me quedo inmvil, cierro los ojos y casi me duermomientras contemplo la lenta e incesante lluvia de arena del reloj.

    Una hoja marchita, barrida por el viento a travs de la ventana, una hoja pequea

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    de un rbol cuyo nombre no se me ocurre, yace al borde de mi baera. La observo,leo la escritura de sus nervios y venas, respiro la notable advertencia de la caducidad,ante la cual temblamos y sin la cual, no obstante, nada sera hermoso. Maravilloso elmodo en que la belleza y la muerte, el placer y la caducidad se desafan ycondicionan mutuamente! Veo claramente en mi torno y en mi interior, como si fuera

    algo material, la frontera entre la naturaleza y el espritu. Del mismo modo que lasflores son caducas y hermosas, y el oro imperecedero y aburrido, tambin son todoslos movimientos de la vida natural caducos y hermosos, e imperecedero y aburrido elespritu. En este momento lo rechazo, no lo veo en absoluto como vida eterna, sinocomo muerte eterna, como algo inmvil, estril, informe, que slo puede adquirirforma y vida mediante el abandono de su inmortalidad. El oro debe convertirse enflor, el espritu en cuerpo y alma para poder vivir. No, en esta tibia hora de la maana,entre un reloj de arena y una hoja marchita, no quiero saber nada del espritu que en

    otros momentos soy capaz de venerar; quiero ser caduco, quiero ser nio y flor.Y tras media hora de flotar en el caliente raudal, el momento de ponerme derecho

    me ratifica que soy caduco. Toco el timbre para que venga el enfermero que acude yme prepara una toalla recin calentada. Y ahora salgo del agua y la sensacin decaducidad me recorre todos los miembros, pues estos baos fatigan mucho, y cuandoquiero levantarme despus de un bao de treinta o cuarenta minutos, las rodillas y losbrazos me obedecen con lentitud. Una vez fuera de la pila, me echo la toalla sobre loshombros, quiero secarme con fuerza, hacer un par de movimientos enrgicos para

    reanimarme, pero no puedo, me desplomo en la silla, me siento un viejo dedoscientos aos y tardo mucho rato en poder levantarme, ponerme de nuevo lacamisa y la bata y echar a andar.

    Camino lentamente, con rodillas dbiles, bajo las silenciosas bvedas; detrs delas puertas de algunas celdas el agua susurra, fluyendo hacia el manantial de azufreque, bajo cristal y entre rocas amarillentas, hierve y burbujea. Acerca de estemanantial se cuenta una historia enigmtica. En el borde de su cuenca rocosa haysiempre dos vasos de agua a disposicin de los huspedes, o mejor dicho, ya que enesto consiste precisamente la historia, los vasos no estn y los huspedes, al acudirsedientos al manantial, deben rendirse a la evidencia de que ambos vasos handesaparecido una vez ms. Entonces menean la cabeza, en la medida que puedehacerlo un husped del bao, llaman a un empleado, aparece un camarero, un mozo,una doncella o el ascensorista, y todos menean igualmente la cabeza y nocomprenden dnde pueden haber ido a parar estos misteriosos vasos. A toda prisallegan cada vez con otro vaso, el husped lo llena, lo apura, lo coloca sobre la roca yse va, y cuando vuelve al cabo de dos horas para beber otro sorbo, el vaso ha vuelto adesaparecer. Los empleados, para quienes esta enigmtica historia de los vasossignifica un fastidio y mucho trabajo adicional, tienen todos su propia explicacin

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    para la desaparicin de los vasos, pero ninguna de ellas es del todo convincente. Elascensorista, por ejemplo, opina ingenuamente que los huspedes se llevan los vasosa su habitacin. Como si las camareras no pudieran encontrarlos all todos los das!En suma, el asunto an no ha sido aclarado, y yo tuve que ir ocho o diez veces enbusca de un vaso. Teniendo en cuenta que en nuestro hotel hay unos ochenta

    huspedes y que estos baistas son personas serias y de cierta edad, aquejadas de gotay reumatismo, que no se dedicaran a robar vasos, he de suponer que o bien se tratade un coleccionista patolgico o de un ser infrahumano, un demonio o un dragn delmanantial, que se lleva los vasos tal vez para castigar a los hombres por laexplotacin del manantial, y quiz algn da una persona nacida con buena estrellaencontrar en las bvedas del stano la entrada de un pozo escondido donde habrverdaderas montaas de vasos, pues segn mis minuciosos clculos, en un solo aodeben desaparecer por lo menos dos mil.

    En este manantial me lleno yo ahora un vaso y bebo el agua caliente con placer.Casi siempre vuelvo a sentarme y despus me resulta difcil decidirme a emprenderde nuevo la marcha. Me arrastro hasta el ascensor, con el cerebro lleno de ideasagradables sobre el deber cumplido y el descanso bien ganado, pues con el bao y elvaso de agua he obedecido efectivamente las prescripciones ms importantes del da.Sin embargo, todava es temprano, todo lo ms las siete o las siete y media, an faltanmuchas horas para el medioda, y lo dara todo, si conociera el hechizo apropiado, portransformar las horas de la maana en horas vespertinas.

    En todo caso y por lo pronto vuelven a acudir en mi ayuda las reglas deltratamiento, que despus del bao me ordenan meterme de nuevo en cama. Estoconviene mucho a mi sooliento cansancio, pero a esta hora ya hace rato que hacomenzado la vida en el hotel, el suelo cruje bajo los pasos apresurados de lasdoncellas y camareras que sirven los desayunos, y las puertas se abren y cierran conestrpito. Ya es imposible pensar en dormir, si no es por unos minutos, ya que no sehan inventado todava las antfonas que protejan realmente el despierto y refinadoodo del insomne.

    Pese a ello es agradable acostarse de nuevo, cerrar de nuevo los ojos y no pensartodava en la serie de actos necios que nos exige la maana: la necedad de vestirse, lanecedad de afeitarse, la necedad de anudarse la corbata, de decir buenos das, de leerel correo, de decidirse por alguna actividad, de reanudar toda la mecnica de la vida.

    Mientras tanto contino tendido en la cama, oigo a mis vecinos de habitacin rer,lamentarse, gargarizar, oigo sonar el timbre del pasillo y correr al personal, y prontome convenzo de que es intil seguir aplazando lo inevitable. Arriba, pues, pajarito, acomer! Me levanto, me lavo, me afeito, ejecuto todas las complicadas evolucionesnecesarias para ponerme la ropa y calzarme los zapatos, me estrangulo con el cuellode la camisa, meto el reloj en el bolsillo del chaleco, me adorno con las gafas, todo

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    con la sensacin del presidiario que conoce desde hace dcadas el orden de estosactos obligatorios y sabe que esto durar mientras l viva, que nunca tendr fin.

    A las nueve aparezco en el comedor, husped plido y silencioso, me siento antemi pequea mesa redonda, saludo sin palabras a la bonita y alegre muchacha que metrae el caf, unto un panecillo con mantequilla y me meto otro en el bolsillo, abro los

    sobres que estn sobre la mesa, engullo el desayuno, guardo las cartas en el bolsillode la chaqueta, veo en el pasillo a un husped que se aburre y desea charlar conmigo,por lo que me sonre ya desde lejos, e incluso empieza a hablar, para colmo enfrancs, y yo lo esquivo corriendo, murmuro perdn y me precipito a la calle.

    Aqu, en el jardn del balneario o en el bosque consigo el deseado aislamiento queme permite vencer totalmente a la maana. A veces logro trabajar, es decir, sentadoen un banco de espaldas al sol y a la gente, escribir las ideas que an no me hanabandonado desde la noche anterior. En general me dedico a pasear, y entonces me

    alegro de llevar el panecillo en el bolsillo, pues una de mis mejores alegras matutinas(la expresin es exagerada) consiste en desmigajar el pan y alimentar con l a losnumerosos paros y pinzones. Al hacerlo no me acuerdo de que en Alemania, a pocoskilmetros de aqu, no hay pan blanco como ste ni en la mesa de la gente rica, y deque miles de personas carecen totalmente de pan. Niego a este pensamiento tanprximo la entrada en mi conciencia, y a menudo esta negativa me cuesta un granesfuerzo.

    Bajo el sol o la lluvia, trabajando o paseando, consigo de algn modo liquidar la

    maana, y entonces llega el momento culminante del da en el balneario, el almuerzo.Puedo asegurar que no soy ningn glotn, pero esta hora es solemne e importanteincluso para m, que conozco los goces del espritu y l ascetismo. Pero este puntoexige una consideracin ms detenida.

    Como ya he apuntado en el prlogo, es propio del temperamento y modo depensar del reumtico y artrtico maduro barruntar la imposibilidad de comprender elmundo de forma Rectilnea, respetar las antinomias y ver la necesidad de contrastes ycontradicciones. La vida en el balneario de Baden, siempre sin rozar sus profundasimplicaciones filosficas, da expresin a muchas de estas contradicciones conadmirable eficacia. Aqu podra encontrarse gran nmero de tales smiles, pero yo,eligiendo algo muy banal, pondr como ejemplo los numerosos bancos que en Badenestn colocados por doquier: invitan a sentarse y descansar a todos los baistas defrecuente fatiga y piernas inseguras, los cuales aceptan gustosos tan amableinsinuacin. Pero apenas un minuto despus de sentarse, el baista, horrorizado, sepone en pie de un salto, pues el filantrpico constructor de todos estos bancos, unprofundo e irnico filsofo, ha hecho los asientos de hierro, y el citico que se sientaen ellos nota una aniquiladora frialdad en la parte ms sensible de su cuerpo enfermo,de la que el instinto le impulsa a escapar inmediatamente. El banco le recuerda as su

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    necesidad de descanso, y un minuto despus le advierte con idntica claridad que elmovimiento es la fuente de la vida y que las articulaciones anquilosadas necesitanms ejercicio que reposo.

    Pueden encontrarse muchos ejemplos como ste. Pero el espritu de Baden, quesiempre se mueve en anttesis, tiene su expresin ms monumental en el comedor, a

    las horas de comer y cenar. En l se sientan docenas de personas enfermas, todas lascuales han trado consigo su gota o su citica, todas ellas venidas a Baden con elexclusivo propsito de hallar una posible cura para su males. Cualquier filosofaprctica, sencilla y puritana aconsejara encarecidamente a estos enfermos y baistas,apoyndose en claras y sencillas enseanzas de la qumica y la fisiologa, unaalimentacin espartana, sin carne y sin alcohol, cuando no una cura de ayuno. Sinembargo, en Baden no se piensa con tanta sencillez y parcialidad, sino que Baden esdesde hace siglos tan famoso por su cura de aguas como por su exquisita y oppara

    cocina, y es un hecho que en el pas hay pocos hoteles y fondas donde la gente comatan bien y con tanta abundancia como en Baden los enfermos del metabolismo. Allse mojan con Dezaley los jamones ms delicados y con Burdeos los ms lujososSchnitzel, entre la sopa y el asado se sirve la ms sabrosa trucha y a los suculentosplatos de carne siguen maravillosos pasteles, budines y cremas.

    Autores anteriores han intentado explicar de diversas maneras esta antiqusimapeculiaridad de Baden. Comprender y aprobar la alta cocina local es fcil: cada unode los mil baistas lo hacen dos veces por da; explicarla es ms difcil, porque las

    causas son de naturaleza muy compleja. En seguida nombrar una de las msimportantes, pero antes me gustara rechazar de plano todos esos argumentosracionalistas que se oyen tan a menudo. Se oye decir, por ejemplo, a pensadoresvulgares que la buena comida de Baden, tan en contradiccin con los verdaderosintereses de los baistas, se ha ido perfeccionando a lo largo de los aos y se debe a lacompeticin entre los diversos hoteles del balneario, pues ya que Baden es conocidodesde hace siglos por su excelente comida, cada hotelero tiene el empeo de no ir a lazaga de sus competidores. Esta argumentacin tan barata y superficial no resistiraningn anlisis, aunque slo fuera porque elude el problema en s y pretende soslayarla cuestin del origen de la buena cocina de Baden con la mencin de la tradicin y elpasado. Menos an puede convencernos la absurda idea de que la buena comida sedebe a la codicia de los hoteleros! Como si algn propietario de hotel tuviese intersen aumentar lo ms posible sus gastos de carnicera, panadera y pastelera, yprecisamente aqu en Baden, donde todos los hoteleros disponen de un imn paraatraer huspedes, de una grande e inagotable atraccin que ha estado en el stanodurante siglos en forma de manantial de aguas minerales!

    No, tenemos que profundizar mucho ms para dar una teora a este fenmeno. Elsecreto no reside en las costumbres y tradiciones del pasado ni en el clculo de los

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    hoteleros: se Oculta en los cimientos de la estructura del mundo como una de lasnumerosas y eternas antinomias. Si la comida de Baden fuese tradicionalmente pobrey escasa, los hoteleros podran ahorrar dos tercios de sus gastos y tener igualmentellenos sus establecimientos, porque la gente no viene aqu por la comida, sinoobligada por las contracciones de su nervio citico. Pero supongamos, a ttulo de

    prueba, que en Baden se viviera de modo racional, luchando contra el cido rico y laesclerosis no slo con baos, sino tambin con abstinencia y ayunos; cul sera laprobable consecuencia? Los baistas recobraran la salud, y al cabo de poco tiempono quedara en el pas ningn caso de citica, la cual, como todas las formas de lanaturaleza, tiene derecho a existir y a durar. Los baos seran superfluos y los hotelestendran que desaparecer. E incluso aunque no se diera importancia a este ltimoperjuicio o pudiera convertirse en ventaja, la falta de gota y citica en el planomundial, el despilfarro de los magnficos manantiales no significara ninguna mejora

    para el mundo, sino todo lo contrario.A esta argumentacin ms bien teolgica sigue la psicolgica. Quin de

    nosotros, los baistas, querra soportar ayunos y mortificaciones adems de los baosy masajes, la ansiedad y el aburrimiento? Nadie, preferimos sanar slo a medias ypasarlo un poco mejor, no somos jovencitos con exigencias absolutas, sino personasmayores hondamente comprometidas con las cosas relativas de la vida y por elloacostumbradas a hacer la vista gorda. Y consideremos en serio la cuestin: serausto y deseable que cada uno de nosotros se curara totalmente mediante un

    tratamiento ideal y no tuviera que morirse nunca? Si contestamos esta pregunta algodelicada con toda sinceridad, nuestra respuesta es: no. No queremos curarnos deltodo, no queremos vivir eternamente.

    Verdad es que si nos hicieran la pregunta a cada uno de nosotros por separado, talvez la respuesta fuera afirmativa. Si me preguntaran a m, el baista y escritor Hesse,si estoy de acuerdo con que el escritor Hesse escape a la enfermedad y la muerte, siconsidero deseable y necesaria su supervivencia eterna, yo, vanidoso como suelen serlos literatos, dira probablemente que s. Pero en cuanto me formularan la mismapregunta con relacin a otros, al baista Mller, al citico Legrand, al holands delnmero 64, me decidira inmediatamente por una respuesta negativa. No, en realidadno es necesario que nosotros, las personas mayores, de atractivo algo marchito,incluso sin gota, vivamos para siempre. Sera algo fatal, muy aburrido y muyantiesttico. No nos importa morir, ms adelante. Pero de momento preferimos,despus de los fatigosos baos y de la fatdica maana, pasarlo un poco bien, roer unala de pollo, quitar la piel a un buen pescado, Sorber un vaso de vino tinto. As somosnosotros, cobardes, dbiles, vidos de placeres, viejos y egostas. As es nuestrapsicologa, y dado que nuestra alma, la de los reumticos y gente madura, es a la vezel alma de Baden, consideramos justificada tambin por este lado la tradicin

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    gastronmica de Baden.Es suficiente esta justificacin para nuestra vida regalada? Necesita ms

    argumentos? Los hay a centenares. Mencionemos uno solo, muy sencillo: los baosde aguas termales consumen, es decir, estimulan el apetito. Y como yo no soynicamente baista y comiln, sino que en otras ocasiones busco el polo opuesto y

    conozco los goces del ayuno, no me remuerde la conciencia si frente a un mundohambriento y en perjuicio de mi metabolismo me entrego durante tres semanas a laglotonera.

    Me he desviado considerablemente. Volvamos a la descripcin de un dacualquiera! Me siento, pues, ante la mesa, contemplo el desfile de pescado, asado yfruta, miro larga y pensativamente durante las pausas las piernas de las camareras,todas cubiertas por medias negras, y miro pensativo, pero con menos insistencia, laspiernas del camarero. Estas piernas (las del camarero) son para nosotros los pacientes

    un espectculo apreciado y un gran consuelo. Porque este camarero, que es unhombre muy agradable, estuvo aquejado tiempo atrs de un reumatismo muy grave yen extremo doloroso, hasta el punto que le era imposible andar, y un tratamiento enBaden lo cur completamente. Todos nosotros lo sabemos, a muchos se lo ha contadol mismo. Por este motivo miramos a menudo con expresin tan pensativa las piernasdel camarero jefe. Las piernas de las jvenes camareras, en cambio, son de por sesbeltas y giles sin la mediacin de ningn tratamiento, y esto nos inspira unareflexin an ms profunda.

    Como vivo aislado de los dems, las comidas son las nicas oportunidades quetengo para conocer algo ms de cerca a mis colegas baistas. Ignoro sus nombres, yslo con algunos he cambiado una palabra que otra, pero los veo sentados, los veocomer y con esto me entero de muchas cosas. El holands, mi vecino de habitacin,cuya voz atraviesa la pared todas las noches y todas las maanas y me roba el sueodurante horas, habla aqu en la mesa con su mujer en tonos tan bajos que a no ser porel nmero 64 no reconocera su voz. Oh, qu tipo tan sosegado!

    Algunas figuras de nuestro teatro de medioda me deleitan a diario con la decisinde sus rasgos y la precisin de su papel. Hay una gigantesca holandesa, de dos metrosde altura y peso proporcional, una aparicin majestuosa digna de representar anuestra princesa del balneario. Su porte es magnfico, aunque su paso deja mucho quedesear, y su modo de entrar en el comedor revela una coquetera que se me antojamuy peligrosa, casi alarmante, pues se apoya en un bastn delicado y juguetn queparece estar a punto de romperse a cada momento. Pero tal vez sea de hierro.

    Despus hay un caballero tremendamente serio, jurara que por lo menos esconsejero nacional, viril, moral y patritico de pura cepa, con el prpado inferior algorojo y colgante como el de esos fieles perros de San Bernardo, la nuca ancha y rgida,capaz de resistir cualquier golpe, la frente llena de arrugas, la cartera llena de bien

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    ganados y bien contados billetes, el pecho lleno de altos e intachables ideales,siempre intolerantes. Una vez, en una noche terrible, so que este hombre era mipadre y que tena que responder ante l, primero de mi falta de patriotismo, luego deuna deuda de juego de cincuenta francos, y tercero de haber seducido a unamuchacha. Al da siguiente a este espantoso sueo sent grandes deseos de volver a

    ver en persona a dicho caballero, ante el cual haba temblado tanto en mi sueo. Verlome curara, pues la realidad es siempre mucho ms inofensiva que la imagen denuestra pesadilla, tal vez el hombre me sonreira, me saludara con una inclinacin decabeza o gastara una broma a la camarera del comedor, o al menos corregira con suaparicin corporal la caricatura de mi sueo. Pero cuando lleg el medioda y volv aver al adusto caballero en el comedor, no me salud con la cabeza, ni sonri, se sentcon expresin lgubre ante su botella de vino tinto, y cada arruga de su frente y sunuca expresaba moralidad y decisin inexorables, por lo que me inspir un gran

    temor y por la noche rec para que no volviera a aparecrseme en sueos.En cambio, el seor Kesselring es un hombre encantador, amable y gentil, y est

    en la flor de la edad; ignoro su profesin, pero debe ser un hidalgo o algo parecido.Su cabello rubio, sedoso y ondulado es como una aureola en torno a su frente, doshoyuelos seductores adornan sus mejillas, los infantiles ojos azules miran coningenuidad y entusiasmo, y las manos lricas acarician suavemente el elegantechaleco de color liso. Ninguna falsedad puede morar en este pecho, ninguna emocinruin nublar la nobleza de estas poticas facciones. Sonrosado de la cabeza a los pies

    como una doncella de Renoir, Kesselring debi entregarse en su juventud a lospicaros Juegos de Cupido, el alado. Pero me faltan palabras para describir mi espantoy decepcin cuando un da al atardecer me ense en el saln de fumadores unapequea coleccin de bolsillo de fotografas indecentes.

    No obstante, el husped ms interesante y apuesto que he visto en este comedorno se encuentra hoy aqu, ha venido Solo una vez, y en aquella ocasin se sentfrente a m, a la misma mesa redonda que yo ocupo y pude contemplar durante lahora de la cena sus ojos pardos y alegres y sus manos esbeltas; entre todos lospacientes, una flor solitaria llena de esplendor y juventud. Querido amigo, vuelvepara comer conmigo los exquisitos manjares, probar el buen vino y alumbrar la salacon nuestros cuentos y nuestras risas!

    Nosotros los huspedes nos controlamos unos a otros, como es costumbre en loslugares de veraneo, pero la moda y la elegancia juega en ello un papel insignificante.En cambio, seguimos con atencin el estado de salud de nuestros cofrades, en los quenos vemos reflejados, y si el anciano caballero del nmero 6 tiene hoy un buen da yes capaz de caminar solo desde la puerta hasta la mesa, todos nos alegramos, y todosmeneamos la cabeza con consternacin si nos dicen que la seora Flury no podr hoyabandonar el lecho.

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    gorjeos, adems de la general actividad de botellas, vasos, tazas y cucharillas, y unaseora anciana de vista defectuosa tropez con el camarero y provoc la cada de unabandeja llena de pasteles. Cada uno de estos sucesos, considerado aisladamente, eraun suceso vlido, digno de mi simpata y atencin, pero el ataque simultneo detantos hechos e impresiones estaba por encima de mis facultades psquicas. Y de ello

    slo tena la culpa la msica, la Chaconne, de Bach, ella era la nica que estorbaba.No, pese a todo mi respeto por los msicos del casino! Adems, en este conciertofaltaba para m lo principal: el sentido. El hecho de que doscientas personas seaburran y no sepan cmo pasar la tarde no es en mi opinin motivo suficiente paraque un grupo de buenos msicos toquen adaptaciones de peras conocidas. Lo quefaltaba en este concierto era el corazn, lo ms ntimo: la necesidad vital de liberar alalma de la tensin a travs de la msica. Sin embargo, tambin en esto puedoequivocarme. Al menos, no tardo en comprobar que este pblico aptico no es una

    masa homognea, sino que consiste en muchas almas aisladas, y una de estas almasreacciona a la msica con enorme sensibilidad. Al fondo de la sala, muy cerca delpodio, est sentado un devoto amigo de la msica, un caballero de barba negra ylentes de oro que, recostado en la silla y con los ojos cerrados, mueve absorto la bienproporcionada cabeza al comps de la msica, y cuando termina una pieza tiene unsobresalto, abre mucho los ojos y es el primero en comenzar la salva de aplausos. Nocontento slo con aplaudir, se pone en pie, sube al podio, se ingenia para que eldirector de la orquesta note su presencia a sus espaldas y, bajo los prolongados

    aplausos del pblico, le colma de los ms entusiasmados elogios.Cansado de estar de pie y menos arrobado por esta interpretacin que el barbudo

    entusiasta, me dispongo a alejarme durante la segunda pausa cuando del salncontiguo llega a mis odos un rumor enigmtico. Pregunto al citico ms prximo yme entero de que es una sala de juego. Lleno de expectacin, me dirijo a ella. Escierto, hay palmas en los rincones y extraos asientos redondos y afelpados, y pareceser que se juega a la ruleta en una gran mesa de color verde. Me abro paso hasta ella,la rodea una apretada fila de curiosos entre cuyos hombros puedo observar el cursodel juego. Mi mirada se detiene primero en el director de la mesa, un caballeroafeitado que viste frac, sin edad, de cabellos castaos y una expresin tranquila yfilosfica, y dotado de una asombrosa facilidad para trasladar velozmente lasmonedas de un cuadro a otro de la mesa con ayuda de una varilla elstica especial orastrillo. Maneja el flexible rastrillo como un diestro pescador de truchas maneja lacaa de acero inglesa, y adems es capaz de lanzar las monedas al aire de modo quecaigan sobre el cuadro deseado. Y durante toda esta actividad, cuyo ritmo se supeditaa los gritos del joven ayudante que est atento a la bola, su rostro tranquilo ysonrosado, bajo los cabellos castaos y sin vida, permanece siempre impasible. Locontemplo durante largo rato; est sentado en un taburete de diseo especial, con el

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    asiento inclinado, y se mantiene inmvil, lo nico que mueve son los ojos inquietosmientras lanza con la mano izquierda las monedas de tres marcos, las recoge denuevo con el rastrillo que empua su mano izquierda y las retira a un lado. Ante lhay columnas de monedas de plata, grandes y pequeas. Su ayudante hace girar una yotra vez la rueda, y cuando la bolita se para en una casilla numerada, grita el nmero

    correspondiente, invita a hacer juego, anuncia que ya estn hechas las apuestas,advierte: rien ne va plus, y mientras tanto, el director de la mesa juega y trabaja sincesar. Yo haba visto esto con frecuencia en la poca remota y legendaria de antes dela guerra, en los aos de mis viajes y vagabundeos, haba visto en muchas ciudadesdel mundo estas palmeras y sillones acolchados, estas mismas mesas verdes y estasbolitas, y haba pensado en las hermosas historias de jugadores escritas porTurguniev y Dostoyevski y despus dirigido mi atencin hacia otras cosas. Slo undetalle me sorprendi ahora al examinar la escena ms de cerca: el hecho de que todo

    el juego no tuviese otro objeto que divertir al caballero vestido de frac. Echaba sustleros sobre la mesa, los empujaba del cinco al siete, de par a impar, contaba lasganancias, deduca las prdidas pero siempre era su propio dinero. Ningnmiembro del pblico haca apuestas, eran slo baistas, en su mayora de origenprovinciano, que observaban con inters y profunda admiracin, exactamente igualque yo, las evoluciones del filsofo, y escuchaban las frases fras, casi glaciales queel ayudante gritaba en francs. Cuando yo, movido por la compasin, coloqu dosfrancos sobre la esquina de la mesa que tena al alcance, cincuenta ojos se posaron en

    m, fascinados y muy abiertos, y esto me result tan penoso que apenas pude esperarel momento en que mis francos desaparecieron bajo el rastrillo para alejarme a pasoapresurado.

    Tambin hoy paso algunos minutos frente a los escaparates de la calle principaldel balneario. En ella se encuentran varias tiendas donde los baistas pueden comprarlos artculos que les parecen imprescindibles, como postales, leones y lagartos debronce, ceniceros con grabados de hombres famosos (as el comprador puede darse elgustazo de apagar diariamente sus cigarros sobre el ojo de Richard Wagner) ymuchos otros objetos sobre los que no me atrevo a escribir, pues a pesar de undetenido examen no consegu averiguar su significado y utilidad; muchos de ellosparecen destinados al culto de pueblos primitivos, y su conjunto me entristece, ya queme demuestra con excesiva claridad que, pese a toda mi buena voluntad para sersociable, vivo fuera del mundo burgus y real, no s nada de l y nunca locomprender ni podr hacerlo comprender en mis escritos, por muchos aos yesfuerzos que dedique a este fin. Cuando miro estos escaparates, en los que nofiguran objetos de uso diario, sino los llamados artculos de regalo, de lujo o parafiestas, me horroriza la extraeza de este mundo; entre cien objetos, slo hay veinte otreinta cuyo destino, sentido y utilidad soy capaz de intuir, y ninguno cuya posesin

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    me parezca deseable. Son objetos ante los cuales paso largo rato jugando a lasadivinanzas: se pondr eso en el sombrero, en el bolsillo, en el vaso de cerveza?Ser acaso parte de un juego de cartas? Hay grabados e inscripciones, divisas y citasque proceden de mundos imaginarios totalmente desconocidos para m, inaccesiblespara mi imaginacin, y hay tambin empleos de smbolos que me son conocidos y

    admirados, que no puedo comprender ni aprobar. Por ejemplo, la figura tallada deBuda u otra divinidad china en el pomo de un elegante paraguas de seora se meantoja algo extrao, incomprensible, penoso y, s, incluso inquietante; no puede serun sacrilegio deliberado y consciente pero las intenciones, necesidades y estadospsquicos que mueven al tendero a exponer y al comprador a adquirir estos absurdosobjetos, eso es lo que tanto me gustara saber y no encuentro manera de averiguar.O bien una cafetera de moda, donde la gente se congrega a las cinco de la tarde!Puedo comprender perfectamente que a las personas acomodadas les guste beber t,

    caf o chocolate y saborear pasteles caros con nata. Pero por qu personas libres ysensatas soportan para deleitarse con estas cosas una msica insinuante y dulzona, elambiente incmodo y vulgar de salas pequeas, atestadas, recargadas de los mssuperfluos adornos y, sobre todo, por qu dichas personas no consideran todas estasincomodidades y contradicciones como tales, sino que las desean y las buscan? Estoes lo que nunca podr comprender, y ya me he acostumbrado a atribuir estaincapacidad a mi estado de nimo ligeramente esquizofrnico. Sin embargo, mepreocupa una y otra vez. Y la misma gente elegante y acomodada que se sienta en

    semejantes cafs, ahogando en la msica pegajosa y dulzona sus pensamientos, suscharlas, casi su respiracin, rodeada de un lujo macizo, de mrmol, plata, alfombras,espejos, esta misma gente oye por la noche con aparente embeleso una conferenciasobre la noble sencillez de la vida japonesa y tiene en su casa hermosas ediciones delas palabras de Buda y leyendas de monjes. No pretendo ser ciertamente fantico nimoralizador e incluso me gusta parecer a muchos algo chiflado y cargado de viciospeligrosos y me alegra ver a la gente satisfecha, ya que las personas satisfechas hacenla vida ms agradable pero estn realmente satisfechas?, les compensa todo estemrmol, la msica, la nata? Acaso no leen en los peridicos, mientras criados conlibrea les sirven platos llenos de exquisitos pasteles, reportajes sobre el hambre, sobrerevoluciones, ejecuciones, tiroteos? Acaso no hay tras las enormes cristaleras deestos elegantes cafs un mundo lleno de pobreza y desesperacin, de locura ysuicidio, de miedo y dolor? S, ya lo s, todo esto ha de existir, todo encaja dentro deun orden y Dios lo quiere as. Pero lo s del mismo modo que sabemos que slovivimos una vez. No es una idea convincente. En realidad no encuentro nada de estousto ni ordenado por Dios, sino demente y espantoso.

    Me detengo, preocupado, ante las tiendas que venden tarjetas postales ilustradas.De esto entiendo mucho, puedo decir que he estudiado bastante a fondo las postales

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    con vistas de Baden, todo con la intencin de conocer mejor al baista medio a travsde este sntoma de sus necesidades. Hay muchas con bonitas vistas del Badenantiguo, y tambin pinturas y lminas antiguas con escenas de los baos, en las cualesse pone de manifiesto que el Baden de los siglos pasados era menos serio y decente,tal vez menos higinico que hoy da, pero decididamente ms divertido. Estos viejos

    grabados, sus torres y frontones, sus atuendos y trajes tpicos, todos inspiran un pocode nostalgia, aunque, naturalmente, nadie querra haber vivido en aquellos tiempos.Todas estas vistas de la ciudad y del balneario, ya sean del siglo XVI o del XVIII,irradian la suave y serena tristeza propia de tales grabados, pues todo en ellos esbonito, en todos ellos parece reinar la paz entre la naturaleza y el hombre, y casas yrboles no dan la impresin de estar en perpetua guerra. La belleza y la uniformidadparecen abarcarlo todo, desde el soto de alisos hasta el vestido de la pastora, desde latorre almenada de las puertas hasta el puente y el manantial, e incluso hasta el esbelto

    perrito que hace pip contra la columna de estilo imperio. Se puede encontrar untoque de vanidad y cursilera en muchos de estos viejos grabados, pero no se ve nadafeo, nada estridente; las casas se alinean como guijarros o como pjaros posados enhilera sobre un cable, mientras que en las ciudades actuales casi todas las casas sehacen reproches mutuos, compiten entre s, se empujan unas a otras.

    Y recuerdo que una vez, durante una hermosa fiesta en la que todos vestamostrajes de la poca de Mozart, a mi amada se le anegaron de improviso los ojos delgrimas y, cuando yo, asustado, le pregunt la razn, me dijo: Por qu ahora tiene

    que ser todo tan feo?. Entonces la consol explicando que nuestra vida no es peor,sino ms libre y ms rica que la de antes, que bajo las decorativas pelucas habapiojos y tras el fausto de las salas de espejos y los candelabros, pueblos hambrientosy oprimidos, y que en realidad era una suerte que slo conservramos de aquellostiempos lo ms bonito, el recuerdo de su aspecto festivo. Pero no todos los das setienen pensamientos tan sensatos.

    Volvamos a las postales ilustradas! Hay en este pas una categora especial depostales que no carece de originalidad. El lenguaje popular llama a esta comarcaTierra de Nabos, y existen diversas series de grabados que representan toda clase deescenas populares. Escenas de la escuela, de la vida militar, de excursionesfamiliares, de rias, y todas las figuras de estos grabados tienen aspecto de nabo. Seven amantes nabo, duelos de nabos, congresos de nabos. Estas postales gozan de granaceptacin, ciertamente con justicia, y no obstante no inspiran alegra. Junto a lostemas histricos y las escenas de nabos hay una tercera categora: la de los temaserticos. Sera lgico pensar que en este terreno hay mucho camino por recorrer y quegrabados de esta clase podran prestar a este mundo aburrido de los escaparates algode raza, algo de savia y esplendor. Pero ya en los primeros das tuve que renunciartambin a esta esperanza. Me sorprendi ver lo corta que se haba quedado la vida

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    otras esferas ms conocidas y ms sagradas para m, cuando tuve la idea salvadora.En nuestro hotel haba un rincn apartado y desconocido para muchos huspedesdonde el propietario, a quien adornan muchos rasgos amables como ste, tieneprisioneros a dos jvenes martas en una crcel de alambre, protegidas del contactohumano. Sent de pronto un urgente deseo de ver a las martas, lo obedec ciegamente,

    volv corriendo al hotel y fui hacia la jaula de los animales. En cuanto me encontrall, todo se solucion, tena precisamente lo que necesitaba en este momento crtico.Los dos nobles y hermosos animales, curiosos y confiados como nios, se dejaronatraer fcilmente al exterior del cubculo donde dorman, corrieron y saltaron llenosde fuerza y vitalidad por la espaciosa jaula, se detuvieron delante de m junto a laalambrada y olfatearon mi mano con sus hocicos hmedos y sonrosados. Yo nonecesitaba nada ms. Mirar estos ojos claros, la obra maestra de sus magnficas pielescreadas por Dios, sentir su aliento clido y vivo, respirar el olor salvaje y penetrante

    de sus cuerpos, esto era suficiente para convencerme de la tranquila existencia detodos los planetas y estrellas fijas, de todos los bosques de palmeras y ros de la selvavirgen. Las martas me garantizaban lo que igualmente hubiera podido garantizarmecualquier nube, cualquier hoja verde; pero yo haba necesitado esta prueba msconcluyente.

    Las martas eran ms fuertes que las postales, que el concierto, que el comedor.Mientras existieran las martas, la fragancia del mundo primitivo, el instinto y lanaturaleza, el mundo seguira siendo posible para un poeta, seguira siendo hermoso y

    prometedor. Respirando libremente, sent desaparecer la opresin, me re de mimismo, alargu a las martas un trozo de azcar y me lanc, liberado, al aire de latarde. El sol ya tocaba el borde de las montaas verdes, un cielo azul con celajesdorados resplandeca, infantil y difano, sobre el valle de mis extravos, sentsonriente la llegada de mi momento bueno, pens en mi amada, jugu con versosincipientes, percib msica, percib dicha y recogimiento esparcindose por el mundo,me despoj, rezando, de toda la carga del da y me lanc, pjaro, mariposa, pez, nube,al mundo alegre, pasajero y pueril de las formas.

    No quiero describir aqu el atardecer en que regres tarde al hotel, cansado y feliz.Podra desvanecerse mi entera filosofa de citico. Feliz, cansado y entonando unacancin regres ya cada la noche, y he aqu que el sueo tampoco me fall, tambinl, un ave tan tmida, lleg confiadamente y me condujo sobre sus alas azules alparaso.

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    EL HOLANDS

    Durante largo tiempo he rehuido escribir este captulo. Ahora debo hacerlo.Cuando catorce das atrs eleg con cuidado y cautela la habitacin nmero 65, no

    hice en conjunto una mala eleccin. La habitacin, clara y agradablemente tapizada,tiene una alcoba donde se encuentra la cama, y me gust por la originalidad de suplano, aparte de que posee buena luz y algo de vista al ro y los viedos. Adems,est en el piso ms alto, de modo que no vive nadie encima de m, y apenas llegan losruidos de la calle. Eleg con acierto. Tambin pregunt acerca de los vecinos dehabitacin y recib informes tranquilizadores. A un lado viva una seora anciana a lacual en verdad no he odo ni una sola vez. Pero al otro lado, en el nmero 64, vivael holands! En el curso de doce das, en el curso de doce amargas noches este

    caballero se ha convertido en muy importante para m, ay, demasiado importante! Hallegado a ser una figura mtica, un dolo, un demonio y un fantasma, y no he podidovencerlo hasta hace pocos das.

    Nadie me creera al indicar quin es. Este caballero de Holanda que desde hacetantos das me impide trabajar y durante tantas noches me ha impedido dormir no esni una fiera iracunda ni un msico entusiasta, no llega borracho a su habitacin en losmomentos ms inesperados ni pega a su mujer ni se pelea con ella, no silba ni canta,ni siquiera ronca, al menos no con la fuerza suficiente para estorbarme. Es un hombre

    slido, corts, ya no tan joven, que vive con la regularidad de un reloj y carece devicios que salten a la vista. Cmo es posible que este ciudadano ideal me hicierasufrir tanto?

    Pues es posible, es un hecho, por desgracia. Los dos puntos principales, lospilares de mi infortunio, son stos: Entre las habitaciones 64 y 65 hay una puerta,provista de cerrojo y obstruida por una mesa, es cierto, pero en modo alguno es unapuerta gruesa. ste es uno de los infortunios, que no tiene remedio. El segundo esms grave: El holands tiene esposa. Y no existen medios permitidos para hacerla

    abandonar el mundo, o al menos el nmero 64. As pues, me ha tocado laextraordinaria mala suerte de que mis vecinos, exactamente como yo mismo, pasan lamayor parte del da en su habitacin.

    Si yo viviera asimismo con una esposa o fuera profesor de canto o tuviera unpiano, un violn, un cuerno de caza, un can o un bombo, podra emprender la luchacontra mis vecinos holandeses con alguna esperanza de xito. Pero la situacin es lasiguiente: Durante las veinticuatro horas del da, la pareja holandesa no oye ningnsonido procedente de mi habitacin, los trato como se trata a reyes y moribundos, losprotejo sin cesar con el favor inapreciable de un silencio perfecto y absoluto. Ycmo corresponden ellos a este favor? Me otorgan, puesto que duermen cada noche

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    de doce a seis, una tregua diaria de seis horas. Puedo elegir entre dedicar estas horasal trabajo, al sueo, al rezo o a la meditacin. En las restantes dieciocho horas del dano tengo eleccin, esas dieciocho horas diarias no me pertenecen, en cierto modo notranscurren en mi habitacin, sino en el nmero 64. Durante dieciocho horas del daen el nmero 64 se charla, se re, se hace el aseo personal, se reciben visitas. No se

    disparan armas de fuego ni se toca msica ni se disputa, esto debo reconocerlo. Perotampoco se reflexiona, ni se lee, ni se medita, ni se guarda silencio. Sin interrupcinbrota el torrente de las charlas, a menudo se renen cuatro o seis personas, y por lanoche la pareja chismorrea hasta las once y media. Entonces se oye el tintineo decristal y porcelana, la actividad de los cepillos de dientes, el desplazamiento de sillasy las melodas del gargarismo. Despus crujen las camas y se hace el silencio, que seprolonga (reconozcmoslo tambin) hasta ms a menos las seis, hora en que uno delos cnyuges, no s si l o ella, se levanta y hace retemblar el pavimento, va al cuarto

    de bao, y a partir de mi vuelta ya no se interrumpe el hilo de las conversaciones, losruidos, las risas, el desplazamiento de sillas y todo lo dems hasta poco antes demedianoche.

    Si yo fuera un hombre normal y sensato como los dems, me acomodarafcilmente a la situacin. Cedera, ya que dos son ms fuertes que uno, y pasara elda fuera de mi habitacin, en la sala de lectura o de fumadores, en los pasillos, en elcasino, en los restaurantes, como hace la mayor parte de los baistas. Pero yo estoyposedo por la demente y agotadora pasin de pasar muchas horas del da sentado

    ante el escritorio, pensando intensamente, escribiendo intensamente, con frecuenciapara romper despus todo lo escrito; y por la noche me domina el ansia acuciante dedormir, pero conciliar el sueo es para m un ocaso muy complicado que puede durarhoras, y entonces tengo el sueo muy ligero, muy frgil, un aliento basta parainterrumpirlo. Y cuando a las diez o las once me siento agotado y estoy a punto deadormecerme, no me ayuda en absoluto que los holandeses celebren sus reunionessociales en la habitacin contigua. Y mientras espero, ansioso y exhausto, a quellegue la medianoche, a que el hombre de La Haya me conceda permiso paraamodorrarme, la espera, la escucha y pensar en el trabajo de maana me ha desveladotanto, que la mayor parte de las seis horas que me son concedidas para el descanso hapasado ya cuando logro dormirme.

    Es necesario decir que soy plenamente consciente de lo injustificada que es mipretensin de que el holands me deje dormir ms? Es necesario explicar lo que smuy bien, que no es l el culpable de mi sueo difcil y mis aficiones intelectuales,sino nicamente yo? Pero no escribo estas notas de Baden para culpar a otros odisculparme a m mismo, sino para registrar experiencias, aunque slo sean lasexperiencias desfiguradas de un psicpata. Esa otra cuestin ms complicada sobre laustificacin del psicpata, esa terrible e impresionante cuestin de si en

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    determinados tiempos y culturas no es ms digno, noble y justo ser psicpata queadaptarse a tales circunstancias a costa de sacrificios de todos los ideales, esta gravecuestin, que es la de todos los espritus diferentes desde Nietzsche, no voy aanalizarla en estas pginas; de hecho constituye el tema de casi todos mis escritos.

    As pues, debido a las circunstancias ya mencionadas, el holands se ha

    convertido para m en un problema. No puedo explicarme del todo por qu me refierosiempre, en pensamientos y en palabras, slo al holands en singular. Al fin y al caboson una pareja, son dos personas. Pero ya sea porque soy ms paciente con la mujerque con el hombre por galantera instintiva, o porque la voz y el paso ms pesado delhombre son los que realmente me molestan, el hecho es que no son los, sino elholands quien me mortifica. Pero esta instintiva absolucin de la mujer en missentimientos hostiles y la conversin del hombre en enemigo y antpoda se debe aimpulsos muy profundos y elementales: el holands, el hombre de robusta salud,

    aspecto atractivo, porte digno y cartera repleta, ya me resulta desagradable, a m, elintruso, solamente como tipo.

    Es un caballero de unos cuarenta y tres aos, mediana estatura, tal vez un pocorechoncho, que da una impresin de salud y normalidad. Tanto el rostro como lafigura son macizos y redondeados, pero no hasta el punto de llamar la atencin; lacabeza grande y vigorosa, de frente algo abombada, se antoja maciza ydesproporcionada al cuerpo por culpa de un cuello un poco corto. Su salud y su peso,aunque el holands se mueve con mesura y tiene modales perfectos, hacen que sus

    movimientos y sus pasos sean ms audibles y enrgicos de lo que desearan susvecinos. Su voz es profunda y regular, y el volumen de su tono no cambia mucho;toda su personalidad, considerada imparcialmente, resulta seria, digna de confianza,tranquilizadora, casi simptica. Lo nico que predispone un poco en contra de l esque tiene tendencia a resfriarse (algo muy comn, por otra parte, en todos los baistasde Baden), y cuando tose y estornuda evidencia igualmente una gran pujanza yenerga.

    Este seor de La Haya tiene, pues, la desgracia de ser vecino mo, enemigo queamenaza y a menudo impide mi trabajo durante el da y obstaculiza, como tambin amenudo impide mi sueo durante parte de la noche. Sin embargo, no todos los das hasido su existencia un castigo para m. Ha habido das clidos y soleados en que hepreferido trabajar al aire libre; en un rincn escondido del jardn del hotel, donde, conla carpeta sobre las rodillas, he escrito pginas y ms pginas, he pensado en paz,perseguido mis sueos o ledo tranquilamente mi libro de Jean Paul. Pero en los dasfrescos o lluviosos, y de stos hubo muchos, me encontraba el da entero frente a lapared del enemigo; mientras yo, silencioso y en tensin, me dedicaba a mi trabajosentado ante el escritorio, en la habitacin contigua el holands corra de un lado aotro, llenaba la palangana, escupa a sus anchas, se desplomaba en un silln,

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    conversaba con su mujer, rea con ella algn chiste, reciba visitas. Haba horas muypenosas para m. Contaba, sin embargo, con una ayuda importante: mi trabajo. Nosoy un hroe del trabajo ni merezco premios de aplicacin, pero cuando he empezadoalgo, cuando me dejo dominar y hechizar por una visin o una serie de ideas, cuando,aunque sea de mala gana, me lanzo al intento de dar una forma a estas ideas, entonces

    me abstraigo totalmente y ninguna otra cosa es importante para m. Haba horas enque toda Holanda hubiese podido celebrar una kermesseen el nmero 64 sin que yome enterara, porque estaba cautivado por mi solitario fantstico y peligrosorompecabezas, persegua mis pensamientos con calor y pluma convulsa, construafrases, elega entre un torrente de asociaciones, buscaba con obstinacin las palabrasadecuadas. El lector puede rerse de ello pero escribir es siempre para nosotros losescritores una ocupacin frentica y emocionante, una travesa en alta mar con unbote diminuto, un vuelo solitario a travs del espacio. Mientras se busca una palabra

    aislada, se elige entre tres palabras posibles y se intuye la sensibilidad y en el odo lafrase entera que se pretende construir, mientras se forja esta frase, mientras se ejecutala construccin elegida y se aprietan los tornillos de la estructura, a fin de tenersiempre presentes, de manera misteriosa, tanto el tono como las proporciones de todoel captulo y de todo el libro, se est desarrollando una actividad en extremoabsorbente. Por propia experiencia slo conozco una tensin y concentracinsemejantes en la actividad del pintor. En su caso ocurre lo mismo: elegir con aciertocada uno de los colores es fcil y bonito, se puede aprender y despus llevarlo a la

    prctica. Pero tener realmente presentes en todo momento todas las partes del cuadro,incluso las que an no estn pintadas, e intuir la red entera de colores formando unconjunto armnico, es asombrosamente difcil y se consigue muy pocas veces.

    Hay, por lo tanto, en el trabajo literario una necesidad tan grande deconcentracin, que en el tenso momento de la produccin es posible aislarse deimpedimentos y perturbaciones exteriores. El autor que slo considera factibletrabajar ante una mesa cmoda, con la mejor luz, con su acostumbrado material detrabajo, con papel especial y dems cosas por el estilo, me resulta sospechoso.Aunque uno busque instintivamente todas las facilidades y comodidades externas,tambin se puede trabajar sin ellas. Yo logr con frecuencia levantar un tabiqueaislante entre yo y el nmero 64 lo cual me vali una hora productiva. Sin embargo,en cuanto empezaba a cansarme y a ello contribua mucho la crnica falta de sueo,volva a or las perturbaciones.

    Pero mucho peor que su efecto en el trabajo era su efecto en el sueo. Noexpondr aqu mi teora del insomnio, basada puramente en la psicologa. Slo dirque mi pasajera inmunidad al holands, mi capacidad de aislarme del nmero 64,nicamente me asista de vez en cuando durante el trabajo, pero me fallabalamentablemente cuando intentaba dormirme.

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    Pues bien, el insomne, cuando es vctima de su afliccin durante un tiempoprolongado, experimenta hacia s mismo y hacia su ambiente ms prximosentimientos de repugnancia, de odio, y tambin, incluso ansias de destruccin, comoocurre con la mayora de la gente en circunstancias de agotamiento nervioso. Comomi ambiente ms prximo se limitaba ahora exclusivamente a Holanda, durante las

    noches de insomnio se fueron acumulando lentamente en m contra el holandssentimientos de aversin, agriedad y odio que no podan disiparse durante el da, yaque la tensin y la perturbacin no dejaban de asediarme. Cuando estaba en la cama,privado de sueo por culpa del holands, febril por el cansancio y el deseo imperiosode dormir, y oa los pasos firmes y slidos de mi vecino, sus movimientos pesados ycontundentes, sus tonos enrgicos, senta hacia l un odio que poda calificarse devehemente.

    Sin embargo, durante esta situacin fui consciente hasta cierto punto de la

    insensatez de mi odio, siempre pude en determinados momentos rerme de l, y deeste modo le despoj de su virulencia. Pero fue fatal para m que este odioimpersonal, dirigido solamente contra las perturbaciones de mi sueo, contra mipropio nerviosismo y la fragilidad de las puertas, me resultara ms difcil deneutralizar a medida que pasaban los das y se converta en ms irrazonado ypersonal. Al final ya no serva de nada que me probase y reiterase a m mismo lainocencia personal del holands. Lo odiaba, sencillamente, y no slo en losmomentos en que me molestaba de verdad, en que sus pasos, frases y risas eran tal

    vez realmente inconsiderados en plena noche. No, ahora lo odiaba siempre, con elodio justiciero, ingenuo y necio con que un pequeo comerciante cristiano odia a losudos o un comunista a los capitalistas, con esa especie de odio necio, absurdo,

    irracional y en el fondo, cobarde o envidioso, que tanto lamento siempre en losdems, que envenena la poltica, el comercio y la opinin pblica y del cual yo nuncame habra credo capaz. Ya no odiaba solamente su tos, su voz, sino a l mismo, supersona real, y cuando durante el da nos encontrbamos en alguna parte y l semostraba complacido, sin sospechar nada, para m era un encuentro con un enemigopeligroso, y toda mi filosofa slo me serva para no expresar mis sentimientos. Surostro liso y alegre, sus gruesos prpados, sus labios abultados, su vientre bajo elelegante chaleco, su modo de andar y su porte, todo me resultaba repugnante yodioso, y lo que ms odiaba eran los innumerables signos de su fuerza, salud eindestructibilidad, su risa, su buen humor, la energa de sus movimientos, la apata dela mirada, todo ello signo de su superioridad biolgica y social. Naturalmente, eramuy fcil estar sano y de buen humor, darse aires de persona satisfecha, cuando serobaba el sueo y la fuerza de otro, se disfrutaba de la consideracin, el silencio y elpropio dominio del vecino y en cambio no se tena el menor cuidado para no hacerretemblar da y noche el edificio con ruidos y vibraciones. Que el diablo se llevara a

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    este caballero de Holanda! Sombro, recordaba al Holands E